El Crédito Social
El dinero ajustado a la realidad
Louis Even
El dinero de
Martín, en
Pero, en la isla,
había productos que procedían de los recursos naturales de
Martín les tenía
endeudados por todo aquello que les pertenecía. Lo entendieron bien en cuanto
conocieron el Crédito social. Entendieron que cualquier dinero, cualquier
crédito se basa en el crédito de la misma sociedad y no en la actuación del
banquero; que el dinero debía ser suyo en el momento cuando empezaba a ser
creado, entonces, que debía serles entregado, repartido entre ellos sin
perjuicio, que debía circular a continuación de los unos a los otros según el
vaivén de la producción de los unos y de los otros.
Desde entonces, el
problema del dinero se volvió para ellos lo que es esencialmente: una cuestión
de contabilidad.
Lo primero que se
exige en una contabilidad es que sea exacta, conforme con lo que expresa.
El dinero debe ser
conforme con la producción o la destrucción de riqueza, seguir el movimiento de
la riqueza: producción abundante, dinero abundante; producción fácil, dinero
fácil; producción automática, dinero automático; gratuidad en la producción,
gratuidad en el dinero.
El dinero para la producción
El dinero debe
estar al servicio de los productores según lo necesitan para movilizar los
medios de producción.
Todo ello es
posible puesto que fue una realidad, de la noche a la mañana, en cuanto estalló
la guerra en 1939. De repente acudió el dinero que tanto faltaba por todas
partes desde hacía diez años. Y durante los seis años de guerra, no hubo ningún
problema de dinero para financiar toda la producción posible y necesaria.
El dinero pues
puede estar, y debe estar, al servicio de la producción pública o privada con
la misma fidelidad que cuando estuvo al servicio de la producción de guerra.
Todo aquello que resulta físicamente posible para responder a las necesidades
legítimas de la población debe volverse posible financieramente.
Esto sería el fin
de las pesadillas de los cuerpos públicos. Y sería el fin del desempleo y de
las privaciones que acarrea mientras queden cosas por hacer para responder a
las necesidades públicas o privadas de la población.
Todos capitalistas — Dividendos para cada uno
El Crédito Social preconiza
para todos el reparto periódico de un dividendo. O sea una cantidad de dinero
abonada cada mes a cada persona, cualquiera que sea su oficio, así como el
dividendo abonado al capitalista incluso cuando no trabaja personalmente.
Se conoce que el
capitalista que invierte dinero en una empresa tiene derecho a una renta, que
se llama dividendo. Otros son quienes utilizan dicho dinero: se les paga en
salarios. Pero el capitalista saca su renta únicamente de la presencia de su
capital en la empresa. Si también trabajase en la empresa, tendría dos rentas:
un salario por su trabajo y un dividendo por su capital.
Ahora bien, el
Crédito Social considera que todos los miembros de la empresa son capitalistas.
Todos poseen juntos un capital real que contribuye mucho mas a la producción
que el capital invertido o el trabajo de los empleados.
¿Cuál es ese
capital común?
Son primero las
riquezas del país que no han sido producidas por nadie sino que son un regalo
de Dios para quienes viven
en dicho país. También es el conjunto de las invenciones, de los conocimientos,
descubrimientos, de los perfeccionamientos de las técnicas de producción, de
todo el progreso adquirido, acumulado, engrandecido y transmitido de una
generación a otra. Es una herencia común, ganada por las generaciones pasadas y
que nuestra generación utiliza y sigue engrandeciendo para pasarla a la
siguiente. No es la propiedad exclusiva de nadie sino un bien común por
excelencia.
Y ahí esta el mayor factor
de la producción moderna. Que sólo se suprima la fuerza motriz del vapor, de la
electricidad, del petróleo — invenciones de los tres últimos siglos — y vaya a
ver lo que sería la producción total incluso con mucho más trabajo de todos los
efectivos obreros del país y con mucho más horas.
Sin duda alguna, aún se
necesitan productores para dar un rendimiento al capital y por este rendimiento
están recompensados por su salario. Pero el mismo capital debe tener valor de
dividendos para sus propietarios, es decir para todos los ciudadanos ya que
todos son igualmente coherederos de las generaciones pasadas.
Siendo ese capital común el
mayor factor de producción moderno, el dividendo debería bastar para
proporcionar a cada hombre por lo menos lo que necesita para mantenerse. Luego,
al paso que la mecanización, la motorización, la automatización desempeñan un
papel cada día más importante en la producción, con cada vez menos trabajo
humano, la parte repartida por el dividendo debería llegar a ser mayor.
He aquí otra manera de
enfocar el asunto de la distribución de la riqueza que no es la de hoy en día.
En lugar de dejar vivir a los unos miserablemente y de poner impuestos a los
que se ganan la vida para ayudar a quienes ya no contribuyen a la producción, a
cada uno le tocaría una renta básica: el dividendo. Sería un mejor reparto
desde el origen.
También sería al mismo
tiempo un medio bien adecuado a las grandes capacidades productivas modernas
para concretizar el derecho de cada ser humano a gozar de los bienes materiales
que es un derecho que cada hombre saca del solo hecho de su existencia, un
derecho fundamental e imprescriptible que el papa Pio XII recordaba en su
radio-mensaje del 1 de Junio de 1941:
“Los bienes
creados por Dios han sido creados para todos los hombres y deben estar a la
disposición de todos, según las normas de la justicia y de la caridad.
Cualquier hombre como ser humano dotado de razón tiene de hecho dado por la
naturaleza el derecho fundamental a usar de los bienes materiales de la tierra.
Tal derecho no podría suprimirse de ningún modo ni siquiera ser sustituido por
otros derechos verdaderos y reconocidos sobre los bienes materiales.”
Un dividendo
para todos y para cada uno: ésta es la formula económica y social más resplandeciente
que se haya propuesto jamás a un mundo cuyo problema ya no es producir sino
repartir lo producido.
Que no sea un partido
político
Muchos son los que, en varios
países, han visto en el Crédito Social de Douglas lo mejor que se ha propuesto
jamás para servir a la economía de abundancia moderna y para poner los
productos al servicio de todos.
Queda por hacer que se
admita esta concepción de la economía para que llegue a ser una realidad.
Desgraciadamente, en el
Mundo, los políticos han estropeado las dos palabras “Crédito Social”,
empleándolas para designar un partido político. Es el mayor perjuicio jamás
hecho a la comprensión y a la expansión de la doctrina de Douglas. Y esto llegó
a ser una causa de confusión y de desconfianza. Muchas personas no quieren oír
hablar del crédito social porque ven en él un partido político y han dado ya su
aprobación a otro.
Ahora bien, el crédito
social, comprendido en toda su autenticidad no es de ningún modo un partido
político. Es precisamente todo lo contrario. El mismo fundador de la
escuela creditista, C. H. Douglas, conocía mejor la propia doctrina que
cualquiera, sobre todo mucho mejor que los cabecillas engreídos que quieren
aprovecharse de la idea superficial que tienen de él para abrirse camino en las
esferas políticas. Pues, Douglas ha dicho que había una total incompatibilidad
entre Crédito Social y política electoral. Son dos términos que se excluyen el
uno al otro por su índole, sus fines, sus causas, su inspiración.
Los principios del Crédito
Social descansan en una filosofía. Y es esta filosofía la que da la prioridad a
la persona sobre el grupo, sobre las instituciones, sobre el mismo gobierno.
Cualquier actividad hecha en nombre del auténtico Crédito Social debe ser una
actividad al servicio de las personas.
Es una causa muy distinta la
que anima y orienta las actividades de un partido político.
La primera meta de cualquier
partido político, que sea antiguo o nuevo, es conquistar o guardar el poder,
llegar a ser o seguir siendo el grupo que gobierne el país. Se trata de la
búsqueda del poder por un grupo.
El Crédito Social, por lo
contrario, enseña que el poder debe ser repartido entre todos: el poder
económico, bajo la forma de un dividendo periódico que le permita a cada
individuo hacer pedidos dentro de la producción de su país; el poder político,
haciendo, del Estado y de los gobiernos de todos niveles, cosa de las personas
y no, las personas, cosa del Estado.
El gobierno es lo que
interesa a los partidos políticos mientras que la persona, el desarrollo de la
persona es lo que interesa al auténtico creditista.
La política de partido lleva
a los ciudadanos a la abdicación de su responsabilidad personal, poniendo el
partido toda la importancia sobre la votación, sobre un acto de unos segundos
que el ciudadano cumple escondido detrás de una cortina, después de haberse
empapado del guiso electoral durante cuatro semanas.
El Crédito Social, por lo
contrario, enseña a los ciudadanos a hacerse responsables tanto en política
como en lo demás y en todo momento, siendo conciencia y vigilancia de los
gobiernos, gritando la verdad y denunciando las injusticias sin tregua ni descanso
en cualquier parte donde se encuentren.
Cualquier partido político contribuye a
dividir al pueblo, luchando los partidos los unos con los otros en busca del
poder. Ahora bien, toda división debilita: un pueblo dividido, debilitado no se
hace servir bien.
La doctrina del Crédito Social, por lo
contrario, hace a sus ciudadanos conscientes de sus aspiraciones fundamentales
comunes a todos. Un movimiento creditista auténtico enseña a los ciudadanos a
unirse en las peticiones que todos aprueban, a presionar a los del gobierno,
cualquiera que sea el equipo que esté en el poder. Por eso el periódico “San
Miguel” (en francés, “Vers Demain” — “Hacia el mañana”) — del que se han sacado estas líneas — recomienda en
política la presión del pueblo agrupado fuera de los parlamentos pero
presionándolos con el fin de que los hombres elegidos por el pueblo hagan leyes
conformes a la doctrina del Crédito social.
Para hacer prevalecer ideas tan grandes
como la concepción creditista de la economía, no se necesitan políticos ávidos
de ufanía ni de dinero sino apóstoles que se entregan a su tarea sin cálculos
sin tener más miras que el triunfo de la verdad y un mundo mejor para todos,
apóstoles despegados de cualquier recompensa aquí en este mundo, haciendo todo
lo posible por la causa abrazada y confiando en Dios por todo lo demás.
El periódico
“San Miguel” trabaja para formar tales apóstoles y presenta sus objetivos, sus
actividades y sus realizaciones.
Louis EVEN
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