El Espíritu Santo en los últimos tiempos
Paul
Evdokimov
La
femme et la salut du monde. Chap. V
Desclée
de Brouwer 1978
Según la interpretación de los padres del VIIº Concilio
ecuménico, la palabra evangélica sobre el pecado mortal se refiere al Espíritu
Santo, es la resistencia consciente a la acción santificante del Espíritu
Santo, resistencia que reduce la sabiduría de Dios al absurdo. La importancia
de esta acción explica la corriente mística ligada al “evangelio eterno” de
Joachim de Flore. Más tarde, Fr. Baader, J. Boehme e incluso George Sand preconizan los tres testamentos, las tres épocas
históricas. Sin embargo, hay que decir que la historia de la Iglesia cristiana
es ya la época última, escatología, y podríamos hablar a lo sumo de la acción
particular del Espíritu Santo durante este período (HECHOS 2, 17-21). El
"Veni Creator Spiritus" se convierte en la oración de la epíclesis escatológica:
a través de la historia, el Espíritu Santo actúa y prepara el del Reino de
Dios. Pero aquí, una vez más, tenemos que ser muy cuidadoso y evitar cualquier simplificación.
Vivimos en un tiempo de terrible confusión, ya no es la atmósfera cristalina, transparente,
del Evangelio; es el tiempo de los falsos profetas, de los falsos verbos, de
los valores falsificados, de las situaciones invertidas.
¿Cuál es la actitud cristiana hacia los valores de la
historia?
El escepticismo ascético se inspira en la palabra: No améis el mundo, ni lo que hay en el mundo
(1 Juan 2:15) y considerar, que tarde o temprano, todo lo que es cultura está
destinado a perecer en las llamas. Históricamente, la cultura griega ha sido
utilizada para la predicación del cristianismo; tal vez su papel ya ha terminado.
Así, la procreación da paso a la virginidad de la llegada del Mesías. El hecho
es que la cultura no es un elemento orgánico de la espiritualidad cristiana.
Hay incluso un cierto utilitarismo teocrático: la cultura es ampliamente
utilizada con el propósito de apologética, para atraer almas. Sin embargo,
cuando la cultura comienza a sentir que sólo es tolerada, que es un cuerpo
extraño que se utiliza según las necesidades, desaparece y rápidamente se
vuelve autónoma, secularizada, atea. Pero al mismo tiempo una dificultad inherente
a su propia dialéctica se hace ver. La fuente de la cultura es greco-romana. Su
principio es el de la forma perfecta en lo finito. Si el cristianismo, en un
principio, derrotó a la cultura, ahora la cultura a su vez lo penetró
profundamente, pero aún quedan elementos irreducibles. La cultura se opone a la
escatología, al apocalipsis, tanto como el clasicismo o el romanticismo. La
cultura se opone al fin. Su
pretensión secreta es permanecer en la historia. Sin embargo, no se
puede justificar la actividad histórica
del hombre más que encontrando su significación con relación al. La figura de este mundo pasa (1 COR. 7,
31), debe entenderse aquí como una advertencia para no crear ídolos, para no
caer en la gran ilusión de paraísos terrestres ni siquiera en la utopía de la
Iglesia identificada con el Reino de Dios. La figura de la Iglesia visible pasa
como la figura del mundo 11. Por otro lado, el
hiperescatologismo que salta sobre la historia al fin del mundo y se une a la negación ascética
priva a la historia de todo valor, empobrece a la Encarnación, desencarna la
historia. La actitud cristiana no es una negación escatológica o ascética. Ella
es una afirmación escatológica. La
cultura no tiene desarrollo infinito. No es un fin en sí mismo. Objetivizada,
se convierte en un sistema de restricciones. Es cierto, ella es la esfera donde
el hombre expresa su verdad, pero esta verdad va más allá del presente
temporal, la forma de este mundo, y es por eso que la cultura, en su mejor
punto culminante, se supera a sí misma y se convierte esencialmente en un
símbolo, un signo. Tarde o temprano, el pensamiento, la conciencia moral, el
arte, lo social se detienen en su propio límite y luego se impone la elección:
instalarse en el infinito vicioso o exceder su propia limitación y, en la transparencia
de sus aguas claras, reflejar lo invisible. El Reino de Dios no es accesible más
que a través del caos de
este mundo. No es un trasplante extraño, sino la revelación de la profundidad oculta de este mundo.
Los jinetes de APOCALIPSIS recorren la tierra. El caballero
blanco, el vencedor, Cristo, se rodea de extraño compañeros; caballeros que
figuran la guerra, el hambre, la muerte. ¿La cristiandad no está herida por un
sueño pesado, trágico en el momento en que el mundo se deshace, se descompone? El
mundo vive en las Herejías cristianas a causa de los cristianos que saben mostrar la presencia triunfante de la Vida; el
Cristo apocalíptico, diferente del Cristo histórico, atraviesa los espacios del
mundo, y aporta la crisis última, el
juicio, bajo una luz paradójica, inesperado, como el juicio sobre Job y sus
amigos. Los puentes se derrumbando. Los
lazos se rompen. Hay un hecho más aterrador como la primera torre de Babel: ya
no es más la confusión de idiomas es la incapacidad de oír hablar el mismo
lenguaje es la confusión de los espíritus. El mundo se está repliega en sí
mismo y tal vez ya no oirá más la voz de
Cristo; la cristiandad se repliega en sí misma y ya no tiene ninguna empresa en
la historia.
11
Se puede citar la palabre de Loisy . “se esperaba el reino de Dios y es la
Iglesia la que ha venido” L’evangile et
l’Eglise 1902 p. 111