LA PERSONALIDAD NACIONAL DE CASTILLA
Uno de los más graves problemas que al final de franquismo brotaron de manera incontenible tras cuarenta años de represión, fue el de los nacionalismos internos, los regionalismos y las autonomías que José Luis Abellán, en su análisis intelectual de la transición (1975-1980), denomina genéricamente el problema de la identidad nacional (108).
Conocido lo que hasta entonces fueron las actividades nacionalistas y regionalistas durante el franquismo en general, veamos que ocurrió con los regionalismos en los casos concretos del País Leonés, Castilla y las provincias del antiguo reino de Toledo. Tres entidades históricas en que la cuestión de las autonomías se halla sumamente enmarañada.
En libros que contienen la historia del regionalismo en "Castilla y León" o regionalismo "castellano-leonés", que abarcan cronológicamente todo el siglo xix y los años transcurridos del xx, hay un vacío completo desde 1936 a 1976; es decir, no registran actividad alguna relacionada con esta cuestión durante las cuatro décadas del franquismo, Regionalismo "castellano-leonés", o abreviadamente, regionalismo "castellano" con la significación equívoca de estas denominaciones, no existió realmente durante el franquismo, como no existió durante la monarquía de Alfonso XIII.
Hemos visto que los llamados "agrarios castellanos" constituían una oligarquía caciquil, de terratenientes y financiadores del comercio de cereales, con base principal en Valladolid. Encarnaban el centralismo político más intransigente de su época; y, presentándose como portavoces de los agricultores castellanos se oponían tenazmente a cualquier clase de autonomías. Como bandera en defensa de sus intereses (coincidentes con los de los latifundistas andaluces) alzaban la de la unidad de la patria frente al separatismo, que así llamaban al regionalismo catalán. Usaban el nombre de Castilla con absoluta impropiedad puesto que la híbrida zona que decían representar no corresponde al viejo reino de Castilla.
Cuando durante la II República, a pesar de la tenaz oposición de este grupo, la regionalización de España estaba en marcha, los agrarios castellanos presentaron un Estatuto de Autonomía rápidamente preparado, siempre con el propósito de defender sus intereses económicos, tal fue el origen de este regionalismo castellano-leonés, de conciencia con base en la economía, como acertadamente dice de él uno de sus historiadores(109). Regionalismo circunstancia¡, carente de raíces y de memoria histórica.
Nada tiene pues de extraño que tales regionalistas se esfumaran en 1936 al producirse la sublevación militar y no fueran víctimas señaladas de la cruel represión que enlutó a Valladolid aquel trágico verano. Aquellos regionalistas castellano-leoneses dejaron de serlo porque la ideología unitaria, centralista y reaccionaria de los sublevados y los falangístas vallisoletanos no se diferenciaba mucho de la suya; y la Gran Castilla Imperial de Onésimo Redonde, asentada sobre la planicie del Duero y con capital en la ciudad del Pisuerga coincidía en sus límites geográficos con su feudo político. En realidad era Onésimo Redondo el que había heredado esta visión geográfica de "Castilla" de los caciques trigueros del siglo xix, y de los literatos de la generación del 98 que la habían idealizado.
La oligarquía agraria se incorporó al régimen del general Franco, que respetó sus intereses, y no dio señales de actividades regionalistas hasta que en 1976 resurgió con mayor vigor la cuestión de las autonomías. Pero entonces, tras cuarenta años de enseñanza de una historia nacional falseada, la Castilla de Onésimo Redondo era la Castilla que tenían en mente la mayoría de los españoles. Una Castilla sin la Montaña cantábrica, ni la Rioja, ni las tierras de Madrid, Guadalajara y Cuenca, pero con todas las provincias leonesas y la Tierra de Campos; y un País Leonés oculto en el olvido.
El regionalismo propiamente castellano, a diferencia del castellano-leonés, surgió de manera natural en Castilla como sentimiento colectivo ajeno a todos interés económico de grupo o clase social y sin vinculaciones políticas de partido. Careció de recursos financieros, de prensa influyente y de apoyos gubernamentales, y se mantuvo con el desinteresado apoyo de pequeños grupos de castellanos con viva conciencia colectiva en varios lugares de Castilla. Ya queda dicho algo sobre sus actividades desde comienzos de siglo hasta el estallido de la guerra civil de 1936.
Sí por un lado los jóvenes fueron mantenidos durante las cuatro décadas del franquismo al margen de toda idea regionalista, por otro la labor realizada por algunos estudiosos de la historia general de España y de las particulares de León y de Castillo en estos años muy valiosa; tanto que ha dejado un caudal de conocimientos sobre el pasado histórico que, bien utilizado, puede ser firme cimiento de un brillante y vigoroso renacimiento en estas dos entidades históricas.
En estas condiciones los trabajos de Menéndez Pidal sobre la historia de Castilla, publicados en España y en el extranjero, son de sumo interés. En 1942 don Ramón publicó en Buenos Aires el volumen titulado El idioma español en sus primeros tiempos, Escrito con el rigor propio de toda su obra, este libro de fácil lectura, abreviación de los Orígenes del español -"obra sin par de la filología románica"- es de un valor inapreciable para quien quiera iniciarse en el conocimiento de los orígenes de Castilla, y de la lengua castellana, así como de la personalidad histórica de esta vieja nacionalidad. Enseña mucho, a la vez, sobre los orígenes del reino de León y sus características y lo que fue el viejo romance leonés, parecido al gallego, que - con variantes dialectales- se habló en tierras de Asturias, León y Extremadura. Trae un interesantísimo apéndice sobre El habla del reino de León en el siglo x, que es el prólogo a un trabajo de Sánchez-Albornoz titulado Estampas de la vida en León en el siglo X. Estos dos libros - el de don Ramón y el de don Claudio- nos parecen de conocimiento obligado para los leoneses y los castellanos que deseen saber algo realmente fundamental de la historia de sus respectivos países, y aun para todo español curioso por conocer aspectos muy significativos de la historia general de su patria.
En 1943, con motivo del Milenario de Castilla, Menéndez Pidal dio en Burgos una conferencia que, con el titulo de Carácter originario de Castilla, fue editada en Buenos Aires en 1945 como primero de un conjunto de varios trabajos, (conferencias y artículos) recogidos en un volumen. La riqueza de estas enjundiosas páginas enseñanzas y datos de interés sobre la primitiva Castilla es extraordinaria.
Otro libro de Menéndez Pidal cargado de buena información sobre los orígenes asturianos del reino de León; lo que León y Castilla fueron en los siglos X, XI y XIl; y la trascendental significación del imperio hispano leonés en el conjunto histórico de las Españas medioevales, es El imperio hispánico y los cinco reinos, publicado en Madríd, en 1950. Don Ramón destaca en esta obra la influencia que en aquellos siglos tuvo el imperio hispánico legionense en la formación de la nación española.
También en 1950 se imprimió, en Buenos Aires, El Cid Campeador, un estudio histórico de este personaje castellano muy deformado en su imagen legendaria- que contiene interesantes noticias sobre los ambientes políticos de León y de Castilla en el largo reinado de Alfonso VI; las luchas políticas y armadas entre leonenses y castellanos; y la familia de los Beni-Gómez, poderosos magnates leoneses que gobernaban gran parte del reino y que, a finales del siglo xi, fundaron Valladolid.
Valiosísima - sin par en la moderna historiocrafía española, se ha dicho –es la obra de Menéndez Pidal, Discutible en algunos de sus enfoques y conclusiones sobre la historia política de España, no ha sido hasta hoy superada en la aportación que da y la apertura de posibles interpretaciones en los aspectos aquí reseñados.
Historiador español que realizó gran obra en el exilio fue don Claudio Sánchez-Albomoz. Entre su más notable producción están los volúmenes dedicados al estudio de los reinos de Asturias, León y Castilla en los siglos medioevales. Lo más imporiate de estos trabajos está recogido en el Tomo VI, Volumen 1 de la Historia de España fundada por Menéndez Pidal (La España cristiana de los siglos viii al xi. El reino astur-leoné,s,. 722- 1037. Madrid 1980) ; el libro ya citado Estampas de la vida en León en el siglo X, Madrid, 1926,- los dos tomos de España. Un enigma histórico, editados en plena polémica con Américo Castro, Buenos Aires, 1956; y multitud de artículos monográficos, entre ellos Sensibilidad política del pueblo castellano en la Edad Media (separata de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, 1948).
En la obra de Sánchez-Albornoz hay dos aspectos muy diferentes. En el primero, Don Claudio es el erudito investigador en busca del dato exacto, que calibra con rigor. Aquí su aportación al saber histórico es muy valiosa y justifica el esfuerzo del autor. En el segundo, es el exégeta influido por sus sentimientos religiosos y patrióticos, o por sus ideas políticas. En esto don Caludio se apasiona, y llega a lanzar tronantes maldiciones contra los que no comparten sus puntos de vista ni aceptan sus conclusiones. Aspecto que puede dejarse a un lado para retener solamente lo mucho valioso de su extensa obra. De ella lo más útil es la erudición, son los hechos y los datos concretos sobre los acontecimientos narrados. En este punto recordamos lo que Pío Baroja decía de Menéndez Pelayo: de don Marcelino, el dato.
En sus escritos políticos más polémicas (que publica como historiador) don Claudio se contradice más de una vez palmariamente. Así, en cartas publicadas en el Diario de Burgos (5.XI.1980 y 7 del mismo mes) hace castellana a Valladolid en contradicción con la historia de la conquista de la llanura leonesa por Alfonso III de Oviedo, por él mismo referida como origen del reino de León. Y a la vez abomina de quienes propugnamos un estatuto de autonomía para León y otro para Castilla, como para todas y cada una de las regiones de España.
Para don Claudio somos malos españoles, dignos de maldición, los que pedimos estatutos singulares para Castilla y para León porque lo considera incitar a la separación hermanos; pero en otra carta dirigida a sus amigos navarros (29.11.1980) les dice que desea para Navarra que conserve su personalidad dentro de España, como las otras naciones españolas; Aragón, Cataluíla, Valencia, Castilla, León, Andalucía, Asturias, Galicia, las Provincias Vascongadas. "Deseo que Navarra viva libre de toda sumisión a ninguna otra región española. Ella lo merece" (110).
En un breve y agudo ensayo sobre la importancia de la mentira en la historia Caro Baroja viene a decir que una cosa es la erudición y harina de otro costal su buen empleo (111l).
Como recuerdo de las fiestas celebradas en Burgos en 1943 "para conmemorar la institución de Castilla como estado libre e independiente", Luciano Serrado, abad de Silos, dirigió una nueva edición del Poema de Fernán González con un estudio preliminar suyo (112). La parte de este poema vinculada a la historia y la tradición primigenia de Castilla es de grandísimo interés para el conocimiento de la vida social y la conciencia colectiva de los primeros castellanos, gentes oriundas de la Montaña santanderina y burgalesa, en unión de los vascos.
En octubre del mismo año publicamos en El Nacional de Méjico dos artículos A propósito del Milenario de Castilla en los que comentábamos la celebración que de este acontecimiento se hacía en España, donde se tributaba homenaje al conde Fernán González como precursor del "Caudillo de España" Francisco Franco. Están fechados en Holcatzín, un lugar de la selva maya donde entonces vivíamos en un campamento agrícola. En aquellos lejanos parajes fue la nuestra una vocecita que pudo alzarse libremente en defensa de la causa de Castilla.
Importantes estudios sobre la historia de Castilla propiamente dicha, que también contienen valiosa información sobre el reino de León y las historias comparadas de ambos países, son los que en esta época publicó Justo Pérez de Urbel, historiador y abad mitrado del Valle de los Caídos, entre ellos: los tres tomos de la Historia del Condado de Castilla. Madrid, 1945, (Edición refundida con el título El Condado de Castilla. Madrid, 1969). Fernán González. Madrid, 1943. (Edición renovada y edit" con el título Ferrnán González. El héroe que hizo a Castilla. Buenos Aires, 1952). Sancho el Mayor de Navarra. Madrid, 1950. Historia de España dirigida por Menéndezi Pidal. Tomo VI. España cristiana. Comienzo de la Reconquista (711-1038), por Justa Pérez de Urbel y Ricardo del Arco Garay, Madrid, 1956. Los vascos en el nacímiento de Castilla. Bilbao, 1946. Como es el caso de no pocos autores, en Justo Pérez de Urbel -"profeta de¡ pasado", él mismo se dice- es valiosa la erudición (los hechos y los datos concretos); pero es preciso no confundir esta con lo mucho que en la obra de este monje hay de pasión patriótica y política, y de prejuicio religioso.
En 1947 publicó Las Españas en Méjico (Núm. 3) nuestro primer artículo en revista (Castilla en el panorama de las Españas). Ya hemos dicho que este mismo grupo de españoles exiliados en Méjico publicó en 1948 la primera edición de Las nacionalidades españolas de Luis Carretero y Nieva, obra fundamental en la formación del pensamiento regionalista castellano.
En sus primeros trabajos, Luis Carretero, ateniéndose a la división regíonal entonces en uso, entendía bajo la denominación de Castilla la Vieja el conjunto de las seis provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila. A medida que avanzó en sus estudios castellanos, comprendió que las tierras del Alto Tajo y del Alto Júcar (provincias de Madrid, Guadalajara y Cuenca) no eran, por su historia y su geografía menos castellanas que las del Alto, Duero, el Alto Ebro y la Montaña cantábrica, y así lo consideró en todos los trabajos que sobre Castilla escribió en Méjico.
Coincidiendo con los historiadores de la primitiva Castilla cantábrica, los estudiosos de la filología histórica también sitúan los orígenes de la lengua castellana en un ' pequeño rincón" del norte peninsular, en los límites de la Montaña santanderina con Vizcaya (la vieja raya entre los autrigones y los cántabros). En 1942 Rafel Lapesa da a luz -con un prólogo de Menéndez Pidal- la primera edición de su Historia de la lengua española (113), una de las obras más conocidas de los discípulos de don Ramón que afirman y continúan la obra de su maestro.
En páginas anteriores hemos mencionado los trabajos de Tovar, Caro Baroja y otra autores sobre los orígenes cantábricos del castellano y las vinculaciones de este con el eusquera, publicados en esta época.
En 1953 la Diputación Provincial de Segovia publicó una monumental edición crítica de los Fueros de Sepúlveda dirigida por Emilio Sáez, con un estudio histórico. dico de Rafel Gibert y otro lingüístico de Manuel Alvar. Con el nombre de Fueros de Sepúlveda se conocen en la historia de Castilla el llamado Fuero Latino, constitudo por una ordenación jurídica de la época de Alfonso VI de León y I de Castilla (año 1076) de la cual se conserva una copia de la época de doña Urraca de León y Castilla y su esposo Alfonso I de Aragón en el monasterio de Silos, y otras posteriores; y el llamado Fuero Romanceado, que se conserva en el Archivo municipal de Sepúlveda. ambos son estudiados en esta edición.
Conocida es la gran importancia que el Fuero de Sepúlveda tiene en la historia propiamente castellana. De su preámbulo se deduce la existencia en Sepúlveda de un derecho foral más antiguo Probablemente no escrito- que data de la primera repoblación de la villa por el conde Fernán González, entre los años 923 y 931 (114).
El Fuero de Sepúlveda fue modelo de legislación foral en muchos lugares de Castilla y Aragón, desde Burgos hasta Cuenca y desde Roa hasta Morella. Puede decirse que fue Fuero tipo en todo el territorio de la antigua Celtiberia, tanto castellana como aragonesa. A fuero de Sepúlveda fueron repobladas las comunidades de ciudad y tierra de Calatayud, Daroca, Teruel y Albarracín. Del Fuero de Sepúlveda deriva el de Cuenca aunque este, muy posterior, ya tiene influencias de¡ Fuero Juzgo (11 5,116).
El Fuero de Sepúlveda no se extiende al poniente del Pisuerga, y no rigió en ningún lugar del reino de León (algunos pueblos hoy de la provincia de Valladolid fueron castellanos antes de la creación de las actuales provincias). Repobladores castellanos lo llevaron durante la Reconquista a algunos lugares de la Extremadura leonesa y al reino de Toledo, donde no llegó a arraigar. Aunque frecuentemente se habla de la repoblación medioeval de las Extremaduras castellana y leonesa como si se tratara de un solo fenómeno histórico, en realidad fueron muy diferentes. La repoblación de la Extremadura leonesa (hoy Extremadura por antonomasia) es muy semejante a las de Andalucía y la Mancha; la de la Extremadura castellana, hermana gemela de su vecina aragonesa.
En 1954 se publicó en Santander el libro de A. Ballesteros Beretta La marina cántabra y Juan de la Cosa, obra que pone de manifiesto la importancia que la Montaña catábríca, o Costa de la Mar de Castilla, tuvo en la historia cstellana.
La Geografia del condado de Castilla a la muerte de Fernán González de T. López Mata -ya mencionada en páginas anteriores- publicada en 1957 contiene una detallada descripción geográfica del teritorio de Castilla en el siglo X y sus límites, que al occidente son la raya tradicional con el reino de León.
Por invitación de su presidente, Pedro Bosch Gimpera, en el verano de 1957 dimos una conferencia en el "institut Catalá de Cultura" de Méjico sobre La personalidad de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos. El texto de esta conferencia y un artículo de don Pedro (Cataluña, Castilla, España) fueron editados por Las Españas en 1960 con un prólogo de José Ramón Arana.
En 1966 la revista Comunidades del Instituto de Estudios Sindicales, Sociales y Cooperativos de Madrid reprodujo con pequeñas enmiendas convenidas- dichas conferencias. Y en 1967 la editorial Fomento de Cultura Ediciones creyó posible publicar una tercera edición ampliada de este trabajo, que -redactada de acuerdo con la circunstancias- se imprimió en Valencia en 1968 con el mismo título, La personalidad de Castilla en el cojunto de los puebos hispánicos.
En el volumen España y Europa, editado en Valencia en 1971, volvimos a exponer la naturaleza varia de la nación española y, dentro de su pluralidad, los distintos orígenes y desarrollos históricos de Castilla y de León.
Libro importante en el actual renacimiento del regionalismo castellano es la historia de la comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia titulada Segovia: Pueblo, Ciudad y Tierra que constituye una excelente introducción al estudio de la Castilla comunera mediante un caso concreto de la mayor significación. Con esta obra su autor, el jurista e historiador Manuel González Herrero, reanuda en 1971 en su tierra el hilo, a punto de romperse, del pensamiento regionalista castellano, continuando la labor de quienes habían comenzado a fijarlo en el primer tercio del siglo.
González Herrero es también autor de una interesante Historia jurídica y social Segovia, así como de otros libros, conferencias y artículos sobre temas catellanos.
Julio González es autor de un gran trabajo sobre El Reino de Castilla en la época de Alfonso VIII (Madrid, 1960. Un tomo dedicado al estudio del reinado, y dos más con documentos e índices). Alfonso VIII (en la nomenclatura general y III de ese nombre en Castilla) fue de hecho el único rey privativo de Castilla de largo reinado (su padre Sancho sólo reinó un año). Durante su gobierno Castilla conquistó Cuenca(117) y toda la Castilla del Alto Júcar, que organizó a la castellana, con fuero y concejos comuneros. En el reinado del III Alfonso castellano las comunidades de ciudad (o villa) y tierra alcanzaron en Castilla su mayor desarrollo político, económico y militar. En eso época el Concejo de Madrid, con asentimiento del monarca, se dio su propio fuero de comunidad (año 1202) como concejo libre (117). Este Alfonso de Castilla mantuvo enconadas luchas, políticas y armadas, contra su tío y tocayo Alfonso IX de León por la posesión de la Tierra de Campos, que los monarcas leoneses siempre defendieron como parte muy apreciada de sus dominios y los gobernantes castellanos siempre codiciaron por su riqueza agrícola. Alfonso de Castilla ocupó por la fuerza parte de esta comarca que comenzó a castellanizarse lingüísticamente pero que mantuvo inalteradas sus estructuras sociales y políticas leonesas.
Otro libro sobre tema histórico escrito y editado durante el franquismo es el que con el título Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, recoge tres trabajos de A. Barbero y M. Vigil publicados anteriormente en revistas. En contraste con los que tratan de unificar varías historias diferentes a costa de deformar cada una de ellas, este volumen resulta muy esclarecedor de aspectos confusos de los orígenes de Castilla, las comunidades vascas (Ávala, Vizcaya y Guipúcoa), Navarra y Aragón a partir de las tribus prerromas, cántabras y vasconas.
En 1976 se publicó, también en Barcelona, un libro titulado Gracias y desgracias Castilla la Vieja, en el que el autor (leonés del Bierzo con quien después hemos hecho. excelente amistad) narra, con buena y amenísima prosa, sus andanzas viajados- por tierras de las mismas seis provincias tradicionalmente incluidas en Castilla la Vieja (117-a).
Entre 1939 y 1978 se editaron mapas regionales de España en los que el reino León continuaba figurando con sus cinco provincias tradicionales,.aunque también publicaron otros en los que esta región quedaba reducida a las tres provincias de León Zamora y Salamanca. Generalmente se respetaba la división histórica en las enciclopedias y en las publicaciones oficiales más importantes, como las del Instituto Nacional de Estadística, donde el reino de León viene definido por el conjunto de las provincias, de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora (118).
Según consta en la edición original de la Enciclopedia Espasa (tomo XXIX) el Reno de León comprendió en la Edad Media las actuales provincias de León, Palencia, Valladolid, Zamora y Salamanca, y todavía se considera como una de las regiones que se divide la Península Ibérica".
Según el Diccionario Enciclopédico Ilustrado VOX (edición de 1965, tomo 1) León es la “ región española que comprende, aunque no exactamente, el antiguo reino de León .Se divide en cinco provincias: León, Zamora, Sa.lamanca, Valladolid y Palencia”.
En muchos otros diccionarios en enciclopédicos consultados, españoles y extranjeros, encontramos definiciones análogas del antiguo reino de León.
Citaremoss por último - traducido- lo que dice la Encíciopaedia Britannica (Edición de 1969, tomo 13, artículo: León, Kingdom of). "Se considera que en la baja Edad la el territorio de las actuales provincias de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora, juntamente con la provincia asturiana de Oviedo. Los reyes de León gobernaban en la Edad Media Galicia, así como el condado de Portugal antes de su independencia en 1140. Los reyes leoneses eran también, por lo menos nominalmente los condes de Castilla. Los dialectos medioevales del grupo astur-leonés hablados y escritos, eran señaladamente diferentes de la lengua de Castilla. Actualmente todos ellos se hallan en retroceso ante el castellano, pero perviven tenazmente en Asturias y, en alguna extensión, en zonas rurales de León y Zamora". Hemos copiado este trozo porque, en forma muy sucinta, expresa con notable exactitud la realidad histórica.
En 1974 se editaron en Barcelona dos tomos de una Guía de Castilla la Vieja escrito por Dionisio Ridruejo. El primero describe las provincias de Santander, Burgos y el segundo las de Soria, Segovia y Ávila de acuerdo con el criterio general sobre las regiones tradicionales en uso desde la división provincial de 1833. Aquí creemos interesante anotar que entonces habíamos establecido epistolarmente buena amistad con el escritor soriano. Durante la breve estancia de este en Méjico tuvimos con él cordialísima conversación durante la cual nos dijo que años atrás hubiera incluido en la mencionada obra las provincias de Valladolid y Palencia, pero que tras la lectura 'Las nacionalidades españolas" y otras cosas sobre él lema había llegado a la conclusión de que la Tierra de Campos era una comarca indudablemente leonesa.
Al final de la etapa histórica del franquismo, los españoles se habían ido formando idea de España y de sus respectivos pueblos en un ambiente de enfrentamiento entre dos tendencias antagónicas: la oficial de la España una, que exigía un estado unitario y centralista; y la de la España real, varia y plural, cuyos diversos pueblos requieren autonomía en el gobierno de sus asuntos internos. El desgaste del régimen tras cuarenta años de ejercicio dictatorial del poder; la necesidad de libertad intelectual y política manifiesta en sectores cada vez más amplios y los sentimientos colectivos heridos en regiones más y más conscientes de su particular personalidad (sobre todo en todo en Cataluña y el País Vasco), habían llevado a la mayoría de los españoles a desear un cambio general de régimen hacia un estado democrático, descentralizado y con gobiernos autónomos en los diversos países o regiones de la nación.
El hostigamiento permanente y los ataques brutales desde el gobierno a los sentimientos nacionales de los catalanes y los vascos, y con menor frecuencia a los de los gallegos y otros pueblos de España (asesinato del regionalista andaluz Bias Infante) habían producido efectos contrarios a los fines uniformadores proclamados por el francofalangismo.
Por otra parte, la propaganda cultural y política y la enseñanza oficial de la historia más acentuadamente en los primeros años de preponderancia falangísta- tuvo carcterísticas especiales en tierras de Castilla y de León. Si en toda España el franquismo trató de inculcar en las mentes de los jóvenes la idea de la España una y el Esatado centralista y el rechazo de toda clase de nacionalismos autonomías y concepciones federales, en las provincias de León, Castilla y Castilla la Nueva trató de despertar en sus habitantes cierto sentimiento de superioridad moral y más alto patriotismo, considerándolos españoles ejemplares, ajenos a toda debilidad o desviación "separatista” (entiéndase concepción pluralista de la nación o federalista del estado). A los leoneses procuró privarles de conciencia colectiva propia, inculcándoles la idea de que ellos son castellanos, porque León y Castilla la Vieja son una sola Gran Castilla cuyo núcleo territorial básico es la cuenca del Duero . Tal fue la Castilla exaltada en los primera años del francofalangismo, cuando se alabó la memoria de Onésimo Redondo como Caudillo de Castilla.
Este ropaje falangista pronto resultó estorboso, por lo que se le arrumbó en el olvido. Pero la idea de una región castellano-leonesa con asiento geográfico en la cuenta del Duero y capital en Valladolid, inventada a mediados del siglo xix por los caciques agrarios, idealizada y recreada como "Castilla literaria" en 1898 (119) e impuesta dogmáticamente por las falangistas en 1936, se mantuvo en la transición democrática (1976-1978) adaptándola a las nuevas circunstancias políticas.
Todo ello ha sido causa de una patológica dicotomía política nacional que expondremos en el capítulo siguiente.
NOTAS
108 José Luis Abellán: La función del pensamiento en la transición política. (España 1975-1980,- Conflictos y logros de la democracia, Madrid. 1982).
109 Enrique Orduña: El regionalismo en Castillo y León. p. 72.
110 C. Sánchez-Albornoz: Orígenes y destino de Navarra. Trayectoria histórica de Vasconia. Barcelona, 1984. p. 161.
111 Julio Caro Baroja: El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo. Madrid, 1970. pp. 43 y ss.
112 Poema de Fernán González. Edición de Luciano Serrano. Madrid, 1943.
113 Rafael Lapesa: Historia de la Lengua Española. Octava edición. 1980. pp. 39-43, 53, 130, 164, 174-175, 179, 184-191 y mapa de la expansión del castellano.
114 M. González Herrero: Historia jurídica y social de Segovia. Segovia 1874. pp. 30-33.
115 Rafael Gibert., en Los Fueros de Sepúíveda. Segovia, 1953. pp. 358-362.
116 íd., Historia General del derecho epañol. Granada, 1968. pp. 36-40.
117 Inocente García de Andrés, y Enrique Díaz Sanz: Madrid, Villa, Tierra y Fuero. Madrid, 1989, p. 82.
117-a Ramón Carnicer: Gracias y desgracias de Castilla la Vieja. Barcelona. 1976.
118 Instituto Nacional de Estadística. Padrón municipal de habitantes según la inscripción del 31 de diciepnbre de 1975. Reino de León. Tomo 1. Vol. IV. Provincias de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora.
11 9 Azorín: Castilla, en el volumen El paisaje de España visto por los españoles, Madrid, 1964. p. 54.
(Ansemo Carretero Jimenez. Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996, pp 760 –772)
viernes, junio 23, 2006
La personalidad nacional de Castilla (Anselmo Carretero)O
viernes, junio 16, 2006
Entrevista a Alfredo Hernández Sánchez (La opinión de Zamora 17 enero 2005)
De nuevo se manifiesta en esta entrevista las particulares concepciones del periodista y sociólogo Alfredo Hernadez Sánchez, muy en linea vallisoletano-capitolino: lo que el llama Castilla -en esta entrevista León ni se menciona, se lo incluye sencillamente como apéndice inmencionable - es el sumatorio de nueve provincias; está enferma, está acomplejada, es agraria (paradójicamente cada vez con menos campesinos y más tierras abandonadas),no es una nacionalidad ni un pueblo desde su particular punto de visto sociólogico, está resignada y vencida. Más de un castellanista quedará indignado con su lectura, pero sus afirmaciones distan de ser falsas.
El libro en cuestión tanto en su título como en su contenido, se basa en buena parte - sin mencionarlo- en diversos libros de Anselmo Carretero referidos al caciquismo agrario vallisoletano, sus celos anticatalanes y un castizo españolismo a prueba de bombas y otros tópicos.
Precisamente sorprende que en lo que podríamos llamar su proceso de búsqueda de fuentes, no haya querido aprender nada de lo que históricamente fue Castilla - a no confundir con las nueve provincias-, que difícilmente se puede caracterizar cuando se la conoce a fondo con centralismo, clericalismo, imperialismo, absolutismo y otras zarandajas de los fábulas más vulgares. Claro que no le vaya usted con historia a un moderno sociólogo -¿ o científico?-
Decidido a no diferenciar Castilla y León extiende uniforme , mecánica y unánimemente el mismo mecanismo discursivo pleno de modernidades triviales e insulsas y tics del progresismo más barato a su Castilla duerolándica y pucelanocéntrica de las 9 provincias y queda así cocinado un libro más filisteo y pedestre de lo que sería conveniente sobre temática supuestamente castellana -más bien pucelana- que encima pretende hacer pasar por un texto políticamente incorrecto (eso se lo dirá a todas).
¡ Hagamos de Castilla una Cataluña!
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Aparecida en La Opinión de Zamora (17 enero 2005)
Alfredo Hernández Sánchez, Catedrático de Sociología y autor del libro "La Personalidad Social de Castilla": «No somos una nacionalidad desde el punto de vista sociológico, sino una suma de provincias» «Hemos percibido el poder, político o religioso, como una forma de absolutismo»
Acaba de publicar un libro, "La Personalidad Social de Castilla", donde ejerce la crítica, cosa muy sana, con esta tierra, con tanta historia y, quizá, con tan problemático futuro. Alfredo Hernández Sánchez, zamorano y catedrático de Sociología de la Universidad de Valladolid -y codirector del voluminoso "Diccionario" de tal materia-, habla con gran claridad. Y eso suele ser polémico en sí mismo. Lo suyo es una interpretación que, tal vez, no se atiene a lo políticamente correcto.
- "La Personalidad Social de Castilla"... ¿La personalidad social de Castilla se caracteriza, en estos días, por la falta de una personalidad... definida?
- Los procesos sociales vividos por los castellanos han dado lugar a una personalidad que se caracteriza por el miedo a la innovación, el miedo al cambio. Están por la ortodoxia, por la sumisión al poder. Es decir, se caracteriza por su rigidez social y por el conservadurismo.
- ¿Y eso es consecuencia de los poderes político, económico y religioso, que siempre van a lo suyo?
- La clase dirigente castellana ha legitimado su poder, históricamente, en función de lo que hace Castilla por España, pero nunca a la inversa: lo que hace España por Castilla. He aquí una de las bases del españolismo. Otra de sus legitimaciones está en función de las prebendas que da la Administración (el poder). Pero el problema estriba en que la clase dirigente castellana nunca ha legitimado su poder en el éxito económico, que es como se consigue en el industrialismo.
- ¿La centralización del poder es la causa de la pérdida de la conciencia regional?
- Los castellanos han percibido el poder, ya sea el político o el religioso, de una forma absolutista. Están obsesionados con el poder político. Metafóricamente hablando, lo viven como el complejo de Edipo.
- La imagen de esta tierra es un estereotipo, un tópico, desfigurador de la realidad. De acuerdo. ¿Y cómo se combaten los tales?
- A Castilla se la ha estereotipado, pero no se la ha comprendido. La generación del 98 -Unamuno, Azorín, Maeztu. Machado- y en buena medida, también, Ortega y Gasset son los culpables de este estereotipo. Interpretaban a España a través de Castilla, y esto resulta falso. Una cosa es España y otra cosa es Castilla. La única manera de acabar con los estereotipos es a través de los análisis científicos. En Castilla han predominado los teólogos, pero no los científicos sociales.
- Su identidad ha quedado subsumida en la de España. Su identificación dificulta el arraigo de la conciencia regional. ¿Un debate sobre tal cuestión solucionaría algo?
- Castilla debe ser consciente de su realidad social. Si un pueblo se recrea en el pasado, y éste sirve como un mecanismo de defensa, es que tiene grandes problemas para encarar el futuro. Voy a poner un ejemplo, ahora que se habla tanto de despoblación. Lo expongo en mi libro: a finales del siglo XVI, las nueve provincias de esta Comunidad tenían el 29 % de toda la población que existía en España. Siglo tras siglo, hemos ido perdiendo peso demográfico hasta llegar al 6 % actual. El problema de la despoblación se resuelve con el empleo, con el desarrollo económico, y no con los discursos escolásticos. Así nos ha ido y así nos va.
- «Ha centralizado el poder y ha padecido ese poder que ella misma ha creado», dice en su libro. ¿Más lo primero o más lo segundo?
- Castilla y los castellanos han sido instrumentalizados por el poder. Otra cosa muy diferente es la clase dirigente castellana, la cual, sí ha disfrutado del poder, se ha servido de Castilla para conseguir el poder.
- ¿Castilla está enferma de historia, mira demasiado hacia atrás?
- Pues sí, está enferma. Acabamos de celebrar el quinto centenario de Isabel la Católica, en el que se han dicho muchas cosas que, intelectualmente, están sesgadas. Pongamos otro ejemplo: cuando los Reyes Católicos expulsan a los judíos, Castilla sale hipotecada, pues estamos en los inicios del capitalismo comercial, y expulsamos a los que sabían del dinero, del comercio, de las artes y de los oficios. Es decir, expulsamos a nuestra burguesía, porque no se debe olvidar que el dinero corría a raudales en aquellos años en esta región. ¿Y quienes fueron los que se quedaron? Los hidalgos, los que basaban su fortuna en el botín. Eufemísticamente hablando, los rentistas. Los hidalgos forman parte del carácter social de Castilla.
- ¿Continúa siendo aldeana? ¿La modernización no se acepta, es cosa de la periferia por la incapacidad de los castellanos, o se trata de un tópico?
- Uno de los grandes problemas entre el centro y la periferia, si queremos entre Castilla y Cataluña, ha sido el debate de sordos entre una sociedad agraria (Castilla) y una sociedad industrial (Cataluña). En este debate existían y existen dos concepciones de entender a España.
- ¿Y es una nacionalidad o sólo una región?
- En Castilla no han existido las sinergias colectivas que generen una conciencia como pueblo, como comunidad. Por lo tanto, no somos una nacionalidad. Por lo menos, desde el punto de vista sociológico. Más bien, seríamos un "sumatorio" de nueve provincias, y esto sí que es un gran problema para esta comunidad.
- ¿Cree, de verdad, que el castellano tiene complejo de inferioridad? ¿No será, tal vez, que carece de engreimiento y fatuidad?
- Pues sí, aunque sea muy fuerte decirlo. El denominado orgullo castellano no es más que un mecanismo de defensa. Otro ejemplo, el dicho aquel: "aquí, en Castilla, nadie es más que nadie". Este pretendido igualitarismo es un mecanismo de defensa de complejo de inferioridad. Y podría citar muchos más ejemplos. «Aquí sólo se ha creído en el provincialismo y en el españolismo»
- ¿Y cree, también, que los valores sociales del castellano son distintos de los valores del catalán o del vasco?
- Los valores sociales del pueblo catalán y del pueblo castellano tienen muy poco que ver entre ellos. Son dos tipos de sociedades distintas. Mientras que en Cataluña se han dado los procesos de modernización social, aquí estábamos con la cultura agraria. Mientras que Cataluña vivió los efectos de la revolución industrial, aquí -en Castilla- estábamos con la fabricación de harinas y con el proteccionismo cerealístico.
- ¿Es sano, socialmente, el lamento -que raya el victimismo- por la actual situación de decadencia?
- El victimismo es una manifestación del complejo de inferioridad. El victimismo demanda la subvención. Es el proteccionismo, es el paternalismo. Los pueblos con futuro son aquellos que tienen autoestima, que tienen confianza en sus capacidades, que son capaces de modificar las inercias de la vida social. Lo único que consigue el victimismo es generar personalidades con actitudes fatalistas y resignadas.
- ¿Es una Comunidad de vencidos?
- A esta pregunta se le podría responder parafraseando a Fray Luis de León: "decíamos ayer". Pues eso sería Castilla, decíamos ayer.
- ¿Los intelectuales de Castilla y León no tendrían algo que decir en este momento, antes de que sea demasiado tarde?
- La ausencia de un compromiso de los intelectuales castellanos con esta tierra es una de nuestras grandes carencias sociales. El intelectual en Castilla, salvando honrosas excepciones, ha sido el encargado de teorizar los discursos que legitimaba su decadencia.
- Parece insinuar que esta región carece de una clase política que sintonice con el pueblo. ¿Siempre fue así?
- En Castilla se puede ser de derechas, de izquierdas y hasta de centro, pero lo que nunca se puede ser es esto: liberal, antagónico a la personalidad social de esta tierra. Para los de la derecha, como para los de la izquierda, el liberalismo ha sido el chivo expiatorio en esta Comunidad. El liberalismo es lo contrario a la ortodoxia, al dogmatismo, al proteccionismo, valores sociales -todos ellos- muy castellanos. El liberalismo como ideología nunca ha existido en Castilla. Aquí se ha dado el control social y el nacionalcatolicismo.
-- «La clase dirigente castellana, históricamente, nunca ha tenido un proyecto de Comunidad», afirma. ¿Ahora, también?
- Nunca. Cuando se genera el Estado de las Autonomías, aquí no se quería tal cosa. Se pretendía que las demás regiones del Estado español fueran como éramos los castellanos. Sólo se ha creído en el provincialismo y en el españolismo. Nos impusieron la Autonomía. Esto es así. Hoy día las cosas han cambiado, pero no mucho, porque la conciencia regional de los castellanos es mínima.
- ¿Cuál es la culpa del catolicismo, de la Iglesia, con su ortodoxia y con tanta influencia en la vida social, en la decadencia castellana? ¿Sólo ella se oponía a la modernización, como apunta?
- La Iglesia en Castilla ha tenido como substrato el nacionalcatolicismo. Los curas han sido los encargados de que aquí no hayan existido los desviados sociales. Los defensores de la ortodoxia ha sido los representantes de la Iglesia Católica. El orden social para los políticos, pero el control ideológico correspondía a los de la sotana.
- Empleo e inmigración, retos actuales y futuros. ¿Hay, aquí, políticos...?
- El gran reto de Castilla es el empleo. A partir de ahí todos los demás problemas socioeconómicos se pueden ir solucionando. Resolver el problema del empleo en Castilla equivale a solucionar el déficit estructural histórico que padece esta Comunidad.
- ¿Tampoco existe una cultura empresarial?
- No. El empresario es, en esencia, un creador, y ello no está en sincronía con la personalidad social de Castilla Aquí no han existido tales personajes, salvando honrosas excepciones. Aquí existieron a finales del XIX y principios del siglo XX los harineros, que se encargaron de abortar cualquier tipo de actividad empresarial moderna.
- «Castilla tiene un debate político pendiente, de comprensión, con los nacionalismos del Estado español, pero sobre todo con Cataluña». ¿No entiende las diferencias?
- Un debate político pendiente, y que viene de siglos, porque son dos formas de entender a España. Mientras que para los castellanos España es Tesis (pensamiento escolástico), para los catalanes España es Síntesis (pensamiento dialéctico).
- ¿No resultará, invirtiendo los términos de su tesis, que Castilla también es "chivo expiatorio" del catalán?
- Es cierto. Castilla resulta para Cataluña, y ésta para aquélla, un chivo expiatorio. Mutuamente. De ahí lo del debate pendiente. La única forma de solucionar esta incomprensión es a través de la comunicación política.
- Presenta al castellano como intolerante, dogmático, egocéntrico, particularista, resignado... «Aquí, el espíritu de cruzada sigue en el inconsciente colectivo», afirma. Me temo que su libro va a ser más apreciado fuera que en casa.
- Soy consciente de que este libro se aparta de lo políticamente correcto, pero mi obligación como intelectual no está en alabar al poder y mucho menos en manipular los datos, flaco servicio le estaría haciendo al pueblo castellano. También es cierto que este libro no se halla dentro de la ortodoxia, de la historia oficial. Es otra forma de entender los procesos sociales y el devenir de esta Comunidad. Por eso, este libro será más leído fuera de Castilla que dentro, algo que me entristece enormemente.
- Con Zapatero, ¿se siente más seguro ante el futuro de España, cuando se anuncian planes independentistas y reformas estatuarias?
- Sobre el plan Ibarretxe, solamente dos cosas. La Constitución Española no concibe la secesión de una parte del territorio español. Punto final. Por otra parte, el plan Ibarretxe está deslegitimado moral y éticamente cuando ha sido aprobado en el Parlamento vasco por quienes apoyan la violencia como instrumento para conseguir objetivos políticos. Los demócratas nos diferenciamos de los fascistas en que pensamos que el fin nunca justifica los medios.
- Mal el unitarismo y mal lo de ahora, cuando se pronostican "tortas". ¿Ese es el nuevo, o el eterno, "problema" de España?
- En la democracia, los conflictos nunca se resuelven a tortas. Se resuelven racionalmente. El señor Ibarretxe se ha introducido en una espiral que puede desembocar en una locura colectiva. Espero que se imponga la racionalidad.
«Esta es una Comunidad subvencionada, y algunos lo saben muy bien»
- Si Castilla fuera fuerte, económicamente, ¿existirían los intentos separatistas?
- Una gran parte de los problemas del Estado español está en los desequilibrios socioeconómicos interregionales. Por ejemplo, Castilla es una comunidad subvencionada, y esto lo saben muy bien los catalanes.
- ¿El españolismo es cosa mala?
- Los castellanos se consideran depositarios de la esencia de España. En tiempos de la República se decía: "si a España no la defiende Castilla, nadie la defiende". Y esto es una barbaridad. O la exageración de Ortega al decir: "sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de España". Esto es españolismo.
- Insinúa que a la derecha sólo le interesa el poder. Pero eso le ocurre a todos, de un lado y de otro.
- El poder en Castilla no es un problema de la derecha, es un problema de toda la clase política, sean éstos de derechas o de izquierdas. Ocurre que como gobierna la derecha, se confunde el poder con la derecha, pero el poder afecta a ambas formaciones políticas. Porque las dos están socializados en el poder como instrumento de sublimación social.
martes, junio 13, 2006
20 años de autonomía (Alfredo Hernández El Mundo 23 -2-2003)
De nuevo se trae a este Breviario un artículo del zamorano Alfredo Hernández - el preferiría autodenominarse castellano- buen exponente del pensamiento pucelano que pretende la región una, grande y sometida a su capital. Añora una región centralista y jacobina -fuera León y su memoria-, lejos de las viejas herencias locales que en tiempo fueron las comunidades castellanas y los foros leoneses; la vieja historia del pseudoprogresismo antihistoricista, hace tiempo denunciada por Anselmo Carretero y expuesta en este breviario, tiene uno de sus más típicos exponentes exponentes en este periodista y sociólogo, que manifiesta todos los tics afranchutados del centralismo, el jacobinismo y la absurda reducción de la historia a ese moderno pseudocastellanismo que tiene su sede en la leonesaValladolid , que por lo visto hoy es el no va más de lo castellano y lo imperial.
Nos advierte en sus artículos que fuera de la reducción uniforme al moderno y uniforme pseudocastellanismo, a la partitocracia afincada en Pucela - constituida en clase-y a sus pompas y sus obras no hay salvación para la región. Expresa a la perfección, acaso sin sin quererlo, el ideario de algunos partidos políticos que se denominan castellanistas, nacionalistas y no se que otros calificativos que curiosamente coincide con el de las fuerzas vivas vallisoletanas, acaso justamente por estar alentada por ellas.
Acabemos de una vez con los caciquimos locales en pro de la moderna dictadura capitalina pucelana, más eficaz e implacablemente depredadora -en nombre de Castilla eso si-
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2O años de autonomía
Alfredo Hernández
El Mundo (Castilla y León, 23 febrero 2003)
Tras veinte años de autonomía, todavía no nos hemos acostumbrado a definirnos como castellanos y leoneses. Nuestra identificación sociológica, hoy por hoy, sigue siendo la provincia, aunque nuestro marco administrativo-político sea la comunidad autónoma. Castilla y León más que una región con entidad sociológica es una región política. Los sentimientos provincialistas siguen siendo muy fuertes. La carencia de una conciencia autonómica es uno de nuestros graves problemas. Lo consuetudinario es uno de los factores que explican nuestra mentalidad social. Nos falta pulso social porque nuestra sociedad civil no está estructurada. Lo político y los políticos tienen un gran peso en la dinámica social de esta comunidad, y ello es un estorbo para su modernización social. El regionalismo castellano y leonés es un regionalismo integrador con España. Nosotros no sabemos diferenciar que defender lo nuestro no significa tener una actitud antagónica; no tener claro esto es rozar el quijotismo.
También es posible que la escasa conciencia regional se deba al mal trato a que ha sido sometida esta comunidad en relación a otras regiones españolas. Lo cierto es que nuestra conciencia regional emerge en oposición a las regiones históricas, también denominadas nacionalidades, como son el País Vasco y Cataluña. En esta tierra argumentamos que si existe una región histórica en el Estado ésa es Castilla y León; en este caso sí somos nacionalistas. En cierta forma, esta actitud deja entrever un cierto complejo de inferioridad en relación a otros pueblos que con más personalidad social que nosotros, con más sentimientos regionalistas, no tuvieran derecho a explicitar sus demandas sociales y políticas, porque son menos históricas que Castilla y León. Nuestro escaso regionalismo también surge cuando existe un agravio comparativo con otras regiones. Castilla y León rara vez critica al Gobierno de la Nación, independientemente del partido que esté en el Gobierno, pero sí criticamos a las comunidades que saben sacar beneficio del Gobierno Central. A mi juicio, la ausencia de una clase dirigente regional y no provincialista, es una de las variables que explican lo anteriormente expuesto. Eso sí, tenemos una clase política, tenemos una administración autónoma que cuenta con capacidad política, medios económicos, materiales y personales suficientes para modificar nuestra estructura social, pero carecemos de una clase dirigente en la sociedad civil que es el déficit para nuestra modernización.
jueves, junio 08, 2006
El sentimiento regional (Alfredo Hernández, El Mundo 1-12-2002)
EL MUNDO- Castilla y León 1 diciembre 2002
ZOOM
ALFREDO HERNÁNDEZ
Sentimiento regional
Los castellanos y leoneses ocupamos los últimos puestos en sentimiento regional. Todas las encuestas vienen a confirmar lo anteriormente expuesto y el último sondeo del CIS lo confirma. Pero la realidad social de Castilla v León es eminentemente compleja, y ello a pesar del esfuerzo que realiza la clase dirigente, y también, porqué no decirlo, del esfuerzo por simplificarla de los que tienen la responsabilidad de generar opinión pública. El dato sobre el sentimiento regional es preocupante, aunque sólo sea porque nos separa de la media nacional. En los últimos veinte años se ha ido sustituyendo la identificación del españolismo por el gentilicio correspondiente a cada región. Pero éste no es el caso de Castilla y León. Pongamos un ejemplo, si cogemos un sondeo de principios de los años ochenta, realizado por el mismo Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), comprobaremos que aparecen los mismos porcentajes de castellanos y leoneses que optan por el españolismo. Lo preocupante es que mientras España ha cambiado , en Castilla y León después de dos décadas, seguimos anclados con el españolismo centralista. Es como si el tiempo social se hubiera parado para ese 40% de castellanos y leoneses que optan por el españolismo como primera opción. Mientras que los murcianos, los andaluces, etc, manifiestan que son murcianos, que son andaluces, y por ello, son españoles, aquí el 40% de los castellanos y leoneses, siguen erre que erre, que somos españoles, porque para estos, la comunidad de Castilla y León no existe, es más, identifican a Castilla y León con España.
Este escaso arraigo de los castellanos y leoneses por su región se traduce en comportamientos sociales sumisos. Por ello, cuando en la encuesta de CIS se les hace la pregunta ¿Cómo es la relación de la Junta con el Gobierno central?, el 42% de los castellanos y leoneses contesta que la Junta está subordinada al Gobierno central y el 36% dice que la Junta colabora con el Gobierno central. Es decir, más del 75% de los castellanos y leoneses, están diciendo que nuestra clase política es poco o nada reivindicativa frente a los que tienen el poder. Expresado en otros términos, no es que los castellanos y leoneses no defiendan sus intereses, que no los defienden. No es que los castellanos y leoneses no sean reivindicativos, que no lo son, es que los castellanos y leoneses están inmersos en la cultura de la resignación, en la cultura de que con el poder hay que llevarse bien, porque el poder reparte prebendas, y algunas migajas caerán que nos permitan seguir subsistiendo.
jueves, junio 01, 2006
Antihistoricismos pseudoprogresistas (A. Carretero. El Antiguo Reino de León.1994)
Los «antihistoricistas», partidarios de «mirar siempre adelante», suelen defender la creación de las nuevas entidades de Castilla y León y Castilla-La Mancha con argumentos basados en el progreso económico y el desarrollo industrial, considerando vanos bizantinismos tanto las cuestiones de orden histórico como las de conciencia regional.
Los tecnócratas suelen enfocar la cuestión de las autonomías desde el punto de vista de su especialidad Jurídica, administrativa, económica, hidrográfica, industrial, etc.). En un libro sobre el régimen autonómico publicado en 1984, un renombrado catedrático de Derecho administrativo estudia ampliamente el tema de las comunidades autónomas en sus aspectos técnico-jurídicos y técnico-administrativos, en sus potencialidades de gestión, su proceso aplicativo, su eficacia administrativa, sus aspectos constitucionales, su afianzamiento definitivo, su homogeneización final por encima de particularismos estatutarios, la formación de técnicas y el perfeccionamiento de la jurisprudencia sobre la materia para llegar a la constitucionalización definitiva de un sistema de articulaciones y límites en un juego complejo de remisiones estatutarias, constitucionales y jurisprudenciales (37). De la raíz del problema y de sus orígenes: la pluralidad nacional de España; de la Constitución de 1978, que desde su preámbulo reconoce la importancia fundamental del problema; del derecho de los diversos pueblos de España a desarrollar su personalidad nacional; de los Estatutos de Autonomía como instrumentos para que las nacionalidades y regiones históricas puedan ejercer tal derecho... nada se dice en este estudio calificado de técnico.
Aunque la mayoría de los problemas sociales tienen vínculos de alguna especie con las estructuras económicas, en algunos casos fundamentales, la cuestión de las nacionalidades - el deseo de los pueblos de mantener su personalidad nacional - posee entidad propia y no admite razones meramente materiales.
En medio de la gigantesca crisis económica, política, social y nacional que en estos momentos (1991) está sacudiendo a la Unión Soviética en sus mismos cimientos, es frecuente leer opiniones de algunos de los principales protagonistas según las cuales los problemas nacionales a que el gobierno de la URSS se enfrenta pesan más que los económicos, con ser éstos de suma gravedad. La cuestión de las nacionalidades ha sido en muchos casos el eslabón más frágil de una cadena de conflictos.
Quienes en España se oponen rotundamente a la idea del estado federal parten generalmente del principio de que el federalismo significa un avance cuando sirve para unificar lo diverso y un retroceso cuando se propone organizar la diversidad, considerando dogmáticamente que la homogeneización lleva siempre consigo el progreso político y social y que la defensa de la variedad implica un retroceso. Dogma inaceptable para quienes consideramos que la diversidad es generalmente riqueza orgánica y vital, y la monotonía y uniformidad, pobreza y muerte. Se ha dicho con diferentes palabras que la uniformidad humana sería la petrificación del pensamiento y la muerte del espíritu.
El concepto unitario de la gran nación, míticamente ensalzado en los dos últimos siglos, no está esencialmente vinculado al progreso. El asunto requiere análisis mucho más sagaces. El federalismo -según Denis de Rougemont- tiene más de actitud vital que de sistema racional; «es mucho menos una doctrina que una práctica» (38).
Llegados a este punto creemos conveniente recordar mucho de lo dicho y hecho en los años (1978-1983) en que, con irresponsable precipitación, se destrozaron las históricas entidades de León, Castilla y Toledo para crear cinco nuevas regiones autónomas tras muchas discusiones, en algunas de las cuales nos consideramos moralmente obligados a intervenir. Los promotores de la región castellano-leonesa, cuyos núcleos más activos se hallaban en Valladolid, proclamaron la necesidad de obtener rápidamente el Estatuto de Castilla-León, que por iniciativa de los leoneses se denominó definitivamente -detalle muy significativo- de Castilla y León, sin perder tiempo en «cuestiones secundarias y vanas discusiones» en tomo a límites territoriales e «historicismos reaccionarios». Urgía -se decía- no perder el tren de la historia y era preciso que los castellano-leoneses no se quedaran rezagados con relación a las demás regiones en la obtención del correspondiente Estatuto de Autonomía. Muchos de los grupos que así se agitaban se habían opuesto antes de 1931 a toda clase de autonomías regionales y, en 1932, al Estatuto de Cataluña. ¿Por qué entonces tanta prisa? No porque tras siglos de unitarismo Castilla y León pudieran llegar tarde a nada perentorio (nunca urge cometer un dislate), sino porque la improvisación, la prisa y el barullo creaban las circunstancias más propicias para la liquidación de las milenarias nacionalidades de León y Castilla y para el asentamiento en la cuenca del Duero de la nueva región geográfico-administrativa castellano-leonesa, propugnada desde mediados del siglo xix por los caciques agrarios y en 1936 por el franco-falangismo. De aquí el querer acallar como historicistas reaccionarios a los defensores de las auténticas nacionalidades históricas; de aquí la urgencia de proclamar ante todo la región castellano-leonesa, dejando para después la cuestión de los límites territoriales y demás «detalles»; de aquí también la furiosa oposición a la autonomía uniprovincial de León -que afirmaba su leonesismo y de Segovia -que proclamaba su castellanía-, en contraste con la complaciente facilidad que se dio a las provincias de Santander y Logroño para obtener las suyas; como también se empujó a las provincias de Guadalajara y Cuenca -donde había un notable sentimiento castellanista- a que se incorporaran a la nueva entidad de Castilla-La Mancha; y se pasó por alto la castellanidad del territorio de la provincia de Madrid.
La verdad es que la mayor parte de lo ocurrido entre 1976 y 1983 en relación con las autonomías de las regiones correspondientes a los antiguos reinos de León, Castilla y Toledo (Castilla la Nueva) se debe a desconocimiento -falta de información válida- sobre cuestiones fundamentalmente históricas.
El nacionalismo vasco no es mera invención personal de una mente más o menos delirante de finales del siglo xix; ni el regionalismo leonés sólo un pretexto para la creación de grupúsculos políticos en tomo a un nuevo conflicto regional. Ambos tienen raíces nacionales más viejas y no menos auténticas que muchos de los Estados que hoy integran las Naciones Unidas. Lo que sí son producto de confusas prestidigitaciones son las regiones que entre 1976 y 1983 se sacaron de la manga política los inventores de las nuevas entidades autónomas de Castilla y León, Castilla-La Mancha y sus epígonos. El «antihistoricismo» seudoprogresista y el pragmatismo tecnocrático, utilizados por la burocracia cultural al servicio de la politiquería, han podido más, en estos casos, que las razones históricas, primarias en las cuestiones nacionales y consideradas en la Constitución de 1978.
Todas estas deplorables actuaciones circunstanciales han contribuido a crear en la España de las Autonomías una dicotomía que resquebraja moralmente el mapa nacional, de la que ya hemos dicho algo en el capítulo XVII.
Para que los españoles estemos todos unidos por un común espíritu nacional será preciso que todas las nacionalidades o regiones del país tengan auténticamente una condición afín. No es posible equiparar la milenario nacionalidad catalana de un ampurdanés o la leonesa de un berciano con la madrileña -nacida en 1983- de un alcalaíno despojado de su castellanía. Hay, pues, un pernicioso desequilibrio moral entre las auténticas nacionalidades o regiones españolas creadas por la historia a lo largo de los siglos y las que son ocasionales productos políticoadministrativos de reciente invención.
Dos misiones clásicas tiene el intelectual en una sociedad democrática, dice José Luis Abellán: la de crítico de su mundo y de su época, de su sociedad, y la de creador, tanto en el campo del conocimiento científico como en el del comportamiento social. Tras la desmoralización profunda que el país padeció bajo el franquismo era preciso evitar un desencanto democrático, creando nuevas pautas de reflexión y un nuevo sentido de la convivencia (39). En estas circunstancias, Abellán señalaba dos tesis básicas del pensamiento político español: el problema de la razón y el problema de la identidad nacional.
La función primordial del pensamiento político era entonces ofrecer soluciones de sólida racionalidad a los problemas planteados frente al sectarismo, la injusticia y la arbitrariedad del régimen caduco.
El segundo gran problema que Abellán planteaba al comienzo de la nueva etapa constitucional y democrática era el de la identidad nacional, cuestión siempre latente en España, país de cultura plurilingüe y plurinacional, nación de rica complejidad.
Este gran problema de la identidad nacional de España sólo puede plantearse sobre fundamentos sólidos partiendo de una realidad primaria: la naturaleza plural de la nación. Quien - político o intelectual - pretenda ocuparse de tan complejo asunto debe comenzar por estudiar esta insoslayable realidad. No olvidemos que el derecho a opinar sobre algo va siempre acompañado de la correspondiente obligación de informarse sobre ello.
La riqueza que para Europa entraña la diversidad de sus naciones la expresa Ortega cuando exalta la magnífica pluralidad europea. No es posible observar la unidad de Europa -dice el filósofo madrileño«sin descubrir dentro de ella la perpetua agitación de su interno plural: las naciones. Esta incesante dinámica entre la unidad y la pluralidad constituye a mi parecer -continúa- la verdadera óptica bajo cuya perspectiva hay que definir los destinos de cualquier nación occidental». «Los hombres de cabezas toscas no logran pensar una idea tan acrobática como ésta en que es preciso brincar, sin descanso, de la afirmación de la pluralidad al reconocimiento de la unidad y viceversa. Son cabezas pesadas nacidas para existir bajo perpetuas tiranías.» «Libertad y pluralidad son dos cosas recíprocas y ambas constituyen la permanente entraña de Europa.» «Esta muchedumbre de modos europeos que brota constantemente de su radical unidad y revierte a ella, manteniéndola, es el tesoro mayor de Occidente» (40) (41).
Siempre que leemos estas palabras surge en nuestra mente la interrogación de cómo es posible que un español que con tanta agudeza y simpatía percibió la riqueza plural del espíritu europeo no viera con igual inteligencia y no menor alegría esta otra pluralidad, más apiñada y familiar que la europea, que es la España tan acuciosamente contemplada por el gran escritor. Porque si la muchedumbre de modos europeos que brota constantemente de la unidad de Europa y revierte a ella es el tesoro mayor de Occidente, la hermosa variedad de las Españas que mana de su fondo histórico común y enriquece el conjunto de todas ellas es la más preciosa joya de la cultura española. Nos referimos al Ortega opuesto a los anhelos autonómicos de los catalanes que, con sorprendente indiferencia hacia la policroma variedad cultural de España, escribía que sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral. Incomprensión que contrasta con la honda simpatía que a Maragall inspiraba la España varia, irreductible a una pero capaz de fratemal comunión aún no realizada.
(37) Eduardo García de Enterría, El futuro de las autonomías (Diario de León, 17-X-1984).
(38)Denis de Rougemont, La Table Ronde de l'Europe (Preuves,París,I-1954).
(39)JoséLuisAbellán,La función del pensamiento en la transición política ,en España 1975-1980: conflictos y logros de la democracia, Madrid, 1982.
(40)J.OrtegayGasset,La rebelión de las masas (Prólogo para franceses).
(41)ídem,Meditación de Europa. O.C., T.IX, Madrid,1962,pp.296,325-326.
(Anselmo Carretero y Jiménez. .El Antiguo Reino de León (País Leonés).Sus raíces históricas, su presente, su porvenir nacional. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1994, pp 883-887)
miércoles, mayo 31, 2006
Otra lección suiza. (¿Como favorecer el empleo juvenil?. Gaudencio Hernández, Diarío de Ávila 27 mayo 2006)
TRIBUNA LIBRE ¿Cómo favorecer el empleo juvenil?
GAUDENCIO HERNÁNDEZ
(El Diario de Ávila 27 mayo 2006)
Francia ha vivido una de sus conmociones sociales, entre las más dramáticas, desde el mayo del 68. ¿Cuáles han sido las causas? En los meses del otoño último los jóvenes desocupados de los barrios periféricos desencadenaron una verdadera rebelión: miles de coches fueron quemados, comercios y almacenes saqueados; una guerra campal contra la policía.
La lucha juvenil perdió virulencia en Navidad y el Gobierno aprovechó para elaborar un plan de empleo para los desocupados jóvenes, factores de los desórdenes y habitantes dé verdaderos ghettos. ¿En qué consistía dicho plan? Creación de una nueva manera de empleo juvenil, estos, desocupados,; podían ser empleados bajo un contrato libre que los firmantes podían rescindir sin compensación alguna. El Gobierno de Villepin pensó en crear un buen sistema para hacer salir del círculo vicioso del desempleo a los jóvenes (no conseguían un empleo porque no tenían experiencia). No lo pensaron así jóvenes y estudiantes: Era la puerta abierta para el despido libre, en un país donde el trabajo fijo es el más protegido del mundo.'
Comenzó la lucha. El Gobierno de Villepin, con mayoría en el Parlamento, presentó su proyecto de ley para la correspondiente aprobación. Pero la calle, los jóvenes desocupados, los estudiantes, los sindicatos, en manifestaciones sin fin durante meses, paralizaron los centros educativos superiores; las huelgas en distintos sectores afectaron á la economía El Gobierno cedió y retiró la ley del Parlamento. Hoy propone una ayuda a los patronos que contraten a jóvenes en su primer empleo.¿Qué pensar? Los demócratas dirán que en democracia los problemas deben solucionarse en el Parlamento. Los que organizan las manifestaciones masivas dirán que el sentir del pueblo es lo que cuenta. Un suizo diría que un conflicto así se resuelve por votación popular, es decir, por un referéndum.
Tal vez el silencioso, el neutro suizo tenga razón, pues ha encontrado una solución al empleo juvenil hace ya años. Hablo con conocimiento de causa; consejero social en los colegios de Ginebra, en su sección de «fin de escolaridad obligatoria». Mi rol consistía, entre otros, prever que ningún joven que terminaba la escuela, quedara en la calle sin ocupación alguna. Todo joven debía o pasar al grado superior o hacer un «aprendizaje en empleo» o repetir curso. Cada caso era sometido a estudio.
El «aprendizaje en empleo» es una fórmula típicamente suiza (fórmulas parecidas existen en Alemania). El joven que no puede o no quiere seguir el colegio o escuela superior técnica puede hacer un aprendizaje de dos, tres o cuatro años (según la dificultad) en una empresa, por ejemplo, de mecánica, electricidad, informática, construcción... El patrón se compromete a poner a disposición del aprendiz sus talleres, una persona competente que le guíe en las prácticas y a pagarle un salario (reducido al principio); por el contrario, el aprendiz seguirá uno o dos días los cursos que el Estado organizará y el resto de la semana trabajará en la empresa unos exámenes intermediarios y finales le permitirán obtener el diploma correspondiente ;Terminado el contrato, patrón y aprendiz quedan libres de obligaciones. El aprendiz habrá roto el círculo vicioso del primer empleo, como ocurre en Francia
La experiencia dice que la mayoría dé los aprendices encontrarán un empleo. El 70% de los oficios técnicos y comerciales siguen este camino. Con frecuencia vemos aun ministro federal en economía, un responsable de un banco, un director de fábrica que ha comenzado en un «aprendizaje en empleo». Tienen fama de ser los más seguros.
Claro, me dirán algunos, Suiza puede permitirse esta fórmula por ser un país rico. (¡Ah, los bancos no nos dejan ver lo bueno que la sociedad suiza puede tener!). No está ahí el problema; el sistema se implantó cuando Suiza era aún pobre y este tipo de formación cuesta menos al Estado que una escuela técnica a tiempo completo El gran reto está en concienciar al Estado, a los patronos y aprendices en la lucha por el bien común del país.
La adopción de esté sistema evitaría los ghettos de jóvenes desocupados en Francia y las dificultades (que se ven venir) para encontrar trabajo y falta de formación técnica de la juventud española.
jueves, mayo 25, 2006
La causa de los pueblos.(Isidro Juan Palacios, Ruvista Punto y Coma nº 4)
La causa de los pueblos
Isidro Juan Palacios
Todos los pueblos tienen derecho a su identidad, a guardarla como es, y a ser ellos mismos. Pero, ¿en nombre de qué podría condenarse la tendencia (natural) de los pueblos a la expansión? La solución no está en la imposición de un orden prefabricado, sino en la recuperación del arraigo (del Espíritu) por medio de un equilibrio, un equilibrio que podría formularse como “Imperio Cultural”, siguiendo la línea de Yukio Mishima. Ese equilibrio, ese Imperio del Espíritu es lo que aquí se propone como vía de realización de la Causa de los Pueblos.
El Imperio Matador
De los años en los que se ensalzaba la obra de los Imperios conquistadores y colonizadores, se ha pasado a la compasión, y más que eso, a la añoranza actual de las civilizaciones ahogadas sórdidamente o destruidas. Es la hora en que se pretende levantar a los muertos. Y es legítima esta posición, porque nadie puede censurar el recuerdo de pasadas herencias, su defensa, o incluso su reconquista. Los pueblos tienen derecho a ser ellos mismos, a buscar sus raíces y a cultivarlas. Pero creer, como lo hacen algunos, que esta fórmula es la única digna de respecto, significa caer en un nuevo modo de ser extremista. En el derecho que cada pueblo tiene a ser diferente, debería entrar tanto el reconocimiento de una propia voluntad defensiva de la simple existencia libre, como también debería ser reconocida (¿por qué no?) la vocación de un pueblo a expandir su diferencia. ¿Quién podría negarlo —en nombre de qué moral—, si el mundo ha sido hecho así, en permanente tensión, en continua fuerza, en constante hostilidad? Es cierto que la pérdida de nuestra diferencia nos puede venir por la imposición de un enemigo de gran empuje, pero cuántas veces la caída de un pueblo se ha debido a su merma de calidad interior, a la presencia de una traición frente a sí mismo, frente a su identidad...
Sea como fuere, lo que se pretende decir es que si Europa hoy se encuentra amenazada, si la Europa de los llamados países libres se halla colonizada culturalmente por la ideología del American way of life, hace bien en desear o vivir con empeño esa libertad; sin embargo, ¿quién puede lanzar anatemas contra USA por ser lo que es y extenderse? El problema no es tanto censurar a América, como el que Europa permanezca indiferente hacia su derrota interior; viva ignorando sus raíces; crea que el ocio hedonista y el nihilismo es su principal y más atractiva ocupación. Ser antiamericano visceral o psicológicamente es la peor de las defensas. Ser europeo, de vuelta hacia sí mismo, sin importar lo demás demasiado, es la mejor posición: la fuerza de la libertad.
Vencedores y vencidos
Si en algún nivel los principios morales, los de cortesía o de respeto, han quedado tachados, en la mayor parte de las ocasiones, ha sido en la dinámica histórica y a-histórica de los pueblos, constituidos, o no, bajo la forma de Imperios. Si los mayas o aztecas lucharon contra los españoles; si los ingleses hicieron la guerra a los chinos; si los americanos rompieron el hermetismo histórico japonés; si el tercer mundo padece todavía una sorda y encubierta colonización gracias a la omnipotencia del Nuevo Orden Internacional de la Información... es una partida de ajedrez que puede quedar siempre en tablas. Nunca como en estos casos, la “verdad” ha presentado dos caras. El Imperio azteca —sacrificador él— fue inocentemente sacrificado y su civilización borrada del mapa por los españoles, para quienes no existieron dudas de considerar su acción obra de fe y su conquista una hazaña digna de ser levantada orgullosamente. Los ingleses y los americanos no tuvieron escrúpulos en imponer una guerra por motivos estrictamente comerciales, como el caso de la guerra del Opio con China o la forzada apertura del shogunado japonés por la acción cañonera del almirante Perry. Ni la internacional de la comunicación ha tenido pesadillas para transgredir el “principio” de autodeterminación de los pueblos con su tapada colonización cultural, tal y como fuera denunciada por Indira Gandhi, Burguiba y tantos otros presidentes tercermundistas. En efecto, no hay moral en la historia: sólo vencedores y vencidos.
Frente al “proselitismo”
Las causas de los pueblos no podrán resolverse u orientarse nunca en estos términos, en los que se pretende aplicar una moral, casi siempre la moral de quien, por razones de su fuerza, desea que el orbe, de una manera manifiesta o inconfesada, siga sus pautas individuales y unilaterales. La cuestión fundamental será entonces otra. El problema será más bien de equilibrio o de desequilibrio. Y es evidente que la causa de los pueblos estará siempre por la primera de estas expresiones y no por la segunda. Pues el equilibrio es lo único que puede matar a los imperialismos arrasadores y agobiantes. Es el principio que puede enlazar con la idea del “Emperador Cultural” defendida por Yukio Mishima, para quien la médula de la Cultura estaba en la cortesía, esto es: la paz entre quienes viven en belicosa tensión, sin renunciar a ella; el respeto por las formas y diferencias de cada identidad; el apego a lo interior y a las herencias..., Equilibrio, como lo entendieron los celtas con su concepción del Imperio Metafísico y que tuvo cierta respuesta en el Medioevo céltico-cristiano, en el que el eje de la unidad vertical no rompía la diversidad, sino que hacía vivir las múltiples diferencias en lo horizontal, en el arraigo, en la tierra. Equilibrio, en fin, como base que enseña a respetar y a respetarse ante todo, y en cuyo diccionario la palabra “proselitismo” sólo aparece secundariamente, autolimitada, desprovista de violencia, aunque no de espíritu de empuje.
El problema no es tanto censurar a América como que Europa permanezca indiferente a su propia derrota interior.
Elogio de la diferencia
Esto ya lo ha comprendido hasta la Iglesia Católica, la cual, al aceptar que otras formas de espiritualidad, como el Budismo, el Hinduismo o el Islamismo, pueden ser reconocidas como vías de realización e incluso de salvación, se ha visto curiosamente impelida a cambiar su tradicional modo y doctrina misionera. Y es que la llamada causa de los pueblos dice que Dios no tiene un solo pueblo elegido, sino que todos los pueblos lo son, haciéndose así, por lo tanto, merecedores de dignidad. Superar el provincianismo cultural, mirar el mundo desde una altura cósmica, nos enseña ahora que no sólo los hebreos fueron creados hombres, insuflados espiritualmente; también, y con razón, lo fueron los japoneses, cuyas islas se hicieron con manos de dioses; como, asimismo, los griegos que con sus primitivos juegos olímpicos evocaban la rememoración y reactualización mítica del paraíso terrenal; o los “pieles rojas”, tan hostigados por la codicia y el industrialismo. Nadie puede ser considerado inferior por su diferencia y forzado a una salvación dogmática que no entiende, por extraña. Cada pueblo, como cada ser humano, tiene dentro de sí mismo todo lo que necesita, adecuado a su personalidad desigualizada, y siente la propia llamada. La conclusión que plantea este tema de la cuestión de los pueblos es, por consiguiente, la del arraigo: marchar al reencuentro de las propias raíces y devolver al mundo de las ideologías la utopía de la homogeneidad, porque ésta, cualquiera que sea su signo, es siempre nefasta.
El Arraigo
La pérdida del arraigo de las actuales civilizaciones democráticas no es un problema materialista, sino espiritual.
Los pueblos antiguos no tenían establecida una diferenciación entre lo sagrado y lo profano. El Espíritu todo lo penetraba y lo impregnaba. Convivía con el hombre en la casa, en la caza, en la guerra, en la labranza y en la ceremonia religiosa. Era cierto que todos reconocían un más allá absoluto, innombrado e innombrable, silencioso, impresionante, estremecedor, pero el Espíritu salido de aquella distancia penetraba el mundo. Mediante tal arraigo del Espíritu, ya visible o invisible, los pueblos se vinculaban a la creación, se hacían inmanentes, y aprendían a apreciar los bosques, las fuentes y las grutas, a la vez que entendían lo que era la trascendencia y la muerte. El mundo era, así, una manifestación de comunidades de vivos y de muertos no quebradas.
La caída del arraigo
Con las revoluciones que han desacralizado la vida poco a poco, la presencia del Espíritu “ha muerto” y parece como si éste se hubiera desarraigado de la tierra, no por su voluntad, sino por la acción del hombre profano que, con su gesto, ha hecho nacer una suerte de trascendentalismo negativo, esto es, un mandar lejos al Espíritu, sin reconocerle cualquier posibilidad de intervención en la existencia cotidiana.
Pues bien, los pueblos que han sacado de sí ese Espíritu arraigado son los primeros que han perdido su ser y se han hecho etéreos, vacíos. Y desde los siglos XVIII y XIX son estos precisamente —y sobre todo los occidentales— los que han venido arremetiendo contra los pueblos de los campos, considerados antiguos, primitivos, incivilizados, pero curiosamente creyentes aún en la existencialidad del Espíritu anclado en la tierra. La conclusión es que existe un curioso paralelismo: la pérdida del Espíritu, que impregna todo, no apega o vincula más a la tierra; más bien, al contrario, separa de ella a quien vive bajo esta inclinación. Si la profanación del mundo, desacralizándolo, se hizo, consciente o inconscientemente, con la intención de disfrutar más de las cosas, pretendiendo transformar la vida en una especie de paraíso hedonista y ocioso, de feria, el resultado ha sido justo el contrario: la tierra se pierde, se rompen las raíces, nacen las civilizaciones sin arraigo —falsas—, las urbanizaciones, las ciudades que rompen con la naturaleza: los dragones que arrasan y gastan todo cuanto les sale o encuentran a su paso, ya sean paisajes, ya sean lobos, ya sean indios.
[Extraido de la revista Punto y Coma, nº 4]
miércoles, mayo 17, 2006
Fragmentos de: Pero ¿Que es el nacionalismo?. (Carlos Caballero Jurado. Revista Hespérides 14, 1997)
(A efectos de suprimir el texto por si se produjera algún tipo de reclamaciónse, se comunica que este texto se ha obtenido de la dirección http://nuevaderecha.ya.st/
Factores sociológicos
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• El papel de las masas. Uno de los rasgos que definen la modernidad es la aparición de las masas como sujeto activo de la Historia. En el mundo pre-moderno, sólo las élites (si se prefiere, las oligarquías) tenían un papel activo en política. Por otra parte, el individuo estaba fuertemente enraizado en una serie de comunidades (su familia, su gremio, su parroquia, etc.) En la actualidad, por el contrario, domina la figura del hombre atomizado, desvinculado, aunque se agrupe en grandes conjuntos humanos (las grandes ciudades, por ejemplo). Los sociólogos hablan a menudo del hombre actual como del hombre-masa. Pues bien, a estas masas sólo se les pueden dirigir mensajes simples hasta el maniqueísmo y emotivos hasta la visceralidad. Y éstas suelen ser las características de la propaganda nacionalista.
En algún caso, es fácil apreciar cómo el nacionalismo se ha convertido en el elemento "religioso" de las sociedades modernas. En función de la nación (en vez de por servicio a Dios) se nos exigen sacrificios, incluso la vida. De la nación debe esperarse el consuelo y la ayuda. El culto a la nación es lo que nos une a los demás ciudadanos. El culto a la nación se celebra con grandes rituales (fiesta nacional, desfiles, etc.) El símbolo de la nación (la bandera) ocupa el lugar que antes ocupaban los crucifijos en oficinas, escuelas, etc. Y así sucesivamente. No es desde luego aventurado afirmar que el "nacionalismo" es la religión laica de los Estados modernos.
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Nacionalismo y patriotismo
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El nacionalismo es una idea que, personalmente, estimo que es absurda, aberrante y criminal. Es responsable de muchas de las desgracias que se han abatido sobre el mundo en la Historia contemporánea. Sin embargo, esto no significa que los pueblos, las naciones, no tengan pleno derecho a hacer valer, a defender, sus peculiaridades nacionales. Éstas suponen diversidad cultural y por tanto son enriquecedoras para el conjunto de la Humanidad. Pero de ahí a hacer de las naciones algo sacrosanto, a oponer a nación contra nación, por principio y como método, hay una abismal diferencia. La defensa de la diferencia nacional es algo positivo, éticamente justificable, pero el nacionalismo, verdadero "individualismo de los pueblos", es algo trágico. Cada día es mayor la concienciación a favor de la defensa de la bio-diversidad. De la misma manera, un gran proyecto para el futuro es la defensa de la etno-diversidad. Pero no creo en el cosmopolitismo, porque éste no es sino una justificación del mundialismo. El cosmopolitismo es nivelador, uniformizador, y no pretende crear una cultura universal que sea válida para todos los seres humanos, sino imponer una determinada cultura al resto de la humanidad. Actualmente, claro está, se trata del american way of life. El cosmopolitismo es la ideología orgánica de las multinacionales, así de simple, que pretende que en Bangkok y en Barcelona, en Helsinki y Johannesburgo, exista una misma cultura. Si las burguesías nacionales se apoyaron en el Estado nacional y el nacionalismo para crear los mercados nacionales, en la actualidad, en el mundo de la economía planetaria, el cosmopolitismo es la ideología que sustenta el proyecto de dar forma definitiva al mercado mundial.
El cosmopolitismo no es la antítesis del nacionalismo, sino su continuación lógica. De la misma manera que los nacionalismos laminaron las diferencias regionales en cada Estado, para crear el marco del mercado nacional, hoy las diferencias culturales entre los Estados nacionales tienden a ser abolidas en bien del mercado mundial. Se trata, simplemente, de un peldaño superior, pero en la misma escalera. La antítesis del nacionalismo no es el cosmopolitismo, sino el universalismo de la diferencia. Para quienes crean que la economía es el destino del hombre, nada habrá de negativo en el cosmopolitismo, desde luego. Si el progreso económico (con sus apoyaturas científico-técnicas) ya parece argumento lo suficientemente sólido para devastar el planeta, precipitándolo al borde del caos ecológico, con mucha más facilidad se admitirá que en nombre de ese progreso se destruya las identidades nacionales, presentadas como fetiches folclóricos de dudoso valor. La occidentalización queda así justificada, aunque en realidad sean muchos los que se niegan a aceptar las bonanzas de lo que denominan con el nombre de occidentoxicación (un concepto difundido por el imán Jomeini).
¿Existe una alternativa?
Hay que reaccionar, entiendo, contra la aberración que supone el cosmopolitismo, pero ¿es el nacionalismo la forma de hacerlo?
Si las denuncias de que la actual cultura es ecocida son ya admitidas por una parte importante de la opinión pública, también es cierto que, cada vez más, se subraya el componente etnocida de esa misma cultura occidental [6], en forma de una creciente sensibilización por la triste suerte que les espera a los pocos pueblos primitivos que aún subsisten.
No es extraño que ante el avance imparable de la mundialización de la cultura occidental haya muchos que piensen que el nacionalismo es, en definitiva, una forma viable de erigir barricadas contra ese proceso. Estudiemos este tema con algo más de detenimiento.
En primer lugar, espero haber demostrado, o al menos provocado la reflexión al respecto, que el nacionalismo es una ideología absoluta y genuinamente moderna, hija de la Ilustración y de la Revolución burguesa, compañera inseparable de los procesos de modernización. Cada uno es muy libre de pensar lo que desee sobre la Ilustración, la Revolución francesa o la modernización, pero para mí son tres fenómenos negativos. ¿Añoro el que la aristocracia haya perdido sus privilegios o que la Iglesia sea el grupo sociológico más influyente en una sociedad? En absoluto. ¿Me encantaría volver al Antiguo Régimen? Nada más lejos de la realidad. Simplemente se trata de que me hubiera gustado que la humanidad hubiera evolucionado en un sentido distinto, lejano de los valores individualistas y economicistas. No quiero que se les devuelvan sus privilegios a la Casa de Alba ni al arzobispo de Toledo, pero preferiría que mi mundo no fuera dirigido por brokers ni por la tecnoestructura de las empresas transnacionales de la que nos ha hablado Galbraith. No deseo la vuelta a las sociedades teocráticas, pero las actuales, basadas en el individualismo posesivo (en el yo y mis cosas por encima de todo) me produce entre náuseas y escalofríos.
Si es cierto que el nacionalismo es una ideología característica de la modernidad, ¿resulta lógico enfrentarse con ella a la modernidad?.
Cuando denunciamos el funcionamiento nivelador del cosmopolitismo olvidamos que ese mismo papel ha sido desempeñado, en un escalón algo más bajo y en una fase histórica anterior, por el nacionalismo. Fueron los Estados nacionales los que empezaron a ejecutar la política de destrucción de la diversidad cultural en el marco de sus fronteras. La Francia jacobina es el ejemplo más evocador, pero el mismo modelo ha sido utilizado en otros muchos casos.
Pero, a mi modo de ver, el principal peligro que hoy encierra el nacionalismo es el de continuar con su dinámica propia de enfrentar a una nación contra otra, en vez de tomar en consideración que hoy el gran problema no son los agravios históricos contra la nación vecina, sino la necesidad de combatir todas las naciones juntas contra el avance del cosmopolitismo. Hay tantos ejemplos que poner que podría llegar a aburrir. Los nacionalistas vascos consideran que su gran problema es el imperialismo español, como si una Euskadi totalmente independiente fuera a ser la mejor garantía de supervivencia de su cultura nacional. Más lejos de aquí, el espectáculo que nos han ofrecido las recientes guerras balcánicas no deja de ser desalentador. Los nacionalistas serbios se han empeñado en aniquilar a los nacionalistas eslovenos o croatas con una furia increíble. A un lado y a otro de la línea de frente se encontraban combatientes que tenían las mismas ideas [7]: deseaban defender su patria, mantener su cultura a salvo, etc. Incluso es fácil que uno y otros desearan para su país el que éste fuera más bien una Gemeinschaft que una simple Gesselschaft, por utilizar la terminología de Tönnies. Pero mientras ellos se destrozaban entre sí, el mundialismo avanzaba imparable (y utilizaba sus sangrientas disputas para deslegitimar no ya el nacionalismo, sino el puro y simple patriotismo y aún cualquier intento de defender el enraizamiento de los pueblos).Si hay algo cierto con respecto al nacionalismo, es que todo nacionalismo genera otro nacionalismo de signo contrario. Vascos y catalanes estuvieron perfectamente integrados en la monarquía hispana hasta que surgió el nacionalismo español y, en respuesta a éste, el nacionalismo independentista vasco y catalán. Pero el nacionalismo catalán, por ejemplo, ha generado como réplica el nacionalismo valenciano, que curiosamente se define más como anticatalán (los catalanes pasan a ser los polacos) que como anticastellano [8]. Pero la espiral no se detiene ahí: el nacionalismo valencianista ya ha alumbrado por reacción un pintoresco nacionalismo alicantino, el alicantinismo, defensor de algo tan surrealista como la alicantinidad. Si sólo se tratara de estas anécdotas no pasaría nada grave. España es hoy en día el solar donde pueden registrarse tantos fenómenos ideológicos estrambóticos que nada de especial habría en éste. Pero el problema es planetario. En la segunda nación más poblada del planeta, la Unión India, el nacionalismo indio, que cada vez adquiere más fuerza, conforme el país se moderniza, utiliza como una de sus señas de identidad las creencias hinduístas de la mayoría de la población; lógicamente esto supone enfrentarse con la minoría india musulmana (minoría en términos muy relativos, ya que aunque sólo suponga un 10% de la población, este porcentaje implica que son unos 100 millones de seres), con la minoría sij o con otras minorías, lo que, obviamente, ha dado lugar a la aparición de sus propios movimientos nacionalistas, exigiendo la independencia de los territorios en que éstas habitan (Cachemira, el Punjab, etc.). Si el nacionalismo ha demostrado tener tanta fuerza como para atomizar la antigua URSS, podemos preguntarnos si no lo tendrá también para hacer estallar a la Unión India. Luego lo que en España puede resultar anecdótico, en realidad es un fenómeno de la mayor transcendencia a nivel planetario.Todo nacionalismo genera, repito, un nacionalismo en sentido contrario, provocando una espiral infernal. Se abren permanentemente nuevos frentes de lucha, mientras se ignora el frente de lucha que debía ser el primordial: combatir el cosmopolitismo del american way of life.
Si he insistido hasta la saciedad en que el nacionalismo es un fruto de la modernidad, es porque creo que en el mundo pre-moderno existía una noción, la de Imperio, que constituye un modelo político alternativo del mayor interés. Por desgracia, las limitaciones del lenguaje le han jugado una mala pasada a este concepto, y hablar elogiosamente del concepto de Imperio sugiere inmediatamente que se pretende defender el imperialismo. Cuando hablo de Imperio no me refiero, desde luego, al imperialismo que conocemos, en el que una potencia conquista, domina, explota y si puede aniquila culturalmente a otras. Me refiero, por ejemplo, al modelo existente bajo Carlos V, quien ostentaba la soberanía sobre territorios de la mayor diversidad cultural, y en el que era compatible la existencia de un proyecto histórico común con el respeto escrupuloso a las peculiaridades y leyes propias de los territorios integrados en el conjunto [9].
El nacionalismo ha supuesto consecuencias inesperadas (y catastróficas) para muchos que en él se han apoyado como palanca fundamental. Repasemos algunos casos. Durante la segunda guerra mundial, por ejemplo, Hitler desarrolló una política exterior absolutamente nacionalista. Cuando, por poner sólo un ejemplo entre otros muchos posibles, en enero de 1941 tuvo que elegir a quien apoyar en Rumanía, pudiendo optar entre la Guardia de Hierro o el mariscal Antonescu, se decantó por este último, ya que al no tener tras de sí ningún partido político que le apoyara, podría ser un títere en manos alemanas, y al no pensar el Mariscal en ningún proyecto revolucionario para su país, sería más fácil para los alemanes el controlar la economía rumana (cuyo petróleo era vital para la maquina de guerra hitleriana). Si Hitler no hubiera sido un nacionalista, sino coherente con el universalismo de su ideología, lo lógico hubiera sido apoyar a la Guardia de Hierro, más afín a su cosmovisión que la ideología (o carencia de ella) de Antonescu. Sin embargo, en 1944, cuando el Ejército rojo se hallaba en las puertas de Rumanía, un golpe de Estado de opereta bastó para defenestrar a Antonescu (que no tenía tras de sí ningún apoyo de las masas) y el cambio de régimen fue acompañado por la irrupción en tromba del Ejército rojo en los Balcanes, provocando que Rumanía y también Bulgaria pasaran, de ser naciones integradas en el Eje, a enemigas de Alemania, mientras que la Wehrmacht se veía obligada a retirarse a toda prisa de Grecia y todo el sur de Yugoslavia, y el avance soviético permitía que estallara una rebelión antialemana en Eslovaquia, a la vez que en Hungría se volvía a poner en marcha una conspiración para sacar a ese país del Eje. En 1941 Hitler actuó como un nacionalista (puso los intereses de Alemania por encima de todo al decidir cómo actuar en la crisis rumana). A la larga, esa política resultó funesta para él, para Alemania y para otras muchas naciones.
Otro buen ejemplo nos lo daría el conflicto árabe-israelita. Dejando de lado otras consideraciones, sorprende que todo el mundo árabe sea incapaz de unirse frente a un Estado de dimensiones casi liliputienses. Hay muchas otras razones que explican la situación, desde luego, y conozco muchas de ellas, pero debe llamarse la atención sobre el hecho de que los sirios, por ejemplo, no sólo detestan a Israel, sino que consideran que los nacionalistas palestinos son unos traidores, ya que Palestina no debe ser un Estado independiente, sino lo que históricamente ha sido, es decir, una provincia de Siria. Por las mismas, odian también a los nacionalistas libaneses (Líbano es también parte histórica de Siria) o a los nacionalistas jordanos (Jordania no es sino el hinterland de Palestina y, por tanto, también forma parte histórica de Siria). Obviamente, muchos nacionalistas palestinos detestan a Siria o a Jordania, a las que acusan de tratar de absorberles, de la misma manera que los que se autotitulan como nacionalistas libaneses (sin poder renegar de su cultura árabe, aunque en muchos casos sean cristianos) incluso se muestran partidarios de apoyarse en Israel contra los sirios. Sirios contra palestinos, libaneses y jordanos, sin olvidar a los iraquíes [10]. Y viceversa. El resultado está a la vista: todos detestan a Israel, y a los Estados Unidos, pero de hecho se enfrentan entre sí con tanto empeño que Israel sigue manteniéndose en el lugar que ocupa y los EE.UU. siguen siendo la potencia hegemónica en la región.
Estos serían dos ejemplos, entre otros muchos, de los sinsentidos a que puede conducir basar una estrategia política en el nacionalismo. Y estas son algunas de las razones por las que la formulación de una alternativa política para el siglo entrante, en mi opinión, debe empezar por defenestrar de su discurso el recurso al nacionalismo.
Notas
[6] Se ha tratado de bautizarla con muchos nombres, desde el de "Coca-Colacultura", hasta la "Cultura del McDonald’s"; pero en realidad el nombre más apropiado, aunque a muchos occidentales nos pese, es el de cultura occidental.
[7] Por supuesto excluyo aquí a los asesinos y criminales que bajo la excusa nacionalista han dado salida a sus más bajos instintos.
[8] Por mucho que el nacionalismo de Unión Valenciana sea presentado como esperpéntico, el hecho es que es el único que ha obtenido cierto apoyo electoral, mientras que los nacionalistas valencianos pancatalanistas constituyen un fenómeno político irrelevante en cuanto a eco entre los electores.
[9] Una de las singularidades más chocantes de los que en España se han considerado nacionalistas españoles, por ejemplo, los franquistas, es la de considerar que, con los Austrias, España alcanzó su apogeo, para, a continuación, ignorar el modelo en que se basó ese apogeo. Así, de manera insistente se hablaba en tiempos del franquismo de las glorias de Carlos I de España y V de Alemania (ignorando el hecho de que un titulo de Emperador, obviamente, es de más rango que el de Rey, de manera que lo lógico es llamarlo Carlos V de Alemania y I de España...), de Felipe II y aun de los restantes Austrias, pero no se quiso entender que en esa época los monarcas Habsburgos españoles respetaban escrupulosamente la existencia de peculiaridades legales que diferenciaban entre sí a sus reinos hispánicos. Esos mismos nacionalistas españoles del modelo franquista, que presentan a los Borbones como una dinastía extranjera que trajo la decadencia a España, ignoran que fueron esos Borbones los que acabaron con esas peculiaridades estatutarias de los reinos hispánicos (algo que heredaba el franquismo) y mientras se les llenaba la boca con el "España una" ignoraban que hasta las Cortes de Cádiz (las denostadas Cortes de Cádiz) ni un sólo documento oficial de la Corte de la Monarquía católica habló jamás de España, sino que siempre se empleó la formula de "las Españas...".
[10] La guerra del Golfo fue, al respecto, de una extraordinaria elocuencia. Aunque en Siria e Iraq están en el poder los panarabistas socializantes del partido Baas, obviamente los sirios consideran que en el proyecto panárabe el lugar central corresponde a Siria, mientras que los iraquíes lo atribuyen al Iraq. Moraleja: los sirios no dudaron en aliarse con los norteamericanos contra los iraquíes, incluso enviando tropas a combatir codo con codo con los soldados norteamericanos...