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conquista en la enemistad de los castellanos hacia el
reino neogótico astur-leonés, y que explica en gran
parte el carácter especial de Castilla entre todos los
estados cristianos de la España medieval, es bien co-
nocida en nuestra historia. Mientras en el resto de la
Península los godos afirman su poder, se asimilan
la cultura hispano-romana, y sobresalen entre todas
las de los godos, con sus brillantes centros de Se-
villa y Toledo, en Vasconia y Cantabria los habitan-
tes se oponen al dominio visigodo como antes se ha-
bía opuesto al romano. Rebeldes siempre a toda do-
minación extranjera, estos pueblos fueron perpetua
pesadilla para los reyes godos (11). Leovigíldo, Re-
caredo, Gundemaro, Sisebuto, Suínti1a, Recesvinto y
Varnba tuvieron que luchar contra ellos. Y aquí es
muy oportuno recordar que cuando Táric inicia la
conquista musulmana de España, pasando el estrecho
y fortificándose en el monte que desde entonces lle-
va su nombre (Yebel-Táric, Jibraltar), el rey Rodri-
go se hallaba en el norte de la Península combatiendo
una rebelión más de los vascones (11).
El catalán Jaime Brossa decía que < 'el vasco es el
alcaloide del castellano", frase que gustaba repetir
Unamuno, el gran vasco Ieonesizado y descastellani-
zado en Salamanca. En este criterio de que el vasco
es la quintaesencia del castellano, es decir, el caste-
llano en su más pura condición, y en las semejan-
zas, más tenues, del aragonés con el vasco, sacamos
el nombre para este grupo vasco-castellano de pue-
blos.
A algunos les sorprenderá el hecho de que Gui-
puzcoa, por un acto libérrimo de los guipuzcoanos,
se apartase de Navarra para agregarse a Castilla; pero
si examinamos el lugar y el tiempo del hecho y pen-
samos un poco en cuáles podían ser las ideas de las
gentes que lo decidieron y sus voluntades colectivas,
sin dejamos confundir por las de los actuales hom-
bres del país, acaso nos lo expliquemos totalmente.
Todos los primitivos pueblos de España tenían un
sentimiento muy arraigado de su libertad, y no ha-
bían pensado en la conveniencia de su agregación con
otros hasta que vino la necesidad; así eran todos,
acaso con la excepción de las cinco tribus o naciones
de la Celtiberia que, según parece, vivían en confe-
deración permanente. A aquellas alturas de la his-
toria, el pueblo guipuzcoano, que tenía ciertamente
muy buena organización y muy desarrolladas sus ins-
tituciones, conservaba, sin embargo, los rasgos tí picos
de su carácter díscolo a toda agregación. Castilla,
libre entonces de su sujeción; a León, ajena. a todo
apetito de unificación, opuesta al imperio, más de-
mocrática que Navarra, regida por un monarca que
sabía que el fundamento de su subsistencia era el
respeto a las autonomías forales de los pueblos de su
reino, ofrecía a los guipuzcoanos más seguridades
para la satisfacción de su voluntad colectiva (79).
LUIS CARRETERO Y
NIEVA 142
Las semejanzas del País vascongado con Castilla
y Aragón son más abundantes en las tierras comu-
neras castellanas y aragonesas que en los territorios
vecinos del País vascongado (80). El parecido entre
las tierras comuneras de Castilla y Aragón es tan
grande que en realidad constituyen un solo país. So-
bre este tema tuvimos la suerte de cambiar, hace mu-
chos años, unas cartas con el historiador aragonés
Giménez Soler, quien en una de ellas nos decía apro-
ximadamente (citamos de memoria, pues estos pape-
les, como tantos otros, se perdieron en la guerra, pero
respondemos de la exactitud del concepto): "Desde
Burgos y Segovia hasta Morella, y desde Logroño
hasta Cuenca, corren las tierras altas del interior, bor-
des de las mesetas, constituyendo un sólo país, las
mismas costumbres, el mismo lenguaje, una sola can-
ción, la jota, el mismo traje, un solo fuero, como
general el de Sepúlveda. " estorban aquí los nom-
bres geográfico-históricos de Aragón y Castilla ... "
(81). Este país, la región serrana central, que no
pasa al poniente de Ávila, es el territorio donde na-
cen y se desarrollan las comunidades de ciudad y tie-
rra, llamadas también universidades.
En las luchas entre la leonesa doña Urraca, reina
de León y Castilla, y su marido, el aragonés don
Alfonso I el Batallador, que se presentan como un
enredo de intereses familiares y dinásticos -período
de "una enmarañada anarquía, sin par acaso en nues-
tra historia", lo llama un distinguido historiador--
puede encontrarse un fondo mucho más importante
que les da un profundo carácter de guerra civil, con
los antagonismos políticos, sociales y económicos que
suelen encontrarse en estas guerras. Son, en líneas
generales, luchas del pueblo castellano y sus repú-
blicas comuneras contra las clases aristocráticas de la
monarquía, contienda que no pierde en Castilla su
carácter nacional porque en alguna parte del reino
leonés, como Salamanca, el pueblo estuviese con
Alfonso, ni porque poderosos de Castilla, como los
caballeros de Ávila, de origen leonés, ayudasen a
Urraca. Esta es, por derecho hereditario, reina legí-
timo de León y Castilla, pero el rey popular en Cas-
tilla es su marido, Alfonso el Batallador, un arago-
nés que comprende al pueblo castellano como no
puede comprenderlo la reina leonesa, hija de Alfonso
VI de León, viuda del caballero francés Ramón de
Borgoña -conde de Galicia y Portugal- y madre
del niño Alfonso Raimundez -criado en Galicia
por el conde de Traba- que reinará después en
León y Castilla con el nombre de Alfonso VII, em-
perador de España, coronado como tal en León. Así,
mientras Urraca rodeada de nobles gallegos, desde
tierras leonesas, da decretos contrarios a las comuni-
dades castellanas, su marido atiende tanto a las ins-
tituciones comuneras que de la Fuente dice que a él
debieron su origen (32). Admitamos que fué crea-
LUIS CARRETERO Y NIEVA 144
dor de alguna de ellas, como la de Salamanca, única
leonesa, que no llegó a cuajar como verdadera comu-
nidad, y acaso la de Toledo, de vida corta, pero las
comunidades castellanas son, a nuestro juicio, ante-
riores al mismo condado de Castilla.
No es, pues, una casualidad que este aragonés
-auxiliar y discípulo del Cid en su mocedad (94)-
que apoya su política en las instituciones forales, que
quiere hacer de Soria -reconquistada y repoblada
por él- el centro de los reinos unidos de Castilla
y Aragón (32), y que es entre todos los reyes que
han gobernado Castilla el que mejor ha compren-
dido su sentido político popular, tuviera muchos
partidarios entre el pueblo castellano; como no lo
es tampoco el que la reina leonesa contara., en gene-
ral, con el apoyo de las aristocracias de sus reinos.
Creemos que la figura de este rey aragonés como
gobernante de Castilla no ha sido estudiada con todo
el interés que encierra y nos parece muy atinada la
observación de Vicente de la Fuente sobre el empeño
que las clases privilegiadas pusieron en borrar la me-
moria de la política popular del Batallador en Casti-
Ha, llegando incluso a la destrucción de los fueros
que llevaban su firma (32).
En Aragón, por influjo europeo, en parte a tra-
vés de Cataluña, penetra el feudalismo, pero no tie-
ne fuerza para ganar todo el país. En Navarra, aun
cuando muy atenuado con relación al europeo -como
en toda la España cristiana-, arraiga el sistema feu-
dal, tanto que su fuero general contiene una ley ci-
tada por Costa que manda que los collazos vayan
al trabajo acompañados por el sayón. Esto es por in-
flujo francés a través de la casa real. Pero aunque
el feudalismo tenga en Navarra muchas más raíces
que en el País vascongado y en Castilla, no se esta-
blece de una manera general y completa y coexisten
con él repúblicas comuneras como la Universidad
del Valle del Baztán.
Menéndez Pidal resume así el panorama social de
los estados cristianos de la España medieval: "En
Galicia las heredades fueron absorbidas en gran es-
cala por los obispos, los monasterios y los magna-
tes, quedando en ellas los campesinos con un mínimo
de libertad. León ocupa un lugar intermedio. Así,
viniendo de Oeste a Este, Castilla nos ofrece el má-
ximo de hombres libres... Hacia la otra mitad de
España vuelve a disminuir la cantidad de hombres
libres. En Navarra, en Aragón y en Cataluña reapa-
rece con más vigor la servidumbre adscripticia al te-
rreno: mezquinos, villanos de parada, Payeses de remensa
subsisten hasta el siglo XVI, lo cual nos indica
que la nobleza era aquí más poderosa y abusiva"
(24). Sobre este enjundioso párrafo queremos hacer
una pequeña aclaración, y es que en él se omite al
País vascongado, probablemente porque el autor, de
manera implícita y con acierto, lo incluye en Castilla
LUIS CARRETERO Y NIEVA 146
por considerado semejante a ésta en su estructura
económica y política; en cuanto al mayor poder de
la nobleza en Aragón, es cierto, teniendo siempre
en cuenta que lo dicho para Castilla es válido, en
general, para el Aragón comunero.
y Sánchez-Albornoz en uno de sus eruditos tra-
bajos, remontándose a los orígenes de Castilla, nos
describe como sigue la condición económica y social
de los hombres del viejo estado vasco-castellano, com-
parándola con la dominante entonces en otros paises.
"La necesidad de atar a las peñas de la nueva
Castilla -para nosotros la Castilla más vieja- ma-
sas de hombres capaces de defenderse de las feroces
embestidas enemigas, y la milenaria tradición de li-
bertad de los pueblos que en Castilla se habían con-
gregado, determinaron, probablemente, el reconoci-
miento de la plena propiedad de las tierras de que
los labriegos, aislados o agrupados en concejos inci-
pientes, tomaban posesión en los valles que se iban
colonizando rumbo al sur. " los condados castella-
nos, fueron el único rincón de Europa donde la casi
totalidad de la población fué libre y propietaria. Los
diplomas del siglo x nos demuestran en efecto la
existencia de una considerable cantidad de pequeñas
aldeas que poseían sus términos en plena propiedad
y que, incluso, los labraban en régimen semicolectivo
de trabajo. Y tal: numerosa debió de ser aquella
masa de aldeanos libres, que en el siglo XIV, quinien-
tos, años después del nacimiento de Castilla, en el
a modo de censo que mandó hacer Pedro 1 y que
conocemos con el nombre inexacto de Becerro de las
Bebetrias, aun había en las merindades castellanas,
sin contar Rioja ni Bureba, de 1359 aldeas, 659
.Iugares de behetría, es decir: 659 pueblos libres,
con el raro derecho en la Europa de entonces, de
elegir y de cambiar de señor. Cuando tras cinco si-
glos de acción continua de la ventosa señorial, toda-
vía quedaban ese número de aldeas salvadas del nau-
fragio de las libertades campesinas, podemos afirmar
sin temor a equivocarnos, que los castellanos del
siglo IX eran libres en su inmensa mayoría. Y como
eco de la libertad originaria de todos los habitantes
de aquella zona montañosa y norteña, todavía se
tenían. por orgullosos hidalgos los habitantes todos
de Vizcaya, cuando Cervantes puso estas palabras en
boca del vizcaíno con quien luchó don Quijote en
el puerto de Lápice: "¿Yo no caballero? Juro a
Dios tan mientes como cristiano... Vizcaíno por
tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo y mien-
tes que mira si otra dices cosa."
"Ni nobles de alta jerarquía, ni grandes monas-
terios, ni iglesias catedrales... (Ni las iglesias ni
los monasterios de la Castilla condal) pesaron poco
ni mucho en la vida castellana, a diferencia de los
grandes claustros y de las grandes iglesias que ac-
tuaron como ventosas formidables de la riqueza rús-
LUIS CARRETERO Y NIEVA 148
tica, en Galicia, en Asturias, y en León" (30). Pá•
rrafo éste que creemos conveniente destacar.
Los influjos ejercidos por Cataluña y León sobre
los pueblos del grupo vasco-castellano son de mucho
interés. Ambos existen y alteran el desarrollo polí-
tico y social de estas nacionalidades, aunque en dis-
tinto grado. El de Cataluña llega, si bien tenuarnente,
hasta Navarra. Cataluña, mejor dicho, el Estado ca-
talán, que en el desarrollo histórico de la monarquía
catalana-aragonesa imprime una supremacía política
catalana, aunque lanzando a los cuatro vientos el
nombre de Aragón (por la superioridad jerárquica
nominal del reino sobre el condado), no siente pru-
rito de unificación. Sin embargo, el influjo catalán,
con caracteres feudales de origen franco, contribuye
a mantener al pueblo plebeyo aragonés en la servi-
dumbre, apuntalada también por tendencias residen-
tes en el Alto Aragón, y todo ello determina adul-
teraciones en el contenido de los fueros, principal-
mente en cuanto a procedimientos judiciales y nor-
mas penales, pero con tendencia sobre usos y cos-
tumbres, que llegan hasta el suelo sepulvedano. A
pesar de todo, la monarquía catalana con respecto a
Aragón no se aparta de las normas de lo que hoy
podríamos llamar un pacto federal.
Unas palabras para poner de manifiesto la supre-
macía de la política catalana en el Estado catalano-
aragonés, o como suele decirse en el día --con ex-
presión moderna-, la Confederación catalana-ara-
gonesa. La confederación extiende su territorio por
las tierras, hoy francesas, de habla catalana allende
Pirineos; la confederación conquista las Islas Balea-
res y allí lleva la lengua y la cultura catalanas; la
confederación se lanza a empresas marítimas en el
Mediterráneo, que no interesan al pueblo aragonés
de tierra adentro, por añadidura sin un comercio ni
una producción importantes. Pero el caso de mayor
enseñanza es el de Valencia. El país valenciano es
conquistado por la confederación y se organiza al
modo feudal por nobles aragoneses, como los de la
casa de Borja, tan conocida por el papa Alejandro
VI y por el santo Francisco; pero estos nobles ara-
goneses desarrollan en Valencia, en beneficio pro-
pio, una labor catalana al implantar en el territorio
el idioma catalán, la cultura y las instituciones ca-
talanas.
De un modo o de otro, Cataluña no intenta anu-
lar los sistemas políticos de Aragón para imponer
los suyos. No es preciso hablar más aquí de la ac-
ción de la nacionalidad catalana sobre las del grupo
vasco-castellano. Esto es menos necesario todavía si
tenemos en cuenta que al avanzar la conquista ara-
gonesa por el sur, y organizar el territorio conquis-
tado, los reyes aragoneses se apoyan en la tradición
del país recientemente adquirido y la restauran. Así
LUIS CARRETERO y NIEVA 150
Alfonso Ir da a Teruel el fuero de Sepúlveda, como
Alfonso 1 había aceptado de los de Calatayud el fue-
ro que éstos le habían presentado en romance cas-
tellano y que confirma traducido al latín de la época
(32), fuero que, como el de Daroca, no es sino el de
Sepúlveda.
NOTAS
1. Palabras
pronunciadas por don Pedro Bosch-Gimpera
en el homenaje que le tributaron los republicanos
españoles refugiados en Méjico con motivo de su
designación como director de la Sección de Humani-
dades y Filosofía de la UNESCO ("Las Españas".
Méjico, abril de 1948).
2. Ramón
Menéndez Pidal: "Historia de España" por él
dirigida. Introducción al Tomo 1.
3. Ramón
Menéndez Pidal: "El Imperio hispánico y los
cinco reinos".
4. L. C. Dunn
y Th. Dobzhansky: "Herencia, raza Y
sociedad".
5. Francisco
Pi Y Margall: "Las nacionalidades".
6. Otto
Bauer: "La cuestión de las nacionalidades Y la
socialdemocracía" .
7. José
Stalin: "El marxismo y el problema nacional".
8. No sabemos
a quién se refiere este pasaje de la pri-
mera edición. En 1913, Lenin escribía que "en cada
nación contemporánea hay dos naciones ... ".
9. Pedro
Bosch-Gimpera: "El poblamiento antiguo y la
formación de los pueblos de España".
10. Andrés Gómez de
Somorrostro: "El Acueducto y
otra antigüedades de Segovia".
11. Ramón Menéndez
Pidal: "Historia de España". In-
troducción al Tomo lB.
12. Leonardo
Martín Echeverría: "España. El país y los
habitantes" .
13. Adolfo
Schulten: "Historia de Numancia",
14. ]. P.
Olíveira Martins: "La civilización ibérica".
15. Pedro
Aguado Bleye: "Historia de España".
16. Ramón
Menéndez Pidal: "El rey Rodrigo en la lite-
ratura". (Boletín de la Academia Española. Tomo
XI. 1924),
17. El señor
Sánchez-Albornoz, al contrario que otros
historiadores, opina que la emigración de los godos
de la llanura a las montañas de Cantabria fué muy
importante a raíz de la invasión sarracena (18).
18. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Alfonso III y el parti-
cularismo castellano" ("Cuademos de Historia de
España. Tomo XIII. Buenos Aires, 1950).
19. Américo
Castro: "El enfoque histórico y la no his-
panidad de los visigodos" ("Nueva Revista de Filo-
logía hispánica". Vol. VIII. 1949).
20. En
desacuerdo con la opinión de Oliveira Martins,
Menéndez Pidal, Aguado Bleye, Américo Castro y
otros historiadores, Sánchez-Albomoz dice que fueron
los astures y no los aristócratas godos quienes inicia-
ron la restauración cristiana en Covadonga; si bien en
torno a la nueva realeza establecida en las montañas
asturianas se agruparon y triunfaron muchos nobles
de estirpe gótica y la alta clerecía y así el reino de
Oviedo vió medrar en su seno un n~oticismo político
y una aristocracia neogótica (18). 'Pero fuera la ac-
ción de Covadonga obra de los godos o de los as-
tures, o de ambos aliados -pues es muy posible que
los magnates godos buscaran el apoyo de los natu-
rales del país=-, el parecer del señor Sánchez-Albor-
noz no desvirtúa, sino que confirma, el carácter neo-
gótico de la monarquía astur-leonesa, por 10 demás
bien conocido.
21. Sánchez-Albornoz,
apoyándose en los estudios de Ló-
pez Santos sobre la toponimia de la diócesis de León,
ha señalado de nuevo la importancia de la corriente
inmigratoria de mozárabes en la repoblación del
reino leonés, especialmente en la llanura (18).
22. Recordemos,
por ejemplo y con la reserva de tratarse
de un hecho no muy bien conocido, que navarros Y
musulmanes españoles lucharon contra los francos de
Carlomagno.
23. Ramón
Menéndez Pidal: "Carácter originario de Cas-
tilla" (Conferencia dada en Burgos con motivo del
Milenario de Castilla, en 1943).
24. Ramón Menéndez
Pidal: "La España del Cid".
25. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Historia del condado de
Castilla' .
26. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Los vascos en el naci-
miento de Castilla".
27. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Cómo nace Castilla"
("Mundo Hispánico", octubre de 1948).
; 28. El llamado Fuero Viejo de Castilla, contra 10 que su
nombre parece indicar, no es ninguno de los primi-
tivos fueros del país, sino una colección de antiguas
leyes castellanas, bastante reformadas, hecha por Pe-
dro 1 en 1356.
29. El Fuero
Juzgo, tan odiado en la tradición castellana,
señala Sánchez-Albornos que también fué invocado
en Castilla; en todo caso raramente, no como legis-
lación fundamental, y después de los fueros y las cos-
tumbres del país (30) .
. 30. Claudio Sánchez-Albomoz: "Orígenes de Castilla.
Cómo nace un pueblo". (Revista de la Universidad
de Buenos Aires, 1943).
31. Pedro J.
Pidal: "Adiciones al Fuero Viejo de Cas-
til1a" (Edición de "La Publicidad". Madrid,
1847).
32. Vicente de la
Fuente: "Estudios críticos sobre la His-
toria y el Derecho de Aragón".
33. Joaquín
Costa: "Colectivismo agrario en España".
34. Luis
Carretero y Nieva: "Las comunidades castellanas.
Su historia y estado actual" (Segovía, 1921).
35. Refiere
Vicente de la Fuente que en su discurso de
recepción en la Real Academia de la Historia tomó
por asunto las Comunidades de Aragón, con harta ex-
trañeza de la generalidad de los eruditos, la mayoría
de los cuales no sabían que hubieran existido "co-
munidades" sino en tiempo de Carlos V y en Cas-
tilla.
Por nuestra parte diremos de un culto abogado
castellano, especializado en estudios de "ciencia po-
lítica", que amplió en varias universidades de Europa:
buen conocedor de la historia de la democracia ingle-
sa, apenas tenía idea de lo que fué la importante
Comunidad de su patria chica.
36. Carlos de
Lécea y García: "La Comunidad y Tierra
de Segovia",
37. Paulino
Alvarez-Laviada: "Chinchón histórico y di-
plomático hasta finalizar el siglo xv. Estudio crío
tico y documentado del municipio castellano medie-
val".
38. El
archivero asturiano Paulino Alvarez-Laviada publi-
có la historia arriba anotada del municipio de Chino
chón, del que fué muchos años funcionario. Este
municipio, como los de Ciempozuelos, Seseña, San
Martín de la Vega, Bayona de Tajuña, Villaconejos y
Valdelaguna -integrantes cid sexmo de Valdemo-
ro- perteneció a la extensa Tierra de la Comunidad
de Segovia, que abarcaba gran parte de la actual pro-
vincia de Madrid. Tan fuerte era la organización co-
munera 'Y tan activa su vida, que la mayoría de los
documentos estudiados y publicados por Alvarcz-La-
viada se relacionan con ella, por lo que este trabajo,
mucho más interesante de lo que su título a. primera
vista indica, es en gran parte una historia de la Co-
munidad de la Ciudad y Tierra de Segovia en el
siglo xv, época en que la vieja instituci6n ya estaba
muy adulterada por la intervención del poder real.
El autor, acostumbrado sin duda a la idea del mu-
nicipio general en España, no señala a la Comuni-
dad como tal, aunque, puntual en su examen histó-
rico, distingue perfectamente lo que él llama muni-
cipio en primer grado -es decir, el municipio de
Chinchón- del municipio en segundo grado o mu-
nicipalidad superior segoviana -es decir, la Cornu-
nidad de la Ciudad y Tierra de Segovia a la que
Chinchón pertenecía-o Aunque no emplea el nom-
bre clásico entre los escritores aragoneses y castella-
nos (de la Fuente, Lécea ... ), Alvarez-Laviada de-
fine así la comunidad: "Por encima del Ayuntamiento
de cada Concejo, existía el Ayuntamiento a pueblo
general de los pueblos de la Muy Noble y Leal Ciu-
dad de Segovia y de su Tierra. Ayuntamiento que,
por su función permanente, puesto que. era de l1S0
y costumbre,' revela una vida municipal de segundo
grado. Vida de un Ayuntamiento de Ayuntamientos,
de un Concejo de Concejos, para la mutua defensa
y fomento de los intereses locales de los municipios
de primer grado; para la armónica convivencia de
los concejos de un territorio, al desenvolverse cada
uno de ellos dentro de su esfera jurisdiccional, y para
el propio robustecimiento y fortaleza de los pueblos
ay untados, mediante la práctica de una estrecha soli-
daridad intermunicipal".
y añade 10 siguiente, que demuestra su compren-
sión de 10 que era una comunidad castellana y revela
el carácter autóctono y remoto origen de la institu-
ción comunera: "Esta vida municipal superior no
debe confundirse con lo que en aquellos tiempos se
llamaba hermandad, ni con lo que en los nuestros se
designa con el nombre de mancomunidad; puesto que
la hermandad era la confederación más o menos ex-
tensa de concejos iguales, hecha circunstancialmente
por lo general y hasta sin contar con el rey en la ge-
neralidad de los casos, con el único propósito de
constituir una fuerte defensa colectiva contra extra-
ños enemigos de sus libertades, de la tranquilidad
y orden interiores, o de la propiedad y seguridad
personal; y la mancomunidad persigue la unión pac-
cionada en el terreno económico para el más fácil
cumplimiento de algunos servicios públicos comu-
nes de carácter municipal, superiores a las posíbili-
des financieras de cada entidad mancomunada, siendo
generalmente de carácter voluntario. El Ayuntamien-
to general de pueblos a que nos referimos, era en
cambio una institución permanente formada a través
de los siglos por la evolución y el natural desenvol-
vimiento de la vida local, con órganos y funciones
adecuadas al cumplimiento de los fines determinan-
tes de su existencia, nacida en la tierra jurisdiccional
de Segovia de modo natural y espontáneo, superior
a todo pacto y a la voluntad de los pueblos ayunta-
dos y que, con la costumbre secular por norma, te-
nían por cabeza al rey representado (unas veces por
el "señor" o "gobernador", después) por
el corre-
gidor".
"La constitución y funcionamiento de la institu-
ción que estamos estudiando, eran esencialmente de-
mocráticos por los elementos del estado llano que ex-
clusivamente la constituían".
Concejo de Concejos llama Alvarez-Laviada a las
comunidades de la Castilla celtibérica; análogas en su
esencia democrática eran las de la Castilla cantábrica
y las del País vascongado; y una unión de estas en-
tidades autónomas, con el rey a la cabeza como poder
federal, era a grandes rasgos Castilla, o la confede-
ración vasco-castellana, como podríamos llamar en el
lenguaje político de hayal viejo reino castellano, si
tenemos en cuenta que a él se habían unido, volun-
tariamente Y con sus fueros por delante, las repúbli-
cas vascongadas.
39. Cuando en
crónicas o documentos antiguos se lea el
Concejo de Segovia o el Concejo de la Ciudad de Se-
govia debe entenderse que, en general, se trata del
gobierno de la Ciudad y Tierra de Segovia, es decir,
del Concejo de la Comunidad. Esto mismo debe te-
nerse presente en el caso de cualquier otra ciudad o
villa cabeza de comunidad.
40. Julio Puyol
y Alonso: "Una puebla en el siglo XIII
(Cartas de población de El Espinar)". ("Revue His-
panique". Tomo XI, 1904).
41. Julio Puyol
y Alonso: "Las Hermandades de Casti-
lla y León". En este interesante estudio se publica,
entre otras cosas, una carta de ma11damiento del Con-
cejo de Segovia al Concejo del Espinar en la que se
dice que el Rey manda formar hermandad y viendo
el Concejo de Segovia que "su pedimento era justo
e complidero de se faser ansi" manda dar sus cartas
y mandamientos en tal sentido a los concejos de la
Tierra.
42. Real
Decreto-Ley de 25 de junio de 1926, y Regla-
mento de 23 de agosto del mismo año.
43. La
existencia de estas "naciones" de los "rnontañe-
ses" y de los "vizcaínos" en la comunidad de
Sego-
vi a, es una prueba más de la preponderancia que cán-
tabros y vascos tuvieron en la repoblación del país
comunero, no sólo durante la Reconquista, sino aún
tiempo después. A juzgar por las viejas crónicas, la
"nación' de los vizcaínos" era en Segovia más im-
portante que la de los "montañeses".
44. Son típicos
de las costumbres comuneras los atrios
exteriores de las iglesias del país, que servían para
las reuniones públicas y tenían así una función civil.
Cada gremio, "linaje" "nación"o sexmo
celebraba sus
asambleas en uno de estos atrios.
45. Diego de
Colmenares: "Historia de la insigne ciudad
de Segovia y compendio de las historias de Castilla"
(Edición de Gabrie1 María Vergara. Segovia 1921).
46. Don Pío
Baroja, por ejemplo, nos cuenta cómo su
verdadero apellido, Martínez de Baroja, se acortó
a Baroja en el siglo XVIII ("Juventud y
Egolatría").
47. Fuero de
Sepúlveda. Edición del licenciado Juan de
las Regueras Valdelomar. Barcelona, 1846. Aunque
en la portada de esta edición se dice el antiguo fuero
de Sepúlveda, no se trata del primitivo fuero de
esta villa, sino de una ampliación de la época de
Fernando IV. .
El fuero de Sepúlveda más viejo que se conoce es
del tiempo de Alfonso VI (1076), Y confirma los
primitivos fueros de la época condal.
48. Andrés
Giménez Soler: "La Edad media en la co-
rona de Aragón".
49. "Memorial
histórico espafio]" (Tomo I (XXXIII).
Madrid, 18S 1). Publica un privilegio de Alfonso X
a la ciudad ue Burgos, mandando "que ningún hom-
bre que sea familiar o aportillado de Orden que no
aia portillo ninguno en la ciudad de Burgos, ni sea
en sus consejos ni en sus feches".
50. Recordamos,
por ejemplo, un documento de la Co-
munidad de Segovia que prohíbe a los pueblos tras-
pasar tierras de los "quiñones" a "persona
poderosa
eclesiástica ni seglar".
51. Largas y
enconadas fueron las disputas por cuestio-
nes de límites que la Comunidad de Segovia sostuvo
con Toledo, con la Comunidad de Ávila y principal-
mente con la de Madrid. Con esta última puede de-
cirse que estuvo en pleito permanente sobre la pro-
piedad del sexmo de Manzanares, de parte del cual
(el Real de Manzanares) fué finalmente despojada
Segovia, no en beneficio de Madrid, sino del famoso
marqués de Santillana, cuyo genio poético no le im-
pidió ser también notable político y hábil cortesano.
52. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Las Behetrías. La En-
comendación en Asturias, León y Castilla" (Anuario
de Historia del Derecho español. Tomo 1, 1924).
53. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Muchas páginas más so-
bre behetrías" (Anuario de Historia del Derecho es-
pañol. Tomo IV, 1927).
54. Tal es el
caso de las comunidades de Avila y Soria.
Aquélla se repobló con muchos nobles leoneses, crea-
dores de unas poderosas oligarquías familiares aris-
tocráticas que terminaron por ahogar la democracia
concejil y adueñarse de buena parte de su patrimo-
nio, convirtiendo a la vieja ciudad comunera en
Avila de los Caballeros, La de Soria se hizo aristo-
crática y linajuda y el concejo y el pueblo quedaron
eclipsados, y la democracia muy adulterada.
Segovia, aunque en ella había nobles, logró en
parte salvar las libertades y la autoridad de sus con-
cejos hasta tiempos muy recientes ..
55. Las
reyertas entre las villas cabeza de comunidad y
las aldeas, aprovechadas por señores y funcionarios en
beneficio propio, tuvieron parte importante en la
ruina de las comunidades de Aragón (32).
56. Este
documento, que se conserva en los archivos de
Segovia, lo reproduce Colmenares en su famosa his-
toria. Vicente de la Fuente cita otro análogo que se
conserva en Cuenca.
57. Vicente de
la Fuente se percató muy bien de su pro-
funda significación (32).
58. Pedro
Bosch-Gimpera: "La democracia española his-
tórica" ("España Nueva". Méjico, enero de
1947).
59. Anselmo
Carretero y Jiménez: "El espíritu civil en
la historia y en la epopeya españolas" ("Las Espa-
ñas". Méjico, agosto de 1950).
60. Anselmo
Carretero y Jiménez: "Felipe II y el alcalde
de Galapagar" ("Las Españas". Méjico, abril
de
1948).
61. Charles
Seignobos: "Hístoíre sincere de la nation fran-
caise" .
62. "Observemos
-dicen Soldevila y Bosch-Gimpera-
como un hecho muy interesante, que se repetirá a
10 largo de nuestra Historia, el intento, fracasado, de
formar un reino que comprendiese las tierras de lado
y lado del Pirineo. En este intento, como fracasan
los visigodos, fracasan los sarracenos, los francos y
los catalanes" (98).
63. Indicaremos
los de don Ramón Menéndez Pidal, fray
Luciano Serrano, fray Justo Pérez de Urbel, don
Claudio Sánchez-Albornoz y los colaboradores y dis-
cípulos de estos historiadores.
64. Antonio
Ferrer del Río: "Historia del levantamiento
de las Comunidades de Castilla",
65. Carta original
del cardenal Adriano de Utrecht al em-
perador Carlos V, fecha en Valladolid a último de
junio de 1520 (Se guarda en el archivo de Siman-
cas y la publicó Manuel Danvila en su "Historia crí-
tica y documentada de las Comunidades de Castilla").
66. Francisco Martínez Marina: "Teoría de las Cortes o
grandes juntas nacionales de los reinos de León y
Castilla."
67. A. J
Carlyle: "Polítical liberty".
68. La ganadería,
como actividad económica, debió de des-
empeñar un papel muy importante en la vida de las
viejas comunidades. Es muy posible que éstas fueran
fundamentalmente en su origen repúblicas de pasto-
res, aun cuando con el correr de los siglos algunas
de sus capitales se convirtieran en ciudades tan im-
portantes como Segovia, famosa en el siglo XVI por
la amplitud y calidad de su industria textil -hoy
extinguida- que, basada en la producción lanar de
los rebaños de su tierra, sustentaba a miles de opera-
rios; entonces "los paños de Segovia eran tenidos por
los mejores de Europa".
69. Los restos
toponímicos vascongados son muy abun-
dantes en los valles castellanos (burgaleses y rioja-
nos) de los ríos Oja, Tirón, Oca y Arlanzón (Ezca-
ray, Zaldierna, Urdanta, Galarde, Urquiza, Ezque-
rra ... ). Un documento de la época de Fernando III
concede a los habitantes del valle de Ojacastro fuero
que les permitía deponer en vascuence en las pesqui-
sas que hicieran sus merinos. "Esto nos hace com-
prender -dice Caro Baroja- por qué en el siglo
XIII Gonzalo de Berceo, que escribía en la Rioja en
castellano, considerándolo como lengua vulgar, "ro-
mán paladino", deslizara en sus obras alguna pala-
bra vasca típica. A muy poca distancia de donde es-
cribía el maestro, casi en su vecindad, se hablaba
vascuence" (70).
70. Julio Caro
Baroja: "Materiales para una historia de
la lengua vasca en su relación con la latina."
71. Ramón
Menéndez Pidal: "El idioma español en sus
primeros tiempos."
72. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Estampas de la vida en
León en e! siglo X."
El prólogo de este libro ("El habla del reino de
León en el siglo x") es de don Ramón Menéndez
Pida!.
73. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Observaciones a la His-
toria de Castilla de Pérez de Urbel" ("Cuadernos
de
Historia de España". Tomo XI. Buenos Aires, 1949).
74. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Fernán González".
7 5. Algunos investigadores (Sánchez-Albornoz y Ramos
Loscertales entre ellos) niegan autenticidad histórica
a la elección de los jueces. Pero aunque fuera pura
leyenda, su profundo arraigo en la tradición nacional
de Castilla siempre sería una indicación valiosísima
sobre el carácter originario de ésta. Así lo considera
el señor Ramos y Loscertales para quien "no siendo
ciertos históricamente los hechos", lo es "en cam-
bio lo que resiste a todo análisis: el vivo sentido
castellanísimo del que está penetrado el mito y que
es una realidad histórica" (76).
76. José María
Ramos y Loscertales: "Los jueces de Cas-
tilla" ("Cuadernos de Historia de España".
Tomo
X. Buenos Aires, 1948).
77. A la
conjunción de cántabros, vascones y godos en
una época el duro batallar contra los islamitas atri-
buye Sánchez-Albomoz el particularismo castellano.
A diferencia de otros historiadores, el señor Sánchez-
Albornoz concede gran importancia al Factor étnico
germánico en los orígenes de Castilla (18) (30).
78. Otros
historiadores de prestigio (73) se han forma-
do de Fernán González una imagen muy distinta de
la que traza el erudito benedictino. Pero, bien se
trate del héroe de la leyenda que nos describe la lite-
ratura épica, bien de un hombre astuto, ambicioso y
audaz, con sangre goda, magnificado por los poetas,
e! hecho es que la tradición castellana nos lo en al-
tece con unos caracteres que, más que su personali-
dad, ponen de manifiesto el espíritu de la primitiva
CastilIa.
79. En 1200 Guipúzcoa
reconoce como soberano suyo a
Alfonso VIII de Castilla; que no solamente no era
rey de León, sino que estaba considerado por éste
como crudelísimo enemigo. Alfonso VIII es muy co-
nocido en la historia por la batalla de la Navas de
Tolosa, cuya campaña él dirigió y a la que concu-
rieron también los reyes de Navarra y Aragón, pero
no el leonés -Alfonso IX, e! fundador de la Uni-
versidad de Salamanca- por la gran enemistad que
acabamos de señalar.
80. Ya Vicente de la
Fuente percibió con claridad las
semejanzas entre el Aragón comunero y el País vas-
congado: "Las comunidades de Calatayud, Daroca,
Teruel y Albarradn -escribe-, con sus fueros de
frontera y organización foral especial y privilegiada,
y su terreno montuoso, remedaban en Aragón a las
Provincias vascongadas". Y añade esta otra analogía
interesante: "La Tierra Baja, donde las Ordenes mi-
litares tenían, la de Calatrava la villa de Alcañiz, la
de San Juan a Caspe, la de San Jorge de Alfambra
no pocos territorios cercanos a Teruel, y los Tem-
plarios a Cantavieja, Tronchón, Fortanete y otros
varios pueblos de la serranía próxima a Morella, re-
medaba a los territorios de la Mancha y Extrema-
dura ... " (32).
81. La canción
por excelencia de la Castilla celtibérica
es la jota -en su modalidad "castellana", de la
cual
es ejemplo muy conocido la "jota del Guadarrama"-,
hasta el punto de que en tierras de Medinaceli he-
mos oído llamar jota -por antonomasia- a toda
canción popular. El pañuelo en la cabeza al modo
"baturro" ha sido también tocado popular en estas
tierra. Estos rasgos folklórÍcos casi han desaparecido
totalmente en los últimos años, en el proceso unífor-
rnador de costumbres que el rápido progreso de la
civilización moderna lleva consigo.
82. Vicente de
la Fuente: "Las Comunidades de Castilla
y Aragón bajo el punto de vista geográfico" (Bole-
tín de la Sociedad Geográfica de Madrid. Tomo VIII.
1880) .
83. Ramón
Menéndez Pidal: "La epopeya castellana a
través de la literatura española".
84. En los
documentos que se conocen, el nombre de
Castilla se encuentra por primera vez en el año 852,
en el acta de fundación del monasterio de San Mar-
tín de Ferrán. En la literatura histórica aparece en
el año 881 en una crónica escrita probablemente en
la Rioja, en el valle del Iregua (30).
85. Véase el
mapa de los pueblos de la España primitiva
de Bosch-Gimpera (9.).
86. Citaremos
como más notables: la preciosa de San
Miguel de Escalada (León) y las de San Cebrián de
Mazote (Valladolid), San Miguel de Celanova (Oren-
se) y Santa María de Lebeña (La Líébana, Santan-
der ) .
Górnez Moreno considera esta arquitectura mozára-
be como propia del reino de León (87). En Castilla
no encontramos más iglesias mozárabes que San Bau-
dilio de Berlanga (Soria ) y San Millán de Suso (la
Rioja).
87. Manuel Gómez Moreno: "Iglesias mozárabes".
88. "La Liébana, que una importante cadena montañosa
aísla del resto de la tierra (la Montaña de Santan-
der ), encuentra su salida natural hacia los altos va-
lles del Pisuerga, Carrión y Esla, hacia León, por
tanto; la salida del resto de la región es hacia donde
fué su expansión territorial, hacia Burgos. Así, en el
momento de la independencia de Castilla, la Liéba-
na seguirá fiel al reino leonés. Al pensar en las cau-
sas de este hecho, con ser poderosa la natural apun-
tada, surge el recuerdo de aquel foco de cultura le-
baniego, personificado en el Beato y Eterio, que for-
zosamente alimentaría estrechas relaciones cortesanas.
La Liébana formará parte de la diócesis eclesiástica
de .León; en los documentos lebaniegos se invocará
la Lex Gótica, mientras en el resto de la Montaña
el castellanismo ius y el forum terrae, y aun hoy
dialectalmente la Liébana forma parte de aquel reino.
Este divorcio de ambas partes de la Montaña quedó
consagrado en el reparto del reino que hizo Fer-
nando 1 entre sus hijos: la Liébana obedecerá a Al-
fonso VI (de León), el resto de la Montaña a
Sancho II (de Castilla)".
(Fernando G. Camino y Aguirre: "Quince siglos
de historia montañesa").
89. Son castellanos algunos pueblos del noreste de la
provincia de Palencia, como Aguilar de Campóo y
Brañosera (la patria de Nuño Rasura), que pertene-
cen a la diócesis de Burgos,
Una parte del oriente de la provincia de Valla-
dolid, en los partidos judiciales de Peñafiel y Olme-
do, fué castellana. Hay en ella pueblos que pertene-
cieron a la Comunidad de Roa o a la de Cuéllar o
que tuvieron concejo independiente y que todavía
pertenecen a las diócesis de Segovia o Avila.
90. En el tomo
"España" de la Enciclopedia Espasa viene
un estudio resumido de! idioma leonés; probablemen-
te hecho -o por lo menos revisado- por don Ra-
món Menéndez Pidal, colaborador en la obra.
91. El primer
canto conocido referente al Cid, el Carmen
Campidoctoris, no es de origen castellano, sino ca-
talán; y el primer texto histórico cidiano, la Historia
Roderici, tampoco proviene de la antigua Castilla,
sino de las fronteras de Zaragoza y Lérida (24).
En el lenguaje de Segovia del siglo XIII encontra-
mos palabras y formas lingüísticas catalanas, como
pelaire, el Alpedret, Ambit y e! uso de la partícula
locativa hi o y.
Antes de que en Cataluña se escribiera en caste-
llano cabe registrar las aportaciones de escritores de
habla castellana a la literatura catalana (98). El gran
juglar burgalés del siglo XIV Alfonso Alvarez de
Villasandino escribió a veces en catalán; y en cata-
lán -110 recordamos donde hemos leído esto- se di.
rigía afectuosamente a sus guerrilleros catalanes Juan
Martín Díaz, el Empecinado, el patriota liberal de
Castrillo de Duero, pueblo de la Comunidad de la
Villa y Tierra de Roa, provincia entonces de Bur-
gos y diócesis de Segovia.
92. Julio
Cejador: "Estudios dialectales" (La Lectura".
Año 10. Tomo III).
93. En la
Historia de los reyes de Castilla y de León
de fray Prudencio de Sandoval, al reseñar la muerte
del infante don Sancho, hijo de Alfonso VI, se repro-
ducen las palabras de dolor que, "en la lengua que
se usaba", decía el rey llorando la muerte de su
único hijo: "Ay meu HIlo (repitiéndolo muchas ve-
ces ), ay meu Iillo,
alegría de mi corazón, l ume dos
meus ollos, solaz de miña vellez; ay meu espello, en
que yo me soya ver, con que tomaba moy gran pra-
cero Ay meu heredero mayor. Caballeros hu me lo
lexastes; dadme meu fillo condes". Y repetía:
"Dad-
me meu fillo condes".
94. Ramón Menéndez Pidal: "Cuestiones de método his-
tórico (La crítica cidiana y la. historia medieval)".
95. Julio Puyol y Alonso: "El abadengo de
Sahagún".
96. En la versión leonesa de la batalla entre castellanos
y leoneses dada en Golpejera -en tierras de! con-
dado leonés de Carrión, regido por los famosos Beni-
Gómez-, Lucas de Tuy atribuye al Cid las siguien-
tes palabras dirigidas a Sancho II, el rey de Casti-
lla: "He aquí los gallegos con tu hermano el rey
Alfonso, que después de la victoria duermen tranqui-
los en nuestras mismas tiendas; caigamos sobre ellos
al amanecer, Y los venceremos" (24) (97).
97. Ramón Menéndez Pidal: "El Cid Campeador".
98. F. Soldevilla y P. Bosch-Girnpera: "Hish'>ria de
Ca-
talunya" .
99. "Memorial histórico español". Tomo 1 (XX). Ma-
drid, 1851.
100. "Memorial histórico español". Tomo II (CCIV).
Ma-
drid.
101. Ramón Menéndez Pidal: "El lenguaje del siglo
XVI".
102. Miguel de Unamuno: "Por tierras de España y Por-
tugal" .
103. Julio Caro Baroja: "Los pueblos de España".
104. En el examen panorámico que acabamos de hacer de
las distintas nacionalidades españolas hemos dedi-
cado mayor espacio a las de León y Castilla que a
otras de señalada personalidad ampliamente conocida.
Nos han movido a ello varias razones de las que ya
se habrá percatado el lector: León y Castilla desem-
peñan, con signo diverso, papeles relevantes en la
historia de España; ambas pueden tomarse como ex-
presión de procesos nacionales característicos, distin-
tos y en muchos aspectos antagónicos; a pesar de
lo cual son ignorados por el común de los españo-
les; hasta el punto de que para la inmensa mayoría
de éstos ambos pueblos son y han sido, en esencia,
uno solo. Confusionismo éste fomentado intencional-
mente en muchos casos y que, por considerarlo fun-
damental para la comprensión del problema nacional
de España, nos hemos esforzado en desvanecer.
105. Hans Heinrich Schaeder: "La expansión y los esta-
dos del Islam desde el siglo VII hasta el siglo XV"
(Tomo III de la "Historia Universal" dirigida por
W al ter Goetz). .
106. Rafael Altamira: "Los elementos del carácter y de
la civilización españoles".
107. "Nuestra patria" llaman los antiguos escritores
sego-
vianos a su Ciudad y Tierra; y "extranjeros" son
llamados en viejos documentos de la Comunidad los
no ciudadanos de ella.
108. Pedro Bosch-Gimpera: "España, un mundo en forma-
ción ("Mundo Libre". Números 19-21. Méjico,
1943) .
109. "Oliveira Martins no me parece, como a Menéndez
y Pelayo, el historiador más artístico que dió en el
pasado siglo la Península Ibérica, sino el único his-
riador de ella que merece tal nombre... Este hom-
bre es una de mis debilidades" (Miguel de Una-
rnuno: "Por .ierras de España y Portugal").
110. Se alude aquí a unas reuniones de estudio que en
1945 organizó la Agrupación de Universitarios Espa-
ñoles en Méjico, en las cuales tomamos parte. Se
llegó, después de discusiones, a una definición de
España que no recordamos completa pero que comen-
zaba así: "España es una comunidad de pueblos ...
".
Intervinieron en ellas, entre otros compatriotas, nues-
tro viejo amigo y compañero Antonio María Sbert
y don Mariano Granados.
111. De un discurso de don Luis Nicolau D'Olwer pro-
nunciado en Barcelona en noviembre de 1938. Copia-
mos el párrafo del ensayo del señor Bosch-Gimpera
antes citado (108).
112. Miguel de Unamuno: "Recuerdos de niñez y mo-
cedad" .
113. Nuevo Reino de León llamaron los españoles al ac-
tual Estado de Nuevo León de la República federal
mejicana. Fueron sus primeros exploradores fray Die-
go de León y el capitán Diego de Montemayor, quie-
nes fundaron una misión donde habría de levantarse
después la ciudad de Monterrey. Montemayor dió a
la misión el nombre de Nueva Extramadura, que se
cambió por el de Monterrey en honor del conde de
este título, virrey a la sazón de la Nueva España,
quien ordenó que aquellas tierras se llamaran Nuevo
Reino de León, ya en memoria del citado fray Diego,
ya en honor de la región española de este nombre.
Nueva Galicia fué el nombre de una de las pro-
vincias de la Nueva España que comprendía los ac-
tuales Estados mejicanos de Jalisco y Aguas Calien-
tes y partes de los de Zacatecas, Durango y San Luis
Potosí.
Nueva Vizcaya fué el nombre que los españoles
dieron a la parte de Méjico que en la actualidad ocu-
pan los Estados de Chihuahua y Durango y parte
del de Coahuila.
Nueva Extrernadura llamó a Chile el conquistador
Pedro de Valdivia, en recuerdo de su patria. For-
maba parte del Gobierno de Nueva Toledo, al sur
del Perú.
Nueva Andalucía fué el nombre que llevó al co-
mienzo de la colonización española una parte de Ve-
nezuela. También se llamó Nueva Andalucía a una
parte de Centroamérica.
Nueva Castilla fué el nombre con que se confió
a Pizarro el Gobierno del Perú. Nueva Castilla lla-
mó también Miguel López de Legazpi a la Isla de
Luzón.
El mapa de Iberoamérica está sembrado de nom-
bres de ciudades y comarcas españolas dados por los
exploradores, conquistadores y colonizadores en ho-
nor de sus tierras natales.
114. Como
ejemplo, copiamos a continuación algunas fra-
ses, sacadas de entre otras muchas análogas, de la
"Historia verdadera de la conquista de la Nueva Es-
paña", de Bernal Díaz del Castillo:
"dijeron que ocho jornadas de alli había muchos
hombres con barbas y mujeres de Castilla";
"y eran hasta cuarenta hombres, cuatro mujeres de
Castilla y dos mulatas";
"el factor procuró por todas vías enviar oro a Cas-
tilla a su Majestad";
"y llevó otros cien soldados de los nuevamente ve-
nidos de Castilla";
"Cómo entre tanto que Cortés estaba en Castilla
vino la Real Audiencia a México";
"y mandó dar pregones que cualesquier personas que
quisieran ir a CastilJa les dará pasaje y comida de
balde";
"otro capitán que fué por la parte de Oaxaca, que
se decía Figueroa, natural de Cáceres, que también
dijeron que había sido muy esforzado capitán en
Castilla' ;
"y de aquel viaje que volvió, entre Castilla y las
islas de Canaria dió con tres o cuatro navíos";
"y quiso Nuestro Señor Dios darle tal viaje, que en
cuarenta y dos días llegó a Castilla, sin parar en la
Habana ni en isla ninguna, y fué a desembarcar cerca
de la villa de Palos".
115. La
leonesización de Fernando 1 ha sido estudiada
por don Ramón Menéndez Pidal. A tal grado in-
fluye sobre este rey de Castilla -hijo de navarro y
castellana- el prestigio imperial de León que dis-
pone su enterramiento en el panteón de los reyes
leoneses y hace trasladar allí los restos de su padre,
Sancho el Mayor, desde el monasterio de Oña, se-
pultura de los condes castellanos.
En esta époea traspasa la frontera leonesa del Pi-
suerga el patrocinio militar de Santiago, y comienza
a extenderse a Castilla, para abarcar más tarde a
toda España. Con anterioridad los castellanos habían
tenido como patrono únicamente al riojano San Mi-
Ilán de la Cogolla.
116. Recordemos,
entre los más conocidos, que: Cortés,
los Pizarro, Pedro de Valdivia, Vasco Núñez de Bal-
boa, Hernando de Soto, Francisco de Orellana, eran
extremeños; el Gran Capitán por antonomasia, los
hermanos Pinzón, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Pe-
dro de Alvarado, Antón de Alaminos, Gonzalo Ji-
ménez de Quesada, Pedro de Mendoza, andaluces;
Juan Ponce de León, Diego de Ordás, Francisco Váz-
quez de Coronado, leoneses; Almagre, manchego ...
117. En las
historias de Cataluña, por ejemplo, se suele
hablar de las tropas, las instituciones y los funcio-
narios "castellanos", refiriéndose a todos los
espa-
ñoles no catalanes,
118. Los estudios
de Menéndez Pidal, fray Luciano Serrano,
fray Justo Pérez de Urbel, Sánchez-Albornoz y otros
investigadores contemporáneos han de contribuir, en
cambio, al conocimiento de su verdadera personali-
dad.
119. Leonesa es
la "Castilla" de Gabriel y Galán, y leo-
nesa y manchega la de Azorín. A este último no se
le escapa el contraste entre las "pardas llanuras"
de
su Castilla literaria y la realidad del paisaje castella-
no, cuando dice: "A Castilla, nuestra Castilla, la ha
hecho la literatura. La Castilla literaria es distinta
-acaso mucho más lata- que la expresión geográ-
fica de Castilla". y en efecto" estas llanuras
-"pardillas" y manchegas- las ha hecho castella-
nas la literatura; la literatura moderna, que la de la
vieja Castilla -la de Berceo, el Arcipreste y el mar-
qués de Santillana- nos habla de prados y arroyos,
de montes y sierras. Esta primitiva literatura, ver-
daderamente castellana y no sólo por la lengua en
que está escrita, no canta nunca la "inmensa
llanura";
cultiva, en cambio, un género muy acorde con el pai-
saje de la Castilla celtibérica: las serranillas o cántí-
cas de serranas. Celtibérico es también el paisaje de
la Castilla de Antonio Machado, la de las sierras azu-
les y los pinares.
La visión leonesa de Castilla es muy corriente en-
tre los asturianos y gallegos, que cuando viajan de
sus regiones a Madrid, al atravesar las provincias de
León, Palencía y Valladolid por la llanura de Carn-
pos, creen pasar por "Castilla la Vieja", cuando
en
puridad lo hacen después, precisamente al salir de
esa llanura y entrar en la provincia de Segovia por
los pinares de Coca para cruzar en seguida el ma-
cizo montañoso de Guadarrama.
• Azorín: "El paisaje de España visto por los
españoles".
120. Quienes así
hablan olvidan no sólo esto, sino tamo
bién la espléndida tradición de la marina castellana
y de las "Cuatro Villas de la Mar" (Santander,
Cas-
tro Urdiales, Laredo y San Vicente de la Barquera} ;
y la famosa "Hermandat de las Villas de la Marina
de Castilla con Vitoria", formada en el siglo XIII
por Santander, Laredo, Castro, Vitoria, Bermeo, Gue-
taria, San Sebastián y Fuenterrabia, cuyas armas eran
un castillo sobre ondas. Verdadera "hansa" vasco-
castellana, que legislaba para sí, establecía tribunales
de justicia, negociaba con las potencias extranjeras e
incluso hacía la guerra y concertaba la paz, En la
toma de Sevilla se consagró definitivamente la mari-
na castellana o burgalesa -no olvidemos que la ac-
tual provincia de Santander, antigua Montaña de
Burgos o Montañas de Castilla, ha sido burgalesa
hasta el siglo pasado-o al crear los Reyes Católicos
el Consulado de Burgos quedaron dentro de su juris-
dicción los puertos del litoral vasco-castellano, hasta
que posteriormente se estableció el Consulado de Bil-
bao. En la ciudad de Burgos se conserva, con el an-
cla simbólica en la fachada, el edificio de su antiguo
Consulado del Mar.
Otras son, en realidad, las regiones de España que
no ven el mar: León, Extremadura, La Mancha, Na-
varra y Aragón.
121. El color morado parece que se lo dió Felipe IV a una
guardia real que se creó en su reinado (Tercio de
los morados) lo adoptó, pues, pasados siglos de que
Castilla dejara de existir como Estado independiente,
la casa real española, que lo ha usado hasta su de-
rrocamiento, y tiene de castellano tanto como de ca-
talán o andaluz.
Ya entrado el siglo XIX se divulgó bastante la
creencia en la tradición del "pendón morado de Cas-
tilla", y como tal y por considerado históricamente
ligado a la democracia castellana fué adoptado este
color por la Milicia Nacional y por la sociedad se-
creta de "Los Comuneros" -no poco grotesca y muy
ignorante de lo que fueron las comunidades castella-
nas-. A pesar de que serios trabajos de eruditos de-
mostraron lo infundado de tal tradición, es un hecho
que se ha extendido ampliamente, siendo hoy para
muchos firme creencia.
Así como el color de la ciudad de Burgos ha sido
siempre el rojo de Castilla y rojas son -o por lo
menos lo eran hasta 1936- las cintas con que los
dulzaineros y tamborileros del ayuntamiento adornan
sus negros sombreros en las ceremonias y fiestas lo-
cales; el color tradicional de la Ciudad y Tierra de
Segovia es el azul celeste, del fondo de su escudo,
que junto con los colores reales (rojo de CastilIa y
blanco de León) se encuentra ya en los hilos de seda
de que cuelga el sello de su concejo en documentos
del siglo XIV. Azul celeste es la bandera segoviana,
azules eran los tambores de la Ciudad y azules las
medias del traje típico de los segovianos. A fines del
siglo pasado o principios del que corre, un alcalde,
con dos títulos universitarios y más autosuficiencia
que saber, decidió, por las buenas, que los vivos azu-
les tradicionales de la gente uniformada del ayunta-
miento de Segovia "estaban mal" y ordenó que se
cambiaran por otros morados, "por ser éste el color
de Castilla"; y así quedaron desde entonces. Es una
anécdota trivial, oída a un viejo segoviano, pero que
nos parece oportuno anotar en este punto.
El escudo de Castilla es un castilIo de oro sobre
gules. Por un capricho de la historia el color de Cas-
tilla -como el de Navarra -es el rojo; y por tan
poderosa razón el morado, que distingue la bandera
republicana de la monárquica, tiene un origen real.
Si queremos Jar una significación -cosa por lo de-
más innecesaria- a ese color de nuestra bandera,
puede bien representar la unión de los pueblos his-
pánicos; centralista y tiránico hoy, respetuosa de la
personalidad de todos ellos y democrática en el ma-
ñana que fervorosamente soñamos. La bandera tri-
color de España tiene, al parecer, su origen en el
propósito de los republicanos federales de reunir en
la enseña nacional todos los colores de los antiguos
Estados peninsulares. En tal caso debió haber sido
blanca, roja y amarilla (blanco era el color de León,
rojo el de Castilla y el de Navarra, rojo y oro los
de Aragón). Afortunadamente para la vistosidad de
nuestra enseña, los autores de la idea siguieron una
falsa tradición.
122. Miguel de Unamuno: "En torno al casticismo (La
casta histórica de Castilla)".
123. No debemos olvidar que Unamuno forma su entra-
ñable visión de "Castilla" en la tierra leonesa de
Salamanca.
124. José Ortega y Gasset: "España invertebrada".
125. Véanse los trabajos de nuestros amigos y compañe-
ros de exilio Mariano Granados, soriano, y Jesús
Ruiz del Río, riojano, titulados respectivamente: "Es-
paña y las Españas" (Méjico, 1950) Y "La Rioja
en el reinado de Alfonso VI" (Méjico, 1950).
126. J. B.
Trend: "The civilization of Spain".
127. El Fuero de Daroca manda que si el señor hace daño
a cualquier vecino de la villa, el concejo ayude a
éste contra el señor. ¡Véase por este rasgo -excla-
ma de la Fuente (32)- cuán. lejos estaban las seño-
rías de honor de ser ni parecer feudos ni sombra de
éstos!
128. Pedro Bosch-Gimpera: "La lección del pasado"
("Las
Españas". Méjico, abril de 1948).
129. La enorme
influencia espiritual de la tradición en el
desarrollo de las sociedades humanas fué ya señala-
do por el propio fundador de la doctrina materia-
lista de la historia -que sostiene la preponderancia
decisiva de los factores económicos-, de quien es
el siguiente párrafo: "Los hombres hacen su propia
historia; pero no según su propio acuerdo y bajo las
condiciones por ellos mismos elegidas, sino según
aquéllas que les han sido dadas y transmitidas. La
tradición de las generaciones muertas pesa como una
montaña sobre el cerebro de los vivos" (130).
Toca al político, y más si es revolucionario y crea-
dor, reconocer la fuerza de la tradición, combatirla
en cuanto resulte nociva, orientada y utilizarla en
lo posible como factor de progreso cuando sea apro-
vechable como tal.
La ceguera o torpeza de nuestros políticos de iz-
quierda al no ver o despreciar las posibilidades de
nuestra tradición como fuerza de progreso, la apunta
ya acertadamente un hombre de temperamento tan
conservador como don Ramón Menéndez Pídal cuan-
do, bajo el epígrafe de "Las dos Españas"
-"As
duas Espanhas" del portugués Fidelino de Figueire-
do-, dice: "A pesar de Costa, Ganivet o Unamuno,
las izquierdas siempre se mostraron muy poco incli-
nadas a estudiar y afirmar en las tradiciones histó-
ricas aspectos coincidentes con la propia ideología ...
Tal pesimismo histórico constituía una manifiesta in-
ferioridad de las izquierdas en el antagonismo de las
dos Españas. Con extremismo partidista abandonan
íntegra. a los contrarios la fuerza de! la tradición ...
"
(2) .
130. Carlos Marx:
"El Dieciocho de Brurnario",
131. Ramón
Menéndez Pidal: "Historia de España". In-
troducción al Tomo Il.
132. Algunos de
los ciudadanos de la Comunidad de Se-
govia que Isabel la Católica había declarado vas a-
llos de los marqueses de Moya, queriendo volver a
a la jurisdicción concecjil, se agruparon años después
y pidieron licencia al Concejo de Segovia para hacer
una nueva población. Concedióla el concejo, que
nombró como primer alcalde a un Juan el Sevilla-
no -natural de Sevilla- por quien el nuevo pue-
blo -hoy de la provincia de Madrid- se llamó
Sevilla la Nueva (45).