jueves, noviembre 30, 2023

PACTO Y FEDERALISMO.

                        

         PACTO Y FEDERALISMO.

 

Ante el riesgo cada día más cercano de implosión del tinglado autonómico, ha sido una tentación de larga data en los ambientes progres y políticamente correctos proponer una solución entre buenista y fantástica que es la solución federal, que según dice dejará a todos contentos satisfechos, más o menos lo mismo que se dijo en su día de las autonomías. A poco que se escarbe en el asunto se tiene la sospecha de que los que se propone es más de los mismo pero a un nivel bastante más caótico. Así que conviene un pequeño excursus para saber de qué se habla. 

Federal, deriva del latín foedus (genitivo foederis) "pacto, liga, tratado, alianza", que denomina a aquel territorio, que sin prescindir de la independencia que dispone, está unido por un tratado a otros tantos con los que conforma una unidad.

Se supone que de acuerdo a tal noción los territorios federales son originariamente independientes, y en caso de no serlo –caso de España- tienen que independizarse previamente, es decir separarse para volverse a unir, sencillamente genial. Alguno dirá que no necesariamente tiene que ser así pero entonces ya no estaríamos hablando de federalismo, eso sería otra cosa.

Pacto, la primera palabra del significado, parece la más acertada ¿Qué significa la palabra un pacto? Consultando el diccionario de la R.A.E. nos dice:

1. m. Concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado.

 

2. m. Cosa estatuida por un pacto.

Otro significado muy parecido es:

 

 Acuerdo de voluntades por el que dos o más personas o entidades conciertan o convienen en asumir determinadas obligaciones y derechos comprometiéndose a cumplir lo estipulado.

 

De manera que el pacto implícitamente es una promesa a cumplir, exige atención constante atenta a su cumplimiento que puede tomar formas variables, generalmente no es una norma explícita que delimita sus extremos. Una promesa tiene un aura del que carece la norma rígida. Desde luego no cualquiera puede hacer una promesa, ni tampoco aceptarla. Se habla a veces cuando se actúa fuera del ámbito normativo de “pacto de caballeros”. Digamos que el juramento es o mejor dicho era la garantía de su cumplimiento; en los viejos tiempos tenía un carácter sagrado y se juraba ante Dios, pero progresivamente se fue haciendo más profano y se lleva a jurar por “Mi honor” ámbito confuso, menesteroso y deslizante de lo privado, que sugiere muchas conjeturas acerca de su firmeza. Hoy día hay incluso juramentos de pega ampliamente aceptado, como aquel que proclama: juro por imperativo legal, cualquier delincuente o mafioso puede hacerlo.

En las antiguas monarquías cristianas el rey era el garante de los pactos

El rey no era el garante de la libertad del hombre (no tenía esta omnipotencia) pero garantizaba las libertades públicas, las que permitían el vivir juntos en una negociación constante entre los sujetos.

El rey encarnaba el arquetipo de padre, incluso más, como decía Quevedo: “que Dios en la tierra te hizo deidad”; el pacto tenía una garantía sagrada, y aun así no siempre se cumplían los pactos; alguna reina de cuyo nombre no quiero acordarme estuvo incursa de pleno en el ámbito del perjurio, algo de eso saben los segovianos. Desaparecida la monarquía, o convertido el rey en un personaje cuyo poder temporal no alcanza ni el del chico de los cafelitos de una oficina, que para el caso es lo mismo, ha desaparecido el vínculo fraternal de los ciudadanos y la posible fraternidad de las regiones, que algunos pretenden recomponer a base de pactos fantasmales y juramentos más falsos que los duros de madera.  

Quien dice fraternidad dice forzosamente parentalidad común. Es preciso que haya origen común (o al menos comienzo común) para que haya vínculo fraternal. Ahora bien, habiendo negado al Padre la República francesa, habiendo guillotinado al padre de la nación, deberá encontrar un origen común, al riesgo de inventarlo

 

Hoy día negando el origen común (la madre patria no tiene ningún éxito ante los republicanos), la República ha tenido que conservar la fraternidad pero en el sentido de solidaridad. Esta, puramente abstracta, ya que no se asienta en ningún vínculo real, propone entonces abrir esta solidaridad a todos. Pero en este universo abstracto, no hay sujetos (que son aquellos sobre los cuales se pueden construir reivindicaciones), no hay más que vivientes que reclaman derechos de vivientes.

Las únicas voces que la fraternidad universal autoriza son las que se cuentan en las urnas. Así no se hace oír una voz, un hombre no habla, se cuenta su voz. No somos en el acto de la palabra, somos en el lenguaje matemático. A una democracia basada sobre la palabra como acto se ha substituido una democracia basada en el recuento de códigos (no siendo las encuestas más que tentativas desesperadas para saber los lo que estos códigos quieren decir).

Ahora bien el derecho de los vivientes se expresa hoy de dos maneras: la seguridad de riesgo cero y el derecho al bienestar. Estamos así en el mejor de los mundos en que habiendo borrado toda dimensión de sujeto dependiente de alguien que le dé un derecho, no quedan más que vivientes que reclaman derechos que nadie les puede dar.

https://cofreculturalcastellano.blogspot.com/2023/03/libertad-igualdad-fraternidad-o-la.html

La fraternidad es una palabra desterrada de lo políticamente correcto, tiene connotaciones religiosas cristianas afines a la caridad y al amor, ampliamente ajenos al mundo profano, su sustituto es la solidaridad; a cualquier progre se le escapa de la boca a todas horas. Aunque tampoco es imposible encontrar, sobre todo en el ámbito político, algún cínico que utilice el término fraternidad con desvergüenza y sin pudor alguno si quiere apuntalar algún sofisma barato.

Es interesante examinar el significado de la palabra solidaridad. El diccionario de la RAE dice:

1. f. Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros.

2. f. Der. Modo de derecho u obligación in solidum.

La asepsia propia de la Real Academia de la Lengua se manifiesta aquí de forma clara. Hay un aspecto del significado, políticamente incorrecto, que nunca se menciona: la solidaridad es el comportamiento de los delincuentes ante la policía, de los presidiarios ante sus guardianes, de los mafiosos ante la autoridad. Es muy significativo que la moderna sociedad liberal salida de la revolución francesa haya adoptado como nombre de una supuesta virtud filantrópica el comportamiento de delincuentes, presidiarios y mafiosos. Habida cuenta de la cantidad de corrupción partitocrática y de políticos delincuentes, pertenecientes o en connivencia con mafias varias y menos frecuentemente de lo que debiera acabando como presidiarios, no es rara la solidaridad en su sentido “non santo”.

 Los menos avisados de los federalistas optimistas nos hablan de que el fundamento de la nueva federación será la solidaridad de las regiones, ¡que Santa Rita les conserve la vista!.

Dejemos paso a las palabras del catedrático Rafael Gambra para sintetizar la inanidad del moderno federalismo:

Cuando la paz de Westfalia reconoció la escisión religiosa, la unidad social de Europa dejó de ser religiosa para convertirse en meramente jurídica y política; la Cristiandad dejó de existir como patria de todos los hombres para transformarse en una coexistencia de poderes políticos propiamente nacionales. Entonces el carácter último e inapelable -sagrado- que había tenido la Cristiandad, se traslada a lo que hoy llamamos sinónimamente Nación o Estado. Estas realidades salen así del terreno de lo histórico y cambiante, para pasar al de lo esencial e intangible; pasan del campo de lo conversable al de lo dogmático. Las sociedades políticas dejan de ser la convivencia federal, bajo una autoridad de poderes locales e históricos anteriores en su origen a esa autoridad y autónomos en su gobierno, y se convierten en estructuras uniformes y centralizadas hacia el interior y cerradas hacia el exterior. Hablar de federación será desde este momento un imposible teórico y práctico, porque no existe ya un lenguaje superior al de las propias nacionalidades sobre el que entenderse. Cualquier proyecto de federación internacional sonará a blasfemia, como a un creyente sonaría el hablar de una fusión de cristianismo y mahometismo mediante una reducción a sus puntos coincidentes. Sin embargo, el federalismo o régimen político abierto sigue siendo, como radicado en la naturaleza de las cosas, algo necesario para la sociedad, y que ésta reclama de mil modos diversos. Aun al margen del pensamiento católico y tradicional, el federalismo ha resurgido continuamente, desde el antiguo doctrinarismo federal de Pi y Margall hasta la actual proliferación de movimientos federalistas. Pero todos estos modernos federalismos -verdades a medias, fragmentos de un más amplio sistema- han pretendido restaurar aquel viejo proceso federativo prescindiendo de la ya perdida unidad religiosa, es decir, sobre bases meramente practicistas. Nunca han llegado, sin embargo, a realizaciones, ni pueden llegar, porque hablan entre si lenguajes diferentes. Una sociedad puede mantenerse en su organización política sin unidad religiosa, es decir, sobre bases sólo practicistas, cuando las instituciones sociales y autónomas -federales- no se han destruido, sino que han mantenido -por inercia- su propia vida y dinamismo. Tal es el caso de los pueblos británicos. Pero cuando la estructura social ha desaparecido bajo la acción uniformista de los Estados unitarios no podrá reconstruirse una sociedad federal sin una previa unidad religiosa y sin el respeto estricto a la realidad histórica que conserve cada pueblo, a la propia espontaneidad de su vida social. Porque pretender crear desde el Estado organismos infrasoberanos y autónomos es, práctica y teóricamente, empresa contradictoria.

Rafael Gambra "De "Eso que llaman Estado" Ed. Montejurra. Madrid, 1958

Un país que no ha destruido sus instituciones sociales federales es Suiza, claro que es difícil aprovechar alguna enseñanza digna de emular de la política helvética, cuando se vive en una nación comparable a una leonera, cuya meta es la ley de la selva propia de los leones.

La concepción política de la que es tributario Rafael Gambra es la concepción tradicional cristiana, probablemente no exactamente igual que la vaticanosegunda, tradición que todavía conocen y aprueban algunos pocos; tal es el caso del escritor proscrito o casi Juan Manuel de Prada, que no hace sino corroborar lo aquí expuesto:

Hay federación natural, formada por el sufragio universal de los siglos, que reconociendo las instituciones jurídicas de cada reino logró la unidad política de España. Pero aquella federación natural (en la que la nación no era un simple agregado de individuos en un momento pasajero y mudable de la Historia, sino un todo sucesivo, producido por un poderoso sentido de pertenencia) se fundaba en tres cimientos: la unidad católica, la monarquía cristiana y el reconocimiento de los fueros de cada región. El Estado federal que ahora se nos propone se funda exactamente en la disolución de tales cimientos; de ahí que no pueda hacer otra cosa sino ahondar la demogresca que ya nos trajo el Estado autonómico. A los españoles, con Estado autonómico o con Estado federal, no nos resta —Menéndez Pelayo dixit— sino volver al cantonalismo de los reinos de taifas, mientras las oligarquías políticas nos expolian. Y es que el saqueo de sus bienes materiales es el destino inexorable de los pueblos que antes se dejaron arrebatar sus bienes eternos.

La engañifa federal

Juan Manuel de Prada

https://breviariocastellano.blogspot.com/search/label/Juan%20Manual%20de%20Prada

No se puede pasar por alto las alabanzas del federalismo en el ámbito de lo que se podría denominar el castellanismo:

Las instituciones creadas por el propio pueblo de Castilla la Vieja, son resultante de las dos fuerzas vitales que azuzaban al aire de la raza; el deseo de la independencia y la fidelidad en los pactos, así es que toda la organización castellana vieja es una concordancia de estos dos estímulos que con­ducen a un admirable consorcio entre el individualismo y el comunismo, dando como resultado el federalismo en lo político y el colectivismo en lo social, ya que, como dice Joaquín Costa, el colectivismo es, o parece ser, una como transacción o componenda entre los dos sistemas extremos, comunista e individualista.

Luis Carretero Nieva El regionalismo castellano.

Las instituciones. Segovia 1917 Pp. 83-99

El lenguaje es conveniente laico y no se menciona el fundamento tradicional cristiano en que se desplegó el antiguo federalismo, sino más bien las fuerzas vitales, la raza.

Para que la federalización de España tenga las consecuencias venturosas que de ella cabe esperar será, pues, necesario que todos sus pueblos asuman con entusiasmo el gobierno de sus propios asuntos. La falta de conciencia colectiva y de apetencias autonómicas observable en algunas regiones de España, lejos de indicar firme patriotismo - como los unitaristas creen o aparentan creer- es síntoma de postración, que nunca la sumisión y la modorra han indicado vigor y buena salud. 

 

La personalidad histórica de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos
Anselmo Carretero y Jiménez
Hyspamérica de Ediciones San Sebastián 1977.Páginas 141-143

https://www.blogger.com/blog/post/edit/14656270/112262619896917305

 

Aquí la exaltación es más notoria, no se sabe bien si Don Anselmo creía en los Reyes Magos o le gustaba fumar cosas fuertes o tal vez ambas cosas.

Y ya como final unas apostillas de un analista político tan sospechoso como Ernest Milá:

 Los fueros son estatutos jurídicos concretos y diferenciados a los que se hacen merecedores determinadas entidades municipales o corporativas. Son derechos otorgados por la autoridad en función de la utilidad de una entidad o bien como galardón por algún acto notable protagonizado por esa entidad. Dicho de otra manera: aquellos que habían demostrado mayor lealtad, recibían un privilegio concreto.

El “Estado de las Autonomías” no es una reformulación y una adaptación de los antiguos fueros, sino más bien, su inversión: la deslealtad premiada.

El régimen foral se basa en el principio de lealtad y de reciprocidad. La monarquía recompensa a los que la han servido lealmente, atribuyéndole mayores niveles de confianza que se traducen en aceptación de las tradiciones locales. No se trata de un “poder blando”, sino de un poder basado en derechos adquiridos y en obligaciones que se transmiten a lo largo de las generaciones y que no varían por mucho que lo hagan las condiciones ambientales, los niveles de desarrollo o las migraciones interiores.

El motor de un Estado es la lealtad de las partes a su centro y a sus valores. Un Estado es tal cuando se muestra capaz de articular, integrar y organizar derechos, obligaciones y definir una “misión y un destino” para toda la comunidad presente y futura. El valor de cada parte se demuestra en el rigor con que incorpora esos principios a su tarea concreta la descentralización solamente es posible y viable cuando las partes tienen:

1) unos mismos valores,

2) unos objetivos comunes a nivel de Estado que comparten y consideran irrenunciables,

3) Un poder político claro y estable no sometido a vaivenes electorales, y

4) la convicción presente en cada parte, de pertenecer a una unidad superior.

Si alguna de estas condiciones falta, es inevitable que la descentralización se convierta pronto en centrifugación. Y esto es justamente lo que ha ocurrido y está ocurriendo con el "Estados de las Autonomías" en el que ni uno solo de estos puntos está presente.

Más servicios, más lealtad, equivalen a más autonomía a las partes y más confianza en las partes. Es todo un Estado Nuevo el que hay que formar y repensar sobre las ruinas inconfesas del "Estado de las Autonomías". Y la experiencia del tradicionalismo español tiene mucho que decir en este terreno.

 

Las soluciones del viejo carlismo (2 de 7). fueros como alternativa a las autonomías

http://info-krisis.blogspot.com/search?q=Autonom%C3%ADas

 

 

 

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La legítima voluntad de los pueblos a hacerse cargo de su destino a través de la aparición de estas nuevas comunidades generatrices de solidaridades concretas y de verdadera convivencia, se nutrirá irremediablemente del sistema de partidos y de lobbys portadores de ideologías obsoletas, y que son hoy en día, los únicos beneficiarios del sistema oligárquico vigente.

La subsidiaridad, entre la libertad y la autoridad (Stéphane Gaudin.Movimiento federalista bretón)

 

Porque solidarios somos, de otro modo, de todo lo que nos echen encima porque no nos cuesta un duro y menos po­ner la piel en ello. Es pura retórica o hasta mero engaño, y, des­de luego, un buen tranquilizador de conciencias. Pero el concepto jurídico de so­lidaridad o responsabi­lidad in solidum o res­ponsabilidad solidaria quería decir que de una deuda, por ejemplo, no solo era responsable el deudor sino también los que con él eran solidaríos; y, desde el punto de vista moral, las cosas son de manera similar pero mucho más radicales. La solidaridad es algo mucho más serio que decir «contigo pan y cebolla»; en realidad consiste en ponernos a pan y cebolla con aquel del que nos sentimos solidarios; de modo que no cabe duda de que ser solidario de una desgracia o de una causa justa es no solamente algo moralmente muy elevado, que nos hace olvidarnos de nosotros mismos, sino con frecuencia una pura obligación moral, que no acaba y ni siquiera comienza con la afirmación de que somos solidarios, pongamos por caso con un torturado, sino que implica que hacemos todo lo posible para lograr impedir tal barbarie. O, mejor, nos callamos.

Los famosos diez justos (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 20-2-2011)

JOSE JIMÉNEZ LOZANO

A LA LUZ DE UNA CANDELA

(Diario de Ávila 20-2-2011)


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