PACTO Y FEDERALISMO.
Ante el riesgo cada
día más cercano de implosión del tinglado autonómico, ha sido una tentación de
larga data en los ambientes progres y políticamente correctos proponer una
solución entre buenista y fantástica que es la solución federal, que según dice
dejará a todos contentos satisfechos, más o menos lo mismo que se dijo en su
día de las autonomías. A poco que se escarbe en el asunto se tiene la sospecha
de que los que se propone es más de los mismo pero a un nivel bastante más
caótico. Así que conviene un pequeño excursus
para saber de qué se habla.
Federal, deriva del
latín foedus (genitivo foederis)
"pacto, liga, tratado, alianza", que denomina a aquel territorio, que
sin prescindir de la independencia que dispone, está unido por un tratado a
otros tantos con los que conforma una unidad.
Se supone que de
acuerdo a tal noción los territorios federales son originariamente
independientes, y en caso de no serlo –caso de España- tienen que independizarse
previamente, es decir separarse para volverse a unir, sencillamente genial.
Alguno dirá que no necesariamente tiene que ser así pero entonces ya no
estaríamos hablando de federalismo, eso sería otra cosa.
Pacto, la primera
palabra del significado, parece la más acertada ¿Qué significa la palabra un
pacto? Consultando el diccionario de la R.A.E. nos dice:
1. m. Concierto o tratado entre dos o más partes que
se comprometen a cumplir lo estipulado.
2. m. Cosa estatuida por un pacto.
Otro significado muy parecido es:
Acuerdo de voluntades por el que dos
o más personas o entidades conciertan o convienen en asumir determinadas
obligaciones y derechos comprometiéndose a cumplir lo estipulado.
De manera que el pacto
implícitamente es una promesa a cumplir, exige atención constante atenta a su
cumplimiento que puede tomar formas variables, generalmente no es una norma
explícita que delimita sus extremos. Una promesa tiene un aura del que carece la
norma rígida. Desde luego no cualquiera puede hacer una promesa, ni tampoco
aceptarla. Se habla a veces cuando se actúa fuera del ámbito normativo de
“pacto de caballeros”. Digamos que el juramento es o mejor dicho era la
garantía de su cumplimiento; en los viejos tiempos tenía un carácter sagrado y
se juraba ante Dios, pero progresivamente se fue haciendo más profano y se
lleva a jurar por “Mi honor” ámbito confuso, menesteroso y deslizante de lo
privado, que sugiere muchas conjeturas acerca de su firmeza. Hoy día hay
incluso juramentos de pega ampliamente aceptado, como aquel que proclama: juro
por imperativo legal, cualquier delincuente o mafioso puede hacerlo.
En las antiguas monarquías
cristianas el rey era el garante de los pactos
El rey no era el garante
de la libertad del hombre (no tenía esta omnipotencia) pero garantizaba las
libertades públicas, las que permitían el vivir juntos en una negociación
constante entre los sujetos.
El rey encarnaba el
arquetipo de padre, incluso más, como decía Quevedo: “que Dios en la tierra te
hizo deidad”; el pacto tenía una garantía sagrada, y aun así no siempre se
cumplían los pactos; alguna reina de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo
incursa de pleno en el ámbito del perjurio, algo de eso saben los segovianos. Desaparecida
la monarquía, o convertido el rey en un personaje cuyo poder temporal no
alcanza ni el del chico de los cafelitos de una oficina, que para el caso es lo
mismo, ha desaparecido el vínculo fraternal de los ciudadanos y la posible
fraternidad de las regiones, que algunos pretenden recomponer a base de pactos
fantasmales y juramentos más falsos que los duros de madera.
Quien dice fraternidad dice forzosamente parentalidad común. Es
preciso que haya origen común (o al menos comienzo común) para que haya vínculo
fraternal. Ahora bien, habiendo negado al Padre la República francesa, habiendo
guillotinado al padre de la nación, deberá encontrar un origen común, al riesgo
de inventarlo
Hoy día negando el origen común (la madre patria no tiene ningún
éxito ante los republicanos), la República ha tenido que conservar la
fraternidad pero en el sentido de solidaridad. Esta, puramente abstracta, ya
que no se asienta en ningún vínculo real, propone entonces abrir esta solidaridad
a todos. Pero en este universo abstracto, no hay sujetos (que son aquellos
sobre los cuales se pueden construir reivindicaciones), no hay más que
vivientes que reclaman derechos de vivientes.
Las únicas voces que la fraternidad universal autoriza son las que
se cuentan en las urnas. Así no se hace oír una voz, un hombre no habla, se
cuenta su voz. No somos en el acto de la palabra, somos en el lenguaje
matemático. A una democracia basada sobre la palabra como acto se ha
substituido una democracia basada en el recuento de códigos (no siendo las
encuestas más que tentativas desesperadas para saber los lo que estos códigos
quieren decir).
Ahora bien el derecho de los vivientes se expresa hoy de dos
maneras: la seguridad de riesgo cero y el derecho al bienestar. Estamos así en
el mejor de los mundos en que habiendo borrado toda dimensión de sujeto
dependiente de alguien que le dé un derecho, no quedan más que vivientes que
reclaman derechos que nadie les puede dar.
https://cofreculturalcastellano.blogspot.com/2023/03/libertad-igualdad-fraternidad-o-la.html
La fraternidad es una palabra desterrada de lo
políticamente correcto, tiene connotaciones religiosas cristianas afines a la
caridad y al amor, ampliamente ajenos al mundo profano, su sustituto es la
solidaridad; a cualquier progre se le escapa de la boca a todas horas. Aunque
tampoco es imposible encontrar, sobre todo en el ámbito político, algún cínico
que utilice el término fraternidad con desvergüenza y sin pudor alguno si
quiere apuntalar algún sofisma barato.
Es interesante examinar el significado de la
palabra solidaridad. El diccionario de la RAE dice:
1. f.
Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.
2. f.
Der. Modo de derecho u obligación in solidum.
La asepsia propia de la Real Academia de la
Lengua se manifiesta aquí de forma clara. Hay un aspecto del significado, políticamente
incorrecto, que nunca se menciona: la solidaridad es el comportamiento de los
delincuentes ante la policía, de los presidiarios ante sus guardianes, de los
mafiosos ante la autoridad. Es muy significativo que la moderna sociedad
liberal salida de la revolución francesa haya adoptado como nombre de una
supuesta virtud filantrópica el comportamiento de delincuentes, presidiarios y
mafiosos. Habida cuenta de la cantidad de corrupción partitocrática y de
políticos delincuentes, pertenecientes o en connivencia con mafias varias y
menos frecuentemente de lo que debiera acabando como presidiarios, no es rara
la solidaridad en su sentido “non santo”.
Los
menos avisados de los federalistas optimistas nos hablan de que el fundamento
de la nueva federación será la solidaridad de las regiones, ¡que Santa Rita les
conserve la vista!.
Dejemos paso a las palabras del catedrático
Rafael Gambra para sintetizar la inanidad del moderno federalismo:
Cuando la paz de Westfalia reconoció la
escisión religiosa, la unidad social de Europa dejó de ser religiosa para
convertirse en meramente jurídica y política; la Cristiandad dejó de existir
como patria de todos los hombres para transformarse en una coexistencia de
poderes políticos propiamente nacionales. Entonces el carácter último e
inapelable -sagrado- que había tenido la Cristiandad, se traslada a lo que hoy
llamamos sinónimamente Nación o Estado. Estas realidades salen así del terreno
de lo histórico y cambiante, para pasar al de lo esencial e intangible; pasan
del campo de lo conversable al de lo dogmático. Las sociedades políticas dejan
de ser la convivencia federal, bajo una autoridad de poderes locales e
históricos anteriores en su origen a esa autoridad y autónomos en su gobierno,
y se convierten en estructuras uniformes y centralizadas hacia el interior y
cerradas hacia el exterior. Hablar de federación será desde este momento un
imposible teórico y práctico, porque
no existe ya un lenguaje superior al de las propias nacionalidades sobre el que
entenderse. Cualquier proyecto de federación
internacional sonará a blasfemia, como a un creyente sonaría el hablar de una
fusión de cristianismo y mahometismo mediante una reducción a sus puntos
coincidentes. Sin embargo, el federalismo o régimen político abierto sigue
siendo, como radicado en la naturaleza de las cosas, algo necesario
para la sociedad, y que ésta reclama de mil modos diversos. Aun
al margen del pensamiento católico y tradicional, el federalismo ha resurgido
continuamente, desde el antiguo doctrinarismo federal de Pi y Margall hasta la
actual proliferación de movimientos federalistas. Pero todos estos modernos
federalismos -verdades a medias, fragmentos de un más amplio sistema- han
pretendido restaurar aquel viejo proceso federativo prescindiendo
de la ya perdida unidad religiosa, es decir, sobre bases meramente practicistas. Nunca han
llegado, sin embargo, a realizaciones, ni pueden llegar, porque hablan entre si
lenguajes diferentes. Una sociedad puede mantenerse en su organización política
sin unidad religiosa, es decir, sobre bases sólo practicistas, cuando las
instituciones sociales y autónomas -federales- no se han destruido, sino que
han mantenido -por inercia- su propia vida y dinamismo. Tal es el caso de los
pueblos británicos. Pero cuando la estructura social ha desaparecido bajo la
acción uniformista de los Estados unitarios no podrá reconstruirse una sociedad
federal sin una previa unidad religiosa y sin el respeto estricto a la realidad
histórica que conserve cada pueblo, a la propia espontaneidad de su vida
social. Porque pretender crear desde el Estado organismos
infrasoberanos y autónomos es, práctica y teóricamente, empresa contradictoria.
Rafael Gambra "De "Eso que llaman
Estado" Ed. Montejurra. Madrid, 1958
Un país que no ha destruido
sus instituciones sociales federales es Suiza, claro que es difícil aprovechar
alguna enseñanza digna de emular de la política helvética, cuando se vive en
una nación comparable a una leonera, cuya meta es la ley de la selva propia de
los leones.
La concepción política de la
que es tributario Rafael Gambra es la concepción tradicional cristiana,
probablemente no exactamente igual que la vaticanosegunda, tradición que
todavía conocen y aprueban algunos pocos; tal es el caso del escritor proscrito
o casi Juan Manuel de Prada, que no hace sino corroborar lo aquí expuesto:
Hay federación natural, formada por el sufragio
universal de los siglos, que reconociendo las instituciones jurídicas de cada
reino logró la unidad política de España. Pero aquella federación natural (en
la que la nación no era un simple agregado de individuos en un momento pasajero
y mudable de la Historia, sino un todo sucesivo, producido por un poderoso
sentido de pertenencia) se fundaba en tres cimientos: la unidad católica, la
monarquía cristiana y el reconocimiento de los fueros de cada región. El
Estado federal que ahora se nos propone se funda exactamente en la disolución
de tales cimientos; de ahí que no pueda hacer otra cosa sino ahondar la
demogresca que ya nos trajo el Estado autonómico. A los españoles, con Estado
autonómico o con Estado federal, no nos resta —Menéndez Pelayo dixit— sino
volver al cantonalismo de los reinos de taifas, mientras las oligarquías
políticas nos expolian. Y es que el saqueo de sus bienes materiales es el
destino inexorable de los pueblos que antes se dejaron arrebatar sus bienes
eternos.
La
engañifa federal
Juan
Manuel de Prada
https://breviariocastellano.blogspot.com/search/label/Juan%20Manual%20de%20Prada
No se puede pasar por alto las alabanzas del federalismo en
el ámbito de lo que se podría denominar el castellanismo:
Las
instituciones creadas por el propio pueblo de Castilla la Vieja, son resultante
de las dos fuerzas vitales que azuzaban al aire de la raza; el deseo de la
independencia y la fidelidad en los pactos, así es que toda la organización
castellana vieja es una concordancia de estos dos estímulos que conducen a un
admirable consorcio entre el individualismo y el comunismo, dando como
resultado el federalismo en lo político y el colectivismo en lo social, ya que,
como dice Joaquín Costa, el colectivismo es, o parece ser, una como transacción
o componenda entre los dos sistemas extremos, comunista e individualista.
Luis
Carretero Nieva El regionalismo castellano.
Las
instituciones. Segovia 1917 Pp. 83-99
El lenguaje es conveniente laico y no se menciona el
fundamento tradicional cristiano en que se desplegó el antiguo federalismo,
sino más bien las fuerzas vitales, la raza.
Para que la federalización de España tenga las consecuencias
venturosas que de ella cabe esperar será, pues, necesario que todos sus pueblos
asuman con entusiasmo el gobierno de sus propios asuntos. La falta de
conciencia colectiva y de apetencias autonómicas observable en algunas regiones
de España, lejos de indicar firme patriotismo - como los unitaristas creen o
aparentan creer- es síntoma de postración, que nunca la sumisión y la modorra
han indicado vigor y buena salud.
La personalidad histórica de Castilla en el conjunto de los pueblos
hispánicos
Anselmo Carretero y Jiménez
Hyspamérica de Ediciones San Sebastián 1977.Páginas 141-143
https://www.blogger.com/blog/post/edit/14656270/112262619896917305
Aquí la exaltación es más notoria, no se sabe bien si Don
Anselmo creía en los Reyes Magos o le gustaba fumar cosas fuertes o tal vez
ambas cosas.
Y ya como final unas apostillas de un analista político tan
sospechoso como Ernest Milá:
Los fueros son estatutos jurídicos concretos
y diferenciados a los que se hacen merecedores determinadas entidades
municipales o corporativas. Son derechos otorgados por la autoridad en función
de la utilidad de una entidad o bien como galardón por algún acto notable protagonizado
por esa entidad. Dicho de otra manera: aquellos que habían demostrado mayor
lealtad, recibían un privilegio concreto.
El “Estado de las Autonomías” no es una reformulación y una
adaptación de los antiguos fueros, sino más bien, su inversión: la deslealtad
premiada.
El régimen foral se basa en el principio de lealtad y de
reciprocidad. La monarquía recompensa a los que la han servido lealmente,
atribuyéndole mayores niveles de confianza que se traducen en aceptación de las
tradiciones locales. No se trata de un “poder blando”, sino de un poder basado
en derechos adquiridos y en obligaciones que se transmiten a lo largo de las
generaciones y que no varían por mucho que lo hagan las condiciones
ambientales, los niveles de desarrollo o las migraciones interiores.
El motor de un Estado es la lealtad de las partes a su centro y a
sus valores. Un Estado es tal cuando se muestra capaz de articular, integrar y
organizar derechos, obligaciones y definir una “misión y un destino” para toda
la comunidad presente y futura. El valor de cada parte se demuestra en el rigor
con que incorpora esos principios a su tarea concreta la descentralización
solamente es posible y viable cuando las partes tienen:
1) unos mismos valores,
2) unos objetivos comunes a nivel de Estado que comparten y
consideran irrenunciables,
3) Un poder político claro y estable no sometido a vaivenes
electorales, y
4) la convicción presente en cada parte, de pertenecer a una
unidad superior.
Si alguna de estas condiciones falta, es inevitable que la
descentralización se convierta pronto en centrifugación. Y esto es justamente
lo que ha ocurrido y está ocurriendo con el "Estados de las
Autonomías" en el que ni uno solo de estos puntos está presente.
Más servicios, más lealtad, equivalen a más autonomía a las partes
y más confianza en las partes. Es todo un Estado Nuevo el que hay que formar y
repensar sobre las ruinas inconfesas del "Estado de las Autonomías".
Y la experiencia del tradicionalismo español tiene mucho que decir en este terreno.
Las
soluciones del viejo carlismo (2 de 7). fueros como alternativa a las
autonomías
http://info-krisis.blogspot.com/search?q=Autonom%C3%ADas
**
La
legítima voluntad de los pueblos a hacerse cargo de su destino a través de la
aparición de estas nuevas comunidades generatrices de solidaridades concretas y
de verdadera convivencia, se nutrirá irremediablemente del sistema de partidos
y de lobbys portadores de ideologías obsoletas, y que son hoy en día, los
únicos beneficiarios del sistema oligárquico vigente.
La
subsidiaridad, entre la libertad y la autoridad (Stéphane Gaudin.Movimiento
federalista bretón)
Porque solidarios somos, de otro modo, de todo
lo que nos echen encima porque no nos cuesta un duro y menos poner la piel en
ello. Es pura retórica o hasta mero engaño, y, desde luego, un buen
tranquilizador de conciencias. Pero el concepto jurídico de solidaridad o
responsabilidad in
solidum o responsabilidad solidaria quería decir que de una
deuda, por ejemplo, no solo era responsable el deudor sino también los que con
él eran solidaríos; y, desde el punto de vista moral, las cosas son de manera
similar pero mucho más radicales. La solidaridad es algo mucho más serio que decir
«contigo pan y cebolla»; en realidad consiste en ponernos a pan y cebolla con
aquel del que nos sentimos solidarios; de modo que no cabe duda de que ser
solidario de una desgracia o de una causa justa es no solamente algo moralmente
muy elevado, que nos hace olvidarnos de nosotros mismos, sino con frecuencia
una pura obligación moral, que no acaba y ni siquiera comienza con la
afirmación de que somos solidarios, pongamos por caso con un torturado, sino
que implica que hacemos todo lo posible para lograr impedir tal barbarie. O,
mejor, nos callamos.
Los
famosos diez justos (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 20-2-2011)
JOSE
JIMÉNEZ LOZANO
A LA
LUZ DE UNA CANDELA
(Diario
de Ávila 20-2-2011)
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