sábado, febrero 18, 2006

Réquiem urgente por el mejor amigo y abogado

TRIBUNA

José Galache Álvarez (*)

Estoy en sala en el Juzgado de Santa María de Nieva en un juicio; los teléfonos móviles todos están mudos pues así es la norma; pero siento una vibración insistente que me llama por urgencias. Sobre la pantalla leo el nombre de Carlos Herranz y al mismo tiempo la voz de la jueza señala el fin de la audiencia; mientras me despojo de la toga la voz de Carlos me da la noticia: “Manolo ha muerto”. Quiero decirle muchas cosas a mi interlocutor; pero en ese momento ni yo sé hablar ni el sabe escuchar. La toga se me cae de las manos y quiero volver al despacho.

Ayer en la tarde, con Fernando Polo, otro abogado discípulo de González Herrero, comentábamos el internamiento en el hospital por retención de líquidos del que se veía afectado desde el viernes. Yo le relataba el primer juicio que tuvo Manolo en el año 1979, el letrado contrario era Aureliano Cuesta; era un desahucio rústico, materia preferida con la de los ‘fetosines’, y sobre esta última la que preparó la tesis doctoral. Recordé el regreso de Manolo de aquella reivindicatoria social en que conoció los muros de algún penal y la gran labor que hizo con los compañeros; y el encuentro que tuve en la calle San Agustín acompañando él a su madre y ocasión en que me pidió el Epítome de Goñi, de lengua griega, con el que cursamos su esposa Julia y yo, el segundo curso de Filosofía y Letras, y con el que también él aprendió y luego dio clase en la Academia Tartessos.

La lealtad en la amistad la ha tenido toda su vida; Manolo atravesó en su juventud una neumonía que le obligó a permanecer en el Hospital de la Misericordia y del cual con los años ha sido presidente del Patronato, y allí acudió directamente un amigo, después cliente, a llevarle todos los días durante casi dos meses, dos litros de leche que ordeñaba de sus vacas.

En las actividades apostólicas fue secretario del Consejo Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica, y allí con Jesús Martínez, con José Moyna, con Martín Macua y otros más, recorrió los pueblos de Segovia en jornadas de propaganda.

Investigó históricamente sobre el rey Enrique IV y en tiempos no gratos para aquella memoria publicando una esquela mortuoria que le costó alguna declaración policial, aunque ya estaba considerado como uno de los mejores abogados de Segovia; y en los círculos jurídicos de Madrid, yo he conocido el testimonio de magistrados del Supremo que acudían a escuchar sus informes en las causas judiciales.

Sus largos años de decano del Colegio de Abogados de Segovia le han consagrado como el mejor decano que ha tenido este Colegio; su oratoria sencilla y azoriniana; sus escritos , los más de veinte libros, sus mas de trescientos artículos y sus conferencias, la última sobre los pinares de Valsaín, otro de sus temas preferidos.

Ha sido Manuel González Herrero, un segoviano nacido en el pueblo que ha dado honor y gloria a ese pueblo que le vio nacer y al que siempre ha defendido, y que en un momento de ideales políticos y de ilusiones históricas pidió para Segovia, para su ciudad querida y amada siempre, lo mejor que en ese momento se podía pedir. Esa misma oración que hoy, mientras me despojo de la toga en los estrados del Juzgado de Santa María, entre la emoción y el dolor de la ausencia del compañero, del amigo, del maestro, del abogado, no puedo reprimir unas lágrimas que quiero convertir en rezo.

(*) José Galache Álvarez es procurador en los tribunales.

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