viernes, marzo 14, 2014

Madrid : El reformismo ilustrado


EL REFORMISMO ILUSTRADO.

Política y economía

José CEPEDA ADAN José CEPEDA GOMEZ

 

Madrid en el siglo XVIII. Dicho así, sin más, nos llevaría a formamos una imagen unitaria y total de nuestra ciudad desde los días iniciales de Felipe V hasta los últimos y azarosos de Carlos IV, transformada profundamente por los aires de la reforma y muy distinta en el fondo y en la forma de la vieja capital de los Austrias; esta imagen no sería del todo exacta, y no tanto por el resultado como por el ritmo con que se efectuaron los cambios. Si nos paramos a observar atentamente el paso de estos más cien años de la vida de Madrid, comprobamos que hay una larga etapa de preparación, de arranque, el reinado del primer Barbón, de 1700 a 1746 -el más largo, por cierto, de la historia española-, en la que se cruzan en muchos planos de su realidad lo antiguo y lo moderno, resistiéndose lo primero a desaparecer y peleando el segundo por abrirse paso. Sería un Madrid aún "muy siglo XVII" con algunos perifollos dieciochescos, Sigue luego una plataforma central, los trece años de Fernando VI, de 1746 a 1759, más apagada, menos vistosa, más gris, como el reinado mismo, pero muy importante por la recuperación económica que en ella se produce y que servirá de impulso para la auténtica política reformista de los dos últimos reinados, de 1759 a 1808, toda ella inquieta, tocada por la fiebre de los cambios, llena de ensayos, proyectos y realidades, drante la cual tomará, ahora sí, un contenido y un aspecto nuevo la historia y la fisonomía de ese Madrid que entraba en el siglo XIX.

 

Incluso los grandes acontecimientos políticos que tuvieron a la capital como centro muestran esa diferencia de tono, tanto en su desarrollo como en su contenido y valoración. La Guerra de Sucesión a la Corona de España tiene todavía mucho de conflicto del siglo XVII, aunque su final en Utrecht y Rastadt suponga de hecho la vertebración inicial y básica del orden internacional en el siglo XVIII. Por su parte, el mofín de Madrid de marzo de 1766 representa el primer gran hecho de masas de nuestra historia moderna, con todo lo que supone de preparación, propaganda y movilización de multitudes contra el omnímodo poder real al que habla "de tú a tú" y

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llega a asustar de veras. Pensemos que en la cercana lejanía de julio de 1789 estarán los sucesos de París.

Y sin embargo, de estos dos tiempos apreciables en el Madrid del setecientos, es preciso destacar un hecho incontrovertible: a todo lo largo del siglo XVIII los acontecimientos decisivos, y de todo orden, de la historia nacional tuvieron por protagonista a la villa del Manzanares, como expresión del centralismo impuesto por la nueva Monarquía, y esto desde los primeros instantes. En la Guerra de Sucesión, el 24 de agosto de 1702, al recalar en Cádiz el duque de Darmstadt, al servicio del Archiduque Carlos de Austria, exclamaría a manera de plan de combate: "juré entrar por Cataluña a Madrid, ahora pasaré por Madrid a Cataluña". La conquista, retención o pérdida de Madrid marca la línea de ascendencia o caída de Felipe V o Carlos de Austria. Será en esta guerra civil cuando, por primera vez en la historia de España, nuestra ciudad se convierta en determinante del triunfo; porque es la capital de la Monarquía, la del poder, y quién la posea se hará dueño de ese centro efectivo y simbólico. Y esta significación de objetivo estratégico de las luchas políticas no la perderá jamás a largo de los siglos siguientes.

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Mucho tenían que hacer los regidores de la capital en estos años inmediatos a la conlusión de la guerra ya que durante ésta se había convertido en refugio de los que buscaban amparo o la ocasión de fáciles negocios, aumentándose con tal aglomeración las penalidades habituales. La miseria era grande y según el embajador francés los soldados vagaban por Madrid pidiendo limosna y los conventos tuvieron que embargar la plata para dar de comer y atender a los mendigos que solicitaban su sopa de pobres. Realmente hasta después de 1717 la economía del reino, y con ella la de la capital, no levantó cabeza. Más no eran solo pordioseros los que llegaban a Madrid por aquellos años : también los había "aprovechados". Si contra los desgraciados de la fortuna la Sala de Alcaldes de Casa y Corte ordena al empadronamiento de "los muchos vagamundos y ladrones y gente de mal vivir que han venido a la Corte, de que nace gran inquietud pública y poca seguridad de las casas y Vecinos", ya en 1703 se promulgaba una Real Orden la que se decía: "Habiéndome dado noticia que después de mi vuelta a la Corte entrado en ella muchos tratantes y oficiales (. .. ) He mandado y mando que ninguna persona en adelante de cualquier Nación que sea(. .. )pueda en Madrid ejercitarse en ningún trato, comercio, oficio o arte, sin haberse incluido e incorporado al gremio que corresponde''. Muchos años después, en 1741, el Procurador Personero de la Villa, al referirse al aumento de tiendas que se ha producido, reflexiona de la siguiente manera: "Admira el número inmenso de tiendas de todos géneros que de veinte años a esta parte se han abierto y establecido en esta Corte y que se ven derramadas por todas sus calles (... )Esta clase de tenderos o comerciantes( ... )son por la mayor parte otros tantos labradores jornaleros o artesanos que(. .. ) han desamparado sus pueblos, labranzas, trabajos y oficios, en perjuicio común del Estado(. .. )no hay medio ni arbitrio que no busquen para conservarse y mantenerse a costa del público ... "

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De entre esta multitud de gentes venidas a la capital, y que no cesa a todo lo largo del siglo, destacan en modo especial los religiosos, que acaban por constituirse un grupo característico de la sociedad madrileña con su reflejo en la literatura costumbrista. Acudían de todas partes, sin saber a qué y generalmente fuera de la disciplina de sus superiores, lo que preocupaba a las autoridades que, inútilmente, intentan poner remedio a esta invasión. Así, en 1739 se decreta por la Cámara de Castilla "que ningún eclesiástico pueda venir a la Corte sin el Real permiso". Todo inútil , pues seguirían llegando, instalándose algunos en las puertas de la ciudad para llamar la atención de los viajeros. Una de las primeras medidas tomadas por el Conde de Aranda en su nuevo cargo de Gobernador del Consejo de Castilla durante las semanas posteriores a los motines de primavera de 1766 fue, precisamente, la de expulsar de la Corte a todo religioso que no pudiese justificar su estancia en Madrid.

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Desde muy pronto se empieza a legislar sobre el funcionamiento y administración del régimen local, médula de la vida comunitaria que no podía olvidar el reformismo del siglo, por lo que lo incluirá con especial atención en su programa de ordenamiento de la Nación. En lo que se refiere al Concejo, era presidido por el Corregidor y tenía entre treinta y seis y cuarenta y cinco regidores (7), que habían de ser "limpios de sangre, no desempeñar oficios infamantes o vergonzosos, capaces, de vida y costumbres sanas", condiciones a las que se añadió en 1715 la de ser hábiles, como anuncio de la política de eficacia que se exigiría a todas las instituciones a lo largo del siglo. Aparte de los diversos cargos de mayordomos, abogados, procuradores, etc, cada año se nombraban dos alcaldes, uno de Hijosdalgos y otro de Hombresbuenos, más dos fieles ejecutores, alarifes para los edificios de la villa y un fontanero para el reparo de las fuentes. La gestión municipal se desarrollaba a través de comisiones, que llegaban a cincuenta y dos en 1746, año de la muerte de Felipe V, algunas de ellas muy peculiares como la de Autos y Fiestas del Corpus, Obreria y Guardarropa, Verbenas, Camino del Pardo, Traslado de toros, Nieve y cera, Corrales de Comedias, Pésamen y Enhorabuenas.

El eje de toda esta maquinaria eran los Corregidores, algunos de los cuales se destacaron en su mandato tanto en el reinado de Felipe V como en el de sus hijos. De 1700 a 1746 se suceden siete corregidores siendo el más importante de entre ellos don Francisco Salcedo y Aguirre, marqués de Vadillo, que dirigió los destinos de Madrid entre 1715 y 1729 Y con cuyo patrocinio se inicia la etapa de remozamiento de la capital con la construcción de nuevas mansiones y el plan de embellecimiento de las orillas del Manzanares. Él fue el gran protector del arquitecto Pedro de Ribera La gestión de este corregidor, uno de los primeros ilustrados encariñados con Madrid, coincide con un período de recuperación económica (desde 1719), lo que le permite impulsar las obras públicas de esta villa así como al castizo arquitecto colaborador realizar el mejoramiento urbano con sus palacios, fuentes y cuarteles, y que explica por otra parte, muchas de las empresas exteriores del reinado -  el "revisionismo de Utrecht"- que se inician ahora. Ya se sueña con una ciudad mejor, y a sumarse a esta idea viene a contribuir la publicación en ese mismo año de 1719 de las Ordenanzas de Madrid, del arquitecto maestro mayor, Teodoro Ardemans, con las que pretende no sólo corregir las muchas imperfecciones de la villa, sino dibujar futuros horizontes y ampliaciones.

En el Madrid de Fernando VI destaca una nueva -y fugaz- institución: el Gobierno Político y Militar. Una de las primeras medidas del nuevo rey consistió en nombrar a D. Antonio Pedro Nolasco de Lanzós, Conde de Maceda y de Taboada. Gobernador Político y Militar de la corte, "con todas las facultades, jurisdiziones y preeminencias que hasta aora han usado y devido usar los Corregidores, y con el

(7) LOZANO HERNANDO, María Encarnación: "Regidores de Madrid. 1700-1750", Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Tomo XVI (1979), p.281 Y ss.

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aumento de todo el mando político, económico, gubernativo, y militar de Madrid, con todas las autoridades, distinziones, y jurisdiziones correspondientes ... " (8). Entre octubre de 1746 y octubre de 1747 el conde de Maceda, que además de continuar disfrutando de su salario de Teniente General habría de recibir la altísima cifra de 120.000 reales de vellón anuales por su nuevo cargo (lo que le convertía en un funcionario mejor pagado que Ensenada o Carvajal, Secretarios del Despacho), tuvo unas amplísimas competencias: Sustituyó al Gobernador del Consejo de Castilla como Presidennte de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte a la vez que adquiria todas las atribuciones jurisdiccionales que poseía esa sala; Presidía el Ayuntamiento (el nuevo cargo subsumía el de Corregidor); Controlaba las rentas de Madrid como "Superindente Administrador General y Juez Privativo de las Sisas Reales y Municipales"; Dirigía el Abastecimiento al pasar al Gobierno Político y Militar las atribuciones que hasta entonces tenía la Junta de Abastos; Supervisaba los asuntos de "policía urbana" de los doce cuarteles en que se dividió Madrid en ese 1746: Antón Martín, La Merced, La Villa, Plaza Mayor, San Sebastián, Alcalá, Santa Bárbara, Barquillo, Maravillas, Santo Domingo, Palacio y Afligidos, y era también nombrado Protector de la Junta de Fuentes a la vez que asumió la jurisdicción relativa a Hospitales, Teatros y Real Hospicio; Adquirió el "privativo conocimiento y la jurisdicción" de todos los asuntos y pleitos de su territorio; Tenía delegada por el Rey, en fin, la máxima autoridad militar y los comisarios ordenadores, intendentes, proveedores, abastecedores, tenientes  generales, mariscales de campo, cabos y demás militares debían acatar cuantas órdenes dictase este Gobernador. Era ayudado en tan ingente tarea por un Teniente Gobernador y una Secretaria. En la práctica, y bien sea por la inmediata reacción contra este nuevo cargo suscitada en instituciones que veían cómo perdían parte de sus  atribuciones (como es el caso del Consejo de Castilla, la Sala de Alcaldes de Casa  y Corte, o el Ayuntamiento), bien sea por la escasa capacidad del Conde de Maceda, poco a poco se le fueron menguando los poderes. Finalmente abandonó el cargo en octubre de 1747 y el rey resolvió "no nombrar gobernador sino es corregidor como antes ''. Aunque Carvajal, el Secretario de Estado, se referia a estos hechos lamentándose de que "Maceda aya dejado tanto fastidio del govierno porque combendria que hubiese gobernador" lo cierto es que tal acumulación de competencias estorbaba a demasiadas instituciones y personas; de aquí lo efímero de este poco conocido cargo.

Con un salto en el tiempo, pero no en la importancia para Madrid, debe recordarse lagestión de don Antonio de Armona, corregidor de la villa en tiempos de Carlos III de quien gozó no sólo de la más absoluta confianza, sino de la sincera amistad deI Monarca quien, como se sabe, nada gustoso de los cambios, cuando un día el cansado corregidor solicita el relevo, hubo de contestarle: "Mira, más viejo estoy yo que tú y voy trabajando; Dios nos ha de ayudar; tú ya estás mejor, cuidas de Madrid

(18) FERNANDEZ HIDALGO, Ana María: "Una medida innovadora en el Madrid de Fernando VI: el rnador Político y Militar (1746-1747)", Cuadernos de Investigación Histórica, n° 11, (1987), p.I72.

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y hasta ahora nadie se queja de ti". Por cierto que este hombre que dirigió gobierno de la corte en fechas muy difíciles -1765- y en ocasiones tuvo que tomar medidas drásticas ante situaciones conflictivas, gozó del aprecio popular por el cuidado que mostró hacia las clases populares como demuestra el apoyo a la Junta de Caridad y el enfrentamiento con los panaderos madrileños por cuestiones de abastecimiento.

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Cuando leíamos arriba el relato del marqués de la Torrecilla sobre el incendio del Alcázar se deslizaba un párrafo que nos introducía, indirectamente, en la intrahistoria de los bajos fondos madrileños de la época. Es aquél en que nos dice que "las puertas principales de Palacio no las quisieron abrir, por temor al saco ", Es evidente que entre aquellas multitudes de gentes venidas al olor de la Corte había muchos hampones que, incluso, reinaban a sus anchas en los alrededores de la villa, principalmente hacia la zona sur, en el olivar de Atocha. Sus fechorías eran una obsesión para las autoridades que se veían incapaces de combatirlas con los simples alguaciles de Casa y Corte, por lo que en 1730 se crea la Brigada de Carabineros para vigilar los alrededores de Madrid, auxiliar a los regidores en casos de muerte y perseguir el contrabando, medida que se completa en 1732 con la organización del Cuerpo de Inválidos, con cuatro compañías a las que estuvo confiado hasta 1804 el orden público en Madrid.

Con todo esto puede decirse que a partir del asentamiento de la nueva dinastía en España las calles madrileñas se llenan de uniformes de los más variados colores: guardias de corps con sus pelucas empolvadas y sus coletas rizadas y engrasadas con manteca de cerdo; soldados suizos del regimiento que tenía sus cuarteles hacia la Puerta de Toledo, desde donde bajaban a las cercanías del Manzanares para trasegar sin medida el buen vino español; los miembros de ese nuevo Cuerpo de Inválidos que vigilaban los lugares de más concurrencia. Las calles se coloreaban aún más de casacas cuando el monarca pasaba por ellas para dirigirse al Buen Retiro, a una iglesia o a la Plaza Mayor a presidir algún espectáculo. El cortejo adquiría una gran vistosidad con la carroza real precedida por la guardia montada en yeguas blancas adornadas con grandes penachos y ricos arreos y, cerrando la carrera, otro escuadrón de la guardia con cabalgaduras negras o pardas. Junto a la ventanilla de la carroza cabalgaba un oficial con el estandarte real. Esta profusión de militares dio origen, sobre todo en las últimas décadas del siglo, a críticas acerca de sus ocupaciones y diversiones.

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Las viandas para los mercados madrileños entraban principalmente por las puertas de Alcalá, Atocha y Toledo, puesto que la base de suministro de la capital era La Mancha. Otros productos llegaban por las de Segovia y Fuencarral. Todo lo concerniente al abastecimiento estaba regido por la Junta de Abastos y el Peso y Repeso Real cuyo funcionamiento y avatares ha estudiado Ascensión Burgoa (13). Hasta 1743, en que se produce una crisis en el abastecimiento de carne a la capital, el que

(13) "Apuntes sobre los organismos rectores del abastecimiento de Madrid (1743-1766)", en Estudios Históricos. Homenaje a los profesores José María Jover Zamora y Vicente Palacio Atard, Madrid, Departamento de Historia Contemporánea, Facultad de Geografía e Historia, Universidad Complutense, 1990, tomo Il, pp. 39-58.

los mercados madrileños estuvieran bien aprovisionados competía al Corregidor y Ayuntamiento puesto que, por su engorrosidad, el Consejo de Castilla insistía en deseo de no intervenir, aún cuando estaba representado por el Juez protector de Abastos. La Junta tenía la responsabilidad de cubrir las necesidades básicas de carne, pan,pescado, tocino, aceite, carbón, jabón y velas. La Sala de Alcaldes de Casa y Corre establecía los Aranceles de Precios y Posturas. Que este servicio de abastecer el estómago de los madrileños era siempre dificultoso y se arbitraban fórmulas para mejorarlo, lo prueba el cambio que se produce nada más llegar al trono Fernando VI con la creación, como arriba veíamos, del Gobernador Político y Militar de Madrid, al que se encomendaba, como una de las más importantes de entre sus muchas funciones, la de atender al "cuidado y manejo de los Abastos de Madrid, con todas las jurisdicciones, autoridades y extensiones que el rey, mi Padre y señor, depositó  y confirió a esa Junta". Como vimos, este nuevo cargo sólo duró un año, vencido su titular, el Conde de Maceda, por todo un frente de oposición de todos los sectores tradicionales.

Fracasado el ensayo, se instituye de nuevo la Junta de Abastos que continuará con sus características a lo largo de los reinados de Fernando VI y Carlos III. Para asegurar que no faltasen los artículos básicos, se acudía al sistema de subasta de los productos que eran contratados por los obligados -precedente de los abastecedores y asentadores- que, mediante un pago concertado, habían de tener el monopolio de la mercancía subastada durante un tiempo fijo. Luego, estos contratistas establecían los puestos de venta de sus productos que, por otra parte, eran vigilados en su calidad y precios por los funcionarios del Peso y Repeso. Sabemos de algún obligado del pescado "seco y remojado" que llegó a tener a su servicio cuarenta y ocho mujeres encargadas de la venta al por menor.

Precisamente fue en tomo a la gestión de esta Junta de Abastos donde se originó la situación más grave y conflictiva de la historia de Madrid en el siglo XVIII, el Motín de marzo de 1766, popularmente llamado de Esquilache o de las capas  y sombreros, que hoy sabemos tenía unos contenidos mucho más profundos que la simple queja por el cambio de vestimenta y tocado. Sobre la gestión de la junta influían, como es obvio, directísima e inmediatamente las fluctuaciones imprevisible de la producción agrícola en el Antiguo Régimen; así, desde los primeros años del reinado de Carlos III se notaron en los mercados madrileños los efectos negativos de una serie de causas naturales y políticas. Una sequía asoladora se abate sobre España desde el año 1760 por lo que, a pesar de las ventajas de que gozaba la Corte, la Junta se ve obligada a subir el precio del pan y otros artículos en 1761, 1763 Y 1765, situación que se agrava con la Pragmática dictada en julio de 1765 por la que se establecía el comercio libre de granos y se abolía la tasa, lo que enloqueció aún más los precios. Por ello, ndependientemente de esas otras razones que puedan existir y que veremos después, reparemos en que una de las peticiones más insistentemente reclamadas por los madrileños amotinados en marzo de 1766 es la bajada de lo precios de los alimentos, así como también es de notar que una de las primeras concesiones hechas por el asustado Carlos III sea la de ordenar que "se quite la Junta de Abastos (. .. ) mandando que el pan se venda a ocho cuartos; la libra de tocino a dieciséis; la de aceite y jabón a catorce (. .. ) con lo que se verifica la baja de cuatro cuartos en libra".

Si ya de antes, esta cuestión de proveer los mercados madrileños era preocupante los gobernantes, tras el motín se hace acuciante y primordial porque comprueban que incide gravemente en la marcha política de la Monarquía. Había, pues, que analizar las causas de las dificultades en el "ramo de abastos" -así se decía en la época- de la capital, para tomar luego las medidas adecuadas y reorganizar y controlar de alguna manera el funcionamiento de los municipios. En primer lugar, se hace notar que el entorno de Madrid no es suficiente para el abastecimiento adecuado, a lo que se añade el mal estado de los caminos con el consiguiente encarecimiento de los productos por la dificultad del transporte de mercancías. Claro es que, junto a estos inconvenientes naturales, se señalan asimismo las corruptelas de los intermediarios y la red intrincada y contradictoria de normas que dificultaba la fluidez del tráfico, a la vez que pesaban gravemente sobre la economía del ayuntamiento. Resultado del análisis es la puesta en práctica de dos resoluciones: una de carácter nacional, la creación de los Diputados del Común y los Síndicos Personeros del Común en los municipios para vigilar en nombre del pueblo la marcha de los asuntos que concernían a todos los vecinos y especialmente el capítulo referido a los abastos y mercados; y otra, concreta para Madrid, la sustitución de la Junta por una Comisión encargada de los Abastos, y la declaración taxativa del papel fundamental de los obligados "que es el medio que se reconoce más conveniente" para el buen funcionamiento del servicio. En consecuencia, la importancia que iban cobrando estos contratistas les hace crecerse en sus exigencias especialmente en lo que toca a su reconocimiento social, llegando a conseguir que "sin embargo de ser tales obligados, no se les pueda embarazar el tiempo de la obligación, ni para en adelante, el que pudiese tener coche, silla-volante, no obstante cualesquiera órdenes que haya en contrario"

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No menos prevención existía contra otro grupo de personas de distinta condición social visitantes también del Madrid de Carlos III: estudiantes, abates, como ya se llamaba a la gente de la iglesia, romeros o peregrinos que no se sabía de dónde venían ni dónde iban. Había que vigilarlos también cuidadosamente. No era infrecuente tampoco toparse entre esta abigarrada multitud flotante a algún alemán huido de las colonizaciones de Sierra Morena camino de regreso a su tierra o encubiertos como buhoneros. A estas medidas se añadieron las órdenes de mayor celo al Cuerpo de Inválidos para que sus unidades de salvaguardias del público extremasen la vigilancia los domicilios particulares cuyos dueños tenían que proporcionarles una habitación cercana  al portal con cama con cama, luz y silla. Como retenes se establecieron dos puestos, en la Puerta del Sol y otro en el cuartel de Santo Domingo. A estos guardianes se unió la Milicia Urbana, compañía de cuatrocientos cincuenta hombres, procedentes de los gremios, para hacer sus rondas de día y de noche. Desde las once en invierno y las doce en verano, recorrían las calles de sus distritos, cuidando sobre todo los conventillos o lugares donde se refugiaban las gentes de mal vivir.

Pero quizá sea la Real Cédula de 6 de octubre de 1768, que creaba los Alcaldes

Barrio, la muestra más significativa de esta creciente preocupación sentida por las autoridades de Carlos III ante un pueblo que ha provocado la mayor convulsión sufrida por la Monarquía en los últimos siglos. Propuesta por el conde de Aranda al rey  "dividía la población de Madrid en ocho Cuarteles, señalando un Alcalde de y Corte y ocho Alcaldes de Barrio para cada uno ", Los sesenta y ocho nuevos cargos tendrán unas atribuciones muy amplias y su "fin no es otro que controlar con mano dura el orden público, tan seriamente amenazado con el motín" (23): "Matricularán todos los vecinos, y los entrantes y salientes; celando la policía, el alumbrado, limpieza de las calles y de las fuentes; atenderán la quietud y orden público, y tendrán  jurisdicción pedánea para hacer sumarias en casos prontos, dando cuenta incontinenti al Alcalde de Cuartel; se encargarán de la recolección de pobres para dirigirlos al Hospicio, y de los niños abandonados, para que se pongan a aprender oficio o a servir". Disponían de una lista de las calles de su barrio y habían de llevar

(23) AGUILAR PIÑAL, Francisco: Los Alcaldes de Barrio, Madrid, Ayuntamiento-Instituto de Estudios Madrleños , 1978, pág. 13. Vid. también CUESTA PASCUAL, Pilar: Los Alcaldes de Barrio en el Madrid  de Calos III y Carlos IV, Memoria de Licenciatura, Fac. Geografía e Historia de la Universidad Complutense 1981; y MARTINEZ RUIZ, Enrique: La seguridad pública en el Madrid de la Ilustración, Madrid, Ministerio del Interior, 1988.

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un pormenorizado y diario control de residentes y transeúntes, para lo que debían rondar por su demarcación muy frecuentemente, extremando su cuidado en tabernas y locales de comidas. Recogerían de las calles a vagos y mendigos ---conceptos éstos difíciles de distinguir por los gobernantes ilustrados- y vigilarían, además, que los comerciantes no adulterasen las pesas ni los precios, sabedoras las autoridades por la reciente experiencia de la estrecha relación entre carestía y tensión social. Desde ahora -y con alteraciones en el número de barrios, pero manteniendo sus extensísimas atribuciones- estos Alcaldes vigilarán las calles de la capital, convirtiéndose en "responsables de la tranquilidad y de perseguir los delitos que se cometan en (el barrio), con amplia jurisdicción criminal, como la tiene cualquier alcalde ordinario en su pueblo".

Mas no acaban aquí las innovaciones en materia de orden público puestas enmarcha en ese Madrid de las décadas finales del Antiguo Régimen que, por otro lado se embellece con nuevos edificios y monumentos nuevos, muchos de ellos símbolos hoy de nuestra capital, cuya historia y descripción encontrará el lector en otro capítulo de esta obra; en 1782 se crea el cargo de Superintendente de Policía de Madrid, que pasará a depender de la Secretaría de Estado. Efímera vida la suya: enfrentado a otras instituciones -y en particular con la Sala de Alcaldes de Casa y Corte- esta hechura de Floridablanca caerá, como su propio valedor, en 1792. Por último, las noches madrileñas, de siempre tenebrosas, serían vigiladas desde 1798 por los serenos, institución nacida en Valencia, pero que con el tiempo llegaría a alcanzar, también valor de símbolo castizo del Madrid nocturno, con su farol en la tripa y el chuzo con el que golpeaba las losas de las aceras para anunciar su llegada al trasnochador que le esperaba en el portal.

En esos momentos finales del siglo XVIII, los cortesanos de Carlos IV – los políticos y un sector de la nobleza y el ejército- dan muestras evidentes del cuarteamiento de la Monarquía Absoluta (muy gravemente afectada por la crisis económica que se deriva de la guerra sostenida contra los ingleses en ambas orillas del Atlántico y que corta el cordón umbilical que unía a la Península con las colonias americanas y participan en complots palaciegos, ya sea a favor del príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, ya sea en apoyo del todopoderoso Godoy. Mientras, los hombres y las mujeres del pueblo, habitantes de ese Madrid goyesco, asistirán a corridas de toros, saraos, procesiones y otras diversiones, con una aparente despreocupación ante los grandes cambios sociales y políticos que están produciéndose en el mundo que les había tocado vivir y con los que, pocos años más tarde, en la primavera de 1808 habrán de enfrentarse tan brutal como heroicamente.

 

Historia de Madrid, Antonio Fernández García (Director), Editorial Complutense, Madrid 1993

 

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