EL REFORMISMO ILUSTRADO.
Política y economía
José CEPEDA ADAN José CEPEDA GOMEZ
Madrid en el siglo XVIII. Dicho así, sin más, nos llevaría a
formamos una imagen unitaria y total de nuestra ciudad desde los días iniciales
de Felipe V hasta los últimos y azarosos de Carlos IV, transformada
profundamente por los aires de la reforma y muy distinta en el fondo y en la
forma de la vieja capital de los Austrias; esta imagen no sería del todo
exacta, y no tanto por el resultado como por el ritmo con que se efectuaron los
cambios. Si nos paramos a observar atentamente el paso de estos más cien años
de la vida de Madrid, comprobamos que hay una larga etapa de preparación, de
arranque, el reinado del primer Barbón, de 1700 a 1746 -el más largo, por cierto,
de la historia española-, en la que se cruzan en muchos planos de su realidad
lo antiguo y lo moderno, resistiéndose lo primero a desaparecer y peleando el segundo
por abrirse paso. Sería un Madrid aún "muy siglo XVII" con algunos
perifollos dieciochescos, Sigue luego una plataforma central, los trece años de
Fernando VI, de 1746 a 1759, más apagada, menos vistosa, más gris, como el
reinado mismo, pero muy importante por la recuperación económica que en ella se
produce y que servirá de impulso para la auténtica política reformista de los
dos últimos reinados, de 1759 a 1808, toda ella inquieta, tocada por la fiebre
de los cambios, llena de ensayos, proyectos y realidades, drante la cual
tomará, ahora sí, un contenido y un aspecto nuevo la historia y la fisonomía de
ese Madrid que entraba en el siglo XIX.
Incluso los grandes acontecimientos políticos que tuvieron a
la capital como centro muestran esa diferencia de tono, tanto en su desarrollo
como en su contenido y valoración. La Guerra de Sucesión a la Corona de España
tiene todavía mucho de conflicto del siglo XVII, aunque su final en Utrecht y
Rastadt suponga de hecho la vertebración inicial y básica del orden
internacional en el siglo XVIII. Por su parte, el mofín de Madrid de marzo de
1766 representa el primer gran hecho de masas de nuestra historia moderna, con
todo lo que supone de preparación, propaganda y movilización de multitudes
contra el omnímodo poder real al que habla "de tú a tú" y
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llega a asustar de veras. Pensemos que en la cercana lejanía
de julio de 1789 estarán los sucesos de París.
Y sin embargo, de estos dos tiempos apreciables en el Madrid
del setecientos, es preciso destacar un hecho incontrovertible: a todo lo largo
del siglo XVIII los acontecimientos decisivos, y de todo orden, de la historia
nacional tuvieron por protagonista a la villa del Manzanares, como expresión
del centralismo impuesto por la nueva Monarquía, y esto desde los primeros
instantes. En la Guerra de Sucesión, el 24 de agosto de 1702, al recalar en
Cádiz el duque de Darmstadt, al servicio del Archiduque Carlos de Austria,
exclamaría a manera de plan de combate: "juré entrar por Cataluña a Madrid,
ahora pasaré por Madrid a Cataluña". La conquista, retención o pérdida de Madrid
marca la línea de ascendencia o caída de Felipe V o Carlos de Austria. Será en
esta guerra civil cuando, por primera vez en la historia de España, nuestra ciudad
se convierta en determinante del triunfo; porque es la capital de la Monarquía,
la del poder, y quién la posea se hará dueño de ese centro efectivo y
simbólico. Y esta significación de objetivo estratégico de las luchas políticas
no la perderá jamás a largo de los siglos siguientes.
……….
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Mucho tenían que hacer los regidores de la capital en estos
años inmediatos a la conlusión de la guerra ya que durante ésta se había
convertido en refugio de los que buscaban amparo o la ocasión de fáciles
negocios, aumentándose con tal aglomeración las penalidades habituales. La
miseria era grande y según el embajador francés los soldados vagaban por Madrid
pidiendo limosna y los conventos tuvieron que embargar la plata para dar de comer
y atender a los mendigos que solicitaban su sopa de pobres. Realmente hasta
después de 1717 la economía del reino, y con ella la de la capital, no levantó
cabeza. Más no eran solo pordioseros los que llegaban a Madrid por aquellos años
: también los había "aprovechados". Si contra los desgraciados de la
fortuna la Sala de Alcaldes de Casa y Corte ordena al empadronamiento de "los muchos vagamundos y ladrones y gente de
mal vivir que han venido a la Corte, de que nace gran inquietud pública y poca
seguridad de las casas y Vecinos", ya en 1703 se promulgaba una Real Orden
la que se decía: "Habiéndome dado
noticia que después de mi vuelta a la Corte entrado en ella muchos tratantes y
oficiales (. .. ) He mandado y mando que ninguna persona en adelante de
cualquier Nación que sea(. .. )pueda en Madrid ejercitarse en ningún trato,
comercio, oficio o arte, sin haberse incluido e incorporado al gremio que corresponde''.
Muchos años después, en 1741, el Procurador Personero de la Villa, al referirse
al aumento de tiendas que se ha producido, reflexiona de la siguiente manera: "Admira el número inmenso de tiendas de todos
géneros que de veinte años a esta parte se han abierto y establecido en esta
Corte y que se ven derramadas por todas sus calles (... )Esta clase de tenderos
o comerciantes( ... )son por la mayor parte otros tantos labradores jornaleros
o artesanos que(. .. ) han desamparado sus pueblos, labranzas, trabajos y
oficios, en perjuicio común del Estado(. .. )no hay medio ni arbitrio que no
busquen para conservarse y mantenerse a costa del público ... "
……….
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De entre esta multitud de gentes venidas a la capital, y que
no cesa a todo lo largo del siglo, destacan en modo especial los religiosos,
que acaban por constituirse un grupo característico de la sociedad madrileña
con su reflejo en la literatura costumbrista. Acudían de todas partes, sin
saber a qué y generalmente fuera de la disciplina de sus superiores, lo que
preocupaba a las autoridades que, inútilmente, intentan poner remedio a esta
invasión. Así, en 1739 se decreta por la Cámara de Castilla "que ningún eclesiástico pueda venir a la
Corte sin el Real permiso". Todo inútil , pues seguirían llegando,
instalándose algunos en las puertas de la ciudad para llamar la atención de los
viajeros. Una de las primeras medidas tomadas por el Conde de Aranda en su
nuevo cargo de Gobernador del Consejo de Castilla durante las semanas
posteriores a los motines de primavera de 1766 fue, precisamente, la de expulsar
de la Corte a todo religioso que no pudiese justificar su estancia en Madrid.
……….
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Desde muy pronto se empieza a legislar sobre el
funcionamiento y administración del régimen local, médula de la vida
comunitaria que no podía olvidar el reformismo del siglo, por lo que lo incluirá
con especial atención en su programa de ordenamiento de la Nación. En lo que se
refiere al Concejo, era presidido por el Corregidor y tenía entre treinta y seis
y cuarenta y cinco regidores (7), que habían de
ser "limpios de sangre, no desempeñar oficios infamantes o vergonzosos,
capaces, de vida y costumbres sanas", condiciones a las que se añadió en 1715
la de ser hábiles, como anuncio de la política de eficacia que se exigiría a
todas las instituciones a lo largo del siglo. Aparte de los diversos cargos de
mayordomos, abogados, procuradores, etc, cada año se nombraban dos alcaldes,
uno de Hijosdalgos y otro de Hombresbuenos, más dos fieles ejecutores, alarifes
para los edificios de la villa y un fontanero para el reparo de las fuentes. La
gestión municipal se desarrollaba a través de comisiones, que llegaban a
cincuenta y dos en 1746, año de la muerte de Felipe V, algunas de ellas muy
peculiares como la de Autos y Fiestas del Corpus, Obreria y Guardarropa,
Verbenas, Camino del Pardo, Traslado de toros, Nieve y cera, Corrales de
Comedias, Pésamen y Enhorabuenas.
El eje de toda esta maquinaria eran los Corregidores,
algunos de los cuales se destacaron en su mandato tanto en el reinado de Felipe
V como en el de sus hijos. De 1700 a 1746 se suceden siete corregidores siendo
el más importante de entre ellos don Francisco Salcedo y Aguirre, marqués de
Vadillo, que dirigió los destinos de Madrid entre 1715 y 1729 Y con cuyo
patrocinio se inicia la etapa de remozamiento de la capital con la construcción
de nuevas mansiones y el plan de embellecimiento de las orillas del Manzanares.
Él fue el gran protector del arquitecto Pedro de Ribera La gestión de este
corregidor, uno de los primeros ilustrados encariñados con Madrid, coincide con
un período de recuperación económica (desde 1719), lo que le permite impulsar
las obras públicas de esta villa así como al castizo arquitecto colaborador realizar
el mejoramiento urbano con sus palacios, fuentes y cuarteles, y que explica por
otra parte, muchas de las empresas exteriores del reinado - el "revisionismo
de Utrecht"- que se inician ahora. Ya se sueña con una ciudad mejor, y
a sumarse a esta idea viene a contribuir la publicación en ese mismo año de
1719 de las Ordenanzas de Madrid, del arquitecto maestro mayor, Teodoro
Ardemans, con las que pretende no sólo corregir las muchas imperfecciones de la
villa, sino dibujar futuros horizontes y ampliaciones.
En el Madrid de Fernando VI destaca una nueva -y fugaz-
institución: el Gobierno Político y Militar. Una de las primeras medidas del
nuevo rey consistió en nombrar a D. Antonio Pedro Nolasco de Lanzós, Conde de
Maceda y de Taboada. Gobernador Político y Militar de la corte, "con todas las facultades, jurisdiziones y
preeminencias que hasta aora han usado y devido usar los Corregidores, y con el
(7) LOZANO HERNANDO, María Encarnación: "Regidores de Madrid.
1700-1750", Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Tomo XVI (1979),
p.281 Y ss.
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aumento de todo el
mando político, económico, gubernativo, y militar de Madrid, con todas las
autoridades, distinziones, y jurisdiziones correspondientes ... " (8). Entre octubre de 1746 y octubre de 1747 el conde
de Maceda, que además de continuar disfrutando de su salario de Teniente General
habría de recibir la altísima cifra de 120.000 reales de vellón anuales por su
nuevo cargo (lo que le convertía en un funcionario mejor pagado que Ensenada o
Carvajal, Secretarios del Despacho), tuvo unas amplísimas competencias:
Sustituyó al Gobernador del Consejo de Castilla como Presidennte de la Sala de
Alcaldes de Casa y Corte a la vez que adquiria todas las atribuciones
jurisdiccionales que poseía esa sala; Presidía el Ayuntamiento (el nuevo cargo
subsumía el de Corregidor); Controlaba las rentas de Madrid como "Superindente
Administrador General y Juez Privativo de las Sisas Reales y Municipales";
Dirigía el Abastecimiento al pasar al Gobierno Político y Militar las
atribuciones que hasta entonces tenía la Junta de Abastos; Supervisaba los
asuntos de "policía urbana" de los doce cuarteles en que se dividió
Madrid en ese 1746: Antón Martín, La Merced, La Villa, Plaza Mayor, San
Sebastián, Alcalá, Santa Bárbara, Barquillo, Maravillas, Santo Domingo, Palacio
y Afligidos, y era también nombrado Protector de la Junta de Fuentes a la vez
que asumió la jurisdicción relativa a Hospitales, Teatros y Real Hospicio;
Adquirió el "privativo conocimiento y la jurisdicción" de todos los
asuntos y pleitos de su territorio; Tenía delegada por el Rey, en fin, la
máxima autoridad militar y los comisarios ordenadores, intendentes,
proveedores, abastecedores, tenientes generales, mariscales de campo, cabos y demás
militares debían acatar cuantas órdenes dictase este Gobernador. Era ayudado en
tan ingente tarea por un Teniente Gobernador y una Secretaria. En la práctica,
y bien sea por la inmediata reacción contra este nuevo cargo suscitada en
instituciones que veían cómo perdían parte de sus atribuciones (como es el caso del Consejo de
Castilla, la Sala de Alcaldes de Casa y
Corte, o el Ayuntamiento), bien sea por la escasa capacidad del Conde de Maceda,
poco a poco se le fueron menguando los poderes. Finalmente abandonó el cargo en
octubre de 1747 y el rey resolvió "no
nombrar gobernador sino es corregidor como antes ''. Aunque Carvajal, el
Secretario de Estado, se referia a estos hechos lamentándose de que "Maceda aya dejado tanto fastidio del
govierno porque combendria que hubiese gobernador" lo cierto es que
tal acumulación de competencias estorbaba a demasiadas instituciones y personas;
de aquí lo efímero de este poco conocido cargo.
Con un salto en el tiempo, pero no en la importancia para
Madrid, debe recordarse lagestión de don Antonio de Armona, corregidor de la
villa en tiempos de Carlos III de quien gozó no sólo de la más absoluta confianza,
sino de la sincera amistad deI Monarca quien, como se sabe, nada gustoso de los
cambios, cuando un día el cansado corregidor solicita el relevo, hubo de
contestarle: "Mira, más viejo estoy
yo que tú y voy trabajando; Dios nos ha de ayudar; tú ya estás mejor, cuidas de
Madrid
(18) FERNANDEZ HIDALGO, Ana María: "Una medida innovadora en
el Madrid de Fernando VI: el rnador Político y Militar (1746-1747)",
Cuadernos de Investigación Histórica, n° 11, (1987), p.I72.
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y hasta
ahora nadie se queja de ti". Por cierto que este hombre que dirigió gobierno
de la corte en fechas muy difíciles -1765- y en ocasiones tuvo que tomar
medidas drásticas ante situaciones conflictivas, gozó del aprecio popular por
el cuidado que mostró hacia las clases populares como demuestra el apoyo a la
Junta de Caridad y el enfrentamiento con los panaderos madrileños por cuestiones
de abastecimiento.
……..
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Cuando
leíamos arriba el relato del marqués de la Torrecilla sobre el incendio del Alcázar
se deslizaba un párrafo que nos introducía, indirectamente, en la intrahistoria
de los bajos fondos madrileños de la época. Es aquél en que nos dice que "las puertas principales de Palacio no las
quisieron abrir, por temor al saco ", Es evidente que entre aquellas
multitudes de gentes venidas al olor de la Corte había muchos hampones que,
incluso, reinaban a sus anchas en los alrededores de la villa, principalmente hacia
la zona sur, en el olivar de Atocha. Sus fechorías eran una obsesión para las
autoridades que se veían incapaces de combatirlas con los simples alguaciles de
Casa y Corte, por lo que en 1730 se crea la Brigada de Carabineros para vigilar
los alrededores de Madrid, auxiliar a los regidores en casos de muerte y
perseguir el contrabando, medida que se completa en 1732 con la organización
del Cuerpo de Inválidos, con cuatro compañías a las que estuvo confiado hasta
1804 el orden público en Madrid.
Con
todo esto puede decirse que a partir del asentamiento de la nueva dinastía en
España las calles madrileñas se llenan de uniformes de los más variados colores:
guardias de corps con sus pelucas empolvadas y sus coletas rizadas y engrasadas
con manteca de cerdo; soldados suizos del regimiento que tenía sus cuarteles
hacia la Puerta de Toledo, desde donde bajaban a las cercanías del Manzanares
para trasegar sin medida el buen vino español; los miembros de ese nuevo Cuerpo
de Inválidos que vigilaban los lugares de más concurrencia. Las calles se
coloreaban aún más de casacas cuando el monarca pasaba por ellas para dirigirse
al Buen Retiro, a una iglesia o a la Plaza Mayor a presidir algún espectáculo.
El cortejo adquiría una gran vistosidad con la carroza real precedida por la
guardia montada en yeguas blancas adornadas con grandes penachos y ricos arreos
y, cerrando la carrera, otro escuadrón de la guardia con cabalgaduras negras o
pardas. Junto a la ventanilla de la carroza cabalgaba un oficial con el
estandarte real. Esta profusión de militares dio origen, sobre todo en las
últimas décadas del siglo, a críticas acerca de sus ocupaciones y diversiones.
…….
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Las
viandas para los mercados madrileños entraban principalmente por las puertas de
Alcalá, Atocha y Toledo, puesto que la base de suministro de la capital era La Mancha.
Otros productos llegaban por las de Segovia y Fuencarral. Todo lo concerniente
al abastecimiento estaba regido por la Junta de Abastos y el Peso y Repeso Real
cuyo funcionamiento y avatares ha estudiado Ascensión Burgoa (13). Hasta 1743, en que se produce una crisis en el
abastecimiento de carne a la capital, el que
(13) "Apuntes sobre los organismos
rectores del abastecimiento de Madrid (1743-1766)", en Estudios Históricos.
Homenaje a los profesores José María Jover Zamora y Vicente Palacio Atard,
Madrid, Departamento de Historia Contemporánea, Facultad de Geografía e
Historia, Universidad Complutense, 1990, tomo Il, pp. 39-58.
los
mercados madrileños estuvieran bien aprovisionados competía al Corregidor y Ayuntamiento
puesto que, por su engorrosidad, el Consejo de Castilla insistía en deseo de no
intervenir, aún cuando estaba representado por el Juez protector de Abastos. La
Junta tenía la responsabilidad de cubrir las necesidades básicas de carne, pan,pescado,
tocino, aceite, carbón, jabón y velas. La Sala de Alcaldes de Casa y Corre establecía
los Aranceles de Precios y Posturas. Que este servicio de abastecer el estómago
de los madrileños era siempre dificultoso y se arbitraban fórmulas para mejorarlo,
lo prueba el cambio que se produce nada más llegar al trono Fernando VI con la
creación, como arriba veíamos, del Gobernador Político y Militar de Madrid, al
que se encomendaba, como una de las más importantes de entre sus muchas funciones,
la de atender al "cuidado y manejo
de los Abastos de Madrid, con todas las jurisdicciones, autoridades y
extensiones que el rey, mi Padre y señor, depositó y confirió a esa Junta". Como vimos,
este nuevo cargo sólo duró un año, vencido su titular, el Conde de Maceda, por
todo un frente de oposición de todos los sectores tradicionales.
Fracasado
el ensayo, se instituye de nuevo la Junta de Abastos que continuará con sus
características a lo largo de los reinados de Fernando VI y Carlos III. Para asegurar
que no faltasen los artículos básicos, se acudía al sistema de subasta de los productos
que eran contratados por los obligados -precedente de los abastecedores y
asentadores- que, mediante un pago concertado, habían de tener el monopolio de la
mercancía subastada durante un tiempo fijo. Luego, estos contratistas
establecían los puestos de venta de sus productos que, por otra parte, eran
vigilados en su calidad y precios por los funcionarios del Peso y Repeso.
Sabemos de algún obligado del pescado "seco y remojado" que llegó a
tener a su servicio cuarenta y ocho mujeres encargadas de la venta al por
menor.
Precisamente
fue en tomo a la gestión de esta Junta de Abastos donde se originó la situación
más grave y conflictiva de la historia de Madrid en el siglo XVIII, el Motín de
marzo de 1766, popularmente llamado de Esquilache o de las capas y sombreros, que hoy sabemos tenía unos
contenidos mucho más profundos que la simple queja por el cambio de vestimenta
y tocado. Sobre la gestión de la junta influían, como es obvio, directísima e
inmediatamente las fluctuaciones imprevisible de la producción agrícola en el
Antiguo Régimen; así, desde los primeros años del reinado de Carlos III se
notaron en los mercados madrileños los efectos negativos de una serie de causas
naturales y políticas. Una sequía asoladora se abate sobre España desde el año
1760 por lo que, a pesar de las ventajas de que gozaba la Corte, la Junta se ve
obligada a subir el precio del pan y otros artículos en 1761, 1763 Y 1765, situación
que se agrava con la Pragmática dictada en julio de 1765 por la que se establecía
el comercio libre de granos y se abolía la tasa, lo que enloqueció aún más los
precios. Por ello, ndependientemente de esas otras razones que puedan existir y
que veremos después, reparemos en que una de las peticiones más insistentemente
reclamadas por los madrileños amotinados en marzo de 1766 es la bajada de lo precios
de los alimentos, así como también es de notar que una de las primeras concesiones
hechas por el asustado Carlos III sea la de ordenar que "se quite la Junta de Abastos (. .. )
mandando que el pan se venda a ocho cuartos; la libra de tocino a dieciséis; la
de aceite y jabón a catorce (. .. ) con lo que se verifica la baja de cuatro cuartos
en libra".
Si ya
de antes, esta cuestión de proveer los mercados madrileños era preocupante los
gobernantes, tras el motín se hace acuciante y primordial porque comprueban que
incide gravemente en la marcha política de la Monarquía. Había, pues, que analizar
las causas de las dificultades en el "ramo de abastos" -así se decía
en la época- de la capital, para tomar luego las medidas adecuadas y
reorganizar y controlar de alguna manera el funcionamiento de los municipios.
En primer lugar, se hace notar que el entorno de Madrid no es suficiente para
el abastecimiento adecuado, a lo que se añade el mal estado de los caminos con
el consiguiente encarecimiento de los productos por la dificultad del
transporte de mercancías. Claro es que, junto a estos inconvenientes naturales,
se señalan asimismo las corruptelas de los intermediarios y la red intrincada y
contradictoria de normas que dificultaba la fluidez del tráfico, a la vez que
pesaban gravemente sobre la economía del ayuntamiento. Resultado del análisis
es la puesta en práctica de dos resoluciones: una de carácter nacional, la creación
de los Diputados del Común y los Síndicos Personeros del Común en los
municipios para vigilar en nombre del pueblo la marcha de los asuntos que concernían
a todos los vecinos y especialmente el capítulo referido a los abastos y mercados;
y otra, concreta para Madrid, la sustitución de la Junta por una Comisión encargada
de los Abastos, y la declaración taxativa del papel fundamental de los obligados
"que es el medio que se reconoce más conveniente" para el buen funcionamiento
del servicio. En consecuencia, la importancia que iban cobrando estos contratistas
les hace crecerse en sus exigencias especialmente en lo que toca a su reconocimiento
social, llegando a conseguir que "sin
embargo de ser tales obligados, no se les pueda embarazar el tiempo de la
obligación, ni para en adelante, el que pudiese tener coche, silla-volante, no
obstante cualesquiera órdenes que haya en contrario"
…..
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No
menos prevención existía contra otro grupo de personas de distinta condición social
visitantes también del Madrid de Carlos III: estudiantes, abates, como ya se llamaba
a la gente de la iglesia, romeros o peregrinos que no se sabía de dónde venían ni
dónde iban. Había que vigilarlos también cuidadosamente. No era infrecuente tampoco
toparse entre esta abigarrada multitud flotante a algún alemán huido de las colonizaciones
de Sierra Morena camino de regreso a su tierra o encubiertos como buhoneros. A
estas medidas se añadieron las órdenes de mayor celo al Cuerpo de Inválidos
para que sus unidades de salvaguardias del público extremasen la vigilancia los
domicilios particulares cuyos dueños tenían que proporcionarles una habitación
cercana al portal con cama con cama, luz
y silla. Como retenes se establecieron dos puestos, en la Puerta del Sol y otro
en el cuartel de Santo Domingo. A estos guardianes se unió la Milicia Urbana,
compañía de cuatrocientos cincuenta hombres, procedentes de los gremios, para
hacer sus rondas de día y de noche. Desde las once en invierno y las doce en
verano, recorrían las calles de sus distritos, cuidando sobre todo los conventillos
o lugares donde se refugiaban las gentes de mal vivir.
Pero
quizá sea la Real Cédula de 6 de octubre de 1768, que creaba los Alcaldes
Barrio,
la muestra más significativa de esta creciente preocupación sentida por las autoridades
de Carlos III ante un pueblo que ha provocado la mayor convulsión sufrida por
la Monarquía en los últimos siglos. Propuesta por el conde de Aranda al rey "dividía
la población de Madrid en ocho Cuarteles, señalando un Alcalde de y Corte y
ocho Alcaldes de Barrio para cada uno ", Los sesenta y ocho nuevos cargos
tendrán unas atribuciones muy amplias y su "fin no es otro que controlar
con mano dura el orden público, tan seriamente amenazado con el motín" (23): "Matricularán
todos los vecinos, y los entrantes y salientes; celando la policía, el
alumbrado, limpieza de las calles y de las fuentes; atenderán la quietud y
orden público, y tendrán jurisdicción
pedánea para hacer sumarias en casos prontos, dando cuenta incontinenti al Alcalde
de Cuartel; se encargarán de la recolección de pobres para dirigirlos al
Hospicio, y de los niños abandonados, para que se pongan a aprender oficio o a
servir". Disponían de una lista de las calles de su barrio y habían de
llevar
(23) AGUILAR PIÑAL, Francisco: Los
Alcaldes de Barrio, Madrid, Ayuntamiento-Instituto de Estudios Madrleños ,
1978, pág. 13. Vid. también CUESTA PASCUAL, Pilar: Los Alcaldes de Barrio en el
Madrid de Calos III y Carlos IV, Memoria
de Licenciatura, Fac. Geografía e Historia de la Universidad Complutense 1981;
y MARTINEZ RUIZ, Enrique: La seguridad pública en el Madrid de la Ilustración,
Madrid, Ministerio del Interior, 1988.
320
un
pormenorizado y diario control de residentes y transeúntes, para lo que debían rondar
por su demarcación muy frecuentemente, extremando su cuidado en tabernas y locales
de comidas. Recogerían de las calles a vagos y mendigos ---conceptos éstos difíciles
de distinguir por los gobernantes ilustrados- y vigilarían, además, que los comerciantes
no adulterasen las pesas ni los precios, sabedoras las autoridades por la reciente
experiencia de la estrecha relación entre carestía y tensión social. Desde
ahora -y con alteraciones en el número de barrios, pero manteniendo sus
extensísimas atribuciones- estos Alcaldes vigilarán las calles de la capital,
convirtiéndose en "responsables de la
tranquilidad y de perseguir los delitos que se cometan en (el barrio), con
amplia jurisdicción criminal, como la tiene cualquier alcalde ordinario en su
pueblo".
Mas no
acaban aquí las innovaciones en materia de orden público puestas enmarcha en
ese Madrid de las décadas finales del Antiguo Régimen que, por otro lado se
embellece con nuevos edificios y monumentos nuevos, muchos de ellos símbolos hoy
de nuestra capital, cuya historia y descripción encontrará el lector en otro
capítulo de esta obra; en 1782 se crea el cargo de Superintendente de Policía
de Madrid, que pasará a depender de la Secretaría de Estado. Efímera vida la
suya: enfrentado a otras instituciones -y en particular con la Sala de Alcaldes
de Casa y Corte- esta hechura de Floridablanca caerá, como su propio valedor,
en 1792. Por último, las noches madrileñas, de siempre tenebrosas, serían
vigiladas desde 1798 por los serenos,
institución nacida en Valencia, pero que con el tiempo llegaría a alcanzar,
también valor de símbolo castizo del Madrid nocturno, con su farol en la tripa
y el chuzo con el que golpeaba las losas de las aceras para anunciar su llegada
al trasnochador que le esperaba en el portal.
En esos
momentos finales del siglo XVIII, los cortesanos de Carlos IV – los políticos y
un sector de la nobleza y el ejército- dan muestras evidentes del cuarteamiento
de la Monarquía Absoluta (muy gravemente afectada por la crisis económica que
se deriva de la guerra sostenida contra los ingleses en ambas orillas del
Atlántico y que corta el cordón umbilical que unía a la Península con las
colonias americanas y participan en complots palaciegos, ya sea a favor del
príncipe de Asturias, futuro Fernando VII, ya sea en apoyo del todopoderoso
Godoy. Mientras, los hombres y las mujeres del pueblo, habitantes de ese Madrid
goyesco, asistirán a corridas de toros, saraos, procesiones y otras
diversiones, con una aparente despreocupación ante los grandes cambios sociales
y políticos que están produciéndose en el mundo que les había tocado vivir y
con los que, pocos años más tarde, en la primavera de 1808 habrán de
enfrentarse tan brutal como heroicamente.
Historia de Madrid,
Antonio Fernández García (Director), Editorial Complutense, Madrid 1993
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