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jueves, noviembre 30, 2023

EL TERRITORIO

                                       EL TERRITORIO


Una vez tocado el tema de la lengua castellana, que ayuda poco o nada para ponderar lo que es hoy día Castilla, si acaso para que algunos se queden muy contentos dictaminando que no hay que hablar de lengua española sino de lengua castellana, se suele acudir al tema territorial para intentar captar de manera harto hipotética lo que se pudo denominar Castilla hace siglos, no desde luego la confusa y nebulosa noción hoy imperante de lo que es Castilla, tanto más confusa cuanto se intenta comparar con otras regiones.

Para no divagar excesivamente y limitarse a unas modestas pinceladas se expondrán algunas opiniones. Así nos dice Luis Carretero Nieva:  

El reino de Castilla no era una unidad, era una federación de unidades, sin igualdad de organización, sino con una riquísima floración de variedad de instituciones. 

Luis CARRETERO (“Segovia Republicana", 6 agosto 1931.)

Habla del pasado y supone un más que mediano conocimiento de ese pasado que hace prácticamente incomprensibles hoy día sus palabras. Palabras que encierran una especie de propuesta-deseo de recuperar de alguna manera ese pasado, y toda su obra es un intento de aclarar en qué medida se ha conservado de ese pasado cómo se podría mejorar en un futuro. Una visión progresista, optimista y con happy end, aunque en el fondo no deja de advertirse una nostalgia por un estado de cosas que ya no volverá.

 Toda la organización política y administrativa actual de corte liberal deriva de la revolución francesa y tiene sin duda entre sus objetivos liquidar todo el viejo orden al que hace referencia don Luis; lo que ha subsistido son restos moribundos que la despoblación se está encargando de liquidar definitivamente. Quizá sea sucedida por una organización social islámica de fundamento coránico, en cualquier caso hacemos lo posible porque así suceda.

La organización territorial derivada de la revolución francesa obedece a tres razones:

La primera revela, por supuesto, la pasión de la igualdad. No el entusiasmo para esta igualdad “varonil” que describirá Alexis de Tocqueville, que empuja a al hombre a intentar igualar a los que le son superiores, sino esta pasión que mencionan también al pensador normando, que nombraríamos igualitarismo, la que promueve a rebajarlo todo al más pequeño común denominador.

Le libre noir de la Révolution Française Sous la direction de Renaud Escande Les Éditions du Cerf, Paris, 2008
Cap XVI EL REPARTO REVOLUCIONARIO DEL TERRITORIO, ENTRE UTOPÍA Y TECNOCRACIA ,CHRISTOPHE BOUTIN,  Profesor de Derecho público, Universidad de Caen. Pp. 323-333. 

En palabras sencillas se trató de eliminar todas las variedades de instituciones que nos cuenta don Luis por la única institución: el estado central. La división provincial de Javier de Burgos estaba directamente inspirada en los departamentos franceses, con lo que reinos, principados, ducados históricos y demás tramoya desaparecieron. En este contexto las consideraciones acerca de las porciones castellanas de Palencia, Valladolid o Cuenca suenan a delirio provocado por sustancia psicotrópica.  

Segunda la voluntad de organizar mejor los cuadros de la sociedad. La razón, que permite al hombre comprender el bien público, debe dictarle también las formas de su organización social. Pero supone entonces un análisis exterior de los problemas, hecha por algunos cerebros superiores en sus gabinetes, descartando los datos de la historia. Este razonamiento es necesariamente simple, en una aproximación a la vez científica y utilitarista que se combina muy bien con la pasión igualitaria y la negación de las diferencias que se deriva. Para nuestros modernos de entonces, toda organización dispar, enredada, de forma irregular, no podría razonablemente prevalecer sobre la belleza de un idéntico esquema extendido al conjunto del territorio.

Los revolucionarios franceses pusieron en marcha la tecnocracia imparable, no menos que los liberales españoles, así Javier de Burgos acudió al ingeniero José Agustín de Larramendi para su división provincial, sin duda experto en regla, cartabón y compás, puesto que entonces aún no existía el flexómetro ni el portátil. Esto nos trae a la memoria como se diseñaron las actuales autonomías españolas, sobre todo Castilla y León y Castilla-La Mancha, aunque las autonomías no siguen el mismo esquema de los departamentos franceses, pero tampoco son en absoluto una recuperación de los viejos reinos históricos 

Una tercera razón para la imperiosa necesidad de la redefinición territorial, el cambio de perspectiva que ofrecen el nuevo método de expresión de la voluntad general y la existencia de un órgano legislativo elegido. Este método de elaboración de la ley es en efecto la justificación esencial presentada la asamblea revolucionario para la renovación territorial. Se conocen los términos del debate en torno a la imposibilidad de poner en marcha una democracia directa que supondría la reunión de los ciudadanos – incluso aun cuando se tratara solo de los ciudadanos activos - en un mismo lugar. Será necesario pues representantes, que pueden ser titulares de un mandato imperativo, así pues perpetuamente revocables por sus comitentes, o de un mandato representativo, y libres entonces de actuar como les parezca para despejar la voluntad general. Eligiendo constituirse en Asamblea nacional, los elegidos de los Estados generales, procediendo del mandato que se les había confiado y que sólo consistía presentar los cuadernos de quejas de su orden y su distrito electoral, se comprometen, al término de debates agitados, en la única vía posible: liberarse de la idea de todo mandato imperativo y considerar que una vez reunidos representan la nación.

¿Las consecuencias serían nefastas para las libertades? No, ya que la Revolución, haciendo desaparecer el despotismo, habrá vuelto inútiles los contrapoderes de las libertades locales. Curiosamente nadie parece entonces desconfiarse del peligro que harían correr a las libertades individuales una asamblea o administración central. 

Al combatir las pequeñas patrias, la Revolución ha impedido quizá el estallido de la nación; pero, más seguramente aún, ha contribuido a hacer de los franceses menos que sujetos, simples administrados.

Aquí aparece la madre del cordero de la organización territorial salida de la revolución francesa: representantes libres de toda responsabilidad con sus representados, fin del mandato imperativo, principio de la moderna partitocracia, réquiem de las libertades individuales y de los cuerpos intermedios. Con el tiempo el monstruo fue creciendo, ya daba lo mismo crear regiones o resucitar reinos, no se trataba en absoluto de restaurar libertades sino instaurar partitocracias sin límites a imagen y semejanza de los estados liberales centralistas. Claro que en una España salida de una autocracia de espadón la cosa podía dar el pego y considerarse un avance gigantesco de libertad política, y así se vendió en efecto. La aplicación de los principios de la revolución francesa, al revés que en Francia, no parece que vaya a impedir el estallido de la nación. En esta situación hablar de pacto constitucional o de federalismo como solución buenista suena surrealista.

 Entre escritores que podemos denominar castellanistas se han advertido algunos –no todos- de los efectos del liberalismo salido de la revolución francesa

Es frecuente tropezar con la idea errónea de que al decretarse la división actual en provincias, en 1833, se estableció también una división regional en la que se atribuían al reino de León las tres provincias de León, Zamora y Salamanca. Todo lo contrario: lo que entonces la división de Javier de Burgos hizo -y tal era su principal propósi­to- fue acabar con toda división regional histórica para instaurar un régimen unitario y centralista inspirado en el modelo de los departamentos franceses.

(Anselmo Carretero Jiménez. Castilla, orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Cap XIX. Ed. Porrua, México 1996. Pp 841 y ss..)

 

Los desmembradores de nuestros días no se percatan de que Castilla - la Corona de Castilla - abarca en 1833 treinta y seis provincias de las de ahora.  En dicho año el liberal Javier de Burgos, más que con una pluma, con un bisturí, en la mano, trucidó los viejos reinos, y el centralismo barrió como un ventarrón los órganos y la autonomía de los mismos para convertirlos en departamentos provinciales.  Borró hasta el nombre de las regiones, que se refugió simplemente en el papel escrito y éste a su vez en las escuelas se hizo tradición oral.  Así todos hemos recitado estas agradables cantinelas: "Castilla la Vieja, tiene seis provincias: Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila.  León tiene cinco provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia".

El resultado fue la agonía y muerte de las regiones.  Como dijo con gracia Moneva Puyol, resultaron al cortarse la piel de España, cincuenta gatas muertas (las provincias), pero no un león vivo.

Segovia tenía razón, José María Codón

«Diario de Burgos», 4 Agosto 1981

No está nada clara la postura de acudir a la extensión territorial como pauta para aclarar lo que fue Castilla; si la clave son las libertades el examen de la historia de los territorios castellanos puede deparar sorpresas morrocotudas, frecuentemente las libertades duraron menos que un pastel a la puerta de un colegio, monarcas y señoritos jugaban con los cuerpos intermedios y sus libertades como tahúres de taberna de borrachuzos. Las libertadas eran mucho más efímeras de lo que se presenta a veces; ¡que retórica grandilocuente, aunque tal vez bienintencionada, la de don Claudio! : Castilla una isla de libertad en un mar de feudalismo rígido. Supongo que don Claudio conocía bien la historia de Ávila, tal vez practicó una especie de amnesia voluntaria. Ya se sabe: como a nuestro parescer cualquiera tiempo pasado fue mejor.

Referencias

https://cofreculturalcastellano.blogspot.com/2010/08/el-repato-revolucionario-del.html

https://breviariocastellano.blogspot.com/search/label/Jos%C3%A9%20Mar%C3%ADa%20Cod%C3%B3n

https://www.blogger.com/blog/post/edit/14656270/116341208974601787

 

 

 


lunes, febrero 09, 2009

Territorio de Castilla (Ansemo Carretero y Jiménez 1977)

La personalidad histórica de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos
Anselmo Carretero y Jiménez
Hyspamérica de Ediciones San Sebastián 1977

Páginas 110-113


Las diversas circunstancias que dieron vida a los pueblos hispanos duran-
te las vicisitudes políticas y guerreras de la Reconquista, las sucesivas conquistas territoriales y las uniones por etapas de los distintos estados, peninsulares e insulares, del conjunto español, unidas a la falta de una nomenclatura adecuada a tan compleja pluralidad, han ocasionado confusiones que dificultan sobremanera el estudio global de la historia de España y la armoniosa convivencia de los pueblos que lo componen.

Condición primordial de todo estudio seriamente realizado es el uso de una nomenclatura clara para evitar equívocos y confusiones que puedan llevar a graves desatinos. Es fácil imaginar el galimatías en que se convertiría un riguroso razonamiento matemático si las definiciones y los símbolos empleados se trastrocaran de tal modo que algunos representaran a la vez la totalidad de diferentes elementos, varios de éstos tomados aisladamente y los conjuntos parciales formados por varios de ellos.

Pues así, en los estudios de historia de España suelen incluirse confusamente bajo el rótulo castellano muy diversos estados y países, algunos de los cuales representaron en siglos pasados la oposición a cuanto Castilla originalmente significaba, confusión que con el tiempo ha crecido de tal manera que el nombre de Castilla se ha empleado o emplea hoy, según los casos y los autores, con alguna de las siguientes acepciones:

a) La mayoría de las divisiones regionales actualmente en uso suelen llamar Castilla la Vieja al conjunto de las provincias castellanas de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila .

b) En algunos mapas además de las seis provincias anteriores se incluyen en Castilla la Vieja las leonesas de Valladolid y Palencia. Esta división regional, además de no apegarse a la historia, rompe la unidad geográfica de la Tierra de Campos.

c) A veces se llama Castilla la Vieja al conjunto castellanoleonés de las provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Avila, León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia.

d) Suele llamarse Castilla la Nueva al territorio que comprenden las provincias de Madrid, Guadalajara, Cuenca, Toledo y Ciudad Real. División arbitraria que separa de Castilla la Vieja las provincias de Madrid, Guadalajara y Cuenca y las une con las toledanomanchegas.

e) Se emplea frecuentemente la expresión ambas Castillas para designar el conjunto de las seis mencionadas provincias de Castilla la Vieja y las cinco de Castilla la Nueva.

f) Con mayor latitud se incluye en ambas Castillas el conjunto de las dieciséis provincias castellanas, leonesas y toledanomanchegas.

g) En estudios históricos sobre épocas posteriores a la unión de las coronas de León y Castilla, y sobre todo desde los Reyes Católicos en adelante, suele llamarse corona de Castilla, o Castilla en sentido lato, al conjunto de las regiones de Galicia, Asturias, León, Extremadura, Castilla, el País vascongado, Toledo y La Mancha, Andalucía y Murcia -e incluso las Islas Canarias -; es decir, al conjunto de todos los países que la historia política fue agrupando alrededor de los reinos de León y Castilla.

Esta es la acepción que suele tener para los portugueses el nombre de Castilla. (A la mano tenemos un articulo en que se llama castellanas a las provincias gallegas).

h) Ultimamente, algunos nacionalistas catalanes, vascos y gallegos han dado en llamar castellanos a todos los españoles de lengua castellana, sin distinguir entre castellanos, leoneses, asturianos, extremeños, manchegos, aragoneses, murcianos, andaluces o isleños; denominación de base idiomática, completamente arbitraria y tan inconsistente que ni siquiera repara en que la mayoría de los vascos, gallegos y valencianos son lingüísticamente «castellanos».

Para evitar en lo posible los frecuentes y graves errores a que tan confusas, variables e irregulares denominaciones se prestan, hemos decidido emplear la siguiente nomenclatura regional, más clara, precisa y adecuada a la geografía y la historia peninsular:

Castilla (a secas). La región propiamente castellana que, con ligeras modificaciones de límites comprende las actuales provincias de Santander - sin la Liébana y con todo Campoo-, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Madrid -sin el distrito de la gran metrópoli -, Guadalajara y Cuenca - Sin la parte manchega y con la comarca de Requena -.

La Mancha y Toledo (o Castilla la Nueva). Las tierras propiamente toledanas y toda La Mancha: actuales provincias de Toledo y Ciudad Real, la
mayor parte de la de Albacete - incluida la capital- y los partidos de Tarancón, Belmonte y San Clemente de la de Cuenca.

León. Las cinco actuales provincias de León, Zamora, Salamanca, Valladolid - con ligeras modificaciones de sus límites orientales- y Palencia - con la Liébana y sin Campoo -.

También es preciso distinguir entre la región leonesa propiamente dicha y el conjunto de países del antiguo reino de León o corona leonesa en su acepción más lata: León, Asturias, Galicia, Portugal - hasta su separación- y Extremadura.

Junto con esta nomenclatura más precisa, y para no aplicar el nombre de Castilla a tierras no castellanas, conviene usar el titulo plural de reinos de León y Castilla o corona castellanoleonesa al designar el heterogéneo conjunto de pueblos, estados y países que, en sentido lato y con perjuicio del buen entendimiento, suele llamarse reino de Castilla, corona castellana o simplemente Castilla.

sábado, enero 26, 2008

Ser y Razón de lo Castellano (2 de 7): El espacio físico castellano

Ser y Razón de lo Castellano (2 de 7): El espacio físico castellano


No se puede confundir a Castilla con la Tierra de Campos o con la llanura Manchega. El tópico de la inmensa llanura castellana carece de sentido real; esas llanuras no son castellanas. La Tierra de Campos - como dijera el historiador portugués Oliveira Martins- es la base geográfica del reino de León. La llanura manchega, pertenece al reino de Toledo. Castilla no es la meseta o la llanura inacabable y monótona, sino una tierra primordialmente montañosa y serrana, quebrada y diversa.

El país que en los viejos romances se canta como Castilla la gentil y que alienta en la literatura genuinamente castellana, como el poema de Mío Cid, el de Fernán González, las estrofas de Gonzalo de Berceo, el Libro del Buen Amor o la serranillas del Marqués de Santillana.

En efecto, el suelo de Castilla la dista mucho de ser una dilatada e interminable planicie, y es éste uno de los más altos falsos conceptos que sobre nuestra región se están continuamente propagando. Castilla encierra en su seno varios de los nudos montañosos más abruptos de la Península ibérica y en nuestro territorio se hallan las altas fuentes del Ebro y del Duero. A manera de espina dorsal cruza toda la superficie de la región la cordillera ibérica, que la atraviesa de norte a sur incluidas las serranías de Cuenca, y penetran en ella las otras dos cadenas montañosas, cantábrica y carpetana, ocupando la primera terrenos de las provincias de Santander y Burgos y atravesando la segunda la parte meridional de las de Segovia y Ávila. El territorio ofrece, como consecuencia de esta variedad de montañas, un relieve bastante complejo, comprendiendo abruptos nudos de cordilleras, una red de barrancos y cañones por la que, entre altos páramos, circulan los afluentes del Ebro y el Duero, valles profundos de altas y verdes praderas y hondonadas peladas abiertas entre las peñas. Los páramos se superponen unos a otros, como los peldaños de una escalera; son, a veces, de algunos kilómetros de extensión; pero hasta en los parajes más llanos hay siempre una colina, una escarpada o un valle inmediatos. Es decir, no hay grandes llanuras en Castilla, como ocurre en el reino de León y en la Mancha, pues en cualquiera de los lugares de Castilla se halla presente la correspondiente cordillera, alzando sobre el país sus cumbres.

Altas cumbres de los picos de Europa, en Santander. Altas cumbres en el macizo montañoso entre las provincias de Burgos, Logroño y Soria, en la zona que se puede considerar el corazón de Castilla la Vieja: Picos de San Millán, de San Lorenzo o Picos de Urbión, algunos de los cuales superan los dos mil metros de altura, Sierras de los Siete Infantes de Lara, de la Demanda, de Neila, de Cebollera, del Almuerzo.

El tercer grupo de montañas de nuestra región se halla en la provincia de Ávila, de la que ocupa la parte meridional. El núcleo principal en la sierra de Gredos, de la que derivan la sierra de Ávila y las Parameras, con cumbres que superan igualmente los dos mil metros, entre los que destaca Pico Almanzor.

Aun hemos de hablar del Sistema montañoso central: Sierras de Guadarrama, Ayllón y Pela, en las provincias de Segovia, Madrid, Soria y Guadalajara, con altas cumbres como Peñalara, Pico Lobos, Ocejón o Alto Rey.

La cordillera ibérica, finalmente, con cumbres como el Moncayo al norte, y Serranías de Tierra de Molina o de Cuenca al Sur.

Concluyendo podemos decir que Castilla es fundamentalmente un país montañoso, donde nacen los ríos: Ebro, Duero, Tajo, Júcar. Castilla no es la cuenca del Duero, como algunos pretenden. Hay un viejo dicho de la Castilla norteña que dice: ¡Ay, Ebro ladrón, que naces en Castilla y riegas Aragón! Efectivamente, el Ebro nace en tierra castellana, la Montaña de Santander, y recorre el norte de la provincia de Burgos y atraviesa la provincia de Logroño; un total de más de ciento ochenta kilómetros de recorrido por tierra castellana, antes de entrar en Aragón.

Inocente García de Andrés
Socio fundador de tierra CASTELLANA
Miembro fundador de Comunidad Castellana.

martes, enero 01, 2008

LA CASTELLANIA DE SANTANDER

La publicación del proyecto de Estatuto de autonomía para Cantabria aconseja una nueva reflexión sobre aquella cuestión de si la provincia de Santander es, en sí misma, un territorio histórico diferenciado o, por el contrario, es nada más y nada menos que una parte integrante, y fundamental, de Castilla, vieja nación, hoy nacionalidad o región histórica, de acusada personalidad en el conjunto de los pueblos que forman España.

El proyecto de Estatuto, para acoger a la provincia de Santander, con sus propios límites administrativos, dentro del ámbito del artículo 143 de la Constitución, se ve obligado a proclamar, en su articulo 1.0, en relación con el 2.11, que «Cantabria es una entidad regional histórica». Lo cual, Indudablemente, no es cierto. La provincia de Santander carece, a todas luces, de una significación histórica diferenciado que lo permita, constitucionalmente, instituirse por sí sola en comunidad autónoma.

El territorio que ocuparon en la España prerromana las tribus cántabras no es identificable con la actual provincia de Santander, sino que abarcaba, además, importantes extensiones geográficas de las de Asturias, Palencia, Burgos y Vizcaya. Estas tribus no constituyeron nunca una entidad política ni dieron lugar a una conciencia nacional, que sólo aparece, desde los albores del siglo IX, cuando en ese territorio nace el núcleo originario de Castilla, la Castilla Vieja, la tierra de las Merindades,hasta el mar Cantábrico; en una palabra, la cuna de Castilla.

Desde entonces se denomina la Montaña y, todo a lo largo de la historia, es parte esencial y descollante del condado y del reino de Castillo, y de su acervo histórico y cultural. La provincia de Santander no aparece, como circunscripción administrativa, hasta 1833, por efecto de la división provincial de España, ordenada por el arbitrio del poder central. No puede hablarse, seriamente, de que esta provincia, configurada artificiosamente en 1833, sea una «entidad regional histórica».

No obstante, comprendemos que los montañeses sientan el orgullo de sus remotos antepasados cántabros y quieran que su tierra se llame Cantabria. También entendemos su rechazo a ese ente de Castilla-León, de corte isabelino e Imperial, ligado al diseño tecnocrático de la cuenca del Duero, y en el que se sienten naturalmente extraños.

Mejor es que Santander, la Montaña o Cantabria se administre y gobierno con autonomía provincial, que no entrar en ese ente, a ver disuelta su personalidad.

Pero, una vez más, atendamos a la auténtica Castilla; no al híbrido Imperial castellano-leonés. En la Castilla genuina y castellana, los montañeses o cántabros se sentirán en su propia casa. Su misma actitud actual de reclamar la autonomía para su tierra y no dejarse absorber, es típicamente castellana y da fe de su castellanía esencial. Están demostrando que son más castellanos que otros. Porque Castilla no es un país uniforme y centralizador, sino una unión de pueblos y tierras con características propias, con Identidades que a todos los han de ser respetadas.

En esa Castillo plural y diversa, pero solidaria y fecunda, tiene su sitio, por derecho propio, la Montaña de Santander. Cantabria autónoma en Castilla autónoma.

Informativo Castilla nº 8. Abril 1980

jueves, enero 11, 2007

En torno a las regiones (A. Carretero. Comunidad Castellana 1980)

En torno a las regiones.

Anselmo Carretero

La personalidad de Castilla se ha desdibujado y borrado hasta tal punto que los nombres de León y Castilla, que durante muchos siglos, representaron pueblos, estados y concepciones muy diferentes, son hoy para la mayoría de los españoles una sola y misma cosa,. A este confuso panorama han contribuido muy diversas causas y desafortunados azares. De esta manera, confundidos y revueltos los vocablos y desvirtuados sus significados, el nombre de Castilla fue llevado a todos los confines del globo por una monarquía imperial que lo utilizaba en provecho propio.

Con raras excepciones -entre ellas las de Baroja y Machado-, los escritores de la "generación del 98" contribuyeron a difundir una visión de, Castilla incoherente con su pasado histórico y aun con la realidad geográfica, pero que el arte de sus plumas y el prestigio de sus nombres hicieron fuera ampliamente aceptada como verdad definitoria. Según estos autores, en quienes la confusión de lo castellano con lo leonés es, completa, Castilla impuso en, España el absolutismo castellano centralizador, y al decir esto se refieren nominalmente al pueblo que, juntamente con el vasco, encarnó en España, la más autóctono tradición democrática y federal. El equívoco llega con ellos al extremo de desplazar el concepto geográfico de Castilla y crear un paisaje literario en total contradicción con la realidad física inmediatamente observable: famosa “llanura de Castilla la Vieja “; que jamás existió, porque todos los núcleos iniciales de la Reconquista surgieron en baluartes montañosos y Castilla nació en el de la Montaña cantábrica. Quedan así transmutados, por arte literario, los Campos Góticos en "llanura castellana', planicie que después será presentada por el francofalangismo como "adusta cuna” de la España imperial".

Esta visión geográfica de Castilla, centrada en la Tierra de Campos, es la que durante cuatro décadas la doctrina oficial de la dictadura gobernante inculcó en la mente de los españoles -de derechas o de izquierdas- que hoy tienen en sus manos los destinos de la nación, y la que hoy, con otra ideología pero con la misma concreción geográfica, se pretende institucionalizar en el estatuto de una nueva región castellano-leonesa concebida a contrapelo de la geografía y de la historia.

Si Castilla ha sido en su historia la primera y mayor víctima del centralismo estatal y lo sigue siendo en la actualidad. Víctima material y víctima moral. Porque peor que el daño económico producido a Castilla por el Estado español -basta ver la desertización de gran parte de su territorio-, padecido también por otras regiones de España, ha sido el causado a su conciencia nacional. Hasta el punto de que en esta hora de las autonomías regionales, cuando todos los pueblos de España se preparan a organizar cada uno la suya, Castilla, una de las nacionalidades más antiguas de Europa, con una epopeya sin par por el lugar que en ella el pueblo ocupa, está a punto de desaparecer del mapa político español, desmembrada de algunas de sus más conspicuas comarcas -la Montaña y la Rioja, que quedarían al garete como insolidarios cantones, apartadas de sus hermanas-; y unidas otras a nuevos entes regionales recién inventados, híbridos engendros de la politiquería, la ignorancia y la improvisación: la llamada región "castellano-leonesa" -que no es Castilla ni León-, con centro de atracción en Valladolid; y la “castellano - manchega"- que tampoco es Castilla ni La Mancha.

Cuando en 1833, a imitación de los departamentos franceses, se decreto la actual división provincial de España, la mayoría de las regiones históricas (Galicia, Asturias, Extremadura, las Provincias vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña, Andalucía y, naturalmente, las Islas Baleares y las Canarias) conservaron sus límites tradicionales, aunque algunas (Galicia, Extremadura, Aragón, Cataluña y, posteriormente, las Islas Canarias) fueron divididas interiormente en provincias.

Pero hay cuatro regiones históricas cuyos límites tradicionales fueron arbitrariamente alterados por la división provincial: León, Castilla propiamente dicha, Castilla la Nueva (antiguo reino de Toledo o región toledano - manchega) y Murcia.

Las fronteras entre León y Castilla fueron objeto de no muy grandes modificaciones: la comarca leonesa de la Liébana pasó a la provincia de Santander, mientras parte de la Montaña y algunas otras tierras castellanas fueron incorporadas a las provincias de Palencia y Valladolid.

La vieja Tierra de Segovia fue tremendamente mutilada el pasar toda la vertiente sur de la Sierra de Guadarrama a la provincia de Madrid, que también recibió tierras de Guadalajara.

Dentro de la provincia de Cuenca quedaron incluidos los partidos manchegos de Tarancón, Belmonte y San Clemente, mientras la comarca castellana de Requena se incorporaba a la de Valencia.

En la provincia de Albacete, mayormente manchega, quedaron agregadas muchas tierras murcianas, como también en la de Alicante. La región de Castilla la Nueva, así delimitada por el contorno del conjunto de las provincias de Madrid, Toledo, Ciudad Real, Guadalajara y Cuenca resulta no ser Castilla, aunque incluye provincias castellanas, ni tampoco La Mancha, porque quedan fuera de ella muchas tierras manchegas.

La región de Murcia, como hasta ahora ha sido llamado el conjunto de las provincias de Albacete y Murcia, tampoco responde a realidad alguna histórica o geográfica, pues contiene parte de La Mancha y quedan fuera de ella comarcas murcianas.

Ahora, con motivo de las preautonomías se pretende crear apresuradamente una región castellano - leonesa -o de Castilla y León- con las provincias leonesas de Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia y las castellanas de Burgos, Soria, Segovia y Ávila, pero sin ¡as de León, Santander y Logroño, que se muestran reacias a ingresar en este híbrido conglomerado; otra castellano-manchega -o de Castilla y La Mancha- con las de Madrid, Toledo, Ciudad Real, Guadalajara, Cuenca y Albacete; y otra de Murcia con la sola provincia de este nombre.

Si aceptamos los estatutos autonómicos regionales corno un buen paso hacia la solución definitiva del problema de las nacionalidades en España, es preciso poner mucho cuidado en todo lo tocante a estas cuatro regiones: León, Castilla, Toledo y La Mancha y Murcia.

La creación de esas nuevas y heterogéneas entidades regionales de Castilla-León y Castilla-La Mancha (cuya mera enunciación nominal pone de manifiesto que el territorio de Castilla ha sido repartido entre otras dos regiones con ella limítrofes) y la de la mutilada Murcia, a la vez que se dejan como cantones erráticos Partes fundamentales de Castilla -la Montaña y la Rioja- y de León -la provincia de

Castilla nº 8 abril-mayo 1980

martes, enero 02, 2007

Confusión entre Castilla y llanura del Duero (a. carretero)

Confusión entre Castilla y la llanura del Duero


Los errores, confusiones y falsedades en tomo al embrollo castellano-leonés no sólo se refieren a la interpretación del pasado histórico, siempre discutible, sino también a algo tan objetivo y tangible como es el territorio del País Leonés y su geografía. Reiteradamente hemos dicho que el reino de León nace cuando el de Oviedo, en tiempos de Alfonso III, ocupa la llanura del Duero y amplía su territorio de tal manera que con esta nueva zona se puede formar un nuevo gran reino que recibe el nombre de su capital: la ciudad de León. También es un hecho históricamente conocido que el nombre de Castilla surgió en el rincón montañoso comprendido entre el Alto Ebro, el mar Cantábrico y el País Vasco; y que este territorio, ampliado con tierras de Burgos, La Rioja y Soria, constituyó el viejo condado independiente de Castilla, que después, ya como reino, continuó extendiéndose por las actuales provincias de Segovia, Ávila, Madrid, Guadalajara y Cuenca.

La castellanización de la Tierra de Campos, la simultánea descastellanización de Cantabria y La Rioja y la identificación del territorio castellano con la cuenca del Duero son las tres principales falsas bases en que se asienta el embrollo castellano-leonés.

Otra confusión muy generalizada es la que se ha tejido en torno a la inadecuadamente llamada Guerra de las Comunidades de Castilla, que ni fue exclusiva de ésta ni se limitó a sus históricas comunidades de ciudad (o villa) y tierra. La confusión viene, otra vez, de mezclar países, pueblos e instituciones como si el conjunto de las zonas sublevadas constituyera un todo homogéneo llamado Castilla.

Se dice que los leoneses, sobre todo los de las provincias de Valladolid y Palencia, cualquiera que sea su pasado histórico, son castellanos puesto que se sienten castellanos. Nos encontramos de nuevo ante la siempre repetida confusión nominal sembrada a mediados del siglo xix. Estos leoneses se sienten castellanos porque entienden por Castilla y por castellano a su propia tierra y lo relacionado con ella, de tal manera que al decir Castilla no tienen en mente a Cantabria, ni a La Rioja, ni las sierras de la Demanda, Moncayo, Guadarrama o Gredos, ni la Alcarria, ni las vegas del Jarama, ni la Serranía de Cuenca, sino las tierras leonesas del Duero, sobre todo la llanura de Campos. Se sienten castellanos por la misma razón que los santanderinos y los riojanos no se consideran tales cuando creen que Castilla es la llanura de Campos.

La confusa nomenclatura, el inextricable enredo que ocasiona el desplazamiento del nombre de Castilla de la Montaña cantábrica a la llanura leonesa, ha hecho que los creadores de Castilla y de su lengua pierdan el nombre castellano, que pasa a ser gentilicio de los habitantes del antiguo reino de León. ¿Y los leoneses? Estos desaparecen cual vagos recuerdos de un remoto pasado del que sólo queda, como reliquia, un atrofiado apéndice nominal: Castilla y León.

La Comunidad Autónoma de Castilla y León es una invención política de reciente creación. Su contorno geográfico en el mapa peninsular no corresponde a ninguna herencia de raíz histórica, ni en este territorio existió nunca una conciencia regional mínimamente arraigada. «No deja de resultar simbólico dice Julio Valdeón- que Castilla y León ocupara el último vagón en el tren de las autonomías» (54). «Y mucho más grave es el hecho -agrega el mismo historiador- de que esta comunidad autónoma naciera con síntomas de descomposición.» Poco después de promulgado su Estatuto de Autonomía, las provincias de León y Segovia, que se habían opuesto a su incorporación a la nueva entidad, pidieron su exclusión de la misma.

Todos los argumentos que se han dado en pro de tal Comunidad son racionales y de naturaleza diferente a los que constituyen la base de las denominadas nacionalidades históricas. Se reducen en realidad -dice el mismo autor- a uno solo: la unidad geográfica del territorio de la cuenca del Duero.

La región autónoma de Castilla y León se instaura oficialmente tras controvertidos procesos político-administrativos que han llevado a una división de Castilla en cinco diferentes trozos y a la creación de otras tantas entidades autónomas (castellano-leonesa, castellano-manchega, cántabra, riojana y madrileña) de nueva invención; todo ello precipitadamente y sin el consentimiento expreso de los pueblos afectados (cuando no con su manifiesta oposición). La nueva región autónoma carece de bases sólidas y auténticas raíces nacionales. Le falta, pues -reconoce el mencionado historiador-,-entusiasmo popular, «lo que constituye, sin duda, uno de sus puntos débiles».


(54) Julio Valdeón Baruque, Castilla y León :la región ómnibus se vertebra (Historia 16,núm. 200).


(Anselmo Carretero y Jiménez. .El Antiguo Reino de León (País Leonés).Sus raíces históricas, su presente, su porvenir nacional. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1994)