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jueves, julio 24, 2014

La engañifa federal (Juan manuel de Prada)

LA ENGAÑIFA FEDERAL

JUAN MANUEL DE PRADA
 

Pedro Sánchez, además de sonreír mucho, como si fuese un selfie con patas, ha recuperado la matraca del Estado federal
 
TAL vez por haber sido siempre diputado de recuelo o repesca, de los que las oligarquías políticas echan mano cuando alguno de sus dinosaurios es enviado a un retiro dorado o a un consejo de administración, en el socialista Pedro Sánchez descubrimos ese ímpetu un poco histriónico propio del futbolista suplente. Pero, como suele ocurrir con los futbolistas suplentes (que por algo lo son), Pedro Sánchez no sabe hacer otra cosa sino repetir lo que los futbolistas titulares llevan haciendo desde el principio, sólo que con mayores bríos, como un torete recién salido del chiquero; de tal modo que, tras el arreón del primer instante, delatan enseguida su juego limitado y archisabido. Pedro Sánchez, además de sonreír mucho, como si fuese un selfie con patas, ha recuperado la matraca del Estado federal, que es el mismo sonsonete que se gastaba Rubalcaba (aunque dicho por Sánchez parezca una insinuación lúbrica y dicho por Rubalcaba pareciese una cenicienta expresión de pésame), como panacea de las veleidades separatistas. Pero hasta los socialistas saben que se trata de una engañifa.
 
Sin duda, el centralismo consagrado por el liberalismo ha sido una de las más mayores calamidades de nuestra historia, por ser contrario a nuestra tradición política y vivero de los nacionalismos separatistas (que ahora, de forma irrisoria, los liberales pretenden presentar como ideologías cavernarias y premodernas, cuando son hijos predilectos y primogénitos de la misma ideología que ellos proclaman). El llamado Estado de las autonomías (luego reveladas autonosuyas) no era, en realidad, sino un intento de disimular el divorcio nacional mediante una organización territorial por completo artificiosa, al servicio de un poder político que, para hacerse fuerte (y emplear a sus innúmeros cachorros), necesitaba enviscar a unos españoles contra otros, en una demogresca que las oligarquías políticas alimentaron formando falsas «identidades», mediante el empleo goebbelsiano de la propaganda y el adoctrinamiento en las escuelas, que ha convertido a las nuevas generaciones en jenízaros del separatismo. Ahora que el modelo se prueba agotado (el expolio de las cajas de ahorros podría considerarse el hito terminal del Estado de las autonosuyas), las oligarquías empiezan a fantasear con la posibilidad de prolongar el chollo con el Estado federal, aprovechando las inercias de la demogresca; y emplean a Pedro Sánchez de liebre, a ver si el pueblo degenerado en ciudadanía dividida en negociados de izquierda y derecha pica el anzuelo.
 
A simple vista, este Estado federal que nos propone nuestro selfie con patas, como si fuese una apetitosa insinuación lúbrica, pudiera confundirse con aquella federación natural, formada por el sufragio universal de los siglos, que reconociendo las instituciones jurídicas de cada reino logró la unidad política de España. Pero aquella federación natural (en la que la nación no era un simple agregado de individuos en un momento pasajero y mudable de la Historia, sino un todo sucesivo, producido por un poderoso sentido de pertenencia) se fundaba en tres cimientos: la unidad católica, la monarquía cristiana y el reconocimiento de los fueros de cada región. El Estado federal que ahora se nos propone se funda exactamente en la disolución de tales cimientos; de ahí que no pueda hacer otra cosa sino ahondar la demogresca que ya nos trajo el Estado autonómico. A los españoles, con Estado autonómico o con Estado federal, no nos resta —Menéndez Pelayo dixit— sino volver al cantonalismo de los reinos de taifas, mientras las oligarquías políticas nos expolian. Y es que el saqueo de sus bienes materiales es el destino inexorable de los pueblos que antes se dejaron arrebatar sus bienes eternos.

lunes, octubre 24, 2011

Nación (Juan Manuel de Prada, Xlsemanal 16-10-2011)

Nación

por Juan Manuel de Prada


Me piden los amigos de ABC de Sevilla que pronuncie una conferencia sobre la nación española y enseguida me viene a las mientes aquella frase que un gobernante en fase de putrefacción profirió en cierta ocasión famosa, para justificar sus enjuagues y trapisondas: «La nación es un concepto discutido y discutible». Por una vez, acaso sin pretenderlo, aquel gobernante tenía razón: pues, en efecto, pocos conceptos han provocado tanto debate y controversia en el pensamiento político como el de 'nación'; pocos han amparado formulaciones tan calculadamente ambiguas; pocos han servido por igual para afirmar la constitución de comunidades humanas como para favorecer su
desmantelamiento, a veces sangriento.

Si probamos a consultar el diccionario, descubriremos que la 'nación' es definida como una «colectividad humana asentada sobre un territorio definido y una autoridad soberana que emana de sus miembros, constituyendo por tanto un Estado».
A simple vista, parece una definición suficientemente clara; pero los problemas empiezan cuando analizamos el concepto de 'autoridad soberana' o 'soberanía', que Juan Bodino definía como «un poder absoluto que no conoce ninguna autoridad superior». Bastaría, pues, no reconocer ninguna autoridad superior a sí mismos para que los miembros de cualquier colectividad humana asentada sobre un territorio definido se organizasen como nación; este es el pensamiento que anima a los nacionalistas vascos o catalanes, que consideran que las regiones de Cataluña o el País Vasco podrán ser naciones si así lo decidieran sus pobladores, o sus representantes. La creación de naciones se convertiría, de este modo, en un acto soberano de la voluntad.

Pero el término 'nación' define algo que 'es', algo que posee una existencia, una realidad histórica cierta, superior a nuestra voluntad. Si la comunidad política a la que se aplica el término es verdadera nación, no hace falta que nuestra voluntad lo ratifique; si no lo es, nuestra voluntad no podrá hacer que lo sea de la noche a la mañana. La definición del diccionario que antes mencionábamos nos obligaría a aceptar que la nación española solo existe desde principios del siglo XIX; es la definición liberal, de tipo contractualista, en la que la nación se constituye mediante un acto de soberanía. Frente a esta definición de corte liberal, existiría otra de corte tradicional, que descubre en la nación un proceso histórico, un hermanamiento de pueblos que, con sus rasgos particulares, comparten sin embargo un proyecto común; esta definición permitiría retrotraer el nacimiento de la nación española a fechas muy anteriores, previas incluso a la constitución de España como Estado, en las que los diversos pueblos hispánicos se identificaban en un mismo ideal de reconquista frente a invasiones extranjeras o frente al intento de propagación de una fe en la que no se reconocían. Según este concepto habría existido en la Edad Media una nación española, aunque no existiese todavía un Estado común; y, a partir de la unificación de los reinos españoles durante el reinado de
los reyes Católicos, habría existido un Estado nación.

El problema hoy, con la floración de nacionalismos separatistas, es que caminamos hacia un Estado sin nación, en el que las diversas 'nacionalidades' —así llama la Constitución española al País Vasco o Cataluña— se reconocen vagamente integradas en el Estado, pero al mismo tiempo hablan de 'nación vasca' o 'catalana'. inevitablemente, un Estado sin nación acaba rebajando la entidad de su patriotismo, que al final acaba siendo —si acaso— mero 'patriotismo constitucional', en el que la lealtad que se debe a la propia patria se sustituye por la lealtad a unas leyes que dependen de una voluntad soberana y que, por lo tanto, son cambiantes y sometidas a veleidades políticas.

Una verdadera nación no puede sostenerse sobre el mero 'contractualismo', ni mediante la mera constitución de una 'autoridad soberana'; pues los contratos caducan y las soberanías acaban infatuándose en su poder sin límites, y generando tendencias disgregadoras o individualistas. No puede haber auténtica nación sin sentimientos naturales de pertenencia a una comunidad y sin un sentido de comunión con las personas que la integran; y sospecho que los mitos de gran virulencia política que brotaron con las revoluciones liberales no hicieron sino debilitar —cuando no sepultar— estos sentimientos naturales. De aquellos polvos vienen estos lodos.

www.xlsemanal.com/prada
www.juanmanueldeprada.com

XLSEMANAL 16 DE OCTUBRE DE 2011