Tiempo de conmemoraciones: de los 550 años de Isabel a los 1200 de Brañosera, en el origen de Castilla
Pido perdón por incluirme en el grupo de segovianos escépticos, que aunque no se lo crean “haberlos, haylos”, ante las pomposas celebraciones que la ciudad ha organizado para conmemorar lo que Segovia le regaló a una de las figuras más relevantes de la historia universal, la más ensalzada, puede que con todo merecimiento y justicia, pues como muy bien relata mi admirada Mercedes Sanz de Andrés, en su magnífico ensayo del pasado domingo 6 de octubre, estamos ante una mujer extraordinaria y gobernante excepcional; pero la gratitud no debía encontrarse entre sus virtudes, al menos con la ciudad que la elevó al trono de Castilla. De ahí nuestras cautelas con estas celebraciones que dada la finalidad laudatoria de los actos programados, obvian su injusto comportamiento posterior con Segovia, no sólo por lo que la llegó a quitar, sino también porque intimidara con amenazas a los segovianos de la época que se atrevieron a oponerse a sus reales designios; especialmente, cuando faltando a lo que solemnemente juró con la mano puesta en los Evangelios, decidió segregar una parte de la Tierra de su Comunidad. Juramento, que ella misma reconoció haber incumplido en el momento de redactar su testamento. Tampoco debe olvidarse, que la proclamación se hizo a instancias suyas y no por iniciativa del Concejo de la ciudad (como se está dando a entender), tal y como se acredita en el acta de dicha coronación, expedida por el escribano Pedro García de la Torre, presente en todos los actos y que así pudo dar fe de cómo ocurrieron los mismos. Acta, que consta en el archivo municipal y que fue sacada del ostracismo por Mariano Grau, reproduciéndola en primicia en el primer número de Estudios Segovianos del año 1949, a cuyo contenido me remito. Dato, quita relato.
No pretendo desvirtuar los actos que con gran éxito de participación se vienen desarrollando y, sinceramente, me alegra la extraordinaria relevancia que están alcanzando para la promoción turística de la ciudad. Si las celebraciones redundan en beneficio de Segovia y de los segovianos, solo puedo decir que bienvenidas sean, pero ello no es óbice para que se oculten datos históricos incontestables y solo se presenten aquellos merecedores de tanto incienso elevado al cielo que nos cubre, al mismo tiempo que nos confunde.
Junto a estas celebraciones, no debiera pasar desapercibida otra conmemoración que entiendo también fundamental en la historia de todos cuantos nos sentimos castellanos, pues afecta al germen que daría lugar al nacimiento de Castilla. En el presente mes de octubre se cumplirán o se habrán cumplido, 1200 años de la Carta Puebla, también denominada Fuero de Brañosera. Con ella, se da el pistoletazo de salida al inicio de la repoblación de los territorios deshabitados entre las montañas cántabras y el río Duero, y por consiguiente, se pone la primera piedra de lo que sería después el Condado de Castilla, dependiente del reino de León. La despoblación fue una consecuencia de la política de tierra quemada implantada por el rey asturiano Alfonso I, como medio de evitar el abastecimiento de los ejércitos musulmanes en sus razias hacia el norte de la península.
Brañosera, se ha venido considerando como el primer municipio en constituirse tras la invasión árabe acontecida en el 711. Enclavada al norte de la actual provincia de Palencia, sería el primer lugar repoblado por el sistema de carta puebla, a mi juicio más apropiado que el de fuero. Se trata de un documento escrito mediante el cual una autoridad con poder de jurisdicción en un determinado territorio, ya fuera este de realeza, eclesiástica o señorial, otorgaba autorización para fundar una población dentro de sus términos. Entre nosotros, tenemos varios ejemplos significativos, como son las otorgadas por la Comunidad de Ciudad y Tierra de Segovia en 1297, para que se fundara la población de El Espinar y en 1499 la de Navalcarnero, hoy en la comunidad autónoma madrileña.
La de Brañosera, a la que nos venimos refiriendo, fue otorgada por el conde Nuño Núñez, el jueves, 13 de octubre de 824: “En el nombre de Dios. Yo Nuño Núñez y mi mujer Argilo, buscando el Paraíso y el recibir merced, hacemos una puebla en un lugar de osos y caza y traemos a poblar a Valerio y Félix, a Zonio, Cristuébalo y Cerbello con toda su parentela y os damos para población el lugar que se llama Brañosera con sus montes y su cauces de agua, fuentes, con los huertos de los valles y todos sus frutos”. Así consta textualmente en el preámbulo de dicha Carta. Allí empezó todo. Tal y como se narra en el Poema de Fernán González: “Eran en poca tierra muchos omes juntados; de fambre e de guerra eran muy lacerados”. Por eso la población que se amontonaba en los angostos valles cantábricos comenzó a descolgarse de las estribaciones orientales de los Picos de Europa, en dirección sureste, poblando las llanuras y demás territorios de forma comunitaria a través de genuinas instituciones populares, como fueron tanto las Merindades como las Comunidades de Ciudad o Villa y Tierra, con el Duero como frontera natural entre unas y otras.
Este es el origen de la Castilla gentil cantada por los poetas, con la que nos gusta identificarnos a los que nos consideramos sus hijos y que, aunque solo fuera por un motivo sentimental, queremos mantener viva en nuestra memoria. En Brañosera, se plantó la primera semilla, hace ahora justo mil doscientos años. Que cada cual conmemore libremente aquello con lo que mejor se identifique.
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