lunes, abril 21, 2014
jueves, septiembre 17, 2009
lunes, febrero 09, 2009
LA CUESTION DE LAS AUTONOMIAS. LOS CASOS DE CANTABRIA, LA RIOJA Y SEGOVIA
El irreflexivo y torpe planteamiento gubernamental de las autonomías del País Leonés, de Castilla y del País Toledano (regiones provenientes de los antiguos reinos de León, Castilla y Toledo) ha producido, según hemos visto, muchas y muy graves anomalías y contradicciones. Ante todo, es de notar que mientras, por un lado, se borra del mapa español a Castilla y se crean dos entes preautonómicos mixtos con el nombre castellano por delante (Castilla-León y CastillaLa Mancha), quedan, por otra parte, fuera de esta denominación tres provincias de radical castellana que, por no perder su propia identidad, se han negado a ingresar en el híbrido conjunto castellano-leonés: Santander, Logroño y Segovia.
No son insolidarias tendencias secesionistas, como a veces se dice, lo que mueve a estas tres castellanísimas comarcas de vieja y muy arraigada tradición a no ingresar en el heterogéneo conglomerado de Castilla-León, sino una vigorosa reacción defensiva ante el peligro de su forzada inclusión en una entidad geopolítica a la que se sienten ajenas y donde su personalidad se desvanecería en aras de un nuevo unitarismo centralista que se barrunta más intenso y omnipresente que el ayer impuesto por el Gobierno central.
La provincia de Santander -con el nombre de Cantabria- y la de Logroño -con el de la Rioja- han tramitado sus respectivas autonomías por considerar que cada una tiene personalidad (histórica, geográfica y cultural) muy distinta de la que confusamente presenta el invento de Castilla-León, cuyo nombre las ha llevado a este desorientador razonamiento: si «eso» es Castilla, claro está que nosotras no somos castellanas. Y así, aceptada la errónea premisa de la castellanidad del conglomerado castellanoleonés, Cantabria y la Rioja demandan sus correspondientes autonomías como singulares regiones uniprovinciales, dejando por su parte el monopolio de lo «castellano» a las dos nuevas y heterogéneas entidades castellano-leonesa y castellano-manchega.
EL «PEQUEÑO RINCON»
Castilla nace en el «pequeño rincón» situado entre el alto Ebro y el mar Cantábrico, donde varios pueblos vascocántabros, que antes habían luchado contra romanos y visigodos, rechazan a los musulmanes al mismo tiempo que mantienen su independencia frente al reino neogótico de León. Aquí, sobre un sustrato lingüístico eusquérico, nació también el romance castellano, que se habló -y escribió - en la Rioja y Alava antes que en las tierras castellanas del alto Duero, y mucho antes de llegar a la planicie de Valladolid y Palencia, de donde hubo de desplazar al bable propio de la región. La Montaña santanderina es, pues, la comarca más castellana de España.
Una Castilla sin la antigua «Montaña Baja de Burgos» sería tanto o más inconcebible que una Cataluña sin la Cerdaña y Pallars, o que un Aragón sin los Pirineos de Huesca. Y al contrario: cualquier región que incluya la provincia de Santander debe llevar como atributo consustancial el nombre castellano. Tampoco es imaginable una Castilla sin la Rioja; tierra de conjunción histórico-geográfica de cántabros, vascos y celtíberos, las tres estirpes de la España prerromana que, en mayor o menor proporción, constituyen el primitivo sustrato étnico de los pueblos castellanos, y patria de los más viejos símbolos y las más auténticas creaciones de la cultura castellana: San Millán de la Cogolla, patrón de Castilla; las Glosas emilianenses, primeras líneas escritas en romance castellano; Gonzalo de Berceo, primer poeta de nombre conocido de la literatura castellana; Santo Domingo de Silos, la figura más destacada de la cultura medieval de Castilla; el Fuero de Nájera...
Si Cantabria y la Rioja rechazan el complejo castellanoleonés por defender la propia autonomía, el caso de Segovia presenta, además y en primer lugar, un valor de afirmación castellana. La provincia de Segovia rechazó, por abrumadora mayoría de sus municipios, la incorporación al artificioso ente castellano-leonés porque los segovianos vieron en él un peligro para el porvenir regional de la verdadera Castilla, de la cual Segovia se siente parte intrínseca. La ciudad de Segovia, las «tierras» de su provincia se oponen a los confusos conglomerados de Castilla-León y Castilla-La Mancha porque propugnan la autonomía de una Castilla netamente castellana, con lo cual defienden a la vez, indirectamente, las autonomías del País Leonés y el País Toledano propiamente dichos.
Segovia ha propugnado, en primer lugar, la autonomía de Castilla, y sólo cuando la decisión gubernamental niega de hecho la posibilidad de una Castilla autónoma, Segovia, ante el dilema de la incorporación forzosa al ente preautonómico castellano-leonés o la autonomía uniprovincial que la Constitución ofrece, recurre a esta última.
EL CASO DE SEGOVIA
De la maraña autonómica en tomo a Castilla en que con increíble ligereza nos metieron en mala hora algunos políticos y cierta clase intelectual ducha en el uso del mimetismo y la demagogia, y del caso singular de la autonomía de Segovia, se ha ocupado recientemente en estas mismas columnas Pedro Altares, en un artículo rebosante de inteligencia, de noble sensibilidad y de respeto por el pueblo segoviano que hoy está dando una lección de cordura, firmeza y dignidad a quienes, en teoría, deberían ser sus informadores y guías en estas difíciles cuestiones. Artículo que merece ser releído con atención.
El caso de Segovia pone dolorosamente de manifiesto algunos de los gravísimos peligros que indefectiblemente acompañan a «procesos tan delicados -y a veces sumamente complejos- como los autonómicos»: las precipitaciones y la demagogia, sobre los cuales llamó reiteradamente la atención -en los años 1978 a 1980- el secretario general del PSOE con advertencias no escuchadas ni siquiera en las filas del propio partido.
Lamentable resulta -al decir de diarios y revistas - observar la pobre conciencia política que, en general, manifiestan los españoles en una etapa de la historia nacional de tan gran trascendencia como la que hoy atraviesa España. La decepción, el pesimismo, la apatía y el desinterés por el bien común dominan por doquier a donde el observador dirija la mirada. Prueba espectacular de ello dio en diciembre un acontecimiento de tanta significación política como el referéndum sobre la autonomía de Galicia, aprobada sólo por un 19% del electorado, con el agravante de que la proporción de «noes» llegó al 80%, lo que sociológicamente -comentan las mismas fuentes informativas - expresa un altísimo grado de escepticismo y displicencia populares. Y es importante no olvidar que tan pobres resultados en pro del estatuto gallego fueron obtenidos con todo el apoyo de la propaganda desarrollada tanto por el Gobierno como por los principales partidos políticos.
Pero -y esto parece más alarmante- cuando la provincia de Segovia, consciente de su castellanía y de los derechos que la Constitución le reconoce para la defensa de su identidad, se opone -por abrumadora mayoría de los ayuntamientos y de la Diputación Provincial, de la opinión publica y de los grupos intelectuales más conscientes y conocedores del país- a formar parte de una heterogéneo entidad castellano-leonesa de reciente y arbitraria invención, dando muestra de mejor conocimiento del problema que el Gobierno y los dirigentes políticos, de viva conciencia ciudadana y de lealtad a la patria chica, entonces.. el Gobierno y los dirigentes políticos se disgustan, y en vez' de apoyar. la en sus derechos y legítimas aspiraciones a un estatuto de autonomía análogo a los de Cantabria o la Rioja, reaccionan negativamente pretendiendo forzar su incorporación a ese híbrido ente regional que el pueblo rechaza.
En estos momentos el Gobierno y la dirección central de la UCD están empeñados en meter a toda costa la provincia de Segovia en el saco autonómico castellano-leonés contra la voluntad de los segovianos, retorciendo incluso el espíritu de la Constitución para negar derechos y aspiraciones colectivas que ella misma protege.
LOS COMPLEJOS «ENTES PREAUTONOMICOS»
Se acusa a los segovianos de fomentar el cantonalismo, lo que -ya lo hemos visto- es absolutamente falso, y de dejarse manipular por caciques locales, porque entre los muchos ciudadanos que en Segovia propugnan la autonomía de Castilla propiamente dicha -y dentro de ella el respeto a la personalidad de su provincia- figuran la mayor parte de los Parlamentario segovianos de la UCD, bien sea por su cariño a la tierra, -que en principio no hay razones para negar-, bien porque han encontrado en este asunto una bella bandera que enarbolar.
Martín Villa, que el año pasado ultimó el ingreso de la provincia de León, hasta entonces defensora de la autonomía regional leonesa, en el discutido ente preautonómico castellano-leonés -lo que provocó una espontánea manifestaci6n de protesta de miles de leoneses-, no parece dispuesto a aceptar la «rebeldía» de Segovia. En cuanto a los dirigentes de los partidos políticos de la oposición que hasta ahora, con más o menos agrado, han apoyado la política autonómica castellano-leonesa, convendría recordarles las prudentes y oportunas advertencias de Felipe González sobre los peligros de proceder a la ligera en asuntos tan graves y de tan delicada naturaleza como las autonomías regionales.
El mayor y más inminente peligro que hoy amenaza a Castilla como pueblo con personalidad propia en el conjunto nacional de España está, sin duda, en los complejos entes preautonómicos de Castilla-León y Castilla-La Mancha. La consolidación de estas confusas nuevas regiones implicaría, con el tiempo, la pérdida de la propia condición de las provincias castellanas en ellas integradas, ante el predominio demográfico, económico y político de los territorios leoneses y toledano-manchegos, respectivamente. Y, al contrario: la persistencia de Cantabria, la Rioja y Segovia como entidades con autonomía uniprovincial, haría de ellas -consciente o inconscientemente- reservas y baluartes castellanos necesarios para emprender, en momento y condiciones oportunas, el rescate conjunto de una nueva y verdadera Castilla, sin la cual no es concebible un auténtico y cabal todo español.
ANSELMO CARRETERO
«El País», 18 septiembre 1981
martes, enero 01, 2008
LA CASTELLANIA DE SANTANDER
La publicación del proyecto de Estatuto de autonomía para Cantabria aconseja una nueva reflexión sobre aquella cuestión de si la provincia de Santander es, en sí misma, un territorio histórico diferenciado o, por el contrario, es nada más y nada menos que una parte integrante, y fundamental, de Castilla, vieja nación, hoy nacionalidad o región histórica, de acusada personalidad en el conjunto de los pueblos que forman España.
El proyecto de Estatuto, para acoger a la provincia de Santander, con sus propios límites administrativos, dentro del ámbito del artículo 143 de la Constitución, se ve obligado a proclamar, en su articulo 1.0, en relación con el 2.11, que «Cantabria es una entidad regional histórica». Lo cual, Indudablemente, no es cierto. La provincia de Santander carece, a todas luces, de una significación histórica diferenciado que lo permita, constitucionalmente, instituirse por sí sola en comunidad autónoma.
El territorio que ocuparon en la España prerromana las tribus cántabras no es identificable con la actual provincia de Santander, sino que abarcaba, además, importantes extensiones geográficas de las de Asturias, Palencia, Burgos y Vizcaya. Estas tribus no constituyeron nunca una entidad política ni dieron lugar a una conciencia nacional, que sólo aparece, desde los albores del siglo IX, cuando en ese territorio nace el núcleo originario de Castilla, la Castilla Vieja, la tierra de las Merindades,hasta el mar Cantábrico; en una palabra, la cuna de Castilla.
Desde entonces se denomina la Montaña y, todo a lo largo de la historia, es parte esencial y descollante del condado y del reino de Castillo, y de su acervo histórico y cultural. La provincia de Santander no aparece, como circunscripción administrativa, hasta 1833, por efecto de la división provincial de España, ordenada por el arbitrio del poder central. No puede hablarse, seriamente, de que esta provincia, configurada artificiosamente en 1833, sea una «entidad regional histórica».
No obstante, comprendemos que los montañeses sientan el orgullo de sus remotos antepasados cántabros y quieran que su tierra se llame Cantabria. También entendemos su rechazo a ese ente de Castilla-León, de corte isabelino e Imperial, ligado al diseño tecnocrático de la cuenca del Duero, y en el que se sienten naturalmente extraños.
Mejor es que Santander, la Montaña o Cantabria se administre y gobierno con autonomía provincial, que no entrar en ese ente, a ver disuelta su personalidad.
Pero, una vez más, atendamos a la auténtica Castilla; no al híbrido Imperial castellano-leonés. En la Castilla genuina y castellana, los montañeses o cántabros se sentirán en su propia casa. Su misma actitud actual de reclamar la autonomía para su tierra y no dejarse absorber, es típicamente castellana y da fe de su castellanía esencial. Están demostrando que son más castellanos que otros. Porque Castilla no es un país uniforme y centralizador, sino una unión de pueblos y tierras con características propias, con Identidades que a todos los han de ser respetadas.
En esa Castillo plural y diversa, pero solidaria y fecunda, tiene su sitio, por derecho propio, la Montaña de Santander. Cantabria autónoma en Castilla autónoma.
Informativo Castilla nº 8. Abril 1980
domingo, julio 01, 2007
domingo, marzo 25, 2007
martes, febrero 27, 2007
Manifiesto de Cantabria Nuestra sobre la historia de Cantabria
Cantabria Nuestra, ante el debate público existente, y la preocupación que a él subyace, por la redacción del Estatuto de Autonomía de Cantabria - ya aprobado-, que entre otros aspectos suprime el artículo que hacía posible la reincorporación de esta provincia a una Comunidad limítrofe (entendemos que se refiere a Castilla y León), como Asociación para la defensa del Patrimonio, cree su deber contribuir al mismo con unas reflexiones que intentan ser palabras clarificadoras, de sosiego y esperanza. La postura de nuestra Asociación se resume en los siguientes puntos:
1.- En el plano estrictamente político, o sea, en cuanto a la cuestión de fondo de si Cantabria debió haber constituido una Comunidad autónoma uniprovincial, o si, por el contrario hubiera sido preferible que formara parte de la de Castilla y León, Cantabria Nuestra entiende que, por su propio carácter de Asociación cultural, ni puede ni debe pronunciarse. Y menos aún, al tratarse de una cuestión que ha quedado zanjada por la decisión legítima de los partidos políticos que constituyen la Asamblea Regional. Además, dada la situación preocupante en que esta tierra se halla, todos los esfuerzos de leal cooperación con sus Instituciones resultan imprescindibles y obligados. Y Cantabria Nuestra desea iniciar esta reflexión ofreciendo el suyo.
2.- Preocupante para nosotros es el pretendido trasfondo histórico sobre el que algunos intentar justificar la autonomía de Cantabria. Nos preocupa y nos afecta por lo que esas posturas suponen de adulteración de la Historia, que es parte esencial del Patrimonio de esta y de todas las comunidades. Para evitar que entre nosotros llegue a exacerbarse un nacionalismo, al que no vemos base histórica real, bueno será recordar e invitar a meditar en algunos hechos básicos.
La Historia, como la Cultura (ambas con mayúscula), es propiedad y cualidad de la especie humana, y es obvio que todos los pueblos y naciones tienen la suya, por lo que el subtítulo de "comunidad histórica" es, cuando menos, redundante. Pero la Historia nunca es unilineal, ni es una sucesión de fichas de las que podemos elegir la que en cada momento resulte más atractiva, heroica, sublime o deplorable.
En artículos y "cartas al director" de prensa se leen con frecuencia referencias a la resistencia de los cántabros frente al poder de Roma y a formas de autogobierno de que, supuestamente, esta provincia gozó en pasados siglos. La conclusión inmediata que puede sacarse es que el nuevo Estatuto va a actuar como corrector de un estado de cosas negativo en que la actual Cantabria se encuentra sojuzgada por un centralismo que la sofoca y que permitiría explicar todos nuestros males. La realidad histórica, para cualquiera que de verdad quiera informarse, es que esas argumentaciones constituyen absurdas e innecesarias manipulaciones, cuando no completas falacias. Porque, vamos a ver ¿por qué son históricamente mas relevantes los siglos de la Cantabria prerromana que los que perteneció a la provincia tarraconense y al Conventus Cluniensis? ¿O que los milenios en que formaba parte del territorio de cazadores del Paleolítico Superior que a lo largo de la franja costera llegaba desde Asturias a La Dordoña y que legaron, aquí, nada menos que Altamira?.
¿Y qué decir del papel de nuestra región en el nacimiento de Castilla, en la repoblación y en la reconquista, o de sus puertos y astilleros en la toma de Sevilla, cuyo aniversario se conmemora precisamente este año?. Tal vez convenga recordar aquí que la Edad Media dura mil años, durante los cuales fueron los montañeses hombres de behetría. Con el tan citado como mal entendido "Pleito de los Valles", ya a caballo con la Edad Moderna, no se buscaba, como se ha dicho, una "independencia" frente al poder central, sino exactamente lo contrario: mantenerse bajo jurisdicción real ante las aspiraciones del dominio señorial: "todos los Valles de las Asturias de Santillana eran de los Reyes de Castilla".
Resulta realmente difícil entender que Cantabria sea origen de Castilla y, al mismo tiempo, se defienda su "diferencia" a partir de hechos anteriores que no mantienen continuidad histórica. Mucho más adecuado es reconocer que la actual Cantabria constituyó un semillero para la repoblación durante la Reconquista, que los foramontanos abrieron una vía de expansión hacia el sur de la gente de esta tierra y que nació de una división administrativa de la de Burgos. Habrá que recordar que el viejo, y entrañable para muchos, nombre de La Montaña viene de Montaña de Burgos, o norte de la provincia de Burgos, con el que esta tierra era conocida.
La relación de la actual Comunidad con los episodios históricos seleccionados y reseñados es variable. Sin embargo, en ella confluyen dos legados que explican su identidad y su realidad presente: sus casi olvidadas formas de vida tradicional y el papel del puerto de Santander como extremo del eje de comunicación hacia Castilla y desde Castilla. Las primeras constituyen uno de nuestros principales bienes patrimoniales, a cuyo estudio y recuperación Cantabria Nuestra no permanece ajena. Precisamente, una las características de nuestros valles y comarcas es su diversidad: ¿es quizá igual la vida tradicional de La Liébana a la de Vega del Pas?. Además, esas formas de vida tampoco son estáticas: ¿puede ignorarse, por ejemplo, la incidencia de la llegada desde América del maíz o la patata, de la deforestación de nuestros bosques para proporcionar material a ferrerías y astilleros o, últimamente, de la importación de la vaca frisona?.
Tampoco sería ocioso recordar que el gran desarrollo de Santander se produjo a través de su tráfico portuario, iniciado con el Fuero de Alfonso VIII, impulsado especialmente cuando Carlos III le otorga libertad de comercio con las colonias de América, y al que la ciudad debe su gran expansión económica y demográfica a lo largo del siglo XIX. Y no menos innecesario es evocar que ese comercio se refiere sobre todo a las harinas, lanas y trigos de Castilla. Las consecuencias que en el plano de relaciones e intercambio humano entre nuestra tierra y las provincias vecinas de Castilla ha dado lugar a lazos afectivos y comerciales absolutamente reales y tangibles , y que, por tanto, tienen una fuerza incomparablemente mayor que los imaginarios que pudieran unirnos con las tribus que lucharon hace veinte siglos contra las legiones de Roma.
3.- La realidad del Estado de las Autonomías es eso, una realidad. Y es la política materia de realidades, teniendo por tanto un componente pragmático que no puede olvidar la Historia, pero que no debe buscar su justificación en una mítica Arcadia, sino en la voluntad de sus habitantes de estar juntos organizándose de una determinada manera y no de otra. Si algo enseña la Historia es precisamente el carácter cambiante de esa realidad. Tal vez la Historia evolucione hacia un estado federal... tal vez hacia 21, 27 o 13 autonomías... Desde luego, si hay agregación, parece lógico que sea entre autonomías vecinas con intereses y, esperamos, que herencias colectivas similares.
Esta reflexión chocará sin duda a quien entienda la autonomía como una forma de buscar diferencias con los vecinos para acentuar la importancia de lo propio, o a quienes tratan de basarse en lejanas y difusas razones históricas para justificar el autogobierno. Pero sí será aceptada por quienes contemplan la autonomía, no como un fin en sí misma, sino como un medio de aproximar las decisiones al pueblo, buscando su óptimo desarrollo económico y la máxima elevación de su nivel cultural. Sencillamente en estos momentos, Cantabria se ha dado a sí misma su autonomia, porque ha querido, porque ha entendido que es lo mejor para sus intereses. El futuro está por escribir.
4.- No podemos por terminar este manifiesto sin un recuerdo a la importancia de la conservación y disfrute del patrimonio, que en Cantabria tiene connotaciones particulares. Donde un paisaje extraordinario y unas playas sin parangón han propiciado demasiadas veces más una explotación que una ordenación del territorio, lo que ha tenido consecuencias lamentables en el urbanismo de las ciudades y los pueblos. Preocupación que compete de modo directo al gobierno y al parlamento regional y en la que, tanto el actual como los que vengan en el futuro, habrán de mostrar su capacidad de gestión y de respeto y defensa de unos valores históricos, paisajísticos y medioambientales que una vez destruidos son irrecuperables. Este empeño constituye, precisamente, la esencia y el objetivo principal de Cantabria Nuestra.
Santander, Mayo de 1998
Resolución adoptada en la Asamblea General Extraordinaria convocada al efecto