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jueves, abril 22, 2010

La literatura burlesca de Castilla la Nueva, frente a la literatura épico-heróica de la Castilla nórdica (Manuel Criado del Val)

La literatura burlesca de Castilla la Nueva, frente a la literatura épico- heroica de la Castilla nórdica

(..) La literatura épico-heroica, característica de la Castilla nór­dica, no se continúa en la toledana, ni la orientalizada, irónica, picaresca y coloquial literatura de la "nueva" región castellana enlaza con los poemas épicos, sino que les opone a menudo su crítica burlesca y la superioridad incomparable de su técnica. Superioridad que tiene su fundamento en la intensa evolución lingüística de los siglos anteriores.Esta crítica por el castellano "nuevo" de los idealismos ca­ballerescos y místicos del "viejo" es una constante histórica evidente. Hay muchos motivos para creer que el Libro de Buen Amor esconde multitud de alusiones irónicas al Poema de Mío Cid y a otros poemas épicos. El Lazarillo de Tormes, las "no­velas ejemplares" picarescas de Cervantes, y el Quijote, no di­simulan su ironía frente a los modelos caballerescos, derivados de la épica, e incluso frente a la mística, que tanta relación guarda con aquéllos. Hasta en el uso de los tratamientos y de las formas verbales es fácil descubrir, en estos autores, una intención hu­morística, una parodia de las fórmulas reverenciosas y cortesa­nas, propias del viejo estilo castellano. (..)

Manuel Criado del Val

Teoría de Castilla la Nueva
Bibliotéca Románica Hispánica

lunes, julio 31, 2006

LA DOBLE FUENTE LITERARIA. LA LITERATURA DE CASTILLA LA NUEVA (Teoría de Castilla La Nueva. Manuel Criado del Val)

LA DOBLE FUENTE LITERARIA

LA LITERATURA DE CASTILLA LA NUEVA

El distinto carácter de las dos Castillas culmina en su oposi­ción literaria. En ella se confirma la originaria duplicidad, ya se­ñalada en la geografía, en la historia y en la lengua. El "nuevo" castellano acusa en los textos literarios medievales su fisonomía original y característica, frente al de la meseta del Duero. No se trata de un simple matiz regional, sino de un estilo esencial­mente opuesto, colocado en actitud crítica, interesado por otros temas y otras ideas.
No es correcto establecer una sola línea evolutiva, que cro­nológicamente vaya uniendo a los primitivos autores españoles, relegando a un lugar secundario su procedencia regional. Este procedimiento, habitual en nuestra historia literaria, rompe y desconcierta la verdadera tradición y confunde y hace incom­prensible su sentido.

No es viable, en principio, el paso, dentro de una línea con­tinua, de los primitivos autores de la Castilla' burgalesa, a los que más tarde aparecen en la meseta toledana. El Libro de Buen Antor, como más adelante La Celestina y el Quijote, resumen y representan varias tradiciones culturales a las que nunca hubieran podido alcanzar, por su propia evolución, los autores de Castilla la Vieja. Sólo al llegar el siglo xvi, las diversas co­rrientes regionales del castellano confluyen en una síntesis lite­raria española. Hasta entonces la desproporción entre ellas y las diferencias en su evolución son grandes. Castilla la Nueva, muy adelantada sobre las demás regiones durante la Edad Me­dia y gran parte del Renacimiento, forma una unidad homogénea y bien diferenciada, que exige un estudio independiente.

Como sucede con los orígenes lingüísticos, la base literaria de Castilla la Vieja es nórdica y occidental, y es en la épica y en las tradiciones religiosas donde encuentra sus fuentes princi­pales de inspiración. Frente a ella, la literatura de la "Nueva" Castilla tiene su origen más remoto en el mozarabismo lírico de las jaryas y en la crítica didáctica de los apólogos orientales.

Regionalismo literario

Hasta el siglo xv la literatura española en una extensísima proporción está en manos de autores que nacen y viven en Cas­tilla la Nueva. No puede extrañar este hecho. Sólo la región to­ledana reunía las condiciones y la tradición precisas para una intensa cultura literaria. En el Norte, campamento militar, sólo había lugar para cantos épicos y religiosos que estimulasen el espíritu de la Reconquista. En los pequeños círculos conventua­les apenas era posible más que salvar las más elementales tra­diciones latinas, aun contando con el refuerzo de los religiosos mozárabes emigrados del Sur.

Con un estricto sentido debería considerarse a la literatura "toledana" o "castellana nueva" entre los siglos xii al xvi den­tro de unos reducidos límites regionales. Sólo a partir del si­glo xvr se produce una verdadera síntesis literaria española.

Los textos y autores que constituyen este núcleo "toledano" -están unidos no sólo por su comunidad regional, sino también por su lenguaje, que, aunque modificado por las variantes de época y estilo, corresponde, en suma, a una misma variante dia­lectal.

El lugar' de nacimiento o la atribución regional de los varios autores que constituyen este apogeo "clásico" toledano es un plato de primordial interés para la historiografía literaria.

Don Juan Manuel es autor cortesano, nacido en Escalona, pueblo de la provincia actual de Toledo. Su relación con Villena y los dialectalismos que pudiera determinar están contenidos por ,el uso de la Corte (1).

El Libro de Buen Amor es característico de la zona Norte de Castilla la Nueva. Aun cuando no es seguro cuál pudo ser el lugar de nacimiento de Juan Ruiz, son muy claras las referencias regionales en su obra. Alcalá de Henares, Hita y Toledo son los centros en torno a los cuales se desarrolla, principalmente, la vida y la obra del Arcipreste (2).

También desconocemos el lugar de nacimiento del Arcipreste ,de Talavera 3, pero es evidente su relación con la región tole­.clana. No obstante, hay datos sobre su larga estancia (1419-1428) en Cataluña, Aragón y Levante, y los recuerdos de esta época aparecen repetidas veces en su obra (4)

De Rodrigo Cota, autor del Diálogo entre el Amor y un Viejo, y probable autor del acto primero de La Celestina, sabe­mos que era natural de la ciudad de Toledo y que en ella estuvo avecindado (5).

La diversidad e inseguridad de sus autores complican el pro­blema de la localización regional de La Celestina. 'Talavera de la Reina, Toledo y Puebla de Montalbán, es decir, la región de To­ledo, puede considerarse como la propia tanto del autor del acto primero como del de los restantes (6).

Algo semejante sucede con el Lazarillo de Tormes, que, aun siendo obra anónima, muestra en su ambiente y en su lengua la localización regional toledana (7).

Respecto al Quijote, son Alcalá de Henares, Madrid y Toledo las ciudades que forman el eje de la vida de Cervantes. En se­gundo término, Sevilla, Valladolid y Argel ( 8).

Crítica de Castilla la Vieja

La literatura épico-heroica, característica de la Castilla nór­dica, no se continúa en la toledana, ni la orientalizada, irónica, picaresca y coloquial literatura de la "nueva" región castellana enlaza con los poemas épicos, sino que les opone a menudo su crítica burlesca y la superioridad incomparable de su técnica. Superioridad que tiene su fundamento en la intensa evolución lingüística de los siglos anteriores.
Esta crítica por el castellano "nuevo" de los idealismos ca­ballerescos y místicos del "viejo" es una constante histórica evidente. Hay muchos motivos para creer que el Libro de Buen Amor esconde multitud de alusiones irónicas al Poema de Mío Cid y a otros poemas épicos. El Lazarillo de Tormes, las "no­velas ejemplares" picarescas de Cervantes, y el Quijote, no di­simulan su ironía frente a los modelos caballerescos, derivados de la épica, e incluso frente a la mística, que tanta relación guarda con aquéllos. Hasta en el uso de los tratamientos y de las formas verbales es fácil descubrir, en estos autores, una intención hu­morística, una parodia de las fórmulas reverenciosas y cortesa­nas, propias del viejo estilo castellano (16).


NOTAS

1 El libro de Patronio ó el Conde Lucanor, compuesto por el Príncipe don Juan Manuel en los años de 1.328-29. Reproducido conforme al texto del códice del conde Puñonrostro, 2.s edición reformada, Vigo, Librería de Eugenio Krapf, 1902.-KNUST, El libro de los enxienplos del Conde I,ucanor et de Patranio, Leipzig, 1900.

2 ARCIPRESTE DE HITA, Libro de Buen Amor. Edición y notas de julio Cejador y Franca. Clásicos castellanos, Espasa-Calpe, Madrid, 1931-2.­JuAN Ruiz: ARCIPRESTE DE HITA, Libro de Buen Amor, texte du XIVe siécle, publié pour la premiére f oís avec les leCons des trois manuscrita cofsnus, par Jean Ducamin, Toulouse, Privat, 1901.

3 El Arcipreste de Talavera, o sea el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo, nuevamente editado, según el códice escorialense, por L. Bird Simpson, Berkely, University oí California Press, 1939. Tenemos también presente la edición, muy agotada, de MARTÍN DE RIQUER, Arcipreste de Talavera. Corvacho o reprobación del amor mundano. Selecciones Bibliófilas, Barcelona, 1949, que sigue, salvo pequeñas variantes, el texto de la de Simpson, y la de M. Penna, Arcipreste de Talavera, Milán, 1953.

4 Citas de Barcelona, págs. 78, 79, 1210, 19'4; de Tortosa, 77, 78, 284; de Valencia, 286; de Aragón, 58, edic. L, B. SIbIPSON. Hay, pues, que contar con la probable presencia, en su Libro, de dialectalismos de estas regiones.

5 Diálogo entre el Amor y un Viejo, por RODRIGO COTA. Edición crí­tica dirigida por Augusto Cortina, anotada por alumnos de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Plata, Buenos Aires, "Con¡", 1929. Cancionero General de Hernando del Castillo (manuscrito de la Biblio­teca Nacional de Madrid, R-3377), publicado por la Sociedad de Bibliófi­los Españoles, Madrid, 1882.

6 Tragicomedia de Calixto y Alelibea, libro también llamado La Ce­lestina. Edición crítica por M. Criado de Val y G. D. Trotter, C. S. I. C., Madrid, 1958.

7 La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Edición y notas de Julio Cejador y Frauca, Madrid, Espasa-Cálpe, 1952, Clásicos Castellanos, vol. XXV.

8 Don Quixote de la Mancha, tomos I (1928), II (1931), III (1935), IV (1941). Edición de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, Madrid, Grá­ficas Reunidas. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Nueva

16 M. CRIADO DE VAL, Lengitaje y cortesanía en el Siglo de Oro es­pañol; El futuro hipotético de subjuntivo y la decadencia del lenguaje cortesano, en Arbor, núm. 83, noviembre 1952 (C. S. I. C.).
Fisonomía de Castilla la Nueva

(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp. 132 y s.)

CRÍTICA DE CASTILLA LA VIEJA POR CASTILLA LA NUEVA

La picaresca es esencialmente una crítica, un análisis cada vez más despiadado de la vida en torno al protagonista, más que de su pensamiento, su moral o su vida mismas. Crítica social, política, pero también crítica regional.

La controversia regional de Castilla la Nueva frente a Cas­tilla la Vieja alienta en el fondo mismo del género. La ironía toledana no podía por menos de advertir la decadencia del espí­ritu caballeresco, representativo del viejo castellano nórdico. El ambiente de una ciudad como Toledo, llena de cortesanos y pa­rásitos, era, por otra parte, un campo muy propicio para que abundasen los modelos vivos del pícaro, en todas sus variantes : mendigos, celestinas, rufianes y sus necesarios complementos. escuderos, arciprestes contagiados de goliardismo, bulderos, etc.

No es de extrañar que la geografía regional de la picaresca girase en torno de dos grandes centros regionales: Toledo y Sevilla. De ellos fué pasando a otras ciudades (la picaresca es eminentemente ciudadana), como Segovia, Valencia, Málaga, has­ta extenderse por toda la Península. Pero es indudable que su principal y originaria divisoria geográfica fue la Sierra Central.

Esta reacción crítica de Castilla la Nueva frente a su vecino del Norte, ya se inicia en los primeros documentos. El Libro de Buen Amor esconde una reacción frente al problema caballeres­co, y en especial frente al Cid. Su intención más aguda no va, sin embargo, dirigida contra la estructura social de la caballería, sino contra la jerarquía eclesiástica. Sus sátiras en este sentido serían imposibles dos centurias después.

Pero la plenitud del criticismo toledano hay que buscarla casi dos centurias más tarde. En el anónimo o anónimos autores del Lazarillo y en la gran parodia castellana de Cervantes. No es casual que este apogeo coincida, más o menos, con la época del Emperador.

(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp.334 y s.)

lunes, julio 24, 2006

LA OPOSICIÓN CASTELLANA EN' EL CAMPO FONÉTICO (Teoría de castilla la Nueva , manuel Criado del Val)

LA OPOSICIÓN CASTELLANA EN' EL CAMPO FONÉTICO

Incluso admitiendo la posición primordial que a la fonética concede el historicismo, no es en ningún modo evidente que el re­sultado final de los cambios fonéticos certifique un predominio avasallador del castellanismo cantábrico. Claro está que necesi­tamos amplíar en gran medida el período de estudio. No es su­ficiente atender al período preliterario ; ni siquiera a la literatura medieval. En la evolución fonética actúan muchas fuerzas ocul­tas que tardan en salir a la superficie, y quizás sea procedimiento más seguro estudiar las consecuencias últimas para deducir los orígenes, que viceversa. O al menos conviene utilizar ambos ca­minos.

Aun limitando de momento nuestra atención al campo foné­tico, también en él vemos acentuarse la oposición entre ambas Castillas, a pesar de la unidad política que a partir de la Recon­quista les fuerza a atenuar sus diferencias.

Durante el período medieval y parte del renacentista (17), la región toledana es más conservadora del fonetismo tradicional que Castilla la Vieja. No cabe dudar que el paso fundamental f->h-, tardó en extenderse desde su original región burgalesa (siglos xi-xii) hasta su total conquista de la literatura toledana que llega hasta el siglo xv. (18)

"También es de origen castellano y de la misma zona burgal—e­sa del cambio anterior, la igualación b-v, de reflejo documental todavía más tardío (siglo xv) (18).

Sentido conservador de Toledo

La resistencia toledana a admitir estos cambios es fácil de comprender. Su cultura más elevada actúa de freno a toda pér­dida o igualación' de los sonidos latinos. Es un proceso normal: la masa popular lleva siempre la iniciativa en los desgastes fo­néticos; la minoría literaria, innovadora en la sintaxis y en me­nor proporción en el léxico, es decididamente reacia a los cam­bios de pronunciación, que casi nunca añaden expresividad ni obedecen a una necesidad lógica. La Corte toledana siempre tuvo una fuerte influencia literaria.

Desde el momento. mismo de su incorporación a la Recon­quista, Toledo es consciente de su misión rectora, no sólo de la política, sino también de la norma cultural, lingüística especial­mente, cuyo fin último es la vuelta a un solo patrón peninsular. Esta conciencia centralizadora, que con ayuda de la Corte logra extenderse con rapidez, va unida a otro clarísimo conocimien­to: el de la diferencia de "lo toledano" frente a "lo castellano" (19), que a lo largo del siglo xv, xvi y parte del xvii tiene seme­jante intensidad a la que separa actualmente "lo castellano" (que reúne a ambas Castillas) frente a "lo andaluz". Ejemplo claro de esta consciente actitud de los españoles del siglo xvi es el de Juan Valdés en su Diálogo de la lengua, al proponer la lengua toledana como guía y norma lingüística. Cristóbal Vi­llalón, por su parte, no oculta su bien distinta idea del toledano.

Es precisamente este momento. (fines del xv, xvi y primera mitad del xvii) en el que se está realizando una de las princi­pales evoluciones fonéticas del español, y cuyo desenlace ter­rninará con la diferenciación de varios sonidos, en especial de las sibilantes. Zona inicial de estos cambios seguirá siendo la región Norte.

Se trata de fenómenos populares, de cómodo ablandamiento en la pronunciación, que atenúan la sonora y resonante habla medieval. Igualaciones s-ss; z-Ç; x-j (similares a la b-v).

La igualación z -Ç pasa, como es lógico, por varias etapas in­termedias, más o menos fáciles de precisar en su descripción fonética, su fecha y su geografía regional. Los documentos pa­recen indicar que tanto C como z eran africadas (sorda y sono­ra) hasta mediados del siglo xvr; pasan luego a ser fricativas (con anterioridad en Castilla la Vieja que en Toledo); pierden progresivamente su oposición de sonoridad; se confunde un so­nido con otro y, al fin, quedan igualados en un solo fonema. Este desenlace final sólo llega a la Corte toledana, que ha opues­to una tenaz resistencia, a mediados del siglo xviii.

Resumen

La teoría de una gran avalancha castellanista, que descen­diendo de Cantabria llegase hasta el extremo sur de la Península, no es posible documentarla sobre testimonios de suficiente den­sidad. Los pequeños indicios que las glosas nos transmiten sólo son resquicios sobre los que no es posible reconstruir la com­pleja estructura del habla medieval en una cualquiera de las re­giones peninsulares. Y desconociendo en una medida tan grande la situación lingüística, fonética especialmente, de la España mo­zárabe, tampoco podemos dictaminar' sobre la no existencia en ella de fenómenos similares a los que aparecen documentados más al Norte, sin necesidad de recurrir a un influjo directo.

La expansión del dialecto castellano cántabro por las zonas recién liberadas de Toledo y de Andalucía no fué continua ni siquiera en los siglos de hegemonía política de Castilla la Vieja. Por el contrario, van apareciendo testimonios que demuestran cómo la presión mozárabe ascendía hasta el mismo corazón de la reconquista cristiana. Los monasterios e iglesias de la cuenca del Duero, en las inmediaciones de la propia Burgos y en León, guardaban documentos de indudable caracterización mozárabe en su léxico. Palabras indescifrables dentro del exclusivo campo románico aparecen diáfanas a la luz de la lexicografía oriental (33).

No nos debe extrañar este hecho. El que a tanta distancia, de la frontera islámico-cristiana aparezcan testimonios lingüísti­cos mozárabes se corresponde con la presencia de núcleos de esta misma población atestiguados por la toponimia. Se confirma la extrema permeabilidad que existía entre los dos mundos que luchaban y convivían en la Península, y acreditan las constan­tes emigraciones mozárabes hacia el Norte. El influjo de estas gentes cristianas, pero intensamente arabizadas, en los cenobios burgaleses por fuerza había de reflejarse en el terreno lin­güístico.

El número de españoles (hispano-godos) que islamizaron en los primeros siglos de la dominación fué muy grande. Pero estos núcleos siguieron usando la lengua familiar romance de manera semejante a los "tributarios" (cristianos y judíos). Tanto unos como otros, los conversos como los mozárabes, fueron podero­sos focos de irradiación romance, que sólo decayeron al llegar la represión almorávide. No cabe olvidar que Toledo fue el más importante de estos reductos mozárabes en la Península, aun cuando la documentación sobre él sea menor que la de otras comunidades del Sur, como la cordobesa o la sevillana. Ni tam­poco debe olvidarse que la importancia del mozarabismo en las dos mesetas centrales es radicalmente diferente, ya que apenas tienen interés los núcleos mozárabes de Castilla la Vieja.

El siglo xi y parte del xii esconden el proceso interno de la asimilación castellana por Toledo. Una vez salvado este largo período surge vigoroso en las centurias siguientes el "nuevo` castellano, que en la lengua literaria terminará su proceso for­mativo (34).

Cabe prever, aun cuando sea larga y difícil su comprobación, que el mozarabismo toledano fué el fermento activo de la lengua vulgar durante los siglos xi y xii, impulsado por la fuerte tra­dición cultural de la ciudad. Puede aplicarse a este proceso la noción, tan cara a Menéndez Pidal, del "estado latente" en que puede vivir un fenómeno lingüístico. La resistencia de la región toledana frente a la hegemonía de sus reconquistadores Cánta­bros, de más inferior tradición cultural, está bien probada en el mantenimiento y en la posterior imposición de su vieja legisla­ción del Fuero juzgo. También conservaron los mozárabes to­ledanos sus propios estatutos hasta bien entrado el siglo xiv, sin confundirse con los pobladores de otras regiones (35).

Sólo más tarde se unificará su propia literatura con la co­rriente literaria del Norte. Quedará, no obstante, como residuo de la duplicidad originaria, una clara oposición entre las tenden­cias lingüísticas del castellano "viejo" y las del castellano "nue­vo", con progresiva influencia andaluza; oposición que ya vis­lumbraron los teóricos gramaticales del Renacimiento.

En realidad, la insistencia en los orígenes cantábricos del español busca la correspondencia con la concepción histórico­-literaria que ve en la Reconquista un solo movimiento político, procedente de ese mismo punto, y que ha hecho del Pompa del Cid y de la propia figura del héroe la representación esencial del castellanismo. Cabe ciertamente señalar una activa presencia de los núcleos cantábricos frente al anterior predominio toledano al fin de la Reconquista. Cabeza de ella, es lógico que Castilla ampliara su expansión lingüística en esta "segunda" fase de los orígenes, pero nunca este influjo pudo suponer el predominio, ni menos la anulación de la poderosa tradición toledana.

Este mozarabismo sólo en apariencia fué barrido por el castellano reconquistador. Todo parece indicar, por el contrario, que hubo una fusión final del dialecto cántabro con el toledano y, más tarde, ya muy avanzado el período medieval, con el andaluz.

A fines del siglo xiv el castellano tiene ya todos los recursos expresivos necesarios para dar forma a una creación literaria de la complejidad del Libro de Buen Antor, y a fines del si­guiente puede dar su cima literaria en una obra como La Ce­lestina y asimilar un movimiento poético, ajeno a su tradición, como es el Renacimiento, sin peligro para su estructura. La evolución lingüística del castellano a partir de este momento no se detiene, como es lógico, ya que cada época imprime sus rasgos peculiares en la lengua, pero ya no podrá considerarse como proceso de formación o crecimiento, sino como alteraciones en un organismo enteramente formado. El lenguaje de La Ce­lestina, el del Quijote y el actual son variantes dentro de un semejante nivel.

NOTAS

17 A. ALONSO, De la pronunciación medieval a la moderna en espaítol, Madrid, Gredos, 1955.-T. NAVaxxo Tomás, A. M. ESPINOSA y L. RO­DRícIE,z CASTELLANOS, La frontera del Andaluz, en R. F. E., XX, 1933, páginas 225-277.-H. GAVEL, Essai sur l'évolution de la pronotiation du castillan depuis le XIT7me siécle, París, Champion, 1920'.-R. MENÉNDEZ PIDAL, Manual de Gramática histórica, Madrid, E.spasa-Calpe, 1944, 7' ed.

18 A. ALONSO, De la Pronunciación medieval a la moderna, págs. 23-71.

19 Castilla la Nueva es denominación tardía. En el período medieval, aparte el título fundamental de "Reino de Toledo", eran habituales los nombres de "Tras-sierra" y "Alíen-sierra".

33 A. STEIGER, Un Inventario Mozárabe de la Iglesia de Covorrubias en Al-Andalus, 1956, XXI, págs. 93-112.

34 Siento disentir del criterio de D. Ramón Menéndez Pidal, cuando afirma que la "lengua del toledano Cervantes, admirada en el mundo, no es otra que la lengua del burgalés Fernán González, murmurada por los cortesanos de León" (Castilla, la tradición, el idioma, ?" ed., Ma­drid, Col. Austral, pág. 32). Creo, por el contrario, que la diferencia entre ambas lenguas es enorme, y que el leonés, por sus propios medios, hubiera llegado a una meta muy distinta de la que es muestra el Quijote. Estaba demasiado alejado el espíritu medieval leonés del toledano para que hubieran podido coincidir, sin antes mediar un largo conflicto.

35 Ell mozarabismo no sólo es 'puente entre la cultura islámica y la cristiana, sino que es también el depositario del neoclasicismo isidoriano; el lazo principal que, durante el largo corte musulmán, mantuvo la tra­dición románica en las zonas dominadas.

(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp. 107 y s.)

DIFERENCIAS DE SUSTRATO ENTRE LAS DOS REGIONES CASTELLANAS (Teoría de Castilla la Nueva, Manuel Criado del Val)

DIFERENCIAS DE SUSTRATO ENTRE LAS DOS REGIONES CASTELLANAS

Una oposición fundamental entre ambas Castillas es la que establecen los diversos sustratos que actúan en su formación lin­güística (12). En la región norteña, separada de la del Sur en un período decisivo de evolución por factores tan poderosos como la frontera militar, la sierra, y la despoblación de una extensa zona intermedia, es preciso contar con dos probables sustratos:
el cantábrico y el de los primitivos dialectos ibéricos (13). En la región toledana la presencia de pobladores prerromanos, iberos y celtas, pudo también influir en determinados procesos foné­ticos.

Pero no es la diversidad de sustratos prerromanos la qué esencialmente opone a Castilla la Vieja frente a Toledo. Hoy apenas es posible deducir consecuencias acerca de la nebulosa influencia de unas lenguas prehistóricas cuya estructura desco­nocemos (14) sobre las variantes regionales del castellano. La más profunda diferenciación originaría está determinada por unos bien conocidos y poderosos "adstratos" : el vascuence, extendido durante la Edad Media por una amplia población bilingüe y adentrado en los actuales de Castilla y de Aragón, y el árabe, cuya influencia desde los principales centros andaluces tuvo un largo período de irradiación.

De la influencia del primero parece cada día ser inás evi­dente que presionó sobre cambios tan importantes como el de f-> h-; b-v. Hay también muchas probabilidades de que influ­yera en la sonorización de las oclusivas sordas detrás de las na­sales y líquidas; en la evolución de la s apical ; en la palataliza­ción de las geminadas: ll,-n, l, n. Naturalmente, es difícil sepa­rar lo que corresponderá en estos cambios al primitivo elemento ibérico que en gran parte sería común a otras regiones de la Península, y lo que obedecería a una presión del bilingüismo castellano-vascuence en época medieval y en el área norteña (16).

La influencia del árabe en toda la región islamizada actúa en una doble vertiente: el mozarabismo romance, forzado asi­milador de la escritura y de algunas características de la lengua conquistadora, y el árabe español, contaminado, a su vez, por las especiales condiciones de los nuevos hablantes peninsulares.

Pueden, no obstante, atribuirse al contagio árabo-romance varios fenómenos cuya correspondencia en ambas lenguas es no­table. En especial algunos fonemas españoles han debido ser in­terferidos por el fonetismo árabe o hispano-árabe. El proceso de paíatalización tanto puede atribuirse a un a un proceso latino como a un contagio de cambios similares ocurridos en el árabe . La correspondencia arábigo-española en los sistemas de sibilantes observada por Amado Alonso es otra hipótesis sugestiva (RFH, 146, VIII, página 68.)

Es fácil imaginar la larga cadena de dificultades que nos impiden todavía una observación clara de este campo. Diferencias radicales en el vocalismo y en su trascripción; oposición intra­ducible entre el sistema de las consonantes árabes, en las que el énfasis y la velarización son características, frente al sistema ro­mánico de articulación más adelantada.

Esta dificultad, no sólo de determinar los mutuos influjos, sino la equivalencia de sistemas tan diversos, todavía se acre­cienta a causa de la escritura árabe, en que aparecen transcritos los textos mozárabes. No sólo es dudosa la trascripción de los sonidos; también el acento, muy fluctuante en el árabe, plantea difíciles problemas. Es necesaria una labor previa para fijar las diversas equivalencias que todavía está lejos de haberse ter­minado.

NOTAS

12 F. H. JUNGEMANN, La teoría del sustrato y los dialectos hispano­ronances y gascones, Madrid, Gredos, 1955.

13 A. TOVAR, Estudios sobre las primitivas 'lenguas hispónicas, Buenos Aires, "Con¡", 1949.-1DEM, El Euskera y sus parientes, Madrid, Mino­tauro, 1959.

14 Solamente se ha logrado transcribir el alfabeto ibérico. Ver M. Gq­DIEZ MORENO en sus tres artículos: RFE, IX, 341-366; Hom. M. lPidal, 111, 475-499, y BRAE, XXIV, 275-288. Crítica de J. VALLEJO en Erne­rita, 1947, XI, 461.

15 J. B. MERINO URRUTIA, El vascuence en el Valle de Ojacastro (Rioja Alta), Madrid, Soc. Geo. Nac., 1931.-R. MENÉNDEZ PIDAL, Orí­genes, pág. 55.

16 Aparte de la correspondencia entre las áreas geográficas de los cambios f-la, b-v y el sustrato ibérico, pudo influir en dichos cambios la falta de labiodentales característica de las lenguas ibéricas. Cabe también pensar que la evolución de determinados fonemas hispano-romances haya sido interferida por el fonetismo árabe o hispano-árabe. Ciertamente, al­gunos sonidos latinos tienen gran parecido en su evolución con la que po­dría derivarse de un proceso propio del árabe (palatalización), lo cual permite la hipótesis de un contagio.

viernes, julio 14, 2006

Lucha de Toledo por la supremacía (Teoría de Castilla la Nueva , Manuel Criado del Val)

LUCHA DE TOLEDO POR CONSEGUIR LA SUPREMACÍA. LA IDEA IMPERIAL


Uno de los puntos de apoyo principales a que se aferra To­ledo para defender su supremacía, luego de su incorporación a la reconquista cristiana, es la del viejo imperialismo peninsular.

La persistencia de las tradiciones visigodas en la España medieval es uno de los fenómenos más interesantes que se ha planteado nuestra historiografía. Don Ramón Menéndez Pidal es el más entusiasta defensor de la que él denomina "idea im­perial", que sitúa inicialmente en la Corte leonesa, para volverla a descubrir en la toledana del siglo xrr, y a la cual estima clave decisiva de la historia medieval española (21).

La necesidad de la Corte leonesa de rodearse de una majestad que amparase su decadencia militar, fué haciendo habitual el título de "Imperator" entre los reyes leoneses. Junto a esta ne­cesidad seguía latente una jerarquía entre los reinos peninsula­res que permitía considerar a varios de los reinos como teórica­mente sometidos a un solo emperador. Sería Toledo, con Al­fonso V I' y Alfonso VII la encargada de intentarlo en la realidad. Al incorporarse al nuevo reino castellano, Toledo no sólo recupe­ra la capital, sino que da la auténtica base y finalidad a la idea del Imperio, que antes había existido en León como dele­gación del goticismo toledano.

El sentirse dueño de Toledo (Magnificas Triumphator) fué lo que en realidad animó a Alfonso VI a lanzar por la Península su arrogante título Totius Hispaniae Imperator (22), que si no fué aceptado de hecho por todos los otros reinos peninsulares, inició el vasallaje aragonés y abrió el camino a las posterior unidad de los Reyes Católicos.

Pero, probablemente, la persistencia de esta "idea" en las monarquías medievales no tuvo una efectividad popular ni cons­tante. Su aparición parece más bien esporádica y resultado del influjo de minorías intelectuales en reinados de signo favorable.

Mucho más constante y más arraigada en la conciencia re­gional toledana está otra "idea" y, más propiamente, otro "in­terés", que puede confundirse con la "idea imperial". Toledo nunca abandonó el recuerdo ni la ambición de volver a ser la "capital peninsular" ; el centro político de España. Su vida misma en la Edad Media depende de esta dramática alternativa: ser la capital o vivir la constante inquietud de su fortaleza fron­teriza. Hasta la época moderna conservará esta tradición, y su ruina final, al perder definitivamente la capitalidad en beneficio de Madrid, confirmará la razonable de su temor.

La constante lucha de Toledo frente a Córdoba en el período musulmán esconde con toda probabilidad una competencia entre las dos ciudades. Si Toledo hubiera conservado su rango de ca­pital durante la dominación islámica, el signo religioso de Es­paña es posible que fuese hoy distinto.

Pero lo cierto es que ni por su posición, demasiado alejada de las bases africanas, ni por su espíritu, demasiado rebelde ( 23), po­día interesar como capital, tanto al emirato orientalista como al califato hispánico.

El Islam, por su parte, enraizado en Córdoba, a un extremo de la Península, estaba colocado en una pésima situación estra­tégica para dominar la resistencia mozárabe y lograr una consis­tente unidad hispánica.

Toledo frente a Burgos

Una vez incorporada definitivamente al campo cristiano de la Reconquista, Toledo cambia su frente defensivo. Ya no es peligrosa la competencia con zonas o poblaciones del Sur, sino la que amenaza con relegar a una equívoca situación de tierra re­cién conquistada, de "nueva" Castilla, a la antigua capital visi­goda. Afortunadamente, ni dentro de la ciudad ni en la región del Norte se había perdido la tradición visigótica que reconoce este derecho a la villa carpetana.

En la inevitable concurrencia que muy pronto se inicia entre Toledo y Burgas, esta última ciudad esgrime como primer ar­gumento de su predominio el hecho positivo de ser cabeza de Castilla, representación de los conquistadores. Toledo ha de re­currir al peso de una tradición indiscutible pero que precisa salvar un paréntesis de más de trescientos años. Ha de enfrentarse también con el equívoco, que Burgos impulsa complacidamente, entre lo que significa su incorporación al reino de Castilla y a la región de Castilla. Ya se vacila entre mantener la peligrosa de­nominación de "reino de Toledo", lleno de reminiscencias islá­micas, frente al impropio y secundario de "nueva Castilla".

Esta competencia secular entre Burgos y Toledo tiene un claro y bien documentado reflejo en la lucha de ambas ciudades por lograr un predominio, o al menos una posición más honrosa en las Cortes (24) . Inicialmente, parece adelantarse Burgos en esta curiosa carrera. En las primeras Cortes, apenas diferenciadas de los viejos Concilios (25), en Burgos recaía la precedencia en el lugar y en el uso de la palabra. Hasta mediados del siglo xiv, en las Cortes de Alcalá de Henares de 1348, no hay noticia de que se suscitase por parte de Toledo protesta alguna. La discor­dia en presencia de Alfonso XI se resolvió en aquella ocasión con una ingeniosa fórmula real, que no debió satisfacer entera­mente a los procuradores toledanos, pero que se hizo clásica e insustituible en ocasiones similares: "Los de Toledo farán lo que yo les mandare, e así lo digo por ellos, e por ende fable Burgos" (Crón. del Rey don Pedro, año II, cap. XVI).

Se renueva la porfía en las Cortes de Valladolid en 1351, y el rey don Pedro sosiega a los procuradores con la misma fórmula de Alfonso XI. Una carta suya dirigida a la ciudad de Toledo estando celebrándose Cortes en Valladolid a 9 de noviembre de 1351 es el documento más antiguo que da noticia de la dispu­ta suscitada por 'Toledo contra la prerrogativa de Burgos: "Don Alfonso, mío padre, en las Cortes que fizo en Alcalá de Henares, et en la contienda quellos (los de Toledo) fablarian primera mien­tre en las Cortes... tuvo el por bien de fablar en las dichas Cor­tes primera mientre por Toledo. Et por esto tuve por bien fablar en 'las Cortes que agora fiz en Valladolit primera mientre por Toledo" (Actas de las Cortes de Castilla, 1, nota pág. 17).

La razón de los procuradores de Toledo para ocupar la pre­ferencia se apoyaba en su mayor antigüedad y nobleza y en haber sido la "Corte de los Godos" y sin duda correspondía su argu­mento al espíritu inicial de las primeras convocatorias. Ya a partir del siglo viii, Alfonso II el Casto (791) al restablecer en Oviedo la tradición visigoda daba a Toledo esta preeminencia "Omnem Gothorum ordinem, sicuti Toleto fuerat, tam in EcCle­siam quam Palatio, in Oveto. cuncta statuit" (Chron. Albelden­se, V Flórez, España Sagrada, XIII, 453).

Los incidentes entre Burgos y Toledo por ocupar el primer banco; por la prerrogativa de hablar por el estado general; por la prioridad en el juramento, en el pleito homenaje y en otros actos de las Cortes, se suceden a partir del famoso Ordenamiento de Alcalá. En Valladolid (1351); en Toledo (1402-3), donde es el propio rey Enrique III quien ha de expulsar a los procura­dores toledanos del asiento de los de Burgos. Se repiten los incidentes en 1406 y 1442, hasta transformarse en una tradicióncasi inescusable. Hasta en las propias Cortes del siglo xvi, bajo el Imperio, que había de ser mortal para Toledo, de Carlos V, se conserva viva la rivalidad de las dos ciudades, según puede apreciarse en muchos pasajes de las Actas (26).

Perfil invariable de Toledo.

Ya hemos indicado hasta qué punta la historia ciudadana de Toledo depende de su tenaz particularismo, invariable a través de los distintos períodos. Esta continuidad tiene un efecto todavía hoy a la vista, en la especial estructura urbana de la ciudad, concebida con un minucioso y eficaz sentido defensivo. Apenas se advierten modificaciones importantes al comparar la actual topografía de la villa con la que aparece reproducida en el plano del famoso cuadro del Greco e incluso con el bosquejo que de la Toledo mozárabe en los siglos xr y xii hace González Palencia. Similar extensión del recinto amurallado, prueba clara del muy semejante volumen de su población; idéntico aprove­chamiento y orientación de su posición estratégica. Destaca el perfil amplio y bien definido de la judería y el no muy extenso del Arrabal. La doble preocupación defensiva, frente al enemigo de fuera y a las facciones internas, que es rasgo peculiar en la historia militar de la ciudad, está bien manifiesta en la situa­ción de la Alcazaba y en la complicada distribución de las calles, que permite establecer sucesivas y diversas líneas de defensa (27).

Esta casi inapreciable variación de sus rasgos topográficos es un factor utilísimo para la localización, en Toledo, de varios importantes textos medievales y renacentistas. Lástima que to­davía esté por hacer una toponimia histórica de sus calles.

Resumen

En resumen, vemos caracterizarse la historia de Toledo por una inmutable persistencia de unos pocos, pero fundamentales, propósitos. Su participación en la Reconquista será de distinto signo religioso que la de Castilla, y en algunos momentos no parecerá tener conciencia de ella. Hecho nada extraño cuando tantos olvidos semejantes se producían en las regiones cristia­nas. Pero no deja de ser extraño que nuestra historia tradicio­nal haya desatendido la semejanza entre el proceso político de incorporación de Toledo a Castilla y el que se realiza entre Castilla y León. o entre Castilla y Aragón.

La firme tradición visigoda que impulsa a Toledo a recobrar su capitalidad hubiera podido desviarse hacia la España musul­mana si el predominio cordobés y el excesivo alejamiento fron­terizo de Toledo, no hubieran descartado su candidatura. La permanente rebelión de la antigua capital postergada haría caso omiso más tarde del signo religioso al tener que enfrentarse con una nueva amenaza, procedente esta vez del Occidente germá­nico. Rebeliones frente al Califato y comunidades frente al Im­perio son signos de una misma tendencia.

La dualidad histórica entre Toledo y Castilla se resuelve de acuerdo con estas directrices en una' oposición regional y en la concurrencia política de dos ciudades, Toledo y Burgos, que aspiran, en la renovada unidad peninsular, a ser cabeza de la monarquía. En esta rivalidad no estará ausente la confusa es­tructura racial toledana, aceptada sólo en apariencia por la to­lerancia alfonsí. La trágica lucha entre las minorías religiosas, que acabó eliminando a los núcleos judíos e islámicos, y el tras­lado de la Corte a Madrid, fueron los hechos decisivos que ter­minaron con la gran historia de Toledo.

NOTAS

21 No parecen ser falsos los diplomas en que aparece el de título de Imperator (referido a Alfonso III, a Ramiro III y a Ordoño II), así como tampoco los que aluden al "Ius imperiale" de los soberanos leoneses. Sin embargo, a partir del siglo x, el título de Imperator se aplica por los escribas a descendientes de condes y reyes con claro matiz diferenciador. Cabe pensar, según todos los indicios, que existía una idea imperial que no alcanzó a cristalizar.

22 R. MENÉNDEZ PIDAL, El Imperio hispánico y los Cinco Reinos, Saeculum, III, 1952, 345-348.-Idem, Adefonsus, imperator toletanus inag­nificus triunaphator, BRAH, 1932, 521-522.-Idem, Idea imperial de Car­los V, Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 1940.-A. GARCÍA GALLo, El Imperio medieval español, en Historia de Espam1a, de "Arbor ".­A. STEIGER, Alfonso X el Sabio y la idea imperial, en Historia de Es­paña, de "Arbor ".

23 Según el juicio de Ibn Alcutía, "jamás los súbditos de monarca alguno poseyeron en tan alto grado el espíritu de la rebeldía y la sedi­ción" (Ed. de la Academia, págs. 45-6; SIMONET, Historia de los Mozára­bes, pág. 300).

24 Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla. Introducción por Manuel Colmeiro, Madrid, Real Academia de la Historia, 1883.

25 Es muy difícil, dentro del carácter de las instituciones medievales, determinar el momento "en que Ios Concilios pierden su carácter mixto y son reemplazados en el orden político por las Cortes" '(Colmeiro, 9).


26 La violencia de esta disputa no se detiene ni ante el Emperador, poco favorablemente dispuesto a estos conflictos:

"Y llegados á la quadra de su Magestad, se pusieron por órden en sus vancos, comennando desde Burgos, y los de To­ledo,estuuieron arrimados á la pared, fuera del vanco: y salió su Magestad y con él el Príncipe don Carlos, nuestro señor, y sentáronse, y mandó su Magestad á los procuradores que se sentasen: y entonces arremetieron los de Toledo á los procu­radores de Burgos y se asieron de los bragos para quererlos quitar de donde estauan, diziendo que aquel era su lugar, y los procuradores de Burgas defendiéndose, anduuieron forcejando tanto, que pareció demasía; y su Magestad les mandó parar y que se guardase lo que se acostumbraua hazer; y aun fué ne­cesario que dos alcaldes de córte que allí estauan, llegasen á ellos para los desasir. Y en esto se fueron los procuradores de Toledo á lo más bajo de los vancos, donde estaba puesto un vanquillo solo, y se sentaron en él y pidieron por testimonio lo que auia pasado y lo que su Magestad mandaua, para guarda de su derecho, y justicia." (Actas de las Cortes de Castilla, Con­greso de los Diputados, tomo I, Madrid, 1861, págs. 16-7.)

Surge también la inevitable disputa por la preferencia en hablar, y ha de intervenir, según tradición, el propio monarca:

"Acabada de leer la proposición se leuantaron los procura­dores de Burgos para responder á su Magestad y lo mismo hizieron los de Toledo, y comengaron los unos y los otros á hablar, y entonces su Magestad dixo: `Toledo hará lo que yo le mandare; hable Burgos." Y Toledo pidió por testimonio cómo su Magestad hablaua por él." (Actas de las Cortes de Castilla, tomo I, pág. 28.)

La irritación del Emperador, poco partidario de la limitación que para su autoridad representaban las Cortes y enemigo por varias causas de Toledo, se manifiesta en una de sus clásicas medidas "políticas"

"Los procuradores quedaron aguardando al marqués de Mon­dejar que saliese, y salido dixo, que su Magestad mandaua que se quedasen allí en la quadra los procuradores de Toledo, y en­tonces algunos de los demás dezian que no querian salir de allí sin Toledo, creyendo quedar presos: y el marqués les dixo que no quedauan presos y que no tenían para qué aguardarlos allí, y con esto se fueron con el dicho marqués. Y llegado á su casa mandó a lose alcaldes de córte que hiziesen lleuar presos á los dichos procuradores de Córtes de Toledo, al uno á su casa y al otro á casa de un alguacil, y con esto se concluyó lo deste día." (Ibídem, págs. 28-29.)


Esta lucha entre las Cortes y el Emperador, que acabará con el triun­fo de éste, era impulsada por los consejeros flamencos de Don Carlos. Según la Historia de Sandoval, estos cortesanos, con Chevres a la ca­beza, "hicieron en Burgas los días que el Emperador allí estuvo, brava instancia porque el regimiento nombrase procuradores a su voluntad", consiguiendo que fuese nombrado el Comendador Garci Ruiz de la Mota "del Consejo del Emperador". Por otro. lado, el propio Carlos V, irri­tado con la resistencia de los procuradores de Toledo, trató de desem­barazarse de ellos, llamándoles a la Corte, para que "en su lugar fuesen otros que andaban en la Corte criados de su Magestad, porque sacando unos y entrando otros, se pudiese hacer lo que su Magestad mandaba" (ibídem, V, XIII).

La finalidad premeditada del Emperador, que logró imponer a sus sucesores en la casa de Austria, era desembarazarse de la molesta traba que suponía para su política alemana la convocatoria de unas Cortes de natural orientación peninsular. Al fin logró reducirlas al trámite de pro­rrogar el servicio y oír las peticiones de los procuradores, dilatando in­definidamente la respuesta. Dentro de esta misma rutina, cada vez más acentuada, quedó la antigua pugna entre Toledo y Burgos.

27 La fortificación romana amuralló- la parte alta del cerro, convir­tiéndola en ciudadela militar. La dominación visigoda amplió notable­mente el casco de la ciudad que se extendía por la parte baja, y dejó indefenso el interior frente a las revueltas partidistas. Los árabes corri­gieron este fallo mediante un doble recinto que dividía a la ciudad en dos distritos: uno alto y otro bajo Los mozárabes y judíos fueron rele­gados a la parte baja.

Las callejas cerradas e irregulares, las puertas internas de la ciudad, las casas convertidas en pequeñas fortalezas, entre las que era fácil el paso por las azoteas, y los amplios aleros, facilitaban la defensa callejera. Además, el sistema defensivo exterior se entrelazaba con los del interior, en previsión de las continuas sublevaciones. Se contaba con numerosos algibes con pozos artesianos y con enormes silos, que permitían un lar­guísimo asedio. Todos estos factores acabaron convirtiendo a Toledo en una plaza inexpugnable, no sólo para las posibilidades militares de la Edad Media, sino incluso para gran parte de las modernas, según lo ha probado la última campaña.

(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA , Manuel Criado del Val , Madrid 1960, pp.93,101)

jueves, julio 13, 2006

INFLUJO DE LOS CAMINOS EN LA DUALIDAD CASTELLANA (Teoría de Castilla la Nueva, Manuel Criado del Val)

INFLUJO DE LOS CAMINOS EN LA DUALIDAD CASTELLANA

A todo lo largo de su historia ha sufrido Castilla la Nueva las consecuencias de ser lugar principal de paso y cruce estra­tégico de la Península. Su población desistió pronto de emigrar a cada avalancha invasora y prefirió resistir y acomodarse a las nuevas condiciones. No se despobló como las regiones del Duero, bien protegidas en su retirada hacia las bases montañosas del Norte.

Entre las dos Castillas fueron así progresivamente estable­ciéndose diferencias tan esenciales que pueden observarse en cualquier aspecto de su cultura. Frente a la fuerte vinculación europea de Castilla la Vieja, la Nueva opone su extraño carácter mixto de rasgos orientales y occidentales, escéptico y picaresco, plagado de contradicciones, y nunca enteramente cristianizado. En esta región tendrá su asiento natural una literatura desarrai­gada y picaresca, poblada de protagonistas equívocos. Será el diálogo su propia expresión estilística, normal en un pueblo ca­llejero, habituado durante siglos a la dialéctica, al cambio brus­co de situaciones y al trasiego continuo de gentes y de ideas.

Es natural que en la Castilla del Norte, encerrada en un círculo de montañas, que domina con su mayor altitud los es­trechos accesos periféricos, como una enorme atalaya defensiva sea, por el contrario, campo propicio al desarrollo de una épica caballeresca, europea y cristiana, y a una mística encastillada e inaccesible a todo intento de heterodoxia.

Castilla la Vieja se repliega y despuebla en su línea fronteriza del Sur cuando la fuerza expansiva del Islam está en su plenitud, pero mantiene intacta su personalidad preislámica durante la Reconquista. Cuando en el siglo xi los castellanos "viejos" des­cienden a la meseta toledana se encuentran con gentes de menta­lidad muy distinta de las que allí habían dejado tres siglos y medio antes, pero muy pronto serán asimilados y sufrirán la misma transformación que los anteriores conquistadores. A cam­bio del dominio político verán confundirse sus ideales caballe­rescos y místicos, y su organización, todavía llena de resabios germánicos, se mezclará con modos y estructuras orientales. La ironía, el escepticismo crítico, la dialéctica y el sensualismo pi­caresco de los "nuevos" castellanos señala la frontera espiritual entre ambas Castillas. Sólo una visión superficial puede des­mrientarse por su aparente unidad. Por debajo de su ficticia asi­milación se mantienen, al menos durante las cuatro centurias siguientes a su conquista, las invariables características toledanas. Tan sólo la expulsión de judíos y moriscos, la Contrarreforma y la fuerte emigración toledana hacia el Norte consiguen unificar algunas de sus grandes diferencias.

(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp. 70,71)

martes, julio 11, 2006

TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA (Manuel Criado del Val)

TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA
(La dualidad castellana en los orígenes del español)
Manuel Criado de Val
Biblioteca Románica Hispánica
Editorial Gredos
Madrid 1960

INTRODUCCION.

Ninguna preocupación parece ser más viva en los críticos e historiadores españoles, de la ya casi pasada generación, que la definición de España. Se suceden los grandes libros, en aparien­cia objetivos, que esperan apasionada, obsesivamente, afiliarnos a un concepto más o menos extremado; a una ambiciosa sínte­sis española.

En el extraño pleito que sobre el tema de España han enta­blado Américo Castro (1 ) y Claudio Sánchez Albornoz (2 ) queda, al fin, deformada la figura histórica de nuestro país; oscurecidos sus rasgos por unos juicios demasiado rotundos y contradicto­rios, encaminados, ante todo, a rebatir una tesis antipática en todos sus puntos y sobre todos los terrenos.

La historia española se aleja así de su misión. La creación artística, llena de novedades valiosas, de Américo Castro, se envuelve en un ropaje erudito. La reseña crítica de Sánchez Albornoz se hace obsesiva, demasiado larga y personalista. Lás­tima que tanto esfuerzo y tanta inteligencia sean desvirtuados por la excesiva y mutua parcialidad.


Los críticos y novelistas del 98 son, sin duda, los antepasados directos de esta ansia renovada por explicar la fórmula que ha hecho posible la contradictoria historia española. Predomina desde entonces el pesimismo; la sospecha de que hay una do­lencia en nuestro organismo físico o moral. A la quiebra econó­mica y a la mezcla de razas se ha cargado, de manera no muy clara, el peso de la principal responsabilidad.

En la ambiciosa pretensión de definir la imagen de España se suele incurrir en un grave error metodológico : se confunden unidades heterogéneas al unir determinadas épocas y regiones de características muy diferentes, sólo asimiladas en fecha re­ciente. A las mismas grandes denominaciones de Castilla o de España sólo es posible darles su sentido actual si se escoge el momento con prudencia.

Desde Saussure, los estudios lingüísticos esquivan cuidadosa­mente este peligro y separan los planos sincrónicos (especie de cortes longitudinales en la Historia) de la evolución diacrónica, concepto este último cada día más propicio a reducirse a la sim­ple suma de estados sucesivos. Sin duda, los historiadores po­líticos españoles tienen un criterio más o menos similar formado sobre sus propios problemas, pero en su aplicación práctica apenas se advierten los efectos. La proyección horizontal y ver­tical de que habla en algunas ocasiones Sánchez Albornoz, está prácticamente ausente de su esencial versión histórica.

Pero es lo cierto que una historia tan varia y accidentada como la nuestra exige una extrema precisión a la hora dé clasi­ficar sus distintas unidades, tanto geográficas como políticas o lingüísticas. La unidad española es hoy un hecho real, pero la causa principal de sus innumerables vicisitudes está en la múlti­ple personalidad de sus regiones, que, a su vez, procede de sus variadas épocas históricas. El establecimiento de unos períodos claros y precisos es una de nuestras principales finalidades. Cas­tilla la Nueva es por ello, en nuestra teoría, un concepto restringido al período que media entre la reconquista de Toledo (1085) y la expulsión de los moriscos (1609). Naturalmente, que el ri­gor de estas fechas no delimita, en la realidad, una frontera insoslayable.

Al estudiar el complicado marco de culturas y de razas, que está en la base de la historia española, es, asimismo, indispen­sable atender a sus varias estructuras transitorias y locales. No es lícito confundir con la actual conciencia española la de otros pueblos que vivieron en la Península con distinta raza, religión, lengua y cultura; lo cual no impide que puedan tener con nos­otros rasgos familiares. La historia de romanos, visigodos, ára­bes y judíos en la Península no debe confundirse con nuestra historia de España, aunque forme parte de su sustrato.

Como es extremoso unificar cuanto ha sucedido en la geo­grafía peninsular, también lo es la visión, parcial, que hace de­pendiente de una zona o de una época determinada el resultado moderno que se considera definitivo. Para que el análisis histó­rico sea eficaz, es preciso establecer una periodicidad rigurosa y considerar dentro de sus propias circunstancias las épocas de formación: la clave histórica de un largo período medieval no tiene exacta continuidad con nosotros, y su estudio nos obliga a considerar una doble y aun triple orientación; a combinar la his­toriografía cristiana de la reconquista con la versión musulmana, aun a pesar de la difícil conciliación de las crónicas con los re­latos islámicos. Es preciso reunir sobre una base ideal la .comu­nidad y la lucha medieval de las tres religiones; dar su situación y valor reales a la persistente población indígena. Sólo merced a un gran esfuerzo: erudito nos será posible comprender ese mundo peninsular medieval, tan distinto del nuestro, ya que de éste han sido desplazados radicalmente dos de sus elementos for­mativos: el judío y el musulmán.

No sabemos, realmente, en qué puede fundarse la tajante afirmación de Américo Castro, según la cual "en el año 1000, la España cristiana era ya en la esencia como en el 1600" (3). A falta de los seis siglos más decisivos, de transformación más intensa de la estructura social española, no son necesarias muchas pruebas para desmentir esta afirmación. Es criterio muy pelí­groso prescindir del análisis minucioso cuando se trata de reali­dades tan complejas como España, que obligan a pasar por los siglos mucho más despacio.

La confusión a que conduce esta mezcla heterogénea de uni­dades históricas se hace todavía mayor al mezclarse las regiones, que sólo en época relativamente reciente han logrado su verda­dera y firme unidad, y que representan dentro de la síntesis española aspectos bien diferenciados. Nuestros historiadores, y también nuestros filólogos, han incurrido en el grave error de considerar en forma unitaria a las dos Castillas, a pesar de que están bien definidas, tanto en su historia como en su geografía. Y no debe considerarse como un simple problema local la dife­renciación castellana, ya que no es dudoso que en las dos me­setas centrales se forjó, en proporción esencial, la gran historia peninsular.

En torno a Castilla giran obsesivamente tanto la tesis cris­tiano-islámico-judía de Américo Castro como la occidentalista de Sánchez Albornoz. Su diferencia principal está, probablemente, en que mientras la primera tiende a la imagen preferente de Toledo, en Sánchez Albornoz domina la figura representativa de Burgos (4). Podían haber llegado a un acuerdo si en lugar de una falsa generalización hubieran separado la Vieja Castilla, de predominio cristiano occidental, de la Nueva, descendiente directa del complejo mozárabe-judaico-islámica del Reino de Toledo.

Pero lo cierto es que en la diferenciación de estas regiones se esconde uno de los más decisivos problemas de la historia española, aunque, naturalmente, España es algo más que Cas­tilla, del mismo modo que el español es algo más que el caste­llano. El afortunado concepto lingüístico que define a este último como un complejo dialectal puede aplicarse, ampliado, al pro­ceso de unidad-diversidad que define nuestra síntesis regional.

Es bien de lamentar que la confusión entre las dos Castillas se encuentre en el punto central de la historiografía española. La oposición entre Castilla (como término genérico) y León, aun siendo menos significativa, ha predominado sobre la de Bur­gos frente a Toledo. Ninguna frontera geográfica establece, no obstante, un límite entre la región leonesa y la castellana, ni su historia deja de ser un progresivo avance cristiano hacia la Cordillera central, verdadera frontera entre el Islam y el Occi­dente. Oviedo, León y Burgos ven pasar una misma corte pasa­jera, cuyo definitivo emplazamiento, y su todavía más definitiva transformación, sólo vendrán con su llegada triunfal a Toledo.

Algo semejante sucede con el idioma, y no es la menor de las desviaciones a que nos ha llevado la confusión regionalista, la que fija los orígenes del castellano. La cuna del idioma ha sido delimitada, de acuerdo con la cuna de la reconquista, en una pequeña zona cántabra, cuya fuerza expansiva es indudablemente exagerada. Sin embargo, ni el castellano vulgar ni el literario tienen un origen tan simplista. Su base principal no es la inva­sión del dialecto cantábrico, sino el encuentro y la fusión de éste con el mozárabe toledano y el andaluz. Correspondería al pri­mero la inicial evolución fonética y morfológica modificada, a raíz de la conquista de Toledo y del establecimiento de la Cancillería Imperial, por las características mozárabes de los dialec­tos del Sur. La presión de estos dialectos hacia el Norte no sólo llega a neutralizar el avance cántabro, sino que inicia una influen­cia andaluza, que todavía se mantiene en nuestros días.

El criterio, excesivamente fonético, de nuestros lingüistas de principios de siglo, ha desequilibrado este problema, al desaten­derse los importantes cambios léxicos, morfológicos y sintácticos que se operan en el castellano de la Baja Edad Media. Lástima grande, asimismo, ha sido que junto al modelo lingüístico del Poema del Cid y de la primitiva epopeya, no estuvieran presen­tes en semejante grado de atención los fondos mozárabes, que todavía esconden una de las principales fuentes del castellano, y, salvando su distanciamiento histórico, los documentos de la Can­cillería de Alfonso X.

Algo semejante sucede en el aspecto literario. En la épica y más concretamente en el Poema y en la figura del Cid se ha situado la más genuina representación de lo "castellano". Pero lo cierto es que Castilla la Nueva no tiene parte activa en esta epopeya. Más aún, en tierras del Reino de Toledo aparecerá, más tarde, la crítica irónica del idealismo caballeresco que toda epopeya representa. Literariamente -dice Menéndez Pidal- se distingue Castilla por "haber sido la única que dentro de la Península heredó la poesía heroica de los visigodos" (5). Conven­dría explicar que es a Castilla la Vieja a quien únicamente puede referirse esta afirmación y añadir que no hay posible conjunción entre el Cid y Don Quijote.

La literatura de Castilla la Nueva no tiene su verdadero origen en el Poema del Cid, sino, más tardíamente, en la literatu­ra alfonsí y, sobre todo, en la obra de Juan Ruiz, representativa del espíritu toledano del siglo xiv, que continúan sin quiebra otros autores de esa misma región: El Arcipreste de Talavera, Rodrigo Cota, los autores de La Celestina y del Lazarillo, Cer­vantes, hasta desembocar en el gran apogeo dramático, madri­leño, de los siglos xvi y xvii.

La confusión ha nacido, sin duda, del deseo de enlazar en una sola cadena la sencilla literatura épica y religiosa de la Cas­tilla nórdica con la compleja y equívoca de la Castilla del Sur. No se ha visto, o no se ha querido ver, que había demasiada distancia para saltar del Poema del Cid y de las ingenuas can­ciones de Berceo al universo irónico de Juan Ruiz, ni que el abismo que separa el concepto polar de la mística, de la encru­cijada tortuosa de La Celestina, el Lazarillo y el Quijote, es casi infranqueable. Frente a frente, las dos Castillas han opuesto du­rante varios siglos sus modos de ser, y, a pesar de ello, los tér­minos de "Castilla" y de "castellano" les han sido aplicados sin apenas distinción por nuestros más altos historiadores y filólogos.

Una vez establecida la delimitación regional, nuestro primer objetivo será "caracterizar", dar al concepto genérico de Castilla la Nueva los rasgos personales de un organismo con vida his­tórica real. A la "teoría de Castilla la Nueva", fundada sobre bases geográficas e históricas, seguirá su "fisonomía", que, con­tra el parecer de Sánchez Albornoz( 6), se puede identificar con tanta o mayor exactitud y objetividad a través de los documentos lingüísticos y literarios que por intermedio de la más lejana, arriesgada y subjetiva interpretación de la historia política. Las fuentes históricas de nuestra Edad Media están entretejidas con relatos literarios; y, por su parte, nuestra literatura medieval se caracteriza por un fuerte realismo, por una "actitud" histórica, que la convierte en un indispensable y seguro testimonio.

De acuerdo con la procedencia regional, no sólo de los auto­res, sino de determinados géneros y temas literarios, podremos llegar a una precisa exposición de nuestra historia literaria, ac­tualmente confusa por falta de perspectiva regional. Podrán re­solverse problemas tan interesantes como la interpretación del Libro de Buen Amor, hoy desarticulado por una larga cadena de exégesis extremistas, que olvidan o desconocen el cerrado y directo localismo del Arcipreste, que es, ante todo, un castellano "nueva", y su libro un reflejo fidelísimo de la vida en las villas alcarreñas y serranas en el siglo xiv. Podrá, al fin, deshacerse esa colosal falsificación crítica, cometida contra Juan Ruiz, al convertirle en discípulo de un lírico erótico y decadente, como Ibn Hazm (7), o en secuela de un goliardismo transpirenaico (8).

La fisonomía equívoca del reino toledano, todavía no bien incorporada al cristianismo, llena de signos contradictorios, se traducirá en el extraño sentido de La Celestina y en el no menos equívoco del Quijote. De igual manera que el deambular aventu­rero de los nuevos castellanos por la gran vía central de la Península, lo veremos descrito en la picaresca del Lazarillo y del Buscón.

Todavía con mayor precisión podremos conseguir, gracias al análisis de la lengua, ya sea vulgar o literaria, una caracteriza­ción de las unidades regionales. Si a través del lenguaje se puede
identificar, como hemos comprobado recientemente, la persona­lidad de un autor (9), de igual forma se revelan en él las fisonomías históricas y locales. En la síntesis dialectal toledana pueden encontrarse los diversos elementos que estuvieron presentes en sus orígenes. En el diálogo especialmente, máxima creación estilística de Castilla la Nueva, aparecerá reflejada su esencia psicológica. Por un camino semejante se podrá llegar, más tarde, al hoy prematuro propósito de definir y caracterizar la fisonomía total de España, frente a la de otras unidades europeas o mediterrá­neas. Pero, para que esta fisonomía sea verdadera, habrán de re­cogerse sin confusión todas sus variantes regionales y todas sus cambiantes modalidades históricas.


NOTAS

1 España en su Historia, Cristianos, moros y judíos, Buenos Aires, Losada, 1948. La segunda edición lleva por título: La realidad histórica de España, México, Porrúa, 1954.

2 España, un enigma histórico, Buenos Aires; Editorial Sudamerica­na, 1956.
Teoría de Castilla

3 España en su Historia, Prólogo, pág. 11. Menéndez Pidal dice acer­tadamente lo contrario: "En esta época, la más crítica de todas las re­señadas, el mapa lingüístico de España sufre mudanzas fundamentales. Este cambio del mapa lingüístico es 'parejo al gran cambio que sufre el mapa político entre 1050 y 1100; no hay otros cincuenta años en la historia de España que presenten tantas variaciones de Estados como esta segunda mitad del siglo xl." Orígenes del español, 5.1 ed., pág. 512.

4 Es expresivo el que Toledo no figure en el "índice temático" del 'libro de Sánchez Albornoz más que en tres referencias (1, 252; I, 254; 11, 121), frente a las 116 en que aparece Castilla.

5 La epopeya castellana a través de la literatura española, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1945, pág. 45.
6 España, un enigma histórico, cap. I.

7 A. CASTRO, La realidad histórica de España, cap. IX.
8 F. LECOY, Recherches sur le Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Archipréte de Hita, París, Droz, 1938.
9 M. CRIADO De VAL, Análisis verbal del estilo. Anejo LVII de la RFE, 1953; Indice verbal de "La Celestina". Anejo LXIV de la RFE, 1955.