martes, febrero 16, 2016
martes, noviembre 20, 2007
Cristianos y musulmanes, castellanos y leoneses (Historia de Ávila TomoII, Exc Diputación de Ávila 1995)
Ha sido bastante frecuente en los temas referentes a la delimitación de Castilla y lo castellano una tendencia proclive a lo difuso, en el sentido que tienen hoy día la teoría de los conjuntos difusos. La difusión tiende abarcar unos extensos territorios geográficos –cuantos más mejor- hasta prácticamente incluir la mayoría de la península ibérica; predisposición nada extraña en las sectarismos nacionalistas que quieren ampliar la extensión y el poder de su nación al máximo. Consecuente con dicha actitud es reducir al mínimo las características de pertenencia a Castilla, o en otras palabras de lo castellano. Modernamente el caballo de batalla de las apropiaciones nacionalistas es la lengua, que en el caso de la actual lengua convencionalmente denominada castellano, con enormes diferencias con respecto a la lengua de la Castilla originaria – interesados consulten en Manuel Criado del Val-, se extendió a nivel universal, para complicar un poco más el uso nacionalista de la lengua. Así pues el problema de la delimitación por parte de los modernos nacionalistas habitualmente denominados pancastellanistas es arduo, de manera burda lo resuelven con unas cuantas docenas de provincias residuales –lo que queda de España- con argumentos de uniformidad de características mucho más genéricamente españolas que propiamente castellanas .
La concreción históricamente real de características castellanas por parte de pensadores, estudiosos o interesados en la temática castellana: Elías Romea, Luís Carretero Nieva, Anselmo Carretero Jiménez, Manual González Herrero, Inocente García de Andrés, Isidoro Tejero Cobos, Carlos Arnanz, Vicente Sánchez Moltó, Dionisio Ridruejo y otros muchos de imposible enumeración, suele provocar airadas reacciones en los escasísimos nacionalistas pancastellanos que saben un poquito y superan la ignorancia y el analfabetismo funcional más craso y vergonzoso, que estos últimos si , suelen ser características fijas e invariables de todos los nacionalismos que existen por el ancho mundo.
Con la presente antología de textos se pretende ampliar un poco más las fuentes y opiniones fundadas de especialistas en temas castellanos que corroboran las peculiaridades castellanas frente a las leonesas. Los textos están sacados de HISTORIA DE AVILA. TOMO II EDAD MEDIA (siglos VIII-XIII ) publicada por la Institución Cultural Gran Duque de Alba, Excma Diputación Provincial de Ávila y Caja de Ahorros de Ávila ( Ávila 1995), instituciones de las cuales suponemos tácitamente un benévolo permiso para reproducir estos modestos párrafos para difundir ligeramente un poco de cultura y que no creemos ataña en daño y perjuicio de sus autores. Respetuosos con la ley estamos no obstante dispuestos a responder con vida y haciendas si acaso se considerara la reproducción un monstruoso ataque a la sagrada propiedad privada.
ANEXO
Pero posiblemente la parte más clarificadora y original es la segunda, la que dedica a "Castellanos y Leoneses (1035-1325)". Esta parte constituye una referencia obligada para toda aquella persona que quiera acercarse a la Historia Medieval de Ávila en la Plena Edad Media. Es imprescindible conocer cómo Ávila, desde el punto de vista geográfico e histórico, es castellana, pero también es leonesa por su vinculación eclesiástica con la iglesia de Santiago de Compostela. El hecho, que podría ser intrascendente, adquiere toda su importancia cuando vemos cómo el enfrentamiento entre leoneses y castellanos no es algo casual, sino profundo; y cómo el castellanismo y el leonesismo están presentes incluso a nivel ideológico, como se pone de relieve en las crónicas castellanistas (la Najerense y la de Rodrigo Jiménez de Rada) o en las leonesistas (las de Lucas de Tuy y Juan Gil de Zamora). Sitúa posteriormente a Ávila entre Castilla y León, apoyando firmemente los derechos de los Reyes Niños (Alfonso vii y Alfonso viu); pasando por las relaciones de Ávila en esa época dificil de los llamados reyes privativos de Castilla (Sancho m y Alfonso vin) y de León (Fernando ii y Alfonso ix), en la que los enfrentamientos llegaron a su punto álgido; para finalmente llegar al momento de la unión definitiva en 1230 en el reinado de Fernando III el Santo, época alabada sin distinción por todos los cronistas; aunque, como señala José-Luis Martín, no se conseguirá la unión plena hasta el reinado de Alfonso XI, en que culmina el proceso de las medidas unificadoras con el Ordenamiento de Alcalá de 1348 y su imposición a los reinos de Castilla y de León, ya que hasta ese momento perdurarán algunas diferencias de carácter étnico y cultural, así como la existencia de Hermandades en cada Reino, o la celebración de Cortes por separado.
HISTORIA DE AVILA. TOMO II EDAD MEDIA (siglos VIII-XIII ) . Introducción
Carmelo Luis López Director de la Institución “Gran Duque de Alba”. Pag 33
2.1. LA INDEPENDENCIA CASTELLANA
Estonce era Castiella un pequeño rincón; era de castellanos Montes de Oca mojón, e de la otra parte Fituero el fondón; moros teníen Carajo en aquella sazón Era toda Castiella sólo un alcaldía...
De un alcaldía pobre fiziéronla condado, Tornáronla después cabeza de reinado...
El pequeño rincón del siglo ix descrito en el Poema de Fernán González se libera de la tutela leonesa en el siglo x. Dividida en múltiples condados, Castilla debe su unidad y su posterior independencia a su carácter de frontera oriental del reino leonés; mientras las revueltas internas mantienen a los emires cordobeses alejados de la frontera cristiana, Castilla ha estado dividida y los reyes de León han podido imponer fácilmente su voluntad; cuando Abd al-Rahmán in unifique de nuevo al-Andalus y lance sus ejércitos contra los cristianos, la defensa del reino leonés exigirá la unificación de Castilla, la creación de un mando único que permita hacer frente a los ataques musulmanes, iniciados desde el valle del Ebro para evitar el poco poblado valle del Duero. Castilla era pues la zona donde era necesario detener a los musulmanes, y una Castilla dividida era incapaz de realizar este cometido.
La unión, realizada espontáneamente por los castellanos y alentada por los monarcas leoneses, dará al nuevo conde, Fernán González, un poder que le permite enfrentarse al rey de León y conseguir para Castilla una situación de independencia reclamada por los castellanos, que se sienten y son distintos a los leoneses y favorecen las aspiraciones de su conde de romper los lazos que le unen con el monarca leonés. Las tendencias disgregadoras del reino, semejantes a las que pueden observarse en cualquier otra monarquía feudal, se manifiestan simultáneamente en los dos extremos: en Galicia y en Castilla, pero mientras los condes gallegos carecen de fuerza para imponerse y hacer hereditarios sus condados -sólo en el siglo xtl se independizará Portugal en momentos de debilidad de la monarquía-, los castellanos logran a partir del siglo x que sea reconocida, políticamente, su originalidad, aunque para conseguirlo tengan que enfrentarse a leoneses, navarros y musulmanes o aliarse a unos contra otros en una política de constante equilibrio.
La fuerza militar y las ambiciones personales de Fernán González y de sus herederos son factores importantes a la hora de explicar la independencia de Castilla, pero ésta no habría sido posible si castellanos y leoneses no hubieran sido y se hubieran sentido diferentes. Repoblada en los siglos ix y x por cántabros y vascos occidentales poco "civilizados", es decir, poco romanizados y escasamente influidos por la cultura visigoda, los castellanos prefieren la costumbre ancestral o la decisión de hombres justos antes que la aplicación de la ley escrita, representada en el reino por el Liber iudiciorum (Fuero Juzgo) visigodo, y cuando los castellanos creen sus propias leyendas las centrarán en los llamados Jueces de Castilla, que son los representantes y defensores de la independencia jurídica respecto a los leoneses y también los defensores de la independencia política según se desprende del poema anteriormente citado:
Todos los castellanos en uno se acordaron,
dos homnes de grand guisa por alcaldes alzaron;
los pueblos castellanos por ellos se guiaron:
que non posieron rey grande tiempo duraron.
Las diferencias jurídicas no son las únicas que separan a castellanos y leoneses; el idioma los diferencia igualmente y también la organización social, de la que el Derecho es un reflejo. Los repobladores de Castilla no conocen la jerarquización social acentuada que, derivada del mundo visigodo, se impone en el reino leonés, y las desigualdades que pueden observarse entre los primeros castellanos proceden no de la herencia sino de la función que cada uno puede desempeñar en una sociedad guerrera; será noble aquél que por su riqueza esté capacitado para combatir a caballo, pero su situación no difiere mucho de la de sus convecinos.
La libertad individual frente a la servidumbre gótico-asturleonesa será pues la primera característica de la población castellana, que alternará el trabajo de los campos con el ejercicio de las armas exigido por el carácter fronterizo de Castilla, mientras en Asturias y León la guerra, como en época visigoda, es eminentemente una actividad nobíliaria y esporádica, hecho que pone de manifiesto el mayor precio de los caballos de guerra y de las armas en Castilla que en León; a las diferencias entre una sociedad guerrera y otra alejada de la frontera alude las Mocedades de Rodrigo cuando contrapone la forma de vivir y de vestir del conde castellano y del rey leonés:
Maravillado estoy conde, de cómo sois tan osado
de no venir a mis cortes para besarme la mano
, que el condado de Castilla es de León tributario,
porque León es el reino y Castilla es un condado.
Entonces respondió el conde: mucho vais andando en vano.
Vos estáis en buena mula y yo sobre buen caballo.
Palabras que recuerda y amplía el romance de la entrevista del conde castellano con el rey leonés:
El conde le respondiera como aquél que era osado:
Eso que decís, buen rey, véolo mal aliñado;
Vos venís en gruesa mula, yo en ligero caballo;
Vos traéis sayo de seda, yo traigo un arnés tranzado;
Vos traéis a fanje de oro, yo traigo lanza en mi mano;
Vos traéis cetro de rey, yo un venablo acerado;
Vos con guantes olorosos, yo con los de acero claro;
vos con la gorra de fiesta, yo con un casco afinado;
Vos traéis ciento de mula, yo trecientos de caballo.
El carácter fronterizo, la situación de guerra permanente en que viven los castellanos, no anima a instalarse en Castilla ni a la nobleza de origen o cultura visigoda ni a los clérigos mozárabes huidos de Córdoba, por lo que en Castilla ni existirán grandes linajes ni proliferarán como en León, al menos hasta época tardía, los monasterios y las grandes sedes episcopales, que son los dueños de la tierra, de la riqueza, y poseen la fuerza necesaria para someter a los campesinos libres que subsisten en las montañas asturleonesas. No se produce por tanto, hasta una época posterior, la concentración de la propiedad que puede observarse en otras zonas, y se mantiene la libertad individual.
Estas diferencias con la población asturleonesa terminarán provocando una diferenciación política que se traduce en la independencia lograda a mediados del siglo x bajo la dirección de Fernán González. Mantener la independencia no fue fácil para quien no quería obedecer a moro ni a cristiano y veía sus dominios rodeados por leoneses, navarros y musulmanes. Una hábil política de equilibrio y oportunas alianzas con unos y otros permitirá a Castilla mantenerse independiente y ampliar considerablemente sus fronteras a costa de los musulmanes al disgregarse el califato en los años iniciales del siglo xi, pero la habilidad de sus condes no pudo impedir que Castilla se convirtiera en un protectorado de Navarra a raíz del asesinato en León del infante García, en 1029, ni que León y Navarra ampliaran sus fronteras a costa del condado.
2.2. LOS VOTOS DE SANTIAGO (LEÓN) Y DE SAN MILLÁN (CASTILLA)
Ávila es hasta muy avanzado el siglo xI tierra de nadie en la que combaten contra los musulmanes y entre sí castellanos y leoneses, pero su no pertenencia a ninguno de los territorios cristianos no la librará de ser incluida en ambos cuando de agradecer la ayuda divina se trata y se ofrecen los "votos" al apóstol Santiago en León y a San Millán en Castilla, en reconocimiento de la ayuda prestada en Clavijo para liberar a los cristianos del "Tributo de las Cien Doncellas".
Los votos de Santiago son "creados" en Compostela hacia el año 1100, doscientos o trescientos años después de la supuesta batalla de Clavijo, y a pagar estarán obligados los habitantes de las tierras ocupadas en el momento de la batalla y que se ocuparan en el futuro a los musulmanes o, según la Historia compostelana escrita por orden y en alabanza del obispo Gelmírez, quienes vivieran "desde el río Pisuerga hasta la costa del Océano"; la mención del Pisuerga limita el voto de Santiago al reino de León, pero Ávila no se libra del pago y en el momento de redactarse el Catastro del Marqués de la Ensenada, a mediados del siglo xviu, la provincia contribuía al culto del Apóstol con cuarenta mil reales de vellón, cantidad relativamente importante. La inclusión de Ávila se explica porque su diócesis formó parte de la provincia compostelana, porque los obispos de Ávila fueron sufragáneos del arzobispo de Santiago, como veremos más adelante.
La unión de Castilla y León a partir de 1230 y la posterior identificación de Castilla con España han hecho olvidar el origen astur o leonés de la leyenda santiaguista, pero los hombres de los siglos xu y xni son conscientes de que Santiago es el defensor de Galicia y de León, desde el Pisuerga hasta el Océano, y frente o al lado de este guerrero celestial Castilla creará su propio héroe en la persona de San Millán, magníficamente cantado por el monje Gonzalo de Berceo, que reivindica para el monasterio de este nombre votos equiparables a los de Santiago en versos -actualizo el texto- que resumen la idea que en el siglo xiii se tiene sobre la ayuda prestada por el cielo a los cristianos y sobre la gratitud que éstos han de demostrar:
El rey Abderramán, señor de los paganos...
Mandó a los cristianos el que mal siglo prenda
Que le diesen cada año zx dueñas en renta...
El Rey de los cielos, de cumplida bondad...
Quiso tornar en ellos, hacerles caridad.
Dioles en este tiempo un señor venturado,
El duque Fernán González, conde muy valorado...
El rey don Ramiro era sobre León,
Ambos eran católicos como dice la lección...
Enviaron mensajes a la gente renegada
Que nunca más viniesen a pedir esta soldada...
El rey Abderramán y los otros paganos
Supieron estas nuevas que decían los cristianos:
Por poco con despecho no se comían las manos...
El rey don Ramiro de la buena ventura
Afinó un buen consejo de pro y de cordura,
Pagar a Santiago por alguna mesura,
Tornarlo de su parte en esta lid tan dura...
Prometer al apóstol un voto mesurado,
Al que yace en Galicia en España primado...
Hicieron su consejo todos los castellanos...
Oídme, dijo el conde, amigos y hermanos:
Hicieron leoneses como buenos cristianos...
Querría que hiciésemos otra promisión:
Mandar a Sant Millán nos tal infurción
Cual manda al apóstol el rey de León...
Respondiéronli todos: señor, de muy buen grado...
Santiago y San Millán aceptaron complacidos la oferta y cuando los cristianos están en peligro elevan sus ojos al cielo y allí:
Vieron dos personas hermosas y lucientes,
Eran mucho más blancas que las nieves recientes.
Venían en dos caballos más blancos que cristal
armas como nunca vio hombre mortal...
Cuando cerca de tierra fueron los caballeros,
Dieron entre los moros dando golpes certeros...
El rey don Ramiro, que tenga paraíso,
Heredó al apóstol como se lo prom¡so...
El conde Fernán González con todos sus varones...
Pusieron e juraron de dar todas sazones
A San Millán cada casa dar tres pepiones...
Leonesa por su vinculación a la iglesia de Santiago y castellana geográfica e históricamente, Ávila cuenta con dos patrones celestiales: Santiago y San Millán. Uno de los primeros documentos abulenses -1103- recuerda, tanto si es auténtico como si se redactó posteriormente, la vinculación de los abulenses con la zona y el monasterio de San Millán de la Cogolla, al que los habitantes de las colaciones o barrios de San Vicente, San Juan, San Pedro y San Martín dan la iglesia de San Millán y dos aldeas en territorio abulense; y en el afán de no dejar Ávila al margen de los votos de Santiago se ha llegado a decir que un obispo de Ávila, Pedro, intervino en la batalla de Clavijo en el año 825 junto a los jueces de Castilla Laín Calvo y Nuño Rasura, el hermano de éste Gustios González, los obispos de Astorga, Orense, Lugo y Oviedo y el inexistente arzobispo de Cantabria.
Consciente de las diferencias que existían entre sus dominios o, como quieren otros, deseoso de heredar a todos sus hijos, Sancho el Mayor de Navarra divide sus dominios entre sus hijos y el antiguo condado se convierte en reino bajo la dirección de Fernando I; el nuevo monarca tendrá que hacer frente a los problemas fronterizos con el reino leonés y, con la ayuda de García de Navarra, Fernando derrotará y dará muerte en Tamarón al leonés Vermudo III, al que sucederá Fernando en nombre de su mujer Sancha, hermana de Vermudo (1037).
3.1. LEÓN INCORPORADO A CASTILLA
Al menos dieciséis años empleó Fernando en combatir y someter a los leoneses descontentos, aunque sobre este punto, así como sobre las causas de la guerra, difieren los cronistas leoneses y castellanos.
Las crónicas Silense y Najerense no pueden negar los derechos de Vermudo sobre el trono leonés, una parte del cual le ha sido arrebatada durante su menor edad por Sancho el Mayor de Navarra para darla a Fernando de Castilla, pero justifican la resistencia de Fernando porque tras haberse casado con la hermana de Vermudo le parecía injusto y contrario a toda razón quedar al margen del reino. Lucas de Tuy recuerda que la guerra tuvo su origen en el hecho de que Sancho el Mayor, durante la minoría de edad de Vermudo, incorporó a Castilla la zona leonesa situada entre el Pisuerga y el Cea, zona que reclama Vermudo al morir Sancho el Mayor. Rodrigo Jiménez de Rada y, siguiéndole, Alfonso x, aportan considerables novedades que descalifican a Vermudo y dan la razón plenamente a Fernando: el matrimonio de éste con Sancha fue decidido por los nobles leoneses que, observando el declive de la patria, persuadieron con hábiles razonamientos al rey Vermudo [...], cosa a la que accedió [...]. Entonces el rey Sancho [...] regaló a su hijo Fernando y su nuera Sancha lo que había conquistado más allá del Pisuerga, contando con el beneplácito de Vermudo [...] quien tras permitir durante años que Fernando ocupara las tierras de la discordia en paz y tranquilidad, puesto que les habían sido cedidas libremente a él y a su esposa por el rey Vermudo con ocasión de su boda, al morir Sancho el Mayor atacó al castellano para recuperar lo que había regalado a su hermana y a su cuñado.
Según el Toledano, Fernando encontró alguna resistencia en León, pero no le costó trabajo hacerse con la ciudad [...],fue acogido por rey como todos [...] y de esta forma desapareció el enfrentamiento al ser asesinado Sancho cuando intentaba ocupar Zamora, defendida por la infanta Urraca en nombre de Alfonso. En la persona de Alfonso se reunirían de nuevo, tras siete años de separación, los reinos de León, Castilla y Galicia: en 1037 los leoneses aceptaron como rey al navarro-castellano Fernando, vencedor de Vermudo III, y en 1072 los castellanos se sometieron al leonés Alfonso.
Durante cerca de cien años leoneses y castellanos mantendrán la unión, pero ni unos ni otros olvidan las circunstancias en que ésta se produjo, como puede comprobar quien relea las páginas que a la sucesión de Fernando i dedican los cronistas, especialmente Lucas de Tuy y Rodrigo Jiménez de Rada, que escriben en la primera mitad del siglo xiii, cuando se redacta el Poema de Fernán González y Berceo escribe la Hilo de San Millán. Poetas e historiadores tienen muy claras las diferencias entre Castilla y León y las reflejan en sus escritos, aunque todos se muestren favorables a los reyes que propician o consiguen la unidad.
La Najerense ensalza el valor de los castellanos y de su héroe Rodrigo Díaz: informado de que los leoneses son superiores en número, Sancho cree que podrá vencerlos porque, si los leoneses son más, los castellanos son más valientes y entre el rey y su alférez Rodrigo bien podrían vencer a mil cien leoneses: a mil el rey y a cien Rodrigo. Más modesto, el Cid se limita a decir que luchará con un solo caballero y que hará lo que Dios quiera, y de ahí no lo saca el rey cuando rebaja el número de los enemigos del Cid a cincuenta, cuarenta, treinta, veinte y diez leoneses. En el combate, Alfonso y Sancho son hechos prisioneros casi al mismo tiempo, pero mientras el primero no recobra la libertad, el segundo es liberado por la acción del Campeador, que se enfrenta solo y sin armas a los catorce leoneses que custodian al monarca, desafla a sus enemigos a que le faciliten una lanza y con ella, ayudado por Sancho, dio muerte a trece leoneses e hirió de gravedad al último, haciendo buena la fanfarronada de Sancho.
Lucas de Tuy, leonés declarado, presenta una versión diferente en la que también el Cid tiene un papel protagonista: en Golpejera el rey castellano tuvo que abandonar el campo y sólo la decisión del Cid hizo posible modificar el resultado de la batalla: cuando Sancho huye, Rodrigo le indica que los leoneses victoriosos descansan tranquilamente en las tiendas ocupadas a los castellanos y es el momento de caer sobre ellos al amanecer; así se hizo y Sancho convirtió la derrota en victoria. El relato contiene detalles significativos que aumentan el prestigio de Alfonso y perjudican la fama de Sancho: cuando Alfonso vence ordena a los suyos que no persigan a los que huyen, y Sancho ataca a los leoneses que, inermes, no pudieron ofrecer resistencia.
Rodrigo Jiménez de Rada oscila entre la justificación del rey castellano y la alabanza al leonés: Sancho ataca Galicia para poner fin a los abusos de García y como los gallegos estaban divididos por el problema que acabo de relatar, el rey Sancho consiguió sin problemas lo que pretendía, pero la justificación gallega no sirve para explicar los ataques a León, injustos por no respetar la voluntad de su padre. Frente a la guerra santa, la guerra injusta que Dios castiga después de haber dado al castellano una primera victoria en Llantada para que él se ensoberbeciera y fuera mayor su caída. En Golpejera se enfrentan los hermanos tras comprometerse a que el vencido ceda su reino al vencedor sin intentar volver a combatir, palabras con las que el arzobispo desautoriza y deslegitima la acción de Rodrigo Díaz tras la derrota castellana, aunque la justifica porque leoneses y gallegos solían pavonearse y ridiculizar a los demás en los momentos de triunfo y lanzar graves amenazas en los de derrota. Por esto se durmieron ya avanzada la madrugada agotados tras una noche de charla, y se vieron sorprendidos por el rápido ataque del ejército del rey Sancho. Al hablar de un acuerdo previo al combate, Rodrigo prepara la justificación de los derechos de Alfonso vi al trono castellano cuando muera Sancho en el cerco de Zamora, a manos de Vellido Dolfos.
En Zamora sitúan los poetas un enfrentamiento abierto entre castellanos y leoneses o zamoranos; el grueso del ejército abandona el cerco tras la muerte del rey, pero los castellanos y extremeños -de los extremos del Duero-... tomaron la decisión de retar a los zamoranos, y, en nombre de todos los castellanos, Rodrigo Díaz exigió juramento a Alfonso VI de no haber tomado parte en la muerte de su hermano; el texto poético llegado hasta nosotros destaca una vez más la importancia de los castellanos: se pide para el rey, si algo tuvo que ver en la muerte de Sancho, una muerte innoble, villana, no la muerte digna y noble que debería tener una persona de su categoría, y entre las amenazas que recibe Alfonso una de las más graves es que quien le dé muerte de otra tierra venga, que no sea castellano, o dicho con las palabras del Juramento de Santa Gadea:
Villanos te maten, rey, villanos, que no hidalgos,
De las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos...
Op. Cit. Cap II Cristianos y musulmanes, castellanos y leoneses . José Luis Martín Universidad nacional de educación a Distancia . Pag 135-142
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martes, marzo 27, 2007
Reunificaciones temibles
Lo que históricamente fue el reino de Castilla no deja de ser algo bastante ambiguo según la época y el rey que efectivamente reinó. La noción medieval de reino difícilmente se puede adaptar a las nociones actuales de nación.
Incluso considerando el último rey de Castilla –Alfonso VIII- habría una ambigüedad clara en sus territorios: la leonesa Tierra de Campos incluida en su herencia por cuestiones políticas, muchas tierras del reino de Toledo que en absoluto prosiguieron en el futuro el orden jurídico y social castellano, territorios vascongados que hoy día muchos estarían lejos de considerar Castilla y otras tierras de dudosa adscripción..
En brevariocastellano.blogspot.com se publicó una serie de conferencias de Luís Carretero Nieva con la denominación de “fijando principios”, donde se intenta aclarar el sentido de federación de la Castilla originarias que nada tiene que ver con el de unidad, y por favor no confundan federación con unidad.
Supongo que la idea de nación y la tentación de adherirse a un nacionalismo -cualquiera que sea este- está metido hasta las cachas en las poblaciones occidentales , hasta tal punto que el nacionalismo es una segunda religión cuando existe alguna otra que se pueda considerar primera; aunque en demasiados casos el nacionalismo es la primera y única religión.
Lo que fue Castilla en sus orígenes – a no confundir con la corona de Castilla- no tiene nada que ver con una nación moderna, por eso no es nada raro que los que propugnan una nueva nación castellana, sucumben fatalmente a las tentaciones típicas del nacionalismo de extensión, poder y uniformidad pretendiendo en el fondo una especie de heredera de España en más pequeño que poco o nada tiene que ver con lo que fue Castilla; en su ardor proselitista y apostólico pretenden convertir al personal en nuevos peones de la causa nacionalista.
Por favor no me modernicen ni me catalanicen Castilla, Castilla no fue una histeria lacrimosa que adoraba enseñas nacionales (cada comunidad tenía su pendón), ni un adocenamiento borreguil que entregaba su poder a un partido político, ni una lengua, ni una raza. Curiosamente se trató de una comunidad de hombres libres, bastante rara la Edad Media europea. Ahora se pretende sustituir por una manada de borregos que valen detrás de un trapo, y obedezcan mansas a sus pastores nacionalistas, vigilados por perros pastores o comisarios nacionalistas.
Lo siento pero los llamamientos a la unificación, la reunificación me suenan a consignas falangistas, y de las peores. ¿Tan incapaces se considera a los castellanos de pactar? (entre ciudadanos, no entre partidos), el pacto es anterior a la norma legal coercitiva, a la unión anhelada por el débil que solo cree en la unión uniforme de la manada para tener fuerza.
A veces me parecen que los pancastellanistas padecen un terrible complejo de Edipo, matan a España pero quieren que renazca cual ave Fénix de sus cenizas en forma de la Gran Castilla.
jueves, enero 11, 2007
Relación cronológica de los reyes de Castilla
RELACION CRONOLÓGICA DE LOS REYES DE CASTILLA
A) Condes dependientes:
(850?-873) - Rodrigo
(873- )- Diego Porcellos (también llamado Diego Rodríquez).
( ) - Gonzalo Fernández, Munio Núñez y Gonzalo Tellez
(929-962 ) - Fernán González, «el Buen Conde».
B) Condes Independientes:
( 962- 970) - Fernán González.
( 970- 995) - Garci Fernández.
( 995-1022) - Sancho García, «el de los buenos fueros».
(1022-1029) - García Sánchez.
(1029-1035) - Sancho (III, «el Mayor», rey de Navarra), en
nombre de su esposa doña Mayor, hermana de García Sánchez.
C) Reyes:
(1035-1065) - Fernando I «,el Grande»; y I de León).
(1065-1072) - Sancho I «
(1109-1126) - Urraca I.
(1126-1157) - Alfonso II (y VII, «el Emperador», de León).
(1157-1158) - Sancho II, «el Deseado».
(1158-1214) - Alfonso III «el Noble» (y VIII de León).
(1214-1217) - Enrique I.
(1217-1217) - Berenguela I
(1217-1252) - Fernando II (y III, «el Santo», de León).
(1252-1284) - Alfonso IV (y X, «el Sabio», de León).
(1284-1295) - Sancho III (y IV, «el Bravo»,, de León).
(1295-1312) - Fernando III (y IV, «el Emplazado», de León).
(1312-1350) - Alfonso V (y IX, «el Justiciero», de León).
(1350-1369) - Pedro I «el Justiciero,, (y I, «el Cruel», de León).
(1369-1379) - Enrique II (y I, «el Trastamara», «el de las mer-
cedes,, o «el fratricida», de León).
(1379-1390) - Juan I (y I de León).
(1390-1406) - Enrique III (y II, «el Doliente», de León).
(1406-1454) - Juan II (y II de León).
(1454-1474) - Enrique IV «el Liberal» (y III de León).
(1474-1504) - Isabel I (I, «la Católica,,, de España).
(1938- ) - Juan-Carlos 1 (1 de España).
Castilla nº 16 mayo-junio 1982
miércoles, noviembre 22, 2006
BIbliografía 2 Sobre los orígenes de Castilla (Castilla en general y personalidad del pueblo castellano)
BIBLIOGRAFÍA 2
Sobre los orígenes de Castilla,
Castilla en general y personalidad del pueblo Castellano
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martes, noviembre 21, 2006
MADRID COMUNIDAD AUTÓNOMA (Madrid villa,tierra y fuero.1989)
MADRID, COMUNIDAD AUTONOMA
A) Introducción
Desde la creación del Estado español hasta nuestros días ha gravitado el problema de su concepción, que a la vez lleva consigo un proyecto de lo que es España o, si se quiere, dependiendo de este proyecto, se propugna un tipo de es¬tado u otro.
Es evidente que la realidad de la España actual es el resultado de varios milenios de historia, pero también es cierto que, sobre todo, es a partir de la entrada de los árabes en 711 cuando esta realidad se configura más claramente.
Con el nacimiento de los distintos reinos cristianos en la Edad Media aparecen distintas formas de estados y convivencias. En unas primaba el poder real o nobiliario, mientras que en otras éste se encontraba muy mediatizado por las libertades populares. Por lo que puede decirse que durante bastante tiempo coexistieron regímenes feudales de corte francés como en Cataluña o en León, donde la monarquía considerada heredera legítima de la corona visigoda centralizaba progresivamente la vida del país.
En otros lugares, como en Castilla y el País Vasco, las prerrogativas y derechos de las behetrías, merindades y comunidades hacían que el poder real y el nobiliario quedaran bastante reducidos.
El ocaso de la Edad Media produce la primera ola nacionalista en España, y es entonces cuando los Reyes Católicos establecen las bases de un estado centralista y burocrático que irá configurándose con el paso de los siglos, imponiendo la uniformidad en la pluralidad peninsular. Lo que entrara en conflicto con aquellas formas más 'descentralizadas, representadas principalmente por Castilla y el País Vasco y con los deseos populares, existentes en todos los lugares de terminar con el poder feudal.
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Esta discusión nunca se ha cerrado definitivamente, ya que durante siglos, unas
veces unas regiones y otras veces otras, mantuvieron esta disparidad de criterios expresados frecuentemente de forma violenta. Si bien aquel estado centralista y absoluto del siglo XVI pudo cumplir un papel positivo en la gestación del estado moderno frente al feudalismo, sirvió también para mantenerle hasta el siglo pasado, con sus inmensas posesiones y prebendas, resultando un lastre para la posterior modernización de España.
Con la revolución industrial del siglo XIX se cambiará la escala de valores, convirtiéndose la libertad y la igualdad en metas irrenunciables y, aunque su aspecto técnico-productivo apenas llegó a nuestro país, su bagaje ideológico favorecido por el recuerdo de viejas libertades forales reavivó el antiguo pro¬blema de la concepción de España A pesar de los problemas, la monarquía pudo mantenerse con toda su burocracia y su centralismo. Pero se había producido un cambio fácilmente observable en la inestabilidad del siglo pasado y por supuesto en el nuestro.
Por un lado se produce la adecuación entre el sector más reaccionario de la sociedad, muy cercano o identificado con la monarquía, y el estado centralista; y por otro los distintos grupos regionalistas y las clases menos privilegiadas que coinciden en la no aceptación de ese estado. Esa división de la sociedad española se acentúa a partir de la última dictadura por la fuerte polarización que se produce en torno a la implantación o no de las libertades democráticas. Esta
polarización hace converger a nacionalistas y partidos más o menos revolucionarios, que si bien antes fueron enemigos políticos entonces coinciden el restablecimiento de una España democrática, descentralizada y autonómica.
Al terminar la dictadura se plantea la creación concreta de ese nuevo orden político y comienzan las divergencias dentro del antiguo frente anúfranquista, sobre todo por sus diversas concepciones del proceso autonómico a lo que se sumaban los distintos niveles de conciencia autonómica entre unas regiones y otras, que dificultaban un posible acuerdo.
Cataluña y el País Vasco, muy por delante en el camino hacia su autogobierno y con un enorme peso político y económico, presionaron para que se aprobasen sus respectivos estatutos de autonomía, mientras que otras comunidades, principalmente Andalucía, Canarias y Valencia, sobrepasaban todas las previsiones en sus demandas autonómicas. Lo cual introdujo un enorme factor de desequilibrio en todo el proceso que amenazaba terminar con una espiral de demandas, elecciones y negociaciones, difíciles de mantener. Esta situación provocó el acercamiento UCD-PSOE, la creación de la LOAPA, de la que posteriormente fueron retirados varios artículos por el Tribunal Constitucional y el definitivo mapa autonómico informado por un grupo de tecnócratas dirigidos por el señor Enterría.
En el resto de las regiones, especialmente en La Mancha, León y Castilla, aunque compartían muchos de estos aspectos, presentaron importantes diferencias.
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Estos pueblos que durante siglos habían soportado la política unificadora, de forma muy intensa, se habían convertido a la fuerza, desde el siglo XVI, en el principal escudo de las instituciones centralistas. Este estado de cosas provocó su desertización y empobrecimiento, imposibilitando cualquier tipo de reacción ante una política, que si bien miraba desde Castilla, solo veía las regiones más alejadas. A la vez la cultura oficial que llegaba con dificultad a Galicia o Cataluña, sometía a estas poblaciones a un «trágala» de posturas inadmisibles.
Así como las regiones periféricas pudieron mantener relativamente su personalidad y, favorecidas por la distancia, León, Toledo y Castilla no sólo perdieron buena parte de su carácter diferenciador, sino que a la vez fueron claramente adulteradas y confundidas.
Los factores que gravitan sobre esta despersonificación podrían resumirse en el mal uso del término Castilla, que confundido con las coronas de León y Castilla abarca buena parte del Estado español, sin ningún tipo de diferenciación. El cambio de denominación de la lengua castellana por española, que dirigido por los estamentos más centralistas del Estado ahonda en dicha confusión (en nuestra actual Constitución se separan claramente estos dos conceptos). La idea de Castilla difundida por la generación del 98, que si bien constituye en ocasiones un motivo central de una de nuestras cimas poéticas no pretende, como se piensa, decir lo que es Castilla, sino definir poéticamente lo que es España y propicia la presentación por ciertos sectores de ideología imperial y uniformadora, de la unión de Castilla-León como representativa de la «esencia de lo español», lo que debería ser aislado y conservado del proceso «desintegrador» de las autonomías.
En esta situación de poca conciencia regional, despoblación crónica, bajo nivel cultural, mala articulación en las comunicaciones y un nivel económico dispar, se presentó en Castilla el nacimiento del actual estado autonómico. Las presiones desde distintos puntos rompieron la posibilidad de alcanzar una autonomía propiamente castellana, a la que sin duda seguimos teniendo derecho. Cantabria y La Rioja nacieron como respuesta rápida a la presión e influencia navarra y vasca, lo que fue posible gracias a su relativa prosperidad económica. Valladolid, como único polo industrializado de la cuenca del Duero, crea su región, Castilla y León, ante la pasividad de Burgos y la abierta oposición de Segovia y León, mientras que Castilla-La Mancha se origina por la uniformidad geográfica manchega y por la oposición a un Madrid detentador del poder central.
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B) Hacia el autogobierno
Aunque a la opinión pública no ha llegado el desarrollo del proceso de Madrid hacia su autonomía, sin embargo puede decirse que ha sido más largo de lo que a primera vista parece.
Comenzó el 31 de julio de 1976, cuando se creó la comisión gestora de la región Centro (Segovia, Soria, Avila, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Madrid) promovida por el gobierno Arias Navarro y, hasta la configuración actual, los vaivenes han sido constantes y dispares, como veremos.
En 1977 se publicó un estudio realizado entre otros por el señor Tamames, en el que se proponía una autonomía a varios niveles. El del Ayuntamiento de Madrid, otro que comprendiese el Area Metropolitana, un tercero que coincidiese con la provincia y, por último, el regional que se aproximaba en sus límites a la región Centro.
Con la gestación de la comunidad de Castilla-La Mancha se perdió otra posibilidad, no sólo por la oposición de algunos representantes manchegos, sino también por la desidia de los políticos de Madrid, como manifestó publicamente el señor Tierno Galván. En aquellos momentos se trató la posibilidad de crear un distrito cuasi-federal, cercano en bastantes puntos con las posturas uniprovinciales, o bien conceder una carta especial a la villa de Madrid, tras incorporarla a la 'omunidad de Castilla-La Mancha. Queremos recordar que el estatuto de autotomía de ésta, deja abierta esa posible incorporación.
Una autonomía bisagra, entre las dos Castillas, era la idea defendida por don Carlos Revilla, presidente entonces de la Diputación Provincial. Sin embargo, y ahora ya sabemos, fue la forma uniprovincial la adaptada definitivamente. Solución que sólo apuntaban en un principio los representantes madrileños pertenec¡entes a la denominada derecha política; don José Luis Alvarez, ex-alcalde de Mladrid, ya defendía en 1978 esta solución.
Por su importante significado político queremos dejar constancia de que, lurante esos años, Madrid no se constituyó en ente preautonómico, como el resto de las comunidades, lo que hizo pensar que Madrid se acogería a la posibilidad onstitucional de permanecer como provincia ordinaria al margen del proceso autonómico.
Aparte de estas cuestiones la gran mayoría de la población se encontraba en estado de total desinformación y apatía. Tan sólo algunas asociaciones privadas daban su opinión, haciendo hincapié en la castellanía de Madrid.
Después de unos años de vida de la autonomía madrileña se puede decir que sólo la clase política ha intervenido en ella y muy especialmente los los dirigentes nacionales. La mayor parte de nuestros representantes se manifestaron desde 1977 por otras soluciones, hasta que la Diputación Provincial, no los diputados a Cortes como en la casi totalidad de las regiones, comenzó a
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caminar decididamente hacia la consecución de una autonomía uniprovincial en 1981.
A pesar de los años pasados y de los cambios políticos, desde aquel gobierno Arias, promotor de la región Centro, los fines, causas y, en buena parte, los intereses de aquella región tecnocrática, se han mantenido manifiestamente. En aquella ocasión se hacía referencia al sentido práctico, a la adquisición de nuevas competencias más amplias, a la realidad del Area Metropolitana, a la falta de motivos históricos y, por supuesto, en nuestra opinión, a la acariciada idea de una fuerte autonomía, contrapeso de Cataluña y el Pais Vasco. Salvo la superficie, poco hay de nuevo, en relación con aquello en la actual autonomía.
En el propio prólogo del Estatuto de Madrid se recogen, como bases de la nueva autonomía, el acercamiento de los problemas y necesidades sociales a los órganos de gestión y a la mayor eficacia económica y control de sus servicios, sin apelar a ningún tipo de razón histórica, sentimental o emocional.
A diferencia del resto de las autonomías españolas, la Comunidad de Madrid prescinde de estos últimos aspectos de igual manera que aquella región Centro, pretendidamente eficaz, fría y conveniente. Un producto tan aséptico tan químicamente puro, podría ser aceptado e ilusionar a los profesionales de la política, pero difícilmente lo iba a hacer suyo el pueblo de Madrid, por lo que se pretendió desde 1976 calar en los madrileños con la idea de «primeros perjudicados del centralismo».
Se pretendía introducir un factor de agravio comparativo que activase un sentimiento favorable a la futura autonomía.
Entre otros aspectos que colaboran en esta apatía del madrileño ante su autonomía, cabe destacar:
- La tradicional indiferencia castellana, y muy particularmente madrileña, ante todo lo procedente de una administración tan cercana y distante de nuestros intereses. Y desde luego, la actual autonomía continúa esta trayectoria.
- La sensación de aislamiento y abandono que ha provocado la uniprovincionalidad, desgajándose de su entorno castellano.
- La existencia de un amplio sector de la sociedad madrileña, procedente de otros lugares, al que a pesar de vivir sin ningún tipo de discriminación no se le ha ofrecido ninguna alternativa a su desarraigo, como en otras regiones se hace para que puedan sentir como algo propio sus respectivas autonomías.
- El fuerte sentido técnico-político-administrativo que, en detrimento de otros aspectos, hace que nuestra autonomía no pase hasta el momento de una mera descentralización burocrático-administrativa.
A pesar de estos aspectos, Madrid tenía una de las mejores predisposiciones hacia el Estado de las autonomías, circunstancia que no se ha sabido aprovechar para crear una Comunidad plenamente participativa.
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En la provincia de Madrid, y por general en toda Castilla, no se ha caminado, al contrario de lo ocurrido en el resto de las regiones, hacia sus tradicionales límites sino que se han creado comunidades a contrapelo de la tradición y de la historia.
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C) La autonomía uniprovincial
Aunque el proceso hacia la autonomía es un pasado muy cercano y haya que tenerlo presente, la realidad nos impone un Madrid, Comunidad Autónoma, Metropolitana, Uniprovincial y no Histórica. Esta nueva situación evidentemente es más favorable que la anterior y abre nuevas perspectivas.
Madrid tendrá un nivel de competencias muy superior a la situación anterior, lo que supone un mayor nivel de autogestión, la posibilidad de nuevas fuentes de financiación y de recursos legislativos, anteriormente vetados. Con la aprobación del Estatuto se termina con la discriminación de Madrid en ciertos campos y, a la vez, se abre la enorme posibilidad de ocuparnos de nuestro propios problemas. Posibilidad que tiene una doble vertiente, la dada al pueblo de Madrid de participar en una administración más cercana, y la que tienen nuestros representantes de conocer y volcarse sobre Madrid. Sin embargo, basándonos en lo acaecido hasta ahora, mucho nos tenemos que no se pase del mundo de las posibilidades.
La autonomía recientemente adquirida no debe quedarse en los despachos, por muy eficaces que éstos sean, sino que debe extenderse a los ciudadanos. Es una buena oportunidad para que nuestros representantes se olviden de la tradicional desidia por los temas madrileños y acercarse a los problemas de quienes les votaron.
Madrid, que durante el régimen anterior, principalmente en los años sesenta, fue sometido a un fuerte proceso de industrialización y capitalización, dio la espalda a buena parte de la provincia, principalmente agrícola y ganadera, con lo que se acentuó la polaridad campo-ciudad. La actual situación podría terminar con el aislamiento y la falta de servicios de las zonas pobres de la provincia, encaminándonos a una comunidad más equilibrada y mejor articulada. Es necesario dar la oportunidad a todos nuestros pequeños pueblos de recobrar su auténtica personalidad y encontrar soluciones a sus problemas demográficos, culturales y económicos.
Quizás esta autonomía uniprovincial sea una posible solución a parte de estos problemas, y en este sentido podríamos participar todos, aunque muchos otros aspectos nos preocupen y nos hagan pensar que su existencia va a dificultar el normal desarrollo de esas soluciones.
La uniprovincialidad para una economía y un comercio que constantemente desborda sus límites no parece que sea lo más adecuado, por eso hace años se pensó en una región mayor que la provincia. Cuando la decisión de la uniprovincialidad fue firme, se produjo el intento de dar a la futura comunidad autónoma un caracter de «bisagra» entre las dos comunidades limítrofes para intentar romper cualquier forma de distanciamiento con ellas. Objetivo que se olvidó en
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una buena parte, con la dimisión del señor Rivilla de la presidencia de la Diputación Provincial.
La necesidad que tiene Madrid del espacio castellano para su desarrollo económico y cultural, debe entenderse como una necesidad mutua que nos une constantemente. ¿Por qué no caminar hacia una autonomía que coincida con los tradicionales limites de Castilla?.
La uniprovincialidad lleva consigo el que una serie de decisiones tomadas desde aquí influyan decisivamente en otras provincias, la mayor parte castellanas, sin que éstas puedan participar. Y viceversa, la Comunidad de Madrid estará al margen de otras medidas que influyendo en ella sólo podrá recibirlas de forma pasiva.
Lógicamente, campos como el de la cultura, educación, urbanismo, abastecimiento de aguas, comunicaciones, sanidad, etc., se verán entorpecidos por los actuales límites provinciales.
Otra dificultad inherente a nuestra Comunidad nace de su ausencia de definición histórica, lo que no significa que Madrid carezca de una personalidad y un protagonismo histórico propio, sino que la actual autonomía ha prescindido deliberadamente de este factor, apoyándose en otros más tabulados, más asépticos y más fríos. Y es de aquí precisamente, de su origen, de su razón de ser, de donde se desprenden muchas de sus dificultades.
Si bien la autonomía para Madrid supone un claro avance hacia su autogobierno, sin embargo no se ha sabido situarla en el mismo plano que el resto de las comunidades y difícilmente vamos a sobrepasar la mera descentralización burocrática. Al prescindir de su carácter diferenciador, que evidentemente lo tiene, se ha dado un salto cuantitativo, pero no cualitativo. Y este hecho ha sido observado por el madrileño y por el conjunto de los pueblos de España, que ven en esta comunidad simplemente un centro de poder político y financiero que no comparte ni su razón de ser, ni ese sentimiento que los mueve en la profundización de su autonomía y de su propia cultura. La Comunidad de Madrid aún continúa representando el poder central y para algunos el poder centralista.
Manifestaciones de políticos e intelectuales, de uno y otro lado, se han encaminado a destacar esta paradoja. La clave del Estado de las autonomías, como se ha dicho muchas veces, ha resultado ser un fenómeno atípico, algo extraño al resto, algo que tarde o temprano habrá que replantearse.
Según la Constitución, las comunidades autónomas se deben formar en base a su historia, cultura y economía. Ante este imperativo hubiese sido necesario plantearse seriamente una cuestión previa a nuestra autonomía: ¿Madrid tiene historia y cultura propia como para configurarse en comunidad autónoma? A una villa como Madrid, con más de mil años de vida, sería ridículo negárselo, aunque esto no significa que se encuentre en el mismo plano que Galicia, Andalucía, Cataluña o Valencia, en este nivel, el que solicita la Constitución, por lo tanto parecería razonable pensar que Madrid carece de este requisito.
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Madrid tiene su historia local, como cualquier otra ciudad, pero sin llegar a ese escalón de país, región o nacionalidad necesario, aunque desde luego, sea mucho más que la zarzuela o el chotis como quieren mostrarnos.
Desde los años sesenta, una población de aluvión constituyó durante algún tiempo la mayoría de los habitantes de la ciudad de Madrid; sin embargo esta situación ha cambiado y revisiblemente, en un futuro muy próximo, cambiará aún más. Ante este hecho Madrid ha adoptado siempre una actitud abierta para aquellos que lamentablemente tenía que salir de sus casas y acudir a ella; y todos estaremos de acuerdo en que se han sabido respetar escrupulosamente sus respectivas idiosincrasias. Por eso, en estos momentos, cuando se intenta recuperar nuestras tradiciones y nuestra cultura, es lógico que pidamos ese mismo respeto y que no se use la emigración para negarnos un derecho adquirido con el paso de los siglos. El de pertenecer, como mínimo culturalmente, al conjunto de Castilla.
Se pretende definir la realidad histórico-cultural de la Comunidad de Madrid en base a su emigración, sin tener presente que es una situación creada especialmente desde hace veinte años y que las perspectivas son de claro retroceso.
En el caso concreto de Madrid este argumento se utiliza frecuentemente de un modo especial, ya que parece conferimos un estado moral superior al resto de las comunidades el ser crisol de los pueblos de España, no habemos limitado a una región histórica concreta (lo que para muchos sería sinónimo de provincianismo), y tener fuertemente asumida la capitalidad para situarnos por encima del resto de los españoles, sobre todo a nuestros representantes políticos.
La Coruña, Barcelona, Lérida o Sevilla, se encontrarían en la misma situación histórica que Madrid si las consideramos aisladamente. Lérida por ejemplo, adquiere su carácter nacional unida al resto de las provincias catalanas. Madrid pretende ser aislada cultural e históricamente del resto de Castilla, por eso se hace hincapié en su supuesta «falta de personalidad histórica».
Se sabe que Madrid es tierra castellana, a pesar de lo cual no se ha tenido en cuenta durante su proceso hacia la autonomía. Se ha preferido mantenerlo al margen.
Las dificultades que se presentan en Madrid por ser una gran ciudad, por su inmigración, etc., deberían justificar un esfuerzo mayor por conocer y difundir nuestras raíces, al igual que se hace otros lugares. En el País Vasco, donde apenas llegaban a un 6% los que sabían escribir su idioma, se están realizando auténticos esfuerzos por extender su lengua y lo mismo sucede en el resto de las regiones donde no se ha perdido nunca la conciencia de los problemas que inciden en su personalidad cultural.
Es cierto qué el territorio de Madrid, como el resto de Castilla, ha sido bastante despersonalizado por tener tan cerca al estado centralista; pero igualmente hay que admitir que a otras provincias les sucedió algo similar y esto no ha
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impedido que vayan recobrando buena parte de la identidad perdida. En todas las comunidades, en mayor o menor grado, se reciben hombres de otros lugares, que se procura incorporar al país por ser el único modo de que las culturas regionales continúen existiendo y de que el emigrante se inserte mejor en su nueva vida. Como es lógico, se debe realizar sin forzar las situaciones y respetando la cultura de origen de cada uno.
En Madrid, a pesar de no producirse ningún tipo de discriminación, nuestra cultura y nuestras tradiciones son frecuentemente desplazadas, muchas veces por las propias instituciones públicas que deberían defenderlas.
Para buena parte de la clase política madrileña, la cultura de la provincia de Madrid y muy especialmente la de la villa, se queda en las casas regionales, lo que naturalmente tiene una traducción política de apoyo al sentido capitalino de la Comunidad de Madrid. Y aunque estos aspectos no se pueden quedar en los meros símbolos, sí es bueno recordar que, desde 1977, bastantes ayuntamientos de la provincia de Madrid colocaron el pendón castellano en sus balcones hasta que sin la más mínima participación ciudadana se acordó cambiarlos por otro, difícilmente unido al pueblo de Madrid. También han sido demasiadas veces las que actividades culturales castellanistas han sido desplazadas por otras dedicadas a ciudades, regiones, o paisajes muy alejados a nosotros. No es difícil recordar las semanas culturales dedicadas por el Ayuntamiento de Madrid a Moscú, Valencia o Andalucía, ni el trasvase forzado de tradiciones extrañas a Madrid.
Este estado de cosas nos coloca claramente en una autonomía más cerca del foráneo que del ciudadano de la Comunidad de Madrid. Ahora se puede comprender en toda su extensión aquella campaña de concienciación autonómica de «Madrid tuyo», promovida por la Diputación Provincial, en la que la autonomía se planteaba en segunda persona. Como vemos, se acentúa una lejanía que manifiesta el carácter capitalino de Madrid, en detrimento del castellano.
La Comunidad de Madrid, al igual que el resto de las comunidades autónomas, necesita para consolidarse la participación de sus ciudadanos, pero debido a las discutibles y vagas razones que primaron en la configuración de esta comunidad será muy difícil que se produzca. Con el abandono de los aspectos históricos y culturales se perdió la oportunidad de entusiasmar a los madrileños y de hacerles partícipes en la nueva situación autonómica.
Las autonomías han nacido para dar respuesta a la pluralidad histórico-cultural de España y no sólo para descentralizar un estado unitario. Es el sentimiento nacido de esta diversidad el que da origen y sustento al actual proceso autonómico. Introducir una comunidad autónoma sin respetar sus aspectos históricos, y en contra del sentimiento tradicional de los ciudadanos, es introducir un factor de desequilibrio poco aconsejable. Madrid carece de sentimiento autonómico propio, y sólo sincronizaría con el resto de Castilla. Somos castellanos desde hace novecientos años y no parece razonable dejar de serlo.
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El trabajo de promover una auténtica concienciación del pueblo de Madrid no parece estar en los actuales planes de nuestra Comunidad, que se limita a difundir la idea de «crisol y rompeolas de todos los pueblos hispanos» e incluso hispanoamericanos, con los que por cierto nos unen muchísimas cosas. Es un Madrid tan abierto el que promueve la actual Comunidad autónoma que los propios madrileños comenzamos a sentimos extraños. Si bien todos los hombres deben estar siempre abiertos a otras manifestaciones culturales, también es necesario mirar hacia nosotros mismos, hacia nuestra irrenunciable personalidad. Ahora que los valores culturales autóctonos se están revalorizando, Madrid se diluye, volcándose hacia «lo otro».
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D) El carácter de Madrid
Esta no es una cuestión ontológica vana, pues la postura que se tome ante ella marcará y dirigirá en términos generales toda la vida de la Comunidad. Estas cuestiones de base queremos recordar que vienen impuestas por la propia Constitución.
La configuración actual del mapa autonómico se estructuró sin una auténtica reflexión previa, creándose comunidades forzadas o, como en el caso de Castilla, dividida. Los problemas originados por dicha precipitación obligaron a replantearse toda la política autonómica. Los últimos gobiernos de UCD y el PSOE en la oposición ofrecieron su solución para reconducir el proceso, la LOAPA, que al ser mutilada por el Tribunal Constitucional meses después de su aprobación, quedó paralizada su ejecución. Sin embargo es de destacar cómo, a pesar de esta circunstancia, todos los estatutos aprobados, entre la creación de dicha ley y el dictamen del Tribunal Constitucional, recogen abiertamente sus criterios con resultados muy discutibles.
Después de las elecciones de 1982, el problema quedó un tanto aletargado, hasta que se estableció un nuevo proceso de atribuciones de competencias. Si bien para ciertas comunidades la meta actual se puede reflejar en un mayor número de competencias, para otras los problemas de identidad continúan incidiendo poderosamente.
Antes de abordar el caracter de Madrid, conviene recordar que la cultura occidental en la que estamos inmersos es consumista, competitiva, urbana y degradante ecológicamente hablando. Este modo de vida, fomentado por los medios de comunicación, se encuentra en cualquier rincón, uniformando cada día mas a unos pueblos con otros. A la vez la polaridad campo-ciudad, se acentúa, dándose una mayor semejanza entre cualquier ciudad-dormitorio, Madrid o Barcelona, que entre estas capitales y cualquiera de sus pequeños pueblos. No sin razón, los problemas de Madrid, Barcelona o Bilbao son cada día más parecidos.
¿Puede decirse que existe algo aparte de estas formas de vida? Evidentemente que sí, aunque a veces en grave peligro de desaparición, por eso la mayor parte de los entes autonómicos dedican muchas de sus energías para mantener lo poco o mucho que les diferencia del resto.
Desde luego sin tratar de revivir formas arcaizantes, sino más bien de afirmar, entre otras cosas, la necesidad que tiene el hombre de pertenecer a un grupo y de reaccionar ante esa avalancha impersonal y homogeneizada que se propaga constantemente.
Castilla, que debido al centralismo ha perdido bastante su personalidad, necesita mirar hacia sí misma como única forma de supervivencia, actualizando lo que de modemidad tiene nuestra cultura (participación en las instituciones públicas, propiedad comunal de la tierra, etc.). El Madrid alienante no es un fenómeno
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solo atribuible a Madrid, sino común a todas las grandes ciudades, y por supuesto no facilita la lucha por la recuperación de nuestras peculiaridades.
Ante ese Madrid despersonalizador es necesario tomar la postura que más contribuya a humanizarlo. Por supuesto, esto no se consigue con una autonomía aséptica que renuncie a sus raíces e institucionalice una realidad que a pocos gusta. La villa de Madrid no ha comenzado a vivir con la zarzuela sino que tiene un fuerte sustrato de siglos.
Volver hacia nuestra castellanía es una respuesta liberadora contraria a la cultura del marketing», lo que no significa aislarnos del mundo exterior, sino recibirlo con nuestros propios modos.
A la hora de hablar del carácter de Madrid no se puede olvidar el hecho de ser capital de España, pero así como se ha actualizado la concepción y el funcionamiento del Estado lo mismo debemos hacer con el de la capitalidad.
Tradicionalmente el ser capital implicaba que desde ese lugar se ejercía el poder, emanado de Dios o del pueblo, según fuese el carácter del régimen. La capitalidad recaía en mayor o menor medida sobre personas que vivían en dicho lugar, identificándose sus habitantes con la élite dirigente. Por esta razón todas las personas interesadas en alguna parcela de poder, necesariamente tenían que acercarse a Madrid. Desde aquí se decidía sobre hombres y haciendas, era una capitalidad restringida a unos pocos residentes, era la cabeza de reino, el punto geográfico desde el cual se realizaban las funciones del Estado.
Esta concepción, muy difundida en España, preconiza erróneamente que sólo en Castilla existen las mentes capaces de ver la realidad de España en su conjunto y constituye un auténtico escollo para el buen desarrollo del Estado de las autonomías. La Comunidad de Madrid, que debería haber sido utilizada para terminar con esa idea, se ha convertido en su salvaguarda, al perdurar en ella su carácter capitalino, tan identificado con el poder centralista.
Estamos obligados a adoptar un nuevo concepto de capitalidad que permita unir más fácilmente a los distintos pueblos de España, limando asperezas y en la que los madrileños podamos participar como castellanos, sin ningún tipo de «privilegios».
La capital lleva residiendo cerca de cuatrocientos años en Madrid, pero muy pocas veces se ha encontrado cerca del pueblo madrileño, sino más bien lo contrario.
Las instituciones del Estado residen en Madrid, pero la capitalidad no es patrimonio de ninguna parte de los españoles, sino de todos en su conjunto. Los madrileños no aportamos más que el resto de los españoles a esta tarea, por lo que es imperioso desterrar ese falso protagonismo y devolverlo a quienes tengan que ejercerlo.
Esta confusión de Madrid con el poder central ha sido, durante demasiado tiempo, usada como arma política para promover unos regionalismos, entendidos
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como animadversión hacia el Estado centralista, identificado con Castilla y particularmente con Madrid. La conciencia de identidad cultural, es un estado claramente diferenciados que cualquier pueblo, entre otras características, debe poseer. Pero en nuestro país lo personal y diferenciados se ha usado para arrojarlo no sólo contra el centralismo, que sería lo lógico, sino también contra el resto de los pueblos de España y muy especialmente contra Castilla.
Todo esto ha creado una visión muy pobre de la realidad de España. En las escuelas y en otros niveles de la enseñanza se difunde como dogma la idea de que fue Castilla la que hizo España por imponer su lengua y su capital. Ridículo, pero sobre todo injusto, porque si bien es cierto que la participación de Castilla por su situación económica y demográfica preponderante fue importantísima en tiempos pasados, sin embargo todas las tierras de España contribuyeron a su creación. Todos hemos aportado hombres y esfuerzos a esa tarea en una época u otra, y de la misma manera todos somos responsables del resultado y todos somos necesarios actualmente para superar el antiguo tipo de estado centralista, del que aún perduran muchos aspectos. Y en última instancia, ante este problema de interpretación, debemos adoptar una actitud creativa, que abra posibilidades, partiendo de la base de admitir que todos, según sus circunstancias, hemos participado por igual.
Continuar con una ideología de la capitalidad, identificada con Madrid, sólo contribuirá al enquistamiento del problema. El haber llegado a la autonomía por el «interés nacional» hace pensar que con esta medida se ha comenzado un largo proceso de intervenciones estatales en asuntos de nuestra Comunidad, que contribuyen aún más a mantener esa identificación.
Se ha olvidado que la mayoría de los madrileños no tenemos nada que ver con las instituciones del Estado, y que si bien los funcionarios en nuestra villa son más numerosos que en otras ciudades, tienden a disminuir con el traspaso de competencias.
La capitalidad es un trabajo abierto a la participación de todos, sin exclusivismos. Los madrileños no somos ni más ni mejores españoles que los demás, simplemente que en nuestro suelo residen las instituciones básicas del Estado; e independientemente de este hecho existe una provincia de Madrid con vida propia que sí necesita su autogobiemo. Una autonomía para la capitalidad, es contradictorio.
Al igual que en otras regiones configuradas sin tener muy presente su historia, y con el fin de justificarse de alguna manera y conciencias a sus habitantes, el gobierno autonómico madrileño pretende crear una historia y unas tradiciones acordes con esa autonomía. Se ha hecho una Comunidad uniprovincial, con la que se puede estar o no estar de acuerdo políticamente, pero desde luego lo que es difícil justificar es el no reconocimiento de sus señas de identidad y crear una nueva historia ajustada a unas necesidades políticas o de partido.
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El presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid manifestó recientemente: «La burocrácia estatal tiene las cabezas viviendo en Madrid por lo que habrá resistencias de tipo psicológico-político para traspasar las competencias a la Comunidad de Madrid».
Fijándonos en el proceso hacia el autogobierno uniprovincial de Madrid, parece ser que han sido estas posiciones de resistencia las que han conducido todos y cada uno de los pasos dados hasta ahora. Su comienzo tardío, la no aceptación de Madrid en ninguno de los entes denominados castellanos, predominio del carácter capitalino, el no reconocimiento explícito de su castellanía en el Estatuto y el haber llegado a la autonomía en base al interés nacional hacen que nuestra comunidad esté tutelada por el Estado.
Esta tutela no es sólo defendida por la burocracia estatal, sino también por buena parte del resto de las autonomías que usan la identificación Madrid-poder central, para crear estados de opinión y tomar posiciones ventajosas ante futuros problemas electorales o de competencias y, desde luego, por aquellas fuerzas que no creen en este nuevo Estado.
En el antiguo rollo de Madrid, símbolo de su autonomía, se podía leer: «Primero Villa, después Corte». Parece que aquellos madrileños previendo futuros problemas, dieron una solución muy válida, la de discernir perfectamente esta bipolaridad, sin ningún tipo de pugnas.
Una vez que no se han respetado los tradicionales limites de Castilla, a lo que dificilmente renunciaremos, la Comunidad de Madrid necesita de forma imperiosa el reconocimiento de su castellanía para iniciar unas nuevas relaciones con el resto de Castilla, tan necesarias para todos. Por supuesto, la uniprovincialidad no debería ser un escollo en este acercamiento.
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Pero si bien los errores cometidos con Madrid desde distintos lugares nos preocupan, son los nacidos en Castilla los que más nos duelen.
En buena medida las autonomías de Castilla y León, y Castilla-La Mancha se plantearon como respuesta defensiva al Madrid centralista, como forma de descargar sobre la capital las culpas de todo lo malo del centralismo, sin apreciar que, con ello, daban por bueno lo que se pretendía desterrar.
Aunque ese factor un tanto psicológico sea cierto, sin embargo son otros los que más influyeron en el aislamiento de Madrid, a los que nos referiremos a continuación, someramente a pesar de su importancia.
- La presión de aquellos que, al no estar de acuerdo con las autonomías, pretenden mantener a Madrid con todo su peso específico al margen de este proceso. Sería una comunidad que no pasaría de ser simplemente España.
- Las altas jerarquías de los partidos estatales que residen en Madrid creen en la necesidad de una autonomía «de todos», en la que, por ser sus representantes, puedan realizar sin ningún tipo de ataduras su política general de altos vuelos. La autonomía en los actuales términos permite mantener Madrid como banco de pruebas para los políticos nacionales.
- La prensa de Madrid tampoco ve con buenos ojos su regionalización, por llevar consigo una mayor atención a los problemas y noticias de la región, lo que seguramente restaría resonancia y publicidad del resto de España.
- En la configuración de las comunidades autónomas circundantes a Madrid pesaron excesivamente los planteamientos provinciales. Madrid suponía un peligro potencial que prefirieron dejar al margen de sus respectivas comunidades.
- La existencia de tendencias federalistas, en distintos partidos políticos, que han visto bien una solución uniprovincial por considerarla más cercana al clásico distrito federal.
En el caso posible de un' futuro federalismo', es de esperar que se retome el problema seriamente y se replantee en profundidad la pluralidad de España, llegándose a un estado nacional integrado por entes autónomos iguales. Castilla, como ente único diferenciado, tendría un enorme peso específico y podría colaborar como tal en este nuevo estado, sin prescindir de Madrid, que por alojar físicamente las instituciones de la nación necesitaría un marco jurídico en el que se reconociese la doble realidad de la ciudad de Madrid y se delimitasen claramente las competencias de la villa castellana de Madrid, representadas por el Ayuntamiento, de la administración central.
Es evidente que las razones hasta ahora dadas desde dentro y fuera de Madrid para justificar su uniprovincialidad, no han sido claras y mucho tememos que no se aclaren.
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Madrid es el gran consumidor de los productos castellanos, la que suple muchas de las deficiencias de servicios, la única gran metrópoli castellana, el centro de comunicaciones capaz de articular una región y por supuesto es donde más castellanos vivimos, nacidos o no. Este «ser necesario» no implica subordinación sino complementaridad.
Con la uniprovincialidad de la autonomía de Madrid, Castilla pierde su mejor ventana al exterior, el lugar desde donde podría comunicar y exponer sus logros y problemas. En el mundo de las comunicaciones de los estados de opinión, cuesta comprender cómo se puede prescindir de algo que, seguramente, jamás hubiesen consentido otras autonomías. Otra vez Castilla se ve forzada a languidecer sin poder levantar su voz.
Se ha creado la comunidad uniprovincial de Madrid, a pesar de que muchas de las decisiones tomadas en ella influyen en otras provincias castellanas, sin la posibilidad de participar en su elaboración y viceversa. Se ha creado a pesar de que los intereses castellanos estarán escasamente representados en el Senado, al prescindir de los representantes del 50% de su población.
Seguramente en la política nacional se darán intereses contrapuestos, ante los cuales la posición de Madrid dependerá del carácter que se da a su autonomía. Acentuar su castellanía implicará una mayor sensibilidad por los problemas de Castilla, que son los suyos.
Por otro lado, ante el Madrid centrípeto, representante del poder central, es lógico que el resto de Castilla viese con recelo compartir con él una misma comunidad. Ello, entre otras causas, contribuyó a hacer posible los conglomerados de Castilla y León, y Castilla-La Mancha. Todo esto sería comprensible si hubiese terminado con el aspecto centrípeto de Madrid que tanto influye en dicha autonomías.
Podría decirse que Madrid ha quedado sitiado por un gran aparato burocrático-administrativo que a pocos gusta y que no sólo afecta a la Comunidad de Madrid sino a todas las provincias castellanas.
Se ha perdido una gran oportunidad de regionalizar Madrid, con lo que de alguna manera se hubiese obligado a mirar hacia nosotros mismos, hacia esos pueblos de la provincia secularmente olvidados. Pero, lo que aún es más importante, no se ha respetado la auténtica región castellana, distinta de los antiguos reinos de Toledo y de León que, sin duda, también tienen personalidad histórica-cultural suficiente para constituir sus propias comunidades.
La uniprovincialidad obliga a remarcar nuestra castellana para conseguir un mejor y mayor acercamiento con las otras tierras castellanas.
El problema para Castilla no era aislar lo que constantemente se desborda, sino encauzarlo y reconducirlo para mantener con formas e instituciones modernas la unión, no uniformidad, de todas las comarcas y provincias castellanas. En la actualidad se impone un nuevo planteamiento sin prejuicios centralistas de las
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influencias, correlaciones y lazos que, en todos los campos, deben existir entre la provincia de Madrid y el resto de las provincias castellanas para llegar a un desarrollo más justo. Aunque esto hubiese sido en principio más fácil con una sóla autonomía regional castellana, aún es posible y, desde luego, la tarea merece la pena.
La colaboración en el campo cultural puede ser el primer paso en unas nuevas relaciones cada día más necesarias. La ciudad de Madrid es una realidad con dos vertientes, una abocada a Castilla, otra a la tarea común de la capitalidad. La primera necesita ser potenciada junto a los pueblos de la provincia para que, descentralizada y con su propia personalidad, se acerquen cada día más a todas y cada una de las tierras castellanas y en un futuro integrarse a una sola y auténtica Castilla. Por otro lado, el hecho de encontrarse la capital de la nación en la comunidad castellana de Madrid impone que el Ayuntamiento, las instituciones regionales y la administración central regulen esta situación en un marco legal que garantice el correcto funcionamiento del Estado y permita, tanto al Ayuntamiento como a la Comunidad Autónoma, alcanzar los mismos niveles de autonomía y autogobierno que el resto de los pueblos de España.
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ENRIQUE DIAZ Y SANZ,
JOSE LUIS FERNANDEZ GONZALEZ, RICARDO FRAILE DE CELIS, INOCENTE GARCIA DE ANDRES, JOSE PAZ Y SAZ,
VICENTE SANCHEZ MOLTO
MADRID, VILLA, TIERRA Y FUERO
Avapiés MADRID 1989
(páginas 207-224)
De la intendencia de Madrid en 1785 al aprovincia de 1833 y a la Comunidad Autónoma de 1983 (Madrid villa, tierra y fuero.1989)
I) De la Intendencia de Madrid de 1785 a la Provincia
de 1833.
En el siglo XVIII, con la dinastía borbónica, los decretos de nueva planta y sus derivaciones -supresión del derecho público foral y política de reformas según el patrón francés- se produce una gran aproximación al concepto actual de «provincia», como circunscripción geopolítica.
Ya el primero de los reyes de la casa Borbón, Felipe V, llevará a cabo una ordenación del territorio nacional, dividiéndolo en corregimientos y alcaldías mayores.
A partir de 1718 el país se divide en demarcaciones administrativas, inicialmente denominadas intendencias y que terminarían por llamarse provincias. Al frente de cada distrito administrativo territorial hay un funcionario, el intendente de provincia, que ostenta la representación del poder central -el rey- y asume las funciones de justicia, policía, abastos y hacienda. Este funcionario es el antecesor de lo que luego se llamarían prefectos (al modo francés, en la Constitución de Bayona de 1810), jefes superiores de provincias (en la Constitución de Cádiz, 1812), jefes políticos (1813-1836), subdelegados de Fomento (1833) y gobernadores civiles (1834 y, ultimamente, desde 1845 hasta la actualidad).
El país aparece entonces estructurado en treinta y cuatro provincias, configuradas sustancialmente según el criterio histórico y que mantenían la imagen, plural y diversa, de la España tradicional. Las provincias eran, por ello, muy diferentes unas de otras en extensión y población; presentaban fronteras de trazado irregular, cuajadas de entrantes y salientes y eran muy numerosos los enclaves de unas en territorios de otras. En el área de cada provincia persistían las antiguas y abigarradas subdivisiones: merindades, adelantamientos, comunidades, partidos, sexmos, concejos, condados, marquesados, villas eximidas, etc... De ello tenemos relación y noticia en España dividida en provincias e intendencias y subdivididas en partidos, corregimientos, alcaldías mayores, gobiernos político y militar..., publicada en Madrid, en 1789.
Queda, asimismo, reflejada esta división en el renombrado censo de Floridablanca (año de 1786), según el cual formaban la Intendencia de Madrid, pueblos que hoy siguen en su provincia y otros que pasaron a las actuales de Guadalajara (26 pueblos), Toledo (6) y Cuenca (1). El Corregimiento de Madrid, por otra parte, estaba formado, con algunas ligeras variaciones, por las aldeas tradicionales de su Tierra y Jurisdicción, a las que hay que restar algunas «de jurisdicción exenta» -Barajas, Chamartín, Hortaleza, Leganés, Parla, Polvoranca y Rejas-; y añadir algunas otras que pertenecieron al sexmo de Casarrubios de la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia -Brunete, Moraleja de Enmedio y La Mayor, Quijorna, Serranillos y Villamanta-.
La Villa de Madrid pasó, por entonces, de tener doce cuarteles a contar con ocho, los cuales se subdividian, a su vez, en ocho barrios, según vemos en el
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como de Floridablanca y que recibía los nombres siguientes: Plaza Mayor
Palacio, Afligidos, Maravillas, Barquillo, San Gerónimo, Abapiés-Lavapiés, San Francisco. Los cuarteles quedaban a cargo de los alcaldes de barrio. Madrid tenía, por entonces, una población de cerca de 150.000 habitantes que ocupaban algo más de 75.000 casas distribuídas en 557 manzanas. Resulta de interés señalar que en este momento el 35 por 100 de aquellos inmuebles eran bienes eclesiásticos y que el segundo lugar lo ocupa la nobleza titulada, con un 11 por 100, lo cual refleja muy fielmente la estructura social.
La población del viejo Alfoz y Tierra de Madrid era escasa, no llegando a veinticinco mil habitantes. Los pueblos de mayor población eran Getafe y Vallecas, que pasaban de dos mil; siguiéndoles Alcobendas, Carabanchel de Arriba, Fuenlabrada, Fuencarral, Leganés y Vicálvaro que superaban los mil habitantes. Los más pequeños, que no llegaban a cien habitantes, eran: Ambros (28), Canillejas (71), Coslada (67), Fuente el Fresno (42), Húmera (33), Polvoranca (29), Rejas (37), Rivas (40), Vaciamadrid (11); algunos de ellos han crecido mucho, otros se convirtieron pronto en despoblados.
Por real decreto de 30 de noviembre de 1833, se hace la división provincial hoy vigente, salvo en lo que afecta al archipiélago de Canarias. Por ella se dividía España en cuarenta y nueve provincias y se daba a cada una de ellas determinada zona de sierra y de llanura con el propósito de ofrecer posibilidades económicas similares y, en cierta manera, de autosuficiencia económica.
Dentro de este criterio, Madrid fue dotado de extensa zona serrana que cubre el flanco NO, de una tierra alta más o menos llana al E y de una amplia llanura en el centro-sur y de extensas y feraces zonas hortícolas en las riberas de los rios Tajo, Henares, Tajuña, Jarama, Guadarrama y Alberche. La extraordinaria huerta de Aranjuez se integraba en la nueva provincia de Madrid. Aquella no extensa intendencia que se limitaba prácticamente al territorio de su alfoz histórico, al que se había añadido el partido de Almocid y una parte del sexmo segoviano de Casarrubios, que tiempo atrás había sido ya desmembrado de dicha Comunidad de Segovia, se convertía en la nueva provincia de Madrid, de más que mediana extensión, cediendo algunas tierras a Guadalajara (el enclave de Almocid), Toledo (el condado de Casarrubios del Monte) y Cuenca; tomando por otra parte amplios territorios de Guadalajara, Segovia y Toledo y en menor proporción de Avila.
La antigua provincia dé Guadalajara se había formado, fundamentalmente, con la unión de diversas Comunidades y territorios de la casa del Infantado, como era la Comunidad de Guadalajara, Buitrago, Hita, Real de Manzanares y otras. La Tierra de Buitrago y el Real de Manzanares pasarán a la provincia de Madrid en la reforma de 1833.
La vieja provincia de Toledo, a su vez, abarcaba diversas tierras, que pasarían a las de Madrid, señorío de los cardenales de Toledo que tenía desde antiguo,
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sobre ellos, no sólo el poder espiritual sino el señorío temporal: comunidades de Alcalá y Talamanca.
La provincia de Segovia conservó, hasta 1833, sus territorios históricos de la Transierra: sexmo de Lozoya y parte del sexmo de Casarrubios y Valdemoro. También el condado de Chinchón, a pesar de no ser jurisdicción de Segovia, por haber sido desmembrado de su Comunidad, en razón de su anterior pertenencia, firmemente reclamada durante mucho tiempo por Segovia, estaba incluido en la misma en la antigua división provincial.
Evidentemente, hacía falta una reforma. Había desaparecido ya, por entonces, el que hubiera sido obstáculo difícilmente salvable: los mayorazgos.
Lo malo de la reforma de 1833 es que prescindió totalmente de la historia y tuvo su particular visión de la geografía. La reforma de 1833 varía profundamente la organización territorial de la España tradicional. En razón de favorecer la instrumentalización centralista, y al servicio de este objetivo, por preocupaciones pragmáticas de uniformar en lo posible las provincias en extensión y población, rectificar límites, suprimir trazados sinuosos y eliminar enclaves, dibuja sobre el mapa nacional unas líneas divisorias provinciales en gran parte arbitrarias, sin respaldo alguno histórico ni geopolítico, que muchas veces separan, a uno y otro lado de la raya, poblaciones que desde hacía muchos siglos habían estado y vivido unidas en las mismas Comunidades de Villa y Tierra.
Lo peor, pues, fue que se suprimió lo que quedaba de algunas instituciones, sobre todo las dichas Comunidades de Villa o Ciudad y Tierra, que debieron subsistir, como entidades intermedias entre la provincia y el municipio y forma de protagonismo y participación popular. Se acabó, así, con la poca autonomía comarcal y local, quedando las provincias como parcelas controladas y al servicio del centralismo, preparando el camino a la desamortización a favor de la burguesía y el caciquismo, rotos los lazos comunitarios comarcales y abandonadas las aldeas a su propia suerte.
Al quedar desprovistas de su genuino carácter de instituciones territoriales de derecho público y político de Castilla, las viejas comunidades dejaron realmente de ser. Consiguientemente, las extensas y ricas propiedades comuneras, por las voraces vías de intrusión privada y de la desamortización liberal, se transfirieron en su mayor parte a la propiedad particular de los sectores sociales más poderosos; lo que acarreó, inexorablemente, el empobrecimiento y ruina general de los pueblos y una gran atonía colectiva en la vida rural. Sólo algunas comunidades lograron mantener algo de su pasado patrimonio económico.
Las Comunidades debieron ser respetadas en su territorio, jurisdicción y patrimonio. Toda la reforma pública ha de cimentarse en un presupuesto, tan necesario como generalmente imcumplido: el conocimiento completo de lo que se quiere reformar y la participación de quienes van a sufrir o gozar sus consecuencias de forma más directa.
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J) De la división provincial de 1833a la Comunidad Autónoma de 1983
A mediados del s. XIX, escribía Mesonero Romanos: «El elegante caserío de estos nuevos distritos y de la mayor parte de las calles de la capital, la creación en ella y sus inmediaciones de fábricas de suma importancia, de numerosos establecimientos benéficos, científicos, literarios, industriales y mercantiles; los ya muy importantes arrabales y más que todo el considerable aumento de la población, casi duplicada en lo que va de siglo y que hoy se eleva a 300.000 almas aproximadamente, hacen ya necesaria y urgente una considerable ampliación, que aunque no tan extensa quizá como la propuesta, decretada y mandada llevar a cabo en este mismo año, será para el Madrid actual lo que fueron las de los siglos XIII y XVI para el anterior».
Contaba, pues, a mediados del s. XIX, con 300.000 almas. Cincuenta años más tarde, casi se había duplicado, llegando a 576.538 habitantes en el año 1900. La provincia alcanzaba, por entonces, la cifra de 198.496 habitantes.
Al inicio de los años 80, en Madrid y su provincia, viven 4.659.496 habitantes. Y mientras la densidad media de población en España es de 76 habitantes por km', a la provincia de Madrid le corresponden 583 habitantes por km'; y a Madrid capital, 5.000. Mientras, en esa otra provincia castellana que es Soria, tenemos el extremo opuesto: la provincia de Soria no llega, toda ella, a los 100.000 habitantes y su densidad de población es de 9,2 habitantes por kmz.
La población de la provincia de Madrid no está, evidentemente, repartida por igual entre todo su territorio, sino que se dan situaciones tan extremas como las que reflejan las cifras siguientes:
- El 97% de la población está concentrada en 17 municipios.
- Diez ayuntamientos tienen menos de 100 habitantes y 61 ayuntamientos menos de 500 habitantes.
La provincia de Madrid crece a un ritmo cercano al 90% en la década del 60 al 70, mientras que la media española es del 12% en el mismo periodo. Los mayores incrementos se han producido en los municipios de los alrededores de Madrid, sobre todo en las carreteras de Andalucía, Extremadura y Barcelona.
Estos municipios del «área metropolitana» han conservado su independencia municipal -muy codiciada por COPLACO: Comisión de Planeamiento y Coordinación del Area Metropolitana de Madrid, organismo autónomo adscrito al Ministerio de la Vivienda, últimamente asumido por la Comunidad Autónoma mientras que, en los años 50, otra serie de municipios que rodeaban a la villa de Madrid fueron incorporados a la misma por decreto: en 1948 son incorporados los Carabancheles y Chamartín; en 1950, Canillas, Canillejas, Hortaleza, Barajas y Vallecas; en 1951, Vicálvaro, Fuencarral, Aravaca y El Pardo; en 1954, se
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anexxiona finalmente Villaverde (incorporación que ya había sido planteada anteriormente y que sólo pudo hacerse realidad en los años de la dictadura. Era el momento en que se quería crear el gran Madrid).
El tema aquel de borrar del mapa, por decreto-ley, a todos los municipios más cercanos a la capital, no tuvo entonces su estudio ni pudo tener su oposición y crítica, habiéndose puesto de actualidad en las últimas municipales del presente año de 1983, llegándose a interponer recursos de anticonstitucionalidad y llevándose el tema ante el Defensor del Pueblo por parte de algunos grupos de ciudadanos de los Carabancheles.
Llegamos a la democracia y al Estado de las autonomías. Por primera vez una constitución española afirma la capitalidad de Madrid -«La Villa de Madrid es la Capital de España»-, consagrando así lo que era una realidad desde hacía siglos.
El proceso seguido, posteriormente, hasta llegar a la situación actual en que Madrid y su provincia han quedado fuera de su región natural e histórica, será ampliamente estudiado en el capítulo siguiente.
Pocos han negado en teoría la castellanía de Madrid y su provincia. Sin embargo, en la práctica, se ha hecho un gran silencio y se ha marginado todo movimiento tendente a la afirmación de la castellanía de esta tierra.
La Asociación Cultural «Comunidad Castellana» ha sido una de esas voces que, desde la marginación y el silencio impuestos, ha intentado hacerse oir afirmando la castellanía de la villa y de la provincia de Madrid.
He aquí algunas de sus declaraciones:
«Comunidad Castellana proclama la Castelanía de la tierra de Madrid, así como el derecho del pueblo castellano de esta tierra a participar en la convivencia y el desarrollo de la cultura Castellana; ello sin perjuicio de aceptar para esta tierra el servicio de albergar la Capital de España, lo que habría de ser regulado mediante un estatuto especial» (Bases para la opción regionalista de Comunidad Castellana. Burgos y Segovia, 29 de abril de 1978).
«Madrid es, sin duda, en la actualidad lo más peculiar y diverso dentro de la realidad plural Castellana, por el hecho de ser Capital de Estado y por su realidad socio-económica de la gran urbe. Evidentemente, incorporada a Castilla como corresponde por historia y geografía, la Villa de Madrid deberá tener un estatuto peculiar que articule adecuadamente su función de Capital, sin que ésta perjudique los intereses del pueblo de Madrid, ya que si la Capital está en nuestra Villa es, sin embargo, tarea de todos los españoles» (de la Declaración de Torrelaguna, 9 de febrero de 1980).
«El Futuro Estatuto debe reconocer el carácter castellano de estas tierras de la provincia de Madrid y de la propia Villa:
- La afirmación de esta Castellanía no es un obstáculo para que tenga un Estatuto propio de Autonomía, dada la realidad socioeconómica actual que le confiere una personalidad propia.
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El Estatuto, en todo caso, debe dejar una puerta abierta a la futura integración de Madrid con el resto de Castilla.
Debe hacerse una Carta especial o cualquier otro cuerpo legal que regule las funciones de la Capitalidad del Estado que está en la Villa de Madrid y los del futuro ente autonómico.
En este mismo orden de clarificación de funciones, esta Comunidad propone que la Capitalidad de la provincia autónoma se situe fuera de la Villa de Madrid» (de la Declaración de Soto del Real, 12 de diciembre de 1981).
«La Capitalidad, que es parte de la historia de Madrid, no debe hipotecar nuestra personalidad, ni entenderse como un quehacer sólo de los madrileños, sino como una tarea nacional, aunque resida en nuestra tierra. No se debe confundir la superestructura con la auténtica identidad del pueblo de Madrid, que es Castellana, a no ser que defendamos la identidad de esta Villa con la tradición absolutista y centralista del Estado Nacional» (artículo publicado en el periódico «Cisneros» de la Diputación Provincial).
La provincia de Madrid, de indudable condición castellana, por su situación geográfica y por su importancia cultural, política y económica debe constituir valiosísimo apoyo al desarrollo de sus vecinas y hermanas provincias de Castilla y vigoroso foco creador de cultura castellana. Y, en el futuro, reintegrarse en una Castilla recuperada, sin mezclas, amalgamas ni confusionismos: toda y sola Castilla, ocupando un lugar igual y digno en el conjunto de los pueblos de España.
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ENRIQUE DIAZ Y SANZ,
JOSE LUIS FERNANDEZ GONZALEZ, RICARDO FRAILE DE CELIS, INOCENTE GARCIA DE ANDRES, JOSE PAZ Y SAZ,
VICENTE SANCHEZ MOLTO
MADRID, VILLA, TIERRA Y FUERO
Avapiés MADRID 1989
(páginas 175 -180)