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8. La Rioja. Coautora del castellano y Parnaso de su literatura
Cuando empecé a escribir sobre el tema riojano, que siempre ha golpeado mis sienes con fuerza y mi corazón con afecto, no creí que iba a resultar un estudio tan largo, que puede dar lugar a un ensayo y a un libro. La inspiración es caprichosa y se prolonga hasta que se posan las imágenes y los conceptos. Pero justicia obliga y es que la Rioja y los Cameros son una materia inacabable. Es la tierra de las gestas de Fernán González y del Cid y la tumba de los Infantes de Lara.
El Fuero de Logroño, verdadera pieza literaria, está escrito en latín, pese a ser posterior a las Glosas Emilianenses. Ello se debe a que el pueblo siempre va en vanguardia de la curia. Hasta los reinados de Fernando III el Santo y de su hijo Alfonso X el Sabio, no se declaró el romance lengua oficial de Castilla, para las actas, los inmortales Códigos y los documentos.
El castellano nació en Cantabria, según los máximos lingüistas españoles Menéndez Pidal, Lapesa y Gómez Moreno. Tuvo primero una gran y larga alborada, que duró siglos. El castellano escrito se inició con la carta de fundación del Monasterio de Taranco en el Valle de Mena (año 800); y simultáneamente en el año convencional 977, con las glosas de San Millán y Silos. Ahora que todo lo provincializamos, debemos meditar que en aquella época no había fronteras locales, sino solamente el ancho reino de Castilla. Todo era Castilla. En dicho año 977, la jurisdicción de Silos llegaba a cuatro kilómetros de San Millán.
¿Dónde estaba la Cantabria, tierra natalicia del castellano? Si hemos de partir de la etimología, “canta-Iber”, “cabe el Ebro”, no llegaba a “Araduey”, nombre ibérico que significa “Tierra de Campos”, pero sí desbordaba Santander y comprendía el norte de Palencia, medio Burgos, del Arlanzón para arriba (los valles y montañas de Burgos, sobre todo Sedano, Villarcayo, Amaya, Cantabrana, Poza, Bureba y Belorado), y las riberas riojanas del Ebro donde estaban situadas la sierra de Cantabria y la ciudad de Cantabria, que fue durante algún tiempo capital de todos los cántabros.
El mayor testimonio del castellanismo de la Rioja es su copaternidad de la lengua española.
Todos los tratadistas están de acuerdo en que reinando Alfonso VI se completó para siempre la total castellanización de la Rioja.
El sabio abad de Silos, Dom Luciano Serrano, burgalés de pro, transcribió un sinfín de documentos riojanos de la colección del erudito Miguella; y el ilustre de catedrático D. Antonio Urbieto ha reunido más de cuatrocientos documentos que muestran las relaciones de la Rioja con el resto de Castilla y otros territorios, hasta el año 1079, utilizando, además del Becerro Gótico, el Becerro Galicano, que han dado lugar a su obra: “Cartulario de San Millán de la Cogolla”.
Ildefonso Rodríguez de Lama ha recapitulado documentos en una obra monumental: “Colección diplomática de la Rioja”, que abarca hasta el año 1168 y que ha visto la luz a expensas del Instituto de Estudios Riojanos.
Todos los documentos publicados en ellos son textos latinos. Para seguir las huellas de los modismos riojanos hay que rastrear en los fragmentos documentales de la gramática histórica. Eso que se llama dialecto riojano es el verdadero y primitivo castellano, idéntico al de las Merindades de Castilla la Vieja, aunque algo diferente del lenguaje de Burgos capital y de las tierras de Lara.
La literatura riojana, haciendo honor a los orígenes del español, modeló el castellano con garbo. Un poeta extraordinario y original, Gonzalo de Berceo, acuñó en estrofas de la cuaderna vía del “mester de clerecía” en el que están relatados los cantares de gesta, una “prosa en román paladino” que es verso inspiradísimo: “En el nomme del Padre que hizo toda cosa”, escrito al pie del Monasterio de San Millán. Es la conocida obra dedicada a Santo Domingo de Silos, natural de Cañas, en la Rioja, y la “Vida de Santa Aurea”, nacida en Villa Velayo.
En el “vierbo” o palabra de Berceo, el castellano rebosa juventud y fragancia. Es cierto que hay algunos vasquismos en el texto berceano, por ejemplo “Don Bildur”, el miedo, pero es tan poca cosa, al lado del castellano puro de los 777 versos de que consta la “Vida de Santo Domingo de Silos”…
Aparte de la poesía propiamente dicha, la Rioja ha producido gramáticos, historiadores, literatos escritores, técnicos filósofos, etcétera.
El orador Quintiliano, el P. Baltasar Álvarez, Francisco López Zárate, el famoso Lepe, “riojano in passione”, sabio entre los sabios, el inimitable Bretón de los Herreros, Alejandro Manzanares, prosista maravilloso, enlace siempre entre Burgos y Logroño, el orador Sagasta, el erudito cronista Felipe Abad, el padre Olarte, el inolvidable Lope de Toledo, Guadán, Merino, Elorza, Urbieto, Rodríguez de Lama, Resano, Uría, Gil del Río, Tellada, Moya, Ramírez Ruiz y cuantos cobija el Instituto de Estudio Riojanos, y Zabala Mazón y Coello, tratadistas políticos, y el gran musicólogo y folklorista Bonifacio Gil, de la familia de Santo Domingo de la Calzada, Gil Merino, afincado en Burgos.
Todos ellos han abrillantado la lengua española, la lengua común, la lengua de España. Las otras tres lenguas son también españolas, nacieron y viven en España en un círculo regional, pero lengua de todas las España solo hay una: ese castellano que es lengua de la Hispanidad, que nació en la Rioja y en Burgos y hoy debe llamarse español y así se denominan los cinco continentes.
9. Heráldica, vexilografía y costumbrismo de la Castilla riojana
La heráldica de toda la provincia de Logroño rezuma castellanismo. Casi todos los partidos judiciales ostentan como emblema el de Castilla, que es un símbolo definitorio del origen.
En la capital abundan los escudos con castillos, solos o con algún otro emblema. Por ejemplo el de la Ruavieja, el de la fachada que se encuentra en el patio contiguo a la iglesia de San Bartolomé, el de la calle Mayor, los del escudo imperial de la iglesia de Palacio, todos los que se hallan incrustados en el escudo imperial de Carlos V, o del Revellín, y los de la huerta de Santa Juliana, en que aparecen los alcázares alineados con los veros de los Velasco, los antiquísimos del Real Instituto Femenino de Enseñanza Media, y otro aparecido en los viejos escombros de la ciudad, sencillo y esquemático, que tiene bajo el castillo, muy simplificadas, unas ondas de agua que son sin duda las del Ebro, y que prefiguran el emblema que dio a la ciudad Carlos I.
Este último, que es el blasón actual de Logroño, configura un robusto castillo con la corona ducal encima, alusiva el ducado de Cantabria y, debajo, un puente que representa el paso del Ebro.
Las piedras no mienten. En Logroño no hay símbolos vascongados, navarros ni aragoneses. Es ejemplo del escudo castellano-leonés el del Marqués de Pescara, el celebérrimo estratega riojano, aunque nacido en Gante. Numerosos castillos orlan la campiña del blasón. Y sin ir más allá, en una de las viejas casas de Logroño, cerca de la calle de Santiago, acabo de ver otro escudo de tres torres, magnífico, del tipo que popularizó el buen Conde Fernán González.
Pasemos al capítulo de la vexilografía, ciencia de las banderas o estandartes. Ya en el mes de septiembre de 1977, traté con estas mismas razones de la bandera de la Rioja, que no es otra que la de Castilla. Haré ahora una pequeña síntesis.
La bandera de la Rioja no tiene que ser creada ni inventada. Tiene más de mil años de antigüedad. Es el pendón rojo carmesí, con un castillo de oro. Figura en las tumbas, en las ricas telas descubiertas, en los sepulcros reales y nobiliarios, en los artesonados de monasterios y palacios medievales, en los diplomas, en los archivos, en los museos militares y civiles, y en todos los cuarteles castellanos de los escudos de España. Este rojo carmesí es el color inequívoco de la bandera de Castilla, como tiene declarado solemnemente la Real Academia de la Historia.
Es el pendón que ondeó con Fernando González en la “Cuesta de la Degollada”; en Nájera con doña Berenguela, la genial realizadora de la unidad de Castilla y León; la que llevó el rey riojano Alfonso VIII a las Navas de Tolosa y se conserva cerca de su sepulcro en el Monasterio de las Huelgas de Burgos. Los leones de Castilla y León campean también en la peana de la Virgen de Valbanera. (Esta preciosa imagen parece haber tenido como modelo el rostro de doña Nuña, mujer de Ordoño I de León, lo que confirma la tesis del origen castellano-leonés de la Rioja y los Cameros).
Es la misma bandera que los riojanos y demás castellano-leoneses pasearon en triunfo por América, donde se conservan Cartagena de Indias, en el Fuerte de San Marcos en el Castillo del Morro. (Todos los años en San Agustín, de Florida, se nos da a los españoles una lección de amor y honor a la bandera cuartelada de Castilla y León. Se viste un “yanqui” de guerrero a la antigua usanza castellana, con la presencia de un cadete de la Academia Militar de dicho punto, y en medio la bella reina de la fiesta con traje español, y después de intercambiarse la enseña castellano-leonesa y la de los Estados Unidos, se izan ambas a la misma altura).
Es estéril inventar la bandera “cuatricolor” sustituyendo la verdadera de Castilla o lo que es lo mismo, de la Rioja, por la imaginada, a gusto de un día, hija del capricho y de la moda, sin base tradicional.
El pendón de Castilla es rojo y oro; es el pendón del Cid. Hace muchos años que se le cantó así: “Gloria, Gloria, pendón de Castilla -llamarada de sangre y de sol- quien no doble ante ti la rodilla- no merece llamarse español".
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La paremiología (estudio del refranero) y los dictados tópicos de la Rioja, retratan el carácter de sus alegres hijos. Lo dejaré, en extenso, para otro capítulo. La Rioja es dicharachera, jocunda y chistosa; es la alegría de Castilla.
Marciano Zurita, el gran poeta palentino, autor del “Himno a Burgos”, en la época de su plenitud, en 1918, cuando era corresponsal de más de cien periódicos de todo el mundo, dedicó a Logroño esta hermosa estrofa, publicada en “Blanco y Negro”: “Logroño es una moza garrida, fuerte y sana, - que refleja en el Ebro su gentil apostura, - una moza de la árida meseta castellana - sin la aridez sombría y hostil en la llanura”.
Bellos versos, que no tienen otra mácula que la de caer en la leyenda de la aridez de Castilla, cuando resulta que Logroño es la exuberancia vegetal misma dentro de las variantes polícromas de la plural Castilla.
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