lunes, mayo 20, 2024

EVOCACIONES SIGLO X. CASTILLA. FERNÁN GONZALEZ

  Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas

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EVOCACIONES

SIGLO X. CASTILLA. FERNÁN GONZALEZ


SIN duda, el corazón de España es Castilla. Para decirlo así, tan en rotundo, me basta con llegar a la consideración, que se establece, por repetidas deducciones, de que ningún otro de los territorios que integran el conglomerado nacional ha podido adquirir, a través de los siglos, tanta suprema energía de perduración como esos pueblos que forman la meseta superior del país, donde late el íntimo fondo de una realidad eterna. Abona el afirmarlo así el hecho de que siempre lo castellano se desenvuelve dentro de un aroma trascendente, propicio a crear y a mantener esas existencias gloriosas y representativas, faros luminosos de una raza, que salen del ámbito de lo pretérito para iluminar, con vivos destellos, estos días del presente. Y la razón está en que Castilla, desde sus más remotos tiempos, es fecunda tanto en sus aglutinaciones sociales como en sus balbuceos heroicos. Recorrer sus campos, asomarse a sus ciudades, descubrir su vida en cuanto acusa su vigor esencial, es como llenar el alma de esa extraña conciencia que lleva a saber qué es lo que se oculta detrás de un pueblo, y por qué en las tierras castellanas, es decir, los seres que sobre ellas nacen, tienen un ánimo compuesto de ímpetus sobrios y nobles.


Estas reflexiones me acompañaron una alborada limpia, con tonos rosas y cárdenos, en tanto caminaba hacia Covarrubias. ¿Por qué este pueblo ensancha de tal manera los límites de la evocación? He ido a él como peregrino lleno de ilusiones, quizá por imaginármelo aun con más historia que otras tierras y otras ciudades de la sin par Castilla, austeras y fecundas, en las que han quedado prendidas tantas glorias desde hace más de diez siglos. Covarrubias ha sido más fuerte que la acción devastadora del tiempo. Algo inexplicable e inconfundible se han ido legando unas a otras las generaciones, unos a otros los siglos, para que esté en él aún viva el alma castellana de los días del X y del XI, un alma elemental, entre gótica y celtíbera, compuesta de misticismos y de heroicidades.


Todos los pueblos de la cuenca del Arlanza, y más allá, en el Duero, en Clunia, en San Esteban, en Aza, en Gormaz, con sus callejas desavenidas y sus casas mal dispuestas, y fuera, con sus barrancas sembradas de piedras cárdenas, con sus valles amarillos y sangrientos, tienen una radiante y recortada silueta sobre el firmamento y la sonrisa volátil de una vida que se les escapa, porque en ella hay una formidable alusión a recuerdos del pasado que se lanzan al cielo, y a que sólo del cielo son comprendidos.


Entre estos pueblos, más hechos para lo eterno que para lo temporal, vive éste de Covarrubias. Al entrar en él, al ver sus calles y contemplar sus casas, parece que de todo huye ese carácter de fugacidad que es propio de la vida del hombre en relación a las cosas que le rodean. El sentido de lo que no pasa, de lo que se asienta, de lo que perdura, adquiere valores fuera de la transitoria inversión de las influencias de los tiempos. ¿Qué puede suceder para qué sea así? Basta pensar que allí están, entre los muros de su Colegiata, los restos de Fernán González , el primer conde auténtico de una auténtica Castilla, y , a su lado, los de su primera esposa, doña Sancha, su «dulcísima mujer», como declara en varios documentos que aun se conservan, algunos de ellos escrituras que acreditan sus fundaciones.


La transformación de Castilla, los hechos que la llevaron a no estar sometida a León, sino a considerarse un propio condado, con sus leyes independientes y su carácter propio, tuvo lugar en el curso del siglo X. Al iniciarse esta centuria, los límites precisos son marcados por los cuatro versos siguientes:


Entonce era Castilla un pequenno ryncon,

era de castillanos Montes d’ Oca mojón,

e de la otra parte Fitero en fondón,

moros tenia Carazo en aquella sazón.


Versos que sirven para establecer una comparación exacta y rotunda:


Varones castellanos, este fue su cuidado,

de llegar su sennor al mas alto estado,

duna alcaldía pobre fizeronla condado,

tornáronla dispues cabeza de reynado.


Era además Castilla, en su más remota antigüedad, un mosaico de condados pertenecientes a varias familias, casi todas rivales entre sí. Pero a pesar de ello, si se ha de hacer caso a lo que el mismo Berceo dice, ya existía una idea común y una fe que se elevaba por encima de las cosas terrenas. Esto hacía que espiritualmente se procurase mantener una unidad perfecta y unas mismas tendencias fuertes y definidas, ya que los enemigos eran por igual comunes en aquellas tierras castellanas que penetraban con timidez por las de Logroño, Palencia, Santander y, sobre todo, por las de Soria. En el núcleo principal, en la parte que ya se llamaba «Castella Vetula»—Castilla Vieja—, formada por Villarcayo, Mena, Aza, Tovalina, Valdegobía y Añana, radicó desde el primer instante una conciencia profunda y original. Diversas hazañas llevadas a cabo por gentes que poco después bajaron de las montañas, pasadas de tres o cuatro generaciones, habían formado una raza dura, independiente y batalladora, que se afincó en los castillos de Grañón, Cerezo, Cellórigo y Lantarón, creando un concepto de vida y de honor contrario a todo vasallaje.


¿Pero cómo de lo teórico, preso en la sensibilidad, pasar a lo que ya tuviera una expresión práctica? Para ello se hacía necesario el hombre que sirviera para convertir el pensamiento en acción y la palabra en iniciativa. Los que por defender sus intereses se avenían, sin réplica, a los dictados de los reyes leoneses, no eran aptos para levantar la bandera de la personalidad de Castilla. Para que esto sucediera se hacía preciso que alguien llegara a sentirse herido en sus sentimientos y recogiese el vivo dolor que debían sufrir los demás al verse dominados por quienes no querían respetar sus leyes dentro de las más viejas tradiciones ibéricas, tales como eran los «judicios levatos». ¿De todo ello nació el impulso que le obligó a obrar, de la manera que las circunstancias aconsejaban, a Fernán González?


Ciertamente Castilla, si en mucha parte de su fundación se une al nombre de Diego Rodriguez Porcelos, su certificado de auténtico condado, con una independencia y con una personalidad, le es debido a «Ferdinandus Gundizalvis, hijo de la condesa Muniandonna y del conde Gonzalo». Las luchas que llenan su vida acusan la fuerza de un temperamento indomable. Además, por sí solas reflejan que el hombre que las libra está dotado de un contenido ideal que se escapa de su inteligencia y pone bríos en su brazo hasta extremos insospechados. Animo dispuesto a los viriles arranques, vio en Castilla la base de una fuerte personalidad con la que contar para las más locas aventuras y las más grandes heroicidades. A tanto llegó su nombre, que preso, aherrojado, hundido en las sombras terribles de un calabozo, son sus mismos enemigos los que trabajan por su libertad, no sin antes hacerle ganar batallas. Si la victoria, le eleva, la adversidad le fortalece. Nunca fué más grande que en los momentos de ser mayores las dificultades y casi ingentes los tropiezos. Bien puede decirse que con su figura—magnífica sombra protectora—lo cubrió todo, y Castilla se hizo a él tanto como él hizo a Castilla. El augurio que le hiciera un anacoreta en sus días de mocedad, cumplióse palabra por palabra:


Farás grandes batallas en la gent descreída,

muchas serán las gentes que quitarás la vida,

cobrarás de la tierra una buena partida,

la sangre de los reyes por ti será vertida.

No quiero mas decirte de toda tu andanza,

será por todo el mundo temida de tu lanza,

quanto qué yo te digo tenia por seguranza,

dos veces serás preso, creime sin dudanza.


¡Siglo X. Castilla. Fernán González! España es esto: un tiempo, un lugar, un nombre. Acaso Covarrubias, con algunos otros pueblos castellanos, donde lo pretérito se remansó, sean la demostración evidente de ese glorioso pasado, que ha de ser luz en el presente. Hay que pensar—y en el pensamiento poner unción—que entre los muros de su Colegiata están los restos de quien realizó sus hazañas a la vista de una realidad superior y de una vida, para aquellas tierras que con su espada había ganado, más noble y más digna, que dotó con los suficientes empujes para que se sintieran los anhelos que llevan hacia la nacionalidad.


LUCIANO DE TAXONERA

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