miércoles, junio 01, 2011

Los médicos y la medicina (Gustave Doré, Ch.Davillier, 1874)

Viaje por España
Vol. II
Gustave Doré y Ch. Davillier
Paris 1874

Parece que Sigüenza fue antiguamente una de esas pequeñas ciudades objeto de bromas y a menudo puestas en ridículo por los autores, como lo es hoy entre nosotros Carpentras, Pont-á-Mousson o Quimper-Corentin. Cervantes nos presenta al cura de Argamasilla condenando al fuego los libros de caballería del ingenioso hidalgo de la Mancha, como hombre docto y graduado por Sigüenza. Podría pen­sarse, según este párrafo, que la Universidad de Sigüenza era puramente imagi­naria, pero nada de eso: su antigüedad se remontaba incluso al año 1441. Aún existía a finales del siglo pasado, si damos crédito al Padre Caimo, autor del Vago italiano, quien asistió a una tesis pública de medicina y anatomía en la que se trataba de la cuestión de saber «qué utilidad o qué perjuicio le reportaría al hom­bre tener un dedo de más o un dedo de menos».

Poco tiempo después de nuestra llegada a Sigüenza, habiéndose indispuesto súbitamente uno de los nuestros, creímos prudente recurrir a las luces de un médico de la ciudad. Nos indicaron a don Narciso Pastor, quien, después de una consulta tranquilizadora, nos envió a casa del boticario, don José Molinero, con una receta en regla. No sabemos si el doctor Narciso Pastor habría estudiado en la famosa Universidad de Sigüenza. Nos pareció un hombre instruido y sensato, y su método no tenía nada de común con el del doctor Sangrado. Así que la enfermedad desapareció como por encanto.

Los médicos y la medicina no difieren en España, al menos en las ciudades, de los de otros países. En el campo no siempre ocurre lo mismo. Hay muchos si­tios donde la mayoría de las veces sólo puede recurrirse al barbero o a algunos cu­randeros, charlatanes que no conocen otra cosa que la sangría, las sanguijuelas y algunos específicos como el ungüento de la madre Tecla, el bálsamo del cura de Tembleque, la conserva del padre Bermúdez, y otras composiciones que tal vez se remonten a los tiempos de Avicena. Los españoles de antaño, lo mismo que los orientales, sentían una gran repulsión por la cirugía. Era una profanación tocar un cadáver y una impiedad mutilar la obra de Dios. Sabido es que la Inquisición pidió a Felipe II fuera quemado en Madrid, por haber disecado un cadáver, el célebre André Vésale, creador de la anatomía moderna.

Todo el mundo sabe que el barbero español rara vez limita su talento a su ordinaria profesión. Es a menudo comadrón, sacamuelas y a veces toma el título de Profesor aprobado de cirugía. La mayoría de las veces se ve en su vitrina un bote con sanguijuelas extremeñas de superior calidad, y encima de su tienda un cuadro que representa un brazo o un pie del que mana un hilillo de sangre, pues también es sangrador.

Hace mucho tiempo que está muy extendido el uso de la sangría en España. .Se la hacen fuera del lecho, hasta que sus fuerzas se lo permiten, dice un viajero del siglo xvii, y cuando usan de ella por precaución, se hacen sacar sangre dos días consecutivos del brazo derecho y del izquierdo, diciendo que es preciso igualar la sangre.» Madame d'Aulnoy asegura que en su tiempo se sangraban los pies más a menudo que el brazo. Cuando las damas se hacen sacar sangre, se les daba frecuentemente, con esta ocasión, un vestuario completo. ¡Y se ponen hasta nueve o diez faldas, una sobre otra, lo que no deja de ser un gasto de cierta importancia!

La sangría en el pie todavía existe hoy, como lo atestigua esta copla popular que un novio canta a su novia:


Me han dicho que estás malita
y que te sangran mañana.
A ti te sangran del pie
y a mí me sangran del alma.


Las bromas de Moliére contra los médicos no son nada al lado de las que se encuentran en los refranes españoles: Dios te guarde, dice la Filosofía vulgar de Juan de Mallara, de párrafo de legista, de l'et caetéra de escribano y de recipe de médico. Y también:

Dios es el que sana
y el médico se lleva la plata.


Citemos otras coplas, donde se ven muy malparados los médicos:

Médicos y cirujanos
no van a misa mayor,
porque les dicen los difuntos:

¡Ahí pasa el que me mató!

El que quiera vivir mucho
ha de huir lo que más pueda
de médicos, boticarios,
pepinos, melones y hembras.


Quien a médicos no cata,
o escapa, o Dios le mata;
quien a ellos se ha entregado,

un verdugo y bien pagado.

Los médicos más famosos eran antaño los de Salamanca y Valencia, pero estos últimos tampoco se han librado de la sátira:

Médicos de Valencia:
Lenguas haldas y poca ciencia.

Citemos aún otro curioso refrán español: Médico viejo, cirujano joven y bo­ticario cojo, esto último sin duda, para que nunca salga de su tienda.

Digamos, para terminar, que España, por lo que se refiere a la medicina y a los médicos, difiere muy poco de los demás países, al menos en las grandes ciuda­des. Los partidarios del sistema de Hahnemann siempre encontrarán aquí un cierto número de médicos homeópatas. Los hospitales están muy bien organizados por lo general y nos han asegurado que el servicio médico no deja nada que desear.

En cuanto a los campesinos, sólo recurren al médico en último extremo. Tomar el pulso, dicen a menudo, es pronosticar la losa. Aparte los barberos, curanderos y otros charlatanes de los que acabamos de hablar, no conocen otras obras de medicina que las del género del Médico de sí mismo (recopilaciones populares don­de las recetas, en coplillas, van acompañadas de un primitivo grabado), del Médico en casa o del Médico de los pobres. Se encuentran allí remedios para toda clase de enfermedades o de accidentes. Algunos son muy extraños, pero siempre inofensi­vos; por ejemplo, ajo asado para las enfermedades de los dientes; cebolla y pez para las picaduras. El remedio soberano es el aceite, que cura las quemaduras, los callos, los sabañones, las picaduras de insectos y otros males además, lo que está de completo acuerdo con un antiguo dicho que leemos en una recopilación de refranes impresa en el siglo xv:

Azeyte de oliva
todo mal quita.

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