SOBRE una población primitiva, de raza pirenaica en el norte e ibera en el sur, cubierta por varias invasiones posteriores y sobre un país en gran parte muy romanizado, se crean varios condados francos dependientes del Imperio de Carlomagno, con las características del sistema feudal europeo pero, como en el resto de la España feudal, muy atenuado. Por concentración de estos condados en el de Barcelona se forma un Estado único que comprende a todos los catalanes de la península, excepto los andorranos. El origen del Estado catalán es, pues, germánico, pero su germanismo no le llega por los godos, como a León, sino por los francos, y francos se llama a los catalanes en el Poema del Cid. Los condados franceses no aciertan a dar prosperidad al país que, a pesar de ser naturalmente rico, permanece poco poblado y se repuebla después con una copiosísima inmigración de gentes de toda España; de tal modo que el catalán es el español que ha concentrado en sí más ascendientes de toda la península, fenómeno que sigue intensificándose hasta el día de hoy.
La nacionalidad catalana es una obra de los propios catalanes en lucha por la obtención de libertades populares que tiene muchos puntos de semejanza con la sostenida por el pueblo leonés y, naturalmente, algunas diferencias. En Cataluña —nombre que según algunos significa lo mismo que el de Castilla—, como en León, la libertad viene de una contienda secular de los vasallos contra los señores; con la diferencia de que en León los vasallos son gentes del campo que quieren hacerse labradores libres, mientras que en la formación de la sociedad catalana Barcelona es el todo, donde las artes y el comercio prosperan y se forma una burguesía muy numerosa y de gran poder, con un núcleo grande de menestrales, gentes de oficios urbanos, que quieren hacerse burgueses libres y que arrastran detrás de sí a lo, campesinos. Lo que en León es particular, como en Sahagún cuando los burgueses de la villa luchan contra el señorío del monasterio —uno de los señoríos eclesiásticos más oprobiosos de España— y logran el "fuero de los burgueses de Sahagún", es general en Cataluña.
Como el proceso histórico catalán es parecido al que ha seguido toda Europa, el catalán es, con el leonés, el más europeo de todos los españoles por haber tomado más de la Europa central, pero no por eso ha perdido ninguna de las cualidades que son generales para todos los españoles, que se superponen a las peculiares de su carácter nacional.
El catalán de hoy, nieto de algún vasallo del conde de Urgel (que también tuvo señorío en tierras de Palencia y Valladolid, llegado a la casa catalana por matrimonio con las descendientes del conde leonés Pedro Ansúrez) o del de Pallares, descendiente acaso de algún quirite romano que quedó rezagado en Cataluña, o de un mozárabe que fue a repoblar el campo catalán desde Coria o desde el Campo de Calatrava, manchego, extremeño, andaluz o murciano, llegado a Cataluña en los tiempos luengos de la Edad media, es un liberal hasta la anarquía y un demócrata firme, acaso por esa misma complejidad de su origen. Las características de este pueblo, las determinantes de una nacionalidad que no se define por una raza ni por un idioma, no son las que corresponden a un pueblo feudal, por lo que no podemos admitir que la nacionalidad catalana con sus rasgos presentes pueda encontrarse antes de su liberación económica y política, sino que se ha formado después; lo que nos hace repetir que toda nacionalidad es obra del tiempo y de la historia.
El catalán posterior, de siervo de la tierra se hace comerciante y navegante, más comerciante que navegante; pues el comercio ha sido menester que ha dado libertad a muchos hombres y muchos pueblos, por ser actividad, como la ganadería ambulante, desligada de la sujeción al terruño. Así, el comercio es el cimiento de la libertad en las repúblicas italianas y del Hansa teutónica, y la ganadería trashumante lo es de las repúblicas comuneras castellanas. El catalán goza fama de industrioso: "los catalanes de las piedras sacan panes", dice un refrán; y su pueblo está animado desde hace mucho tiempo del mismo espíritu que animaba a las revoluciones europeas en su combate al feudalismo.
Como en León, el municipio catalán, nacido al parecer en el pueblo de Agramunt, brota contra el feudalismo para consolidar un poder económico con trascendencia política y con un sentido de fortaleza en las ciudades. Cataluña no tiene dentro de sí aquella variedad de Castilla y el País vascongado; al contrario, como León, es muy uniforme en su constitución social: condados del mismo tipo en la Cataluña feudal, señoríos de nobles, obispos o abades en el viejo reino de León. No hay entidad comarcal intermedia entre los consejos, concejos o juntas de los municipios catalanes y el poder superior.
Cataluña, por el proceso mismo de su formación y desarrollo, crea una civilización propia muy importante que ha influido sobre las demás civilizaciones hispánicas. La nacionalidad catalana, con toda su firme personalidad, contiene un fondo español, que por original, por catalán y por español es incompatible con el ideal absorbente de la monarquía imperial. Al desarrollar Cataluña su cultura propia forma un idioma, con una literatura que, como hemos visto en el caso de la castellana, ejerce también su influjo en las del resto de España; como es sabido, esta literatura tiene muchos aspectos de semejanza con la del sur de Francia.
Si el grado de personalidad de un pueblo se mide por el valor original de su civilización, de su cultura propia, de su filosofía genuina, su sabiduría popular y su arte en lo que tienen de singulares; y si esa originalidad es también medida de la de su carácter, la personalidad de Andalucía sobresale no sólo entre los pueblos hispánicos sino entre las nacionalidades del mundo entero.
La nacionalidad andaluza tiene una historia muy larga; no se forma por los acontecimientos de la Edad media, como León y Cataluña. Andalucía, como nación definida y de contornos muy firmes, existe ya cuando empiezan las historias antiguas, con sus primeros habitantes conocidos, los túrdulos, etc., y permanece a través de fenicios y cartagineses, de romanos y de visigodos; es sumamente poderosa en lo cultural e influye con el vigor de su carácter propio en la literatura y la filosofía latinas por la cabeza privilegiada de Séneca. En la época de los árabes, esta personalidad nacional recibe de los musulmanes todos los elementos de la cultura islámica, pero da más que toma, pues la cultura árabe, al pasar por Andalucía, se enriquece, se hace más preciosa, lo que no ocurre en otros países por donde también ha pasado.
Hay una cultura andaluza de gran ,originalidad, con su visión propia del mundo y de la vida, que determina una filosofía particular en el pueblo, con un arte tan singular y genuino como el que se manifiesta en la danza —ya seductora en tiempo de los griegos— y en la música; y todo ello es manifestación de una nacionalidad muy fuerte, sobre todo en las clases populares, que son siempre las más diferenciadas y las más fecundas en la creación de valores de carácter, ya que las clases privilegiadas muestran comúnmente los rasgos de clase por encima de los nacionales, como los hobres de ciencia muestran las peculiaridades de profesión sobre las de pueblo. Es Andalucía país donde lo primitivo español tropieza primeramente Con los árabes y encuentra en ellos una tolerancia y una comprensión que halla correspondencia en los católicos. Por esta tolerancia mora, en Al- Andalus conviven las dos religiones —tres con la judía— y se hablan dos idiomas, y si hay diferencias son principalmente por motivos de clase social: hablan árabe las clases cultas, que son las más altas, y romance las clases populares, y es conocido el hecho de que había musulmanes que no hablaban más que romance.
La población de Al-Andalus es muy variada : hay musulmanes orientales casados con cristianas peninsulares, musulmanes españoles, o de origen español, convertidos al Islam, que son numerosísimos y muchos están casados con españolas del Norte; una proporción notable de cristianos (mozárabes) que viven entre los moros, pero con su fe religiosa anterior, sus leyes, sus obispos y sus jueces, muestra del gran humanismo de los moros de su buena Fe en el cumplimiento de las capitulaciones, lo que contrasta no solamente con la crueldad de Alfonso el Católico y la posterior de los musulmanes almorávides sino con la conducta más tardía de Isabel la Católica.
Aun cuando Andalucía no tenga un idioma original, tiene un idioma común, el castellano, igualmente pronunciado, con acento propio, e igualmente entendido en todo el país.
Andalucía no sólo influye sobre la cultura árabe, como influyó sobre romana, sino que, por intermedio de Cataluña y de Provenza, llega a hacerlo sobre la cultura italiana en formación y preparada para dar a luz Renacimiento.
En este orden de ideas de la nacionalidad, si en España hay algo definido, sólido, e inconfundible, nada superior a Andalucía que, por añadidura, no tiene similares. Galicia tiene su semejante en Portugal y algunas afinidades con los pueblos de origen celta; Cataluña está relacionada con 'los pueblos mediterráneos y presenta semejanzas con el Languedoc francés, pero Andalucía muestra gran originalidad.
Si por su carácter el pueblo andaluz tiene desde los comienzos de la historia una personalidad vigorosa, en su desarrollo político y social desde reconquista Andalucía sigue el modelo de León. Ganada a los moros después de la unión definitiva de las coronas de León y Castilla, se organiza a la leonesa sin que por ella se extienda nada de lo típicamente castellano, salvo el idioma. Únicamente en Baeza, conquistada y repoblada con predicamento de segovianos, aparece una comunidad con fuero castellano (el de Cuenca) qur tuvo cierto arraigo. El resto del país se reparte en señoríos aristocráticos y eclesiásticos, en su mayoría entre nobles originarios del reino de León (Benavides, Guzmanes, Carvajales, Ponces de León...), cuyos descendientes todavía poseen en parte latifundios provenientes de aquellos feudos. El régimen leonés queda establecido con toda formalidad en Andalucía cuando San Fernando declara al Fuero Juzgo ley general del país.
ANTES de seguir adelante en el estudio de los pueblos españoles hemos de dejar aclarada una cuestión respecto a Castilla. La división vulgar de Castilla la Vieja y Castilla la Nueva es artificiosa y falsa; no existe tal Castilla la Nueva (y en caso de mantenerse el nombre deberá ser entendiendo que Castilla la Nueva no es Castilla, como la Nueva Vizcaya no es Vizcaya, ni es Galicia la Nueva Galicia), y todo el territorio comprendido entre la cordillera central y el Tajo es igual al que hay entre esa cordillera y el Duero; es más, la cordillera no separaba jurisdicciones de las repúblicas comuneras: la de Ávila llegaba hasta lo que hoy es provincia de Toledo en Navamorcuende, la de Segovia alcanzaba al Tajo en Seseña, Batres y los pueblos que pertenecían al sexmo de Valdemoro y que hoy son provincias de Madrid en el partido de Chinchón, Sepúlveda tenía también territorios en las cuencas del Jarama y del Lozoya, y las comunidades de Guadalajara, Madrid y la pequeña de Maqueda estaban todas en la cuenca del Tajo, así como en el Júcar la gran comunidad de Cuenca, también al sur de la cordillera. Lo que se ha dado en llamar Castilla la Nueva no debe considerarse constituido más que por las tierras al sur del Tajo que, salvo la lengua, nada toman de específicamente castellano.
Tenemos ahora tres países que requieren un examen: son Extremadura, La Mancha y Murcia. Todos estos pueblos, que tienen origen y desarrollo nacional semejantes, podemos reunirlos en un grupo que genéricamente denominaremos de las Extremaduras. El nombre de Extremadura se aplicaba en la Edad media a los territorios por donde iban ensanchándose los Estados cristianos durante la reconquista. En la Castilla independiente se llamaba "la Extremadura" al país de las comunidades del Duero, casi todas al sur del río, que saltaban por encima de la cordillera central. "Soria pura, cabeza de Extremadura" reza el escudo de la ciudad numantina; pero esta Extremadura no sólo toma el carácter de la Castilla original sino que acentúa su condición popular y lleva al más alto grado su espíritu político. Más adelante pasa a ser Segovia cabeza de la Extremadura castellana; y después el sentido popular del nombre de Extremadura se corre al sur de Toledo en las conquistas de La Mancha hechas por Alfonso VIII de Castilla, contemporáneo de Alfonso IX de León, el fundador de la Universidad de Salamanca, pero consolidadas y acabadas de organizar poco después al venir la unión de las coronas. Estas coronas unidas son las que, por una clara y generosa política española de Jaime I, adquieren el país murciano. En Aragón se llamaba Extremadura a la parte oriental situada al sur del Ebro. Y en León era la Extremadura lo que hoy ocupan las provincias de Cáceres y Badajoz. La actual Extremadura es, pues, la vieja Extremadura leonesa.
Con el nombre de La Mancha designan las geografías al territorio de la parte central de España que los árabes llamaron Manxa, palabra que significa tierra seca. Abarca el país contenido desde los Montes de Toledo hasta las estribaciones occidentales de la Sierra de Cuenca y desde la Alcarria hasta Sierra Morena. Entran dentro de estos límites lo que se llama Mesa de Ocaña y de Quintanar, los partidos judiciales de Tarancón, Belmonte y San Clemente de la actual provincia de Cuenca, los territorios de las Ordelenes de Santiago, San Juan y Calatrava y toda la Sierra de Alcaraz. La parte más oriental de La Mancha, situada en la actual provincia de Albacete,. comprende esta capital y Chinchilla; hasta el siglo XVI se llamó Mancha de Montearagón y también Mancha de Aragón, por la Sierra de Montearagón, situada entre Chinchilla y el reino de Valencia; y el nombre completo de Chinchilla es Chinchilla de Montearagón.
Los tres pueblos de este grupo se crean por conquistas de los reyes cristianos en territorios, situados entre sus Estados y Andalucía, con un fondo de población árabe y grandísimo elemento mozárabe (que apenas existe en Castilla) conservador del espíritu visigodo animador de la monarquía leonesa, lo que facilita la organización social de estos pueblos al modo leonés.
Si estos tres países asientan su estructura social sobre bases leonesas, a Extremadura por antonomasia, ganada al moro por reyes leoneses y que forma parte de la corona de León con la que queda en los períodos de separación de los reinos de León y Castilla, es todavía más leonesa en razón le su primitivo romance, el "leonés extremeño", como lo llama Menéndez Pidal, desaparecido casi por completo de las actuales provincias de Cáceres y Badajoz, aunque todavía se encuentran en ellas algunos residuos.
Desde el punto de vista de las nacionalidades españolas, La Mancha comprende todas las tierras de la extensa comarca geográfica de este nombre los de la actual provincia de Toledo al sur de esta ciudad que no son castellanas. Ninguna de las instituciones típicas de Castilla arraiga en ellas: las condiciones que hemos dado como definidoras principales de Castilla: hermandad o federación de comunidades autónomas agrupadas en un solo condado o monarquía y repudiación del Fuero Juzgo, esto es, del goticismo por el iberismo renovado, están totalmente ausentes en todo el país al sur de Toledo; únicamente encontramos como caso singular la comarca de Baeza y la Sierra de Segura. Incluso en el aspecto geográfico la diferencia es fundamental: terreno en general montañoso con ciertas llanuras en la prolongación de las faldas de las sierras, en Castilla; grandes llanuras con pocas sierras, en La Mancha.
Para acabar de poner en claro la cuestión, hay dos ciudades fronterizas donde se encuentran conviviendo gentes del norte del Tajo, o sea castellanos, con las de las tierras la sur del río, mozárabes, que son el fondo de la población manchega cristiana. En estas dos ciudades, Toledo y Talavera, hay unos fueros para los castellanos y otros para los mozárabes, y de ellas no pasan ni las leyes ni las instituciones de Castilla, que harto trabajo tenían en su tierra de origen para defenderse contra los grupos ambiciosos de poder y riqueza. La Academia de la Historia ha publicado cartas reales del siglo XIII "sobre las desavenencias entre los que se juzgaban en Talavera por el Fuero Juzgo y los que se juzgaban por el de los 'Castellanos". Desavenencias que no resolvieron tales cartas porque muchos años después el rey D. Sancho firma un privilegio por el que aparece que «habiendo llamado a los muzárabes y castellanos de Talavera para oír y determinar sus querellas, mandó que todos se llamasen desde entonces "de 'Talavera" y que fuesen juzgados por el Fuero juzgo de León». Y todavía en el siglo XIV —dice Menéndez Pidal— "se distinguía en Toledo a los forasteros castellanos en que no se regían por el Fuero Juzgo como los demás toledanos, que continuaban fieles al uso de ese código, lo mismo que sus antepasados mozárabes, y lo mismo que los leoneses". En Toledo, por otra parte, aun cuando no en Talavera, se llegó a consolidar una comunidad que después fue desalojada por el enorme poder del arzobispo.
Lo que acabamos de ver en los casos de Toledo y Talavera nos mueve a insistir en la existencia de zonas (le transición entre las distintas nacionalidades, que nunca están tajantemente separadas por rayas claras. Así la comarca leonesa del Bierzo tiene mucho de gallega; entre el país comunero castellano y el aragonés no hay un límite claro que separe dos pueblos diferentes, como desde las tierras castellanas de la Rioja se pasa insensiblemente al País vasco; Elda y Orihuela son lugares de difusión entre Valencia y Murcia; hay pueblos de la provincia de Jaén tan manchegos como andaluces; y Medina del Campo, aun cuando históricamente del reino de León —incluso fue sede de Cortés de León y Extremadura—, es en algunos aspectos castellana; como hay muchos rasgos portugueses en algunas comarcas fronterizas de Extremadura.
La batalla de las Navas de Tolosa, dirigida por el rey de Castilla, como poder federal de las comunidades vascas y castellanas, es también empresa en la que entran Aragón y Navarra, aun cuando no León, pero sobre todo es un empeño papal y de la Europa católica, y como convenía a sus designios y no al espíritu tradicional de Castilla, se organiza todo el territorio manchego y el que se gana en el norte de Andalucía que es entregado a las Ordenes eclesiástico-militares de Santiago, Calatrava y San Juan (la de Alcántara es orden leonesa que no pasó a Castilla como la de Santiago), orno vemos todavía por el nombre de muchas poblaciones: Ocaña de la orden (de Santiago), Alcázar (de la Orden) de San Juan, Calzada (de Orden) de Calatrava; y lo que no va a manos de estas instituciones eclesiástico-militares queda como feudo de unos cuantos señores. El inmortal drama de Fuenteovejuna se desarrolla en el ambiente creado por el señorío le las órdenes militares.
La adquisición por la corona de Castilla de estas tierras del sur de Toledo se ha tomado como prueba de la supremacía castellana entre los reinos cristianos y peninsulares y del papel de directora que ha desempeñado en la reconquista. El argumento es falso: de Castilla no quedan en las tierras nuevamente ganadas más atributos que el idioma, que también es lengua de Aragón y Navarra, los otros dos Estados que van a las Navas le Tolosa y a quienes también se debe la conquista. Lo que no se ve por ninguna parte es el espíritu castellano, pues desgraciadamente, para la democracia española, este espíritu tiene que ceder y dar paso al feudalismo europeo y a la intrusión de la Iglesia en la gobernación del país. Todo lo que Castilla ha rechazado a lo largo de su historia, como contrario a su naturaleza íntima, queda instaurado con la reconquista en las tierras manchegas.
Las circunstancias geográficas, su situación entre Andalucía y Castilla, su formación y desarrollo históricos han dado a La Mancha una fisonomía rupia entre los pueblos de España.
Murcia queda igualmente organizada después de la reconquista al modo feudal, no con órdenes militares sino con señoríos de linaje. El contacto con Valencia contribuye a crear en la región murciana una personalidad stinta de la manchega, que incluso se manifiesta en rasgos dialectales.
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Valencia y las Islas Baleares pudiéramos decir que son las extremaduras catalanas. En ellas se superpone la cultura catalana sobre fondo árabe, Valencia a pesar (le ser colindante con Cataluña, tiene de catalana mucho menos que las Islas Baleares.
En realidad, Valencia no ha tomado de Cataluña más que el idioma, que es un dialecto del catalán. Valencia tiene mucho de mora y en ella el elemento catalán no ha desalojado al moro ni lo ha modificado apenas. Es de todas las regiones de España, sin excluir Andalucía, la que conserva en su pueblo con más cariño el recuerdo de la esplendorosa civilización hispanoárabe. Cuando Valencia es conquistada por la confederación catalanoaragonesa, son principalmente nobles aragoneses los que se encargan de organizarla; además, la población ha estado en todo momento recibiendo refuerzos de Aragón. A grandes rasgos, podríamos definir a Valencia como un pueblo de moros, organizado por aragoneses y que habla catalán.
Como consecuencia de estos encuentros se ha creado un nuevo carácter y una nueva cultura; una nueva nacionalidad. Las gentes de aquí tienen muy poco de catalanas, son valencianas de condición propia y el idioma tiene en ellas menos importancia de la que con frecuencia se le quiere dar. Así vemos que cuantos esfuerzos se han hecho para incluir a Valencia en un grupo nacional catalán, por razones de afinidad idiomática, han caído en el vacío, pues dicen bien los valencianos que si su pueblo pensase algún día en una política de gobierno propio, sus instituciones y actuaciones serían genuinamente valencianas.
Valencia, en resumen, puede tener un .pueblo con algunos caracteres derivados del catalán, como el idioma, pero de ningún modo es una extensión en el espacio ni una prolongación en la historia del pueblo ni de la nacionalidad catalana.
El caso de las Islas Baleares es distinto; aquí sí que hay un influjo catalán más fuerte que en Valencia, aun cuando sobre el mismo fondo moro, y unas afinidades con Cataluña mucho más claras y verdaderas que las que con ella tiene Valencia. Sería más fácil llegar a una asimilación por Cataluña de las Islas Baleares que a una de Valencia; pero los indicios no son de que se pueda llegar a lo que algunos, empeñados en dar al idioma más fuerza de la que tiene, han soñado como una Gran Cataluña, con tierras de España, de Francia y de varias islas mediterráneas; lo que a la postre no sería sino resucitar ideas y afanes de imperialismo que queremos ver desterrados de todas partes, y no es satisfacción a lo que en las consideraciones nacionalistas hay de serio, respetable y verdadero, que es el derecho de cada pueblo a dirigirse por sí mismo y a encaminar su cultura sin imposiciones extrañas, ni a pretexto de mandos ejercidos en el pasado, ni de poderes actuales, ni por las coincidencias en la forma de la nariz o en el color de los ojos, ni por el tono habitual y la semejanza de sonido de las interjecciones.
PARA los efectos del estudio de las nacionalidades hispánicas, las Islas Canarias, corno las Baleares, deben considerarse en el mismo plano que los pueblos peninsulares. Ocupadas definitivamente por los Reyes Católicos, los restos de la primitiva población guanche, de raza norafricana afín, según muchos antropólogos e historiadores de la primitiva ibérica, se diluyen en otra mucho más numerosa llegada de todas partes de la Península, especialmente del Sur, lo que explica la semejanza fonética del castellano hablado por los canarios con el de los andaluces.
Son, pues, las Islas Canarias el lugar de España donde se ha hecho una unidad nacional efectiva, en que los diferentes pueblos se han fundido en una sola sociedad que, por su carácter insular y por sentido ibérico de independencia, comprende y organiza su régimen propio en forma de cabildos insulares. Es un ejemplo. En las Islas Canarias se profesa, probablemente con más calor que en ninguna región de la Península, un profundo sentimiento español, que percibe cualquier viajero en el momento de des- embarcar ; pero no arraiga en los "isleños" el unitarismo agresivo, dogmático e intransigente de algunas comarcas peninsulares. El sentimiento nacional canario es conjuntamente isleño y español, inspirado en cualidades francamente ibéricas; bueno por tanto para dar frutos democráticos y de libertad, de leal españolismo y de autonomía.
EN el estudio de los pueblos hispánicos no puede pasarse por alto a Marruecos. Mucho se ha hablado de las afinidades entre los pueblos iberos y bereberes y algunos autores llegan a afirmar que las palabras I-ber-ia y Ber-ber-ia son una misma cosa, expresión de la identidad étnica de las gentes de ambas riberas del Estrecho. Estas afinidades no son solamente las que resultan de la llegada de una corriente de bereberes con la conquista árabe de la Península y después de una corriente inversa con la actuación en Marruecos de los peninsulares. Los primitivos bereberes tenían, en líneas generales, análoga constitución democrática y comunal que los primitivos españoles: la djemaa es, en esencia, el municipio, con su alcalde elegido o amin y con la dehesa y la dula comunales y la suerte por la que el revino puede disponer del terreno público para sembrar; el cof, superiora la djemaa, recuerda la comunidad, merindad o cofradía.
En todo caso, son innegables las estrechas relaciones que los hombres de Marruecos han tenido, y aún tienen, con los españoles. "Africa empienza en los Pirineos" es frase muy conocida con que despectivamente se señalado a España. Aplicada a Marruecos es posible que encierre una verdad que deba tenerse en cuenta. Desechando, naturalmente, toda idea colonia o protectorado, en una futura organización de España, de acuerdo con su naturaleza, deberá considerarse en condiciones de igualdad con los pueblos hispánicos al pueblo marroquí.
En el conjunto universal de las naciones existe un grupo muy importante de pueblos que, por su origen y desarrollo, están estrechamente relacionados con España: son las naciones ibero o hispano-americanas. Pero éste ya es otro tema, que ha sido objeto de la atención de muchos estudiosos, españoles e hispanoamericanos.
LAS diferencias entre todos los pueblos de España son irrecusables y hasta hoy no han sido borradas; no porque no se haya intentado, sino porque no se ha conseguido. Por dos caminos se ha pretendido llegar a la unificación: por educación y por la fuerza. Quienes siempre han pretendido unificar al país español de una manera férrea han sido los dominadores extranjeros o sus descendientes y allegados, afanosos de mandar sin tener en cuenta la voluntad de los pueblos y, por añadidura, es tanto mayor el afán unificador cuanto mayor es la discrepancia entre el poder dominador extranjero en España y los pueblos ,españoles, más duros y fuertes los intentos unitaristas cuanto más grande el desprecio a la opinión popular. La educación tampoco ha logrado su empeño y el español educado de esta manera se ha encontrado con dos conceptos de España: el que le ha infundido la instrucción oficial y el que él mismo se ha formado por la contemplación de su propio terruño; y si ha llegado a profesar una fe unitaria y el consiguiente deseo de unificación, ha procurado coordinar la propia visión de su país con la que le han inculcado como general de España. Pero el resultado ha sido funesto para la convivencia y la cordialidad, por cuanto que el hombre con un ideario así formado, que ha llegado a una congruencia más o menos ficticia de los caracteres nacionales de su región nativa con el retrato artificial de España, y que se sirve de este criterio, encuentra una disidencia propicia a las aversiones al observar los rasgos nacionales de otras regiones españolas que se diferencian de la suya por la diversidad natural de la Península y que discrepan de lleno de la representación consagrada como general de España, tan ajena a la verdadera naturaleza española que aquellas cualidades de cada una de las regiones asentadas sobre el suelo hispano más discordantes con tal representación son precisamente las que más se acomodan a la realidad ibérica.
La misma supuesta identidad o unificación de Castilla con otros pueblos hispánicos, especialmente con los de la antigua corona de León, es un artificio político preconcebido para obligar al pueblo castellano a sostener como ideal propio los residuos que puedan quedar del Imperio español y procurar que se olvide de lo que era y cómo estaba constituido en cuestiones tan importantes como la negación del unitarismo imperial, el gobierno democrático y la posesión colectiva de los medios de producción; e impedir que resucite el recuerdo de sus viejas instituciones autonómicas, tan adecuadas en su esencia para una nueva organización de la sociedad como la que intentan hoy los pueblos más progresistas y de mayor arraigo democrático.
UNA vez examinadas todas estas variedades nacionales hispánicas, viene la pregunta de si hay una cultura general española, un carácter y un sentimiento general españoles; de si, en resumen, hay una nación española.
La contestación es rotundamente afirmativa. Hay unas condiciones comunes de carácter nacional que pudiéramos comprender considerando pie sobre los pueblos hispánicos con toda su individualidad hay una nacionalidad superior española : una supernación española. Y esta nacionalidad española es fácil de encontrar con tal de que no se busque ni en el imperio histórico de España ni en sus creaciones unitaristas, opuestas a la condición íntima de nuestros pueblos.
Hay una cultura española y más que nada una capacidad española, para crear culturas, con caracteres y temperamento propio, y para ponerse n contacto con otras culturas y obrar sobre ellas, del modo como Séneca, Marcial y otros españoles se encaran con la cultura latina con un poder creador hispano; poder creador que los historiadores europeos reconocen modernamente cuando hablan de la cultura arábigo-española, arábiga y española, que nunca arábiga solamente; cultura hispanomusulmana con unos caracteres y valores adquiridos en España, por influjo de todos los pueblos españoles, que no solamente Andalucía, aun cuando en ella y Levante este influjo fuera mayor. Esta cultura española, árabe con fondo hispánico, es muy distinta de las culturas árabes que no han pasado por España y no se han enriquecido con lo español. A este propósito el historiador alemán Hans Schaeder ("La expansión y los Estados del Islam desde el siglo VII imita el XV") dice:
' El hecho de que en la época subsiguiente a la conquista de Granada no haya producido nada estable el suelo del Mogreb, nada que en energía política ni en brillo cultural pueda compararse con los árabes españoles invita a pensar que fueron justamente las condiciones particularisimas que se daban en España las que posibilitaron en este país el florecimiento de la cultura árabe. En el suelo del Irán, la cultura islámica adoptó un sello característico y vivió en épocas felices, como la de los samánidas, un vuelo sorprendente. Sin embargo, es extraordinariamente difícil distinguir claramente lo que se debe a la fuerza productiva del Irán y lo que se debe a los impulsos originados por los muslimes. No de otra suerte acontece en España. También aquí los árabes pisan un suelo de antiquísima cultura. Sin duda los visigodos no habían desarrollado su cultura propia en España, cuando los árabes llegaron a este país. Los árabes no encontraron, pues, una cultura en que hubiesen podido insertarse; su invasión fue por de pronto un corte en la formación de una cultura española nacional. Pero no cabe duda de que la rivalidad entre cristianos y moros desencadenó nuevas fuerzas en aquellos y los efectos de estas fuerzas fueron también fecundos para los árabes. Se ha intentado poner en relación con la cultura islámica ciertas formas de la vida social caballeresca y del ejercicio artístico en ella desenvuelto, como las que aparecen en el siglo XII en Provenza, irradiando desde allí por Italia, Francia septentrional y Alemania. Pero no debe olvidarse que precisamente esas formas no son comunes a todo el Islam y pertenecen en su índole propia exclusivamente a los árabes españoles. No hav otro medio para explicar este hecho que admitir la hipótesis de que en competencia y acción recíproca con los árabes se desarrolló el elemento español popular antiguo en el sentido cultural. Y esta hipótesis se confirma por la observación de que los productos particulares de la cultura hispanoárabe no fueron trasplantados al suelo del Mogreb ni mucho menos a los países orientales orígenes del Islam".
La misma opinión ha sido expresada por los historiadores españoles que señalan la influencia ejercida por el genio y la tradición española sobre las culturas forasteras venidas a nuestra península; especialmente el carácter español de la cultura hispanomusulmana y de la hispanohebraica, cuya originalidad contrasta con el estancamiento de las culturas análogas en el oriente de África.
Destacado el influjo de la cultura árabe en España, cultura hispanomusulmana, fruto peninsular en grandísima parte, y recordando que esta conducta de los árabes en relación con la cultura es semejante a la que observan en la economía y en cuantas actividades se cuenten, hemos de convenir en que, por la vitalidad que lo popular español tuvo durante esta época, los árabes fueron no solamente los más cultos y tolerantes sino los más españoles de todos los extranjeros que se han adueñado del poder en España. Y esto no es menos cierto porque excelsos ingenios de nuestras letras, formados en el ambiente imperial de sus tiempos, hayan denigrado sañudamente a los moros y ensalzado la grandeza de los godos.
Derivada sintéticamente de las diversas culturas hispánicas, tan creadoras y virtuosas como modestas en sus apariencias, es la cultura española. Oliveira Martins, el ilustre portugués que por portugués se considera español y tantas lecciones nos ha dado a los restantes peninsulares, el que habló de todos los pueblos de España antes de que catalanistas y vasquistas formulasen sus teorías, el que al mismo tiempo que sostenía la hispanidad le Portugal, asentó la multiplicidad de las naciones peninsulares y repudió enérgicamente toda pretensión de hegemonía o de misiones encumbradas de guiadores por ningún pueblo de España, decía:
"Si la geografía, a nuestro modo de ver, es causa de las grandes diferencias que, según las regiones, distinguirán en la historia a los españoles, y aun los distinguen hoy, manteniendo perceptibles caracteres etnológicos, no siempre fáciles de determinar en sus afinidades; esa causa no basta para que, por encima de tales diferencias, la Historia no nos muestre la existencia de un pensamiento o genio peninsular, carácter fundamental de la raza, fisonomía moral común a todos los pueblos de España; pensamiento o genio principalmente afirmado, por una parte, en el entusiasmo religioso que ponemos en las cosas de la vida y, por otra, en el heroísmo personal con que las realizamos. De aquí proviene el hecho de una civilización particular, original' y noble".
Existe indudablemente una cultura española de carácter propio que demuestra la existencia de una personalidad de género nacional; pero es preciso que no nos enreden la cuestión haciéndonos tomar por cultura fundamentalmente española la de los conquistadores romanos o visigodos, o la que intenta implantar en España el imperio germánico asentado en nuestro país, cuyos residuos perviven aún entre las oligarquías que hoy lo dominan.
La España indígena de los tiempos prehistóricos se estabiliza durante la Edad del bronce y sigue sin grandes variaciones hasta la llegada de los celtas. La situación posterior, que se conserva poco más o menos igual hasta la invasión romana, nos indica una condición y distribución de los pueblos sembradora de efectos señalados en todos los tiempos siguientes, hasta los más modernos; pues ni la acción de los años ni los mucho intentos lograron formar una España homogénea y los caracteres de los diferentes pueblos hispánicos prerromanos trascienden en gran parte a las nacionalidades de formación medieval, origen inmediato de los actuales pueblos peninsulares. Pero a pesar de la gran variedad de los pueblos hispánicos y contra los empeños que ha habido por parte de algunos en hacer creer que las diversas nacionalidades españolas, o cada una de ellas vista separadamente, no tienen gran afinidad con las demás, es lo cierto que hay un conjunto de condiciones comunes que abarca a todo el pueblo español.
El señor Bosch-Gimpera, que no es ningún unitarista, dice que las Notas comunes a todos los iberos, y aun a todos los pueblos primitivos de España, parecen haber sido: el espíritu de independencia y de oposición a dominios forasteros, el orgullo, el sentido de la hospitalidad, el ser asequibles al trato benévolo y resistentes al altanero, la ingenuidad y la credulidad, a la vez que la indolencia y la inconstancia para las empresas largas... La resistencia de los celtíberos, lusitanos y cántabros dejó persistente recuerdo en Roma y dio a España el dictado de "hórrida y belicosa provincia."
Estos rasgos coinciden en general con los que Schulten, el investigador alemán que vivió muchos años en Soria para estudiar las ruinas de Numancia y la cultura de los celtíberos, señaló como característicos de este pueblo: el orgullo, la terquedad y la indolencia, y también la caballerosidad, la fidelidad y la hospitalidad; y después de decir que el castellano —refiriéndose al de la Castilla serrana, la de las viejas comunidades— es sobre todo un celtíbero, describe el orgullo celtibérico como una alta estimación de sí mismo, en el sentido de que "el que se respeta a sí mismo, respeta a los demás". Por cierto que estas cualidades no despiertan ningún 'entusiasmo en Schulten, quien tal vez las considere propias de un pueblo ingenuo y pacífico, aunque valiente, pues acaso por su formación alemana sólo le merezcan aprecio las cualidades que valen para crear un pueblo soberbio, decidido a no reconocer ningún mérito en el extraño y dispuesto a atropellar virtudes ajenas y promesas propias, sin más preocupación que la de dominar a los demás.
Estos rasgos del celtíbero le diferencian tajantemente del tipo de español creado por la leyenda, representado en los grandes capitanes, ciertamente magnífico en sus empresas, ciertamente nacido en suelo español, pero modelado en gran parte por un imperio que aunque arraigado temporalmente en España no ha dejado de ser extranjero y ajeno al genuino pueblo ibérico.
No aceptamos que esta llamada caballerosidad —la palabra es muy del gusto europeo— del celtíbero sea la del caballero medieval, ni la soberbia un tanto hipócrita y bastante cruel y rencorosa de los hombres vestidos de hierro de la época feudal; es en cambio madre de nuestra clásica liberalidad, es decir, generosidad, desprendimiento, atención al prójimo. En cuanto a la terquedad, si bien puede ser obstinación en la primera idea, cuerda o desacertada, es también firmeza en el propósito previamente meditado, lo que ya no se aviene con la inconstancia que señala Bosch-Gimpera. En resumen, de los rasgos morales de los primitivos españoles sin desechar una fuerte estimación de sí mismo, sin negar la terquedad y advirtiendo que la indolencia actual puede depender del desaliento sembrado por siglos de gobernación incongruente con el pueblo, queda un ardiente amor por la propia independencia, que por causas diversas se manifiesta en la desconfianza ante la reforma retóricamente preconizada —equivocadamente tomada cual apego retrógrado— y queda un aprecio respetuoso por los demás, una hospitalidad que es estimación del extraño y una gran fidelidad un el cumplimiento de las promesas, la reconocida fides celtibérico, o sea una base firmísima para establecer la convivencia humana y una «Mente disposición para vivir en democracia.
Desde luego queda manifiesta la tendencia muy firme y general hacia la conservación del propio grupo, al que el español se entrega con devoción, lo cual es en cierto modo una negación del individualismo, pero es la explicación de la variedad profunda de los pueblos de España.
Y ahora unas líneas sobre el individualismo del tópico. Si con esta palabra se quiere decir un aislamiento de cada cual por egoísmo, negamos categóricamente que el español sea individualista; no admitimos que sea ajeno al interés de la colectividad, que se le crea indiferente ante las calamidades de su patria; nada de esto está de acuerdo con su temperamento; tampoco admitimos que sea un hombre díscolo, ni mucho menos un avieso. Nos encontrarnos nuevamente ante el problema, repetidísimo, de saber qué queremos decir con palabras de uso frecuente, y que por eso se consideran como expresiones de conceptos muy definidos, como entendidos de un modo unánime y que, sin embargo, se confunden. Es indudable que la concepción vulgar sobre la condición individualista del español está nutridla de unas cuantas propiedades positivas y de otras negativas, de virtudes y de males que son propios del español y de otros que son extraños a él. Muchos de esos "males" son consecuencia inevitable de alguna virtud y, por tanto, no son tales males; mientras ciertas "virtudes" muy ensalzadas no son en el fondo más que males lamentables.
Como cualidades del español de todos los tiempos y de todos los lugares que han contribuido a cargarle la condición de individualista hemos señalado un espíritu de independencia, como cualidad afirmativa, congruente con la negativa de oposición a todo dominio y muy especialmente al dominio forastero; un orgullo innato que es negación de toda superioridad de los demás —el "nadie es más que nadie" del conocido refrán castellano -, acompañado de un sentimiento de hospitalidad que es estimación positiva para el prójimo; una aceptación cordial y sentida del trato amable y una resistencia a toda altanería; una fidelidad y credulidad que tienen una condición contraria y complementaria en la violencia y rigor en la lucah contra el enemigo, y para que el español, tome a cualquier extraño cono enemigo es necesario que se hayan ofendido alguna de las anteriores
Es muy cierto que el hombre de las condiciones que hemos examina, no puede ser mandado imperativamente para ejecutar maquinalmente órdenes de un jefe indiscutible, como otros pueblos cuya "disciplina" tanto se nos ha ensalzado. Nunca aceptaría de buen grado un régimen en que todo depende de los mandatos de otro hombre u hombres superiores. Pero estas cualidades, suficientes para hacer del español un hombre indomable ante cualquier intento no ya de vejación o humillación sino simplemente de manejo por un mandarín, no indican ninguna incapacidad, ni siquiera una condición que estorbe para una actuación colectiva. Hay en él una propensión a estimar el pensamiento y la voluntad ajenas y un propósito innato y firme de cumplir con lealtad el compromiso libremente adquirido, que son dos condiciones suficientes de por sí para asegurar el valor de asociación del español, si la sociedad se organiza de tal modo que no menoscabe la individualidad de los asociados.
La experiencia nos dice reiteradamente cuan profundo es el instinto de asociación del español, aun cuando haya fracasado muchas, muchísimas veces por falta de una organización social acomodada a las realidades hispanas. El español se entrega con pasión a los hombres que le rodean de un modo inmediato y siente el orgullo de sí mismo y se enorgullece de sus compañeros; se siente orgulloso de su oficio y de los de su oficio, de su aldea y de los de su aldea. De este profundo sentimiento de asociación inmediata nace probablemente la tendencia constante a organizarse en banderías, que en España brotan con espontaneidad. Lo que se llama corrientemente individualismo, posiblemente pudiéramos llamarlo pandillismo, tendencia a formar pequeños grupos, pero nunca afán de vivir solitario. Puede ser ausencia de grandes asociaciones por alejamiento de intereses más generales a quienes servir, ya que los que tienen tal carácter han sido absorbidos por el Estado centralista. La doctrina del temperamento español individualista es consecuencia de la pertinaz repetición de desaciertos en la dirección del país.
Resulta que los que pretenden la autonomía de sus regiones nativas españolas, los que quieren mantener sus rasgos e instituciones particulares, incluso los llamados separatistas, si es que los hay que no lo sean porque así les llaman los centralistas intransigentes, son los que están de acuerdo con el carácter esencial español,; y que, por el contrario, los de condición menos española, los más divergentes del español típico, son los unitaristas, de acuerdo con el hecho histórico repetido de que los que han querido destruir las variedades genuinas del país y han pretendido implantar la organización unitarista han sido siempre los conquistadores de fuera. Ellos son los que importan el principio unitario, que proclaman y defienden lo mismo los recién venidos que las generaciones nacidas de ellos más tarde en el país y educadas en la herencia de la conquista. El godo-romano San Isidoro canta a la madre España como la tierra de los romanos y de los godos, la más hermosa de todas las tierras del mundo. Si, muy hermosa, de los romanos y de los godos, pero no dice que lo sea de los iberos y los celibatos, de los cántabros y los vascones, ni aun siquiera de los celtas. El cronicón Albeldense toma a España como una unidad hija de Roma, continuadora de los godos en el reino astur-leonés. Y Carlos I y Felipe II, al crear un imperio en España con sacrificio de las libertades tradicionales, un ideales nuevos opuestos a los genuinos de la gente ibérica, hacen según los unitaristas obra española.
El problema de las nacionalidades es en el fondo una cuestión de sentimiento ; que no brota porque si y espontáneamente, sino que es 'resultado de un largo proceso histórico. En este aspecto fundamental, es innegable la existencia en toda nuestra península de un sentimiento español, arraigado desde muy antiguo en todos sus pueblos y que en la época medieval, de alumbramiento de las actuales nacionalidades hispánicas, se manifiesta no solamente en aquéllas acomodadas al dominio de la monarquía unitaria, sino también en las de mayor amor a su propia independencia.
En el Poema del Cid, cuando las hijas del Campeador se casan en segundas nupcias (la mayor con un infante de Navarra y la segunda con el ande de Barcelona), se alaba así estos matrimonios :
Veed qual ondra crece —al que en buen ora nació,
quando señoras son sus fijas —de Navarra e de Aragón.
Oy los reyes d'España —sos parientes son,
a todos alcanca ondra —por el que en buena nació.
No hay duda de que para el juglar castellano autor del Poema tan reyes de España eran los de Navarra y de Aragón como el de Castilla y de León.
La unión política de las repúblicas vascongadas a Castilla, absolutamente espontánea, demuestra por parte de los vascos su viejo espíritu de cordialidad española, como la seguridad más conveniente para su propia libertad.
El patriotismo español es viejo en Cataluña y muy anterior a la unión las coronas de los Reyes Católicos. Conocidas son las palabras de Jaime I a propósito de la empresa de la conquista de Murcia, en beneficio de la corona de León y Castilla: "Nos ho fem la primera cosa por Deu, la segona per salvar a Espanya". En las guerras de Cataluña del siglo XVII, esta pelea contra la monarquía centralista, en cuyas tropas, reclutadas en todos sus dominios, los castellanos —dicho sea de paso— serian parte pequeña. "Y en la de 1714 - dice Bosch-Gimpera— se luchó por las libertades propias, no contra los pueblos de España, con los que cada vez los catalanes se sentían más unidos. Villarroel, el defensor de Barcelona, habla de España, con cuya causa quiere identificar la que Cataluña propugna: "Luchamos por nosotros y por la nación española". El sentimiento patriótico español de Cataluña queda magníficamente de manifiesto un siglo después, durante la Guerra de Independencia, cuando, rechazando las intrigas separatistas de Napoleón, los catalanes luchan al lado de los demás españoles contra la invasión extranjera, con lealtad y heroísmo que quedan inmortalizados en el sitio de Gerona y en el episodio del Bruc.
Incluso en Portugal ha existido un sentimiento de patriotismo español que, pese a los errores de los gobernantes españoles y a las intrigas de las potencias extranjeras, aun se manifiesta en portugueses tan destacados como Oliveira Martins.
Si ahora nos fijamos en la actitud del pueblo español ante este problema, podemos clasificar a los hombres de los pueblos hispánicos según su pensamiento y actitud en tres grupos. Uno discordante, más profundamente discordante que los demás, formado por aquellos a quienes los restantes llaman separatistas, y en el que hay algunos hombres aislados que acaso se lo crean. Otro que vamos a llamar de los separadores, y que en efecto lo son con gran perjuicio pues, teniendo en su labios constantemente la palabra unidad, están creando odios, motejando de rebeldías repudiables lo que son aspiraciones y derechos legítimos a la libertad individual y colectiva, olvidando que la convivencia no se impone por pragmáticas sino conquistando corazones, y que las asociaciones de cualquier orden deben hacerse para beneficio común de quienes las integran, para acrecentar con el auxilio de todos lo que es querido de cada uno; son los mestureros del Poema del Cid, gente cizañera, sembradora de discordias entre los españoles en beneficio de intereses egoístas. El tercer grupo lo constituyen los separados, los que sin ninguna intención de apartamiento se encuentran desligados de una sociedad en la que están corporalmente incluidos pero sin ninguna relación estrecha y sentida, y si algún sentimiento hay en ellos por esta sociedad que les incluye es por abstracción imaginativa muy distinta de la realidad.
En el primer grupo hemos de contar a todos aquellos españoles que, teniendo una opinión propia y un concepto del Estado español en relación con la ordenación política o con las transformaciones sociales, sienten que los criterios y aspiraciones suyas chocan con el Estado; y aquí hemos de incluir tanto a los que se llaman nacionalistas particularistas (vascos, catalanes, etc.) como a los que pretenden una honda transformación social. La inmensa mayoría de estas gentes, cualesquiera que sean sus metas ulteriores, están separadas del Estado tradicional, quieren otro nuevo, y hayalgunos que no creyendo que el Estado español pueda satisfacer sus aspiraciones piensan en otro privativo de su región, sin que a ello les incite originalmente el deseo de vivir separados de los demás pueblos de España.
El segundo grupo se compone principalmente de gentes que están conel estado actual porque lo dominan, porque es el servidor de sus intereses; son los paladines del "patriotismo", pero entendiendo por la patria a un pueblo , o la madre de un pueblo según su frase, que les sostiene y obedece. Estas oligarquías, que tienen su expresión más completa en la militar, propugnan por lo que llaman la unidad española realizada por un Estado unitario que consideran incompatible con toda autonomía de las organizaciones populares y que estiman que está satisfecho por el solo hecho de que pueblo español esté mandado desde un centro único y que no haya ninguna diferencia en cuanto a la facilidad para mandar unos y la obligación de obedecer otros. El unitarismo lo exigen para que obedezca el pueblo, pero el poder central que forman es un conjunto de separatismos internos disimulados por el interés común de dominar. Para estas gentes es una pretensión intolerable que el pueblo catalán, por ejemplo, pretenda su autonomía, pero conceden al ejército una independencia ilimitada para opinar, pretender e imponer que no se detiene ante ningún interés patrio. No tienen el menor escrúpulo en provocar las peores desgracias, no tienen ningún respeto por las instituciones fundamentales de la nación, obran como separatistas que después de separados con sus facultades las usan contra del pueblo español desde una posición privilegiada.
Estos grupos dominantes suceden a los magnates romanos y godos de dos maneras: por herencia carnal y por reclutamiento entre el resto de los habitantes. Presumen de ser los representantes del país, los poseedores de virtudes nacionales, los iluminados "por la gracia de Dios" cuya, opinión ha de ser acatada por las multitudes españolas. Pretenden ser los únicos a quienes incumbe el mando; cualquiera que sea la opinión pública manifiesta; gentes que mandan con soberbia, grosería y crueldad y que tienen gran cuidado de que quienes procedentes del pueblo entran a su servicio y compañía acepten previamente una formación adecuada.
Las diversas nacionalidades de España han vivido sujetas al Estado puesto por estos grupos dominantes, pero como no estaban ligadas a él por ningún lazo de compenetración íntima, grata y sentida, no podían tomarlo como eslabón que enlazase a las unas con las otras. Dos han sido modo» como estas oligarquías han dominado a los pueblos hispánicos. El uno, por la acción coercitiva de la fuerza. El otro, por la modelación las creencias y de los sentimientos colectivos; y en este segundo tiene un valor extraordinario el uso de los, mitos, que unas veces son interpretaciones sagazmente expuestas de su intereses presentes y otras una diestra imagen de la tradición, pues ésta es exposición y relato de lo antiguo, un cuento que se puede contar como convenga, unas veces prescindiendo de los hechos que nutren tal tradición y otras ateniéndose a ellos, pero interpretándolos como cuadre a las intenciones, con tales maravillas de exégesis que un acto tan definido como la independencia de Castilla lo convierten por encantamiento trasmutador en la afirmación del unitarismo español.
Ahora bien, la mayoría de los españoles pertenecen al grupo de los separados; a un grupo que sólo conoce al Estado por el recaudador de contribuciones, por el reclutamiento de soldados y por actos análogos de presencia. Claro es que esta situación se debe a la ausencia de una sociedad en la que ellos estén inmediatamente comprendidos, con intervención en sus destinos; y a falta de esta sociedad de la que forman parte conscientemente activa, aceptan, de mejor o peor grado, la constituida alrededor del Estado español existente.
PARA formar una nacionalidad española fuerte, nacionalidad de esta supernación española o comunidad de pueblos —como acertadamente definió a España un grupo de compatriotas exiliados que en Méjico discutió el tema—, habrá que derrotar primero a los actuales grupos dominantes, enemigos de todos los pueblos hispánicos. Libres ya estos de sus opresores seculares, se creará una convivencia que, por síntesis de lo mucho que tienen de común, dará como resultado una firme nacionalidad, salida de las propias entrañas de sus pueblos, pues los movimientos llamados separatistas de algunas colectividades españolas pueden explicarse por la resistencia a que se las junte en un Estado que nada tiene de común con las nacionalidades ibéricas. A este propósito citamos las palabras pronunciadas por un destacado catalanista, Luis Nicolau d'Olwer, en 1938: "La guerra ha venido a ser una prueba decisiva de la convivencia entre los pueblos de España. Estaba al alcance de los dos pueblos autónomos —Cataluña y Euzcadi proclamarse independientes. Y no lo hicieron. Es este un hecho que debe ser tenido en cuenta, porque vale tanto como un voto plebiscitario a favor de mantener la unión de los pueblos de España, no por tradición estatal, que en los primeros meses de la guerra se haba hundido, sino, lo que vale mucho más, por libre consentimiento... Cataluña luchó por una España que creyó ser la España auténtica y secular."
Si hemos de evitar la exaltación indebida de las diferencias de cualidades de orden nacional, también debemos combatir todo designio de asimilación dominadora y librarnos de caer en el error de considerar en España una nacionalidad única, resultado de la fusión de sus distintas partes en un total homogneo, igual y parejo; no pretendamos oponer al desorbitado nacionalismo particularista de los diversos países de. la. Península otro nacionalismo unitario, igualmente falso por discordar de las cualidades ibéricas, como producto de mentes extranjeras aun cuando nacidas en España.
La unión varias veces citada en estas páginas, de los vascos a Castilla, absolutamente voluntaria y espontánea , es prueba de que la cordialidad entre los pueblos españoles es más firme y sincera y la convivencia más fecunda cuando no existen lazos opresores.
No, entra en nuestro propósito sacar de este estudio esquemático de Las nacionalidades hispánicas consecuencias sobre la organización política y administrativa del Estado español. Únicamente queremos señalar que si España se da alguna vez leyes propias y se organiza a la española, es decir, de acuerdo con su naturaleza —única manera de aprovechar plenamente , o cualquier país el progreso universal—, deberá partir del reconocimiento de todas, absolutamente de todas, sus nacionalidades; si después algunos de estos pueblos quisieran agregarse a otros para formar una sola entidad ( si los valencianos, por ejemplo, quisieran unirse a los catalanes, o los navarros a los vascos) a ellos, y solamente a ellos mismos, tocarla decidir en tal sentido. Por lo que a nuestra Castilla se refiere, pediremos siempre el reconocimiento de su personalidad, sin esa absurda división que separa a los castellanos de las tierras de Cuenca,-Madrid y la Alcarria de los restantes, y sin agregaciones, al gusto de extraños, ni inclusiones de países no castellanos que, como los leoneses y los manchegos, tienen la suya propia. La cuestión de las nacionalidades españolas estará embrollada mientras persista esta confusión alrededor de Castilla.
No tuvo la República una política acertada en este punto, tanto así que una de sus figuras más representativas llegó a decir, refiriéndose a los castellanos: ¿Qué tenéis que ver con los regionalismos? Que es tanto comoo decirles que es improcedente que se ocupen de los problemas de su tierra; que tienen que ser un pueblo obediente a los sabios directores centrales de los partidos republicanos españoles. ¡Triste pueblo que no tenga iniciativa en la vida de su propio país! Y esto al mismo tiempo que por toda.. partes se decía que la República no arraigaría en España hasta que no penetrase en Castilla. El camino es precisamente el contrario: animar en los castellanos su magnífica tradición nacional autonómica, comunera' y democrática para bien de su pueblo y de España entera.
Al conceder su autonomía a todos los pueblos hispánicos, en una constitución adecuada del Estado español, cada uno., de ellos se organizará de Acuerdo con naturaleza. Cataluña se dio con la República un Estatuto que, en líneas generales, podrá ser adoptado por muchos pueblos de España, tal vez por la mayoría. Los vascos, en el suyo, no han suprimido lal personalidad de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Y aquí vemos otra analogía entre Castilla y el País vasco: el Estatuto o Fuero (¿por qué hemos de abandonar esta palabra para su uso exclusivo, y abuso, por los reaccionarios?) republicano que en su día se dé Castilla no podrá desconocer las Personalidades de la Montaña, la. Rioja, la Alcarria, la Tierra segoviana, etc.; con lo que volverá a su constitución natural y tradicional de un conjunto de comunidades 'comarcales, como entidades básicas, divididas a su vez en municipios.
Decía San Agustín que la belleza está en la unidad y la variedad armónicamente combinadas. Si nuestra rica variedad nacional la combinamos con la unidad española, como eslabón que una nuestros destinos a los de la humanidad entera, España podrá desempeñar en el mundo misiones que lleven el beneficio y la belleza encerrados en altos menesteres... Pero para ello es preciso que primero conquistemos la libertad y soberanía de nuestra Patria.
miércoles, junio 15, 2011
Las nacionalidades españolas y IV (Luis Carretero Nieva , Mexico 1948)
jueves, abril 22, 2010
La literatura burlesca de Castilla la Nueva, frente a la literatura épico-heróica de la Castilla nórdica (Manuel Criado del Val)
La literatura burlesca de Castilla la Nueva, frente a la literatura épico- heroica de la Castilla nórdica
(..) La literatura épico-heroica, característica de la Castilla nórdica, no se continúa en la toledana, ni la orientalizada, irónica, picaresca y coloquial literatura de la "nueva" región castellana enlaza con los poemas épicos, sino que les opone a menudo su crítica burlesca y la superioridad incomparable de su técnica. Superioridad que tiene su fundamento en la intensa evolución lingüística de los siglos anteriores.Esta crítica por el castellano "nuevo" de los idealismos caballerescos y místicos del "viejo" es una constante histórica evidente. Hay muchos motivos para creer que el Libro de Buen Amor esconde multitud de alusiones irónicas al Poema de Mío Cid y a otros poemas épicos. El Lazarillo de Tormes, las "novelas ejemplares" picarescas de Cervantes, y el Quijote, no disimulan su ironía frente a los modelos caballerescos, derivados de la épica, e incluso frente a la mística, que tanta relación guarda con aquéllos. Hasta en el uso de los tratamientos y de las formas verbales es fácil descubrir, en estos autores, una intención humorística, una parodia de las fórmulas reverenciosas y cortesanas, propias del viejo estilo castellano. (..)
Manuel Criado del Val
Teoría de Castilla la Nueva
Bibliotéca Románica Hispánica
lunes, julio 31, 2006
LA DOBLE FUENTE LITERARIA. LA LITERATURA DE CASTILLA LA NUEVA (Teoría de Castilla La Nueva. Manuel Criado del Val)
LA DOBLE FUENTE LITERARIA
LA LITERATURA DE CASTILLA LA NUEVA
El distinto carácter de las dos Castillas culmina en su oposición literaria. En ella se confirma la originaria duplicidad, ya señalada en la geografía, en la historia y en la lengua. El "nuevo" castellano acusa en los textos literarios medievales su fisonomía original y característica, frente al de la meseta del Duero. No se trata de un simple matiz regional, sino de un estilo esencialmente opuesto, colocado en actitud crítica, interesado por otros temas y otras ideas.
No es correcto establecer una sola línea evolutiva, que cronológicamente vaya uniendo a los primitivos autores españoles, relegando a un lugar secundario su procedencia regional. Este procedimiento, habitual en nuestra historia literaria, rompe y desconcierta la verdadera tradición y confunde y hace incomprensible su sentido.
No es viable, en principio, el paso, dentro de una línea continua, de los primitivos autores de la Castilla' burgalesa, a los que más tarde aparecen en la meseta toledana. El Libro de Buen Antor, como más adelante La Celestina y el Quijote, resumen y representan varias tradiciones culturales a las que nunca hubieran podido alcanzar, por su propia evolución, los autores de Castilla la Vieja. Sólo al llegar el siglo xvi, las diversas corrientes regionales del castellano confluyen en una síntesis literaria española. Hasta entonces la desproporción entre ellas y las diferencias en su evolución son grandes. Castilla la Nueva, muy adelantada sobre las demás regiones durante la Edad Media y gran parte del Renacimiento, forma una unidad homogénea y bien diferenciada, que exige un estudio independiente.
Como sucede con los orígenes lingüísticos, la base literaria de Castilla la Vieja es nórdica y occidental, y es en la épica y en las tradiciones religiosas donde encuentra sus fuentes principales de inspiración. Frente a ella, la literatura de la "Nueva" Castilla tiene su origen más remoto en el mozarabismo lírico de las jaryas y en la crítica didáctica de los apólogos orientales.
Regionalismo literario
Hasta el siglo xv la literatura española en una extensísima proporción está en manos de autores que nacen y viven en Castilla la Nueva. No puede extrañar este hecho. Sólo la región toledana reunía las condiciones y la tradición precisas para una intensa cultura literaria. En el Norte, campamento militar, sólo había lugar para cantos épicos y religiosos que estimulasen el espíritu de la Reconquista. En los pequeños círculos conventuales apenas era posible más que salvar las más elementales tradiciones latinas, aun contando con el refuerzo de los religiosos mozárabes emigrados del Sur.
Con un estricto sentido debería considerarse a la literatura "toledana" o "castellana nueva" entre los siglos xii al xvi dentro de unos reducidos límites regionales. Sólo a partir del siglo xvr se produce una verdadera síntesis literaria española.
Los textos y autores que constituyen este núcleo "toledano" -están unidos no sólo por su comunidad regional, sino también por su lenguaje, que, aunque modificado por las variantes de época y estilo, corresponde, en suma, a una misma variante dialectal.
El lugar' de nacimiento o la atribución regional de los varios autores que constituyen este apogeo "clásico" toledano es un plato de primordial interés para la historiografía literaria.
Don Juan Manuel es autor cortesano, nacido en Escalona, pueblo de la provincia actual de Toledo. Su relación con Villena y los dialectalismos que pudiera determinar están contenidos por ,el uso de la Corte (1).
El Libro de Buen Amor es característico de la zona Norte de Castilla la Nueva. Aun cuando no es seguro cuál pudo ser el lugar de nacimiento de Juan Ruiz, son muy claras las referencias regionales en su obra. Alcalá de Henares, Hita y Toledo son los centros en torno a los cuales se desarrolla, principalmente, la vida y la obra del Arcipreste (2).
También desconocemos el lugar de nacimiento del Arcipreste ,de Talavera 3, pero es evidente su relación con la región tole.clana. No obstante, hay datos sobre su larga estancia (1419-1428) en Cataluña, Aragón y Levante, y los recuerdos de esta época aparecen repetidas veces en su obra (4)
De Rodrigo Cota, autor del Diálogo entre el Amor y un Viejo, y probable autor del acto primero de La Celestina, sabemos que era natural de la ciudad de Toledo y que en ella estuvo avecindado (5).
La diversidad e inseguridad de sus autores complican el problema de la localización regional de La Celestina. 'Talavera de la Reina, Toledo y Puebla de Montalbán, es decir, la región de Toledo, puede considerarse como la propia tanto del autor del acto primero como del de los restantes (6).
Algo semejante sucede con el Lazarillo de Tormes, que, aun siendo obra anónima, muestra en su ambiente y en su lengua la localización regional toledana (7).
Respecto al Quijote, son Alcalá de Henares, Madrid y Toledo las ciudades que forman el eje de la vida de Cervantes. En segundo término, Sevilla, Valladolid y Argel ( 8).
Crítica de Castilla la Vieja
La literatura épico-heroica, característica de la Castilla nórdica, no se continúa en la toledana, ni la orientalizada, irónica, picaresca y coloquial literatura de la "nueva" región castellana enlaza con los poemas épicos, sino que les opone a menudo su crítica burlesca y la superioridad incomparable de su técnica. Superioridad que tiene su fundamento en la intensa evolución lingüística de los siglos anteriores.
Esta crítica por el castellano "nuevo" de los idealismos caballerescos y místicos del "viejo" es una constante histórica evidente. Hay muchos motivos para creer que el Libro de Buen Amor esconde multitud de alusiones irónicas al Poema de Mío Cid y a otros poemas épicos. El Lazarillo de Tormes, las "novelas ejemplares" picarescas de Cervantes, y el Quijote, no disimulan su ironía frente a los modelos caballerescos, derivados de la épica, e incluso frente a la mística, que tanta relación guarda con aquéllos. Hasta en el uso de los tratamientos y de las formas verbales es fácil descubrir, en estos autores, una intención humorística, una parodia de las fórmulas reverenciosas y cortesanas, propias del viejo estilo castellano (16).
NOTAS
1 El libro de Patronio ó el Conde Lucanor, compuesto por el Príncipe don Juan Manuel en los años de 1.328-29. Reproducido conforme al texto del códice del conde Puñonrostro, 2.s edición reformada, Vigo, Librería de Eugenio Krapf, 1902.-KNUST, El libro de los enxienplos del Conde I,ucanor et de Patranio, Leipzig, 1900.
2 ARCIPRESTE DE HITA, Libro de Buen Amor. Edición y notas de julio Cejador y Franca. Clásicos castellanos, Espasa-Calpe, Madrid, 1931-2.JuAN Ruiz: ARCIPRESTE DE HITA, Libro de Buen Amor, texte du XIVe siécle, publié pour la premiére f oís avec les leCons des trois manuscrita cofsnus, par Jean Ducamin, Toulouse, Privat, 1901.
3 El Arcipreste de Talavera, o sea el Corbacho de Alfonso Martínez de Toledo, nuevamente editado, según el códice escorialense, por L. Bird Simpson, Berkely, University oí California Press, 1939. Tenemos también presente la edición, muy agotada, de MARTÍN DE RIQUER, Arcipreste de Talavera. Corvacho o reprobación del amor mundano. Selecciones Bibliófilas, Barcelona, 1949, que sigue, salvo pequeñas variantes, el texto de la de Simpson, y la de M. Penna, Arcipreste de Talavera, Milán, 1953.
4 Citas de Barcelona, págs. 78, 79, 1210, 19'4; de Tortosa, 77, 78, 284; de Valencia, 286; de Aragón, 58, edic. L, B. SIbIPSON. Hay, pues, que contar con la probable presencia, en su Libro, de dialectalismos de estas regiones.
5 Diálogo entre el Amor y un Viejo, por RODRIGO COTA. Edición crítica dirigida por Augusto Cortina, anotada por alumnos de la Facultad de Humanidades de la Universidad de la Plata, Buenos Aires, "Con¡", 1929. Cancionero General de Hernando del Castillo (manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, R-3377), publicado por la Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid, 1882.
6 Tragicomedia de Calixto y Alelibea, libro también llamado La Celestina. Edición crítica por M. Criado de Val y G. D. Trotter, C. S. I. C., Madrid, 1958.
7 La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades. Edición y notas de Julio Cejador y Frauca, Madrid, Espasa-Cálpe, 1952, Clásicos Castellanos, vol. XXV.
8 Don Quixote de la Mancha, tomos I (1928), II (1931), III (1935), IV (1941). Edición de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla, Madrid, Gráficas Reunidas. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Nueva
16 M. CRIADO DE VAL, Lengitaje y cortesanía en el Siglo de Oro español; El futuro hipotético de subjuntivo y la decadencia del lenguaje cortesano, en Arbor, núm. 83, noviembre 1952 (C. S. I. C.).
Fisonomía de Castilla la Nueva
(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp. 132 y s.)
CRÍTICA DE CASTILLA LA VIEJA POR CASTILLA LA NUEVA
La picaresca es esencialmente una crítica, un análisis cada vez más despiadado de la vida en torno al protagonista, más que de su pensamiento, su moral o su vida mismas. Crítica social, política, pero también crítica regional.
La controversia regional de Castilla la Nueva frente a Castilla la Vieja alienta en el fondo mismo del género. La ironía toledana no podía por menos de advertir la decadencia del espíritu caballeresco, representativo del viejo castellano nórdico. El ambiente de una ciudad como Toledo, llena de cortesanos y parásitos, era, por otra parte, un campo muy propicio para que abundasen los modelos vivos del pícaro, en todas sus variantes : mendigos, celestinas, rufianes y sus necesarios complementos. escuderos, arciprestes contagiados de goliardismo, bulderos, etc.
No es de extrañar que la geografía regional de la picaresca girase en torno de dos grandes centros regionales: Toledo y Sevilla. De ellos fué pasando a otras ciudades (la picaresca es eminentemente ciudadana), como Segovia, Valencia, Málaga, hasta extenderse por toda la Península. Pero es indudable que su principal y originaria divisoria geográfica fue la Sierra Central.
Esta reacción crítica de Castilla la Nueva frente a su vecino del Norte, ya se inicia en los primeros documentos. El Libro de Buen Amor esconde una reacción frente al problema caballeresco, y en especial frente al Cid. Su intención más aguda no va, sin embargo, dirigida contra la estructura social de la caballería, sino contra la jerarquía eclesiástica. Sus sátiras en este sentido serían imposibles dos centurias después.
Pero la plenitud del criticismo toledano hay que buscarla casi dos centurias más tarde. En el anónimo o anónimos autores del Lazarillo y en la gran parodia castellana de Cervantes. No es casual que este apogeo coincida, más o menos, con la época del Emperador.
(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp.334 y s.)
lunes, julio 24, 2006
LA OPOSICIÓN CASTELLANA EN' EL CAMPO FONÉTICO (Teoría de castilla la Nueva , manuel Criado del Val)
LA OPOSICIÓN CASTELLANA EN' EL CAMPO FONÉTICO
Incluso admitiendo la posición primordial que a la fonética concede el historicismo, no es en ningún modo evidente que el resultado final de los cambios fonéticos certifique un predominio avasallador del castellanismo cantábrico. Claro está que necesitamos amplíar en gran medida el período de estudio. No es suficiente atender al período preliterario ; ni siquiera a la literatura medieval. En la evolución fonética actúan muchas fuerzas ocultas que tardan en salir a la superficie, y quizás sea procedimiento más seguro estudiar las consecuencias últimas para deducir los orígenes, que viceversa. O al menos conviene utilizar ambos caminos.
Aun limitando de momento nuestra atención al campo fonético, también en él vemos acentuarse la oposición entre ambas Castillas, a pesar de la unidad política que a partir de la Reconquista les fuerza a atenuar sus diferencias.
Durante el período medieval y parte del renacentista (17), la región toledana es más conservadora del fonetismo tradicional que Castilla la Vieja. No cabe dudar que el paso fundamental f->h-, tardó en extenderse desde su original región burgalesa (siglos xi-xii) hasta su total conquista de la literatura toledana que llega hasta el siglo xv. (18)
"También es de origen castellano y de la misma zona burgal—esa del cambio anterior, la igualación b-v, de reflejo documental todavía más tardío (siglo xv) (18).
Sentido conservador de Toledo
La resistencia toledana a admitir estos cambios es fácil de comprender. Su cultura más elevada actúa de freno a toda pérdida o igualación' de los sonidos latinos. Es un proceso normal: la masa popular lleva siempre la iniciativa en los desgastes fonéticos; la minoría literaria, innovadora en la sintaxis y en menor proporción en el léxico, es decididamente reacia a los cambios de pronunciación, que casi nunca añaden expresividad ni obedecen a una necesidad lógica. La Corte toledana siempre tuvo una fuerte influencia literaria.
Desde el momento. mismo de su incorporación a la Reconquista, Toledo es consciente de su misión rectora, no sólo de la política, sino también de la norma cultural, lingüística especialmente, cuyo fin último es la vuelta a un solo patrón peninsular. Esta conciencia centralizadora, que con ayuda de la Corte logra extenderse con rapidez, va unida a otro clarísimo conocimiento: el de la diferencia de "lo toledano" frente a "lo castellano" (19), que a lo largo del siglo xv, xvi y parte del xvii tiene semejante intensidad a la que separa actualmente "lo castellano" (que reúne a ambas Castillas) frente a "lo andaluz". Ejemplo claro de esta consciente actitud de los españoles del siglo xvi es el de Juan Valdés en su Diálogo de la lengua, al proponer la lengua toledana como guía y norma lingüística. Cristóbal Villalón, por su parte, no oculta su bien distinta idea del toledano.
Es precisamente este momento. (fines del xv, xvi y primera mitad del xvii) en el que se está realizando una de las principales evoluciones fonéticas del español, y cuyo desenlace terrninará con la diferenciación de varios sonidos, en especial de las sibilantes. Zona inicial de estos cambios seguirá siendo la región Norte.
Se trata de fenómenos populares, de cómodo ablandamiento en la pronunciación, que atenúan la sonora y resonante habla medieval. Igualaciones s-ss; z-Ç; x-j (similares a la b-v).
La igualación z -Ç pasa, como es lógico, por varias etapas intermedias, más o menos fáciles de precisar en su descripción fonética, su fecha y su geografía regional. Los documentos parecen indicar que tanto C como z eran africadas (sorda y sonora) hasta mediados del siglo xvr; pasan luego a ser fricativas (con anterioridad en Castilla la Vieja que en Toledo); pierden progresivamente su oposición de sonoridad; se confunde un sonido con otro y, al fin, quedan igualados en un solo fonema. Este desenlace final sólo llega a la Corte toledana, que ha opuesto una tenaz resistencia, a mediados del siglo xviii.
Resumen
La teoría de una gran avalancha castellanista, que descendiendo de Cantabria llegase hasta el extremo sur de la Península, no es posible documentarla sobre testimonios de suficiente densidad. Los pequeños indicios que las glosas nos transmiten sólo son resquicios sobre los que no es posible reconstruir la compleja estructura del habla medieval en una cualquiera de las regiones peninsulares. Y desconociendo en una medida tan grande la situación lingüística, fonética especialmente, de la España mozárabe, tampoco podemos dictaminar' sobre la no existencia en ella de fenómenos similares a los que aparecen documentados más al Norte, sin necesidad de recurrir a un influjo directo.
La expansión del dialecto castellano cántabro por las zonas recién liberadas de Toledo y de Andalucía no fué continua ni siquiera en los siglos de hegemonía política de Castilla la Vieja. Por el contrario, van apareciendo testimonios que demuestran cómo la presión mozárabe ascendía hasta el mismo corazón de la reconquista cristiana. Los monasterios e iglesias de la cuenca del Duero, en las inmediaciones de la propia Burgos y en León, guardaban documentos de indudable caracterización mozárabe en su léxico. Palabras indescifrables dentro del exclusivo campo románico aparecen diáfanas a la luz de la lexicografía oriental (33).
No nos debe extrañar este hecho. El que a tanta distancia, de la frontera islámico-cristiana aparezcan testimonios lingüísticos mozárabes se corresponde con la presencia de núcleos de esta misma población atestiguados por la toponimia. Se confirma la extrema permeabilidad que existía entre los dos mundos que luchaban y convivían en la Península, y acreditan las constantes emigraciones mozárabes hacia el Norte. El influjo de estas gentes cristianas, pero intensamente arabizadas, en los cenobios burgaleses por fuerza había de reflejarse en el terreno lingüístico.
El número de españoles (hispano-godos) que islamizaron en los primeros siglos de la dominación fué muy grande. Pero estos núcleos siguieron usando la lengua familiar romance de manera semejante a los "tributarios" (cristianos y judíos). Tanto unos como otros, los conversos como los mozárabes, fueron poderosos focos de irradiación romance, que sólo decayeron al llegar la represión almorávide. No cabe olvidar que Toledo fue el más importante de estos reductos mozárabes en la Península, aun cuando la documentación sobre él sea menor que la de otras comunidades del Sur, como la cordobesa o la sevillana. Ni tampoco debe olvidarse que la importancia del mozarabismo en las dos mesetas centrales es radicalmente diferente, ya que apenas tienen interés los núcleos mozárabes de Castilla la Vieja.
El siglo xi y parte del xii esconden el proceso interno de la asimilación castellana por Toledo. Una vez salvado este largo período surge vigoroso en las centurias siguientes el "nuevo` castellano, que en la lengua literaria terminará su proceso formativo (34).
Cabe prever, aun cuando sea larga y difícil su comprobación, que el mozarabismo toledano fué el fermento activo de la lengua vulgar durante los siglos xi y xii, impulsado por la fuerte tradición cultural de la ciudad. Puede aplicarse a este proceso la noción, tan cara a Menéndez Pidal, del "estado latente" en que puede vivir un fenómeno lingüístico. La resistencia de la región toledana frente a la hegemonía de sus reconquistadores Cántabros, de más inferior tradición cultural, está bien probada en el mantenimiento y en la posterior imposición de su vieja legislación del Fuero juzgo. También conservaron los mozárabes toledanos sus propios estatutos hasta bien entrado el siglo xiv, sin confundirse con los pobladores de otras regiones (35).
Sólo más tarde se unificará su propia literatura con la corriente literaria del Norte. Quedará, no obstante, como residuo de la duplicidad originaria, una clara oposición entre las tendencias lingüísticas del castellano "viejo" y las del castellano "nuevo", con progresiva influencia andaluza; oposición que ya vislumbraron los teóricos gramaticales del Renacimiento.
En realidad, la insistencia en los orígenes cantábricos del español busca la correspondencia con la concepción histórico-literaria que ve en la Reconquista un solo movimiento político, procedente de ese mismo punto, y que ha hecho del Pompa del Cid y de la propia figura del héroe la representación esencial del castellanismo. Cabe ciertamente señalar una activa presencia de los núcleos cantábricos frente al anterior predominio toledano al fin de la Reconquista. Cabeza de ella, es lógico que Castilla ampliara su expansión lingüística en esta "segunda" fase de los orígenes, pero nunca este influjo pudo suponer el predominio, ni menos la anulación de la poderosa tradición toledana.
Este mozarabismo sólo en apariencia fué barrido por el castellano reconquistador. Todo parece indicar, por el contrario, que hubo una fusión final del dialecto cántabro con el toledano y, más tarde, ya muy avanzado el período medieval, con el andaluz.
A fines del siglo xiv el castellano tiene ya todos los recursos expresivos necesarios para dar forma a una creación literaria de la complejidad del Libro de Buen Antor, y a fines del siguiente puede dar su cima literaria en una obra como La Celestina y asimilar un movimiento poético, ajeno a su tradición, como es el Renacimiento, sin peligro para su estructura. La evolución lingüística del castellano a partir de este momento no se detiene, como es lógico, ya que cada época imprime sus rasgos peculiares en la lengua, pero ya no podrá considerarse como proceso de formación o crecimiento, sino como alteraciones en un organismo enteramente formado. El lenguaje de La Celestina, el del Quijote y el actual son variantes dentro de un semejante nivel.
NOTAS
17 A. ALONSO, De la pronunciación medieval a la moderna en espaítol, Madrid, Gredos, 1955.-T. NAVaxxo Tomás, A. M. ESPINOSA y L. RODRícIE,z CASTELLANOS, La frontera del Andaluz, en R. F. E., XX, 1933, páginas 225-277.-H. GAVEL, Essai sur l'évolution de la pronotiation du castillan depuis le XIT7me siécle, París, Champion, 1920'.-R. MENÉNDEZ PIDAL, Manual de Gramática histórica, Madrid, E.spasa-Calpe, 1944, 7' ed.
18 A. ALONSO, De la Pronunciación medieval a la moderna, págs. 23-71.
19 Castilla la Nueva es denominación tardía. En el período medieval, aparte el título fundamental de "Reino de Toledo", eran habituales los nombres de "Tras-sierra" y "Alíen-sierra".
33 A. STEIGER, Un Inventario Mozárabe de la Iglesia de Covorrubias en Al-Andalus, 1956, XXI, págs. 93-112.
34 Siento disentir del criterio de D. Ramón Menéndez Pidal, cuando afirma que la "lengua del toledano Cervantes, admirada en el mundo, no es otra que la lengua del burgalés Fernán González, murmurada por los cortesanos de León" (Castilla, la tradición, el idioma, ?" ed., Madrid, Col. Austral, pág. 32). Creo, por el contrario, que la diferencia entre ambas lenguas es enorme, y que el leonés, por sus propios medios, hubiera llegado a una meta muy distinta de la que es muestra el Quijote. Estaba demasiado alejado el espíritu medieval leonés del toledano para que hubieran podido coincidir, sin antes mediar un largo conflicto.
35 Ell mozarabismo no sólo es 'puente entre la cultura islámica y la cristiana, sino que es también el depositario del neoclasicismo isidoriano; el lazo principal que, durante el largo corte musulmán, mantuvo la tradición románica en las zonas dominadas.
(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA. Manuel Criado del Val .Madrid 1960,pp. 107 y s.)
DIFERENCIAS DE SUSTRATO ENTRE LAS DOS REGIONES CASTELLANAS (Teoría de Castilla la Nueva, Manuel Criado del Val)
DIFERENCIAS DE SUSTRATO ENTRE LAS DOS REGIONES CASTELLANAS
Una oposición fundamental entre ambas Castillas es la que establecen los diversos sustratos que actúan en su formación lingüística (12). En la región norteña, separada de la del Sur en un período decisivo de evolución por factores tan poderosos como la frontera militar, la sierra, y la despoblación de una extensa zona intermedia, es preciso contar con dos probables sustratos:
el cantábrico y el de los primitivos dialectos ibéricos (13). En la región toledana la presencia de pobladores prerromanos, iberos y celtas, pudo también influir en determinados procesos fonéticos.
Pero no es la diversidad de sustratos prerromanos la qué esencialmente opone a Castilla la Vieja frente a Toledo. Hoy apenas es posible deducir consecuencias acerca de la nebulosa influencia de unas lenguas prehistóricas cuya estructura desconocemos (14) sobre las variantes regionales del castellano. La más profunda diferenciación originaría está determinada por unos bien conocidos y poderosos "adstratos" : el vascuence, extendido durante la Edad Media por una amplia población bilingüe y adentrado en los actuales de Castilla y de Aragón, y el árabe, cuya influencia desde los principales centros andaluces tuvo un largo período de irradiación.
De la influencia del primero parece cada día ser inás evidente que presionó sobre cambios tan importantes como el de f-> h-; b-v. Hay también muchas probabilidades de que influyera en la sonorización de las oclusivas sordas detrás de las nasales y líquidas; en la evolución de la s apical ; en la palatalización de las geminadas: ll,-n, l, n. Naturalmente, es difícil separar lo que corresponderá en estos cambios al primitivo elemento ibérico que en gran parte sería común a otras regiones de la Península, y lo que obedecería a una presión del bilingüismo castellano-vascuence en época medieval y en el área norteña (16).
La influencia del árabe en toda la región islamizada actúa en una doble vertiente: el mozarabismo romance, forzado asimilador de la escritura y de algunas características de la lengua conquistadora, y el árabe español, contaminado, a su vez, por las especiales condiciones de los nuevos hablantes peninsulares.
Pueden, no obstante, atribuirse al contagio árabo-romance varios fenómenos cuya correspondencia en ambas lenguas es notable. En especial algunos fonemas españoles han debido ser interferidos por el fonetismo árabe o hispano-árabe. El proceso de paíatalización tanto puede atribuirse a un a un proceso latino como a un contagio de cambios similares ocurridos en el árabe . La correspondencia arábigo-española en los sistemas de sibilantes observada por Amado Alonso es otra hipótesis sugestiva (RFH, 146, VIII, página 68.)
Es fácil imaginar la larga cadena de dificultades que nos impiden todavía una observación clara de este campo. Diferencias radicales en el vocalismo y en su trascripción; oposición intraducible entre el sistema de las consonantes árabes, en las que el énfasis y la velarización son características, frente al sistema románico de articulación más adelantada.
Esta dificultad, no sólo de determinar los mutuos influjos, sino la equivalencia de sistemas tan diversos, todavía se acrecienta a causa de la escritura árabe, en que aparecen transcritos los textos mozárabes. No sólo es dudosa la trascripción de los sonidos; también el acento, muy fluctuante en el árabe, plantea difíciles problemas. Es necesaria una labor previa para fijar las diversas equivalencias que todavía está lejos de haberse terminado.
NOTAS
12 F. H. JUNGEMANN, La teoría del sustrato y los dialectos hispanoronances y gascones, Madrid, Gredos, 1955.
13 A. TOVAR, Estudios sobre las primitivas 'lenguas hispónicas, Buenos Aires, "Con¡", 1949.-1DEM, El Euskera y sus parientes, Madrid, Minotauro, 1959.
14 Solamente se ha logrado transcribir el alfabeto ibérico. Ver M. GqDIEZ MORENO en sus tres artículos: RFE, IX, 341-366; Hom. M. lPidal, 111, 475-499, y BRAE, XXIV, 275-288. Crítica de J. VALLEJO en Ernerita, 1947, XI, 461.
15 J. B. MERINO URRUTIA, El vascuence en el Valle de Ojacastro (Rioja Alta), Madrid, Soc. Geo. Nac., 1931.-R. MENÉNDEZ PIDAL, Orígenes, pág. 55.
16 Aparte de la correspondencia entre las áreas geográficas de los cambios f-la, b-v y el sustrato ibérico, pudo influir en dichos cambios la falta de labiodentales característica de las lenguas ibéricas. Cabe también pensar que la evolución de determinados fonemas hispano-romances haya sido interferida por el fonetismo árabe o hispano-árabe. Ciertamente, algunos sonidos latinos tienen gran parecido en su evolución con la que podría derivarse de un proceso propio del árabe (palatalización), lo cual permite la hipótesis de un contagio.
viernes, julio 14, 2006
Lucha de Toledo por la supremacía (Teoría de Castilla la Nueva , Manuel Criado del Val)
LUCHA DE TOLEDO POR CONSEGUIR LA SUPREMACÍA. LA IDEA IMPERIAL
Uno de los puntos de apoyo principales a que se aferra Toledo para defender su supremacía, luego de su incorporación a la reconquista cristiana, es la del viejo imperialismo peninsular.
La persistencia de las tradiciones visigodas en la España medieval es uno de los fenómenos más interesantes que se ha planteado nuestra historiografía. Don Ramón Menéndez Pidal es el más entusiasta defensor de la que él denomina "idea imperial", que sitúa inicialmente en la Corte leonesa, para volverla a descubrir en la toledana del siglo xrr, y a la cual estima clave decisiva de la historia medieval española (21).
La necesidad de la Corte leonesa de rodearse de una majestad que amparase su decadencia militar, fué haciendo habitual el título de "Imperator" entre los reyes leoneses. Junto a esta necesidad seguía latente una jerarquía entre los reinos peninsulares que permitía considerar a varios de los reinos como teóricamente sometidos a un solo emperador. Sería Toledo, con Alfonso V I' y Alfonso VII la encargada de intentarlo en la realidad. Al incorporarse al nuevo reino castellano, Toledo no sólo recupera la capital, sino que da la auténtica base y finalidad a la idea del Imperio, que antes había existido en León como delegación del goticismo toledano.
El sentirse dueño de Toledo (Magnificas Triumphator) fué lo que en realidad animó a Alfonso VI a lanzar por la Península su arrogante título Totius Hispaniae Imperator (22), que si no fué aceptado de hecho por todos los otros reinos peninsulares, inició el vasallaje aragonés y abrió el camino a las posterior unidad de los Reyes Católicos.
Pero, probablemente, la persistencia de esta "idea" en las monarquías medievales no tuvo una efectividad popular ni constante. Su aparición parece más bien esporádica y resultado del influjo de minorías intelectuales en reinados de signo favorable.
Mucho más constante y más arraigada en la conciencia regional toledana está otra "idea" y, más propiamente, otro "interés", que puede confundirse con la "idea imperial". Toledo nunca abandonó el recuerdo ni la ambición de volver a ser la "capital peninsular" ; el centro político de España. Su vida misma en la Edad Media depende de esta dramática alternativa: ser la capital o vivir la constante inquietud de su fortaleza fronteriza. Hasta la época moderna conservará esta tradición, y su ruina final, al perder definitivamente la capitalidad en beneficio de Madrid, confirmará la razonable de su temor.
La constante lucha de Toledo frente a Córdoba en el período musulmán esconde con toda probabilidad una competencia entre las dos ciudades. Si Toledo hubiera conservado su rango de capital durante la dominación islámica, el signo religioso de España es posible que fuese hoy distinto.
Pero lo cierto es que ni por su posición, demasiado alejada de las bases africanas, ni por su espíritu, demasiado rebelde ( 23), podía interesar como capital, tanto al emirato orientalista como al califato hispánico.
El Islam, por su parte, enraizado en Córdoba, a un extremo de la Península, estaba colocado en una pésima situación estratégica para dominar la resistencia mozárabe y lograr una consistente unidad hispánica.
Toledo frente a Burgos
Una vez incorporada definitivamente al campo cristiano de la Reconquista, Toledo cambia su frente defensivo. Ya no es peligrosa la competencia con zonas o poblaciones del Sur, sino la que amenaza con relegar a una equívoca situación de tierra recién conquistada, de "nueva" Castilla, a la antigua capital visigoda. Afortunadamente, ni dentro de la ciudad ni en la región del Norte se había perdido la tradición visigótica que reconoce este derecho a la villa carpetana.
En la inevitable concurrencia que muy pronto se inicia entre Toledo y Burgas, esta última ciudad esgrime como primer argumento de su predominio el hecho positivo de ser cabeza de Castilla, representación de los conquistadores. Toledo ha de recurrir al peso de una tradición indiscutible pero que precisa salvar un paréntesis de más de trescientos años. Ha de enfrentarse también con el equívoco, que Burgos impulsa complacidamente, entre lo que significa su incorporación al reino de Castilla y a la región de Castilla. Ya se vacila entre mantener la peligrosa denominación de "reino de Toledo", lleno de reminiscencias islámicas, frente al impropio y secundario de "nueva Castilla".
Esta competencia secular entre Burgos y Toledo tiene un claro y bien documentado reflejo en la lucha de ambas ciudades por lograr un predominio, o al menos una posición más honrosa en las Cortes (24) . Inicialmente, parece adelantarse Burgos en esta curiosa carrera. En las primeras Cortes, apenas diferenciadas de los viejos Concilios (25), en Burgos recaía la precedencia en el lugar y en el uso de la palabra. Hasta mediados del siglo xiv, en las Cortes de Alcalá de Henares de 1348, no hay noticia de que se suscitase por parte de Toledo protesta alguna. La discordia en presencia de Alfonso XI se resolvió en aquella ocasión con una ingeniosa fórmula real, que no debió satisfacer enteramente a los procuradores toledanos, pero que se hizo clásica e insustituible en ocasiones similares: "Los de Toledo farán lo que yo les mandare, e así lo digo por ellos, e por ende fable Burgos" (Crón. del Rey don Pedro, año II, cap. XVI).
Se renueva la porfía en las Cortes de Valladolid en 1351, y el rey don Pedro sosiega a los procuradores con la misma fórmula de Alfonso XI. Una carta suya dirigida a la ciudad de Toledo estando celebrándose Cortes en Valladolid a 9 de noviembre de 1351 es el documento más antiguo que da noticia de la disputa suscitada por 'Toledo contra la prerrogativa de Burgos: "Don Alfonso, mío padre, en las Cortes que fizo en Alcalá de Henares, et en la contienda quellos (los de Toledo) fablarian primera mientre en las Cortes... tuvo el por bien de fablar en las dichas Cortes primera mientre por Toledo. Et por esto tuve por bien fablar en 'las Cortes que agora fiz en Valladolit primera mientre por Toledo" (Actas de las Cortes de Castilla, 1, nota pág. 17).
La razón de los procuradores de Toledo para ocupar la preferencia se apoyaba en su mayor antigüedad y nobleza y en haber sido la "Corte de los Godos" y sin duda correspondía su argumento al espíritu inicial de las primeras convocatorias. Ya a partir del siglo viii, Alfonso II el Casto (791) al restablecer en Oviedo la tradición visigoda daba a Toledo esta preeminencia "Omnem Gothorum ordinem, sicuti Toleto fuerat, tam in EcClesiam quam Palatio, in Oveto. cuncta statuit" (Chron. Albeldense, V Flórez, España Sagrada, XIII, 453).
Los incidentes entre Burgos y Toledo por ocupar el primer banco; por la prerrogativa de hablar por el estado general; por la prioridad en el juramento, en el pleito homenaje y en otros actos de las Cortes, se suceden a partir del famoso Ordenamiento de Alcalá. En Valladolid (1351); en Toledo (1402-3), donde es el propio rey Enrique III quien ha de expulsar a los procuradores toledanos del asiento de los de Burgos. Se repiten los incidentes en 1406 y 1442, hasta transformarse en una tradicióncasi inescusable. Hasta en las propias Cortes del siglo xvi, bajo el Imperio, que había de ser mortal para Toledo, de Carlos V, se conserva viva la rivalidad de las dos ciudades, según puede apreciarse en muchos pasajes de las Actas (26).
Perfil invariable de Toledo.
Ya hemos indicado hasta qué punta la historia ciudadana de Toledo depende de su tenaz particularismo, invariable a través de los distintos períodos. Esta continuidad tiene un efecto todavía hoy a la vista, en la especial estructura urbana de la ciudad, concebida con un minucioso y eficaz sentido defensivo. Apenas se advierten modificaciones importantes al comparar la actual topografía de la villa con la que aparece reproducida en el plano del famoso cuadro del Greco e incluso con el bosquejo que de la Toledo mozárabe en los siglos xr y xii hace González Palencia. Similar extensión del recinto amurallado, prueba clara del muy semejante volumen de su población; idéntico aprovechamiento y orientación de su posición estratégica. Destaca el perfil amplio y bien definido de la judería y el no muy extenso del Arrabal. La doble preocupación defensiva, frente al enemigo de fuera y a las facciones internas, que es rasgo peculiar en la historia militar de la ciudad, está bien manifiesta en la situación de la Alcazaba y en la complicada distribución de las calles, que permite establecer sucesivas y diversas líneas de defensa (27).
Esta casi inapreciable variación de sus rasgos topográficos es un factor utilísimo para la localización, en Toledo, de varios importantes textos medievales y renacentistas. Lástima que todavía esté por hacer una toponimia histórica de sus calles.
Resumen
En resumen, vemos caracterizarse la historia de Toledo por una inmutable persistencia de unos pocos, pero fundamentales, propósitos. Su participación en la Reconquista será de distinto signo religioso que la de Castilla, y en algunos momentos no parecerá tener conciencia de ella. Hecho nada extraño cuando tantos olvidos semejantes se producían en las regiones cristianas. Pero no deja de ser extraño que nuestra historia tradicional haya desatendido la semejanza entre el proceso político de incorporación de Toledo a Castilla y el que se realiza entre Castilla y León. o entre Castilla y Aragón.
La firme tradición visigoda que impulsa a Toledo a recobrar su capitalidad hubiera podido desviarse hacia la España musulmana si el predominio cordobés y el excesivo alejamiento fronterizo de Toledo, no hubieran descartado su candidatura. La permanente rebelión de la antigua capital postergada haría caso omiso más tarde del signo religioso al tener que enfrentarse con una nueva amenaza, procedente esta vez del Occidente germánico. Rebeliones frente al Califato y comunidades frente al Imperio son signos de una misma tendencia.
La dualidad histórica entre Toledo y Castilla se resuelve de acuerdo con estas directrices en una' oposición regional y en la concurrencia política de dos ciudades, Toledo y Burgos, que aspiran, en la renovada unidad peninsular, a ser cabeza de la monarquía. En esta rivalidad no estará ausente la confusa estructura racial toledana, aceptada sólo en apariencia por la tolerancia alfonsí. La trágica lucha entre las minorías religiosas, que acabó eliminando a los núcleos judíos e islámicos, y el traslado de la Corte a Madrid, fueron los hechos decisivos que terminaron con la gran historia de Toledo.
NOTAS
21 No parecen ser falsos los diplomas en que aparece el de título de Imperator (referido a Alfonso III, a Ramiro III y a Ordoño II), así como tampoco los que aluden al "Ius imperiale" de los soberanos leoneses. Sin embargo, a partir del siglo x, el título de Imperator se aplica por los escribas a descendientes de condes y reyes con claro matiz diferenciador. Cabe pensar, según todos los indicios, que existía una idea imperial que no alcanzó a cristalizar.
22 R. MENÉNDEZ PIDAL, El Imperio hispánico y los Cinco Reinos, Saeculum, III, 1952, 345-348.-Idem, Adefonsus, imperator toletanus inagnificus triunaphator, BRAH, 1932, 521-522.-Idem, Idea imperial de Carlos V, Madrid, Espasa-Calpe, Col. Austral, 1940.-A. GARCÍA GALLo, El Imperio medieval español, en Historia de Espam1a, de "Arbor ".A. STEIGER, Alfonso X el Sabio y la idea imperial, en Historia de España, de "Arbor ".
23 Según el juicio de Ibn Alcutía, "jamás los súbditos de monarca alguno poseyeron en tan alto grado el espíritu de la rebeldía y la sedición" (Ed. de la Academia, págs. 45-6; SIMONET, Historia de los Mozárabes, pág. 300).
24 Cortes de los antiguos reinos de León y de Castilla. Introducción por Manuel Colmeiro, Madrid, Real Academia de la Historia, 1883.
25 Es muy difícil, dentro del carácter de las instituciones medievales, determinar el momento "en que Ios Concilios pierden su carácter mixto y son reemplazados en el orden político por las Cortes" '(Colmeiro, 9).
26 La violencia de esta disputa no se detiene ni ante el Emperador, poco favorablemente dispuesto a estos conflictos:
"Y llegados á la quadra de su Magestad, se pusieron por órden en sus vancos, comennando desde Burgos, y los de Toledo,estuuieron arrimados á la pared, fuera del vanco: y salió su Magestad y con él el Príncipe don Carlos, nuestro señor, y sentáronse, y mandó su Magestad á los procuradores que se sentasen: y entonces arremetieron los de Toledo á los procuradores de Burgos y se asieron de los bragos para quererlos quitar de donde estauan, diziendo que aquel era su lugar, y los procuradores de Burgas defendiéndose, anduuieron forcejando tanto, que pareció demasía; y su Magestad les mandó parar y que se guardase lo que se acostumbraua hazer; y aun fué necesario que dos alcaldes de córte que allí estauan, llegasen á ellos para los desasir. Y en esto se fueron los procuradores de Toledo á lo más bajo de los vancos, donde estaba puesto un vanquillo solo, y se sentaron en él y pidieron por testimonio lo que auia pasado y lo que su Magestad mandaua, para guarda de su derecho, y justicia." (Actas de las Cortes de Castilla, Congreso de los Diputados, tomo I, Madrid, 1861, págs. 16-7.)
Surge también la inevitable disputa por la preferencia en hablar, y ha de intervenir, según tradición, el propio monarca:
"Acabada de leer la proposición se leuantaron los procuradores de Burgos para responder á su Magestad y lo mismo hizieron los de Toledo, y comengaron los unos y los otros á hablar, y entonces su Magestad dixo: `Toledo hará lo que yo le mandare; hable Burgos." Y Toledo pidió por testimonio cómo su Magestad hablaua por él." (Actas de las Cortes de Castilla, tomo I, pág. 28.)
La irritación del Emperador, poco partidario de la limitación que para su autoridad representaban las Cortes y enemigo por varias causas de Toledo, se manifiesta en una de sus clásicas medidas "políticas"
"Los procuradores quedaron aguardando al marqués de Mondejar que saliese, y salido dixo, que su Magestad mandaua que se quedasen allí en la quadra los procuradores de Toledo, y entonces algunos de los demás dezian que no querian salir de allí sin Toledo, creyendo quedar presos: y el marqués les dixo que no quedauan presos y que no tenían para qué aguardarlos allí, y con esto se fueron con el dicho marqués. Y llegado á su casa mandó a lose alcaldes de córte que hiziesen lleuar presos á los dichos procuradores de Córtes de Toledo, al uno á su casa y al otro á casa de un alguacil, y con esto se concluyó lo deste día." (Ibídem, págs. 28-29.)
Esta lucha entre las Cortes y el Emperador, que acabará con el triunfo de éste, era impulsada por los consejeros flamencos de Don Carlos. Según la Historia de Sandoval, estos cortesanos, con Chevres a la cabeza, "hicieron en Burgas los días que el Emperador allí estuvo, brava instancia porque el regimiento nombrase procuradores a su voluntad", consiguiendo que fuese nombrado el Comendador Garci Ruiz de la Mota "del Consejo del Emperador". Por otro. lado, el propio Carlos V, irritado con la resistencia de los procuradores de Toledo, trató de desembarazarse de ellos, llamándoles a la Corte, para que "en su lugar fuesen otros que andaban en la Corte criados de su Magestad, porque sacando unos y entrando otros, se pudiese hacer lo que su Magestad mandaba" (ibídem, V, XIII).
La finalidad premeditada del Emperador, que logró imponer a sus sucesores en la casa de Austria, era desembarazarse de la molesta traba que suponía para su política alemana la convocatoria de unas Cortes de natural orientación peninsular. Al fin logró reducirlas al trámite de prorrogar el servicio y oír las peticiones de los procuradores, dilatando indefinidamente la respuesta. Dentro de esta misma rutina, cada vez más acentuada, quedó la antigua pugna entre Toledo y Burgos.
27 La fortificación romana amuralló- la parte alta del cerro, convirtiéndola en ciudadela militar. La dominación visigoda amplió notablemente el casco de la ciudad que se extendía por la parte baja, y dejó indefenso el interior frente a las revueltas partidistas. Los árabes corrigieron este fallo mediante un doble recinto que dividía a la ciudad en dos distritos: uno alto y otro bajo Los mozárabes y judíos fueron relegados a la parte baja.
Las callejas cerradas e irregulares, las puertas internas de la ciudad, las casas convertidas en pequeñas fortalezas, entre las que era fácil el paso por las azoteas, y los amplios aleros, facilitaban la defensa callejera. Además, el sistema defensivo exterior se entrelazaba con los del interior, en previsión de las continuas sublevaciones. Se contaba con numerosos algibes con pozos artesianos y con enormes silos, que permitían un larguísimo asedio. Todos estos factores acabaron convirtiendo a Toledo en una plaza inexpugnable, no sólo para las posibilidades militares de la Edad Media, sino incluso para gran parte de las modernas, según lo ha probado la última campaña.
(TEORÍA DE CASTILLA LA NUEVA , Manuel Criado del Val , Madrid 1960, pp.93,101)