martes, enero 30, 2024

La Rioja es Castilla 6 Logroño, castillo de Castilla contra Navarra y Francia(por José María Codón, de la R. A. H.)

 


 La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)


5. Logroño, castillo de Castilla contra Navarra y Francia

 

La historia de Burgos y la de Logroño se pueden condensar en una misma divisa: La lealtad al Rey y al Reino. Cuando comenzaron los excesos en el movimiento comunero, Burgos, antiguo motor del mismo, impugnó la demagogia de la Junta de Tordesillas y volvió al campo realista.

 

Pero Logroño había intuido que, tras las legítimas aspiraciones de las Comunidades en su fase inicial, se ocultaba la ambición y el maquiavelismo del rey de Francia, Francisco I, que no sólo se aprovechó de la guerra civil para atacar a Castilla, sino que conspiró para que el levantamiento comunero se produjera, llegando a hacer proposiciones deshonestas de traición al propio Condestable y a altos dignatarios eclesiásticos, como han descubierto las investigaciones más recientes.

 

El Duque de Nájera, virrey de Navarra, dio la alarma. Ocupado el Condestable de Castilla en el restablecimiento de la paz frente a la revuelta comunera, se aprovecharon los franceses de la situación y con la complicidad de los agramonteses navarros, comenzaron la invasión en abril de 1520, con el fin de derrocar el poder del Emperador Carlos y anular la anexión de Navarra a Castilla, sosteniendo los derechos de la familia Albret sobre Navarra, y entrando por el paso de Roncesvalles para atacar Logroño.

 

Es magnífico y ejemplar el gesto de las ciudades comuneras de enviar a la Rioja, contra los franceses, contingentes numerosos, e incluso caudillos comuneros como el valeroso don Pedro Girón. La aportación de Burgos fue de cerca de mil hombres. La orilla castellana del Ebro formó la línea defensiva. Aún rebrillaba en los ojos de los comuneros de Castilla aquel rayo de justicias vengadoras y “aún movían con más brío las espadas que las hoces labradoras”.

 

Ante la avalancha de franceses y navarros, el gobernador de la capital riojana, intimado a la rendición dijo “que no abría las puertas de Logroño en tanto dentro hubiera un habitante vivo”. Escaseban las municiones y los logroñeses se defendían con piedras y tiros de arcabuz. No había víveres, más que panes y peces, alimentos evangélicos. (Aún se conmemora en la capital la “fiesta del pez”, en recuerdo de aquella gesta). El 11 de junio de 1520, Esperre, jefe de los invasores, hubo de levantar el sitio y rehechos los castellanos, en tres semanas de lucha, invadieron Navarra, y unidos el Duque de Nájera y el Condestable de Castilla, persiguieron a los franceses. Trabada batalla, tan de veras, que nuestro ejército causó a los aliados invasores más de seis mil muertos. Esta fue una batalla de verdad: la de Noaín.

 

Algunos comuneros recalcitrantes entraron en Francia con el ejército galo: “Mala la hubisteis, franceses”…

 

También Logroño dio pruebas de su temple castellano cuando el conde Gastón de Foix, partidario de su pariente Felipe de Evreux, intentó entrar en Logroño al frente de sus navarros. Apurados los logroñeses, hubieron de refugiarse en el puente del Ebro. Había que dar lugar a que nuestros soldados se fortificaran en la ciudad dando tiempo para que una guerrilla luchase fuera del puente levadizo, para subir éste.

 

Quedó encargado de tal cometido Ruy de Gaona, con tres de sus escuderos. Lucharon hasta la muerte de éstos y continuó solo el capitán indicado, que logrado el objetivo y no pudiendo entrar al recinto, se tiró de cabeza con armadura y todo, para no caer prisionero, al agua. Se ahogó en el Ebro y desde entonces se llama el paraje “pozo de Ruy de Gaona”.

 

Por sus méritos y castellanía, Carlos V concedió a Logroño un escudo de armas formado por un puente un castillo (el mismo que tuvo siempre) y una corona ducal en memoria del Ducado de Cantabria, y en recuerdo de levantamiento del sitio en que colaboraron contra el Rey, los franceses y los comuneros.

Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

La Rioja es Castilla 5. La rioja en las comunidades de Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

 


 La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

4. La Rioja en las Comunidades de Castilla

 

Un momento estelar del castellanismo de la Rioja fue aquel singular fenómeno histórico de las Comunidades, en que la actual provincia de Logroño se dividió, al principio, en dos partes diferenciadas: el Oeste, acusadamente comunero, y el Este (la línea de Logroño y demás tierras del lado de acá del Ebro), realista.

 

La contienda de las Comunidades de Castilla fue una guerra civil entre castellanos. Ni el reino de Aragón, desde Cataluña a Valencia y Mallorca; ni Navarra, participaron en ella.

 

Esa guerra civil tiene dos fases clarísimas: la primera, de alzamiento nacional de repulsa contra los dignatarios extranjeros de “servicio a Dios”, afirmación de los ideales religiosos y castellanos y exaltación municipal de las comunidades de villa y tierra; la segunda, del movimiento antiseñorial, revolución popular y anarquía: fue el momento de la retirada de Burgos y Soria y de la pacificación de Logroño, que por estar junto a la zona de peligro de la invasión navarra y francesa, veía claro el contubernio que dirigía Francisco I de Francia.

 

Por eso la batalla de Villalar, noche negra en el cielo de la Castilla llana, no merece ni el nombre de tal. Fue una rendición sin lucha, una “rota incruenta”, pues de 16.000 hombres que pelearon no hubo ni una sola baja mortal, sólo algunos contusos y heridos leves. Eso fue Villalar: una batalla sin muertos.

 

Los logroñeses de ambos bandos eran igualmente castellanos. La zona comunera, del Oeste de la tierra, pese a pertenecer a las dos familias más importantes de Castilla, el Conde de Haro y el Duque de Nájera, se alzaron por la Comunidad, en Haro, Nájera y Anguiano, en 1521, con signo antiseñorial.

 

La zona fronteriza con Navarra, consciente del peligro de la invasión francesa, luchó, con todo heroísmo, particularmente Logroño, contra los navarros y los galos. En un principio fue Burgos, tan vinculado a la Rioja desde siempre, el que atizó el fuego. Habían llegado los ecos del grito de Dueñas, inspirado por Burgos. Esta ciudad, centro de agitación comunera al principio del levantamiento, contagió no sólo a la Rioja, sino a Vitoria, a las merindades de Castilla la Vieja e intentó con poco éxito incorporar al movimiento a la antigua Montaña de Burgos, hoy Santander. Burgos se atrevió a defender la postura de los rebeldes de Dueñas, en carta del 11 de Septiembre de 1521 que se conserva en la Biblioteca del Palacio Real.

 

El Condestable, en la primera fase de exaltación fue expulsado de Burgos. El que lo era todo en Burgos hubo de despedirse, rápido, de la Casa del Cordón. Entonces se sublevó su propio señorío de Haro y los comuneros llegaron a cercar su fortaleza de Briones. Pero el Condestable pesaba mucho en Castilla, sobre todo en la Rioja. Aquel Velasco dominó en pocos días la revuelta que estaba motivada en Haro, más que nada por el problema del aumento de las imposiciones y tributos, y ahorcó a los principales responsables.

 

El Duque de Nájera y Conde de Treviño, Manrique de Lara, otro gran general de Carlos I, vio también cómo por aquella fecha se sublevaba la vieja villa ducal, para protestar contra la tiranía de los señores y los impuestos, destituyendo los sublevados a los regidores y jueces del Duque. Los rebeldes ahorcaron a un hidalgo al servicio de los Manrique de Lara, tomaron dos de las tres fortalezas de los mismos e incitaron a la villa de Navarrete a que se apoderara las escrituras señoriales que les afectaban.

 

Pero al llegar a la tercera fortaleza ducal, la de la Mota, el gobernador del Duque supo resistir gravemente. El Duque de Mondéjar conminó a los comuneros de Nájera a la rendición en términos muy duros. La Junta comunera pidió auxilio a Burgos, pero sin tiempo para que llegase el mensaje, el Duque de Nájera se presentó ante los muros de esta población con dos mil hombres y aquellos comuneros de Castilla “de hosca frente y anchas manos”, sucumbieron a la superioridad de un ejército profesionalmente organizado y respaldado por las tropas castellanas que guarnecían la frontera navarra. Se ahorcó en Nájera a cuatro comuneros, entre ellos a dos bachilleres, uno llamado Carrillo.

 

En Anguiano, villa de abadengo, próxima a Valbanera, la comunidad se alzó “porque Dios permite que nos alcemos para redimirnos”. La rebelión, según Hurtado de Mendoza, fue extensa pero breve en la Rioja. Apenas duraron las sublevaciones de Haro, Anguiano y Nájera una semana. Los comuneros pusieron sitio a Logroño, pero pronto hubieron de levantarlo.

 

En Santo Domingo de la Calzada desertaron y se dispersaron los comuneros de Segovia, como se lee en la carta de García Casares al regente Cardenal Adriano. Ante el peligro de la invasión francesa, que se acercaba a Logroño, los riojanos se lanzaron a luchar a favor del Emperador, en sangrientos sitios y batallas de verdad.

 

De Navarra llegaron fuerzas por medio del Duque de Nájera y del de Falces, contra los comuneros, que apagaron los últimos destellos de la rebelión.

 

Aragón se opuso a una nueva leva de dos mil aragoneses para reforzar el ejército del Condestable.

 

Con todo ello terminó la guerra civil de los castellanos de Rioja comuneros, contra los castellanos de Rioja realistas y todos se unieron para defender el Reino, como veremos en el capítulo siguiente.

Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

lunes, enero 22, 2024

La Rioja es Castilla 4. Del Cid a Sagasta ((por José María Codón, de la R. A. H.)

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La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

3. Del Cid a Sagasta


Desde las lejanías del siglo XI, hasta el día de hoy (1979), la Rioja ha sido, sin solución de continuidad, tierra, pámpano y castillo de Castilla.


1076: Año que debe grabarse en letras de bronce. Alfonso VI consolida la presencia de Castilla en la Rioja para siempre, verdad que reconocen tirios y troyanos. Pero sería una verdad a medias. El arranque de la pertenencia de la tierra logroñesa a Castilla, si bien no tan estabilizada, es un siglo anterior, en tiempos de Fernán González.


No sólo el rey Alfonso VI señoreó a estas tierras. Unos años antes que este Monarca lo hizo el Cid Campeador. Muerto Fernando I, el de Atapuerca, su hijo Sancho II nombró a Ruy Díaz “armiger”, príncipe o alférez del ejército de Castilla, a fin de resolver militarmente la querella que tenía con Navarra sobre ciertos castillos fronterizos, entre los cuales figuraba el de Pazuengos. Los dos ejércitos enfrentados, en vez de luchar, propusieron que se celebrase un duelo o juicio de Dios entre dos campeones. Lo describe minuciosamente Menéndez Pidal, sobre la base del “Carmen Campidoctoris”, y también lo relata el escritor local Alfredo Gil del Río. El Cid mató, en noble lucha, a Gimeno Garcés, campeón de los navarros. Por ello, en el lugar de la pelea, ribera del Najerilla, recibió el paladín burgalés el título de “Campidoctor” o Campeador.


Cuando ascendió el Rey Alfonso VI al trono, muerto Sancho II en Zamora, el Cid le tomó previamente el celebérrimo juramento de Santa Gadea, y por eso fue desterrado. El Cid, desligado del vínculo del vasallaje, penetró en tierra riojana, conquistó Alfaro, que fue llamada “la puerta de Castilla”, y luego Logroño, como se acredita en el Cronicón de Cardeña. En el año 1092, por rivalidades con el conde de Nájera, su constante enemigo, prohombre de Alfonso VI, el Cid entró en Logroño, Calahorra, Nájera, y Alberite.


Las teorías secesionistas de un pequeño grupo actual (1979) especulan con las incursiones que Navarra y Aragón (política fronteriza medieval) hicieron en determinadas ocasiones sobre la tierra siempre castellana de la Rioja.


Ya queda dicho que desde la Reconquista, Rioja fue pre-castellana y luego castellana. Pero no nos duelen prendas al afirmar que la concreta ciudad de Logroño fue atacada algunas veces por los navarros; sobre todo (primer tercio del siglo XII), por Alfonso el Batallador de Aragón, que la perdió al disputársela Navarra en 1135; pero la recobró Castilla inmediatamente en 1136, implantándose en Logroño una gran institución castellana, “La primera de las iglesias del Santo Sepulcro en Castilla”, en el año 1155. Y si bien, en 1160, Logroño es expugnada por Sancho IV de Navarra, en 1174 volvería a Castilla por la invicta espada de un rey riojano, de Nájera, Alfonso VIII, el de las Navas, esta vez para siempre.


También fue riojana Doña Berenguela, la madre de Castilla, esposa de Alfonso IX de León. Como un espejo de la labor de esta Reina, la Rioja conserva en el pedestal de la Virgen de Valbanera al escudo -rojo carmesí, no se olvide- de Castilla al lado del de León.


Desde el siglo XII, conservó celosamente de hecho y de derecho la Rioja, la soberanía de Castilla. A nadie se le ocurrió empequeñecer a la región madre con disputas comarcales o locales.


Cuando la Rioja depende de los nobles castellanos, del Corregidor o los Intendentes de Burgos o de los Jefes Políticos del siglo XIX, que ordenaron la desamortización; cuando en los organismos de Burgos se discutían problemas de Briones o Ezcaray, existía una conciencia general castellana, sin perjuicio del sentimiento riojano, que sabía coordinar el vínculo patriótico con el Reino y el amor a la tierra vernácula.


Esto lo afirma la historia constante desde el Cid a Sagasta y la prospectiva riojana actual (1979).

Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

La Rioja es Castilla 3.De los berones a Fernán González (por José María Codón, de la R. A. H.)

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 La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

2. De los berones a Fernán González


El mundo fascinante de los berones es la portada de la historia de la Rioja. Son los primeros pobladores de esta tierra que los dictados tópicos llaman la “Andalucía del Norte”. Los berones no son vascongados. Logroño tiene una etimología que algunos hacen derivar de “Ulgrulium”, palabra que no ofrece vislumbre alguna de ser vasca.


Los berones entran de lleno en el área celta. Las primitivas ciudades Varea, Nájera y Oliva, la primera capital de la tribu, lo son, según Plinio, Pomponio Mela y Estrabón lo certifican, precisando el último que la gente de los berones se halla al Norte de los celtíberos y diciendo Menéndez Pidal que tanto los berones como sus vecinos los autrigones, estaban fuertemente celtificados.


Una prueba tumbativa de su cantabrismo es que no estaban adscritos al convento jurídico de Cesaraugusta, o Zaragoza, sino el de Clunia, situada en lo que hoy es provincia de Burgos.


En cambio, los vascones, luego navarros, tenían una denominación puramente tópica que señalaba a los habitantes de una comarca, la “wascka”, depresión del Ebro, ubicada en la zona sita entre Cascante y Tudela. Dichos aborígenes, al llegar los árabes se refugiaron en Pamplona y pertenecían al convento jurídico de Zaragoza.


El infalible Padre Flórez, que decidió para siempre la controversia sobre Cantabria, afirma que los berones eran cántabros, que ocuparon la Sierra de Cantabria en Logroño y formaron parte del Ducado de Cantabria en tiempo de Leovigildo, hasta que fue destruida dicha ciudad por este monarca godo. La ciudad de Cantabria es prueba concluyente de que los berones, predecesores de los riojanos, eran cántabros, o sea, pre-castellanos, y así se explica la evolución conjunta en torno a la empresa de Castilla, de los riojanos junto con los burgaleses y santanderinos. Por eso al comenzar la Reconquista, Logroño se integró en la Monarquía asturleonesa que con Ramiro I obtuvo en tierra riojana, a la sombra de ese castillo que es un buen testimonio, la victoria de Clavijo.


En el año 800 aparece ya el nombre de Castilla y el origen bárdulo (burgalés) de esta tierra, en la crónica de Al-Himmari y en la de Alfonso III, después.


Fernán González completa la adscripción de la Rioja a Castilla. Antes de la independencia del Condado, en el año 905, Sancho Abarca había repoblado Logroño, pero Fernán González lucha con él en la Degollada, entre Nájera y Santo Domingo, y es vencido y muerto el príncipe navarro y recobrada la ciudad.


En el año 943 se reafirma más la unidad castellana, ayudada por la circunstancia de que en tiempo de Fernán González dependía canónicamente la Rioja del Obispado burgalés de Valpuesta.


También pasó angustias Fernán González en la Rioja cuando la sorpresa o traición de Cirueña: “Señor contigo cuento – attanto conquerir - seyendo tu vasallo - non me quieras fallir”, fue su oración.


Fernán González tuvo una enorme visión teológica de la empresa de Castilla en la Rioja.


El buen Conde llevaba sus hombres libres, guerreros y labradores, con un programa sublime de libertades concretas, no de abstracciones. Formula los votos de San Millán, traza su demarcación por todas las tierras de Castilla, se convierte en mecenas del Monasterio donde aún los monjes agustinos le evocan en efigie; se adueña con su política mixta, pacífica y bélica de Álava y Vizcaya a las que rige como Conde y Duque respectivamente, anejas al Condado matriz de Castilla. (El Rey de Pamplona había completado la donación de Logroño al Monasterio de San Millán).


Es muy simbólico que San Millán de Suso cobije los sepulcros de los cadáveres acéfalos de los Siete Infantes de Lara y de su ayo Nuño Salido, que fueron bienamados del Conde de Castilla Garci Fernández, lo que significa que el Monasterio era todavía un lugar honroso de Castilla. Incluso el tercer Conde independiente Sancho García el de los Buenos Fueros, aparece con toda su magnificencia en los cartularios riojanos, con cuyas huellas de castellanidad de la Rioja llegamos pronto a la época del Cid.


Es curioso que en el paseo del Espolón de Burgos, exista la mejor estatua conocida de San Millán de la Cogolla, grande y maciza, actuando en figura de monje matamoros y alineada con otra inmediata de Fernán González, su devoto hijo, que con los votos de San Millán nos dejó cimentada la unidad entre el Reino de Castilla y su parcela preferida en algunos conceptos: la Rioja.


El refranero nos dice: “Si Castilla fuera vaca, Rioja fuera la riñonada” dando a entender que la Rioja es uno de los mejores territorios de Castilla.


Que el gran Sancho el Mayor de Navarra reinara después en la Rioja no contradice nuestra tesis porque lo hizo a título de consorte de la Condesa de Castilla Doña Mayor, y por la fórmula del Imperio que, por primera vez en la Reconquista, intentó este gran Monarca.


Pero cuando Fernando I, por el vicio regresivo del patrimonialismo germánico, dividió los reinos entre sus hijos a la hora de morir, Sancho ayudado del poderoso brazo del Cid recuperó la unidad. A su muerte continuó esta política Alfonso VI y también el Cid, gran defensor de la Rioja castellana, pese a leyendas y malos enfoques del problema.

Última edición por ALACRAN; Hace 1 día a las 12:53

Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

sábado, enero 20, 2024

Blas Piñar en Salamanca: significado y sentido de Castilla (y Salamanca)

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Blas Piñar en Salamanca: significado y sentido de Castilla (y Salamanca)


Revista FUERZA NUEVA, nº 568, 26-Nov-1977


Blas Piñar en Salamanca


“DEMOCRACIA AFECTIVA”


(Discurso pronunciado por Blas Piñar en el salón de actos de la antigua Jefatura Provincial del Movimiento de Salamanca, el día 13 de noviembre de 1977.)


I


Azorín, que cantó a todas las regiones de España con aquella maestría singular de su verbo claro, luminoso y levantino, cuando sobre el papel escribió Castilla quedóse absorto, ensimismado y quieto. Y añadió, recobrando el hilo:


“¡Qué profunda y sincera emoción experimentamos al escribir esta palabra!”


¡Y nosotros también! No sólo porque la palabra Castilla nos trae a la memoria nuestra vinculación con la tierra, sino porque más allá, y por encima de esta vinculación geográfica y material -puro sitio de nacimiento- la palabra Castilla penetra en el alma y nos pone en trance de sintonía interior con todo aquello que, además de geográficamente, la región supone en lo histórico, en lo literario, en lo espiritual y en lo político.


Y ahora (1977), cuando el tema artificial de las autonomías se plantea con ruido, en un mar de confusiones que nadie aclara, tergiversando la reforma de la administración -que debe transformarla en un mecanismo instrumental ágil, próximo y flexible-, con la creación de unos gobiernos regionales, que duplicarán y encarecerán la burocracia, que deberán coordinarse entre sí en nuevos “pactos de la Moncloa”, y que, en muchos casos, lejos de coordinar, contribuirán a la dispersión de energía y el enturbiamiento y desaparición del sentido de unidad, bueno es que en Salamanca nos ocupemos, con la brevedad posible, de Castilla, de la que alguien dijo que tiene “fe de roca y esperanza de diamante”.


****


• “Planimetría sin accidentes,

• mar convertido en tierra,

• uniformidad plana,

• horizontalidad lacustre,

• tristeza reconcentrada y soñadora”.


Eso es Castilla, nos dice Pérez Galdós.


Pero ese rostro pardo y austero de Castilla no basta para su entera definición. Parece como si Castilla estuviera privado de hermosura. Una mujer, Emilia Pardo y Bazán, la descubre:


“En Castilla, la hermosura se reviste de sayal penitente. Su atractivo no está en la superficie, sino en la entraña: sale de adentro y adentro vuelve. Por ello, porque goza de esa hermosura interior, no importa que Castilla sea a un tiempo grave y árida”.


Esa Castilla grave, y a la vez hermosa, es la que describe en versos magistrales Gabriel y Galán cuando, con el recuerdo de la esposa idolatrada y muerta, dice:


“Cantaba el equilibrio

de aquel alma serena,

como los anchos cielos,

como los campos de mi amada tierra.

Y cantaba también aquellos campos,

los de las pardas, onduladas cuestas,

los de los mares de enceradas mieses,

los de las mudas perspectivas serias,

los de las castas soledades hondas,

los de las grises lontananzas muertas.”


Pero hay algo más que llanura y belleza interior en la Castilla nuestra. Quizá porque haga falta perspectiva y distancia para contemplar mejor, ha sido un extranjero, Waldo Frank, el autor del “Mensaje a la América hispana”, el que, meditando sobre Castilla, escribe:


“Castillos y sierras como castillos existen aquí en todas partes. ¿Por qué, entonces -se pregunta- sólo a esta región del mundo se le ha llamado Castilla?

Y continúa:

“Pero, ¿qué es un castillo? Es un lugar cerrado que domina por medio de su clausura el espacio abierto que le rodea. Está edificado de la misma piedra de su mundo, y es eso, la piedra de su mundo”.


El castillo se apodera de la abundancia presente de su mundo y lo alza para preservarlo, para defenderlo y para salvarlo.


Pues bien, lo que hoy como ayer llamamos Castilla, es toda ella castillo, porque toda ella, al convertirse en castillo, ha salvado siempre la abundancia espiritual de su mundo y ha hecho de España en el curso de la historia pasada, y casi presente, una pasión recia, firme, contagiosa y creadora, fruto de su voluntad y de su coraje.


Castilla no tiene más razón de ser que la que es propia del castillo. Castillo para defender y salvar y perpetuar el alma de España. Castillo que sabe convertirse en alquería, en tiempo de paz, en molino, cuando rompe amarras, sobre las cresterías de Consuegra y Puerto Lápice, en fuerte militar en Cartagena de Indias o en San Agustín, y en morada para el desposorio místico de Santa Teresa.


Por eso, qué pena da oír esos gritos de autonomía, de abandono irreflexivo de la continuidad histórica, de negación brutal y hasta colérica del sentido de misión. Castilla no puede abdicar de sí misma y suicidarse, porque precisamente su personalidad se ahonda y robustece en la medida en que, frente al huracán que asola y dispersa, se alza como un castillo inconmovible, serena, y hasta me atrevería a decir que altiva, desafiando al viento, segura de que volverá la calma. Por eso, cuando los demás, torpes y alocados, contemplen el doloroso panorama de su propia ruina material y espiritual, Castilla, desde su castillo, donde todo habrá quedado indemne, podrá echar el puente levadizo y salir a campo abierto para restaurarlo todo, para rehacerlo todo, para devolver a España la unidad, la grandeza y la libertad, perdidas en un tiempo de locura.


¿Es esto ponerse a la exaltación de la personalidad regional de Castilla? Al contrario; es reconocerla, amarla, y hacer, sin falsificaciones, todo lo posible para enriquecerla.


Y ya que hablamos de falsificaciones, y por ello mismo de propósito de enzarzar y dividir, conforme la dialéctica marxista, de una parte, y a la tolerancia y blandenguería liberal, de otra, pensemos en el pendón que como emblema de Castilla se nos ofrece, el pendón morado que unos manifestantes -que sin reflexión intelectual acuden al silbido del que manda- colocaron con violencia en el Gobierno Civil de Salamanca el pasado 30 de octubre.


Pues bien, ese pendón, mis queridos autonomistas, no es el pendón de Castilla. El pendón de Castilla es carmesí y lo atraviesa una banda de oro. Ese pendón fue el de la Reconquista castellana, el que, cuando la Reconquista terminó y volvió a rehacerse nuestra unidad geográfica y política, llevaron los Reyes Católicos hasta Granada.


El rojo y el amarillo son los colores de Castilla, como amarillos y rojos son los colores del reino de Aragón, y por tanto los de Cataluña, Valencia y Baleares. Por eso, cuando frente a la bandera blanca y dinástica de los Borbones, que se importó de Francia, alzamos un distintivo nacional y propio, fue creada la enseña nacional: sangre y oro. A su sombra han nacido y han muerto los españoles. Por ello se ha luchado y combatido. Y por ella (sépase bien claro), pese a la deserción y a la cobardía, somos muchos los españoles que estamos dispuestos a luchar y combatir.


Entonces, ¿qué significa y de dónde procede el pendón que enarbolan algunos, y que con riesgo, que ojalá se empleara por causa mejor, nos quieren imponer?


El pendón morado ni siquiera fue el de los comuneros de Castilla. Fue tan sólo el de una legión llamada comunera, creada en Madrid el siglo pasado. El morado es un color clerical, propio del estamento eclesiástico. El morado es un color real, que convirtió la reina Isabel II en divisa para su propio estandarte.


¡Fijaos hasta dónde llega la hostilidad cegadora! A que algunos marxistas-leninistas, que quieren la República y se proclaman ateos, enarbolen como signo un pendón monárquico, borbónico y clerical, sin saber, por supuesto, lo que llevan entre las manos.


Y así sucede todo. En este telégrafo de señales en que se está convirtiendo la heráldica española, surgen banderas inexplicables.


Pensad en la enseña blanca y verde de Andalucía. Es posible que vosotros, y muchos de aquellos que la enarbolan, ignoréis también lo que significa y de dónde trae su causa y origen.


Pues bien, la bandera blanca y verde de los autonomistas andaluces es la que trajeron a España los almohades africanos, enemigos no sólo de la civilización cristiana, sino de la musulmana y andaluza del Califato de Córdoba. Con ella derrotaron a Alfonso VIII en la batalla del Alarcos en 1195. Cuando Alarcos se recobró tres años más tarde, la bandera blanca y verde ondeó sobre la Giralda, y más tarde, cuando la rebelión morisca, fue alzada entre Estepona y Marbella.


¡Pues ahí la tenéis, la bandera blanca y verde, africana, almohade, anticristiana y antiandaluza, levantada como enseña de Andalucía!


Pero estamos en Salamanca, donde Castilla, sobre un fondo común a toda la inmensa comarca, adquiere perfiles propios y especiales.


Y es curioso el contraste de pareceres en torno a la ciudad. José Antonio habló de su “áspero decoro”, mientras que Unamuno dijo que Salamanca era “una ciudad abierta y alegre, muy alegre”.


¿Hay contradicción entre el modo de ver a Salamanca dos personalidades, sin duda fuera de serie? A mi juicio, no.


Lo que ocurre es que Unamuno ve en Salamanca la alegría de la piedra jubilosa que nace dulce y blanda y se torna ocre, dorada por la caricia del sol y de la lluvia. Pero esa alegría de la piedra románica, gótica, renacentista, plateresca y barroca, no se pierde en frivolidad, en superficialidad marginante, sino que lleva de la mano al silencio dulce, a la paz que exige el propio señorío.


Don Miguel lo dirá en sus versos de profesor:


“Bosque de piedras que arrancó la historia

a las entrañas de la tierra madre,

remanso de quietud, yo te bendigo

¡mi Salamanca!”


Pues bien, es este remanso de quietud íntima, de noble arquitectura clásica, de orden diría que casi matemático, de precisión y exactitud meticulosa, que representan, de un lado la Plaza Mayor -cuadro tan perfecto como un silogismo-, las dos catedrales y las dos universidades, es el que José Antonio, en su discurso de Salamanca de 10 de febrero de 1935, en el teatro Bretón, puso de relieve al hablarnos del “señorial decoro de la ciudad”; porque la aspereza, ya señalada, y el decoro nacional, constituyen las dos notas características de lo que el mismo José Antonio, y nosotros con él, deseamos para España en una hora como la presente, y en cierto modo tan parecida a aquélla, en que un tedio insoportable y una desgana pesimista se adueñan del alma nacional, hasta el punto de que el pueblo duda de su propio destino.


Frente al maridaje de logias y sacristías, pidió entonces José Antonio la nacionalización del Estado beligerante contra los peores enemigos de España, el separatismo y el marxismo, y una fe audaz y salvadora que evitara nuestra andadura torpe, sin bastón y sin meta, al modo del ciego que no sabe dónde está y que cuando marcha lo hace palpando, a tientas y sin tino.


También entonces, en medio de la confusión abajo y del maridaje arriba, españoles llenos de juventud caían abatidos en las calles.


José Antonio, en Salamanca, pasó en vela el aniversario de Matías Montero. ¡Y cómo hablaba a sus escuadristas, con un sentido católico de su empresa!:


“Cuando dudemos, cuando desfallezcamos, cuando nos acometa el terror de si andaremos persiguiendo fantasmas, digamos ¡No! Esto es grande, esto es verdadero, esto es fecundo; si no, no hubiera ofrendado la vida por la causa –(esa vida) que él estimaba en su tremendo valor de eternidad- Matías Montero”.


***

Hoy –por qué cuesta tanto aprender las lecciones- vuelven a ofrendar la vida por idéntica causa otros españoles. Por desgracia, nos vamos acostumbrando. Nuestra sensibilidad se curte, se embota, se pierde entre la monstruosidad diaria. Una cortina de humo nos hace olvidar con rapidez el delito horrible. Más tarde, el asesino, liberado, se nos muestra como un héroe.


¡Pero eso sí! La infracción pequeña, fruto de la ira justificada, o el delito mayor, pero aislado, de quien no forma parte del grupo victorioso, quedarán petrificados, sin amnistía posible, recordado a cada hora para obnubilar a la opinión. ¡Así es la democracia de los liberales y de los marxistas!


Es curioso que después de habernos salvado del liberalismo se produzca un regreso para su busca; que otra vez volvamos a escuchar y a dejarnos seducir -pagando un precio de pobreza y de sangre- por las voces de aquellos que nos llevaron a la disolución y a la ruina.


Permitidme que traiga a colación el criterio de dos hombres a los que un lugar común cualquiera consideraría como portadores tipificados del liberalismo que hoy se predica: Ortega y Gasset y Joaquín Costa.


Pues bien, Ortega dijo: “A la esencia de la verdad le son indiferentes las vicisitudes del sufragio. La coincidencia de todos los hombres en una misma opinión, no daría a ésta un quilate nuevo de verdad”.


Y Joaquín Costa escribió: “El liberalismo rechaza la soberanía de derecho divino, pero tampoco acepta la del pueblo. El día de las elecciones el aspirante a legislador proclama al pueblo César. Pero cayó la papeleta en la urna y se acabó la soberanía. El diputado, el senador, el ministro, desciñen al pueblo la corona, echan una losa sobre su voluntad, llevándola al Calvario del Congreso, lo crucifican a discursos y a leyes, y le condenan si se permite opinar en contra”.


Acaso no se explica así que José Antonio, que pertenecía a una estirpe que había servido con las armas la causa liberal, no estalle indignado: “Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre”, añadiendo: “Ya veréis cómo rehacemos la dignidad del hombre para, sobre ella, rehacer la dignidad de la Patria”.


Esta fue la gran obra de Franco. Rehacer la dignidad del hombre y sobre ella la dignidad de la Patria. La dignidad del hombre, empezando por la del trabajador. ¿Cuándo fue más respetado? ¿Cuándo, sin convertirse en muñeco de fuerzas ocultas, consiguió lo que parece milagroso, en una nación empobrecida por el liberalismo, arrasada por la guerra a que el liberalismo nos llevó, odiada por las potencias vencedoras del último enfrentamiento mundial?


La Seguridad Social, la anulación del despido libre, la participación en los beneficios de la empresa, el nivel de vida más alto, las becas de estudio, ¿fueron conquistas sociales del marxismo, o fue la obra de Franco?


Y sobre ello, la dignidad de la Patria. En lo económico, en la moral interna, en la política internacional, sin peregrinaciones mendicantes ridículas y abusivas.


Se acerca el 20 de noviembre, conmemoración común de José Antonio y de Franco. Nosotros hemos encabezado una solicitud para concedernos en Madrid, en la Plaza de Oriente, en la mañana de ese día. (…)


Y aquí venimos también nosotros, casi en vísperas del segundo aniversario de su muerte, a Salamanca, hecha sabiduría política, a la Salamanca universitaria que salvó la unidad de la Iglesia, que ganó América para la verdad cristiana, que iluminó, en lo humano, a los místicos y a los gobernantes.


Pidamos a Dios como quería José Antonio, que la inteligencia asuma otra vez su función rectora para impedir que la acción pueda convertirse en barbarie.


Última edición por ALACRAN; Hace 1 día a las 14:24

Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

sábado, enero 13, 2024

La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.) 2

 De hispanismo.org

La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

Texto de una obra del sr Codón (año 1979), editada ante las pretensiones secesionistas riojanas, desgraciadamente triunfantes, hacia el cantonalismo ínfimo y ridículo presidido por la banderita del parchís

 

 

1. La Rioja, esencia y solera de Castilla

 

La Rioja, como Burgos y Santander, es la tierra más castellana de nuestra región, la más genuina de la Vieja Castilla. En todas las pupilas están retratados su paisaje multicolor, verde y oro según las estaciones, sus horizontes jugosos y abiertos, y las cumbres lejanas de sus montañas, a veces nevadas, sus paisajes y sus monumentos, y en el regusto del paladar, ese vino impar y los productos de su rica huerta. En todas las almas españolas están impresos los valores heroicos de esta tierra de grandes capitanes castellanos, sobre todo en el Renacimiento y en la etapa americana, sus teólogos, filósofos y literatos, sus virreyes del Nuevo Mundo y sus gobernantes españoles en el Viejo.

 

Por ello no puede prosperar (1979) una leyenda minoritaria e inexacta que sostiene que la Rioja puede ser autónoma porque es una personalidad política trashumante que pasó y puede pasar por las manos de Castilla, Aragón, Navarra o las Vascongadas. Las leyendas no interpretan la historia, la falsifican.

 

La Rioja, que no coincide territorialmente con la provincia de Logroño, fue siempre castellana, desde su amanecer histórico más lejano, al día de hoy (1979). Nadie puede extrañarse de que no existiera hasta el pasado siglo XIX, ni en la administración ni en la política, como entidad sustantiva, porque, sencillamente estaba contenida dentro del territorio de Burgos hasta hace poco más de un siglo.

 

Pero entre ambos territorios, burgalés y logroñés, no ha habido nunca fronteras históricas ni políticas, sino un ambiente de unidad castellana y compenetración. Por esto, cuando se creó en el siglo XIX la provincia de Logroño, el poder central actuó por una partenogénesis impuesta sobre la provincia de Burgos. El Gobierno dispuso de 121 municipios burgaleses y de otros sorianos y los adjudicó a la entonces inexistente provincia de Logroño. Operó partiendo, sencillamente, un pan. Pero cuando se parte un pan, los dos pedazos conservan la identidad y la sustancia. La Rioja es pues tan castellana como lo fue siempre, una comarca de la Madre Castilla, hasta aquel año de 1833 en que pasó a formar una provincia en aquella división cartesiana, que comenzó con las medidas centralistas de 1812.

 

Es inconcuso que la provincia de Logroño ha sido siempre de Burgos y, por Burgos, de Castilla, que dotó a la capital de la Rioja de las libertades concretas contenidas en su insigne fuero municipal castellano.

 

El embrión de la provincia se había iniciado por el Decreto de las Cortes de 1822, pero fue derogado en 1823 y siguió actuando sobre ella el jefe político de Burgos hasta la constitución de la provincia de Logroño en 1833.

 

En el célebre “Tesoro de la Lengua castellana o española” (acertada manera de sentar la equivalencia de los adjetivos para una misma Lengua, que su autor editó en 1611), Sebastián de Covarrubias definió así a la capital de la Rioja: “Logroño: Ciudad de Castilla, en los confines de Navarra, a la ribera del Ebro”. Con la misma rotundidad histórica, el “Diccionario geográfico” de Madoz, dedica algunas páginas a explicar cómo una parte de Burgos se transformó en provincia de Logroño con algunas aportaciones sorianas, en el siglo XIX.

 

En el día de hoy (1979), el “Diccionario” de Sopena tiene esta definición de Rioja: “Comarca de Castilla la Vieja”. Todavía en el siglo XVIII, la Rioja dependía del Intendente de Burgos y era conocida con el nombre de “Rioja Castellana”.

 

Volveremos sobre estos temas, tanto en las demarcaciones romano-visigóticas, como en los momentos de la Edad Media y Moderna.

 

Basta con fijarse en el cantabrismo y celtismo de los berones y en que, en la Edad Media, la política guerrera y el desarrollo civil de la Rioja y de Burgos eran los mismos. En la Edad Media nacieron simultáneamente la fe, la lengua y el arte, en Arlanza y Valbanera, San Millán y Silos. Ni un rastro de disidencia se ve en los documentos.

 

Un milenio de castellanía común de ambas provincias, con unidad lingüística, jurídica y social, no puede echarse por la borda. Lo que un milenio ha conservado unido, no debe separarlo (1979) una minoría secesionista en un cuarto de hora de pasión. En mis viajes profesionales frecuento toda la Rioja y no he observado más que un gran amor a Castilla y una mesura perfecta en el sentir de la mayoría de las gentes. ¿Por qué sin argumentos ni históricos, ni políticos ni económicos, quieren levantar murallas que conviertan a la Rioja en un islote solitario? Un sector sugiere que después de obtener la autonomía podría incorporarse la Rioja a un marco castellano, vascongado o navarro, ya que como tierra fronteriza convivió con dichos tres pueblos.

 

Pero esto no es exacto: Ni siquiera en la más remota Edad Media las tres provincias vascongadas ocuparon la Rioja, ya que dichas provincias, desde hace más de un milenio, pertenecieron a Castilla. Lo que tuvo con Navarra, reino fundamental de España, fue algún choque fronterizo, en situaciones bélicas de Castilla o de monarcas que eran a la vez navarros y castellanos. Pero desde el siglo IX con Fernán González y los Condes soberanos de Castilla y sobre todo desde el siglo XI, reinando Alfonso VI, la Rioja perteneció a Castilla. Su nombre de Rioja, de cuño semántico netamente castellano, sin etimología vascongada alguna, aparece por primera vez en el fuero de Miranda de Ebro, reinando precisamente el conquistador de Toledo.

 

Es más: Alfaro era llamada “La puerta de Castilla” y Logroño fue la muralla y el foso contra franceses y navarros.

 

El hermano Reino de Aragón tampoco puso la planta en la Rioja, salvo en alguna ocasión inapreciable y fugaz en tiempo de guerra.

 

En fin: los Adelantados, después los Corregidores e Intendentes y los jefes políticos de Burgos, ejercieron quieta y pacíficamente su respectiva jurisdicción sobre el territorio riojano y hasta hace menos de treinta años (1950) buena parte de Logroño ha seguido perteneciendo a la Diócesis y no sólo a la Archidiócesis de Burgos.

 

Como ha pertenecido siempre al Arzobispado, a la Audiencia Territorial y actualmente (1979) a la Capitanía General de Burgos, la entrañable tierra riojana.

Última edición por ALACRAN; Hace 19 Horas a las 18:23

Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)

 

La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.) 1

 De hispanismo.org

La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

Para comprobar la autoridad del señor Codón:

 

Currículum vitae de José María Codón (1913-2003):

 

Doctor en Derecho, con premio extraordinario número 1 nacional.

Abogado de los Ilustres Colegios de Burgos, Logroño, Madrid, Palencia y San Sebastián.

Ex profesor de Derecho Penal de las Universidades de Valladolid y Madrid.

Académico C. de las Reales Academias de la Historia, Jurisprudencia y Ciencias Morales y Políticas.

Decano del Colegio de Abogados de Burgos y Consejero Nacional de la Abogacía.

Presidente de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad y Cronista oficial de Burgos.

Miembro del Instituto de Cultura Hispánica y del Colegio Heráldico de Buenos Aires.

Grandes Cruces del Mérito Militar, de Cisneros.

Encomiendas con Placa de la Orden de Beneficencia y de la de Alfonso X el Sabio.

Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort.

 

 

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Sea el mapa antiguo que sea, siempre figurarán o Burgos o Castilla la Vieja, jamás "la Rioja" diferenciada.

 

 

ALGUNOS EJEMPLOS:

























Última edición por ALACRAN; Hace 15 Horas a las 23:15
Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron, no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo, muchos otros lo serán. (Gracián)