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domingo, noviembre 13, 2016

TESTIGOS DE LA TRADICIÓN: SANTIAGO DOTOR


                                    TESTIGOS DE LA TRADICIÓN

SANTIAGO DOTOR: PIONERO DE LOS ESTUDIOS TRADICIONALES EN ESPAÑA

TRADITIO Revista de Estudios Tradicionales nº 7 Invierno 1989

Nos disponernos  presentar a un autor español al que podemos calificar sin ningún género de dudas, de pionero en España en el campo de los estudios tradicionales, en un una línea que se remonte directamente a  la obra de René Guénon se trata, evidentemente, del primer escritor que, en nuestro país, se haya referido a la obra capital del renovador de estos estudios en Occidente. Una producción intelectual de esta envergadura no podía dejar de traspasar las cercanas fronteras pirenaicas y de hallar alguna resonancia entre nosotros. No obstante, hasta entre quienes llegaron a conocer algunos de sus aspectos y que reaccionaron  más o menos positivamente, y lo que supone una  auténtica comunión espiritual, resultado del impacto producido por el descubrimiento de une obra que ha sido calificada como “el milagro intelectual más deslumbrante producido anta la conciencia moderna (Michel Vâlsan). Acerca de los primeros, es quizá Pío Baroja el exponente más claro entre los intelectuales españoles que intuyeron la trascendencia del mensaje de Guénon, aunque sin llegar a comprenderlo efectivamente, como se desprende de las críticas que le dedica, incluyéndolo con los autores cautivados por las “promesas de Oriente” (en su libro “Comunistas, judíos y demás ralea”). Es a los segundos, en cambio, a los que pertenece Santiago Dotor, autor español “tradicional en la más estricta y genuina acepción, caído prácticamente —e injustamente- en el olvido actualmente. Esta circunstancia se produce e despecho de haber alumbrado una obra que, si bien puede considerarse reducida en su extensión, sobresale por su altura doctrinal y por su claridad de ideas y de expresión, características estas que se ven completadas por una notable capacidad síntesis, apegada en todo momento núcleo esencial de ]sus doctrinas, las obras y los autores.

Nacido en Aguilafuente (provincia de Segovia) en 1.923, Santigo Dotor es hijo del  ensayista y articulista Ángel Dotor y Municio (1.898 — 1.986), autor que nos ha legado una importante obra literaria , en la que destacan varias obras sobre temas españoles y crítica de arte. Trasladado muy tempranamente a Madrid Santiago Dotor realiza sus estudios en la capital, cursando la carrera de Derecho en la antigua Universidad Central, entre 1942 y 1947. Aparte de las materias jurídicas, en sus años universitarios se interesa por la filosofía.; Kant y Spengler fueron el objeto inicial de su atracción, hasta que conoció la obre de René Guénon. El primer contacto tuvo lugar hacia 1.952, al socaire de lo lectura de la versión castellana (publicada en Argentina en 1.945) de la “Introducción general al estudio de les doctrines hindúes”. A partir de ese momento, fue transformándose su mentalidad con la impronta indeleble que le produjeron las doctrinas tradicionales. Por aquellos años, Sentiago Dotor era socio del Ateneo de Madrid y en el ambiente intelectual que albergaba esta institución, conoció a  otras personas con quienes compartía el interés por estos temas, aunque no llegarían  a constituirse en un grupo organizado. Comenzó a  leer e otros autores, haciendo  frecuentes pedidos de libros a Francia, Italia y Gran Bretaña. Julius Evola ocupó un lugar destacado entre sus lecturas, aunque el aspecto político y el anticristianismo que, con matices y con cierta evolución, muestran los escritos del autor italiano, siempre le resultaron ajenos. Les obras de Frithjof Schuon, Ananda   K. Coomaraswamy Titus Burckhardt, Martin Lings, Leo Schaya y otros importantes expositores de esta corriente no le fueron ajenos, al igual que los artículos  de la revista “Études Traditionelles”. Por añadidura, dejó traslucir igualmente un gran conocimiento de las fuentes bibliográficas principales relativas al tema que, en cada momento, era objeto de su atención.

En los años sesenta, la Compañía Bibliográfica Española editaba una colección  de libros titulada “Un autor en un libro”, en cuyos volúmenes, centrados en la vida y obra de importantes escritores españoles y extranjeros, antiguos   y modernos, se incluían varias secciones: un esquema biográfico del autor, un resumen de los principales acontecimientos de su época, un estudio sobre la vida y la obra, una antología de textos, un anecdotario y un bibliografía  escogida . Le parte más importante la constituía el estudio, que venía a suponer un tercio aproximadamente de la extensión del libro. Santiago Dotor recibió el encargo del editor de preparar  algunos títulos para esta colección, publicándose los siguientes: “Dante (1.964), “Goethe” (1.964)y “Virgilio” (1.967). Escribió también un trabajo sobre “Homero”, que no llegó a ver la luz al interrumpirse  le colección; al margen de esto, colabora con sus artículos en el desaparecido diario “Madrid”, mediante los cuales trató de suscitar el  interés por los  aspectos más  profundos y desconocidos de autores  a los que se reduce habitualmente a su faceta literaria y estética. Mención especial merece su pequeño pero interesante folleto sobre le figura de “Ibn Arabi, musulmán español” (1.965) editado  al margen de la colección a que nos hemos referido.

Por los títulos que se han citado, se advierte la afinidad de Dotor con  el esoterismo occidental, encarnado en algunos de sus máximos representantes. Pero le trayectoria intelectual seguida le ha llevado  asimismo al estudio de las grandes tradiciones orientales, específicamente del Advaita_Vedanta y del Sufismo. En los últimos tiempos, ha sido el Cristianismo su principal  polo de atención.

Desde 1.967, fecha de la publicación de su análisis sobre le figura y las ideas del Vate mantuano, si bien continúa profundizando de manera personal en estas  materias, abandonó definitivamente su actividad literaria. De esta última es preciso decir que no concitó la atención que merecía, lo cual  no debe causar extrañeza cuando, incluso en nuestros  días en que el interés por el esoterismo,y la espiritualidad en general ha aumentado espectacularmente en nuestro país (aunque, como ocurre en los demás países, predominando la ganga sobre la mena) e incluso, por citar un dato, en que las obras de René  Guénon han sido publicadas  en español en su mayor parte, el conocimiento de la Tradición permanece en niveles mucho más reducidos entre nosotros que los que se dan en los países de nuestro entorno, si bien los signos son esperanzadores al respecto. Tras desempeñar durante varios años su profesión de letrado, Sentiago Dotor se encuentra  hoy  retirado.

No deja de resultar sorprendente y digno de admiración la calidad de la obra de un  de alguien que ha permanecido al margen de grupos y en un cierto aislamiento intelectual. Con el solo auxilio de su intuición, ha sido capaz de adentrarse en materias difíciles y delicadas sin otra guía que los libros, logrando alcanzar un grado de penetración y de comprensión que le han mantenido inmune a las desviaciones, tan frecuentes, de  carácter ocultista o espiritualista , Como ningún comentario puede reemplazar la lectura de sus libros, concisos pero densos y sustanciosos, no vamos a intentar aquí resumir su contenido. Nos limitaremos, consecuentemente,  a algunos rasgos relevantes enumerados al comienzo, subrayando así la rica documentación de que hace uso, el estilo elegante y sencillo, la precisión en la exposición y la ausencia de elementos   superfluos en aras de resaltar lo fundamental. Solamente cabe lamentar que las propias características de la colección en que publicó casi todos sus escritos le constriñeron a limitar y a seleccionar estrictamente los aspectos  a analizar, así como la extensión. Por otra parte, el hecho de tratarse de una colección de libros de “divulgación” fue en gran medida responsable de que pasaran  casi inadvertidos. Finalmente, le falta de vinculación con los ambientes académicos no contribuyo tampoco a que se le clasificara entre los “especialistas” de los autores y materias de los que se ocupa.

Desaparecida la editorial, no cabe esperar una pronta reedición de sus libros, que solo pueden encontrarse por una feliz casualidad. Po ello, esperemos fervientemente que esta presentación contribuya en alguna medida  a dar a conocer a un escritor injustamente olvidado, con el agravante de le penuria de escritor
‘es españoles que expongan en sus obres las auténticas doctrinas tradicionales, en toda su pureza e integridad.

Raúl  Andrés

jueves, noviembre 17, 2005

Cultura popular castellana (RES)





Si alguna palabra causa perplejidad por la variedad de sentidos que se le atribuyen modernamente esa es la palabra pueblo, no menos que su adjetivo correspondiente: popular. El buen pueblo en ciertas épocas fue algo así como una doncella en penoso cautiverio por los manejos y asechanzas de un malvado tirano que incitaba a algunos a la quijotesca empresa de su liberación; eran épocas de reductoras y emocionales consideraciones del pueblo como gimiente esclavo de intolerables iniquidades, y lo popular una consigna de combate justiciero; así por ejemplo los bolcheviques aseguraban en su época que eran los mejores amigos del pueblo al que, no faltaba más, se proponía liberar de sus duelos sin fin, lo que vista con la perspectiva que dan los años hace pensar que con amigos así no hacen falta enemigos. No se puede considerar que esté definitivamente ida la época del ensalzamiento popular, tanto tiempo usada por algunos partidos políticos, que frecuentemente sucumbían a la crasa reducción del “pars pro toto”, así por ejemplo no ha sido infrecuente considerar como pueblo en esencia al proletariado industrial, los parias de la tierra como bien dice el canto de la Internacional, y si no se llegaba tanto, si al menos se consideraba algo así como su parte más excelsa. Claro que el pensamiento político revolucionario del siglo XX tampoco se ha sentido demasiado cómodo con la idea de pueblo y de popular, a pesar de las reducciones explícitas a que ha sometido dichos vocablos, en el fondo con demasiadas connotaciones cualitativas para un manejo político eficaz, y así se pasó a una versión políticas más recientes en el tiempo, a la noción más cuantitativa y pedestre de masa, mucho más acorde con la degradación cuantitativa de nuestra época. Los nostálgicos del pasado pueden aún consultar aquel breviario de masas titulado “El libro rojo” del borrascoso timonel chino si quieren fascinarse con sus jaculatorias.

Simultáneamente a las concepciones anteriores han existido otras modernas concepciones que han visto al pueblo más como una bella durmiente que como una cautiva; una bella doncella de rubios cabellos, ojos azules como el océano, blanca piel como el nácar y tal vez rh negativo, cuya dotación genética material portaba el arcano de una superioridad indiscutible, que algún iluminado de turno sellando con beso los labios de la doncella despertaría para gloria de la humanidad. Estas concepciones han ido ligadas más que a la palabra pueblo a otros equivalentes en lenguas foráneas, volk, o incluso no tan foráneas, herri. En realidad esta concepción se podría considerar como el polo antitético de la anterior concepción del pueblo como masa cuantitativa, uniforme y sin cualidades, pero en el fondo a ambas concepciones subyace una idéntica concepción material, mecanicista, rígida y susceptible de violencias sin cuento, bautizadas a veces con el pomposo nombre de revolución liberadora, dos versiones diferentes en definitiva en un mismo plano de inferioridad espiritual.

La noción de pueblo en su sentido radical es hoy día algo ampliamente desconocido en occidente, aunque con voz engolada y pomposa se hable del pueblo y de la democracia o gobierno del pueblo; es bien sabido que todo hombre de hoy no solo debe ser demócrata sino también parecerlo; pues así y todo no se suele llegar en el mejor de los casos más que a dar a lo sumo caracterizaciones demasiado secundarias, parciales y fragmentarias, y ni siquiera acudiendo a términos griegos y latinos se resuelve satisfactoriamente la cuestión. Es muy curioso como los judíos han sido un pueblo, o mejor aún el pueblo por antonomasia, cuyo núcleo generador es su religión, careciendo de muchas de las características externas que modernamente se creen indispensables la existencia de un pueblo, tales como territorio, lengua profana, o similitudes raciales externas. No deja tampoco sorprender como la variedad de etnias de religión islámica conservan la noción general de pueblo creyente, la umma, más allá de divisiones raciales o estamentales, y que aún produce reacciones unánimes en algunas ocasiones. Algo similar ocurrió en los países occidentales en la Edad Media, donde ausente el concepto de nación, y con relaciones de fidelidad entre los soberanos, los diferentes pueblos formaban la Cristiandad, de hecho la moderna noción de Europa no existía en la Edad Media, el ámbito de cultura occidental se designaba como la Cristiandad, una unidad que dio al traste a la larga una tendencia hacia la exteriorización en todos los órdenes que desembocó en el humanismo, a la que no fue ajena la concepción imperial de origen romano de la organización eclesiástica occidental; ruptura que fue el origen de las naciones modernas de fundamentos muy distintos a las raíces religiosas y sagradas de los pueblos. No fue lo mismo el caso de la cristiandad Ortodoxa de Oriente, que fue el germen del florecimiento de pueblos y culturas distintas, que con una organización popular y autocéfala alejada en extremo de la organización imperial católica, mantuvo una unidad espiritual que no fue posible en occidente. Otros ejemplo es el pueblo japonés, cuya raíz no es el arroz, ni el bambú, ni las gheisas, ni las cámaras fotográficas, ni los automóviles, ni siquiera las características físicas de ojos oblicuos, el pueblo japonés surgió de y en el shintoismo.

Desde un punto de vista tradicional la noción de pueblo, jana en sánscrito ,palabra que es la que mejor hace justicia a dicha noción, se caracteriza ante todo por una cultura unánime basada en un concepción metafísica y cósmica u ordenada de carácter sagrado, expresada con un simbolismo adecuado del espacio y del tiempo, que permite la manifestación diferencias cualitativas o funcionales inherentes al ser humano, siendo la transmisión de tal sabiduría el sentido etimológico de tradición. Atendiendo a ese sentido y de una manera rigurosa la tradición crea los pueblos y las culturas. En tal orden el ser humano es una imagen divina, velada pero imagen divina y no simple criatura. Por lo que en tal supuesto el trabajo humano es una continuación o réplica de la creación divina, donde caben distintos de grados de perfección pero no diferencias intrínsecas; todo quehacer humano tiene en definitiva como meta llegar a ser uno con la realidad divina de la cual salió, de forma que el fin viene a ser una restauración del principio, el omega es el alfa. Es justamente el cultivo de las diferentes aptitudes humanas en orden a conseguir esa meta es lo que constituye la cultura en el verdadero sentido de la palabra, que es además cultura popular. Cultivo que viene a ser un camino, vía o tao, que es el tesoro que la cultura popular ofrece a todos los hombres del pueblo. Ahí es donde se forma la verdadera unidad del pueblo, eso constituye su verdadera unanimidad, los demás aspectos cualitativos y mucho más los aspectos formales materiales, etnos en griego, son secundarios.
La unidad no supone naturalmente la identidad indiferenciada, sino que se manifiesta en diversidad, que posee dos dimensiones diferentes: una dimensión vertical, cualitaiva o interior, y una dimensión horizontal, cuantitativa o exterior. Las diferencias o categorías pertinentes desde el punto de vista vertical son los diferentes aptitudes, capacidades y funciones, que determinana las vocaciones, caminos que forman la encrucijada del destino: sabiduría, guerra contra el mal, destreza artesana, tienen todos un fondo común único, que no es extraño al hecho de que todo persona en una cultura tradicional tiene componentes variables de la triple función sapiencial, guerrera y artesana. Es decir todas las categorías están en cada categoría y lo que es más están en todo hombre, que más allá de tópicos estereotipados viene a decir que en una cultura popular todo hombre según su naturaleza puede desarrollar la triple función humana de monje, guerrero y artesano de acuerdo con los grados y composición variable de su estructura particular. La dimesion horizontal de la diversidad se refiere a aspectos externos y secundarios: territorio, clima, lengua, caracteres psicológicos y étnicos, y es prácticamente la única considerada en el mundo actual; de acuerdo con esa visión de distinguiría bien hoy día al pueblo húngaro del pueblo portugués, pero desde el punto de vista más ecuménico de la Edad Media, hoy apenas conservado por la Iglesia, se consideraría a ambos ante todo como pueblo cristiano, aún sabiendo perfectamente que un húngaro y un portugués son distintos por características no esenciales.

La cultura popular comporta acción, pensamiento y trabajo, aunque la degradación del concepto a llegado hoy día a tal extremo que la mayoría de la gente piensa que se trata de un ocioso entretenimiento que se refiere a temas tan extraños y pedantes como la filosofía etrusca, la cerámica de la dinastía Ming o el cine expresionista, siendo las cosas importantes de la vida algo que ni remotamente tiene nada que ver con la cultura. Muy por el contrario y atendiendo al sentido etimológico de cultura como cultivo, tiene que ver con azada, con pala, con guadaña, con yunque, con torno, con laúd, con pincel, con pluma, con martillo, con sudor, con todo tipo de labor encaminada a un fin superior. La tarea humana en un sentido tradicional consta de dos aspectos: libre y servil, teórico y operativo, inventivo e imitativo; es decir de una acción espiritual o intelectual cuyo sentido es la perfección o adecuación cósmica y sagrada de la obra y un trabajo material subordinado a la acción conducente a esa perfección; puesto que no conviene olvidar que el hombre en sentido tradicional no es una democracia sino una jerarquía de espíritu, alma y cuerpo; este equilibrio entre acción y trabajo es propiamente el arte, es decir el arte es la manera correcta de hacer las cosas, submarinos o sonatas, alfombras o botijos; la obra de arte es la obra hecha con arte pero no el arte mismo, el arte está en el artista y consiste precisamente en el conocimiento que permite hacer las cosas. La pintura, la agricultura, la música, la carpintería o la alfarería son todas clases de poesía o de creación Es conveniente evitar con cuidado la moderna confusión entre arte y moral, o entre saber y voluntad, que con incorregible deriva moralista pretende que una catedral en cuanto tal es mejor que un granero en cuanto tal, o que una sinfonía es más noble que una dulzaina; obviando que a pesar de los pesares la belleza no se puede ordenar en jerarquías. Cada hombre al realizar su propia función consciente de su significado espiritual y de su perfección, en otras palabras al trabajar en artista, recorre un camino o vía, marga en sánscrito, tao en chino. Claro está que el artista no es solo un virtuoso, un buen manipulador, un buen obrero, es ante todo un contemplativo, refiriéndonos a la contemplación no como un vago ensimismamiento o un somnoliento apartamiento, sino a la elevación de lo empírico a ideal, de la observación a la visión, de la sensación auditiva a la audición, de la apariencia a la esencia, en suma a la intuición es decir a una intelección que sobrepasa la esfera de la dialéctica y alcanza las razones arquetípicas eternas. Desde el punto de vista del arte, que no de la moral, un helicóptero puede ser una obra de arte, construido acaso por hábiles operarios que poseen notables destrezas mentales y manuales, pero que en su trabajo no han actuado con arte, es decir como verdaderos artesanos, sino tan solo como mercenarios; este ejemplo es una muestra de cómo es posible diferenciar arte de trabajo en un artefacto, etimológicamente objeto hecho con arte; esta disociación es algo demasiado frecuente en el mundo moderno, el trabajo de abeja laboriosa no es arte, no es camino, ni es digno del hombre. El arte o actividad tradicional , al revés que el arte moderno, se ocupa de la naturaleza de las cosas y solo rara y accidentalemente de las apariencias, de las causas de los efectos y no de estos últimos. En este sentido el arte tiene un carácter propiamente sapiencial, como decía el maestro medieval parisino Jean Mignot “arte sine scienta nihil”, entendiendo por ciencia no un resultado leyes de inferencia estadística sino la referencia de todos los particulares a unos principios unificadores. Indudablemente la perfección del arte es susceptible de provocar también la emoción estética, la belleza es inherente a la perfección hasta en las cosas más humildes como un bordado o un arreo campesino, aunque no es la belleza lo que se buscó al hacerlas.

El anonimato es una de las características de todo arte verdaderamente popular, cuyo sentido poco tiene que ver con la moderna valoración del anonimato como falta de ese afán de distinción, individualidad, y personalidad egoica características del artista moderno. En una cultura tradicional y popular el logro supremo de la consciencia individual es perderse o encontrase en lo que es su primer principio y su último fin, lo que implica el anonimato como anhelo de liberase uno mismo. En las artes tradicionales desde el momento que admiten que toda verdad tiene su origen en el espíritu, frente al que la personalidad individual es nula, no interese quien dijo, o quien hizo o quien firmó, sino que se dijo, o que se hizo. En ese ambiente el artesano no es el que hace sino que es un instrumento, la individualidad no es un fin en si mismo sino un medio, un instrumento que requiere ciertamente eficacia y obediencia. Inútil pues buscar la firma del artista en el arte y la cultura popular, a lo sumo una referencia para garantizar que la obra se hizo de acuerdo con el orden y normas del arte. Así aparece en la iglesia románica de Santa María la Real de Sangüesa una escultura románica la inscripción “Maria Mater Xpi Leodegarius me fecit”, donde el artista se oculta ante el símbolo de una realidad que le sobrepasa. Claro que de acuerdo con la sentencia evangélica de Cristo: “ No hago nada por mi mismo” (Juan VIII, 28) bien conocida en los pueblos cristianos medievales ¿qué cristiano se atrevería a considerar suya una obra cualquiera?. No deja de contrastar todo esto con la creciente inflación narcisista del individuo a partir del humanismo renacentista: el pintor firma su obra, el literato sus libros, el científico quiere unir su nombre a una teoría, el paseante del parque quiere eternizar sus vivencias en una placa fotográfica, y hasta el más humilde meritorio busca naderías y futilidades a las que certificar su autoría en un curriculum. La propiedad es la cúspide sublime del arte moderno , y ya no solo los individuos, también a los pueblos modernos se le atribuyen al parecer propiedades, caracterizadas, por supuesto, por sus aspectos más superficiales, externos, materiales y biológicos cuando no por fantasías desbordadas, a las que se les supone características inmutables de identidad y poderes soberanos entre las que no falta la supervaloración de las contingencias históricas y políticas que lo configuraron como nación y estado, un ejemplo paradigmático de todo ello fue el Volkgeist místico de los nazis, una extraña amalgama de títulos de propiedades de sangre, tierra, rubio, genotipo, superior, señor de esclavos y algún otro delirio añadido y con unas metas sumarias, miserables y netamente terrenas : un solo pueblo, un solo estado, un solo fhürer.

En las sociedades populares tradicionales no cabe establecer una división rígida entre artes dedicadas al señor y artes dedicadas al campesino, o entre bellas artes y artes aplicadas, o entre arte puro y arte decorativo, puesto que proceden del mismo modo a escala distinta, hay diferencias de refinamiento y lujo, pero no de contenido o estilo, o de valor material pero no de orden espiritual y psicológico; así por ejemplo la diferencia entre la iglesia románica parroquial de Sotosalbos en Segovia y la iglesia románica juradera de los reyes de Castilla San Vicente en Ávila. Los motivos aristocráticos y populares en la literarura son ambos arte popular, por ejemplo el Mester de Clerecía usaba un refinamiento literario como era la cuaderna vía, pero eran los juglares los que recitaban sus composiciones junto con los cantares épicos de gesta y con los romances. Por otra parte también el Mester de Clerecia componía temas amorosos de origen juglaresco como el Libro de Apolonio. Algo similar ocurría en la música, nada raro teniendo en cuenta que no existía la actual separación entre narración y canto, así en las Cántigas de Santa María del rey Alfonso el Sabio (1221-1284) se encuentra el gregoriano en textos de lengua vulgar. La inspiración popular se extiende en el tiempo, incluso cuando va menguando su irradiación y comienza la literatura individualista de autor, un caso típico es el de don Juan Manual literato aristócrata cuya obra mayor “El Conde de Lucanor” es de clara inspiración popular, algo similar a lo que pasaría siglos después en la época aurea de la literatura de autor en que la influencia del Romancero viejo y del juglaresco inspiró a Lope de Vega, y a Quevedo. El arte popular presenta variaciones de estilo inherentes a la libertad humana de sus cultivadores a lo largo del tiempo, pero con unos temas centrales de inspiración fijos, algo bastante distinto de las modas de efímera duración del arte contemporáneo. No hace falta decir que la sabiduría vehiculada por la tradición es intemporal, y el pueblo generado y alimentado por ella no es solo cosa del presente, como una consideración moderna, chata, miope y pragmática cree, el pueblo y su voz es algo de todas las generaciones que se suceden; solo que al igual que el hombre que se olvida de su pasado y de lo que es, así los pueblos padecen amnesias a las que no es fácil disipar con el recuerdo.

Hay una triada de palabras que expresan bien la meta de cualquier cultura tradicional , que en sánscrito son: “chat, sit, ananda”, que se pueden interpretar como ser, conciencia y felicidad o beatitud. El artesano o artista popular, palabras a las que no se puede encontrar ninguna diferencia en una cultura tradicional popular, es bien consciente de lo inseparable de esa triada y así en la perfección o verdad de su obra encuentra sin proponérselo la emoción de la belleza y la felicidad de lo bueno , no hace una cosa útil que no sea a su vez bella y con un aura de bondad. Todo artefacto de una cultura popular al haber sido hecho con arte posee belleza y significación, es decir es herramienta y símbolo. Cualquier objeto hecho con arte sirve no solo para las necesidades inmediatas sino para su vida espiritual, para el hombre total y no solo para el hombre exterior que vive solo de pan. Lejos de la moderna consideración del arte como lujo y ornamento, en la cultura popular el arte era una manera de vivir, lo que es tanto como decir una manera de pensar, una manera de actuar y una manera de valorar jerárqicamente el cosmos y el principio de todas las cosas. No es nada extraño encontrar en la Edad Media frases como aquella de Santo Tomás de Aquino “el artista trabaja con arte y buena gana” o aquella del maestro Eckhart : “al artesano le gusta hablar de su oficio”; hoy día al obrero de la fábrica o el empleado de la oficina le gusta más bien hablar de fútbol o de la tele. Tras las costosas inversiones en escuelas, universidades y academias, se ha llegado tan solo a la producción inevitable de hornadas anuales de técnicos, especialistas y facultativos con poca o ninguna noción del significado de vocación, de vía, de arte, de destino , de camino o de tao; de esta forma el mundo moderno ha creado un tipo de hombre que solo puede ser feliz, o sucedáneo de tal, cuando se evade y se divierte; en general se da por supuesto que en el trabajo se hace lo que menos gusta, prueba de que estamos trabajando para una tarea para la cual nunca podríamos haber sido llamados por nadie más que por un comerciante, con sus señuelos de trueque monetario. En una cultura popular el artesano rechazaba como indigno del hombre lo que no fuera a la vez útil y bello, ni era concebible en tal clima un exceso de cosas útiles pero sin belleza, ni por consiguiente la acumulación de objetos útiles que no se usaran realmente, no eran aquellas las modernas sociedades capitalistas, únicas que, gestionadas privada o públicamente, concibe el hombre moderno. El sentido contemplativo del arte tradicional rechaza lo que no se puede admirar y utilizar al mismo tiempo, que es justamente la noción austeridad o pobreza voluntaria, aplicable tanto al monje, como al artesano, como al rico. Muy distinto por supuesto de la constante sugestión actual de consumo de bienes fabricados en serie que ni proporcionan la emoción estética de la belleza ni la beatitud de la bondad a aquellos que los pueden comprar, a menos que se considere tal la manía compulsiva de compras en super e hiper a que se ven compelidos muchos y muchas para compensar sus neuras y depres. Sugestión complementada a la vez y contradictoriamente con la incitación casi anal al atesoramiento y al ahorro, para finalmente desembocar de nuevo en el consumo, artificio monstruoso y diabólico en que se basa la economía moderna, que además del saqueo y deterioro del globo, sus recursos y su naturaleza, nada unifica, a ninguna meta final conduce y es fuente inacabable de conflictos.

La perspectiva moderna sobre la cultura popular estuvo desde sus comienzos fuertemente teñida de prejuicios, así cuando Williams Thoms en 1846 pone en circulación el neologismo folklore de etimología sajona, saber del pueblo, análogo al término alemán volkslhere, la referencia a pueblo distaba del sentido sánscrito de jana; la palabra pueblo hacía referencia explícita a bajas clases, a pueblo analfabeto o semianalfabeto, más concretamente a campesino y más tarde por extensión a elementos urbanos donde aún era posible apreciar la continuidad campo-ciudad. Algo por otra parte que aún está vivo en la mentalidad del habitante actual de ciudad, convenientemente saturado los tópicos y lugares comunes de la civilización burguesa, para el que la expresión “ser de pueblo” es sinónimo de paleto, zafio, ignorante y basto. La delimitación del ámbito del flolklore comenzada cuando la creación de la Folklore Society de Londres en 1878 , se refería a tradiciones de transmisión oral , que comprendía el más ancestral de los géneros literarios: la narrativa, en ella estaban incluidas leyendas, cuentos populares, cuentos de hadas, romances, creencias supersticiosas, atribuidas a la ignorancia de las masas. Naturalmente que desde los comienzos de los estudios del folclore no solo se tenía un concepto ligeramente encanallado del pueblo, no en vano eran ciudadanos y burgueses sus cultivadores, sino que también el sentido de la palabra tradición estaba ya convenientemente degradado, no haciendo ninguna referencia a la transmisión de principios metafísicos y cósmicos, base de toda cultura verdadera, sino que en base a sentidos etimológicos parciales se hacía referencia a meras transmisiones sensibles y físicas, a movimientos, cambios de lugar, tales como el agua de un río, tal como sugería Edmund Burke. No menos importante era el canto y la danza, que hoy día se considera como folclore por antonomasia tal vez debido a la cantidad de recitales y festivales folclóricos populares que proliferan al socaire de importantes medios y fuentes de financiación no tan populares, pero que en sus comienzos no eran más que unos apartados de las formas sociales y objetos materiales del ámbito al que se pretendía ceñir la cultura popular. Posteriores profundizaciones en el ámbito del folklore trataron de ennoblecer tan desprestigiada rama del saber intentando elevarla a la categoría de etnografía, se pretendió por tanto que el folclore fuera una rama de dicha ciencia en el sentido de que el folclore era la etnografía de los sectores populares.

Desde el primer momento se intuyó que no era lo mismo el saber popular que la ciencia que estudia dicho saber, y hasta se llegaron a proponer nombres distintos para esos dos distintos aspectos, llamándose demosofía a lo primero y demótica a lo segundo. Convencionalmente se ha llegado a creer que muchos saberes populares transmitidos por leyendas y cuentos infantiles y de hadas, a no confundir con los escritos por autores literarios para niños, eran nada más que simples fábulas para entretenimiento de niños, cuando no supersticiones debida a la ignorancia de las masas campesinas iletradas, cuando en realidad se trata más bien de doctrinas esotéricas y símbolos nada populares, inaccesibles a la comprensión de una enseñanza moderna definitivamente desligada de la enseñanza simbólica e iniciática. El material del folclore, a pesar de las muchas reservas expresadas por los etnógrafos, de las que vienen a la memoria las muy explícitas de un Julio Caro Baroja, es inteligible en unos niveles de referencia que no solo no son inferiores sino que están muy por encima de nuestro saber contemporáneo ordinario, entre otras razones porque la cultura burguesa de las universidades ha declinado en información puramente empírica y limitada, de forma que la educación moderna, de la que estas instituciones son la avanzada, ha destruido el viejo saber iniciático. Tales saberes aunque expresados de forma limitada, fragmentaria e ingenua, forman parte de una vida campesina aunque los campesinos no sean capaces de dar una explicación racional de ellos, entre otras cosas por que no son susceptibles de una reducción puramente racional. Es en virtud del aspecto acogedor y maternal de la naturaleza porque los estamentos campesinos, guardianes de la naturaleza, han sido el receptáculo de antiguas sabidurías perdidas en los niveles superiores, algo no concebible en las clases burguesas de las ciudades ni maternales ni tradicionales, cuyo entorno es una materia muerta e inerte encadenada con fatalidad a mecanismos autónomos. Algunos de los cultivadores de la etnografía folclórica, entre los que no se puede dejar de destacar al etnógrafo y escritor gallego Vicente Risco, han llegado a atisbar algo más que la disección académica y han llegado a ver en la cultura popular una tradición viva, y no solo viva sino también operante. Decía el mitógrafo portugués Theófilo Braga que el estudio de las tradiciones “no representa solo simplemente una fase científica, sino también una misión moral en que el espíritu de emoción local se presenta como la forma de reconstrucción de un pueblo en la larga decadencia católico-feudal”. No deje de ser sintomático que el folclore ha sido especialmente cultivado en tiempos modernos, siglos XIX y XX, en aquellos lugares donde se ha considerado postergada su nacionalidad.

Ese recuerdo nostálgico y emocional del pasado, ante la avalancha de uniformización de la sociedad y de la técnica, síntoma inequívoco del romanticismo y claro prodromo del agotamiento del humanismo moderno, estuvo presente en todos los renacimientos regionales y luego nacionalistas de toda Europa; donde se producían extrañas mixturas de afinidades: el burgués buscando inspiración en el pueblo, concebido en el fondo como residuo retardatario incapaz de civilización moderna y de progreso, como curiosidad insólita que en el fondo temía y despreciaba; el erudito de gabinete ocupado del gañán y del cabrero, de sus cuentos y de sus canciones, cada vez más lejos, sin embargo de los fundamentos últimos que inspiraban esa cultura, puesto que en una civilización progresivamente profana y laica, los fundamentos metafísicos y las creencias religiosas no pasan de ser un puro posicionamiento emotivo personal, que en nada trascienden al ordenamiento social, salvo referencias retóricas cada vez más vacías; nada más lejos del presente que aquellas palabras de Emerson .”el intelecto busca el orden absoluto de las cosas tal como se hallan en el espírtu de Dios y sin los colores de los afectos”. Así por ejemplo fue una institución típica del resurgimiento catalán los orfeones, posteriormente afianzados también en Galicia, País Vasco y Castilla. La polífonía, la perfección formal de la escrirura musical, la armonía y otros elementos de la cultura burguesa ahogaban la espontaneidad y libertad del cantar popular; más que una resurrección se trataba de una creación moderna con la rigidez de un producto enlatado aunque fuera de inspiración popular su tema. Vinieron luego los coros, algo más respetuosos y en sintonía con los motivos populares, y con la acumulación característica de nuestro tiempo siguieron bandas, conjuntos y orquestas cada vez mejor dotadas, con selectos virtuosos y con presupuestos nada despreciables, que por supuesto incluyen temas populares en sus repertorios y conciertos por capitales y ciudades. Pero ¿todas esas cosas hacen a una nación más musical?. Contaba el escritor inglés Samuel Pepys (1633-1703) que la Inglaterra de su época era “un nido de pájaros cantores”, así por ejemplo para elegir una chica de servicio se probaba antes la calidad de su voz en el coro familiar. Las colecciones de cantos recopiladas en libros son más bien síntomas de una pérdida que no de una ganancia, son un ordenado panteón de difuntos, que recuerda que desaparecieron las serranillas, los madrigales, los villancicos, las canciones de mayo, de romería, , de bodas, de siega, de vendimia, las canciones de los canteros, de los marineros y de los mineros, junto con los oficios artesanales del campo, del mar y de la tierra y los hombres que los ejercían. El moderno revival folclórico es tan solo un sucedáneo que a manera de hobby se practica en tiempo libre, cultura irreal y de invernadero, que nada tiene que ver con la necesidad de antaño, requisito imprescincible para ser una vía o camino. Ya tan solo queda preservar un recuerdo que no siempre es bien entendido, y que al margen de caprichos y gustos a la moda del día, es una manera de oposición al desprecio y olvido de una manifestación de vida, y un homenaje al misterio de la creación intuitiva, popular y espontánea que las modernas globalizaciones profanas pretenden arrinconar para siempre.

La cultura burguesa actual se basa en la mayor o menor capacidad de información, basado en la alfabetización o capacidad de leer, de tal manera que no es fácil establecer la barrera que separa las masas incultas de la burguesía culta puesto que en realidad todos saben leer y escribir, y tan solo con dudosos criterios cuantitativos se podría establecer una convención más o menos aceptable. No existe un criterio cualitativo o de profundidad , de diferenciación según el grado de conciencia. La naturaleza de la sabiduría artesanal conservada por la por la transmisión tradicional, no puede reducirse por la mera acumulación de información que ha venido a ser el moderno sucedaneo de la sabiduría tradicional e intemporal, sus principios se deducen por analogía de arquetipos del mundo ideal; de hecho hay culturas tradicionales que durante milenios han transmitido el oficio de maestros a aprendices sin necesidad de libros ni de escuelas profesionales. En realidad el alfabetismo o analfabetismo son irrelevantes para la transmisión de valores espirituales, existen otros medios además de los libros, incluso estos en determinados aspectos son perfectamente inútiles. La pintura se ha llamado la Biblia pauperum, Biblia de los pobres y la escultura el libro del pobre en la cultura popular, como aun es fácil comprobarlo el la escultura medieval del románico y del gótico, hay iglesias románicas cuyos capiteles, frisos y canecillos constituyen todo un universo: escenas narrativas bíblicas, evangélicas, escatológicas, cósmicas, iniciáticas o morales. Qué bibliotecas sin igual para quien sepa ver son Frómista, San Millán y San Esteban de Segovia, Santo Domingo de Soria , San Pantaleón de la Losa, Cervatos o San Martín de Elines . Estas son muestras que inducen a pensar que lo que produce una sociedades es la mejor clave para comprender el fin de la vida que rige esa sociedad, en todo de acuerdo con la sentencia evangélica “por sus obras los conocereis”.

La cultura o los residuos que quedan de ella en nuestro tiempo ha sustentado la creencia ilusoria que el arte ante todo la tarea de un tipo humano especial: el hombre de genio, especialista en estética que no en sabiduría, con un raro talento y una aguda sensibilidad fuera del alcance de la mayoría. En cuanto la estética es un tipo de efecto emocional más que una comprensión que nada tiene que ver con la razón de ser; muy por el contrario estético, sentimental y materialista, al revés de lo que primera vista se podía suponer, son virtualmente sinónimos; el arte considerado como esteticismo lejos de ser el arte para la vida se convierte en arte de adorno y adulación, arte por el arte, se dedica a los sentidos y a la estimulación emocional, pero, suprema clave de la moderna creación artística, carece de significación y sentido, el momento de la sabiduría está ausente en el arte moderno y contemporáneo. La transparencia de la verdad, de la belleza y del bien queda empañada por la personalidad del artista, que lejos de cualquier anonimato trata de explotarla al máximo convirtiéndose en un exhibicionista. Este arte de puro espectáculo es de un valor meramente transitorio y temporal y como tal valorado en monedas corrientes, que al fin y al cabo tiempo, interés y capital están unidos por las fórmulas que se enseñan desde la escuela primario. Mercancía lujosa posee avales y prendas de garantía, como los derechos de autor, desconocidos en la cultura popular que no concebía que pudiera haber propiedad en el terreno de las ideas, sino que con muy buen criterio consideraba que las ideas son de quien las adopta. Adorno y lujo de la burguesía pudiente y con valor monetario cotizable en los mercados, con la ayuda de marchantes y medios de comunicación, es un arte perfectamente ausente para el pueblo, que con atinado juicio lo considera una extravagancia y no una cosa necesaria, razón por la que ni le interesa ni lo conserva en su memoria.

Inmerso en la cultura de la cantidad el arte moderno incide cada vez más en la superficie que no en la esencia de las cosas, en las apariencias y no en el ser. Así el arte moderno pierde cada vez más el potencial simbólico, al sumergirse en el naturalismo profano, cree avanzar en la pintura y escultura con el conocimiento descriptivo de la anatomía , con el orden visual de la perspectiva, en suma con el humanismo, pero la observación analítica al fascinarse con el árbol no puede ver el bosque, el detalle impide el símbolo omnitotal, y oculta más que revela. Con tales supuestos no se puede valorar en modo alguno la pintura popular románica, considerada como una pintura de niños, una especie de balbuceo atrasado y sin evolucionar de artistas que no conocían ni la anatomía ni la perspectiva. Imposible apreciar de esta forma el sentido simbólico de tanta obra de arte del medievo castellano: frescos de Maderuelo (Segovia), de San Pelayo de Perazancas (Palencia) , de San Baudelio de Berlanga de Duero o los Apocalipsis del Beato de Liébana, o de las iluminaciones de tantas Biblias, como la de Burgos o Ávila, breviarios, como el Breviarium Gothicum, libros de bautizados, libros de horas canónicas o cantorales de música gregoriana que saltando sobre las apariencias de yuxtaposición y continuidad son muestras magníficas de libertad y sabia abstracción como todo arte verdaderamente intelectual, tradicional y popular, muy diferentes de la moderna moda estética abstracta basadas en el capricho y asociaciones personales del artista, cuyo fin es eliminar la reconocibilidad y que por tanto nada pretende ni puede comunicar sino provocar reacciones. Incapaz de apreciar sentido simbólico libre y abstracto de la pintura primitiva no puede por tanto percibir el enorme empobrecimiento simbólico que va del icono bizantino tradicional o de la pintura primitiva italiana influida por él, al arte renacentista y humanista del cuatrochento, Algo similar cabe decir de la escultura en piedra apta para expresión simbólica de la majestad estática, pero de problemática adecuación para la ilusión del movimiento y de la emoción, ¡Qué distintos el Pantocrator palentino de Moarve o el Salvador del friso de Carrión de los Condes a la Transverberación de Bernini!

Alternativamente al arte estético ornamental y exhibitorio de la cultura moderna se presenta la industria como quehacer utilitario, como el arte es quehacer de lujo; excluyendo ambas, industria y arte modernos, la expresión y comunicación de ideas, que es tanto como decir la sabiduría. La industria moderna sacrifica la calidad a la cantidad , pero al estar ausente en su fabricación el arte, los muchos aparatos para existencia que suministra, casas, vestidos, cacerolas, autobuses, carecen de las características de las obras de arte: belleza y significación, y marcan ese tono de fealdad característico del mundo moderno. Lejos de tal división esquizofrénica entre utilidad y belleza cualquier producto de la cultura popular, un bordado campesino, los arreos de bueyes y caballos, un cuento infantil, un cuerno para pólvora, una reja de balcón, tenía un significado por encima de su consideración como fuente de placer o necesidad vital, en ella valores funcionales y simbólicos coinciden, al revés que en la civilización burguesa ni siquiera se puede concebir un uso eficaz sin arte .El artesano o artista, que ninguna diferencia había entre ellos en la cultura popular tradicional, es un imitador de las formas celestes, en el sentido platónico de la palabra. En ese sentido la casa, por ejemplo, no es una máquina de vivir, sino que es una manifestación de una cosmología, una casa arquetípica constaba de: un suelo abajo, un espacio medio, una bóveda arriba y una salida o chimenea para escapar de la limitación del espacio y del tiempo y acabar en un empíreo ilimitado y eterno. La columna de humo del hogar que asciende es el eje del universo que separa o une como una columna cielo y tierra. Ciertamente las casas modernas con su amontonamiento de conejeras o colmenas, sus yacusis y sus calefacciones de hilo radiante no transparentan ya ningún tipo de simbolismo cósmico. Igualmente las iglesias como edificios sagrados, tenían en la cúpula y el ábside claros referencias a los ejes horizontal y vertical del universo, de cuya pérdida de significado actual da buena cuenta la arquitectura de las modernas iglesias, que en realidad están edificadas con arreglo al modelo de una vulgar caja de zapatos.

Muy distinta de la aglomeración urbana moderna, la antigua ciudad era también una réplica del orden del universo, así en el mundo de la antigüedad clásica toda ciudad constaba de un forum centro a partir del cual se orientaba jerárquicamente por dos ejes: el cardo maximus y el decumanus maximus y unos ejes secundarios: los cardines y decumani que formaban los cuadrados o centuriae . Aún quedan ciudades castellanas que conservan esta ordenación, así por ejemplo en Ávila el centro o forum es la plaza del Mercado Chico, y los ejes son: cardo maximus la vía entre el Arco de Mariscal y la Puerta del Rastro a lo largo de la calle de Caballeros, decumanus maximus la via entre la Puerta de San Vicente y la Puerta del Adaja a lo largo de la calle de Vallespín ; claro que ningún orden ni jerarquía simbólica cabe encontrar en las modernas urbanizaciones del barrio de las Hervencias, o de la Toledana de esa misma ciudad..

El arte del tejido tradicional hecho a mano poseía una claro orden simbólico del que era consciente, la urdimbre es una imagen de la luz del alba de la creación, y la trama son los planos del ser que dependen de su centro común y soporte fundamental. El vestido en su condición sagrada confería una capacidad apta para marcar las diferencias y dignidades sociales, tan solo un modesto hábito podía sugerir la dignidad del estado monástico, o un gorro a una cofradía profesional. Hoy el día el “pret à porter” no sugiere nada, a lo sumo una moda inconsistente o un capricho momentáneo.

Lejos de los periodos sincrónicos de la civilización moderna, la cultura popular escanciaba los ciclo con fiestas y conmemoraciones, que eran también manifestaciones especiales de arte: el rito, el canto, la danza, la oratoria; muy distintas de los reglamentadas pausas modernas era un periodo de ruptura que era a la vez que ciclo, esperanza de progresión y crecimiento, término de recolección del fruto de la Tierra, conmemoración de la nueva estación, momento de concertar bodas, de bautismos e iniciaciones. Apenas existente hoy, se ha degradado a la categoría de pasatiempos turístico del que apenas subsiste más que los aspectos más periféricos y triviales, tanto menos atractivos cuanto que la civilización burguesa dispone de toda una industria festiva que ha desvirtuado definitivamente la posibilidad de comprensión.

La industria sin arte no es más que brutalidad, lo que los antiguos romanos diferenciaban bien, la primera era trabajo en sentido estricto, reservado para los esclavos, la segunda era acción y era la actividad propia del hombre libre. La degradación de la producción burguesa que significó una primacía de la cantidad sobre la cantidad, del beneficio monetario sobre la satisfacción de la obra bien hecha, reduciendo esta última a mera comodidad sensorial a bajo precio, es decir invirtiendo los valores de tal manera que el burgués llega a identificar lo mejor con lo más barato, creó un tipo de civilización que de acuerdo con los criterios de la antigua Roma se podría denominar esclavista en el más estricto sentido de la palabra, independientemente de los atenuantes económicos de nivel de salarios, estándar de vida, confort y consumo que se esgriman para rebatirlo; en general, aunque oculto con sofisticadas especializaciones, es un futuro de esclavo lo que se propone al hombre de la civilización burguesa. Convertirse en bruto, hormiguita, abeja o mula, o en esclavo, es morir como hombre, como decía A. Coomaraswamy poca diferencia existe entre morir en una trinchera o morir en una fábrica día a día, en ambos casos no se es más que carne de cañón. Degradado cada vez más el arte en trabajo para la mayoría, se advierte desde la época renacentista, con el hito importante de Calvino, una extraña y siniestra compensación que trata de dar tintes religiosos a la vida profesional, reivindicando celosamente el tiempo y el alma , como si la razón necesaria y suficiente de la condición humana fuese determinada empresa económica, comercia o industrial y no la verdad, la sabiduría y la beatitud intemporal. Esta moderna religión del trabajo ciega ante las diferencias irreductubles de arte y trabajo ha extendido como buena nueva, parece que con general aceptación, la honorabilidad y respetabilidad del trabajo, todos: profesores, investigadores, artistas, ejecutivos, músicos o payasos presumen y alardean de lo mucho que trabajan; ignorantes de la cualidad horizontal del trabajo moderno evocan muchos aquello de “el trabajo realiza” , entre los que no faltan movimientos autodenominados progresistas, eco amortiguado quizá de un sentido completamente diferente que tenía arte, combinación jerárquica de acción y trabajo. Si de verdad supieran lo que dicen se sorprenderían al comprobar que su significado es aquel “vivan las caenas” de la época ominosa de Fernando VII. La hagiografía hacendosa propone al yupi estresado como modelo ejemplar de virtudes heroicas a imitar, incluso pondera las excelencias del vértigo producido por infarto de miocardio laboral; se elude el diagnóstico evidente; estamos saturados de trabajo, la industria se ha convertido en un vicio, para curar esa insidiosa patología es necesario administra una receta que de prioridad a la contemplación sobre el trabajo, y esto con una urgencia cada vez más acuciante..

Es lamentable que el sindicalista, el reformador social o el teórico revolucionario limiten sus reivindicaciones a la retribución salarial y a las condiciones de trabajo justas en cuanto consideran al obrero como mercenario y víctima de un engranaje productivo, pero no reivindican como hombre la oportunidad de ser un artista y de alcanzar la perfección de un maestro. Lo primero acaso proporciones más medios y tiempo libre para vivir como un burgués y adquirir sus mismos adornos reproduciendo así un sistema productivo social meramente cuantitativo y sin trascendencia, pero en absoluto eleva al obrero a la categoría de artesano y artista, vocación a la que está destinado como hombre, muy bien expresada en palabras de Platón: ”se hará mejor y con mayor facilidad cuando cada cual haga solo una cosa, de acuerdo con su genio; y esto es justicia para el hombre en si mismo”. Muy al contrario de todo esto parece abrirse paso de forma cada vez más notoria la opinión de que en futuro lejos del arte, lejos de la maestría, predominará cada vez más lo que se llama el reciclaje laboral, perpetuación sin límites del aprendizaje meramente funcional, de la recepción pasiva de formación, del adiestramiento simiesco y del infantilismo , y todo esto con la ayuda y aplauso de los sindicatos que en teoría son los que dicen defender al trabajador. Más allá de rentas, salarios y precios solo la transmutación del trabajo en arte puede transformar el trabajo de mal necesario en bien necesario.

El arte en sentido tradicional no es en absoluto la actividad de un ser especial, el genio, sino que es la manera correcta de hacer las cosas tanto en su aspecto material como espiritual; el artista no es una clase especial de hombre sino que el hombre es una clase especial de artista, es decir todo hombre que no sea un holgazán y un parásito puede y debe ser un artista de alguna clase: carpintero, pintor, herrero hombre de leyes, cocinero, agricultor, sacerdote, tejedor ; hábil y satisfecho con la tarea de elaborar o disponer de una cosa u otra de acuerdo con su naturaleza, formación y capacidad. En la cultura popular es la obra maestra, la obra bien hecha y no el genio lo importante; así como el genio es el exponente máximo de la individualidad, la obra maestra en la cultura popular es por el contrario el exponente de la socialidad, es la prueba de un aprendiz para ser maestro, para ser miembro de un gremio, para integrase activamente en la sociedad. Habitualmente los miembros del gremio estaban unidos de por vida, más que por intereses económicos y objetivos de producción por un sentido ritual: tenían un santo protector, un altar, un culto funerario, enseñas simbólicas, conmemoraciones, rituales, reglas éticas, secretos profesionales, un sentido del honor e impersonalidad en el trabajo, unos jefes cuya función solo podían ejercer aquellos que tuvieran un nombre sin tacha y un nacimiento honorable, cuya misión era hacer respetar las normas y deberes.

Las consideraciones previas sobre la cultura popular pueden ayudar a particularizar acerca de la cultura popular castellana, no sin antes indagar que puede entenderse por pueblo castellano. Las consideraciones históricas al uso suelen enumerar una serie de componentes étnicas humanas en el nacimiento de Castilla: cántabros, visigodos, várdulos, hispano-romanos o mozárabes, con el correr de los tiempos bereberes y con una imprecisión mucho más notable vascos, que de ninguna manera existían como pueblo diferenciado en la época del nacimiento de Castilla, ni tenían siquiera ese nombre. Pero ni las componentes étnicas, ni el régimen económico agrario-pastoril, ni la geografía, ni los avatares históricos son suficientes para explicar el nacimiento del pueblo castellano allá por el siglo VIII, falta enumerar claramente el catalizador vital de todos esos elementos que fue el cristianismo, él fue el atanor en que se forjó el pueblo castellano y otros pueblos de la península. En este asunto no cabe especular con evoluciones parciales más o menos progresivas, hay una visión de la existencia y de la vida cristiana o no la hay, dicotomía un poco brutal pero inexorable. El pueblo castellano y cualquier otro pueblo no existió porque evolucionaran poco a poco sus componentes, sino que existió a partir del momento en que un catalizador espiritual lo puso en movimiento, algo tan simple que acaso no de lugar a demasiadas elucubraciones y disquisiciones pero que es así, otra cosa bien distinta sería el concepto de nación cuyo advenimiento fue muy posterior.

Así considerada la noción de pueblo surgida unánimemente de un catalizador espiritual, responde más bien a la noción sánscrita de jana, pueblo unánime, que no al griego etnos, que se refiere más bien a aspectos externos y secundarios y menos aún a demos pura connotación cuantitativa que goza hoy de prestigio sin igual. Desde esta perspectiva conviene esclarecer algunos tópicos modernos proyectados sobre el pasado, uno de los cuales es el llamado mestizaje cultural, que en el asunto que nos traemos entre manos viene a decir más o menos , que el pueblo castellano fue un mezcla de cristianos, judíos y moros. Es cierto que algunas elementos culturales y artísticos circularon entre los tres pueblos de forma más fluida que en otras partes de Europa, que produjeron corrientes artísticas tan importantes como el arte mudéjar con importantes manifestaciones en Castilla, solo como muestra valgan la ermita de La Lugareja de Arévalo o Santa Clara de Tordesillas. Esto no puede hacer olvidar que la esencia de la cultura y del pueblo judío no son las canciones sefarditas , ni el estilo arquitectónico de las sinagogas de Toledo, su esencia es la religión revelada mosaica, que no deja precisamente muy bien parados a los gentiles, entre los cuales incluye a cristianos y moros. Por su parte la razón última de ser de la umma o pueblo creyente musulmán no son ni los arabescos de cerámica, ni la mezquita de Córdoba, ni los pinchos morunos, ni el te verde sino la revelación coránica, que excluye como enemigo al infiel y considera como pueblos de segunda a los otros pueblos del Libro que son cristianos y judíos. Por tanto puede hablarse de que en Castilla además del pueblo cristiano castellano, vivió en ciertas épocas un pueblo judío y un pueblo morisco, unidos si pero no mezclados como hoy día se pretende.

La investigación histórica del siglo que acaba sobre los orígenes de Castilla ha puesto de manifiesto que el pueblo castellano tuvo una organización extraordinariamente libre y popular aunque el adjetivo sea una redundancia, excepcional en la Europa cristiana de aquel tiempo. Era ciertamente una sociedad estamental pero tanto su estamento guerrero como su estamento eclesiástico eran de clara predominacia popular, apenas existían aristócratas de alta alcurnia ni prelados eclesiáticos de elevado rango ni grandes monasterios. Una de las causas que condicionó dicha situación fue una larga guerra defensiva contra el Islam sin defensas naturales. Caso distinto del vecino reino de León, cuyo estamento guerrero de ascendencia visigótica era mucho más cerrado y exclusivo, y probablemente también más eficiente militarmente que el guerrero popular castellano, de hecho la reconquista avanzó mucho más rápidamente por las fronteras de León que por Castilla. Pero la guerra popular castellana dejó una honda huella en la cultura: los cantos de gesta y los romances, de los cuales nos ha quedado como paradigma “El cantar del Mío Cid”, un arte de tipos o mejor aún de arquetipos, en este caso el modelo del guerrero valeroso, justo, fiel y generoso; conservada la memoria de las durante siglos por el pueblo surgió en Castilla uno de los más sugestivos conjuntos poéticos de la literatura europea: el Romancero, espléndida muestra de cultura popular que conmemora los orígenes de la vieja Castilla en los romances viejos o tradicionales, como Fernán González, los Infantes de Lara, el Cerco de Zamora, el Cid. Más allá de su autenticidad histórica el romance es esencialmente una epopeya, así como la epopeya es un mito, donde no es posible separar lo personal de lo impersonal, espacio vedado a la pretensión estética o egoísta; mensaje destinado a todo hombre y aprovechables según sus posibilidades, y sin características individuales, puesto que el héroe es en el fondo una manifestación particular o arquetipo de la providencia divina y por tanto del ser. Nada más lejos de aquella atmósfera de peligro constante y de guerra que el ideal burgués de bienestar y confort, así no es extraño que uno de los adalides regeneracionistas del progreso material y burgués del siglo XIX, Joaquín Costa, propusiera cerrar con siete candados el sepulcro del Cid. No menos importantes fueron los romances juglarescos, con piezas maestras como el romance del conde Arnaldos o el de Fontefrida, donde asoma una sutil sabiduría esotérica que sorprende hasta a los fríos eruditos actuales. Unido al romancero, o mejor inseparable de él surgió el cancionero popular anónimo, la música instrumental pura no es una característica destacada de la cultura popular, sino que más bien es una parte de algo superior en que canto y narración son indisociables.

Quizá no fuera ajeno a ese talante popular de la sociedad castellana, de los caballeros villanos, de las milicias concejiles y de los concejos de Villa y Tierra ,que fuera en Castilla donde más densidad hay de toda Europa de ese estilo arquitectónico medieval eminentemente popular que es el románico, buen indicio del sentido de la vida que imperaba en la sociedad castellana. Aunque en realidad no es muy acertado pensar que “ in illo tempore” todo era jauja, los embates al pueblo comenzaron desde tempranas fechas, así en el 1.081 Alfonso VI promulga la Lex Romana que acaba con el viejo rito cristiano mozárabe o hispano, cuyo origen remonta al cristianismo primitivo y originario de la Hispania romana, que en muchos aspectos se podría considerar ortodoxo en el sentido oriental del adjetivo, del que se perdieron importantes manifestaciones de rito, liturgia y canto, del no se conserva más que unos libros de música de cuya notación no se conserva la clave y que son por tanto indescifrables. Aún se puede hacer una idea de lo que fue ese rito y de lo que supuso su pérdida en las celebraciones mozárabes de la catedral de Toledo. Tal ley promulgada significativamente por un rey originario de León, Alfonso VI rey de León y solo por casualidades históricas rey de Castilla, sustituyó de forma autocrática el rito mozárabe por el rito romano, importado por los monjes del Cluny, a lo que no fue ajeno, como en todos los países del occidente europeo, un sentido de disciplina castrense propio de sociedades guerreras, que encadenaron definitivamente a Castilla a los avatares históricos de la Iglesia de Roma, poseedora de fuertes connotaciones exclusivistas, burocráticas y militares que tantas consecuencias habría de traer: Cisma, Cruzadas, crisis del sigo XIII, Inquisición con hogueras, calabozos y potros incluidos, Reforma, Contrarreforma, guerras de religión, misión expansionista obligada y coercitiva ect.

En aquellos tiempos medievales se manifestó curiosamente más que nunca la afinidad y hermandad de los distintos pueblos hispánicos a pesar de tener regímenes políticos independientes; eran entonces patentes los motivos de unidad cristiana, y por otra parte pone de manifiesto que sin duda es más fácil el entendimiento de los pueblos conscientes de su origen que no de las actuales naciones y estados. La progresiva pérdida de irradiación y energía del cristianismo occidental no dejó de tener repercusiones en el pueblo castellano como en todos los pueblos del occidente europeo, la más importante de las cuales fue el ascenso imparable del humanismo individualista. Como nota característica del arte popular castellano cabe decir que un los tiempos posteriores al Renacimiento al ser Castilla un país atrasado, de acuerdo con los criterios burgueses modernos, conservó durante algún tiempo algunas características del arte popular medieval tales como el anonimato del arte gremial, incluso produjo entre otras alguna pepita de oro como la literatura y poesía de esa mujer de pueblo que fue Teresa de Ávila, que se le daba una higa la pretensión de poetisa sublime, o la capilla gótica de Mosén Rubí de Bracamonte en Ávila, la misma ciudad de la santa, una de las últimas construidas por los gremios de la masonería operativa.

Declinante el cristianismo y ascendiente el humanismo y convaleciente por tanto el fundamento del pueblo, la convivencia social comenzó a buscarse progresivamente en el derecho y la ley exclusivamente humana, a veces demasiado humana, considerada como pacto social, como atrevido intento de frágiles reciprocidades, es decir: de garantizar la libertad, más concebida como una ausencia de coerción y cortapisas, cuando no como capricho más o menos placentero e ilusorio, que no como una liberación absoluta de las condiciones limitantes de vida y muerte a que aspiraba el cristianismo originario; de garantizar la igualdad, entendida como comparación y no como unidad de procedencia y origen divino y finalmente de intentar garantizar la fraternidad, intento mucho más ilusiorio y evanescente cuanto que la fraternidad residual de los pueblos provenía más de su pasado de pueblo cristiano que no de pacto social alguno, espejismo que al faltar principios de orden sagrado y metafísico ha dado lugar a una inflación de moralismo axfisiante en las naciones occidentales. Así pues a una conciencia progresiva de nación, humana, territorial, externa y temporal, corresponde una pérdida progresiva de conciencia de pueblo, de origen, unidad y libertad divina, ilimitada, interna y eterna. Pueblo y nación, como correspondientes a tradicional y moderno respectivamente, no son en absoluto términos sinónimos, a menos de reducir deliberada y malintencionamente la noción de pueblo, de jana, a la mera acumulación de características individuales o a la masa numérica, es decir a demos, cómodo instrumento así de maniobras políticas de dudosa ejemplaridad y elevación de fines. La estabilidad popular devenida exánime se convierte en el frágil equilibrio nacional, temeroso y por tanto peligroso frente al extraño no incluido en la nación e inquieto ante el ciudadano nacional que acaso quiera en el fondo menos libre, igual y fraterno de lo que proclama. Y así devenida España poco o nada quedó de la verdadera Castilla de su pueblo y de su cultura, salvo ditirambos elogiosos y distorsionados que de cuando en cuando se proclamaban para glorias un tanto sospechosas.

Un mal entendimiento del sentido de la tradición donde ha desaparecido de escena la dimensión de la trascendencia y solo queda la dimensión inferior de la historia, adornada a veces con aditamentos fantásticos, ha dado pie para acusar con cierta razón que el reclamo del pasado, con la divinización de sus glorias y sus héroes, adorados con incienso de veneración idolátrica que tiene más de funeral de apolillados difuntos que de conmemoración de lo eterno, viene finalmente a dar en lo que Chesterton llamaba democracia de los muertos, que demasiadas veces ha exigido cual implacable Moloch la muerte de los vivos, frecuentemente demócratas vivos. El recuerdo, que no la identificación con el pasado, tan solo trata de preservar una sabiduría intemporal irreducible a circunstancias de lugar y tiempo, bien expresado en un adagio tradicional:

“No sigo a los antiguos,
busco lo que ellos buscaban”

martes, septiembre 27, 2005

Manifestaciones evidentes e inconvenientes (RES)




Manifestaciones evidentes e inconvenientes

Un hombre debe permanecer fiel a sí mismo
y a su tradición o se convertirá moralmente en eunuco
y aborrecedor encubierto de toda la humanidad
(George Santayana. Mi anfitrión el mundo.)

Con motivo del 25 aniversario de la asociación cultural Comunidad Castellana (1977) y unos pocos menos, casi veinte años (1983) de aprobación de los estatutos de las diversas autonomías en que quedaron divididas con criterios tecnocráticos las tierras castellanas (Burgos, Soria, Segovia y Ávila en Castilla y León, Guadalajara y Cuenca en Castilla –La Mancha y las comunidades uniprovinciales de Madrid, Cantabria y La Rioja) son numerosas las constataciones acerca del nulo sentimiento de colectividad y pertenencia estimulados por tales engendros, sobre todo en las dos primeras y más grandes de las inventadas autonomías.

Colmados los presupuestos mentales de los políticos de entonces y también de ahora con un pensamiento moderno rígidamente funcional y esclerotizado, se echó mano de una miserable reducción de lo político a la pericia técnica y a la eficacia de la gestión económica, acaso eco de la vieja salmodia: reducir el gobierno de los hombres a la administración de las cosas; el crecimiento económico, cada día más problemático y peligroso convertido en la finalidad última de la acción colectiva. Reducción en suma del animal político del zoon politikon de Platón al homo economicus. Las antedichas autonomías engendradas resultaron mucho más que una restitución, para usar el lenguaje de la tercera vía (de A. Gidens), una nueva versión de la República sin ciudadanos donde ya no hay instancias intermedias entre una sociedad civil atomizada y el estado gestor.

El leit motiv de la nueva construcción política autonómica era la creencia optimista y angelical que transfiriendo a las autonomías las competencias del poder central o soberanía política, disminuiría automáticamente el centralismo. Naturalmente que como correlato de tal transferencia de soberanía política y desaparecidas en Castilla tras una secular eliminación de costumbres, fueros, hábitos de autogobierno y de libertades municipales y laborales, no existía el correlato de una verdadera soberanía social que templara la soberanía política. Tal función se redujo a esas máquinas de poder que son los modernos partidos políticos, cuyo interés real al margen del obligado marketing publicitario es mucho más ampliar su poder e influencia que no coinciden precisamente con la ampliación de la soberanía social de las autonomías de base (municipios, asociaciones,, mutualidades, corporaciones, familias). De esta forma surgió un nuevo centralismo en principio más molesto al ser bastante más cercano que el anterior. Las autonomías, como alevines de estado que son, en absoluto han restaurado viejas pertenencias familiares, locales, concejiles, corporativas o religiosas, ningún atisbo de fomentar la mutua confianza al margen de las regulaciones, sencillamente han sometido al ciudadano a las mismas coacciones impersonales, exigentes, abstractas y homogéneas que las del estado central, más molestas si cabe por la cercanía. Algo sabemos hoy día del espectacular incremento de la burocracia, de las acumulaciones de poder y dinero en las capitales autonómicas. Mucho más que en otras autonomías esos puzzles denominados Castilla y León y Castilla-La Mancha extraños maridajes de churras con merinas, han procurado estimular los viejos objetivos del liberalismo, coincidentes en muchos aspectos con los del marxismo: individualismo igualitario, desencantamiento del mundo, universalización, glorificación del sistema productivo, y erradicación de identidades colectivas (no existen al parecer leoneses, ni bercianos, ni manchegos, ni murcianos en la grillera de las modernas autonomías del centro, a todos se les subsume con el impreciso y vago apelativo de castellanos) ni culturas tradicionales diferenciadas, ni historias de particulares singularidades. La disolución de los lazos sociales tradicionales, convenientemente machacados entre castellanos, leoneses y manchegos ha dejado un vacío tal que tiene que ser paliada con el nuevo poder autonómico, que de momento hereda la abstracta y frágil identidad española; justamente el Informe Mundial sobre la Cultura editado por la Unesco en el 2000 viene a corroborar que nacionalismo español es el penúltimo de los países encuestados, probablemente menos porque el español sea cosmopolita y abierto que por ser más bien ácrata e indiferente al bien común y los esfuerzos que ello conlleva, lo que de alguna manera no deja de ser una decepción para tanto micronacionalista enfervorizado cuyo enemigo, o mejor su fantasma, es un españolismo terriblemente nacionalista. Así vemos como a falta de lazos sociales tradicionales Bono proclama abiertamente que pretende de Castilla- La Mancha una autonomía de servicios, es decir de ciudadanos asistidos muy en la línea del actual socialismo descafeinado. En Castilla y León las fuerzas vivas de las finanzas huyen con espanto de cualquier diferenciación regional y proclaman orgullosas su uniformidad y homogeneidad abstracta y lejana denominando a una de las principales entidades financieras de la región Caja España.

En realidad tal homogeneidad es un proceso a escala mundial que consiste en reducir los últimos recovecos de singularidad y autonomía de los seres humanos, hacer saltar los últimos cerrojos de creencia, tradición, patria, lengua, probidad moral, sabiduría, sexo, casta, etnia y no permitir más que la mera pertenencia a especie humana; quedando reducida esta última a una fina y abstracta polvareda de átomos intercambiables, colocados en el tablero social en función de su competencia, que no de su sabiduría, y recompensado en consecuencia, es decir proporcionalmente a su valor de mercado, con bienes de consumo producidos con profusión en una sociedad tranquilizada y dedicada exclusivamente a la explotación supuestamente racional del planeta, naturalmente que ni siquiera está prevista este secuencia para todos los átomos sociales, probablemente el avance de la técnica cada vez precise menos átomos, ni para toda la duración su existencia terrenal. He ahí el programa que se nos presenta como panacea universal. Sería cándido intentar encontrar discrepancias de fondo a esta partitura en conservadores, socialistas, nacionalistas o tercera vía, la melodía es unánime, a lo sumo ocasionales estribillos diferentes, este es el programa de organización del mundo por otro nombre conocido como mundialismo o globalización. Acorde con tal programa se va perfilando en el ámbito occidental la liquidación de las viejas naciones europeas para diluirlas poco a poco en una primera providencia en un extraño bloque continental político y económico del que no se sabe muy bien ni el origen ni la legitimidad de sus autoridades, sin contar para nada con los pueblos que sufren estas novedades; muy al contrario sus dirigentes, sobre todo en nuestro país, al socaire del progreso y la modernidad europeas se han entregado con entusiasmo y sin reservas a destrozar, entre otros, lo que antaño constituía uno de los símbolos irrenunciables del poder estatal, como era la moneda, que hasta hace no mucho tiempo recordaban en su cuño el origen divino de monarquía. Todo ello aderezado con alegaciones de que tal proceder es una muestra de cultura y progreso. Arrumbadas cuales Romas escépticas y decadentes ya poca o ninguna adhesión pueden suscitar, a lo sumo coartadas temporales de poder y ventajas, de dudosa estabilidad para el futuro, como cualquier espectador medianamente imparcial puede apreciar.

Pese a los cuantiosos recursos vertidos en educación, reduciendo y sesgando convenientemente la supuesta historia de las autonomías, cada encuesta acerca de la asunción de una identidad autonómica refrenda un fracaso, al parecer el rompecabezas autonómico no acaba de convencer a los vecinos de Miranda de Ebro que son leoneses, ni a los de Atienza que son manchegos. Insistiendo a favor de una ausencia de pasado, de historia y de diferencias en provecho de una razón meramente instrumental se va consiguiendo la civilización más vacía de lo que hasta el presente se había conseguido. Una atmósfera de pobre hedonismo, un estrecho individualismo narcisista de lo “para si”, mientras las antiguas mediaciones sociales, políticas, culturales y religiosas se hacen cada vez más inciertas, tibias y borrosas. La gente de a pie, en una situación cada vez más incierta, manifiesta cada vez más indiferencia o indignación, según las ocasiones, hacia clase política y gestora de la que ya no comparte ni siquiera el lenguaje, tanto más notoria en las autonomías que nos ocupan cuanto que hasta los partidos políticos preponderantes sin traza autóctona alguna son meros sucursalismos de intereses más poderosos.

Ninguna de las organizaciones que propiciaron la creación y posterior dirección política y administrativa de los entes autonómicos en que quedó dispersa Castilla han ido más allá de comportarse como máquinas de ganar votos y elecciones, con programas gemelos, con análogas ínfulas reformistas e impotencia real ante problemas tales como el envejecimiento, la desertización rural, la superpoblación urbana, el reparto de trabajo, el terrorismo, las sacudidas de la especulación financiera, el deterioro ecológico, la restauración del foralismo y la democratización popular, la inmigración o las rentas de subsistencia; idénticos callejones sin salida entre la economía y la moral, entre rentas apetecibles y cháchara moralizante, similares preponderancias de grupos de presión, nepotismo, clientelismo e intereses creados. Derechas e izquierdas, centralistas o nacionalistas todo converge en el pensamiento único. Todos apuestan por un una reducción del castellano a un tipo humano que sea mero cliente-consumidor, espectador-receptor pasivo del espectáculo de los media, detentador homogéneo y estándar de unos derechos humanos universales proclamados por la burguesía occidental, abstracto ciudadano sin singularidades resaltables, vulgarmente utilitario, alejado de la historia y de sus orígenes, convenientemente inculto, frío, si fuera posible competitivo con a lo sumo un toque de humanitarismo superficial y propenso al sacrificio de lo real por lo virtual, aislado, circunstancial votante partidos turnantes, desafiliado y desinstitucionalizado, amén de tolerante con la corrupción y el caciquismo. En suma el elemento ideal de la república atomizada y sin ciudadanos, el dócil sujeto de la omnipresente burocracia del estado gestor y sus supuestas bondades - cualquiera que sea el radio de sus competencias centrales o autonómicas -, el perfecto súbdito del mercantilismo capitalista mundial.

Cuesta creer en el imperfecto producto en que la evolución en que se ha convertido al castellano medio actual, limitado al disfrute de pequeñas satisfacciones, al deseo de tranquilidad doméstica, a sus cuatro horas diarias de televisión basura, en buena parte ocupado por el deporte de competición como espectáculo de masas; tanto más chocante cuanto que sus antepasados fueron hombres de servicio, de sacrificio y de riesgo mortal. Así de la fama de bravura y arrojo las milicias concejiles de Ávila, de su firma valerosa en batallas de recuerdo glorioso, como las Navas de Tolosa, ¿queda en sus descendientes algo más que un domeñado espíritu de rebaño, anhelante del calor del establo, que respeta con temor y temblor la tiranía dulce de sus actuales amos y pastores a los que refrenda reverente en las consultas reglamentarias?.

La moderna organización social y política prefiere sin lugar a dudas castellanos sin raíces, sin sentido y sin valores compartidos, adeptos a mundos virtuales irreales, a representaciones y publicidades mediáticas mágicas y machaconas, a espectáculos de masas, a drogas químicas o mentales, ciudadanos asistidos, si es posible, pero no responsables, erradicados de cualquier arraigo tradicional, en suma quiere el “finis Castellae”.

La prédica del sermón del respeto al otro es constante, pero más firme aún es la soterrada pero omnipresente creencia de que la tranquilidad social solo es posible al precio de erradicar diferencias, mucho más notorio aún en pequeñas colectividades, cosa por otra parte lógica por la falta, imposible por otra parte en una sociedad laica, de un verdadero polo espiritual que pueda unificar las diferencias, a no confundir con las meras adscripciones religiosas individuales modernas.

Desde el punto de vista social e histórico no existe esa entelequia abstracta que es el hombre en si; cualquiera de las tradiciones sagradas de la humanidad ha enseñado que solo quien ha alcanzado la liberación final, la iluminación absoluta, la deificación o teosis, que los términos son muchos para la meta última, están libres de condicionamientos de cualquier tipo y clase que sea; todos los demás hombres necesitan referencias y pertenencias varias: a una ciudad, a un pueblo, a una familia, a una tradición, a una civilización, a un gremio, a un estamento, a una etnia que le suministren en definitiva un modelo para la realización y cultivo de su personalidad; parafraseando un sutra budista se puede decir: la forma es la libertad. Pero ironías del destino cuando la libertad a este respecto es mayor que nunca, se pretende liberar al hombre de toda pertenencia. Pese a tal la pertenencia humana está condicionada a una historia y a una pertenencia cultural determinada, la humanidad se quiera o no ha comportado hasta el presente pertenencias plurales y diversas; Castilla es una variedad más de la historia y naturaleza con vínculos singulares y específicos que la modernidad ha tratado de anular, desde el estado central al vice-estado autonómico y más recientemente algunos grupos e intereses que tratan de uniformizarla con León y con La Mancha cuando no con Asturias, Granada y Badajoz. Lejos de la actual organización autonómica paraestatal la sociedad castellana fue históricamente un entramado complejo de cuerpos intermedios –merindades, behetrías, comunidades de villa y tierra, concejos, hermandades, cofradías, comarcas, mancomunidades-, que ha sido progresivamente liquidado desde la Edad media hasta nuestros días en el transcurso sucesivo de diversas dinastías: en primer lugar la monarquía leonesa hispanogoda, puesto que uno de los factores que jugó en contra de la pervivencia de las instituciones originales de Castilla fue la unión dinástica de coronas de Castilla y León, que lejos de castellanizar León como se piensa habitualmente, leonesizaron Castilla, siendo el historiador Don Ramón Menéndez Pidal el primero que utilizó este verbo al hablar de la leonesización de Fernando III, aunque en realidad en casi todas las uniones de coronas se trató de reyes leoneses que por azares de la historia juntaron la corona de León y de Castilla en una misma cabeza; seguidos de Habsburgos, Borbones, régimen liberal decimonónico y régimen autonómico vigésimo, cada una puso su granito para liquidar un poco más Castilla, con el fin de construir según nos dicen una España más grande y uniforme aunque más pobre en cuanto destructora de diversidades de vida social y vínculos de pertenencia, finalidad por otra parte que a la vista de las zozobras actuales no está tan claro que se haya sido una meta tan perenne como se pretende hacer creer. De esta manera Austrias y Borbones, Carlos, Felipes y Fernandos, los Carolus Philipus y Ferdinandus de las inscripciones latinas, que no son castellanos, ni siquiera de linaje español, traen y llevan para bueno y para malo, el nombre de Castilla por todo el Orbe, mientras la verdadera Castilla es menos y menos en la monarquía que utiliza su nombre. Como dijo muy bien el catalán Bosch Gimpera, nada proclive a partidismos castellanistas, “Castilla queda ofuscada y, en adelante, aunque siga hablándose de Castilla y esta con el tiempo se convierta de nombre en el país hegemónico, se trata de una Castilla que continúa la herencia leonesa. Así como se ha dicho que la cabeza, corazón y nervio de la unidad de nación alemana fue Prusia, se podría afirmar que la idea de la unificación de España a pesar de los pesares y aunque desbarate viejas imaginerías patrióticas es una idea herededa de León no de la vieja Castilla, los leoneses jugaron el papel de iniciales prusianos en la península.

Unas pertenencias múltiples tradicionales y un modelo singular de lazos eran el verdadero contenido de la vida castellana, diferentes de los vínculos e historia de los vecinos leoneses para no ir más lejos; anuladas por sucesivos eventos históricos que algunos califican precipitadamente de progreso no queda sino un empobrecimiento o desaparición de lo castellano como individuo y como colectividad, pues la identidad individual, al margen de las modernas elucubraciones abstractas, solo se puede caracterizar por una pertenencia colectiva. Es el retorno a esas comunidades, a esos lazos de cooperación y federación, a las agrupaciones de dimensiones humanas en lo que verdaderamente debe consistir la restauración de Castilla, o mejor dicho de las Castillas puesto que cada comarca castellana tiene su personalidad singular, cada una en su castellanía es diferente de las demás; lo que tiene bastante poco que ver con la división administrativa en paraestados autonómicos, gobernados por potentes maquinarias de partidos, burocracias clónicas de las centrales, con capitales y concentración de poder. Reconocer en suma sin vergüenzas autoculpabilizadores pequeñas patrias; desechar el viejo lema de no tener patria como pretende un cierto internacionalismo herrumbroso y añejo que aún pondera el mito de no tener patria y ser un mero componente de la “Societas Universalis” como sumun del progreso, y que es una de las metas del moderno mundialismo, visto con simpatía no confesada por los detentadores de los diversos emporios del poder.

El propósito de restauración de esa federación de comunidades que fue Castilla da por supuesto que la libertad de la colectividad castellana es compatible con la soberanía compartida y que lo político no se reduce al Estado, muy por el contrario presupone que lo público es un tejido de grupos intermedios: familias, asociaciones, colectividades locales, regionales, nacionales y supranacionales y lo político debe precisamente apoyarse en ellas y no anularlas en nombre de abstractos universalismos económicos y morales. Así es primordial resistirse a una reducción de la riqueza de la vida social mediante esa uniformización e indiferenciación - unas veces patrocinada por el poder central, otras por el poder autonómico y otras incluso por los que se autotitulan nacionalistas castellanos, que pretende hacer lo mismo de castellanos, leoneses, bercianos, manchegos y murcianos con el pretexto de una lengua común, de la homogeneidad empobrecedora y trivial de las costumbres modernas y de la ignorancia de la historia y diferentes tradiciones de dichos pueblos. Se considera esencial recordar que es en las comunidades locales y próximas, en donde es posible una auténtica democracia participativa y responsable y no meramente electiva, siempre preferible al gigantismo de organizaciones estatales o incluso cuasi-estatales, que al final pueden reproducir las mismas o mayores acumulaciones de poder que el propio Estado, como nos muestra el ejemplo de esas recientes capitales autonómicas y cúspides de poder que son la leonesa Valladolid o la imperial Toledo.

La pérdida acelerada del sentido de Tradición en el mundo occidental - con T mayúscula y a no confundir con tradiciones - ha desembocado en una unidimensionalidad, por emplear un lenguaje de los años sesenta, sencillamente pavorosa; el sentido del estado humano perdidas las viejas referencias religiosas y metafísicas, encuentra un mal sucedáneo en el estado nacional, demasiadas encuestas confirman que la pertenencia nacional es todavía un factor no desdeñable de identificación; la modernidad degrada de esta manera la filiación divina a camaradería, el lenguaje sagrado a altoalemán, francés o batúa,, la liberación a código civil, el paraíso a colección más o menos extensa de departamentos o provincias, la sabiduría crística o búdica a la espantable dialéctica del estado como realización del espíritu absoluto, la luz tabórica o la iluminación a la química, la excelencia espiritual a genes. No es difícil encontrar hoy día sujetos que anteponen a todo su nacionalidad, por encima incluso de la vida y la muerte, tal es el grado de nulidad y bajeza espiritual alcanzada en la modernidad, culpable de ese crimen mayor del siglo XX: “la deificación del Estado”; tan demente y descerebrado que alguna de las variantes locales del nacionalismo exclusivista enfebrecido por la estatitis ha sido recientemente bautizada con el adjetivo de aberzotismo. Recuperar diferentes espacios públicos de base para el ciudadano es esencial para que tenga sentido una democracia participativa que no esté totalmente a merced de las poderosas maquinarias de los partidos estatales. Se precisa por tanto una desestatalización de la política que en modo alguno han realizado las autonomías, mucho más alevines de estado que no cuerpo de base intermedio y en algunos casos francamente deseosas de heredar y suplir al estado preexistente con ardor nacionalista de neófito. Además que carente de soporte tradicional metafísico de síntesis el estado moderno es incapaz de unificar lo disperso, a lo sumo un pacto momentáneo basado en un recuento formal de mayorías aritméticas, que pueden hacer perfectamente falso mañana lo que hoy se considera soberanía absoluta del pueblo; ilusorios patriotismos constitucionales basados en un compromiso formal que pronto será de nuestros abuelos o bisabuelos, en una época en que a punto de desaparecer la familia, poca idea se tiene ya de la paternidad y menos de abuelidad.

Castilla lejos de fusiones indiferenciadas con León o con el Reino de Toledo debe mantener y legar al menos tantas diferencias como heredó de la historia. No es deseable ni históricamente se realizó nunca una Castilla-estado unificada al estilo moderno, cuya pertenencia implicara anulación de diferencias o inscripciones colectivas heredadas de la historia; si alguna cúspide tiene que tener Castilla debería ser resultado del pacto, una federación – de phoedus, pacto- de cuerpos intermedios con la pluralidad de decisiones e incertidumbres que conlleva, no de un decreto legal de fronteras ni de un uniformismo reductor por un lado y abusivamente extensivo por otro de lo castellano; aun recordamos cierto libro escrito allá por 1978 ( “El nacionalismo: última oportunidad histórica de Castilla” de Juan Pablo Mañueco.Guadalajara, Prialsa 1980) recopilación de artículos en que la miopía intelectual y la ignorancia histórica del autor no llegaba a atisbar otro fundamento para un nacionalismo castellano – última oportunidad según él para salvar Castilla- que la extensión cuantitativa de lo que erróneamente denominaba Castilla, en la que incluía al País Leonés a al Reino de Toledo, lo mismo que hubiera podido incluir la Patagonia, El Chaco o las islas Galápagos; nacionalismo, sin duda como todo nacionalismo, más propenso a la confrontación e incluso a la agresión que no a la cooperación, con la consiguiente reducción de las posibilidades de comprensión y colaboración, y siempre en guardia contra desigualdades, injusticias y asimetrías, desgraciadamente ciertas, favorecedoras de unas nacionalidades y regiones a costa de otras. En esta óptica de nacionalismo chato cántabros y riojanos, históricamente castellanos, nunca querrán pactar con los actuales conglomerados duero-vallisoletano, o tajo-toledanos- pacto que en realidad las leyes actuales no contemplan, tan solo la sujeción a la ley- . Castilla debe tener dignidad propia y no derivada ni del estado central ni de los conglomerados autonómicos en que quedó dispersa Castilla; la recuperación de la Castilla foral no se hará por la mera descentralización sino por la restitución de los cuerpos intermedios, con aplicación íntegra del principio de subsidiaridad en todos los escalones intermedios y la delegación exclusiva de los poderes que escapan a su competencia a las instancias superiores, entre ellas el Estado; una desestatalización de la política que se traduce en suma en una cuidadosa distinción entre poder social y poder político; una sociedad para los socios y no una anulación de los socios a favor de un poder en la cúspide, por otro nombre la societas sin socii. La primera premisa para la desestatalización es disminuir el dinero administrado por el Estado y sucedáneos autonómicos en la lejanía del ciudadano, actualmente en España el reparto para los recursos de la gestión pública son un 40% para el Estado, un 40% para las comunidades autónomas y entre un magro 12 a 15% para los ayuntamientos, que no se corresponde con los problemas de gestión de transporte, urbanismo, servicios públicos de asistencia, seguridad y otros. Solo como indicativo en la Confederación Helvética el 80% de los impuestos son para los cantones y las comunas y el 20% restante para la Confederación. En cualquier caso ya se empieza a reconocer sin ambages que el principal obstáculo para la descentralización municipal en España es hoy día no es el centralismo estatal sino el centralismo autonómico (El Mundo 29 de enero 2002).

Castilla, nos recordaba Luis Carretero Nieva, no fue nunca una unidad al estilo moderno, fue una federación de diversas Castillas cada una peculiar en sus diversos niveles en que se desarrollaba la vida pública: behetría, tierra, villa, cofradía, hermandad, reino, difícil de concebir con las abstractas categorías políticas modernas. De ninguna manera sería concebible para entender Castilla la reducción a estado unitario como categoría política primordial, que hoy pretenden algunos pequeños grupos políticos con pretensiones nacionalistas, izquierdistas e incluso independentistas, según variantes, repletos del uniformismo escrofuloso, empobrecedor y miserable de tales postulados, que acentúan entre otros valores exclusivamente cuantitativos el valor de la pura extensión territorial, incluyendo con arbitrariedad zonas que nunca fueron históricamente Castilla, y que copiando la cháchara nacionalista de otros pagos pretenden hacer pasar por tal en virtud de la lengua que hablan. Reducción y engaño debido en la mayor parte de los casos a ignorancia pura simple, aunque no falta en otros tampoco el escondido delirio de una masa de maniobra potencial que acaso votara algún día con frenesí nacionalista al partidillo que encabezan. Aunque la tenacidad obtusa con que propagan tales cuentos, en medios no precisamente gratuitos, hace pensar si no habrá por detrás ayudas y finanzas institucionales que traten de apuntalar la baja autoestima del castellano medio. Tampoco hay que pensar que las anteriores situaciones sean mutuamente excluyentes y exhaustivas, bien pudiera darse el caso de que se combinase a la vez la ignorancia, la búsqueda de masas de maniobra y la mano extendida a subvenciones oficiales, en que se pueden dar las más sorprendentes situaciones de partidos centralistas con talante más bien conservador financiando en obscena complicidad a partidos autodenominados nacionalistas e incluso izquierdistas: ¡ todo sea por apuntalar lo inverosímil!.

La recuperación castellana debe desechar lejos de sí las ideas delirantes de afirmación de lo propio, el encierro en sí mismo y el espíritu de campanario, por no hablar del terrorismo y del crimen. Frente a la idea de exclusivista e idolátrica de nación con su estado correspondiente, su desagradable y poco simpática jerarquía y su correspondiente ciudadanía transparente, elemental y obediente, se pretende una Castilla como federación de cuerpos intermedios y a su vez cuerpo intermedio de una España, que sea a su vez cuerpo intermedio de una Europa, no de naciones, sino de federaciones de cuerpos intermedios y vínculos múltiples. Claro está que jamás habrá una federación europea, es decir una federación hacia fuera, mientras no halla una federación hacia dentro, dentro de cada estado europeo, y hoy por hoy no parece que esa sea precisamente la tendencia, vemos surgir con fuerza de sarpullido malsano los más agresivos y excluyentes nacionalismos que aspiran a constituirse en ruritanias fieramente independientes, a veces torpemente arropados con votos y juramentos europeístas, con actitudes increíblemente aldeanas que afirman ser más capaces de fraternidad y coyunda con pueblos lejanos a muchas millas, que no con el vecino de al lado. Sin un pacto claro acerca de las competencias específicas de los diversos niveles de la vida pública, y empezando de abajo arriba y no derivados de graciosas concesiones de arriba, será imposible ningún tipo de federación; la inveterada tendencia a ampliar el poder del estado y sus sucedáneos –autonomías paraestatales- llevará fatalmente a confrontaciones y disensos. Parece difícil de entender en muchos medios políticos nacionalistas que hay algunos asuntos tales como diplomacia, ejército, normas jurídicas, medio ambiente, grandes decisiones de inversión, investigación y nuevas tecnologías son necesariamente de un nivel estatal federado amplio o posiblemente continental. Mientras centralismos y nacionalismos agresivos estén a la greña, la federación será una música celestial ampliamente detestada por tirios y troyanos, porque desgraciadamente la causa más profunda de la unión entre los pueblos no es fácil que impregne el ámbito del discurso racional; el interés y comercio no son en el fondo sino confrontaciones que jamás llevarán a la paz. En tanto se obvien estas elementales verdades lo más que se conseguirá es una Europa burocrática y tecnocrática que en absoluto va a prevenir de un retorno de conflictos e incluso de guerras.

El rebrote de nacionalismos y micronacionalismos virulentos en diversas fases de incubación en muchos pueblos europeos y su difícil convivencia y encaje dentro de los moldes del estado nación de moderna factura democrática, hace pensar que acaso haya pasado ya la oportunidad histórica y el tiempo de estos; claro que menos juego dará aún una federación continental europea diseñada por altos ejecutivos, poderosos financieros y diplomáticos con caché, el phoedus o pacto puramente pragmático, comercial, genéricamente humano, horizontal y convencional: autopistas muchas y destinos pocos, euros devaluados, banco central de desconocida legitimidad democrática, política monetaria a cargo de no se sabe quien, bolsas de valores - ficticios en su mayor parte-, supresiones aduaneras a favor de aduana única para un conjunto sin rostro, amagos de eurodemocracia y europartitocracia, boletines oficiales de directivas tiranas, proyectos Leader de caprichoso favor, subvenciones a la desaparición de aparatos productivos, asalariados que no artistas de trabajo y vida, educaciones tecnocráticas con su Erasmus incluido, lenguas varias y ninguna verdad esencial y superior que enunciar, y mercachiflerías diversas; esto sería en definitiva llevar el mismo juego del estado nacional a un nivel puramente cuantitativo más amplio y extenso pero a la postre un intento fútil y destinado en no mucho tiempo a idénticas dificultades y fracasos, o probablemente mayores.

. Quien dice Europa burocrática y tecnocrática dice a otro nivel Castilla burocrática y tecnocrática. Cualquier visón actual de Castilla que se limite a una redefinición de límites geográficos, a una mera redistribución de funciones administrativas y de poder, con su capital de poder político, con reorganizaciones de partidos y estados mayores correspondientes, olvidándose cuidadosamente de legado originario tradicional de lo castellano: restitución del poder social al entorno popular, desde abajo, desde las comunidades, no desde artificiales entelequias autonómicas, sobre la base del esfuerzo de una responsabilidad individual exigente e irreductible al depósito de una papeleta en una urna cada cuatro o cinco años, será un juego de salón más o menos original pero sin ninguna relación con lo fue la manera específica de entender la convivencia social castellana. Una democracia que conserve un poco de autenticidad, en cuanto práctica de una expresión popular , probablemente el menos malo de los sistemas políticos como decía Winston Churchill, está necesariamente plena de dudas, incertidumbres y tensiones, no puede reducirse al régimen de partidos o a las formalidades representativas del estado de derecho liberal, a menos de sumergir todo en esa atmósfera de crisis progresivamente más irrespirable que se constata a diario: corrupción, prevaricación y cohecho cotidiano, intercambiabilidad de programas, preponderancia y prepotencia de lobbies, despolitización e irresponsabilidad generalizada del ciudadano, propaganda mendaz, hurto de la consulta al pueblo para grandes y pequeñas decisiones, descalificación de unos partidos convertidos definitivamente en máquinas para hacerse elegir, crímenes de estado y otros ect.. La democracia práctica y participativa solo será posible en la medida que surjan consejos a los niveles más básicos, en la medida en que prospere la colegiación de los órganos directivos, la rotación en los cargos y abandono del caudillismo populachero, del carisma de revista de peluquería, del divismo entre taurino y futbolero tan dentro de las vísceras y emociones populares por estos pagos latinos; y en la medida también en que se facilite esas prácticas de democracia semidirecta que son el referéndum y las iniciativas legislativas de una manera realmente accesible a todos los niveles, como todavía hoy puede contemplarse con admiración y una cierta envidia en comunas, cantones y Confederación Helvética (50.000 peticiones para un referéndum, 100.000 peticiones para una iniciativa legislativa en la Confederación). Compromisarios de elección popular que den fe del comportamiento político cínico o hipócrita - según el momento- de los elegidos, hasta el presente protegidos por un derecho político y constitucional que los hace soberanos e irresponsables de sus promesas. Sin olvidar el viejo y tradicional mandato imperativo, que restituya la soberanía del pueblo frente a la soberanía del representante; y tampoco que Castilla fue la patria de Fernando de Roa y de Alonso de Madrigal, obispo de Ávila, seguidores de la vieja doctrina escolástica del derecho de resistencia y del tiranicidio incluso, cuado el ejercicio del poder se aparta de los mandatos de la ética cristiana. Una reducción de la política a escala humana y no una subordinación a partidos, a estados o a poderes supranacionales; que sea el ciudadano, y no las organizaciones políticas intermedias, el que tenga la primera y la última palabra de las decisiones políticas y administrativas. En esto es lo que verdaderamente volvería a los castellanos coherentes y consecuentes con su pasado medieval concejil, no creando amagos de microestado con capitales y acumulaciones de poder político y económico o con partidos que propugnan una baratija nacionalista estándar y uniforme. Y además es este el único camino posible para embridar la omnipotencia del dinero, y para separar y delimitar la riqueza del poder político, la partitocracia estatal, independientemente de si el estado es grande o pequeño, acaba irremediable y fatalmente sometida al dinero, de manera que se ha podido decir a este respecto, con más razón de lo que a primera vista pudiera parecer, que el parlamento actual no es más que un espacio de simulación de debates entre las diversas facciones del partido único del capital.

Una restauración de consejos e instituciones en la línea de antigua tradición medieval castellana, obviamente con las particularidades de tiempo y de gentes que hoy día viven, así como una revitalización de la responsabilidad ciudadana por el bien público, que en principio es algo más arduo que la simple buena intención, podría ser una nueva manera de hacer frente a los diferentes problemas que en un futuro no muy lejano se van a plantear casi con fatalidad en campos tales como el trabajo, las finanzas, el urbanismo, la técnica, la ecología, la alimentación, etc. Reclamar un orden municipal, comunero y foral parece un atentado a la Real Politik de altos vuelos: liquidación de los recursos planetarios, alteración mundial del clima, mundialización de la especulación financiera y de la usura, descomunales monopolios y oligopolios como ejemplo de libre concurrencia capitalista que, eso si, solo buscan la libertad de elección del consumidor, circuitos grandiosos de economía negra, comercio de armas y droga, altos dividendos por encima de todo, contaminación, financiación de la desestabilización y el terrorismo internacional, crímenes de estado, robos, prevaricaciones y cohechos a gran escala, entronización de las internacionales de la opinión política y de los círculos transnacionales y opacos del poder mundial, sugestiones y mentiras mediáticas de ilimitada expansión y otros números circenses de alta calidad estética que convierten la reivindicación de la inmediatez local y comunera en sosa paletería de aburridos y retrógrados ciudadanos, adornados aún con el pelo de la dehesa, rémora intolerable a la mundialización total de la golfería, que poco o nada tiene que ver con la universalidad humana.

No conviene por tanto hacerse demasiadas ilusiones al respecto, la política moderna sea del partido que sea, nacionalista, centralista o regionalista, lo menos que desea es un orden en que le hombre tenga más reductos de libertad, de responsabilidad y de conciencia del que da un voto espaciado temporalmente por un quinquenio poco más o menos. A cambio, dirán, tiene más renta por cápita, más kilocalorías en la dieta, más estupideces en los medios de comunicación, más caballos de potencia en el automóvil y otras ventajas a las que los actuales nacionalistas neocastellanistas añadirían la no despreciable consideración de un territorio no libre pero si extenso; todo ello parece que al moderno ciudadano le mola más que la libertad, al fin y al cabo como decía Cicerón: “El esclavo satisfecho es el peor enemigo de la libertad”.

Es bien conocido que en virtud de las nuevas tecnologías disponibles, tales como la informática, la robótica, la telemática, la biotecnología o la ingeniería genética se producen cada vez más bienes y servicios con cada vez menos hombres. La consecuencia es un paro y precariedad cada vez mayor con una predominante componente estructural que no coyuntural de todas las economías nacionales que no hay motivos serios para pensar que vaya a disminuir sino más bien los contrario, ya no es posible el pleno empleo, ningún economista informado se ocupa seriamente de ello, tan solo se escucha en los discursos de los políticos al acercarse las fechas electorales. La disminución del tiempo de trabajo podría albergar la esperanza de que se negociara de una manera generalizada la reducción del tiempo de trabajo semanal, las estancias de formación, los años sabáticos, excedencias por maternidad suficientemente largas, el reparto de trabajo, es decir liberar tiempo para vivir; pero las cosas no han avanzado tanto en ese sentido como precisamente en el sentido contrario de reducir la capacidad de negociación de los trabajadores, la deslocalización de empresas y el aumento de pobres en un mundo que los indicadores dice ser globalmente más rico. En el caso castellano y debido a la falta de capacidad de organización, resistencia y al socaire de la creciente despoblación, bien conocida por los gobernantes, se ha desplegado un notable esfuerzo para atraer a las autonomías de páramo, granito y pensión mínima los caramelos envenenados de los cementerios de residuos nucleares, el reciclaje de basuras, los cotos de caza, cementeras, los subsidios europeos para desmantelar la agricultura, las repoblaciones forestales de árboles tea cuando no horribles molinos eólicos generadores de corriente eléctrica para mayor beneficio de los oligopolios eléctricos; todo ello con la promesa de unos cuantos puestos de trabajo poco o nada cualificados y unas pocas subvenciones a algunos municipios, en la mayor parte de los casos en manos de los partidos turnantes del poder, y eso si como panacea mágica que todo lo resuelve el turismo esa alternativa extensiva al moderno repliegue sobre si mismo del hombre actual: ¡los de mi grupo por favor, pasen y vean paisajes, monumentos en proceso de ruina, pueblos abandonados y aborígenes cada vez más viejos!. Como retroalimentación maldita de este sistema nueva inyección de votos, diputados y senadores de los partidos de siempre y ¡ sigue el juego señores!.

Otro fenómeno que ya se vislumbra es la tolerancia en la trasgresión de normas laborales -sobre todo en ciertos sectores como agricultura, construcción o minería- en la que los magros salarios hacen imposible que los indígenas acepten trabajo en esas condiciones y se aprovecha para crear una oferta de trabajo a precio de ganga para una cada vez más nutrida bolsa de inmigrantes de más que dudosa integración en el futuro, como muestran experiencias de muchos países europeos con más experiencia en estas lides.

El mundo actual se encuentra inmerso en una huida delante de la actual economía financiera, con su especulación sin límites, sus valores ficticios, endeudamientos colosales de naciones, empresas y particulares, fondos de inversión especulativos y otras muchas prácticas mucho más propias de lo que Aristóteles entendía como “crematística” cuyo fin es la producción, circulación y apropiación del dinero, o también - con un nombre de resonancia más antigua pero no menos cierta - la usura, que no de la “oeconomía” cuyo fin es satisfacer las necesidades del hombre. Del sólido futuro que cabe esperar de tales actividades nos dice J. K. Galbrait:

“Nadie sabe cuando ni como se va a producir la crisis monetaria internacional que desencadene el hundimiento de especulación y valores ficticios. Lo que es seguro que estos acontecimientos son inevitables” (Apocalypse Tomorrow,, Le Nouvel Observateur, 6 de febrero de 1986).

De no sucumbir definitivamente a tal frenesí financiero y considerar al menos la posibilidad de volver a una economía al servicio del hombre, será necesario pensar en dar prioridad a los mercados interiores y locales, romper con el sistema de división internacional de trabajo, adoptar en firme reglas sociales y ambientales que encuadren los intercambios internacionales, no siendo un esperanzador antecedente los acuerdos de la Conferencia Mundial de Medio Ambiente Río en 1992, la más grande de las conferencias mundiales jamás habida, con más de 30.000 representantes de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales y más de 100 jefes de estado. Ineludiblemente habrá que reforzar el llamado tercer sector (asociaciones, mutualidades, cooperativas, voluntariado), las organizaciones autónomas de ayuda mutua ( cooperativas laborales, sociedades anónimas laborales, la caución mutua basada en sociedades de garantía recíproca, sistemas de intercambios locales, intercambios de bienes y servicios al margen del mercado), sectores artesanales, reciclaje no institucional, mercados de segunda mano, en base todo ello a la responsabilidad compartida, la libre adhesión y la ausencia de afán de lucro, lo que evidentemente cada día es más difícil con la mentalidad de subsidiado de los ciudadanos e imposible de llevar a cabo si no es en las colectividades de base locales, una prueba más de la urgencia de recuperar la herencia castellana de las comunidades de villa y tierra y desarrollar la justicia sobre la base de individuos responsables en comunidades responsables; bien entendido que la responsabilidad que se compromete en la gestión de la cosa pública es una ardua cuestión no resoluble con meras proclamas, declaraciones programáticas o buenas intenciones; muy por el contrario solo es posible desarrollarla en la medida que se ponga al servicio del interés general un tiempo, esfuerzo e ilusión que por desgracia la mayoría de la gente prefiere dedicar a sus propios intereses y satisfacciones individuales, más estimulados hoy día que nunca en la historia, lo que evidentemente repercute en los lazos de solidaridad social, en la comprensión de los deberes colectivos y no digamos en la lucha por una alternativa a un sistema de beneficio predominantemente individual. Sin contar con la cada vez más extensa pérdida de principios, que difícilmente puede evocar fines o metas que vayan más allá de indicadores cuantitativos de acumulación material o de satisfacción de necesidades y deseos más o menos artificiales, muchos de los cuales empiezan a ser ampliamente cuestionables en las sociedades occidentales desarrolladas ante un entorno mundial de escasez y deterioro creciente. El BOE, BOCYL y similares son probablemente lo menos apto para crear responsabilidades e iniciativas populares.

Por si acaso no estará de más recordar, por que a todo el globo afecta –incluida Castilla-, que adoptar que apostar por las modernas industrias y finanzas capitalistas, el ir cada vez a más que nada tiene que ver con cada vez mejor, contribuirá cada vez más al desastre final de esta civilización, en nombre, eso si, de no sabe muy bien que progreso y evolución infinitos; las secuelas se conocen mejor cada día: recalentamiento del planeta, desaparición de la capa de ozono, trastornos climáticos y atmosféricos de imprevisibles consecuencias, contaminaciones varias, envenenamiento de acuíferos y de alimentos, agotamiento de recursos naturales no renovables, residuos radiactivos con su cortejo de deliciosos tumorcillos y cánceres y un largo etcétera de disparates. Sólo como recordatorio siempre conveniente para desmemoriados que olvidan estas cosas con más velocidad y frecuencia de lo que sería conveniente un informe de la British Petroleum (Statistical Review of World Energy. Londres 1992) afirma que la duración de las reservas probadas de petróleo se cifran en 45 años, las de gas natural en 60 años y las de carbón en torno a 245 años; las fuentes energéticas se consumen a un ritmo 100.000 veces más rápido que su velocidad de formación. Las reservas de los siguientes metales podrían agotarse en el mejor de los casos antes de 100 años: Bismuto, uranio, plomo, antimonio, estaño, cobre, oro, mercurio, fósforo, molibdeno y zinc por este orden. En lo que se refiere a alimentación, 27 de las 30 pesquerías del Atlántico Norte están casi exhaustas. Situación debida entre otras causas a los vertidos marinos, pues los océanos pese a su extensión no podrán seguir digiriendo por mucho tiempo los 20 millones de toneladas métricas de desechos que las sociedades humanas vierten cada día en él, ni los vertidos de hidrocarburos. Por otra parte en lo que se refiere a diversidad biológica cada año desaparecen entre 4.000 y 6.000 especies. Todo ello debía hacer tomar consciencia y responsabilidad de la renovación cíclica de recursos, desde usar bien las bolsas azul y amarilla de la basura hasta invertir en la industria del reciclaje en un contexto de control comunitario de base. Estado y grandes partidos aún no siendo ajenos a la basura, no manifiestan mucho entusiasmo en regular estos asuntos. En cualquier caso la utilización a gran escala de energía renovable no es ni siquiera pensable sin un cambio radical en el modelo productivo existente.

Un aspecto muy ligado al ahorro de recursos es la diversificación de medios de transporte, no muy deseada en la época de las prisas, y de las inversiones multimillonarias en AVES, autopistas y aviones ultrasupersónicos, que prefiere no pensar que una buena y segura red urbana e interurbana peatonal y de bicicletas, además facilitar accesos en muchos casos, bien distinta de la propensión al movimiento característica de la cultura del vehículo privado, ahorraría muchos miles de euros en gasolina, disminuiría la sangría humana y económica de la siniestralidad viaria, abreviaría el tiempo de transporte, amen de disminuir la contaminación; acaso sería el momento de volver a recuperar ciertos medios aéreos no ultrarrápidos ni ultracontaminantes tal como los dirigibles aerostáticos de helio para desplazamientos medios, tal vez transportes y viajes no urgentes por Castilla.

Antes que desaparezca definitivamente la población del campo sería necesario parase a pensar que para detener la actual degradación de la alimentación es necesario una cierta desindustrialización del sector agroalimentario, se sabe suficientes cosas sobre la agricultura biológica para saber que su calidad jamás será alcanzada por la agroquímica, además de que esa desindustrialización y apoyo de la agricultura biológica, en buena parte depósito de los conocimientos de la agricultura tradicional, favorecería los mercados locales, la diversificación de especies y de fuentes de aprovisionamiento, el empleo de mano de obra y la conservación del medio ambiente. Salvo en determinados centros de poder no parece dársele ninguna importancia a lo que se denomina arma alimentaria, mientras alegremente se liquida la agricultura en base a subsidios bruselenses, con el fin de alcanzar lo que se denomina control de la oferta, o se substituyen terrenos de regadío y se destruye vegetación de ribera para plantar chopos, materia prima de la producción papelera, con ayudas y subvenciones de la Comunidad Europea, práctica demasiado corriente en Castilla y León. En realidad todo un sistema de educación está diseñado para hacer de los tiernos infantes ciudadanos, no tanto en el sentido de responsables de acción y el bien común cuanto urbanitas o habitantes de ciudades lo más pobladas posible, cada vez más lejanas de ese espacio de libertad que fue en su momento la polis, y más cercana cada día de esa colmena numerosa que más que una ciudad es ya la ciudad global en que se va convirtiendo esta civilización, con sus espacios metropolitanos aislados, cuadriculados y clasificados de acuerdo con las exigencias de la competitividad empresarial, de aislada y aislante funcionalidad y vivero cada día más eficaz de esos productos tan urbanos que son el vandalismo, la violencia y la criminalidad, y sede de nuevas formas de pobreza y marginación social (, mujeres a cargo de familias, parados de larga duración, sin techo etc. ). En la autonomía de Castilla y León, no precisamente de las más industrializadas de España, apenas el 10% de los alumnos de formación profesional estudian la especialidad agrícola ganadera. Decía el lema de Escuela de Ingenieros Agrónomos “sine agricultura nihil”, pues bien Europa entera se dispone a prescindir a gran escala de tan sabia norma para un futuro no muy lejano y dejar sus fuentes de alimentación en manos de países lejanos, cuya ansia secreta en el fondo, no lo olvidemos, es también abandonar la agricultura e industrializarse, o cuanto menos industrializar y encarecer la agricultura. En medio del abandono cada día mayor de los campos, patente fenómeno en Castilla, sería preciso preguntarse si no ha llegado el momento de todo ciudadano adquiera una pequeña parcela y dedique un poco de su tiempo al deporte de cultivar un huerto y obtener unos cuantos alimentos, deporte mucho más inspirado en Virgilio y Horacio que no en los records y marcas de las actuales proezas atléticas.

No es demasiado reconfortante recordar que el actual sistema de pensiones estatal de la Seguridad Social va a tener serias dificultades financieras, mucho más serias en Castilla cuanto que su envejecimiento es mayor que en el resto de España, lo que en principio no se aviene demasiado bien con ciertas corrientes minoritarias que propugnan la independencia de Castilla, ciertamente una Castilla más bien inventada que poco tiene que ver con la historia; seguro que no los agradecerían tan brillante iniciativa el millonario colectivo de pensionistas castellano. Ahora es el momento de plantearse si una cierta capitalización de pensiones ayudaría a la economía castellana, claro que no se trataría de una capitalización manejada por el gobierno central para cubrir y ampliar la deuda pública y menos aún una capitalización privada circulando en maniobras especulativas por la red mundial de bolsas; de alguna manera se trataría de inspirarse en cierta mediad en el mutualismo gremial, y gestionar los fondos locales en colectividades una vez más libres y responsables con miembros responsables única forma de utilizar los fondos en una forma alternativa al circuito capitalista; por todas partes se llega al mismo corolario, las nuevas soluciones exigen al parecer recuperar lo viejo, la vieja herencia castellana, sus comunidades y su federación o pacto. Se podría también recordar que antaño y sobre todo en el medio rural era la familia la que de laguna manera proveía lo que ahora llamamos seguridad social, aunque la individualización extrema y la descomposición familiar en aumento no parece que sea un firme asidero para el futuro, aunque un posible reparto sensato del trabajo cada vez más escaso, así como una utilización no degradada del tele-trabajo, podría devolver a la familia en un momento que parecía destinada a desaparecer definitivamente sustituida por la probeta, su antiguo papel y vocación de ser instancia de educación, socialización y ayuda mutua o seguridad social en sentido amplio, permitiendo una por así decir interiorización y personalización de las reglas sociales que hoy se imponen desde el exterior desde la más tierna edad: guarderías, colegios, institutos, universidades, seminarios, cuarteles etc. Acaso también permitiría que los años finales no estuvieran mayoritariamente destinados al almacén-residencia de ancianos. Merece la pena intentar una sociedad que vaya más allá de la guardería-parking y el almacén-residencia de ancianos. La anciana Castilla bien podría aprovechar la experiencia de los actuales jubilados para transmitir la sabiduría y las tradiciones que conocen todavía nuestros ancianos y que sin duda desaparecerá con ellos, y reservar un horario en escuelas e institutos para que puedan exponer su saber los veteranos, pues por razones de ocupación y trabajo entre otras, en la mayoría de los casos esa experiencia no la pueden transmitir los padres a los hijos en casa; esta ocupación es algo más noble que el actual destino de los hogares de la tercera de edad como sucedáneo de casino para jugar a las cartas, fumar, bailar pasodobles y ser objeto de propaganda política por el partido gobernante de turno para presumir de su ingente labor social (algo así como los pantanos en la época del último dictador).

La anomia social y el nihilismo contemporáneo, con sus secuelas de ausencia de responsabilidad, horror ante la mínima molestia o sufrimiento y una asombrosa dosis vanidad de hidalgüelo con ínfulas, que la moderna organización social, política y económica no hace más que exacerbar, necesita un cambio radical, un retornar a los orígenes, a lo premoderno, desde la perspectiva que da un análisis realizado desde un punto de vista posmoderno del fracaso e impasse de lo moderno. Para eso se precisa como punto de partida un verdadero trabajo de pensamiento de los castellanos con espíritu libre, una revitalización de las comunidades locales, un renacimiento de las tradiciones locales, borradas o - peor aún- mercantilizadas por la modernidad, un retorno de la convivencia popular, al sentido de la vida, de los ciclos del año y de la fiesta.

Las cosas que deseamos
tarde o nunca las habemos,
y las que menos queremos
más presto las alcanzamos.

Porque fortuna desvía.
aquello que nos aplace,
mas lo que pesar nos hace
ella mesma nos lo guía:
así por lo que penamos
alcanzar no lo podemos.
y lo que menos queremos
muy más presto lo alcanzamos.

Juan del Encina
(¿1469?-¿1529?)