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lunes, febrero 15, 2016

Don Manuel, diez años ya.

Don Manuel, diez años ya.



[Centro de Estudios Castellanos: Fuente: El Norte de Castilla:- versión digital 15-02-2016.]

El Centro Segoviano de Madrid descubre una placa en la casa del abogado Manuel González Herrero, en el décimo aniversario de su muerte


En el centro, entre la placa, Julia González-Herrero (izqda.), Clara Luquero, Antonio Horcajo y Joaquín González-Herrero.


Fue el 14 de febrero de 2006 y parece que no ha pasado tanto tiempo. Aquel San Valentín amaneció triste en Segovia, con la noticia del fallecimiento de Manuel González Herrero, ilustre jurista e historiador que amó y enseñó a amar a su pequeña patria segoviana, a la que dedicó la vida entera. Ayer, décimo aniversario de la muerte de don Manuel, el Centro Segoviano de Madrid tuvo la delicadeza de dedicarle un sentido homenaje en la que fue su casa, en el corazón del barrio de Santa Eulalia, en cuya fachada se descubrió una placa conmemorativa.

Al acto, presidido por la alcaldesa de Segovia, Clara Luquero, acudieron los hijos del inolvidable letrado, además de numerosos amigos y un buen puñado de segovianos que desafiaron la lluvia y la nieve para poder asistir al homenaje. Al pie de la placa, Joaquín González-Herrero evocó la memoria de su padre, a quien definió como «investigador de archivos y líder de pensamiento». Por su parte, el presidente del Centro Segoviano de Madrid, Antonio Horcajo, abundó en el segovianismo de don Manuel: «Nos enseñó a saborear y vivir Segovia y no admitió tapujos en su defensa». Para Clara Luquero, con González Herrero «aprendimos a mantener viva la identidad de Segovia y a reconocernos en ella». No faltó el baile de ‘La entradilla’ de Agapito Marazuela, a cargo del grupo de danzas La Esteva.
Hijo Predilecto

El pensamiento de González Herrero, heredero de Anselmo Carretero y Nieva, Ignacio Carral, Celso Arévalo, Alfredo Marqueríe, Mariano Quintanilla o Antonio Bernaldo de Quirós, nos habla de la patria «como sostén moral y equilibrio del ser humano, sentimiento de unión espiritual con un lugar», y en este sentido, la patria segoviana era, para don Manuel, el lugar de encuentro «de los verdaderos segovianos».
González Herrero nació en Segovia en 1923. Doctor en Derecho y decano del Colegio de Abogados de Segovia durante veinticinco años, fue miembro del Consejo General de la Abogacía y presidente del Consejo de Abogados de Castilla y León. En los cuarenta dio con sus huesos en la cárcel, acusado de encabezar una célula antifranquista, y cumplió parte de la condena en las prisiones del Dueso y Ocaña. En el otoño de su vida, recibió el título de Hijo Predilecto de la Provincia de Segovia.

Como escritor e historiador dejó un ramillete de obras imprescindibles en cualquier biblioteca segoviana: ‘Fernán González y el pueblo castellano’ (1970), ‘Segovia, pueblo, ciudad y tierra. Horizonte histórico de una patria’ (1971), ‘Libro del Milenario de la Lengua Castellana’ (1979), ‘Castilla como necesidad’ (1980), ‘La entidad histórica de Segovia’ (1981), ‘El pinar de Balsaín. Una reivindicación historia de Segovia (1984), ‘Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana’ (1985), ‘La sombra del enebro’ (1992), o ‘Segovia y la Reina Isabel I’ (2004). 

Afirmación segovianista

Afirmación segovianista


[Centro de Estudios Castellanos: Fuente: Adelantado de Segovia:- versión digital 15-02-2016.]


El Centro Segoviano de Madrid homenajeó a Manuel González Herrero en el décimo aniversario de su muerte y también a las ocho comunidades de Villa y Tierra de la provincia, a las que entregó el premio ‘Fidelidad a la Tierra’.



Los presidentes de las comunidades de Villa y Tierra, y la de la Ciudad y Tierra de Segovia, con los premios ‘Fidelidad a la Tierra’ concedidos por el Centro Segoviano de Madrid. / M. Galindo

En una gélida mañana de invierno, justo el día en que se cumplían diez años del fallecimiento de Manuel González Herrero, el Centro Segoviano de Madrid, atribuyéndose la representación del pueblo de Segovia, organizó un homenaje doble, al líder del pensamiento segovianista y a las ocho comunidades de Villa y Tierra existentes en la provincia, incluyendo la de Ciudad y Tierra de Segovia.

 Ante la fachada de la casa de González Herrero, en la Plaza de Somorrostro, se llevó a cabo un sencillo acto en recuerdo del insigne abogado e historiador. Un miembro del grupo La Esteva bailó ‘La Entradilla’, la danza de honor típica de Segovia, ante una lápida coronada con el busto de González Herrero. A continuación, su hija Julia y la alcaldesa de Segovia, Clara Luquero, procedieron a descubrir la inscripción. “En esta casa vivió, laboró y murió el excelentísimo señor Manuel González Herrero (1923-2006), que nos enseñó a conocer, comprender, amar y defender la Tierra de Segovia. El Centro Segoviano de Madrid le dedica el perdurable homenaje de gratitud y recuerdo con ocasión del X aniversario de su Memorial”, se puede leer. Tal piedra, de grandes dimensiones, ha sido diseñada por el arquitecto Joaquín Roldán, y cuenta con dos bronces, obra del académico de San Quirce José Luis Parés.


 Desde un pequeño escenario, instalado en la Plaza de Somorrostro, se pronunciaron los discursos, comenzando por el de Joaquín González-Herrero, en representación de su familia. Agradeció el homenaje del pueblo de Segovia y, a renglón seguido, recordó algunos momentos de la vida de su padre y varios episodios históricos en los que participó, entre ellos la fallida autonomía uniprovincial, subrayando que entonces “no se respetó la voluntad de los segovianos”. A su juicio, “nuevas amenazas se ciernen sobre esta tierra zaherida, incluida la división comarcal artificial y sin razón, que viene de donde bien sabemos”, en implícita referencia a Valladolid. González-Herrero arremetió por último contra “la partitocracia, sucedáneo de la democracia”, agregando que frente a ella “debemos decir que, en lo esencial, nuestro partido es Segovia”.
A continuación, el presidente del Centro Segoviano de Madrid, Antonio Horcajo, se dirigió a los asistentes con la intención de explicar el relevante papel jugado por González Herrero en el mantenimiento de la identidad segoviana. Para Horcajo, en la trayectoria del homenajeado hay cuatro verbos fundamentales: conocer, comprender, amar y defender. “Él nos enseñó a conocer Segovia, a comprenderla; y así surge un amor que lleva a la defensa de esta tierra”, dijo. “Se defiende lo que se ama, se ama lo que se comprende, y se comprende lo que se conoce”, continuó.


 Horcajo calificó a González Herrero como un hombre “generoso y comprensivo”, además de entregado a la causa segoviana. Por esto último, advirtió que fue “intransigente” con las injusticias sufridas por la provincia a lo largo de su historia. Haciendo suyas unas palabras del propio González Herrero, pidió a los presentes que “no caigamos en el error de la tolerancia con la mentira que se nos quiere imponer”. Y acabó con otra frase de su maestro y amigo: “No olvidemos los ultrajes y las rapiñas, no para enfrentarnos a nadie sino para ser leales con nosotros mismos”.
En una breve intervención —el agua arreciaba en ese momento— la alcaldesa de Segovia quiso mostrar su reconocimiento y gratitud a “uno de los hombres más destacados que ha dado nuestra tierra”. Sin entrar en detalles de su biografía, sí consideró que “brilló en todas las facetas de la vida”, recordando que fue “uno de los letrados más relevantes de la Segovia del siglo XX” y, al tiempo, llegó a director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce. “Cuantos le conocieron le definen como una buena persona”, prosiguió Luquero, señalando, a modo de ejemplo de esa bonhomía, un detalle, el de que en la posguerra ofreció defensa gratuita a los más desfavorecidos. La alcaldesa de Segovia citó también el continuo peregrinar de González Herrero por los pueblos segovianos, charlando animadamente con labradores o pastores. “Para él —sentenció— todo el mundo era importante”.


Entrelazado con el homenaje al paladín de Segovia se dio otro, a las comunidades de Villa y Tierra, consideradas por González-Herrero hijo, en su discurso de ayer, como “una de las instituciones medievales más originales de Europa (...), la expresión más genuina del genio político de los castellanos”. Horcajo hizo subir al escenario a los presidentes de las comunidades de Villa y Tierra de Coca, Fresno de Cantespino, Fuentidueña, Maderuelo, Pedraza y Sepúlveda —faltó el de la de Cuéllar, Jesús García— y a la de Ciudad y Tierra de Segovia. Y allí entregó a cada uno un pergamino, con el texto “Como reconocimiento y gratitud por su amor y defensa de los municipios que forman (la Comunidad de...) y las gentes que la habitan, manteniendo desde su fundación secular el espíritu democrático que distingue la histórica identidad segoviana”.



martes, noviembre 26, 2013

MANUEL GONZÁLEZ HERRERO, HIJO PREDILECTO (Revista Cultural de Ávila, Segovia y Salamanca. Julio de 2004 =


Revista Cultural de Ávila, Segovia y Salamanca. Julio de 2004

Alberto García Gil

MANUEL GONZÁLEZ HERRERO, HIJO PREDILECTO.
Los mejores homenajes son los que reconocen, esto es, los que proce-
den de larga contemplación de la persona y sus comportamientos.
Es decirle al conciudadano destacado que nos hemos enterado y to-
mamos nota. Que sobre las penurias frecuentes de la vida colectiva,
determinadas actitudes son valoradas por casi todos y aceptadas sin
menor reparo por los demás.
Al margen de las posiciones concretas en el pensamiento o en los sen-
timientos: cuando se piensa o cuando se siente siempre está el riesgo
de complacer a unos e incomodar a otros. Cuando no se piensa, o no
se siente, no pasa nada.
Manuel González Herrero, segoviano, acaba de ser reconocido como
Hijo Predilecto de la Provincia. Sobre los merecimientos evidentes des-
taca lo apropiado del Título a la persona.
En su casa de la Calle Buitrago, al lado del río Clamores -que él bio-
grafió- hoy oculto bajo los coches, reflexiona sobre sus constantes vi-
vificadoras que, ante todo, son complejo emocional de un carácter
poco gregario y cuya vocación universal sestea por caminos poco ha-
bituales y, a veces, confundidores .
.. . Mi abuelo y sus hermanos eran curtidores en Fuentepelayo; tenían allí una tene-
ría, modesta, en el camino de Pinarnegrillo. A principios de siglo la vendieron, se vi-
nieron a Segovia y se hicieron medio socios de Don Leopoldo Moreno que tenía una
tenería que ya venía de muy antiguo, en la calle San Valentín, dando al río.
Me acuerdo de la tenería, de los noques ... se ponían las pieles a remojar con
las materias curtientes que traían las cortezas de roble y encina.
Al otro lado de la calle, en el solar donde está la Casa Vasca, había un corralillo
donde vivían los curtidores que luego se destrozó para levantar ese edificio. En ese
corralillo vivía mi abuelo. Cuando mis padres se casaron se fueron a vivir con él.
Así que yo nací allí, en el corralillo ese de San Valentín y me crié, los pri-
meros años de mi vida, a orillas del Clamores.
-

 


 
LA TIERRA
El sentimiento de amor a la tierra ha sido una constante de mi vida. A la tie-
rra en que he nacido, de la que he sido hecho y a la que, de alguna manera,
he tenido siempre una vaga devoción de ser devuelto.
No con un sentido excluyente sino con un sentido universal, porque la tie-
rra es el hogar, es la casa de nuestra gente, de la gente con que me entiendo
bien y, además, es el asiento de una cultura, de unos hábitos, de una forma
de entender la vida y de vivir/a.
En este orden de cosas, el ámbito de la tierra concreta nuestra segoviana y la
idea de Castilla, de su papel en la formación de nuestra cultura, de nuestra ma-
nera de vivir y de la forma y de la creación de España, (España, no este país
como dicen ahora de una manera vergonzante), para mí son fundamentales.
Me siento vinculado a esta tierra nuestra, a los convecinos, a los amigos, que es
un dato esencial de la vida humana, a la forma de vivir, a los problemas que
tiene nuestra gente y, consecuentemente, a todos los componentes de su cultura:
las formas de vida, las tradiciones, las costumbres, las fiestas, la manera de vivir. ..


AGAPITO MARAZUELA
Personalidades singulares, invaden, a veces desde el silencio, el alma
de la memoria colectiva. Agapito, el concertista de guitarra a quien la
vida hizo dulzainero de la legua, llenó su discreción de amistad.
Algunos amigos -uno ya va para viejo- tienen dan su nombre a calles;
otros son ya, para los que vengan, bronce de monumento. Nunca se
sustituye la presencia, ni de la mano de los que te quisieron .
.. . el folclore, con el que desde siempre he sentido un vínculo, que por un
azar histórico de mi vida personal se ligó con el maestro Agapito Marazuela,
a quien conocí desde niño.
En la República, yo era un niño de una familia humilde que iba a la es-
cuela nacional de Los Huertos y mi padre, que era un hombre de iz-
quierdas, un hombre progresista, como ahora dicen, tenía muy buena
amistad con Agapito.
Recuerdo, cuando yo tenía diez años, que mi padre organizó un día una ac-
tividad extraescolar y llevó a los niños al Ven tarro del Pito. Paseando, nos
fuimos al barranco del Peñigoso -entonces valle rocoso, calizo, lleno de
oquedades, pobladas de una pequeña fauna innumerable- y allí Agapito nos
tocó la dulzaina y nos cantó.
Andando el tiempo, por azares de la vida, me le volví a encontrar en Ocaña
y fue un encuentro entre segovianos.
Luego, la convivencia que hemos tenido y como he valorado de ese hombre
su sentido castellano de la seriedad, del rigor, de la reciedumbre, que aun-
que parezca un tópico no lo es. Aunque era un hombre de ideas, como se
dice, avanzadas, era un hombre respetuoso de todo y de todos.


EL DIÁLOGO
Música, letra, entreverado y bordes. Todo eso es el diálogo. A la vez.
Ni la sola palabra, ninguna es tan precisa. Ni la sola idea, ninguna es
tan excluyente ...
Comunicarse para exprimir la posibilidad de ir de la mano ...
El diálogo, como casi todas las cosas de las que se habla mucho, no existe
en este momento histórico concreto.
No existe y menos a nivel político. Por eso yo he rehuido siempre entrar en
eso que llaman la política, particularmente la política partidaria, porque los
unos y los otros no es que hablen para entenderse, sino que hay como una
animadversión, como un enfrentamiento polémico que no conduce, por su-
puesto y naturalmente, a un entendimiento, a ese hablar, en el sentido de
comunicarse cada uno sus propias aportaciones y eventualmente sus pe-
queñas riquezas, ponerlas sobre la mesa para, con las contribuciones de uno
y de otro, multiplicar el enriquecimiento.
Ahora, el otro no es el discrepante o el oponente, sino que es el contrario.
Se trata de ir sistemáticamente a la contra con una connotación de ánimo
adverso, animadversión, falta de verdaderos sentimientos, de solidaridad, de
algo que se tiene en común.


LOS VALORES
Cada uno es cada uno y todos somos iguales. Unos más iguales que
otros. Y el que venga atrás que arree.
Es muy difícil ir hacia adelante en esta sociedad moderna que ha perdido los
valores esenciales de la Humanidad. Yo creo que es una sociedad que no
tiene ideales; realmente no se cree nada salvo el planteamiento hedonista
de la vida; no hay más ideal que pasárselo bien.
De una sociedad que tiene este objetivo, una sociedad de consumo, la sociedad
de bienestar que dicen, se puede esperar muy poco, ni siquiera que progrese.
La sociedad española y la sociedad europea, en general, como no cree realmente
en nada, no está dispuesta a sacrificarse por nada, a hacer ningún esfuerzo, a su-
frir ninguna privación de cara a los que no tienen nada, que es el resto del mundo.
Se seguirá viviendo explotando a otros, para mantener este alto nivel de vida, para
tener de todo, para, en definitiva, estar cada vez más aherrojado por las cosas.
Es un problema moral tanto como cultural, porque esta sociedad está ex-
plotando a más de medio mundo y se instala en el confort e incluso, a la
hora de su autodefensa, no responde y espera a que vengan otros a sacar-
nos las castañas del fuego, lo cual es bastante triste.


LAS NACIONALIDADES
El Honorable Maragall, en una entrevista, interpretaba el pensamiento
de Carretero en el sentido de que en España había tres naciones. Ca-
taluña, País Vasco y Galicia ... Lo demás serían Regiones ...
Carretero no mantuvo nunca en modo alguno que esas regiones o pueblos
fuesen las únicas naciones de la Península Ibérica porque todo su trabajo in-
telectual ha versado sobre las nacionalidades españolas, que son todos los
pueblos que están en la Península, desde Portugal hasta Cataluña y desde
Gaiicia hasta Andalucía.
Se puede hablar de naciones pero con el sentido que esta palabra tenía en
la edad media: por ejemplo a Segovia, una ciudad con una industria textil
muy importante venían a trabajar muchos vascos, montañeses, riojanos; se
organizaban en grupos humanos que se llamaban la nación de los monta-
ñeses, la nación de los vizcaínos ... alguna tenía su sede en una iglesia: la na-
ción de los vizcaínos, en la Trinidad, por ejemplo.
Nación como comunidad humana, pero sin dimensión política, sino no tiene
sentido.
Claro que aquí hay naciones: una comunidad humana que tiene unas ca-
racterísticas comunes de costumbres, tradiciones, cultura, lengua, institu-
ciones, es una nación y, en ese sentido, tan nación es Cataluña, como
Castilla o como León o como Andalucía.
Yo creo que Castilla es una nación porque es una comunidad humana defi-
nida por una historia común y por una lengua, que es el castellano, también
llamado español generalizando (realmente, el catalán y el gallego son, tam-
bién, lenguas españolas).
El debate entre región y nación encubre la voluntad política de que un de-
terminado territorio y una determinada población se establezcan jurídico-
políticamente en estado separado del estado español.
Todo esto es obra de los ideólogos que son los que calientan la cabeza a la
gente, porque el problema de Cataluña se ha generado en el siglo XIX y una
clase política se ha preocupado de fomentar determinados sentimientos.
En Castilla no ha habido nacionalismo, afortunadamente, porque el caste-
llano no es exclusivista ni excluyente.
Hoy necesitamos al Estado Español tal y como está estructurado y de la ma-
nera más cohesionada que sea posible: lo más solidario. No ya porque la
Unión Europea está constituida en función de los estados y no de los pue-
blos, concepto vago este que no sabemos donde empieza y donde acaba en
cada caso.
El estado es la casa de todos que nos ha de dar fuerza para apoyamos mu-
tuamente y hacer frente a la organización de Europa, que sigue siendo la Eu-
ropa de los mercaderes.
La España de las Autonomías puede ser una fórmula buena si se utiliza co-
rrectamente, para unimos y entendemos no para separamos, no para ahon-
dar las posibles diferencias, que en realidad no existen.


CASTILLA y LEÓN
Los políticos tienen la virtud -o la intención- de situamos en un
mundo subrreal en el que las coordenadas varían convenientemente y
según las circunstancias. No es ya que la Historia se interprete sino
que su olvido da por sentado que no existen las huellas que produjo
a 10 largo de los siglos, los contextos socioculturales que tejió y cuya
presencia viva en el comportamiento de la gente habría de ser la base
de las propuestas sociales.
En la división territorial, Castilla tuvo la mala suerte de no ser respetada,
porque, pensamos algunos, en vez de hacerse una región castellana con lo
que era tradicionalmente Castilla la Vieja y una región leonesa -León es una
región importantísima en España que es la que realmente ha mantenido la
idea de Hispania- organizando dos regiones que hubieran funcionado mejor;
se hizo este conglomerado de nueve provincias demasiado heterogéneo, de-
masiado extenso -es la región más grande de Europa- en donde es muy di-
fícil suscitar un sentimiento de comunidad.
Aunque Fernando Abril tendía puentes de equilibrio entre las dos posturas,
el tema se dejó en manos de Alfonso Guerra y de Rodolfo Martín Villa que
actuaron según lo que consideraron adecuado, desde la perspectiva de cada
uno para sus respectivos intereses políticos de cara al futuro.
Plantearon así una macro-región centrada en Valladolid, una vez hubieron
separado La Rioja, tierra históricamente castellana, y la Montaña de San-
tender; el mar de Castilla.


LA UNIPROVINCIALIDAD
Puestos a cerrar el mapa como fuera, la historia de la organización
autonómica acabó con un borrón incomprensible y que tuvo que caerle
a Segovia. En aquella historia más de uno evidenció, de manera incon-
veniente, la realidad de su personal concepción del poder, bien dis-
tinta de los discursos parlamentarios.
Era muy claro que, visto que no era posible una región castellana, la alter-
nativa para Segovia era, antes de caer dentro del centralismo de Valladolid,
ventosa que va a acabar con nuestra provincia, utilizar soluciones previstas
en la Constitución y constituirse en Autonomía uniprouincial.
Igual que hizo Logroño y Santander. Pensamos que Segovia podía gober-
narse a sí misma, tener sus propios órganos de gobierno y administración
provincial, tal y como se contempla en la Constitución.
La provincia de Segovia, asombrosamente, cubrió todas las exigencias consti-
tucionales para constituirse como comunidad autónoma, lo cual era casi un im-
posible. La apoyaron casi todos los Ayuntamientos -el de la Capital no, por
razones políticas partidarias- y la cosa llegó a tal punto que a Segovia la tu-
vieron que meter en Castilla y León con calzador y mediante una ley especial.


LAS COMUNIDADES DE VILLA Y TIERRA
En la recuperación necesaria del control social del territorio, las his-
tóricas Comunidades de Villa y TIerra, adecuadamente puestas al día,
tienen un papel fundamental. Así lo reconoce Europa, donde algunos
países conservan estructuras de organización similares y permanente-
mente provechosas, desde el medioevo.
Alfonso el Batallador tuvo el título de rey de Segovia. Los segovianos pasa-
ron los puertos, se derramaron por el sur y llegaron hasta el Tajo, con espí-
ritu colonizador; hacia Madrid. Aquí se creó un territorio histórico: Segovia
no es una provincia inventada por los legisladores del siglo XIX, es un ver-
dadero territorio histórico con una organización de Comunidades de Villa y
Tierra.
La repoblación de esta tierra no la hicieron los magnates, o grandes señores,
o los grandes monasterios sino el pueblo, a través de estas organizaciones po-
pulares, los Concejos y las Comunidades que mantuvieron las grandes exten-
siones territoriales, los montes, los bosques, las aguas, o sea, todos los bienes,
raíces importantes en mano común, siguiendo la tradición germánica.
Por eso en la provincia de Segovia no hay grandes propietarios: los únicos
latifundios son de la Comunidad de Villa y Tierra.
Los pinares, los bosques, los enebrales, los encinares, las aguas, todo eso es
una propiedad colectiva, de cuyos aprovechamientos participa la gente, par-
ticipan los vecinos. Eso crea una cultura de dignidad y de independencia, de
que el vecino, cualquiera, sí que tiene donde caerse muerto, porque puede
ir al pinar, puede aprovechar los pastos, aprovechar las aguas, las maderas,
las leñas. Eso le da un sentido de independencia, de que no hay señorito.
El territorio debía organizarse en base de esas entidades que existen desde
finales del siglo XI.
Hay un desconocimiento de lo que somos, una ignorancia de la historia, olvi-
dando que la historia la llevamos dentro, que no es una cosa que ha pasado,
que sigue viviendo en nosotros, porque el hombre, como decía Ortega, el hom-
bre es más historia que naturaleza y, desde el inconsciente está operando.
Ahora con progresivo malentendido, crean mancomunidades, haciendo
tabla rasa de lo que ya tenemos, juntando las churras con las merinas, ma-
neras de vivir, economía y costumbres distintas.
Esto del Parque Natural de la Sierra, pues está bien, pero que sepan que
aquí hay una serie de grupos humanos que viven de los pastos, del ganado,
del agua, de las leñas, de la madera y que tendrán que seguir viviendo.
Desde la Granja hasta Ayllón el territorio está intocado, incorrupto: ni un
plástico, ni una botella, ni una lata, ni nada, salvo un punto de penetración
de Madrid, que es el puerto de Lozoya: el único punto en que hay que tener
cuidado, porque por ahí es por donde viene toda la parafernalia.


LA TIERRA DE PEDRAZA
A veces la pobreza impide transformar y, llegada la relativa riqueza,
las cosas están como estaban, con daños reparables y paisajes intac-
tos. Herencias magníficas cuyo brillo actual enmascara décadas de pe-
nuria. Equilibrios sociales sutilmente tejidos en ese rincón del alma
colectiva que no sabe de realidades por partes.
Pedraza es la tierra de mis antepasados. También la Villa, por su estética,
casi no hay nada que distorsione, es muy bonito. Aunque me gustan más los
pueblos, con sus vacas ... En La Sombra del Enebro hablo de todo ello ...


ENRIQUE E ISABEL
La nobleza tiene sentido como ejemplo. Cuando procede de ambicio-
nes incontroladas y favores inconfesables puede llevar a dramas como
el conflicto mal resuelto de la muerte de Enrique IV y la entronización
de Isabel 1 tras lo que se oculta un giro de gran calado de la historia
de Segovia. No para bien.
Habría que salir al paso de algunos aspectos de la conmemoración de Isa-
bel 1, la Reina que enajenó tierras de Segovia a favor de Cabrera, porque es
vergonzoso.
Isabel tiene mérito como reina de España, tiene grandes realizaciones, de eso
no cabe duda, pero los actos que se los hagan en Medina o en donde quieran:
Segovia es el sitio menos indicado, es bajarse los pantalones, es indecoroso, es
un desprecio a nuestros antepasados ya aquellas protestas que hicieron ...
Los documentos demuestran que lo que aqui ocurrió fue un golpe de es-
tado y nada más; que unos cuantos Regidores, traicionaron a Segovia ...
... y ahora, ese himno aberrante que promociona el Alcalde, hecho en la Dic-
tadura de Primo de Rivera con todos los tópicos de la España Imperial. Es
increíble que una ciudad como Segovia adopte ese himno.


LAS EXPROPIACIONES
El Poder tiene el peligro de la libre disposición de vidas y haciendas,
por lo que su administración nunca es neutra y suele ser arma para
el aseguramiento dominical caiga quien caiga. En esto suelen tener
tanto peligro los que lo sustentan como los que quieren arrebatár-
selo y la alternancia democrática puede ser así una simple congoja
pulsante.
Carlos III expropió a la Comunidad de Segovia para servicio de la Corona,
el pinar de Valsaín para cubrir la necesidad de palos para los barcos y leña
para la Fábrica de Cristales. Una vez que ese destino cambia, hay que de-
volvérselo a su legítimo dueño.
La gente republicana de aquí, familias muy conocidas, entre otros el canó-
nigo D. Jerónimo Garda Gallego, cura liberal, republicano, diputado a Cor-
tes que acabó en el exilio, luchó mucho por la devolución del pinar de
Valsaín. Pero no hubo suerte y, de la Corona pasó a la República que no lo
devolvió.
Luego, cuando la restauración democrática, la reclamación de los pinares se
plasmó en un proyecto no de ley que yo redacté y presentaron Modesto,
Gila y José María Herrero. Estuvo a punto de salir. Incluso Guerra dijo que,
a él, le daba igual.
Quien se opuso fue un Diputado segoviano de la izquierda que quiso evitar
lo que consideró un tanto muy grande para la derecha de aquí.
Yo creo que la justificación geopolítica y geo-económica de la existencia de
Segovia son esos montes. Sin la Sierra Segovia no existiría, a nadie se le
hubiera ocurrido hacer aquí una ciudad de cierta importancia.


LOS PERSONAJES
Aquellos personajes emblemáticos desaparecieron en silencio y no hi-
cieron escuela. Segovia salió del siglo pasado con más de una fractura
y riesgo de añoranza. Lamiéndose las heridas que fueron muchas y de
muchos tipos.
Maestros como Mariano Quintanilla, cronistas como Don Ildefonso
Rodríguez ...
Nosotros vivíamos en la casa de D. Ildefonso que estaba entre la calle Real
y la Judería.
Me acuerdo que, a la izquierda del patio, había unas estancias que me im-
presionaban, que me emocionaban mucho, unas habitaciones que no tenían
huecos, muy altas y que estaban llenas de mapamundis todas las paredes.
Yo tendría alrededor de los 8 años y tenía allí mi mundo misterioso, en
aquellos, recovecos, aquellos pasillos ...
En el patio había una fuente circular. .. allí bajaba Don Ildefonso algunos ratos.
A mí me quería mucho, me hablaba. Era un hombre venerable, la barba blanca;
era un sabio, muy católico, pero le gustaban las mujeres. Era médico, cate-
drático y doctor en Teología y Filosofía. Escribió infinidad de libros ...


DON MANUEL, ABOGADO Y ACADÉMICO DE HISTORIA Y ARTE
Ha sido, veinticinco años, Decano del Colegio de Abogados de Sego-
via. Él estima el hecho de ser elegido por los compañeros.
Aprecia del oficio de abogado, la posibilidad de conocer a la gente.
Aunque, de alguna manera, no se considera integrado en el colectivo.
En realidad, cree considerarse al margen de colectivos a los que per-
tenece -la Academia de San Quirce, por ejemplo, de la que fue Direc-
tor, "sorprendentemente", dice- y a los que, sin embargo, dedica
esfuerzos y emociones. Hay en ello una voluntad de caminar sin atadu-
ras. O de elegir las propias ataduras. O de asumir la propia carga sin
amparos.


PAUSA PROVISIONAL
Don Manuel, Manolo y González Herrero -trinidad laica que concita
igual respeto en cada una de sus acepciones- hace pausa, hasta otro
día, en los recuerdos y reflexiones, y muestra su última obra, Biogra-
fía del Río de Marijabe ...
En los últimos tiempos ha paseado, respirado el olor de la tierra, re-
memorando y escribiendo lo que en su dedicatoria desvela como ho-
menaje a Julia ... aunque la vida perdió, nos dejo harto consuelo su
memoria ...

viernes, junio 17, 2011

Castilla como identidad histórica y cultural (Manuel González Herrero 1980)

CAPITULO II

CASTILLA COMO IDENTIDAD
HISTORICA Y CULTURAL

MANUEL GONZALEZ HERRERO

Castilla es una personalidad colectiva, una identidad histórica y cultural. El pueblo castellano aparece en la historia a partir del siglo IX como un ente nuevo y diferenciado, como una nación original, crisol de cántabros, vascos y celtíberos, radicada en el cuadrante noreste de la Península. Este pueblo desarrolla una cultura de rasgos peculiares que trae el sello de su espíritu progresivo y renovador: la lengua castellana y un conjunto de instituciones económicas, sociales, jurídicas y políticas de signo popular y democrático, 'tentadas en la concepción fundamental castellana de que "nadie es más que nadie".

Cuando este pueblo consigue realizarse conforme a su propio temperamento y condiciones de vida, durante varios siglos, a nivel incluso de su propio Estado castellano, Castilla da nacimiento a la primera democracia que hay en Europa. Con la absorción de Castilla post la corona llamada castellano-leonesa, germen del Estado español, Castilla pasa a ser sólo una de las partes sujetas a una estructura global de poder. Este poder no responde a los tradicionales esquemas populares y democráticos castellanos sino que acusa una vocación imperial y señorializante.

Paulatina pero sistemáticamente se produce la cancelación de las instituciones castellanas y el vaciamiento de las formas culturales genuinas de este pueblo, aunque el Estado realice paradójicamente este proceso en el nombre de Castilla - falsa Castilla— por haberle secuestrado hasta su propio nombre. Naturalmente, de este proceso no es responsable el pueblo leonés, primera víctima de las estructuras seno, tales que le habían sido impuestas y que se corrieron a Castilla y sucesivamente a los demás pueblos que se fueron incorporando al Estado español.

Por supuesto que la historia posterior a la absorción del reino castellano, hasta la más reciente, es también historia de Castilla; pero con la diferencia de que el pueblo castellano no ha sido ya protagonista sino súbdito.

La autonomía, es decir la implantación en nuestra tierra de instituciones administrativas y políticas propias, descentralizadas del aparato del Estado, es un objetivo que los castellanos podemos debemos y necesitamos alcanzar. Ahora se nos ofrece la oportunidad histórica de rescatar a Castilla, la Castilla auténtica —pueblo oprimido por el centralismo y que no ha sojuzgado a nadie devolverle su verdadero rostro y asegurar a su pueblo la utilización de todos sus recursos, el desarrollo de su cultura y de sus tradiciones, el resurgimiento económico y vital, y el disfrute efectivo de 1as libertades individuales y colectivas, acercando el poder al hombre, los cuerpos sociales, a los municipios, a las comarcas y a la Región.

Pero, para alcanzar esa meta, es preciso recorrer un cierto camino. No parece válido que, por prisa, impaciencia o mimetismo nos dediquemos de entrada a postular estatutos de autonomía o nos afanemos por esa invención llamada preautonomía, espejuelo carente sin duda de seriedad y contenido real. Aunque estos esfuerzos sean respetables y hechos de buena fe, dado el estado de la región en la que no existe todavía un grado de conciencia mínimamente suficiente, pueden ser en realidad artificiosos y prematuros y a la larga perjudiciales por la desilusión popular que el previsible fracaso de una autonomía inauténtica ha de conllevar.

Por ello más bien parece que lo que ante todo se necesita es, trabajar para que el pueblo castellano recupere la conciencia de de su personalidad colectiva; para que ese sentimiento soterrado que tiene de que es castellano, aflore el plano lúcido de la conciencia y sepa y sienta que nosotros somos también un pueblo, una personalidad histórica y cultural, una comunidad humana definida. En seguida vendrá, por la propia naturaleza de las cosas, la afirmación y el consenso mayoritario de este pueblo para reivindicar su autonomía asumir las capacidades políticas necesarias para ejercer protagonismo y responsabilidad de sus propios asuntos, en constante y fraterna relación con todos los pueblos de España. La autonomía será el resultado de la conciencia de identidad del pueblo o no será sino un artificio político para distraer su atención de los verdaderos problemas que le afligen.

¿Cuál es la tarea y cuáles son los objetivos que tenemos pendientes?

Trabajo constante orientado a la renovación cultural del pueblo castellano de cara al reencuentro con su propia identidad colectiva; profundización en la cultura castellana; defensa y promoción de dos los valores e intereses de la Región y, particularmente, por su 'justa marginación, los de la población campesina; democratización efectiva de la vida local; descentralización autonómica de los municipios; institucionalización de las comarcas por integración ,libre de poblaciones de mayor afinidad, y equipamiento moderno y completo de las cabeceras comarcales rurales. En una palabra, sacar a la Región del subdesarrollo en que está sumida. He aquí la tarea, larga, difícil y a desarrollar de abajo a arriba, que nos conducirá al renacimiento de Castilla.

En este gran quehacer de restablecer nuestra comunidad regional, ie debe hacer lo posible para que no incidan, haciendo inviable la empresa, los problemas ajenos a la Región en cuanto tal, es decir las cuestiones o tensiones de la política a nivel del Estado español. Quiere decirse que, ante la extrema gravedad de nuestra decadencia presente, para restaurar la Región —"área de vida en común" — deberemos esforzarnos para preservar y desarrollar el sentido solidario y comunitario del pueblo en su conjunto, relegando todo planteamiento de facción. Porque, en una palabra, necesitamos un ideal común: el resurgimiento cultural, cívico y económico de nuestra sierra. Este ideal común debe ser asumido por todas las clases y tipos sociales de Castilla, en un pacto regional para la recuperación y progreso de nuestra colectividad.

La región es una realidad compleja, hecha de factores ,geográficos, históricos, antropológicos y culturales, y también económicos. Pero no es un hecho económico. El planteamiento técnico-económico, o tecnocrático, de la región, contemplada como mero marco más eficiente para la organización de los servicios públicos y de las relaciones de producción, no es sino una variante del centralismo político y administrativo y nada tiene que ver con una acepción humanista y progresista del hecho regional, entendido como ámbito de vida humana comunitaria, como entorno ecológico cultural del hombre y vía más efectiva para su liberación.

La región es básicamente un hecho cultural: una comunidad entrañada por la tierra, la historia, los antepasados, las tradiciones, las costumbres, las formas de vida, el entorno biocultural y social, el medio en que se nace (o como dice Santamaría Ansa, el medio que nos nace). Es la "nación primaria", en el sentido humano y cultural, no ideológico, no politizado— con que esta expresión ha sido acuñada por Lafont. En lo que nosotros llamamos un pueblo: una comunidad de hombres que viven juntos y que, por la conjunción Je una serie de factores comunes, se reconocen como una identidad. Por eso las regiones no «pueden ser inventadas o fabricadas. He aquí una corrupción y falsificación del regionalismo. La región no es un simple espacio territorial: es un espacio geográfico, cultural y popular. La región tiene que ser concebida a nivel de pueblo; es la casa, geográfica e institucional, de un pueblo, en otro caso se trataría simplemente de una nueva división administrativa del Estado, tan artificiosa como los departamentos o las provincias.

En España la necesidad de articular un auténtico regionalismo popular —para todos y cada uno de los pueblos que integran la superior comunidad nacional española, a medida que vaya adquiriendo la conciencia de su identidad— es particularmente grave. Nada tan distorsionante para el futuro de España como la concurrencia de tres nacionalidades —Cataluña, País Vasco Galicia—, fundadas en la realidad de sus respectivos pueblos, con otra serie de regiones —por ejemplo, Castilla-León, Castilla Mancha— trazadas artificialmente con criterios políticos económicos y que, por tanto, giran en órbita heterogénea inarmónica respecto de las otras. Todos los pueblos españoles debe recibir el mismo tratamiento regional y autonómico; mejor dicho, les debe reconocer idéntico derecho y oportunidad; sólo dependiente en cuanto a su realización, del grado de conciencia, voluntad madurez colectiva que vayan afirmando.
En lo que a nuestra tierra se refiere, creemos que la pretendida región castellano-leonesa es evidentemente falsa. No guarda ecuación con las realidades populares. Sus partidarios la definen como "las nuevas provincias de la cuenca del Duero". Pero,
sin duda la "cuenca del Duero" (Valladolid) es un artificio tan arbitrario centralista como la "región Centro" (Madrid).

Estimamos que hay una región leonesa y una región castellana que son dos entidades históricas y culturales, dos comunidad regionales diferenciadas. Su concreta delimitación y la ordenación de sus relaciones son cuestiones que competen al pueblo leonés y pueblo castellano y que ellos mismos deben solventar, sin que pueda darse por resultas "a priori" en virtud de opiniones de grupos o de imposiciones del aparato del Estado.

En este sentido, los castellanos hemos de saludar fraternalmente los movimientos regionalistas leoneses, que justamente reivindican personalidad del pueblo de León, y ofrecerles nuestra solidaridad y la voluntad de colaborar, cada uno en su sitio y en pie de igualdad, en la defensa de los intereses y en la recuperación de la identidad autonomía de las dos regionalidades.

En cuanto a Castilla, entendemos que se trata de Castilla la Vieja -norte de la cordillera carpetana—, por supuesto con la Montaña de Santander y la Rioja, cunas indiscutibles del pueblo castellano componentes fundamentales de su personalidad colectiva; junto con las tierras castellanas del sur —de las actuales provincias de Madrid, Guadalajara y Cuenca que son tan castellanas como las del norte. También aquí, por lo que se refiere a la delimitación de estas cifras castellanas comprendidas administrativamente en Castilla la Nueva con las de la Mancha, que integra otra región con personalidad propia, la decisión corresponde a los pueblos interesados, a través de un proceso serio de información y autoreconocimiento.

León, Castilla y La Mancha, es decir los países englobados en las arcas administrativas de León, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, tienen en efecto serios problemas de identidad y límites. El proceso de restauración de estas regiones, como identidades populares, no puede sustanciarse con fórmulas precipitadas y arbitrarias, que, una vez más, no serían sino manifestaciones del espíritu centralista y del desconocimiento y menosprecio de las realidades culturales y populares que integran España.

Pertenece a los mismos pueblos, leonés, castellano y manchego que ahora empiezan a despertar y a preocuparse por la búsqueda de su identidad resolver libremente sobre sí mismos y sobre la organización que hayan de darse. En esa tarea, de información, concienciación e institucionalización, es necesario obviamente que estos pueblos con dificultades colaboren y se ayuden mutuamente en un marco particularmente flexible de comprensión, respeto y solidaridad, hasta que logren profundizar y aflorar las verdaderas entidades populares que subyacen bajo las superestructuras administrativas.

Con la invasión árabe y, especialmente, con las campañas del siglo VIII y la desolación que impone Alfonso I, el norte del Duero quedó convertido en un desierto. Se arruinaron las villas, los castros, las antiguas ciudades romano-godas. La tierra quedó yerma, la población huyó, replegándose sobre la cordillera del norte. Pasaban los años y la tierra no podía sostener a tanta gente. Un pueblo denso, pobre, hambriento y agobiado se amontonaba en los angostos valles cantábricos.

Como dirá más tarde, hacia 1255, el anónimo monje de San Pedro de Arlanza que escribe el Poema de Fernán González:

Eran en poca tierra muchos hombres juntados;
de hambre y de guerra eran muy lacerados.
Vivieron castellanos gran tiempo mala vida,
en tierra muy angosta, de viandas fallida,
lacerados muy gran tiempo a la mayor medida.

Esta miseria es la que aquellos primeros castellanos quieren sacudir cuando se deciden a emprender la gran aventura: salir fuera de las montañas cántabras.

Hacia el 814 se inicia la empresa. "En la era 852 —rezan los Anales Castellanos— salieron los foramontanos de Malacoria y vinieron a Castilla". Una masa de gentes atenazadas por el hambre y dispuestas a jugárselo todo, se desgaja de las estribaciones orientales de los Picos de Europa, bajan hacia el sur y el este, desalojan a los moros y empiezan a asentarse en las tierras y valles del norte de Burgos, en el alto Ebro, por Bricia, Villarcayo, Espinosa de los Monteros, Amaya, Valdegovia y Medina de Pomar; en la antigua Bardulia, que pronto se empezará a llamar Castilla.

Estos hombres forman un pueblo pobre y rudo, pero dotado de una tremenda energía. Apresuradamente —las herramientas de trabajo en una mano y en la otra las armas— roturan las tierra baldías, levantan granjas, pequeñas iglesias y fuertes castillos, colonizan los yermos, repueblan las antiguas villas abandonadas. Son hombres libres: toman, rompen y labran la tierra para ellos mismos; se hacen pequeños propietarios y aprovechan colectivamente las grandes extensiones comunales que se reserva el grupo vecinal.

Castilla y su pueblo son uno de los fenómenos políticos y culturales más notables que se han dado en la historia. ¿Qué extraño pueblo es éste, desconocido, falto de medios materiales y rodeado de enemigos, y que, sin embargo, consiguen sobrevivir, afirmarse crear un estado? ¿Quiénes son los castellanos? ¿Qué es Castilla, un país, una etnia, una cultura diferenciada que aparece dotada de u impresionante dinamismo, no sabemos cómo y sin que venga acreditada por un pasado respetable?

Castilla es al principio una cosa insignificante, que, además, no tiene precedentes. Todos los estados o regiones de la Península y aún de Europa, tienen sus raíces en un pasado definido o son obra de fuerzas históricas diferenciadas y preexistentes. Pero Castilla es un fenómeno rigurosamente inédito. Galicia está marcada de antigua como una provincia romana. Navarra es el país de los vascones Cataluña aparece como una formación del imperio carolingio. León se declara heredero y continuador de la monarquía visigótica de Toledo.

Castilla es un ente original, una nación nueva. No tenía ni siquiera nombre. Castilla es un simple topónimo, la palabra con que empezó a denominarse la comarca, fortificada de castillos, en que se establecieron los primeros foramontanos.

Varias etnias —de estirpe fundamentalmente céltica, es decir europea, y que tenía muchos factores comunes —se funden para dar origen al pueblo castellano; cántabros y vascos, celtíberos y godos populares; esto es el elemento germánico popular, las masas visigodas de base que estaban asentadas y trabajaban en las tierras del cuadrante oriental de la meseta norte; gentes ajenas y hostiles al régimen señorial y clerical de Toledo.

Estas razas no se confunden o integran verticalmente, sino en proyección horizontal, para dar lugar a una sociedad básicamente, igualitaria, que es lo que constituye uno de los caracteres esenciales del pueblo castellano.

Todas estas gentes habían sido refractarias a la romanización, habían resistido el poder y la influencia cultural de Roma y, después de la monarquía visigoda, conservaban de hecho sus propias instituciones, poseían una común tradición de libertad y un elevado sentido de la dignidad de cada hombre, se organizaban en sociedades pluralizadas, en grupos humanos descentralizados y autonómicos, se reunían en asambleas populares libres para resolver las cuestiones judiciales y los negocios públicos; tenían, en mayor o menor medida, hábitos colectivos de aprovechamiento comunitario de la tierra, las aguas, los prados y los bosques.

Estos caracteres habrían de pasar a integrar la sustancia de la personalidad colectiva de la nueva comunidad histórica, del pueblo castellano. A mediados del siglo X este pueblo, dirigido por el conde Fernán González, conde de Castilla y Álava, de los castellanos y de los vascos, se proclama independiente y soberano.

Castilla dependía políticamente de León, pero era una nación diferente, otro pueblo, otra cultura y otra organización social. A medida que se avanzó hacia el Duero, y más aún en la Extremadura castellana —Soria, Segovia y Ávila—, la distancia espiritual respecto de León se hizo cada vez mayor, más insalvable. El anhelo profundo del pueblo castellano era apartarse del reino leonés y afirmar su "propia personalidad nacional. Fernán González entendió a su pueblo y movilizó su gran energía para la conquista de ese ideal. Fernán González, este hombre que parecía entre todos un fermoso castiello, fue la encarnación del espíritu nacional de Castilla.

El reino de León se había declarado continuador de la monarquía visigoda, heredero de las tradiciones y de las estructuras señoriales de la Toledo imperial. Era un estado vertical, soñador de la idea de imperio, una sociedad centralizada y duramente jerarquizada, es decir ordenada de arriba a abajo. Por el contrario, el pueblo castellano, formado por grupos de pequeños propietarios libres, integraba una sociedad horizontal, igualitaria y abierta, y por ello, mucho más fecunda.

Los castellanos son un pueblo inquieto y rebelde; una fuerza histórica renovadora al conservadurismo del reino leonés.

Se notaba en su misma manera de hablar. El dialecto de los castellanos era directo, resolutivo, cambiante, el menos conservador y arcaizante de los que se hablan en la Península. Y otro tanto sucede con el derecho y las instituciones de Castilla, que revelan también la capacidad creadora de este pueblo.

Los castellanos repudiaban la ley oficial de los godos, el romanizado Liber iudiciorum o Fuero Juzgo, que se aplicaba en León y cuyas leyes no estaban de acuerdo con sus costumbres. Los castellanos nombran ellos mismos jueces populares, por elección de los vecinos, haciendo caso omiso de la Ley de León, según la cual habían de ser designados por el rey o por sus funcionarios; y estos nuevos jueces populares fallan los litigios no con sujeción al libro leonés sino por fuero de albedrío, es decir con arreglo al buen sentido y a la equidad, en un procedimiento sencillo y directo, en un juicio alzado, sin los complicados trámites, formalidades y distingos del Fuero Juzgo.

La repudiación del Liber acredita la originalidad jurídica de Castilla entre todos los pueblos españoles, ya que el Fuero Juzgo regía no sólo en León y Galicia sino en Cataluña y en toda España musulmana, en las colectividades mozárabes. En Castilla, las sentencias de los jueces y los usos y costumbres populares son las fuentes de donde nace el derecho, que pasa a expresarse en los fueros comarcales.

La idea castellana de que "nadie es más que nadie" —principio esencial del espíritu castellano sirvió para crear dos instituciones sociales trascendentales: la caballería villana y el concejo.

La condición del caballero o noble está abierta a todos, no determina una clase cerrada. En Castilla basta tener un caballo y la armas de guerra para alcanzar la condición jurídica y social de caballero. Esta es la caballería villana o caballería democrática, un puerta abierta al valor, al esfuerzo y al mérito de cada hombre.

El concejo es la asamblea de todos los vecinos, hombres mujeres, ricos y pobres, altos y bajos, que gobierna democráticamente los asuntos de la comunidad.

Este es el pueblo castellano original. Un pueblo de hondas afinidades con los vascos. Como han dicho Menéndez Pidal, Luis Carretero Nieva y Anselmo Carretero Jiménez, Castilla es una protesta vascongada contra el reino leonés; protesta vasca —añada yo— que arraiga y toma cuerpo en los pueblos de las sierras celtíberas. El vasco —sentó con razón Unamuno— es el alcaloide d castellano; y, en efecto, es decisiva la influencia de los pueblos euskaldunes, de los vascos nuestros primos hermanos— en la creación del estado, de la lengua, de las instituciones y, en un palabra, de la personalidad histórica y cultural de Castilla.

La Castilla original y auténtica fue desnaturalizada. A mediad del siglo XIII, concretamente en la unión definitiva de las coronas d Castilla y León que se produce en 1.230 en la persona de Fernando I se inicia un largo proceso de falseamiento y anulación de personalidad castellana.

En esa unión de las dos coronas se ha querido ver una afirmación de la primacía de Castilla en la historia de España, una consolidación definitiva del poder castellano frente a los demás pueblos españoles.

La realidad es muy distinta. La nueva monarquía no es castellana, aunque comprenda el territorio de Castilla. En la larga relación de reinos que la componen —Castilla, León, Galicia Asturias, Extremadura, Toledo, Córdoba, Jaén, Sevilla, Granada Murcia—, ciertamente Castilla figura en primer lugar, sin duda porque fue la primera corona que adquirió Fernando III, pero no ha un predominio de Castilla sino que, por el contrario, son los ideales, instituciones esquemas sociales y espíritu señorial de la monarquía de
León los q u e imprimen su carácter a todo el conjunto del Estado. Ya lo dijo certeramente el ilustre historiador catalán Bosch-Gimpera: "Aquella monarquía, a pesar de llamarse castellana, era propiamente ajena a Castilla, representaba la tradición visigótica de la monarquía leonesa y polarizaba a menudo en torno a empresas extrañas al verdadero espíritu castellano, fuerzas que lo desviaban de la trayectoria de sus raíces".

La acción de los reyes de la nueva monarquía global se orienta a la descalificación del régimen popular castellano —la primera democracia que se había dado en Europa—, y a su paulatina suplantación por un régimen unitarista y señorial.

El Estado no es castellano ni se castellaniza. Simplemente cuesta el nombre de Castilla, pero su actuación es claramente opuesta al genio castellano. Rebasada la línea del Tajo, las grandes conquistas de Fernando III, la expansión por la Mancha, Extremadura, Andalucía y Murcia y los conflictos sucesorios, determinan la creación de enormes señoríos territoriales concebidos por los reyes en propiedad y jurisdicción a las grandes familias y a las órdenes militares, unas veces por vía de recompensa de servicios y otras como precio de su parcialidad en las discordias intestinas. Es decir, justamente el esquema contrario al planteamiento popular de la colonización castellana. La nueva monarquía exporta a esas fronteras —como más tarde a América— el sistema feudal propio de las estructuras del reino leonés, e incluso, lo que fue más grave para Íos castellanos, en el mismo solar y corazón de Castilla —como ha denunciado el maestro Sánchez-Albornoz— llega a otorgar a los nobles sistemáticamente villas, tierras y jurisdicciones, cercenando las comunidades populares, expropiando los poderes concejiles, absorbiendo las propiedades libres y, en suma, destruyendo la sustancia democrática del país.

La política de los reyes de León-Castilla, apoyada en los grandes señores, se orienta concienzudamente a restringir los derechos forales y la autonomía tradicional de las comunidades castellanas. Es un largo proceso que concluirá a fines del siglo XV con la destrucción de los concejos y la anulación del estado castellano pluralista, sustituido por la monarquía unitaria y centralizadora. La revolución comunera yugulada en 1.521 es, en uno de sus aspectos, el último y desesperado esfuerzo de los castellanos para recuperara los derechos y libertades de la antigua tradición democrática de Castilla.

Ese proceso de expropiación al pueblo castellano de sus viejas libertades, empieza a manifestarse por una serie de disposiciones de Fernando III y Alfonso X, de 1.231, 1.250, 1.256, 1.259 y 1.278, encaminadas a privilegiar a la nobleza urbana —los caballeros que tuvieron las mayores casas pobladas—, para la implantación de una oligarquía aristocrática, y a cancelar o restringir los derechos tradicionales del común. Así, el decreto de Fernando III, de 22 de noviembre de 1.250, dirigido al Concejo de Segovia —y que deriva directamente de las mismas prohibiciones ya impuestas en el Ordenamiento dado para la villa de Uceda (Guadalajara) en 1.231— ordena que los vecinos menestrales no puedan ser jueces —mando que los menestrales non echen suerte en juzgado por el juez—, es decir deroga en este particular el antiguo e igualitario uso foral de Segovia, acordado al derecho típico de la Extremadura castellana. Y a seguido, dicta esta importantísima disposición:

"Otrosí se que en vuestro Concejo se facen unas cofradías y uno ayuntamientos malos a mengua de mio poder e de mio señorio, e a daño de vuestro concejo, e del pueblo, ó se facen muchas malas encubiertas, e malos paramientos; mando so pena de los cuerpos, e d acuerdo avedes, que estas cofradías que las desfagades; et que de aqu adelante non fagades otras, fuera en tal manera para soterra muertos, e para luminarias, e para dar a pobres, mas que non pongades Alcaldes entre vos, nin coto malo. E pues que yo vos do carrera por ó fagades bien, e limosna, e merced con derecho: si vos a mas quisiesedes passar a otros cotos, o a otros paramientos, o a poner Alcaldes; a los cuerpos, e a cuanto oviessedes, me tornaria por ello."

Este notable documento, como el Ordenamiento de Uceda de 1.231, evidencia-que en la primera mitad del siglo XIII existían en Castilla unas cofradías, sociedades, juntas de menestrales sindicatos (hermandades) que celebraban reuniones públicas — ayuntamientos—, acordaban normas o leyes —cotos— de obligado cumplimiento y se regían por alcaldes de su elección. Estas asociaciones son las primeras de que se tiene noticia histórica en Castilla, el rey ordena radicalmente su disolución. Consta que no se trataba de sociedades o cofradías para fines piadosos, pues para este objeto —soterran muertos, hacen luminarias, dar a pobres- la real provisión las autoriza expresa y exclusivamente. Habían de ser, pues, corporaciones de oficios, es decir gremios, o bien asociaciones, ayuntamientos o hermandades para fines concernientes a la cosa pública. No sabemos, en todo caso, si se limitaba a una finalidad específica de tipo gremial, en defensa de intereses profesionales, o si tuvieron otros objetivos más amplios de carácter político y social, de apoyo a las libertades forales de la Comunidad, contradichas por la actividad regia; como así pudiera deducirse de los propios términos de la carta real, expresivos de que esas cofradías, ayuntamientos o hermandades se hacían a mengua de mio poder e de mio señorio. Su significación política se refuerza si consideramos el dato de que Fernando III justifica la orden de disolución de estas asociaciones con el argumento de que, además, se hacían a daño de vuestro Concejo e del pueblo.

Fernando III, escasamente agradecido, olvidó que debía el trono a los concejos castellanos y, en particular, a los de Avila y Segovia. A la muerte de Alfonso VIII de Castilla —abuelo materno de _Fernando— le sucede Enrique 1, tío de éste, como hermano de su madre, doña Berenguela. Cae el reino en poder de los magnates nobiliarios, bajo la tiranía de de la ambiciosa familia de los Lara, Alvaro, Fernando, y Gonzalo de Lara, hijos de conde Nuño de Lara, el primero tutor del rey, que tenía once años. Muere Enrique I poco después, en 1.217, y se proclama reina doña Berenguela, que combatida a la vez por los Lara y por Alfonso IX de León, demanda angustiosamente el apoyo de los concejos de la Extremadura castellana. Envía sus embajadores a Segovia. Los concejos elaboran, como solución del conflicto sucesorio, la fórmula política que juzgan más conveniente a los intereses del pueblo, en orden a la necesaria neutralización del poder de la aristocracia. En Valladolid doña Berenguela, inspirada por los concejos, renuncia sus derechos a la corona en favor de su hijo primogénito, Fernando III, y los pueblos le reconocen como rey. Las milicias de Segovia y Ávila sostienen eficazmente su causa frente a la nobleza y el rey de León. Las escuadras concejiles se imponen a unos y otros, reducen a prisión a su principal enemigo, Alvaro Núñez de Lara, y la autoridad de Fernando queda consolidada.

La política de prohibición de las hermandades populares castellanas —manifestación del que ahora llamaríamos derecho de asociación política— continúa insistentemente durante todo el siglo XIII. El decreto de disolución de las cofradías y ayuntamientos de Segovia, dictado por Enrique III, no debió tener plena eficacia, ya que seis años después,, el 22 de septiembre de 1.256, en los Ordenanzas de Alfonso X, encontramos de nuevo planteado el mismo problema de esas juntas, entendidas otra vez por el rey como ilegales y en detrimento de su poder y señorío, y retirada la orden de su disolución, en los mismos términos literales que en la pragmática fernandina.

La prohibición se reproduce en las Cortes de Valladolid en 1.258 y Jerez en 1.268, y hasta llega a incrustarse en el fuero de Sepúlveda, seguramente en 1.272, con motivo de su confirmación por Alfonso X, (título 206: Otrosí mando que en las cofradías de las aldeas no haya alcaldes ni juicios ninguno.)

La ilegalidad de las hermandades populares —cofradías e ayuntamientos malos— se consagra también, como es natural, en las Partidas. Pero es curioso que en el propio código, Partida 2 , título I, ley 10, se reconozca que son tiranos, y así los califica, los que vedaron siempre en sus tierras cofradías e ayuntamientos de los omes.

Durante cien años, desde la mitad del siglo XIII a mediados del XIV, se registra en Castilla una prolongada tensión histórica en orden al poder, administración y gobierno de los concejos. La vieja tradición popular, igualitaria y comunera se enfrenta con una presión creciente en el sentido de la aristocratización de la autoridad, de la vinculación de cargos y oficios municipales a la clase nobiliaria, de la reducción de la intervención popular, de la supeditación del concejo al control de los poderes centrales del reino. La instrumentación jurídica para esta relegación de las fuerzas populares, creciente afirmación de la oligarquía nobiliaria y uniformación institucional del país, se logra mediante el desplazamiento de los fueros locales por el derecho regio, hondamente romanizado y hostil a las peculiaridades jurídica castellanas, y expresado, desde la segunda mitad del XIII, en el Fuer Real (1.252-1.255) y en las Partidas (1.256-1.263). Se mantiene la pugna social, siempre latente y muchas veces crítica, entre el estamento popular, los buenos hombres pecheros y la clase creciente de los privilegiados que no pechan y que, además, presionan para dominar en beneficio propio el régimen y administración de los concejos y asegurarse posiciones de ventaja en cuanto a la disposición de los recursos económicos del patrimonio comunal. Esta situación determinaba la natural resistencia y protesta del estado llano, y las constantes fricciones entre una y otra clase social desembocaban frecuentemente en desórdenes y revueltas con ocasión de las elecciones para los cargos concejiles.

Así las cosas, Alfonso XI, siguiendo su política decididamente oligárquica y centralista, encaminada a la anulación de las autonomías locales, dicta sus reales provisiones de 1.345 y 1.346 por las que sustituye el concejo vecinal por un órgano designado, de nombramiento real, el regimiento o ayuntamiento gubernativo, constituido por un pequeño grupo de regidores perpetuos extraídos en su gran mayoría, dos tercios, de la nobleza urbana, que se hace cargo de las funciones del antiguo concejo. Este nuevo régimen entrega el gobierno de las ciudades castellanas a la aristocracia local, es decir a una clase minoritaria, y sustituye por un sistema crudamente oligárquico la tradicional administración democrática. Con e tiempo y como consecuencia de la falta de participación popular auténtica en la dirección de la cosa pública, se llegará al abuso de que los cargos concejiles se usen, cedan y aun arrienden por los privilegiados patricios como si fueran bienes de su privada pertenencia.

La institución del regimiento designado —aristocratización del gobierno municipal por ministerio del rey— se inserta en el marco de la política general de robustecimiento del poder real, de centralización y uniformación jurídica y política, de cancelación de las autonomías y derechos locales.

La mentalidad romanista dominante —sin imaginación para entender el fecundo pluralismo castellano altomedieval— presiona a favor de un poder centralizado, en una sociedad homogénea. Alfonso XI, como hemos visto, mediante el nombramiento de los regidores perpetuos de designación regia, se adueña del régimen de los concejos. Pocos después, en el Ordenamiento de Alcalá de 1.348, establece el orden legal de la prelación de fuentes jurídicas: se aplicarán en primer lugar las leyes reales y sólo en segundo término, como derecho supletorio, los fueros municipales; sujetos éstos, en todo caso, a la potestad del rey para interpretarlos, corregirlos y enmendarlos.
Las leyes de Toro de 1.505 consumarían la liquidación del regionalismo jurídico castellano, al imponer absolutamente la aplicación de los ordenamientos y pragmáticas reales y excluir los tueros y costumbres de la tierra.

Paralelamente, desde la segunda mitad del siglo XIV, se pone en movimiento otra institución que había de contribuir decisivamente al proceso centralizador: el corregidor.

El corregidor es un funcionario regio, nombrado generalmente de, la clase de los letrados, que se envía a algunas ciudades como delegado del rey, investido de amplios poderes gubernativos y judiciales, cual especie de juez y gobernador en una pieza. El corregidor empezó siendo una magistratura ocasional que se nombraba en algunos casos para corregir abusos, dejando en suspenso y sustituyendo la jurisdicción ordinaria de los alcaldes o jueces de fuero, normalmente por el típico plazo del año.

Los reyes tendieron a extender y generalizar el cargo. Como tropezaron con la resistencia de los pueblos castellanos, firmemente opuestos a estos funcionarios extraños que en su varas traían poderes omnímodos de los que frecuentemente hacían mal uso , procedieron los monarcas paulatinamente, en una política maniobrera y cautelosa de avances y retrocesos: ora enviando corregidores a ciertas villas, cada vez en mayor número, ora retirándolos en los casos de más radical contestación popular, ora obligándose —como Juan II por leyes dadas en las Cortes de Zamora, 1.432, y Valladolid, 1.442- a no proveer de corregidor a ninguna ciudad o villa sino a petición de la mayoría de los vecinos y moradores: por refrenar la codicia de algunos ambiciosos que desean tener nuestro poder y facultad de juzgar los pueblos. Leyes incumplidas por los reyes, según queja de las Cortes de 1.455.

Al cabo, y a pesar de las protestas de los pueblos por los grandes excesos que se cometían por estos funcionarios, el regidor terminó por arraigar como representación permanente de la autoridad real en la ciudad, titular efectivo de la jurisdicción y del gobierno locales: el más eficaz instrumento de la política de centralización.

La culminación de este tratamiento ortopédico de la vida municipal se opera bajo los Reyes Católicos, que, en 1.480, imponen la institución del corregidor a todas las ciudades y villas, con carácter general y definitivo. El Rey e la Reyna —narra su cronista Fernando del Pulgar—
acordaron en aquel año de enbiar corregidores a todas las cibdades e villas de todos sus reynos, donde no lo avian puesto.

La oposición popular a este órgano extraño de poder vuelve a manifestarse con motivo de la revolución y guerra de las Comunidades. En los Capítulos que la Junta Santa de la Comunidad ordena en 1.520 y remite a Flandes para que sean confirmados por el ley, se inserta, en el cuadro de derechos y libertades que los comuneros reivindican, la petición de que "de aquí adelante no se provea de corregidores a las ciudades e villas destos reinos, salvo cuando las ciudades e villas e comunidades de ellos lo pidieren; es conforme a lo que disponen las leyes del reino."

El proceso de la historia de España ha conducido a una tal identificación de Castilla con el Estado español. Y, consecuentemente, se ha hecho responsable a Castilla de todos los errores excesos del Estado: del centralismo, del absolutismo, imperialismo, de la opresión de los pueblos españoles; de todo cuanto ha hecho, con desconocimiento de la rica variedad de pueblos y países hispanos, la monarquía de los Austrias, la de los Borbones, el jacobismo centralista del siglo XIX.

Como ha proclamado con entero acierto el Manifiesto Covarrubias, de la "Comunidad Castellana", se ha inventado u falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista q ha sojuzgado a los demás de España, imponiéndoles por la fuerza lengua, su cultura y sus leyes. Falsa imagen castellana en la que creen muchos, en otras regiones y países españoles, y que tanto daño nos hecho a todos, al hacer más difícil la gran empresa del entendimiento y articulación de las Españas.

Castilla no es eso. No ha habido una hegemonía castellana ni centralismo de Castilla. Las instituciones e ideales genuinos de Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni el imperialismo. La tradición castellana es popular, democrática y foral, y se basa en respeto de la dignidad humana, de la libertad e igualdad ante la Ley del estado de derecho consagrado en los fueros.

Si Castilla es el primero de los reinos españoles que pierde s tradiciones, no es ciertamente por su voluntad sino después de haber sido vencida en la lucha comunera por esas libertades.

Castilla —concluye el Manifiesto— no ha sometido a los demás pueblos peninsulares ni les ha hipotecado su personalidad histórica Castilla no ha sido culpable sino víctima: la primera y más perjudicada del centralismo español.

Pero no sólo del centralismo político sino de un centralismo cultural: del centralismo de la cultura establecida en Madrid, de una cultura cortesana que ha desfigurado en todos sus aspectos geográfico, histórico, político, y cultural— el verdadero rostro d Castilla.

Los castellanos hemos de denunciar y rechazar la mitología falsificadora de Castilla. Una literatura centralista, como la de los escritores del 98, ignorante de las realidades de nuestro pueblo, ha sembrado y propagado la confusión y nos ha enfrentado, injusta gratuitamente, con los otros pueblos castellanos.

Ni Unamuno ni Ortega han entendido al pueblo castellano Castilla no ha paralizado a los demás pueblos hispánicos ni el espíritu castellano es centralizador; Castilla no puede identificarse con el Estado español ni ha habido un absolutismo ni un imperio
castellanos: Castilla no es la que ha hecho a España —que es obra de todos—; no es verdad que sólo cabezas castellanas tengan órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral, ni que Castilla sepa mandar y haya tenido voluntad de imperio.

A los castellanos no nos ha interesado nunca ni el mando ni el imperio. No es lo nuestro. La vocación castellana es humanista y el sentido de la vida de este pueblo, profundamente igualitario, conforme a su aforismo esencial de que "nadie es más que nadie".
El regionalismo castellano ha de proponerse como misión esencial la recuperación de la Castilla auténtica, la vuelta a las raíces genuinas del pueblo castellano, que dieron savia a la cultura, ,instrucciones y vida fecunda de este pueblo. Para que Castilla — todas las tierras castellanas, desde la montaña y la Rioja a las sierras itiberas— ocupen sencillamente un puesto igual y digno en la comunidad de los pueblos y países españoles: en una palabra, en la España de todos.

El reencuentro de Castilla con su propia identidad histórica y cultural es una cuestión de supervivencia del pueblo castellano como comunidad humana. La grave situación en que se encuentra Castilla, dada por la despoblación y el empobrecimiento, exige el planteamiento urgente de la recuperación de la conciencia de su personalidad y de su voluntad colectiva de continuar existiendo como pueblo.

En esta hora, ciertamente dramática por la gravedad de las dificultades con que se enfrenta Castilla, pero esperanzadora a pesar de todo, es justo recordar aquí con reconocimiento al padre del regionalismo castellano: Luis Carretero y Nieva, ingeniero y escritor segoviano, fundador de la idea castellanista. En 1.918, por encargo de la Sociedad Económica segoviana de Amigos del País, Carretero Nieva publica en Segovia un libro notable La cuestión regional de Castilla la Vieja (El regionalismo castellano), en el que se investiga la verdadera historia y naturaleza de Castilla y se propone formalmente e los castellanos, como objetivo, la creación de la Mancomunidad de Castilla por todas las provincias castellanas. Y, con Carretero y Nieva, a su hijo y continuador Anselmo Carretero y Jiménez, que ha consagrado toda su vida, con una constancia y fidelidad admirables, el estudio y defensa de los ideales castellanos.
Como conclusión y resumen de estas reflexiones cabe señalar esencialmente que Castilla no es el reino de tal nombre ni el Estado español. Castilla no es la que ha hecho a España, ni la responsable del unitarismo y de la opresión de los pueblos españoles.

El tópico de la Castilla imperial y expoliadora es un sambenito que la cultura centralista,
seguida en este punto por los nacionalismos periféricos, le ha colgado gratuitamente al pueblo castellano.

Devolver a Castilla su verdadero rostro. El de un pueblo modesto y llano, de honda raigambre igualitaria y democrática. Una tierra no hegemónica, sino marginada y dramáticamente empobrecida.
Recuperar la conciencia de pueblo y sus señas de identidad. Rescatar la genuina tradición cultural castellana. Como condición de supervivencia colectiva y libertad.

Es el desafío histórico con el que nos enfrentamos los hijos de Castilla.

Castilla como necesidad
Colección Biblioteca de promoción del pueblo nº 100
Varios autores
Edita zero zyx S.A. Madrid 1980

Páginas 49-64

viernes, febrero 19, 2010

Don Manuel

Juan Callejo San Frutos
Decir D. Manuel en Segovia es referirse a D. Manuel González Herrero, persona conocidísima que nos dejó hace ya cuatro años y su recuerdo es imborrable, mucho más para los que gozamos de su amistad más cercana a lo largo de muchos años. Conocí a Manolo desde la infancia, fuimos compañeros de escuela (el decía que una cosa es la escuela y otra el colegio). Nosotros íbamos a la escuela, la escuela de los Huertos, donde impartían enseñanza maestros como D. Ignacio, D. Gabriel, D. Desiderio y otros, siendo director D. Eustasio que lucía una venerable barba. Conservo en la memoria algunos recuerdos y anécdotas de aquellos tiempos referidos a nuestro amigo: había una pequeña biblioteca en la que yo era el "bibliotecario" y el principal "cliente" era Manolo que ya entonces manifestaba su afición a la lectura, a aprender. En una ocasión yo llegué un poco retrasado a clase, encontrándose en ella un señor que muy seriamente me reprochó mi falta de puntualidad y me ordenó ir al despacho del director diciéndome: "ahora iré yo para hablar con él", mis condiscípulos contenían la risa y yo cumplí la orden quedando a la espera de acontecimientos, llegó el director que resultó ser la misma persona que me había enviado, D. Eustasio que se había afeitado su característica barba; a mi regreso al aula más corridito que una mona fui la rechifla de todos mis compañeros a excepción de Manolo que me defendió, mostrando así su predisposición a la abogacía según recordábamos después jocosamente.

Siempre tuvo el humor de fina ironía y así al grupo de amigos de los domingos y festividades pateábamos la Serrezuela y diversas tierras de Castilla, lo denominaba "los caminantes reflexivos" aludiendo a las reflexiones que hacíamos tomando un tentempié y que con el transcurso de los años íbamos siendo menos caminantes y más reflexivos. Yo dada mi afición a la fotografía tomaba fotos de enebros, sabinas, iglesias, fuentes .... y siempre me llamaba el día antes y me recordaba "no te olvides de los aparatos" refiriéndose a mi modesto equipo fotográfico. Me cabe la satisfacción de haber visto publicadas muchas de mis fotografías en algunos de sus libros; en uno de ellos se refiere a mí como "canónigo laico y retratista" por el hecho de habitar mi casa en el barrio de "las conongías".

Al recordar estos datos que junto a otros muchos bullen en mi memoria, rindo tributo de afecto a este entrañable amigo que amó de forma extraordinaria, además de a su familia, a la tierra en que nació, a Castilla y a España. Nació el día de la festividad de San Millán, patrono de Castilla y de los castellanos y rindió su viaje por la vida un 14 de Febrero, día de los enamorados.

Descansa en paz querido amigo

miércoles, mayo 27, 2009

Un libro trae hoy a la memoria el legado cultural de González Herrero

Coincidiendo con el tercer aniversario de su muerte, la Diputación recordará esta noche a su ‘Hijo Predilecto’ dando a conocer un volumen sobre la vida y obra del historiador

G.H. - Segovia

“Manuel González Herrero in memoriam”es el título de un libro que será presentado esta noche (19 horas) en el salón de plenos del Palacio Provincial. La obra, que pretende rendir un homenaje póstumo al que fuera reconocido con el título de ‘Hijo Predilecto’ de la provincia en 2004, ha sido coordinada por el Gabinete de Prensa de la Diputación, encargándose de la dirección de la misma Jesús Fuentetaja.

“La obra tiene tres protagonistas: Manuel González Herrero, su obra y la Diputación”, aseguró ayer Fuentetaja. El coordinador de la obra añadió que el libro ha surgido “por la voluntad política de la Diputación”, a la que agradeció “haber tenido la sensibilidad de reconocer a González Herrero en vida y colaborar ahora activamente en la difusión de su trabajo”.

El volumen se divide en tres partes. En la primera de ellas se aborda el nombramiento del homenajeado como ‘Hijo Predilecto’ de la provincia, dando cuenta de los actos desarrollados entonces así como de los discursos pronunciados con tal motivo y la repercusión que tuvo en los medios de comunicación.

En la segunda parte, Fuentetaja, que se considera “un estudioso y un entusiasta” de la obra de González Herrero, ha catalogado todas las obras que publicó éste, por orden cronológico, incluyendo una imagen de su portada. Además, en “González Herrero in memoriam” se han incluido seis artículos íntegros de González Herrero, seleccionados por el propio Fuentetaja, que hacen referencia a Jerónimo de Alcalá Yañez, la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, la antigua provincia de Segovia, Fernán González, Antonio Enríquez y los montes de Valsaín.

Por último, la tercera parte es una retrospectiva sobre las reacciones que se produjeron a raíz del fallecimiento de este insigne historiador, en el año 2006.

sábado, septiembre 01, 2007

A son de dulzaina






FERIAS Y FIESTAS DE SEGOVIA 2007



A son de dulzaina
Lo ofrece la Escuela de Dulzainas a Joaquín González


D.M.N.

Por ser el ideólogo y el primer director de la Escuela de Dulzainas, Joaquín González será el homenajeado este año por la propia escuela que desde hace varios años organiza anualmente y coincidiendo con los días previos a la fiesta de San Juan un homenaje a una persona relevante y distinta del mundo de la dulzaina y del folklore.

Carlos de Miguel, organizador del homenaje y persona muy implicada en la actividad de la Escuela de Dulzainas, afirma que homenajear a Joaquín González “era una cosa necesaria” por varios motivos: en primer lugar porque este año se cumple el vigésimoquinto aniversario de la Escuela de Dulzainas en cuya creación González “tuvo un gran peso a nivel de ideas y de cómo se iba a desarrollar. Además, generalmente hacemos homenajes a personas más mayores y creemos que es bueno también reconocer su labor a los más jóvenes”.

Además de la puesta en marcha de la Escuela de Dulzainas, Joaquín González recibió clases de dulzaina del maestro Agapito Marazuela por lo que, en opinión de Carlos de Miguel, “otra de las razones por las que le hemos elegido a él es que actualmente es el puente que une a los dulzaineros actuales con ese gran dulzainero, Agapito Marazuela, constituye el nexo entre éste y las generaciones posteriores”. De Agapito Marazuela Joaquín González aprendió lo que Carlos define como “el respeto a la dulzaina”.

El homenaje que anualmente y desde el año 2001 ofrece la Escuela de Dulzaina nació por razones tristes: la muerte de Luis Barreno, dulzainero y profesor de la Escuela. A partir de entonces, todos los años se ha organizado un acto reconociendo el trabajo de algún profesional destacado. Otros homenajeados han sido Mariano San Romualdo y Demetrio García.

En este caso, la intención era que fuera una sorpresa, algo no muy difícil de mantener teniendo en cuenta que Joaquín González vive en Bruselas a pesar de lo cual mantiene contacto con la Escuela de Dulzainas y, por supuesto, con Segovia. Esta idea ha hecho también, en palabras del organizador, que “el acto sea sencillo, no sólo para evitar que se extendiera la noticia y le llegara a él, sino también porque es el carácter que suele tener, el que queremos darle”.

Como en anteriores ocasiones, el acto consiste en que los alumnos de la Escuela de Dulzainas que quieran participar salgan a la calle, tocando un pasacalles en su camino de Fernández Ladreda a la Plaza Mayor —en el kiosco tendrá lugar el homenaje— vestidos con una camiseta que muestra el rostro de Joaquín González. Una vez allí, el homenajeado tocará alguna pieza y, una vez concluido, los miembros de la Escuela prosiguen la fiesta cenando todos juntos.

jueves, mayo 03, 2007

El Centro Segoviano en Madrid recordará a González Herrero

El próximo 14 de febrero se fallará un premio en memoria del abogado y escritor, además de celebrarse un acto de homenaje e inaugurarse una exposición sobre su vida y obra

A.S.R. - Segovia

El próximo miércoles, 14 de febrero, se cumplirá un año del fallecimiento del abogado e historiador segoviano Manuel González Herrero y el Centro Segoviano en Madrid ha querido recordar su figura en esa fecha, con la organización de varios actos, incluyendo un acto en su memoria y la inauguración de una exposición.

Según adelantó ayer a este periódico el presidente del Centro Segoviano, Antonio Horcajo, los actos previstos se iniciarán a las siete de la tarde del día 14 con la reunión del jurado que fallará el primer Premio Manuel González Herrero a la fidelidad a la tierra, presidido por uno de los hijos del abogado, Juan Pablo, e integrado por diversas personalidades de la sociedad segoviana.

Según dijo Horcajo, el premio, destinado a reconocer a aquellas personas, empresas o instituciones que destaquen por su fidelidad a Segovia, “la fidelidad que don Manuel mostró hacia su tierra”, se entregará junto al resto de los Premios Tierra, ya que a partir de ahora quedará integrado en las convocatorias anuales de estos galardones, fallándose junto al resto de los premios en años venideros.

Una vez fallado el premio, el Centro Segoviano acogerá un acto en memoria de Manuel González Herrero, que comenzará con el anuncio del ganador del galardón y contará con la participación del historiador Antonio Linage, del propio Antonio Horcajo y de otro de los hijos de González Herrero, Joaquín, que estrenará una pieza para dulzaina, dedicada a su padre y titulada “Oración castellana”. Están previstas asimismo unas palabras del alcalde de Segovia, Pedro Arahuetes.

Finalmente, se procederá a la inauguración de una exposición sobre la vida y la obra de Manuel González Herrero, quien fuera decano del Colegio de Abogados y director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce, que podrá verse en Madrid hasta el día 3 de marzo. No obstante Antonio Horcajo no descarta la posibilidad de que posteriormente se exhiba en la capital segoviana.

Manuel González Herrero, fallecido en la madrugada del 14 de febrero de 2006 en el Hospital General de Segovia, cuando contaba 82 años de edad, nació el 12 de noviembre de 1923. Nombrado Hijo Predilecto de la provincia de Segovia por la Diputación Provincial en mayo de 2004, era doctor en Derecho, tras licenciarse en la Universidad Central de Madrid. Al margen de su tarea profesional, González Herrero destacó como historiador e investigador de las tierras y las gentes de Segovia, dejando una veintena de libros y cientos de artículos y conferencias.

jueves, abril 12, 2007

Publicado "El Libro de la Serrezuela", obra póstuma de Manuel González Herrero





La Real Academia de Historia y Arte de San Quirce acoge esta tarde la presentación de ‘El Libro de la Serrezuela’, la obra póstuma de Manuel González Herrero

La sede de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce acoge esta tarde la presentación de la obra póstuma del que fue su director durante muchos años y decano del Colegio Oficial de Abogados, el también historiador Manuel González Herrero.

La publicación lleva el título de ‘El Libro de la Serrezuela’ y realiza, en palabras del hijo del autor Joaquín González “un recorrido por 14 pueblos y villas de las tierras de Sepúlveda y Fuentidueña, a ambos lados de la sierra de Pradales, de marcado significado histórico en el nacimiento de Extremadura de Castilla”.

Joaquín González participará en la presentación del libro, a partir de las ocho de la tarde, junto a Juan Callejo, Carlos Blanco y Antonio Horcajo, en un acto que será cerrado con la danza de ‘La Entradilla’ a cargo del grupo ‘La Esteva’.

El libro relata dos viajes, añade González, “uno exterior, descriptivo, y otro interior, de reflexión”. Así, el primero “nos descubre el paisaje, la fauna y la flora, las obras humanas fruto de la historia y el sedimento de la cultura popular”, mientras que el segundo, “en paralelo al anterior, nos lleva al corazón de nuestros sentimientos, los que surgen con la contemplación de la tierra”, continúa.

González recuerda que su padre escribió en los años 70 el ‘Libro de la Tierra de Segovia’, sobre “las comunidades de villa y tierra de su provincia, tal y como quedó configurada tras la división administrativa de Javier de Burgos en 1833”. Comenzó entonces “un proyecto sumamente ambicioso, que se ha concretado parcialmente en diversos trabajos precedentes, singularmente ‘La sombra del enebro’ y ‘Biografía del río Marijave’”.

De este modo, ‘El Libro de la Serrezuela’ “es la natural continuación de los precedentes”, señala.

Joaquín González considera esta última obra como “parte del gran Libro de la Tierra, de descripción, historia y meditación”.

Para la familia, la publicación de este libro supone “cumplir con su deseo”, según González. “Tenía la ilusión en entregar a los segovianos el ‘Libro de la Serrezuela’, de las tierras que le fueran tan queridas, las que presenciaron el empuje de los colonizadores en el siglo X, en esta tierra de frontera, entre la orilla izquierda del Duero y la cordillera carpetana”, comenta.

Añade que “Montejo, Maderuelo, Sepúlveda, Fuentidueña y Sacramenia simbolizan el espíritu emprendedor de aquellos foramontanos que tanto contribuyeron a forjar la identidad castellana”.

De esta forma, “tiene, por otro lado, la especial significación de presentar su obra póstuma, a la que mi padre dedicó sus últimas energías”, apunta.

El libro se distribuirá en las librerías de Segovia y en los pueblos y villas a los que se refiere la obra, “para facilitar su adquisición por sus vecinos, se va a efectuar un depósito de ejemplares en lugares adecuados para cada una de esas poblaciones”, anuncia Joaquín González.

lunes, diciembre 04, 2006

LA AUTONOMÍA DE SEGOVIA Y LA REIVINDICACIÓN REGIONAL DE CASTILLA ( Pedro Altares, Manuel González Herrero)

LA AUTONOMÍA DE SEGOVIA Y LA REIVINDICACIÓN REGIONAL DE CASTILLA

COMUNIDAD CASTELLANA


Introducción

Como contribución a la mayor difusión posible del pensamiento más correcto sobre la importante cuestan de la autonomía de la provincia de Segovia y su significado con respecto a la reivindicación regio­nal de Castilla, nos ha parecido conveniente y útil recoger en este folleto cinco notables trabajos que, entre otros también valiosos y que asimismo interesa reunir en volumen, han aparecido en la prensa diaria con motivo del debate suscitado en el curso del proce­so sobre la constitución de Segovia en comunidad autónoma uniprovincial.

Como viene manteniendo insistentemente Comu­nidad Castellana, y ha precisado en certeras palabras uno de sus fundadores, «la creación de la híbrida y ar­tificiosa entidad regional de Castilla-León, así como la de Castilla-La Mancha, son decisiones políticas grave­mente erróneas por muchas razones. La sola enun­ciación de los nombres de estas dos nuevas entidades, Castilla-León y Castilla-La Mancha, pone de mani­fiesto que Castilla ha sido mutilada y que importantes porciones de ella han sido anexionadas a sus vecinos, los antiguos reinos de León y Toledo. Hecho que re­sulta a primera vista inexplicable, dada la destacada personalidad de Castilla en la historia, la cultura y el conjunto todo de la nación española>.

El objetivo esencial de Comunidad Castellana ---proclamado en el Manifiesto de Covarrubias de 26 de febrero de 1977- es la restauración cultural, cí­vica y material del pueblo castellano; el reconoci­miento, afirmación y desarrollo de la personalidad de Castilla como entidad colectiva en el conjunto de los pueblos españoles, y la promoción de los valores e in­tereses de Castilla y de todas las tierras y comarcas que la integran.

Por ello Comunidad Castellana ha protestado desde el primer momento por el hecho asombroso de que Castilla haya sido eliminada del mapa autonómi­co de España y se viene oponiendo constantemente a los conglomerados de «Castilla-León» y de «Castilla-­ La Mancha», en los que se disuelve la identidad his­tórica, cultural y regional de Castilla.

La provincia de Segovia rechazó legalmente su incorporación al ente castellano-leonés y en la actuali­dad sustancia el proceso constitucional iniciado por el histórico acuerdo adoptado por la Diputación Provin­cial en su sesión de 31 de julio de 1981, para consti­tuirse en comunidad autónoma uniprovincial, ejer­citando el derecho a la autonomía que se reconoce en el artículo 143 de la Constitución. Acuerdo que. precisamente había sido solicitado por Comunidad Cas­tellana, mediante escrito formal presentado a la Cor­poración Provincial el 27 de enero del año actual; y que, interesaron también otras entidades, corporacio­nes, autoridades, mandatarios, representantes popu­lares y ciudadanos de Segovia.

Estamos asistiendo en Segovia a una situación ex­traordinaria: amplios y diversos sectores del pueblo segoviano resisten con toda firmeza, dando un claro ejemplo de dignidad, las arbitrarias decisiones de los aparatos centrales de poder, del Gobierno y de los dos partidos dominantes, extrañamente maridados para el objeto de conducir a Segovia por la fuerza al ente de «Castilla-León».
Frente. a la opresión y el manejo centralista de los que aparecen empecinados en violentar la libertad de los segovianos y disponer de su destino, Comuni­dad Castellana cree y defiende. que Segovia tiene, la razón y que no se dejará arrebatar una victoria popular ganada con todas las de la ley en circunstan­cias adversas.

Esta actitud segoviana no obedece a una posición cantonalista o provincialista, sino a un planteamiento de defensa de la causa de Castilla. Segovia es cons­ciente de su castellanía y desea contribuir, mante­niéndose como territorio castellano autónomo, a la reivindicación regional de Castilla. Segovia es caste­llana y, como tal, alza su voz por Castilla y proclama el derecho de sus provincias hermanas y de todos los castellanos al rescate y reconocimiento institucional de la verdadera Región Castellana.

En este sentido, el acuerdo de la Diputación de Segovia por el que se inicia el proceso legal de. auto­nomía declara explícitamente que el Estatuto sego­viano contendrá las previsiones necesarias para la po­sible y preferente unión, en el futuro, de la comu­nidad autónoma de Segovia a la entidad limítrofe. que mejor represente y asuma los valores de Castilla.

Segovia, octubre de 1981.

COMUNIDAD CASTELLANA.-Consejo de Segovia


I SEGOVIA: SIN SONRISAS, POR FAVOR

Sonrojo da hablar de ello. Y mucho más, escribirlo. La autonomía de. Segovia se ha convertido en algo así como en un chiste o una cota insuperable de insensatez, del dónde. vamos a ir a parar de la maraña autonómica en que, sin pensárselo dos veces, nos metieron en su día los políticos en el poder, en la oposición y la capacidad mimética y dema­gógica de la clase intelectual que tiene acceso a las páginas de los periódicos. Segovia, de la que nadie se acordaba (y ahí está para demostrarlo su puesto en la renta per cápita, su nivel de despoblación, la calidad de sus servicios y un lar­go etcétera de carencias, olvidos y explotaciones seculares) como no fuera para utilizarla como trampolín de ambicio­nes políticas personales, fotografiar el acueducto o comer cochinillo, es ahora la obligada referencia de todos aquellos que, con la sola mención de su nombre (¡hasta Segovia!), normalmente acompañada de una sonrisa de cachondeo, quieren hacer ver al auditorio que lo de las autonomías es, pura y simplemente, un absurdo hazmerreír político. Los hay mas comprensivos que, con cara de falsa perplejidad, dicen que lo de. Segovia no lo entienden... La cosa se com­pleta con las conclusiones del famoso informe de los exper­tos ya que, más o menos, viene a decir que las autonomías provinciales no tienen sentido. Pero que, dadas las circuns­tancias, conviene hacer excepciones con Asturias, Cantabria (antes Santander), Rioja (antes Logroño), Madrid (a título de sedicente D. F.) y Murcia. Amén, naturalmente, de los específicos casos de Navarra, por un lado, y Ceuta y Meli­lla, por otro. O sea, y aunque en algunos casos sea lógico, que caben ocho excepciones a una regla general que sólo se va a aplicar a Segovia. Decisión apoyada, eso sí, con contundentes razones que olvidan, sin embargo, el pequeño detalle de que la inmensa mayoría de los ayuntamientos se­govianos, que se supone tienen la misma representatividad teórica que los de otras provincias, se han pronunciado, pri­mero, en contra de la integración en el híbrido Castilla-León, y después, a favor de la autonomía uniprovincial. Ruego al curioso lector que no inicie un amago de sonrisa previo al ya estamos y piense, al menos, que los segovianos no son ni más tontos ni más listos que los nacidos en otros lugares más propicios a despertar comprensión y apoyo moral, ni sus razones, en principio, tienen por qué echarse sin más al pozo de los despropósitos.

Y es que lo de Segovia no lo entiende nadie, claro. Y no se entiende porque los políticos han hecho todo lo posi­ble para que no se entienda. Pero que tiene su explicación. Una explicación que nos llevaría directamente a eso que se ha venido en llamar «agravio comparativo» referido a otras regiones distintas a Castilla, pero que tiene en ésta su más exacta aplicación. Hablar de Castilla en España es llorar. _Desde Isabel la Católica, a quien Dios confunda, hasta el señor García de Enterría, pasando por Carlos V y su impe­rio, la remodelación provincial del XIX y el fascismo valli­soletano de Onésimo Redondo y sus discípulos. Una historia larga, apenas estudiada, envuelta en tópicos, esquilmada y manipulada en sus símbolos e interesadamente confundida con todo aquello que huela al nefasto centralismo de un Madrid que tiene de castellano lo mismo que Gerona de cordobesa. Para los catalanes, Castilla empieza en Los Mo­negros; para los gallegos, en El Bierzo; para los andaluces, en Despeñaperros... y así hasta el infinito de insolvencias históricas y analfabetismo geográfico. Algo, por cierto, en esta lamentable confusión actual tuvieron que ver los escri­tores de 1898 y algunas de sus famosas descripciones paisa­jísticas, metiendo en el mismo saco los campos manchegos con la Tierra de Campos y llenándose la pluma con la in­finita llanura castellana (?), cuando lo que distingue el pai­saje de Castilla es su constante delimitación por la línea azul de las cordilleras. Bastante parecido, por cierto, con lo que pasó con la historia, incluido el pendón morado (que no era morado, sino rojo) y la adjudicación indebida de otros sím­bolos que jamás fueron castellanos, sino de todo el imperio español, que no es lo mismo. Pero, es igual, con Castilla vale todo. Entre otras cosas, porque los explotadores caste­llanos viven hoy, y desde hace siglos, en ciudades sin indus­trializar, en campos semidespoblados, en pueblos sin jóve­nes, con la población adulta desperdigada a los cuatro vien­tos, utilizando métodos agrícolas ancestrales, vaciados de sus costumbres y tradiciones, víctimas del caciquismo... Y, claro, en ese contexto, se ha podido hacer con Castilla lo que nadie hubiera osado hacer con Aragón, Cataluña o An­dalucía, por poner sólo tres ejemplos, y que, a grosso modo, y sin ánimo de ser exhaustivo, ha sido: desconocer su his­toria, uniéndola al reino de León y homologándola con él, mutilarla en su territorio separándola de Santander y La Rioja, sin las cuales Castilla no tiene sentido, y confundir una de las regiones españolas de más recia personalidad con una confederación hidrográfica. Segovia jamás hubiera pedido la autonomía uniprovincial si Castilla hubiera sido reconocida como tal. Pero, al no darse este elemental presu­puesto, ha decidido irse por su lado y no participar en el híbrido castellano-leonés. Me gustaría decir que ha hecho bien, pero, tal y como están las cosas, ni siquiera eso está claro.

La relación de fuerzas políticas en Segovia está así. La descripción es importante porque nos remite a cómo se han hecho las cosas en materia autonómica. UCD (dos diputa­dos, tres senadores y mayoría de los ayuntamientos, conti­nuista respecto al franquismo y, por tanto, con tradición caciquil) a favor de la autonomía provincial y por razones que van desde una mayor conexión con la opinión pública hasta otras menos confesables de conservación de actuales y seculares sinecuras. Hay que decir que UCD nacional, y muy especialmente el leonés Martín Villa, está fuertemente en contra de esta postura, en la que, por cierto, coincide con la izquierda, que unánimemente se muestra a favor del ente castellano-leonés. La izquierda, representada especial­mente por el PSOE, defiende la integración por razones de obvia perspectiva electoral: la inserción de una zona agrí­cola en otra industrial (Valladolid, León) supone un au­mento progresivo de sus posibilidades. Digamos, para ter­minar, que las élites culturales, como en todas partes, de­fienden la propia personalidad castellana y son, por tanto, contrarias a la integración. El pueblo, en general, vive al margen de la cuestión y, aunque no sean desdeñables cier­tos asomos de despertar regionalista y un claro sentimiento de animadversión al «centralismo vallisoletano» que tiene raíces históricas con resonancias presentes. Segovia no quie­re ser ni el merendero de Madrid ni la mano de obra de Valladolid. Ese es un sentimiento que UCD aprovecha y que la izquierda, con escasas raíces, pero con porcentaje de vo­tos importante, no quiere ver.

En fin, he ahí, sucintamente explicado, el galimatías segoviano, que hubiera exigido un serio acto de contrición por todas las fuerzas políticas implicadas, que son todas las nacionales. No ha sido así, sin embargo, y se va a imponer una decisión, probablemente tan discutible como la contra­ria, pero que tiene un importante componente antidemo­crático: va a hacerse en contra de la mayoría de los segovia­nos (al menos, teniendo en cuenta los resultados de tres con­tiendas electorales), en los que, además y para colmo, se quiere ejemplarizar y poner coto al «desmadre autonómico» del que Segovia, y casi da vergüenza decirlo, no es causa, sino efecto. La inconsciencia, los deseos de medro personal, el desconocimiento de la historia, la demagogia y el apre­suramiento (y el efecto imitador hacia Cataluña y Euskadi) no han estado más presentes en Segovia que en otras mu­chas autonomías que tienen ahora luz verde, y bendición de expertos. Pero Segovia está en Castilla, esa región descono­cida, maltratada y olvidada, en quien, sin embargo, hay que simbolizar el castigo y la venganza anticentralista. En Castilla, además, no queda apenas nadie para protestar: monumentos de un pasado que los historiadores contaron mal y los políticos del presente desdeñaron en su ignorancia. No es demagogia, aunque pueda parecerlo. El lío autonó­mico de las nacionalidades no históricas en que un buen día nos metió la clase política ensoberbecida de singularidades y con ansias de medrar explotando el lícito sentimiento anti­centralista, ya tiene un chivo expiatorio en que descargar sus errores: Segovia. Una historia, una tierra y unas gentes que, sin duda, merecían mejor suerte. Segovia va a inte­grarse en Castilla-León. Y a lo mejor es bueno que así sea. Pero, por favor, que nadie se ría cuando se habla de la autonomía segoviana. O nos reímos todos o aquí no tiene de­recho a reírse nadie.

PEDRO ALTARES
«El País», 10 julio 1981




II EPISTOLA MORAL A DON PEDRO ALTARES

Gracias, Pedro amigo, por tu gran artículo sobre la autonomía de Segovia. Ya era hora de que «El País», tan dado a silenciarnos, hablara de Segovia, aunque fuera bien.

Como tienes casa abierta, y hospitalaria, en la Aldehue­la, y amistades y convivencias segovianas, has aprendido a conocer a este pueblo y esta tierra nuestra: que te parecen merecedores de mejor fortuna. Por eso tu artículo viene a hacerles justicia y .a defender su dignidad. Segovia es algo más que una simple mercancía de cambio en el toma y daca de una negociación política, en Madrid, para el reparto del poder.

Tu juicio, dilecto amigo, es acertado. La mayoría de los segovianos somos opuestos a la incorporación de nuestra provincia -y menos por la fuerza- a la comunidad autó­noma de Castilla y León. Como es sabido, la iniciativa que promovió el ente preautonómico castellano-leonés no fue aceptada ni por la Diputación Provincial ni por la inmensa mayoría de los municipios segovianos. Por tanto, con arre­glo a la Constitución (artículo 143,3), al no prosperar esa iniciativa, solamente podría reiterarse pasados cinco años.

Como no se te oculta, estimado Pedro, el efecto consti­tucional fue más grave: el fracaso en Segovia de tal iniciati­va autonómica comporta la disolución del Consejo General de Castilla y León, como incurso en el precepto terminante de la disposición transitoria 7.a b) de la Constitución. El Consejo es jurídicamente nulo. Con todos los respetos, no tiene otro valor que el de una fantasmagoría que parece legal y no lo es.

. Sin embargo, los aparatos políticos centrales, concerta­dos en Madrid, caen en la tentación de hacer juegos mala­bares con la Constitución, y echando mano del artículo 144, pretenden que, por una ley orgánica de las Cortes, la pro­vincia de Segovia entre, como sea, en ese ente castellano­leonés, constitucionamente nulo. El pretexto es «sustituir la iniciativa de las corporaciones locales». Craso error: no se puede sustituir una iniciativa que ya se tomó, si bien no prosperó. Se trataría de repetir o reproducir la iniciativa; lo que no es permitido hasta que no hayan pasado los men­cionados cinco años.

Más razonable sería -y más adecuado al bien de Es­paña- reconsiderar el planteamiento de «Castilla y León», corregir los errores cometidos y reconocer que hay dos re­giones diferentes, la leonesa y la castellana, que tienen per­fecto derecho a ver respetada su identidad y a no encon­trarse confundidas y disueltas en un híbrido estéril, en una amalgama despersonalizadora.

Existe ciertamente entre los segovianos, como tú seña­las, un sentimiento generalizado de oposición al centralismo de las oligarquías de Valladolid. «Segovia -dices bien- no quiere ser ni el merendero de Madrid ni la mano de obra de Valladolid». Segovia aspira a mantener su destacada per­sonalidad, desarrollar sus tradiciones culturales y fomentar un progreso económico y social adecuado a su manera de ser.

Pero -tú lo has comprendido exactamente, admirado Pedro-, no estamos ante una actitud cantonalista. Segovia sabe que es castellana y quiere serlo. Defendiendo la auto­nomía de Segovia, como reducto o baluarte de la castella­nía, impedimos la liquidación de la personalidad castellana y creamos las condiciones para el rescate de Castilla. Ante todo, pensando en España, que, en el problemático pano­rama actual, necesita de una Castilla auténtica, como pieza armónica del conjunto español.

Por eso aciertas plenamente cuando dices que Segovia jamás hubiera pedido la autonomía uniprovincial si Castilla hubiera sido reconocida como tal. Pero, al no darse este elemental presupuesto, ha decidido mantenerse en su ser provincial y no participar" en el híbrido castellano-leonés. Desconfiad de. los híbridos, recomendaba Goethe.

Lamentas en tu artículo que se va a imponer una deci­sión antidemocrática, en contra de la mayoría de los sego­vianos: que «Segovia va a integrarse en Castilla-León». Per­dona, Pedro, pero no es eso. Segovia no va a permanecer en silencio, no nos vamos a resignar. Corporaciones, entidades, mandatarios y ciudadanos de Segovia, con toda la firmeza que haga falta, van a resistir esa manipulación centralista que el pueblo segoviano no se merece.

Ni los partidos políticos ni el Gobierno pueden dispo­ner a su arbitrio de la autonomía de una provincia. Es la provincia la que tiene el derecho, amparado por la Consti­tución. Los acuerdos de los políticos no son decisiones del Estado; y si intentan llevarlos a efecto, por la fuerza de un precepto legal de excepción, muchos segovianos estarán dis­puestos a recurrir por todos los medios propios de un Estado de derecho para denunciar y corregir la violación de la Constitución Española.

Si la política no tiene un fundamento ético, si se reduce a maniobras y forcejeos por la tenencia y disfrute del poder, vaciamos a la democracia de su más noble contenido. El valor profundo de la democracia radica en el sentido moral de la actuación pública, inspirada en criterios serios y ele­vados, en la estimación sincera de la dignidad de la persona y de las colectividades humanas, y en el respeto de sus dere­chos y libertades. La democracia, en definitiva, es una acti­tud moral.

La provincia de Segovia, en el asunto que nos ocupa, tiene razón, moral y legal. Digo yo, por eso, que no podrá ser atropellada.
Contigo, Pedro amigo, recuerdo -para quien haga falta- la epístola del clásico. Fabio, las esperanzas corte­sanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más astuto nacen canas.

Es en el pueblo y no en la pasión angustiosa de man­dar, donde se ha de depositar la confianza y la lealtad.

MANUEL GONZALEZ HERRERO
«El Adelantado de Segovia», 23 julio 1981