VALORACIÓN PSIQUIÁTRICA DE
DON QUIJOTE
Por JOAQUÍN
SAMA
Transcurridos
más de 400 años desde que viera la luz la inmortal obra de D. Miguel de
Cervantes “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha”, un grupo
compuesto por más de 600 psiquiatras
residentes en España, ha participado en un proyecto consistente en exponer sus respectivos criterios
clínicos en relación a la existencia o no de algún tipo de patología mental en
don Alonso Quijano, protagonista de tan singular novela.
Fruto de este
trabajo, hoy tenemos recogidas las opiniones expresadas por este amplio elenco
de profesionales, buenos conocedores del alma humana.
Aún reconociendo
la dificultad de hacer un diagnóstico retrospectivo tras los más de cuatro
siglos transcurridos desde que fuera escrita la novela, el análisis pausado y la
serena reflexión puestos en esta tarea por los especialistas, han hecho posible salvar, al menos en parte,
el escollo cronológico para la correcta interpretación de las peculiares
aventuras y conductas del protagonista de esta obra maestra de la literatura
universal.
El resultado del esfuerzo por alcanzar una razonable
aproximación diagnóstica sobre el
principal protagonista de la novela,
constituye un valioso conjunto de
consideraciones clínicas, profusamente argumentadas, que comentamos a
continuación:
La mayoría de los
expertos consultados, concretamente el 30,33 por ciento de ellos, ha opinado
que el principal protagonista de la novela de Cervantes, el inmortal don Quijote de La Mancha, no es un enfermo
mental.
Para muchos es un idealista, un ser dolido por el tedio,
un excéntrico fuera de lo común, que actuaría como un loco para escapar de la
aburrida y monótona vida que le ofrecía
la pequeña población manchega donde nació; para otros, don Quijote sería
un transgresor social, un luchador por las libertades y la justicia,
políticamente incorrecto, que al final de sus días llega a sentir con pesimismo
la derrota de los ideales. Todos tenemos dentro de nosotros algo de Quijotes y
no por ello estamos alienados.
Para algunos, don Quijote es un humorista,
alguien que ha tomado conciencia de su parte inútil y superflua, y se complace
por ello. Para otros, don Quijote es un inconformista, el arquetipo del
revolucionario anónimo que toma partido en solitario contra las injusticias
sociales. Incluso podría tratarse de un mitómano, excéntrico y algo chiflado, a
quien se le va la cordura en algunos momentos, pero conserva el sentido de la
realidad en lo fundamental.
Hay quien ve en
don Quijote una alegoría del romanticismo, un alegato de la trascendencia que
tiene arriesgar la propia vida en defensa de unos ideales tan alejados de razones económicas cuando no hedonistas.
Podría ser un hombre común que saca lo mejor de sí mismo tras determinadas
lecturas y que se compromete a defender con tenacidad todo aquello en lo que
cree.
Para otros, don
Quijote sería un fanático en post de un ideal, a todas luces inalcanzable, que
le hará sentir la infinita soledad del idealista. ¿Acaso es locura vivir de
acuerdo a un ideal?
Desde mi punto
de vista, cuando Cervantes escribe su genial novela Don Quijote de La Mancha,
está narrando la biografía de un ser entrañable adornado por una cualidad que
destaca sobre todas las demás: el altruismo.
En efecto. Don Quijote, tras renunciar a la
paz hogareña, pone en riesgo su propia
existencia en una lucha desigual contra supuestos y peligrosos enemigos, ofrece
protección a su muy amada y sublimada Dulcinea, busca con ahínco deshacer
entuertos y traer la justicia a este mundo, sin obtener a cambio una
contrapartida cierta. ¿Acaso todo esto no es sino altruismo?
La Etología, esa
ignorada ciencia que estudia el comportamiento, define la conducta altruista
como aquella acción que busca mejorar las posibilidades de supervivencia de otros
seres a pesar de la merma de las posibilidades de quien la ejerce. ¿Pretender
mejorar las condiciones de vida de los demás, aún a riesgo de perder la propia,
no es tal vez el mejor ejemplo de conducta altruista?
El altruismo, conducta que aporta
estabilidad y eficiencia evolutivas, como se ha podido demostrar incluso con
algoritmos matemáticos, se encuentra inscrito en nuestro código genético,
existiendo tres tipos principales de altruismo: el recíproco, popularmente
expresado en la conocida máxima “Hoy por ti, mañana por mí”; el consanguíneo,
es decir, aquel que se siente hacia quienes comparten nuestros propios genes, y
el manipulado: el que busca obtener ventajas evolutivas de un modo injusto,
como sería, por ejemplo, fingir una afección médica para lograr la correspondiente
prestación social.
Pues bien. ¿Qué
tipo de altruismo motiva a nuestro héroe, el ingenioso Hidalgo Don Quijote de
La Mancha? Sin duda, el recíproco en su expresión más genuina: deshaciendo
entuertos pretende conseguir un mundo mejor, crear unas condiciones de vida que
aumenten las posibilidades de supervivencia de los demás, empeño que
momentáneamente merma sus propias posibilidades. En contrapartida espera
alcanzar más adelante un reino y los favores de Dulcinea, es decir, la posibilidad
de perpetuar sus propios genes. ¿No se cumple rigurosamente aquello de “Hoy por
ti, mañana por mí”?
Que el altruismo
sea una transacción no resta un ápice de mérito a nuestro héroe que, condicionado
culturalmente, decide entregarse a ese comercio de favorecernos unos a otros,
tan entroncado con la más pura tradición cristiana: “Amaos los unos a los
otros”.
He ahí otro
aspecto a destacar del Quijote, el condicionamiento cultural de su altruismo,
cómo la lectura de novelas de caballerías condiciona de una determinada manera,
congruente con el medio en el que vive, la forma de expresar ese impulso
genético de favorecernos unos a otros. Tan intenso efecto le produce aquel tipo
de lecturas, en boga por aquella época,
que decide convertirse en un Caballero Andante más, como los héroes de sus
novelas, para impartir justicia por los campos de Castilla, cual arrojado
benefactor.
La emoción de
sentirse héroe se hace tan intensa en él, que en ciertos momentos le lleva a
perder el sentido de la realidad, que no el juicio. En los episodios de los
molinos de viento o el rebaño de ovejas no tiene alucinaciones, sino falsas
percepciones, ilusiones debidas a la
intensa emotividad que pone en el empeño.
Don Quijote no
es un enajenado mental, ni siquiera en sus momentos menos lúcidos, más
disparatados: es, en todo caso, y solo en una parcela muy concreta de su
personalidad, un fundamentalista, concepto tan de actualidad, que incluso llega
a confundir la realidad exterior cautivado por los más nobles ideales.
Un amplio grupo de especialistas opina que no es factible
llegar a un diagnóstico de certeza sobre un personaje de ficción, si para ello
queremos basarnos en los criterios diagnósticos recogidos tanto en la
Clasificación Mundial de Enfermedades (ICD-10), como en el DSM-V, manuales para
el diagnóstico que, con las necesarias actualizaciones, utilizamos
habitualmente los psiquiatras. El porcentaje de los que se manifiestan en este
sentido es del 25,6 por ciento .
Quienes
así se expresan, consideran que don Quijote no pertenece a la Psiquiatría,
sino a la Literatura. La “locura” sería
un decorado, un recurso técnico usado por Cervantes, cuyos objetivos son de
orden literario. No procede, por tanto, hacer un diagnóstico que, además de
innecesario, sería impreciso, al ser
las “locuras” del Quijote recursos literarios utilizados por Cervantes con el
fin de ridiculizar las novelas de caballerías, poniendo juntos a un loco y un
cuerdo, que entablan un coloquio
novelado entre locura y cordura.
Frente a
estos dos grupos que representan el 55,93 por cien de los encuestados, hay un
41,80 % de opiniones tipificando a don Quijote con distintas clases de diagnósticos
psiquiátricos, y un 2,17 % más que le atribuyen algún tipo de alteración
caracterológica, como sería mitomanía, o
incluso insomnio crónico.
El 15,3 % de los psiquiatras consultados
considera a don Quijote como un enajenado mental, es decir, que está fuera de
la realidad, pero sin llegar a concretar
la clase de patología que padece. Esta falta de concreción en el diagnóstico
muy probablemente se deba a que el “paciente” estudiado no es un caso real,
sino un personaje de ficción que
Cervantes, en su actividad creativa, nos presenta con diversas conductas
alejadas de lo normal, pero sin llegar a conformar un cuadro con el suficiente número de signos clínicos
englobables dentro de alguna entidad nosológica concreta.
Un 7,4 % de
los especialistas opina que don Quijote de la Mancha padecía Trastorno de ideas
delirantes persistentes, cuadro clínico caracterizado por la presencia de un
conjunto más o menos coherente de ideas delirantes en relación a un tema,
siendo dichas ideas irrebatibles
mediante la argumentación lógica. El paciente está plenamente convencido de la
veracidad de ellas, a pesar del claro contenido patológico que tienen.
Para un 6,6
% de los consultados don Quijote sufría Trastorno afectivo bipolar, en base a
que en determinados momentos mostraba una conducta desinhibida, con excesiva
exaltación del ánimo, grandilocuencia, ideación megalomaniaca, e insomnio,
entre otros signos clínicos, mientras que en otros momentos su actitud viraba
al extremo opuesto, mostrándose cansado, con decaimiento del ánimo, pérdida de
ilusión y algún otro signo de la esfera depresiva.
El porcentaje aproximado del 12 % restante, se
reparte entre diversos tipos de diagnósticos, tales como Trastorno
esquizoafectivo ( 3,3 %), Parafrenia ( 2,8 %), Delirio compartido, folie a deux
(2,8 %), Esquizofrenia paranoide ( 1,9 % ), Síndrome de Ganser (1,1 %) y Trastorno
esquizotípico de la personalidad ( 0,6 % ).
No cabe duda que si don Quijote hubiera
existido realmente y hubiese deambulado por nuestros pueblos y ciudades, a
pesar del mayor nivel de tolerancia que se le supone a la sociedad actual, hubiera
tenido muchas posibilidades de ser ingresado con carácter urgente en la Unidad
de Psiquiatría más cercana y, tras varios días de estancia hospitalaria, se le
habría dado el alta médica con su correspondiente informe y tratamiento que incluiría
con toda probabilidad algún neuroléptico de última generación.
¡Larga vida, Don Quijote!
JOAQUÍN SAMA
Psiquiatra
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