OXÍMORON. Meditaciones en torno al fenómeno de la mística
Gonzalo Blanco
(Ávila soledad sonora)
La última edición del diccionario de Maria Moliner al definir el término oxímoron –cuando se combinan dos palabras de sentido opuesto originando un nuevo sentido–, pone como ejemplo la expresión «soledad sonora» y nos brinda, pues, un oportuno pretexto para preguntarnos a cerca de la irradiación social de la mística. Porque una cosa así es lo que habría que indagar y pedir a Ávila en un libro como éste, de la serie Soñando Futuros que desde hace casi una década viene vertiendo sobre cada una de las provincias de Castilla y León, la luz de una mirada atrevida y el aliento discreto de eso que llamamos, con alguna vaguedad, fe en el futuro.
¿Existe hoy la mística o los místicos? ¿Aportan algo sustantivo al tejido social, por ejemplo, como los artistas plásticos, los sociólogos, los creadores de cine y de música, los científicos, los diseñadores de moda? En este reparto de roles y misiones que estamos asignando apresuradamente al personal, a los sabios, a las instituciones, a las capitales, a las naciones, para detener la marea de la crisis y garantizar una convivencia de personas con derechos humanos ¿son los místicos una fuerza de choque, un cuerpo especializado, una unidad de intervención cuando los conflictos personales, los del alma, etc. adquieren en el colectivo temperaturas de catástrofe? Se atribuye al teólogo alemán Karl Rhaner esta afirmación lapidaria: «El siglo XXI será místico o no será nada» Pero un vistazo a la radiografía de este siglo en que vivimos acongoja. Este caparazón de la globalidad está cruzado por tajazos muy definidores como los grandes grupos armamentistas, la red de multinacionales de productos farmacéuticos, los trusts financieros que hacen, cada mañana, de la masa dineraria del planetaun puro juego de azar, mientras mil millones de personas se mueren de hambre. Por no hablar de esas otras redes opacas pero extraordinariamente activas: los cárteles de la droga, los traficantes de órganos y vidas humanas, las industrias oscuras de la delincuencia organizada, con franquicias en cualquier esquina de cualquier ciudad del mundo. Muchos de los protagonistas de estos ítems visten ternos impecables de Versace, practican yoga, conversan con modales exquisitos y lucen masters de universidades internacionales de élite. Algunos incluso van a misa los domingos y otros tienen escaño en distintos parlamentos democráticos. Es difícil ponerles cara, pero se cruzan con nosotros en el supermercado, en los cines, en los centros de salud. Uno no puede, por menos de recordar la célebre frase de guerra «el enemigo está dentro, disparad sobre nosotros».
Y ya, en referencias más inmateriales, la movilización de emociones y deseos, hablando de esa tela de araña del espíritu sobre la que flotan nuestras vidas diarias, dicen los analistas que esta civilización está severamente contaminada por un materialismo grosero, voraz y reiterativo. Es hedonista y ramplona. Está trastornada por una obsesión de consumo, por una prisa, por un vértigo, por un ir y venir sin rumbo. Y para más inri los tradicionales focos de cordura y luz hacen agua: la clase intelectual se disuelve, la creación de hábitos y criterios de opinión que facilitaban antaño los medios independientes de comunicación, se deshilacha en industrias pertenecientes a escuderías de intereses poco confesables, los artistas, en fin, los creadores, han contraído en su mayoría la fiebre del marketing, la enfermedad de la usura y de la vanidad social. ¿Tienen los místicos una palabra que decir en este barullo?
La mística, lo místico en una primera ojeada es algo acuoso, inmaterial, etéreo y de lindes muy imprecisos. Se resume, todos lo sabemos, en muy pocas palabras: la unión del alma con Dios, de un modo excelso. Ahora bien, nuestras herramientas intelectuales y de interpretación pueden colapsarse pronto ante estos términos. ¿Qué es el alma? Y, sobre todo, ¿qué o quién es Dios, en claves hermenéuticas consensuables?
Sin embargo han existido y están operativos en sus escritos y obras nombres fuera de toda duda, cargados de prestigio y solvencia. Por ejemplo los místicos renanos Maestro Eckhart y sus dos discípulos, Taulero y Susón.. Desde luego, Francisco de Asís y, por supuesto, en clave abulense Juan de Yepes Álvarez y Teresa de Cepeda y Ahumada. O sea, Santa Teresa y San Juan, carmelitas, amigos y residentes en Ávila. Su herencia se percibe en la ciudad en topónimos, en templos, en rótulos de calles, en monumentos. Han creado un ecosistema espiritual, han dado lugar a corrientes de meditación, su memoria ha alentado un sin fin de escritos, de congresos, de investigaciones, han fidelizado en muchos seguidores modos de orar y de inmersión en zonas del espíritu de difícil acceso. Han inventado un lenguaje y han, sobre todo, escrito obras de una suntuosa belleza que forman parte del patrimonio cultural universal. También sus vidas concretas, sus proyectos de cambio social, sus choques con el poder establecido tuvieron un alto precio de persecución, de encarcelamiento, de represión minuciosa. Y sin embargo salieron, al final, victoriosos en sus empeños, gracias a un elan interior, una energía indomable desconocida para la mayoría de los mortales. A esto le hemos dado en llamar mística. Fueron místicos emblemáticos, referenciales, persuasivos y creadores de escuela.
Pero la palabra «mística» es muy vieja y muy polisémica. Esto es lo malo. Tildamos de mística a una personalidad dulzona, de modales suaves, de mirada vaga, aunque en su alma albergue una ferretería de cuchillos afilados. Y si seguimos con lugares comunes, la mística, lo místico, se asocia en el catálogo de convenciones sociales a una larga serie de productos y servicios afines como el yoga, el mantra, el zen, los numerosos senderos de la verdad, todo el orientalismo difuso, propenso a convertirse en academia, en ejercicios gestuales, en prácticas de salud corporal, en moda efímera. Retractilado en fórmulas, en cursos, en horarios, en métodos, nos bombardea cotidianamente desde cualquier anuncio de prensa, de radio, de tele y de páginas web. Se sitúa exactamente, en la mayoría de las ocasiones, en las antípodas de lo que expresa Santa Teresa de Jesús en el libro de las moradas que implica pasarlas ídem para el acceso a ciertos códigos del espíritu.
En contrapartida, fuera del monopolio de lo religioso se han erguido personalidades que en tareas de solidaridad social o en el mundo creativo del arte, de la literatura, del cine o de la música, en códigos rigurosamente laicos o cívicos han alcanzado grados de vida interior, experiencias de comunión humana, de amor intensamente compartido, gracias a cotas épicas de desprendimiento, de renuncia, de meditación y concentración que también forman parte del patrimonio inmaterial universal.
Pero, en fin, estamos hablando de mística y místicos desde las coordenadas familiares y precisas de Ávila Y aquí, en la ciudad en los últimos años se han creado instancias en torno al fenómeno con entidad social, con cuerpo y piedra, con empleados, con proyectos y programas. Por ejemplo la Universidad de la mística y el Centro de interpretación de la Mística.
Es pregonada dicha universidad de la Mística, en sus papeles de difusión como «la primera universidad del mundo dedicada a la mística». Promovida por el Centro Internacional Teresiano Sanjuanista (CITES), dependiente de la orden de los Carmelitas Descalzos, este edificio, en forma de estrella de mar situado al noroeste de la ciudad, obra del Arquitecto Andrés Perea Ortega ocupa doce mil metros cuadrados, ha costado una docena de millones de euros y. según el director del CITES, Francisco Javier Sancho, cada año se espera que pasen por estas instalaciones entre 2.000 y 3.000 estudiosos de la mística procedentes de todos los rincones del mundo, entre traductores y especialistas en obras de los místicos en general y de los abulenses en particular: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
Por otra parte, el CIEM (Centro de Interpretación de la mística), de acuerdo con la literatura que se encuentra en su web «fue creado en 1990 como una Fundación Municipal de carácter no lucrativo por el Ayuntamiento de Ávila, con el impulso de la UNESCO y con la finalidad de contribuir al conocimiento y desarrollo del misticismo como parte de la historia integral de la humanidad. El Centro ha desarrollado sus iniciativas en tres áreas diversas aunque estrechamente relacionadas: enseñanza e investigación, documentación y publicación y actividades culturales».
Más plural en el diseño de objetivos que la Universidad de la Mística, su abanico de actividades abarca áreas más extensas, colindantes con el famoso diálogo de culturas, con doctrinas y vivencias místicas de otras religiones y creencias, con experiencias monacales no necesariamente cristianas. No desdeña, incluso, un «guiño místico», con su propuesta al río heterogéneo de turistas que cruza con profusión la ciudad de las murallas.
En fin, todo ello, aparentemente, tiene el perfil de una industria de mucho aparato con algunas suntuosidades que, de modo inevitable, nos llevan a establecer comparaciones con los pucheros de la cocina conventual donde, según Santa Teresa, andaba Dios, con las celdas desnudas y minimalistas de ella y San Juan de La Cruz, con los fríos crudos de la sierra abulense que padecieron, con la austeridad y el desprendimiento de sus vidas. Pero esto no es prejuzgar nada. También Harvard, Yale, Cambridge… son instituciones de mucho rango, carísimas, confortables, de gran convocatoria y han hecho y hacen mucho bien a la humanidad.
Con esto por delante, ante un espejo de tales dimensiones resulta presuntuoso mentar programas o avanzar propuestas concretas en lo que decía al principio sobre la irradiación social de la mística. Doctores tienen el CITES y el CIEM. Pero sí algunas consideraciones que brotan de una curiosidad honesta ante el fenómeno místico, leído en clave contemporánea.
¿Habría que practicar previamente una auditoría al fenómeno de la mística, a sus usuarios, a sus proyecciones? Hay una abundante literatura de exorcistas, impelidos a veces por un agnosticismo beligerante, que reducen esta experiencia a códigos psiquiátricos y/o científicos explicables como neurosis, paranoias, alteraciones transitorias o permanentes de la psique (algunas experiencias de patologías reales o de embaucadores finos han dado pie a ello). Dicho esto, la mística y los ejemplos y obras de los místicos abren un poderoso yacimiento de propuestas por un asunto primordial que interesa a todos: el sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad, la gestión del proyecto personal en que consiste la existencia. Antes, por encima de y, seguramente de modo transversal al magma social en que transcurre, vivir es la construcción paciente de un yo, de vérselas con un destino insobornablemente personal, colmar un intrincado paquete de pulsiones y deseos que conforman nuestra personalidad. Topamos aquí con una de las cuestiones esenciales, radiografiadas y debatidas hoy con mucha minucia entre psicólogos y sociólogos: la categoría de la subjetividad –interioridad, mundo relacional y de dinámicas sociales— que es la cocina donde se guisa, al fin y al cabo, el sentido de la vida. Pues bien, una serie de factores, producto de lo que llamamos postmodernidad –un narcisismo que impregna de modo invasivo los comportamientos y las éticas individuales, la pérdida progresiva de la dimensión pública o comunitaria, la cultura convertida en mero consumo– han empujado al individuo a una especie de autoinmersión en lo más oscuro de su ego, rompiendo los anclajes de la propia memoria y del propio futuro e impulsado a vivir en un «yo múltiple», experimentador de todos los mundos posibles. El resultado se concreta con frecuencia en dispersión de la identidad, en experiencia de un vacío crónico que atenta contra la continuidad misma del sentimiento de la propia existencia. Jacques-Alain Millar ha acuñado la frase de antiamor para definir esa ruptura. Los místicos no disponen de recetas mágicas para esto, pero sí pueden aportar una batería de medios, estrategias y consejos para esta gimnasia insustituible del espíritu.
También para una cultura del cuerpo, de la corporalidad, de sus símbolos y lenguajes sin maniqueísmos atávicos, haciendo una lectura contemporánea de referentes tradicionales como la ascética, la dialéctica de negación y afirmación de si mismo, la hegemonía del yo en el procesamiento, expresión y vivencia de los instintos básicos. Por no hablar del lenguaje comunicacional, de lo que podríamos llamar sintaxis mística, de la inspiración poética, del nexo radical con el arcano de donde brotan la palabras, o ese arrebato crucial que zarandea a los místicos en forma de comunión y unicidad con el todo. Por citar algunos ejemplos.
Tocan a rebato en este escenario en que vivimos. La crisis financiera según un clamor muy difundido y argumentado, es el puro telonero de una crisis de mucha más extensión y gravedad. Es una crisis de valores, una crisis de sentido, una crisis de civilización. Convoca a todos –intelectuales, artistas, científicos, economistas, políticos, líderes sociales— a un reto de cambio de dimensiones desconocidas hasta ahora. En esta catálisis que se avecina yo, desde luego, no dejaría fuera a la mística, a los místicos.
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