LUIS
CARRETERO NIEVA
LAS
NACIONALIDADES ESPAÑOLAS
COLECCIÓN
AQUELARRE. MÉXICO 1952
ASTURIAS, LEÓN, GALICIA y PORTUGAL
El caso y la conducta de la monarquía astur-leo-
nesa son muy distintos. El acontecimiento de Cava-
donga, ajeno en sus propósitos últimos al pueblo
astur, que constituye la raíz étnica prerromana de]
primitivo reino de León, es una empresa de mag-
nates godos de toda la Península desalojados por los
agarenos de sus sinecuras y fuentes de explotación
del pueblo ibérico. Su designio dista de ser la libe-
ración de España de ninguna sumisión; pues les mue-
ve, por el contrario, el apetito de volverla a dominar
en provecho de las oligarquías de origen godo. El
carácter originario de la monarquía astur-leonesa ha
sido bien estudiado por nuestros mejores histo-
riadores contemporáneos. Don Ramón Menéndez Pi-
LUIS CARRETERO Y NIEVA 152
dal lo señala reiteradamente en muchos de sus más
importantes trabajos. De su autorizada pluma son los
conceptos que a continuación copiamos.
Desde el comienzo de la época visigótica "el ele-
mento germánico de la región astúrica y colindantes
debió ser muy afecto a los elementos directores fija-
dos luego en Toledo, ya que obtuvo los llamados
Campos Góticos, codiciados por su riqueza triguera,
principal preocupación del godo de la época migra-
toria, y más tarde, cuando la invasión árabe, se vió
reforzado y absorbido por los godos fugitivos de
Toledo que modelaron el reino astur-leonés según
el goticismo romanizado que había imperado en la
ciudad de los Concilios" (23).
En las luchas intestinas de la España visigótica,
"el partido vitiziano, auxiliado por los africanos,
quedó vencedor, aplastando a sus contrarios los par-
tidarios del rey Rodrigo, ahuyentándolos a buscar es-
trecho refugio en los montes de Asturias". "Cuando
poco a poco el partido aniquilado resurge en Astu-
rias. .. no hay ya que considerar una oposición par-
tidista, sino lucha de dos Estados que ocupan territo-
rio diverso y tienen gobierno diverso. La España del
Sur, el Ándalus, aunque desarrolla un islamismo muy
hispanizado en costumbres, en arte, en ideología,
queda segregada de Europa y unida al orbe cultural
afro-asiático. La Epaña del Norte, la europea, aun-
que bien firme en su cristiandad, Se ve, sin embargo,
muy sometida a influjos del Sur, en el tiempo en
que la cultura árabe era muy superior a la latina,
y cumple entonces el alto destino histórico de servir
como eslabón entre los dos orbes, oriental y occi-
dental" (2).
"El reino astur-leonés nació fortalecido con los
restos de la nobleza goda de Toledo, que ante la
increíblemente rápida invasión musulmana se refugia-
ron en Asturias" (83). "Al consolidarse el pequeño
reino asturiano, los monarcas de Oviedo se sentían
sucesores de los godos de Toledo, continuadores de
la monarquía total hispana" (24). "A Alfonso 1,
en-
tronizado al abrigo de las montañas asturianas, se le
daba el título de descendiente del rey godo Reca-
redo" (83).
"Ese visigotismo asturiano llega a su más plena
afirmación por obra de Alfonso III. Este gran rey,
ensalzador de Santiago, apasionado por la cultura
de la época goda. .. se propone continuar la histo-
riografía visigótica, interrumpida hacía más de dos
siglos. A este fin promueve la redacción de un EPí.
tome histórico universal, acabado en Oviedo el año
883 (la llamada "Crónica Albeldense") y una Cbro-
nica visegothorum (la llamada "Crónica de Alfonso
III") , dos producciones gemelas que en Asturias
'continúan la doble dirección de la historiografía vi-
sigoda, como los reyes asturianos pretendían conti-
nuar la dinastía que había reinado en la perdida To-
LUIS CARRETERO y NlEVA 154
ledo; dos producciones inspiradas por un mismo pen-
samiento: el de la restauración asturiana de la España
goda. La Chronica visigothorum justifica su título
afirmando que el primer rey asturiano, Pelayo, era
de "prosapia regia" y que su yerno Alfonso 1 era
"descendiente de los reyes Leovigildo y Recaredo".
Por su parte, el "Epítome universal" nos enseña
que
Alfonso II el Casto "estableció en Oviedo toda la
organización de los godos, tal como había existido
en Toledo, tanto en la Iglesia como en el Palacio"
"
(3 ). El cronicón Albeldense "presenta a España corno
nación hija de Roma, como continuadora de la mo-
narquía goda en el reino leonés" (24).
"Misión especial de ese reino asturiano neogótico
es recobrar todo el reino de los godos. La Cbronica
visegothorum indica esto haciendo decir al rey Pe-
layo que sobre las rocas de Covadonga se asentará la
salvación de España y la restauración del pueblo
godo" (3).
En Covadonga se declaran, pues, tres fines como
aspiraciones supremas que modernamente se quieren
santificar con la virtud del patriotismo: Restaurar el
Imperio visigodo que tuvo su sede en Toledo; reco-
brar para ello toda España; y establecer un Estado
fuertemente unitario, regido y disfrutado por una
casta eclesiástico-militar que tiene un rey a la cabeza
como mediador y repartidor de los beneficios.
En estas ambiciones, la monarquía astur-Ieonesa
choca con vascos y castellanos al pretender dominar
a estos pueblos. Así "el reino visigodo, agitado por
la oposición de vascos Y cántabros, se repite en el
Imperio leonés, reino neogótico, combatido por Na-
varra y por Castilla" (24). "León, fiel a su
herencia
y a su alta representación, era una monarquía arcai-
zante, empeñada en conservar el código visigodo y
aquel fuerte carácter clerical del destruido reino, que
se manifiesta bien, ora en los concilios de León y
Coyanza, resurrecci6n de los antiguos concilios visi-
góticos de Toledo, ora en el señorío temporal de
obispos y abades, que pesaba sobre las grandes po-
blaciones del reino leonés" (83). El país vascongado
y Castilla -que se reconstruye sobre un fondo cán-
tabro-celtíbero, cántabro en el alto Ebro, celtíbero
en el alto Duero- se levantan enfrente. En cuanto
al País vascongado, los propósitos de la monarquía
neo gótica se quiebran en Arrigorriaga. Por lo que
hace a Castilla, que al comienzo de la Reconquista
no tenía tal nombre (84) Y era solamente un con-
junto de varias sociedades autónomas, como de he-
cho lo ha sido siempre antes de la transformación del
Estado español por la monarquía imperial, la do-
minación por la corona astur-Ieonesa, más aparente
que real, para en la independencia del condado cas-
tellano, después reino.
El catalanismo de nuestros días -dice Menéndez
Pidal-- es un recuerdo pálido de discordias si se le
LUIS CARRETERO NIEVA 156
Compara con Ia viva rivalidad que separó a León
y a Casulla en otros tiempos. "Estos dos nombres,
Cestilla y León, que hoy nos suenan como indísolu-
blemente unidos, tardaron mucho en soldarse así.
Los vaivenes de su acercamiento y repulsión dejaron
honda huella en la historia de los siglos X al XIII,
y es interesante ver cómo este aspecto de la fermen-
tación nacional se refleja en la literatura antigua"
(83).
Estas luchas entre Castilla y León no fueron epi-
sódicas y tienen, por el contrario, profundo sentido.
Si consideramos que las diversas comunidades de los
pueblos que en conjunto se denominan Castilla asen-
taban su vida sobre principios económicos, sociales
y políticos incompatibles con las apetencias de los
hombres de Covadonga, y que los castellanos, y con
ellos los vascos, habían defendido sus organizacio-
nes frente a romanos y godos y tenían el hábito de
su propio gobierno y el sentido del ambiente que les
rodeaba, nos explicaremos fácilmente el hecho histó-
rico de la independencia de Castilla.
A pesar de que León es un Estado de muy vieja
tradición y de personalidad histórica no sólo definida
sino sobresaliente entre todos los de España, de ac-
tuación guerrera intensa y triunfante, que ha contri-
buido más que ninguna otra de las nacionalidades
peninsulares a la formación de la monarquía espa-
ñola, y por tanto del Estado español moderno; y aun
cuando Castilla es un grupo agregado y discordante,
tan en desacuerdo con el núcleo original de la mo-
narquía en sus esencias políticas y sociales que se
aparta de ella por un movimiento separatista de ca-
rácter nacional; se toma el nombre de Castilla como
expresión de un conjunto de pueblos y estados en el
que ella es precisamente la parte extraña. Acabamos
de ver que Aragón está, en cierto grado, en un
caso parecido con relación a la monarquía oriental de
la Península.
Teniendo como núcleo la monarquía astur-leonesa,
se forman en el noroeste de nuestra península los es-
tados de Asturias, León, Galicia y Portugal. Los dos
primeros constituyen en realidad uno solo, pues si
Galicia tuvo en alguna ocasión personalidad separada
como estado, la monarquía astur-leonesa es la misma
en el curso de la historia, ya tenga la capital en Ovie-
do, ya la traslade a León al extenderse por la llanu-
ra de Tierra de Campos en el Duero medio. Los pue-
blos de este grupo tienen personalidad propia y pre-
sentan en su desarrollo histórico caracteres comunes
que los señalan entre las restantes nacionalidades de
España.
Salvo los astures en el norte y unos lusitanos en
parte de Portugal, la población prerromana dominan-
te en este grupo es la celta (85), lo que le da raíz
étnica especial en el conjunto de los pueblos peninsu-
lares. Este predominio de lo céltico parece tener in-
LUIS CARRETERO Y NIEVA 158
fluencia en la gestación de las nacionalidades de este
grupo. Los celtas establecen una organización políti-
ca, social y económica con el castro como centro y una
masa general de población dispersa en el campo cir-
cundante; con pequeñísimas aldeas en Asturias, Gali-
cia y montañas leonesas; con caseríos repartidos por
el llano, que tenía entonces población muy rala y
que se concentra más tarde en esos' mismos caseríos
para convertidos en núcleos mayores con una econo-
mía adecuada en la que los celtas extendieron el cul-
civo del trigo en gran escala, pues el fomento de este
cultivo es una de las características del celta históri-
co (9). La meseta leonesa -mal llamada castellana--
les debe, según parece, su agricultura cerealista, sien-
do de presumir que antes de la llegada de los celtas
la población autóctona, poco densa, fuera predomi-
nantemente pastora. La gobernación de los celtas,
que establece unas reformas tan profundas en la cons-
titución política y, sobre todo, en los sistemas de pro-
ducción y en el concepto de la propiedad, unida a
la transformación de la base étnica contribuye a de-
terminar con el tiempo los rasgos nacionales de los
pueblos de este grupo. "La prosperidad de los celtas
durante su apogeo en España la indica el florecimien-
to de los distintos grupos regionales de su cultura:
la de los castros de Portugal y Galicia, con sus gru-
pos relacionados en Extremadura, León y la meseta
palentina y en Asturias. .. "(9). El establecimiento, ¡
de una economía agrícola en el llano, de una ganade-
ría estante en la montaña y en las somozas --como
se llama en tierras de León a lo que en Castilla lla-
mamos somontano- asienta firmemente al correr de
los tiempos una organización social. Más adelante,
Roma no crea la nacionalidad, aunque contribuye a
modificar la que encuentra.
Pero, dejando atrás los tiempos más antiguos y so-
bre todo los prerromanos, demasiado remotos e im-
perfectamente conocidos para poder señalar con toda
seguridad su herencia en la caracterización presente
de los distintos pueblos peninsulares, volvamos a la
Edad media, época decisiva en la formación de las
actuales nacionalidades españolas.
La repoblación visigoda da a la llanura leonesa el
nombre de Campos Góticos; "esa Tierra de Campos,
esos Campos de Toro (Campi Gothorum) o de Vi-
llatoro (Villa Gothorum) cuyas llanuras de trigales,
inmensas y solemnes como el océano, parecen una ré-
plica de los vastos campos de la Germanía de Tácito,
a los que los bárbaros, desdeñosos de toda otra agri-
cultura, no pedían sino trigo" (83). Esta repoblación
contribuye también a modelar el carácter nacional de
los hombres del país.
Al caer el Imperio visigodo "asistimos al revivir
de los pueblos españoles, cuya evolución interrumpió
el Imperio romano, corno luego el de los Austrias,
impotentes, lo mismo que el absolutismo moderno
LUIS CARRETERO Y NIEVA 160
o la uniformidad administrativa y centralista para
fundir o para coordinar violenta o artificialmente lo
que fué y sigue siendo tan abigarrado y diverso" (9).
La monarquía astur-leonesa, heredera de aquellos
godos, ejerce después en el desarrollo de estas nacio-
nalidades un influjo decisivo.
La nacionalidad leonesa, suelta al caer el Imperio
visigodo, surge reorganizada por los restos del ejér-
cito godo derrotado; godos de toda España se reúnen
en Asturias, país montañoso con escasa y poco activa
población autóctona (19) que probablemente es aje-
na en un principio a la empresa de la Reconquista.
El nuevo Estado, que es godo en su constitución, tie-
ne pronto magnates y obispos, pero apenas tiene pue-
blo, y como tal utiliza primero a los astures de aque-
llas tierras poco pobladas y luego a los gallegos. Más
tarde, cuando el reino astur-leonés baja de las mon-
tañas para pasar a los llanos del Duero medio, en-
cuentra e! territorio con pocos habitantes; la Tierra
de Campos, los viejos campos vacceos, los Campos
Góticos se repueblan con mozárabes (21), al paso que
Castilla, salvo A vil a, se repuebla con cántabros y con
vascos. Estos mozárabes, viejos vasallos de los reyes
godos de Toledo, se llaman así cuando viven con los
musulmanes al amparo de su hospitalidad; son espa-
ñoles que vivieron bajo el dominio islámico conser-
vando su religió-i, su cultura, fundida con la nueva,
sus iglesias e incluso sus obispos y otras autoridades,
10 que demuestra una culta tolerancia por parte de
los musulmanes que no se ve igualada en los estados
católicos de la época. Al llegar a Campos, la mon-
taña de León y el valle del Bierzo se establecen en
quintanas y caseríos que son e! origen de futuros
pueblos y municipios. En León y Galicia, que los ára-
bes llegaron a poseer, la dominación musulmana fué
efímera y el influjo cultural árabe, intenso sin em-
bargo, se ejerce después por los mozárabes. Son es-
tos repobladores del reino de León, salidos por di.
versas causas de! suelo musulmán para volver al de
los cristianos, probablemente de su abolengo, los que
construyen las interesantísimas iglesias mozárabes
abundantes en esta parte de España (86), y los que
crean en el reino de León una cultura de origen ára-
be-andaluz superpuesta a la godo-romana.
Así se formaron un carácter y unlcultura. Corno
manifestación especial de ésta se encuentran en el
grupo leonés de pueblos varios lenguajes que en lo
fundamental son uno solo con modificaciones día-
lectales, Lengua principal del grupo es el gallego, que
al propagarse por Portugal y desarrollarse en su ca-
rrera constituye el actual idioma portugués; el cual,
aun cuando corresponda a una nación con un Estado
que ha esparcido por el mundo sus colonias y aun
cuando una de las antiguas colonias sea hoy una na-
ción tan importante como el Brasil, filo lógicamente
LUIS CARRETERO Y NIEVA 162
no es más que un dialecto no muy diferenciado del
gallego, que es la lengua madre por su antigüedad y
por el proceso de extensión geográfica de norte a sur.
El otro lenguaje de este grupo es el leonés, apre-
ciablemente afín al gallego. ("El lenguaje que el
vulgo hablaba en la ciudad de León a raíz de ser he-
cha corte, se parecía más al gallego que al castellano"
-dice Menéndez Pidal-) (72). Hoy está en las
postrimerías de su agonía y se ve desalojado de todas
partes por el castellano. Tiene una importancia muy
grande para el estudio de la formación y desarrollo
de las nacionalidades de España, aún por el solo he-
cho de haber nacido y medrado, como prueba de que
ha habido una cultura genuinamente leonesa, desde
el Pisuerga hasta el Sil y desde Gijón hasta tierras
de Huelva.
El antiguo reino leonés tenía como límite oriental
el río Pisuerga. Le pertenecían: algo del occidente de
la actual provincia de Santander (la Liébana) (88),
casi toda la de Palencia y la mayor parte de la de
Valladolid (89), al oriente; Asturias, al norte; las
actuales provincias de León, Zamora y Salamanca, en
el centro; gran parte de las de Cáceres y Badajoz, al
sur; y Galicia y el norte de Portugal, al poniente. An-
tiguamente se hablaba leonés en toda la extensión de
este reino, exceptuando Galicia y el norte de Portu-
gal como región. lingüística aparte. Además el leo-
nés fué lengua escrita. Los notarios redactaban sus
documentos en leonés desde Palencia y Carrión has-
ta Astorga y de Oviedo a Badajoz: tiene manifesta-
ciones literarias de interés histórico-filológico; fué
muy utilizado en la legislación y en él están escritos
los fueros de Avilés, Zamora y Salamanca, y los di-
versos romanceamientos del Fuero Juzgo, que al ser
rechazado por Castilla quedó como legislación de
León y en tierra leones a se hicieron principalmente
las traduciones del texto latino (90) .
El leonés ha sido objeto de la curiosidad y el es-
tudio de algunos filólogos, varios de ellos extranjeros,
pero pasa inadvertido para la mayoría de los espa-
ñoles, incluso entre gente de letras, por dos razones:
la primera, porque sus palabras se van perdiendo y
las que quedan, que todavía son muchas, han sido in-
corporadas por la Academia --en grandísimo núme-
ro como provincialismos de Zamora y Salamanca- al
diccionario de la lengua española (imprecisamente así
llamada, pues, sin duda alguna, también son espa-
ñolas las demás lenguas de nuestra península: el
vascuence, el catalán, el gallego y el portugués; la
otra, porque los leoneses siguen en general la tra-
dición unitarista de su antiguo reino, no suelen sentir
patriotismo regional y atribuyen a una Castilla fic-
ticia de la cual se consideran parte la empresa de la
unidad centralista española; por eso, cuando tropie-
zan con algún rasgo propio de ellos desdeñan su
cualidad leonesa y lo reputan de castellan.o, y así mu-
LUIS CARRETERO Y NIEVA 164
chas palabras de su viejo romance son consideradas
en la propia tierra como del antiguo castellano. El leo-
nés no es un dialecto del castellano, porque no se
deriva de él, entre otras razones porque el viejo
romance de Cantabria es el más moderno y el más
diferenciado del latín de todos los peninsulares, y
mal pudo ser el leonés modificación de una cosa to-
davía inexistente. Por ejemplo -y no hacemos citas
eruditas sino de palabras oídas por nosotros en tie-
rras de León-, la palabra castellana roble, que tam-
bién tomó la forma robre, parecida a la catalana rou-
re no se parece a la leones a carbajo, leonesa antigua
carbaxo, que es la asturiana carbayo, la gallega car-
bailo y la portuguesa carbalho. Nunca hemos oído en
Castilla el vocablo leonés antruejo muy afín al galle-
go antruxo, que no se parece a carnestolendas, en cata-
lán carnestoltas. Los ejemplos abundan y vamos a
limitamos a citar algunos otros. Tampoco hemos oído
en Castilla llamar al becerro xato, como en Galicia
y en León, ni jato (palabra que ha pasado al espa-
ñol moderno); ni a la pina camba como en Asturias,
Galicia y en las provincias de León, Palencia y Va-
lladolid; ni el rollizo o tronco sin aserrar se llama
en tierra castellana tuero,' ni el cerro cueto ... El pro-
ceso de desplazamiento del leonés por el castellano
se ha realizado con tanta rapidez en los últimos tiem-
pos que un municipio de la provincia de León que
se llamaba Campo de la Llomba lo hemos visto trans-
formarse en Campo de la Loma. Aunque la mayoría
de los leoneses, sobre todo los de tierras de Vallado-
lid y Palencia, oirán con estupor a quien les diga que
el castellano no es lengua originaria de su país, lo
cierto es que el romance de Castilla es en las tierras
leonesas del occidente del río Pisuerga tan importa-
do como pueda serio en Galicia, Andalucía. o Valen-
cia. El leonés ha ejercido influjo sobre el castellano,
o mejor dicho sobre el castellano moderno extendido
por toda España a título de español por antonoma-
sia; pero, por otra parte, no se puede olvidar el que
también ha ejercido el catalán en la literatura cas-
tellana, ya que esa estúpida y artificiosa incompati-
bilidad entre Castilla y Cataluña, atizada de modo
poco discreto por gentes que aunque se llaman cas-
tellanas no lo son casi nunca, es cosa de tiempos muy
recientes (91).
Del leonés ha habido varios dialectos, tales como
el leonés oriental -el primero en ceder ante el cas-
tellano- de la Tierra de Campos, donde todavía
quedan dejos leoneses (92), el asturiano, conserva-
do en parte, el sayagués, aludido ya por Cervantes
en un conocido pasaje del Quijote, el maragato, el
charro, el leonés extremeño. .. Todas estas varieda-
des dialectales han sido estudiadas por los moder-
nos filólogos en su unidad primitiva.
El idioma leonés, además de confirmar la per ..
sonalidad histórica de una nacionalidad, tiene para
LUIS CARRETERO y NIEVA 166
nuestro tema el interés de mostrarnos por otro cami-
no la naturaleza y el carácter del antiguo reino as-
tur-leonés tal como lo hemos encontrado en su des-
arrollo político y social. Si en estos aspectos funda-
mentales el reino de León es, según hemos visto, el
heredero y continuador del Imperio visigótico, el
idioma leonés es también -al decir de Menéndez Pi-
dal- "el más directo heredero del romance corte-
sano de la época visigoda", pues "al sobrevenir la
invasión árabe, el romance cortesano de Toledo hubo
de ser imitado en Oviedo, centro de la monarquía
asturiana". "El dialecto moderno asturiano y del
Norte de León -dice el ilustre filólogo- conserva
fielmente muchos de los rasgos que hemos averigua-
do como propios del romance visigodo" (71).
Sobre el romance galaico dice Oliveira Martins:
"La importancia del gallego en la España de los si-
glos XI y XII es preponderante: es la lengua de la
corte de Oviedo" (14). También por la crónica de
Sandoval vemos que fué el lenguaje familiar de la
corte leonesa de Alfonso VI (93). Y el mismo Olí-
veira Martins hace la siguiente reflexión: "Hoy, al es-
tudiar los documentos de estas edades, reconocemos
la posibilidad de que el gallego hubiera sido adoptado
por la monarquía de León y Galicia, suplantando al
castellano. Si eso hubiera ocurrido, podríamos ahora
observar las diferencias que la independencia política
de las dos naciones peninsulares hubiera determina-
do en una misma lengua popular" (14). Salvo que
lo que hubiera ocurrido no habría sido una suplan-
tación del castellano, que no estaba implantado en el
reino leonés más que en un pequeño trozo del sureste,
sino la evitación de su entrada, no hay duda de que
el gallego llevaba las de ganar en la lucha idiomá-
tica, si esta la hubieran decidido los factores políti-
cos dentro de la unión de las coronas de León y Cas-
tilla, por ser el idioma propio de la parte dominante.
La propagación del castellano por toda España no
es signo de ninguna superioridad castellana de po-
der; es consecuencia de su firmeza lingüística, de
raíz popular, y de un hecho que lamentablemente se
suele olvidar o se desdeña, y es que el castellano es
el romance vernáculo del conjunto de pueblos o na-
cionalidades que hemos reunido en el grupo prime-
ro, porque no sólo es castellano, sino -con ligeras
variantes dialectales- alavés, navarro y aragonés. En
Alava se habló antes que en la cuenca del Duero.
Los del bajo Aragón escribieron sus documentos ofi-
ciales en castellano como en el país comunero de Cas-
tilla. El hecho de que los vascos, aun en las épocas
de mayor independencia política, usaran espontánea
y libremente el castellano en sus documentos y que
se hablara en muchas comarcas de su región; que en
Aragón haya sido el romance popular y oficial del
país, lo mismo que en Navarra, no obstante la com-
pleta independencia política de ambos estados con
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relación a Castilla, es una realidad de tanta importan-
cia y significación que de ninguna manera puede
pasarse por alto en un estudio como éste. Por otra
parte, es tan evidente que no precisa insistencia sobre
él. No hay que calentar la imaginación patriótica de
los castellanos haciéndoles creer que la propagación
de su idioma es signo de fuerza superior de su anti-
guo estado; es mucho más saludable atenerse a la ver-
dad, que, por lo demás, debe anteponerse en todo
estudio a cualquier otra consideración.
Las aspiraciones de la monarquía neo gótica se
condensan en la reconquista de España en favor del
trono, la espada y el altar; para lo que se reparte en
feudos el país reconquistado, creando señoríos, que
no rompen la unidad del mando real, en provecho
de la nobleza, los obispos y los abades. El feudalismo
en el reino de León, aun cuando enormemente ate-
nuado en relación con el de la Europa medieval, pues
las obligaciones de los siervos son menos onerosas
y no suelen tener carácter vejatorio, está muy exten-
dido. De un modo o de otro, puede decirse que, sal-
vo excepciones como la Tierra de Salamanca y la villa
de Medina del Campo, no hay en el reino de León
una comarca que no sea feudo de un noble, como el
conde de Benavente, y los de Alba de Aliste, Luna
y Lernus, de un Ibis po, como el de Lugo, y los de
Palencia y Zamora, de un monasterio, Como el de Sa-
hagún, y los de Eslonza y Valcabado, o de una orden
militar, como en Ponferrada.
Dentro del feudalismo leonés aparece un colecti-
vismo rural de los más ejemplares de España, de bos-
ques, de pastos e incluso de tierras de labor; pero
estos aprovechamientos comunales son cosa muy dis-
tinta de los bienes comuneros del País vascongado,
Castilla y Aragón. En el régimen feudal de la tierra,
el labriego sujeto al terruño no puede salir de él, pero
es corriente que el señor reserve una parte de bosques
y' prados para leñas y pastos de libre uso de sus feu-
datarios. En cuanto a la condición personal del cam-
pesino y a su unión con la tierra, el señor Sánchez-
Albornoz, en su libro ya citado sobre la vida leones a
en el siglo x, describe la captura en la capital del
reino de un siervo que había huido de las tierras
de su señor, prisión que no podría ocurrir en el País
vascongado, ni en los territorios comuneros de Cas-
tilla y Aragón.
Se explica, pues, y
es necesario repetido, que la
separación e independencia de Castilla obedece y
triunfa por una incompatibilidad de principios po-
líticos y sociales; por lo que se ha definido a Cas-
tiIla dentro de la España medieval, como el pueblo
que rechaza el Fuero Juzgo, que es rechazar el Es-
tado neogótico, su constitución y sus ambiciones.
La comunidad de bienes, sin la compañía de fun-
dones de gobierno popular, tiene gran desarrollo en
los reinos de León, Asturias, Galicia y Portugal con
su extensión extremeña y ha sido calurosamente en-
comiada por Joaquin Costa, sobre todo el colectivis-
mo implantado al sur de Zamora, en Sayago, Aliste
y Fuentes de Oñoro. Pero el colectivismo leonés, salvo
el de la tierra de Salamanca, es eminentemente feu-
dal, con pago de renta (infurción) y las demás obli-
gaciones feudales, como la prestación de servicio en
las mesnadas señoriales y la de dar al señor jornadas
de trabajo con ganado y aperos (senras en gallego y
bable leonés, sernas en castellano). Los de Sayago,
con una comunidad agraria muy alabada por Costa,
se redimieron de las cargas feudales por pago a Fe-
lipe V de 47.000 reales; los de Fuentes de Oñoro,
eran vasallos de las casas de Castelar y Salce do ; los
de Aliste, del marqués de Alcañices; y los de la villa
de Topas poseían libres los bienes comunales por do-
nación de un príncipe de Salerno a cuyas manos vino
a caer el señorío (33).
Respiro para el pueblo leonés y alivio de su si-
tuación económica es la institución del foro, o forma
de contrato de arriendo que así se denomina, y que,
aun cuando vulgarmente se toma por exclusivo de
Galicia, ha existido muy vigorosamente en todo el
reino de León y no pasó de él a Castilla. La trascen-
dencia de esta institución para nuestro tema es que
corresponde a una condición de la posesión y uso de
la propiedad rural en Galicia, Asturias, León y Ex-
tremadura tan típicamente leones a que al dar Primo
de Rivera el decreto de redención ya mencionado te-
nía en realidad aplicación en las cuatro provincias de
gallegas, Asturias, las cinco provincias de León y Ex-
tremadura, con la circunstancia de que no había foros
que redimir en los partidos de Valladolid que fue-
ron castellanos y si los había en los pueblos del oeste
de Santander que fueron leoneses antes de la crea-
ción de las actuales provincias. La institución corres-
ponde, pues, a unas circunstancias históricas especia-
les del reino de León, a un modo particular de en-
tender sus conveniencias por parte del propietario,
y a una manera de defender sus intereses y una agu-
deza para mejorar su posición al amparo de aquellas
circunstancias históricas por parte del campesino.
Como se ve, la institución del foro, que llamaremos
leonés y no gallego, por ser característica( general de
todo el territorio de la corona leonesa, por ser reflejo
de cualidades de este conjunto de pueblos, por ser
adaptación al modo de sentir y de pensar de una clase
social prudente o vencida por el desarrollo histórico
de la sociedad, y un acomodo a las aspiraciones de
otra clase social oprimida y con ansias de redención,
está tan ligada a la condición y a la evolución de las
nacionalidades de este grupo que es un Índice de
su personalidad.
Nuestra visión de Castilla y el examen de la novela
que alrededor de ella se ha creado, nos ha movido
a un análisis crítico de la monarquía astur-leonesa.,
y a una censura de quienes con fines políticos no
confesados quieren enlazar a Castilla con la tradición
del reino neogótico. Ahora bien, al llegar a este pun-
to nos creemos obligados a rendir un homenaje al
pueblo leonés por los decididos propósitos de Iibe-
ración que lo animan tenazmente a lo largo de su
historia y por la destreza política que demuestra al
lograr sus instituciones municipales, tan genuinas y
tan justamente ensalzadas. Esto, que reclama la jus-
ticia, da satisfacción al que escribe por los lazos de
orden cordial que le unen a la tierra leonesa. Epi-
sodios notables y muy conocidos de la lucha secular
de los pueblos de este grupo por su liberación son los
movimientos populares de los concejos y de los la-
bradores gallegos contra los señores en la época del
obispo Gelmírez; las luchas de los habitantes de
Santiago de Compostela, que aspiraban a nombrarse
los jueces y autoridades propias, contra este famoso
obispo, "francés de corazón, más que gallego, e idó-
latra de la cultura transpirenaica, representada por
los clunicenses" (15); y las rebeliones: de los bur-
gueses de Sahagún de Campos contra el señorío del
monasterio -uno de los señoríos eclesiásticos más
onerosos de España-, en las que consiguen el lla-
mado fuero de los burgueses de Sahagún (95).
El municipio leonés es una concesión que, en con-
tra de sus deseos, se ven obligados a hacer a sus va-
sallos los señores leoneses, y se impone por las cir-
cunstancias y por la acción tenaz, pacienzuda e inte-
ligente del pueblo. Su posibilidad arranca del fuero
de León de 1020, que ciertamente no define un mu-
nicipio, pero que es su base fundamental y el viejo
modelo constitucional de las ciudades del reino, so-
bre el cual se construye más tarde un municipio me-
jor definido y con mayor libertad. El municipio al
modo leonés, distinto de las instituciones castellanas
y vascongadas de gobierno democrático, que acaso se
inspire en un recuerdo romano, nace por un movi-
miento popular que hoy podríamos llamar de sindi-
cación de labradores, pues es ésta expresión que se
acomoda a aquellos siervos que, a diferencia de los
de la. Europa feudal, cuentan con la libertad y tra-
dición de dignidad humana suficientes para defen-
derse. No es fruto de un alzamiento súbito ni de un
episodio guerrero, sino de una tarea de paciencia y
serenidad victoriosas. En el concejo rural leonés, como
en los municipios rurales castellanos y vascongados,
como en general en los de toda España, hay asisten-
cia, voz y voto de todos los vecinos, pero las atribu-
dones son muy limitadas; se reducen a los meneste-
res de la vida vecinal, a arreglar caminos, cuidar de
los riegos o reglamentar los pastos, pero no tiene
función judicial ni política, ni puede dar fuero, ni
crear otras poblaciones, ni manda más que dentro
del municipio, ni tiene ejército ni capitanes propios,
LUIS CARRETERO y NIEVA 174
no es un estado autónomo como lo es la comunidad
castellana y aragonesa, o como lo son las juntas viz-
caínas y guipuzcoanas o las cofradías alavesas; en
León, fuera de lo negocios puramente vecinales, la
autoridad es del rey y se da en feudo.
El municipio y el foro son instituciones de tran-
sacción entre el régimen feudal y las ansias de liber-
tad popular; son 10 más que se puede lograr en un
país influído por el feudalismo europeo y sujeto a
poderes muy relacionados con los países feudales de
Europa, con mucho empeño para echar al moro de
la Península, pero con no menos para sujetar al sier-
vo, un tanto soliviantado por las libertades de la
vecina Castilla. El municipio leonés no es una insti-
tución exclusivamente popular, pues con frecuencia
actúan en ella los que viven por sus manos y los
poderosos. Cuando Pedro Ansúrez, el prócer más
significado de la corte de Alfonso VI, ayo de este
monarca, conde en la Liébana, Saldaña, Carrión, Za-
mora y Toro, principal de la aristocrática familia
1eonesa de los Beni-Gómez, a la que pertenecieron
los famosos infantes de Carrión del Poema del Cid,
enemigo pertinaz de Castilla y de su democracia,
fundó, como feudatario del rey de León, la villa de
Valladolid en las proximidades del territorio comu-
nero castellano y creó su municipio, ordenó que for-
masen parte el 1 concejo dos clérigos de la iglesia
de Santa María. Aunque el municipio leonés tenga
una gran libertad, por sus funciones muy ajenas a
las de los altos poderes del Estado y por la inter-
vención en él de las clases privilegiadas, es perfec-
tamente compatible con el régimen unitario y con
las instituciones imperiales.
La lucha del pueblo leonés para conseguir las li-
bertades y derechos de su municipio, que no es una
herencia del pasado cual en Castilla la comunidad, es
digna de gran respeto, porque las circunstancias, el
tiempo y el lugar no eran del todo propicios: una
monarquía extraña al pueblo y ambiciosa de poder
absoluto; un pueblo creado por la monarquía con las
inmigraciones que le han convenido, gentes de los
Campos Góticos reforzadas con mozárabes vueltos
al solar de la servidumbre de sus abuelos, que han
de entrar nuevamente en vasallaje si quieren tierra;
población que se asienta en caseríos, quintanas o al-
munias, desperdigada por una tierra casi despoblada,
y que, sin embargo, tan pronto como se concentra un
poco tiene alientos para pretender su liberación, es
un pueblo de entereza. Aquí viene la epopeya silen-
ciosa, paciente y tenaz que llega al triunfo por obra
de la destreza y de la perseverancia.
¿ y cómo pudo ser esto ? Un historiados, después
de hacer el elogio de los concejos libres, nos 10 ex-
plica en parte: "Acudían (a los concejos libres) los
menos dichosos en demanda de vecindad y fortu-
na. .. A la vista de un gobierno tan allegado a la
LUIS CARRETERO Y NIEVA 176
razón y conducido con tal blandura, llevaban los
vasallos del clero y la nobleza, con consiguiente des-
ánimo, su servidumbre, y, cuando no podían ponerse
bajo la salvaguardia del concejo, lograban de ordi-
nario fueros y privilegios de sus señores, cuya mala
voluntad cedía ante la fuerza incontrovertible del
ejemplo". Pero el siervo leonés no perdía su condi-
ción mientras no saliese de los dominios del reino,
ni aun entrando en una villa poblada a fuero de
León o Benavente. No le quedaba más refugio que
el moro o Castilla. El moro, pese a la liberalidad de
los gobernantes andaluces, no le seducía por motivos
religiosos: con lo que no le quedaba otra salida que
Castilla, donde los fueros repobladores de tipo se-
pulvedano daban amplia acogida a los exiliados,
según hemos visto en preceptos anteriormente cita-
dos. Estos fueros de comunidad, al ofrecer al siervo
leonés un asilo, obligan al señor a ceder y reconocer
libertades a sus vasallos. La independencia y sepa-
ración de Castilla, si perjudicial para las ambiciones
de la monarquía unitarista, fué una ventura para el
pueblo . leonés en su lucha por librarse de la servi-
dumbre. Por eso los partidarios de la dominación del
Estado por las clases privilegiadas tienen tanto interés
en que estas cosas se olviden y en que los castellanos
cobren veneración por las "glorias" de una
tradición
falsamente presentada,
Cuando al correr de los tiempos el siervo leonés
ya no está sujeto a la tierra, aun cuando sí que lo
está hasta muy tarde al pago de infurción en forma
de renta, este pueblo no ve las rebeldías de España
más que de los dos modos que ha tenido delante de
los ojos o de los que ha llegado a saber por no-
ticias desfiguradas; es decir, ya como unas demarca-
ciones señoriales que estorbaban la defensa que el
ré'¡ hada a veces del derecho del feudatario oprimido,
o como unos cercados dentro de los cuales sus habi-
tantes disfrutaban de un privilegio a costa de los
demás. No conocía el gobierno por sí mismo, que es
necesidad primordialmente sentida en los que han
disfrutado de la propia dirección. Estas ideas ances-
trales han arraigado tan hondamente en el pueblo
leonés que una declaración del ayuntamiento de Va-
lladolid durante la República, cuando se estaba dis-
cutiendo el estatuto de Cataluña, decía que Castilla
no comprendía esas autonomías de corporaciones re-
gionales contrarias a su espíritu y a su historia, pues
Castilla lo que estimaba era la autonomía municipal;
declaración que, acomodada a la constitución histó-
rica, al criterio tradicional del Estado leonés y acaso
al pensamiento actual de muchas gentes de esta re-
gión, es totalmente opuesta a la esencia castellana.
Lo que esa declaración prueba son dos cosas: que
Valladolid sigue siendo una ciudad en que pervive
la tradición leonesa y que sus clases directoras des-
conocen por completo la historia de Castilla, pese a
LUIS CARRETERO Y NIEVA 178
su pretensión de convertirse en cabeza de esta re-
gión, que no es ni ha sido la suya. Es cosa ya obser-
vada por varios escritores, incluso por algunos de
más cultura general e ingenio que conocimiento pro-
fundo del pueblo español, que la oposición a las
autonomías regionales dentro de España, más que
en las tierras castellanas propiamente dichas, como
la Rioja, Soria, Segovia, Guadalajara... donde el
republicanismo tiene una cierta tradición federal, se
ha manifestado, con el nombre de Castilla, en las pro-
vincias leonesas o en regiones ligadas en su desarro-
llo histórico a la tradición política del reino de León.
La cuestión de las nacionalidades españolas, muy
compleja de por sí, se complica más por la falta de
un sentimiento regional entre los leoneses, hasta el
punto de que el vocablo ha perdido su significación
genérica tradicional para designar limitadamente a
los habitantes de la actual provincia de León o de
su capital. Tal vez la coincidencia del nombre de
ésta con el del antiguo reino y las rivalidades pro-
vincianas entre las principales ciudades de la región
hayan contribuído a ello. Esta desvinculación nominal
es mayor en la Tierra de Campos, de condición y
tradición leonesas, donde nunca llegaron a arraigar
las instituciones castellanas. Una sola de ellas apa-
rece en este país apegado a su organización señorial
y municipal, la. de las merindades, análogas a las de
Burgos y Santander, pero sus behetrías degeneran
rápidamente en simples señoríos. La vinculación de
la Tierra de Campos a los países del reino de León,
aunque debilitada, se percibe en muchos aspectos
aun después de la unión de las coronas leonesa y
castellana. Cuando el pueblo de ambos reinos se
organiza en hermandades en 1295, en Valladolid
se juntan los procuradores de los concejos asturianos,
leones es y gallegos para hacer la "Hermandad de
los reinos de León y Galicia.' mientras que en Burgos
se forma la "Hermandad de las villas de Castilla".
Ya hemos visto cómo en ciertos aspectos la heren-
cia leonesa en la Tierra de Campos ha llegado hasta
nuestros días.
En este grupo galaico-leonés tenemos unas cuan-
tas nacionalidades que en su nacimiento y desarrollo
presentan como caracteres comunes: Un Estado crea-
do por personajes supervivientes de otro Estado ex-
traño al pueblo y vencido y destrozado por los mu-
sulmanes, personajes que se reagrupan para recobrar
la posesión perdida; Estado al servicio de estas gen-
tes godas, con una organización que pretende con-
tinuar el Imperio visigodo arruinado; ajeno a los
intereses de los pueblos astures y galaicos en los cua-
les se apoya en un principio como núcleo de escasa
población campesina que después se amplía gran-
demente con repoblaciones mozárabes; de condición
feudal en cuanto a la posesión y propiedad de la
tierra, que tiene que transigir con dos instituciones
genuinas, el municipio y el foro, ajenas a la Europa
feudal y arrancadas por el pueblo campesino en un
empeño tenaz; nacionalidades que crean una cultura
y con ellas un idioma, el gallego y su afín el bable
leonés con varias modificaciones dialectales. Carac-
teres que permiten distinguir al grupo de los demás
peninsulares y comprender las analogías internas.
El concepto de este grupo galaico-1eonés está ya
contenido en la primitiva literatura y en las viejas
crónicas que lo dejan ver claramente en algunos pa-
sajes, como cuando llaman genéricamente gallegos a
todos los leoneses, de cualquier lugar del reino (96).
Y el mismo criterio se manifiesta en los más cultos
historiadores musulmanes del Andalus para quienes
eran gallegos todos los habitantes de tierras de León
(24). En la geografía árabe de España, la mejor y
en realidad la única de la época, Galicia alcanza
gran extensión: es la tierra de cristianos de Galicia,
Asturias y la meseta de León.
La psicología colectiva de los pueblos del grupo
acusa también caracteres comunes, generalmente des-
atendidos, pues en la opinión general española hay
una diferencia temperamental que tiene sus puntos
extremos en el Norte y en el Sur y que se resume
en la repetida frase "de Madrid para arriba y de Ma-
drid para abajo". Sin negar la diferencia grande
entre los pueblos situados al norte y al sur del Tajo,
es decir, entre vascos y castellanos por un lado, y
andaluces y manchegos por otro, y que es mayor a
medida que nos alejamos del centro, hay que señalar
también la que existe entre una España occidental y
otra oriental; entre gallegos, asturianos, leoneses y
portugueses, al Poniente, y castellanos, vascos, na-
varros, aragoneses y catalanes, al Oriente. León es
totalmente occidental, mientras que Castilla, cabal-
gando sobre las sierras centrales, tiende más hacia
las tierras ibéricas. Segovia, tan metida en la cuenca
del Duero, hace siempre política hacia el Ebro.
Es conocido el gallego por su cautela y sus mo-
dales moderados, acaso relacionados con la actitud
defensiva que tuvo que adoptar durante siglos frente
al feudalismo; sistema que en todos los países del
reino de León se venció por la perseverancia y la
prudencia, que en Castilla y el País vascongado no
tuvo gran arraigo, y en que Cataluña fué derrotado
por la energía y la potencia económica de los me-
nestrales, crecientes en prosperidad y empuje de un
modo que hacía innecesaria la suave tenacidad. Este
rasgo psicológico colectivo, muy común entre todos
los campesinos del mundo, porque la gran mayoría
de ellos ha pasado por situaciones de dominación en
los países de régimen señorial, que han sido los más,
es muy firme no sólo en Galicia, sino en todo el te-
rritorio de la corona leonesa. La Tierra de Campos
es cuna de los famosos aforismos de la "gramática
parda" -"pardillos" son llamados los
habitantes de
LUIS CARRETERO Y NIEVA 182
Campos y en especial los palentinos- encaminados
a dar normas convenientes de conducta al labriego
a fin de ayudarle a navegar prudentemente en el
mar tormentoso de la vida; "gramática" que acon-
seja acomodarse al medio, eludiendo violencias, de-
jando jactancias y guardándose del desasosiego; po-
ner celo en la observación cuerda y perspicaz; aco-
gerse a la paciencia, a la calma y a la firmeza; tác-
tica toda ella -por otra parte perfectamente hones-
ta- que indica una coincidencia con la psicología
galaica: la sagacidad, la discreción y la serenidad tan
alabadas en los gallegos y contrarias a las irritaciones,
frecuentemente encrespadas, de castellanos, vascos,
navarros y aragoneses.
Las diferencias históricas entre el grupo leonés y el
castellano están disimuladas y escondidas como resul-
tado de una labor persistente por parte de las oligar-
quías rectoras del Estado unitario (monárquicas, ecle-
siásticas y militares) y de determinados grupos caci-
quiles de logreros del trigo -que no agrarios, y me-
nos labradores-o Labor deliberada para extinguir el
espíritu de la vieja Castilla, enterrarlo bajo el peso
de una historia falseada o torcidamente interpretada
y hacer que el pueblo castellano olvide su pasado y
a las figuras que más significativamente lo represen-
taron, luchadores todos ellos por causas populares,
desde Fernán González hasta los defensores de Ma-
drid, pasando por el Cid, los comuneros, Martín
Zurbano y el "Empecinado" burgalés; que deje al
lado el recuerdo de su espíritu democrático y auto-
nómico, defendido ya contra Roma en Numancia
y Coca, y se acoja, seducido con falsas glorias, al
ideal germánico de los godos y del Imperio de Carlos
y Felipes o a los designios de la monarquía centra-
lista borbónica.
Hay una nacionalidad en este grupo que desde
hace mucho tiempo constituye un Estado indepen-
diente y que, como tal, ha desempeñado un gran
papel en la historia del mundo: Portugal. Pero Por-
tugal nace desprendiéndose de la corona de León
sin ninguna alta razón de orden nacional ni político:
porque un caballero francés, yerno de Alfonso VI
de León, tiene la ambición de crearse en España una
corona para sí. En la. anarquía de las relaciones feu-
dales, en casos como éste o en cuestiones de heren-
cia, los egoísmos de los poderosos no tienen en
cuenta los intereses ni las voluntades de los pue-
blos más que cuando se encuentran forzados a ello.
y es curioso que esta escisión portuguesa se produce
precisamente en el seno de una monarquía que lleva
en España la voz cantante en la unificación del Es-
tado sobre toda la Península. Los reyes inculcan a
los pueblos la idea de que las ambiciones de su
dinastía son muy provechosas para la nación, y son
precisamente los egoísmos internos de las familias
LUIS CARRETERO Y NIEVA 184
reinantes los que en este caso malogran los propósitos
unificadores, diputados por sagrados cuando es el
pueblo quien ha de sacrificarse por ellos.
Al extenderse hacia el Sur, el nuevo Estado de
Portugal afirma su personalidad nacional sobre ci-
mientos más sólidos con la adquisición del territorio
de los antiguos lusitanos que ya tuvieron en tiempos
más remotos acusada personalidad propia. La incor-
poración de la Lusitania es un acontecimiento de
mucha importancia en la creación de la nacionalidad
portuguesa.
Portugal se incorpora a la corona que ya agrupaba
a los restantes pueblos de España a fines del siglo
XVI: entonces, por vez primera desde el nacimiento
de las modernas nacionalidades peninsulares, la mo ..
narquía puede titularse española con exactitud geo-
gráfica. Pero las torpezas de esta monarquía centra-
lista (aprovechadas por potencias extranjeras contra-
rias a la formación de un fuerte Estado ibérico) hacen
efímera la unión; y, desde la segunda separación de
Portugal, el Estado llamado español lleva un nombre
que no le corresponde cabalmente, pues ninguno de
nuestra península puede usar con plenitud el de
España si no abarca a la totalidad de los pueblos
españoles.
NOTAS
1. Palabras
pronunciadas por don Pedro Bosch-Gimpera
en el homenaje que le tributaron los republicanos
españoles refugiados en Méjico con motivo de su
designación como director de la Sección de Humani-
dades y Filosofía de la UNESCO ("Las Españas".
Méjico, abril de 1948).
2. Ramón
Menéndez Pidal: "Historia de España" por él
dirigida. Introducción al Tomo 1.
3. Ramón
Menéndez Pidal: "El Imperio hispánico y los
cinco reinos".
4. L. C. Dunn
y Th. Dobzhansky: "Herencia, raza Y
sociedad".
5. Francisco
Pi Y Margall: "Las nacionalidades".
6. Otto
Bauer: "La cuestión de las nacionalidades Y la
socialdemocracía" .
7. José
Stalin: "El marxismo y el problema nacional".
8. No sabemos
a quién se refiere este pasaje de la pri-
mera edición. En 1913, Lenin escribía que "en cada
nación contemporánea hay dos naciones ... ".
9. Pedro
Bosch-Gimpera: "El poblamiento antiguo y la
formación de los pueblos de España".
10. Andrés Gómez de
Somorrostro: "El Acueducto y
otra antigüedades de Segovia".
11. Ramón Menéndez
Pidal: "Historia de España". In-
troducción al Tomo lB.
12. Leonardo
Martín Echeverría: "España. El país y los
habitantes" .
13. Adolfo
Schulten: "Historia de Numancia",
14. ]. P.
Olíveira Martins: "La civilización ibérica".
15. Pedro
Aguado Bleye: "Historia de España".
16. Ramón
Menéndez Pidal: "El rey Rodrigo en la lite-
ratura". (Boletín de la Academia Española. Tomo
XI. 1924),
17. El señor
Sánchez-Albornoz, al contrario que otros
historiadores, opina que la emigración de los godos
de la llanura a las montañas de Cantabria fué muy
importante a raíz de la invasión sarracena (18).
18. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Alfonso III y el parti-
cularismo castellano" ("Cuademos de Historia de
España. Tomo XIII. Buenos Aires, 1950).
19. Américo
Castro: "El enfoque histórico y la no his-
panidad de los visigodos" ("Nueva Revista de Filo-
logía hispánica". Vol. VIII. 1949).
20. En
desacuerdo con la opinión de Oliveira Martins,
Menéndez Pidal, Aguado Bleye, Américo Castro y
otros historiadores, Sánchez-Albomoz dice que fueron
los astures y no los aristócratas godos quienes inicia-
ron la restauración cristiana en Covadonga; si bien en
torno a la nueva realeza establecida en las montañas
asturianas se agruparon y triunfaron muchos nobles
de estirpe gótica y la alta clerecía y así el reino de
Oviedo vió medrar en su seno un n~oticismo político
y una aristocracia neogótica (18). 'Pero fuera la ac-
ción de Covadonga obra de los godos o de los as-
tures, o de ambos aliados -pues es muy posible que
los magnates godos buscaran el apoyo de los natu-
rales del país=-, el parecer del señor Sánchez-Albor-
noz no desvirtúa, sino que confirma, el carácter neo-
gótico de la monarquía astur-leonesa, por 10 demás
bien conocido.
21. Sánchez-Albornoz,
apoyándose en los estudios de Ló-
pez Santos sobre la toponimia de la diócesis de León,
ha señalado de nuevo la importancia de la corriente
inmigratoria de mozárabes en la repoblación del
reino leonés, especialmente en la llanura (18).
22. Recordemos,
por ejemplo y con la reserva de tratarse
de un hecho no muy bien conocido, que navarros Y
musulmanes españoles lucharon contra los francos de
Carlomagno.
23. Ramón
Menéndez Pidal: "Carácter originario de Cas-
tilla" (Conferencia dada en Burgos con motivo del
Milenario de Castilla, en 1943).
24. Ramón
Menéndez Pidal: "La España del Cid".
25. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Historia del condado de
Castilla' .
26. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Los vascos en el naci-
miento de Castilla".
27. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Cómo nace Castilla"
("Mundo Hispánico", octubre de 1948).
; 28. El llamado Fuero Viejo de Castilla, contra 10 que su
nombre parece indicar, no es ninguno de los primi-
tivos fueros del país, sino una colección de antiguas
leyes castellanas, bastante reformadas, hecha por Pe-
dro 1 en 1356.
29. El Fuero
Juzgo, tan odiado en la tradición castellana,
señala Sánchez-Albornos que también fué invocado
en Castilla; en todo caso raramente, no como legis-
lación fundamental, y después de los fueros y las cos-
tumbres del país (30) .
. 30. Claudio Sánchez-Albomoz: "Orígenes de Castilla.
Cómo nace un pueblo". (Revista de la Universidad
de Buenos Aires, 1943).
31. Pedro J.
Pidal: "Adiciones al Fuero Viejo de Cas-
til1a" (Edición de "La Publicidad". Madrid,
1847).
32. Vicente de
la Fuente: "Estudios críticos sobre la His-
toria y el Derecho de Aragón".
33. Joaquín
Costa: "Colectivismo agrario en España".
34. Luis Carretero
y Nieva: "Las comunidades castellanas.
Su historia y estado actual" (Segovía, 1921).
35. Refiere
Vicente de la Fuente que en su discurso de
recepción en la Real Academia de la Historia tomó
por asunto las Comunidades de Aragón, con harta ex-
trañeza de la generalidad de los eruditos, la mayoría
de los cuales no sabían que hubieran existido "co-
munidades" sino en tiempo de Carlos V y en Cas-
tilla.
Por nuestra parte diremos de un culto abogado
castellano, especializado en estudios de "ciencia po-
lítica", que amplió en varias universidades de Europa:
buen conocedor de la historia de la democracia ingle-
sa, apenas tenía idea de lo que fué la importante
Comunidad de su patria chica.
36. Carlos de
Lécea y García: "La Comunidad y Tierra
de Segovia",
37. Paulino
Alvarez-Laviada: "Chinchón histórico y di-
plomático hasta finalizar el siglo xv. Estudio crío
tico y documentado del municipio castellano medie-
val".
38. El
archivero asturiano Paulino Alvarez-Laviada publi-
có la historia arriba anotada del municipio de Chino
chón, del que fué muchos años funcionario. Este
municipio, como los de Ciempozuelos, Seseña, San
Martín de la Vega, Bayona de Tajuña, Villaconejos y
Valdelaguna -integrantes cid sexmo de Valdemo-
ro- perteneció a la extensa Tierra de la Comunidad
de Segovia, que abarcaba gran parte de la actual pro-
vincia de Madrid. Tan fuerte era la organización co-
munera 'Y tan activa su vida, que la mayoría de los
documentos estudiados y publicados por Alvarcz-La-
viada se relacionan con ella, por lo que este trabajo,
mucho más interesante de lo que su título a. primera
vista indica, es en gran parte una historia de la Co-
munidad de la Ciudad y Tierra de Segovia en el
siglo xv, época en que la vieja instituci6n ya estaba
muy adulterada por la intervención del poder real.
El autor, acostumbrado sin duda a la idea del mu-
nicipio general en España, no señala a la Comuni-
dad como tal, aunque, puntual en su examen histó-
rico, distingue perfectamente lo que él llama muni-
cipio en primer grado -es decir, el municipio de
Chinchón- del municipio en segundo grado o mu-
nicipalidad superior segoviana -es decir, la Cornu-
nidad de la Ciudad y Tierra de Segovia a la que
Chinchón pertenecía-o Aunque no emplea el nom-
bre clásico entre los escritores aragoneses y castella-
nos (de la Fuente, Lécea ... ), Alvarez-Laviada de-
fine así la comunidad: "Por encima del Ayuntamiento
de cada Concejo, existía el Ayuntamiento a pueblo
general de los pueblos de la Muy Noble y Leal Ciu-
dad de Segovia y de su Tierra. Ayuntamiento que,
por su función permanente, puesto que. era de l1S0
y costumbre,' revela una vida municipal de segundo
grado. Vida de un Ayuntamiento de Ayuntamientos,
de un Concejo de Concejos, para la mutua defensa
y fomento de los intereses locales de los municipios
de primer grado; para la armónica convivencia de
los concejos de un territorio, al desenvolverse cada
uno de ellos dentro de su esfera jurisdiccional, y para
el propio robustecimiento y fortaleza de los pueblos
ay untados, mediante la práctica de una estrecha soli-
daridad intermunicipal".
y añade 10 siguiente, que demuestra su compren-
sión de 10 que era una comunidad castellana y revela
el carácter autóctono y remoto origen de la institu-
ción comunera: "Esta vida municipal superior no
debe confundirse con lo que en aquellos tiempos se
llamaba hermandad, ni con lo que en los nuestros se
designa con el nombre de mancomunidad; puesto que
la hermandad era la confederación más o menos ex-
tensa de concejos iguales, hecha circunstancialmente
por lo general y hasta sin contar con el rey en la ge-
neralidad de los casos, con el único propósito de
constituir una fuerte defensa colectiva contra extra-
ños enemigos de sus libertades, de la tranquilidad
y orden interiores, o de la propiedad y seguridad
personal; y la mancomunidad persigue la unión pac-
cionada en el terreno económico para el más fácil
cumplimiento de algunos servicios públicos comu-
nes de carácter municipal, superiores a las posíbili-
des financieras de cada entidad mancomunada, siendo
generalmente de carácter voluntario. El Ayuntamien-
to general de pueblos a que nos referimos, era en
cambio una institución permanente formada a través
de los siglos por la evolución y el natural desenvol-
vimiento de la vida local, con órganos y funciones
adecuadas al cumplimiento de los fines determinan-
tes de su existencia, nacida en la tierra jurisdiccional
de Segovia de modo natural y espontáneo, superior
a todo pacto y a la voluntad de los pueblos ayunta-
dos y que, con la costumbre secular por norma, te-
nían por cabeza al rey representado (unas veces por
el "señor" o "gobernador", después) por
el corre-
gidor".
"La constitución y funcionamiento de la institu-
ción que estamos estudiando, eran esencialmente de-
mocráticos por los elementos del estado llano que ex-
clusivamente la constituían".
Concejo de Concejos llama Alvarez-Laviada a las
comunidades de la Castilla celtibérica; análogas en su
esencia democrática eran las de la Castilla cantábrica
y las del País vascongado; y una unión de estas en-
tidades autónomas, con el rey a la cabeza como poder
federal, era a grandes rasgos Castilla, o la confede-
ración vasco-castellana, como podríamos llamar en el
lenguaje político de hayal viejo reino castellano, si
tenemos en cuenta que a él se habían unido, volun-
tariamente Y con sus fueros por delante, las repúbli-
cas vascongadas.
39. Cuando en
crónicas o documentos antiguos se lea el
Concejo de Segovia o el Concejo de la Ciudad de Se-
govia debe entenderse que, en general, se trata del
gobierno de la Ciudad y Tierra de Segovia, es decir,
del Concejo de la Comunidad. Esto mismo debe te-
nerse presente en el caso de cualquier otra ciudad o
villa cabeza de comunidad.
40. Julio Puyol
y Alonso: "Una puebla en el siglo XIII
(Cartas de población de El Espinar)". ("Revue His-
panique". Tomo XI, 1904).
41. Julio Puyol
y Alonso: "Las Hermandades de Casti-
lla y León". En este interesante estudio se publica,
entre otras cosas, una carta de ma11damiento del Con-
cejo de Segovia al Concejo del Espinar en la que se
dice que el Rey manda formar hermandad y viendo
el Concejo de Segovia que "su pedimento era justo
e complidero de se faser ansi" manda dar sus cartas
y mandamientos en tal sentido a los concejos de la
Tierra.
42. Real
Decreto-Ley de 25 de junio de 1926, y Regla-
mento de 23 de agosto del mismo año.
43. La
existencia de estas "naciones" de los "rnontañe-
ses" y de los "vizcaínos" en la comunidad de
Sego-
vi a, es una prueba más de la preponderancia que cán-
tabros y vascos tuvieron en la repoblación del país
comunero, no sólo durante la Reconquista, sino aún
tiempo después. A juzgar por las viejas crónicas, la
"nación' de los vizcaínos" era en Segovia más im-
portante que la de los "montañeses".
44. Son típicos
de las costumbres comuneras los atrios
exteriores de las iglesias del país, que servían para
las reuniones públicas y tenían así una función civil.
Cada gremio, "linaje" "nación"o sexmo
celebraba sus
asambleas en uno de estos atrios.
45. Diego de
Colmenares: "Historia de la insigne ciudad
de Segovia y compendio de las historias de Castilla"
(Edición de Gabrie1 María Vergara. Segovia 1921).
46. Don Pío
Baroja, por ejemplo, nos cuenta cómo su
verdadero apellido, Martínez de Baroja, se acortó
a Baroja en el siglo XVIII ("Juventud y Egolatría").
47. Fuero de
Sepúlveda. Edición del licenciado Juan de
las Regueras Valdelomar. Barcelona, 1846. Aunque
en la portada de esta edición se dice el antiguo fuero
de Sepúlveda, no se trata del primitivo fuero de
esta villa, sino de una ampliación de la época de
Fernando IV. .
El fuero de Sepúlveda más viejo que se conoce es
del tiempo de Alfonso VI (1076), Y confirma los
primitivos fueros de la época condal.
48. Andrés
Giménez Soler: "La Edad media en la co-
rona de Aragón".
49. "Memorial
histórico espafio]" (Tomo I (XXXIII).
Madrid, 18S 1). Publica un privilegio de Alfonso X
a la ciudad ue Burgos, mandando "que ningún hom-
bre que sea familiar o aportillado de Orden que no
aia portillo ninguno en la ciudad de Burgos, ni sea
en sus consejos ni en sus feches".
50. Recordamos,
por ejemplo, un documento de la Co-
munidad de Segovia que prohíbe a los pueblos tras-
pasar tierras de los "quiñones" a "persona
poderosa
eclesiástica ni seglar".
51. Largas y
enconadas fueron las disputas por cuestio-
nes de límites que la Comunidad de Segovia sostuvo
con Toledo, con la Comunidad de Ávila y principal-
mente con la de Madrid. Con esta última puede de-
cirse que estuvo en pleito permanente sobre la pro-
piedad del sexmo de Manzanares, de parte del cual
(el Real de Manzanares) fué finalmente despojada
Segovia, no en beneficio de Madrid, sino del famoso
marqués de Santillana, cuyo genio poético no le im-
pidió ser también notable político y hábil cortesano.
52. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Las Behetrías. La En-
comendación en Asturias, León y Castilla" (Anuario
de Historia del Derecho español. Tomo 1, 1924).
53. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Muchas páginas más so-
bre behetrías" (Anuario de Historia del Derecho es-
pañol. Tomo IV, 1927).
54. Tal es el
caso de las comunidades de Avila y Soria.
Aquélla se repobló con muchos nobles leoneses, crea-
dores de unas poderosas oligarquías familiares aris-
tocráticas que terminaron por ahogar la democracia
concejil y adueñarse de buena parte de su patrimo-
nio, convirtiendo a la vieja ciudad comunera en
Avila de los Caballeros, La de Soria se hizo aristo-
crática y linajuda y el concejo y el pueblo quedaron
eclipsados, y la democracia muy adulterada.
Segovia, aunque en ella había nobles, logró en
parte salvar las libertades y la autoridad de sus con-
cejos hasta tiempos muy recientes ..
55. Las
reyertas entre las villas cabeza de comunidad y
las aldeas, aprovechadas por señores y funcionarios en
beneficio propio, tuvieron parte importante en la
ruina de las comunidades de Aragón (32).
56. Este
documento, que se conserva en los archivos de
Segovia, lo reproduce Colmenares en su famosa his-
toria. Vicente de la Fuente cita otro análogo que se
conserva en Cuenca.
57. Vicente de
la Fuente se percató muy bien de su pro-
funda significación (32).
58. Pedro
Bosch-Gimpera: "La democracia española his-
tórica" ("España Nueva". Méjico, enero de
1947).
59. Anselmo
Carretero y Jiménez: "El espíritu civil en
la historia y en la epopeya españolas" ("Las Espa-
ñas". Méjico, agosto de 1950).
60. Anselmo
Carretero y Jiménez: "Felipe II y el alcalde
de Galapagar" ("Las Españas". Méjico, abril
de
1948).
61. Charles
Seignobos: "Hístoíre sincere de la nation fran-
caise" .
62. "Observemos
-dicen Soldevila y Bosch-Gimpera-
como un hecho muy interesante, que se repetirá a
10 largo de nuestra Historia, el intento, fracasado, de
formar un reino que comprendiese las tierras de lado
y lado del Pirineo. En este intento, como fracasan
los visigodos, fracasan los sarracenos, los francos y
los catalanes" (98).
63. Indicaremos
los de don Ramón Menéndez Pidal, fray
Luciano Serrano, fray Justo Pérez de Urbel, don
Claudio Sánchez-Albornoz y los colaboradores y dis-
cípulos de estos historiadores.
64. Antonio
Ferrer del Río: "Historia del levantamiento
de las Comunidades de Castilla",
65. Carta original
del cardenal Adriano de Utrecht al em-
perador Carlos V, fecha en Valladolid a último de
junio de 1520 (Se guarda en el archivo de Siman-
cas y la publicó Manuel Danvila en su "Historia crí-
tica y documentada de las Comunidades de Castilla").
66. Francisco Martínez Marina: "Teoría de las Cortes o
grandes juntas nacionales de los reinos de León y
Castilla."
67. A. J
Carlyle: "Polítical liberty".
68. La ganadería,
como actividad económica, debió de des-
empeñar un papel muy importante en la vida de las
viejas comunidades. Es muy posible que éstas fueran
fundamentalmente en su origen repúblicas de pasto-
res, aun cuando con el correr de los siglos algunas
de sus capitales se convirtieran en ciudades tan im-
portantes como Segovia, famosa en el siglo XVI por
la amplitud y calidad de su industria textil -hoy
extinguida- que, basada en la producción lanar de
los rebaños de su tierra, sustentaba a miles de opera-
rios; entonces "los paños de Segovia eran tenidos por
los mejores de Europa".
69. Los restos
toponímicos vascongados son muy abun-
dantes en los valles castellanos (burgaleses y rioja-
nos) de los ríos Oja, Tirón, Oca y Arlanzón (Ezca-
ray, Zaldierna, Urdanta, Galarde, Urquiza, Ezque-
rra ... ). Un documento de la época de Fernando III
concede a los habitantes del valle de Ojacastro fuero
que les permitía deponer en vascuence en las pesqui-
sas que hicieran sus merinos. "Esto nos hace com-
prender -dice Caro Baroja- por qué en el siglo
XIII Gonzalo de Berceo, que escribía en la Rioja en
castellano, considerándolo como lengua vulgar, "ro-
mán paladino", deslizara en sus obras alguna pala-
bra vasca típica. A muy poca distancia de donde es-
cribía el maestro, casi en su vecindad, se hablaba
vascuence" (70).
70. Julio Caro
Baroja: "Materiales para una historia de
la lengua vasca en su relación con la latina."
71. Ramón
Menéndez Pidal: "El idioma español en sus
primeros tiempos."
72. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Estampas de la vida en
León en e! siglo X."
El prólogo de este libro ("El habla del reino de
León en el siglo x") es de don Ramón Menéndez
Pida!.
73. Claudio
Sánchez-Albornoz: "Observaciones a la His-
toria de Castilla de Pérez de Urbel" ("Cuadernos
de
Historia de España". Tomo XI. Buenos Aires, 1949).
74. Fray Justo
Pérez de Urbel: "Fernán González".
7 5. Algunos investigadores (Sánchez-Albornoz y Ramos
Loscertales entre ellos) niegan autenticidad histórica
a la elección de los jueces. Pero aunque fuera pura
leyenda, su profundo arraigo en la tradición nacional
de Castilla siempre sería una indicación valiosísima
sobre el carácter originario de ésta. Así lo considera
el señor Ramos y Loscertales para quien "no siendo
ciertos históricamente los hechos", lo es "en cam-
bio lo que resiste a todo análisis: el vivo sentido
castellanísimo del que está penetrado el mito y que
es una realidad histórica" (76).
76. José María
Ramos y Loscertales: "Los jueces de Cas-
tilla" ("Cuadernos de Historia de España".
Tomo
X. Buenos Aires, 1948).
77. A la
conjunción de cántabros, vascones y godos en
una época el duro batallar contra los islamitas atri-
buye Sánchez-Albomoz el particularismo castellano.
A diferencia de otros historiadores, el señor Sánchez-
Albornoz concede gran importancia al Factor étnico
germánico en los orígenes de Castilla (18) (30).
78. Otros historiadores
de prestigio (73) se han forma-
do de Fernán González una imagen muy distinta de
la que traza el erudito benedictino. Pero, bien se
trate del héroe de la leyenda que nos describe la lite-
ratura épica, bien de un hombre astuto, ambicioso y
audaz, con sangre goda, magnificado por los poetas,
e! hecho es que la tradición castellana nos lo en al-
tece con unos caracteres que, más que su personali-
dad, ponen de manifiesto el espíritu de la primitiva
CastilIa.
79. En 1200 Guipúzcoa
reconoce como soberano suyo a
Alfonso VIII de Castilla; que no solamente no era
rey de León, sino que estaba considerado por éste
como crudelísimo enemigo. Alfonso VIII es muy co-
nocido en la historia por la batalla de la Navas de
Tolosa, cuya campaña él dirigió y a la que concu-
rieron también los reyes de Navarra y Aragón, pero
no el leonés -Alfonso IX, e! fundador de la Uni-
versidad de Salamanca- por la gran enemistad que
acabamos de señalar.
80. Ya Vicente de la
Fuente percibió con claridad las
semejanzas entre el Aragón comunero y el País vas-
congado: "Las comunidades de Calatayud, Daroca,
Teruel y Albarradn -escribe-, con sus fueros de
frontera y organización foral especial y privilegiada,
y su terreno montuoso, remedaban en Aragón a las
Provincias vascongadas". Y añade esta otra analogía
interesante: "La Tierra Baja, donde las Ordenes mi-
litares tenían, la de Calatrava la villa de Alcañiz, la
de San Juan a Caspe, la de San Jorge de Alfambra
no pocos territorios cercanos a Teruel, y los Tem-
plarios a Cantavieja, Tronchón, Fortanete y otros
varios pueblos de la serranía próxima a Morella, re-
medaba a los territorios de la Mancha y Extrema-
dura ... " (32).
81. La canción
por excelencia de la Castilla celtibérica
es la jota -en su modalidad "castellana", de la
cual
es ejemplo muy conocido la "jota del Guadarrama"-,
hasta el punto de que en tierras de Medinaceli he-
mos oído llamar jota -por antonomasia- a toda
canción popular. El pañuelo en la cabeza al modo
"baturro" ha sido también tocado popular en estas
tierra. Estos rasgos folklórÍcos casi han desaparecido
totalmente en los últimos años, en el proceso unífor-
rnador de costumbres que el rápido progreso de la
civilización moderna lleva consigo.
82. Vicente de
la Fuente: "Las Comunidades de Castilla
y Aragón bajo el punto de vista geográfico" (Bole-
tín de la Sociedad Geográfica de Madrid. Tomo VIII.
1880) .
83. Ramón
Menéndez Pidal: "La epopeya castellana a
través de la literatura española".
84. En los
documentos que se conocen, el nombre de
Castilla se encuentra por primera vez en el año 852,
en el acta de fundación del monasterio de San Mar-
tín de Ferrán. En la literatura histórica aparece en
el año 881 en una crónica escrita probablemente en
la Rioja, en el valle del Iregua (30).
85. Véase el
mapa de los pueblos de la España primitiva
de Bosch-Gimpera (9.).
86. Citaremos
como más notables: la preciosa de San
Miguel de Escalada (León) y las de San Cebrián de
Mazote (Valladolid), San Miguel de Celanova (Oren-
se) y Santa María de Lebeña (La Líébana, Santan-
der ) .
Górnez Moreno considera esta arquitectura mozára-
be como propia del reino de León (87). En Castilla
no encontramos más iglesias mozárabes que San Bau-
dilio de Berlanga (Soria ) y San Millán de Suso (la
Rioja).
87. Manuel Gómez Moreno: "Iglesias mozárabes".
88. "La Liébana, que una importante cadena montañosa
aísla del resto de la tierra (la Montaña de Santan-
der ), encuentra su salida natural hacia los altos va-
lles del Pisuerga, Carrión y Esla, hacia León, por
tanto; la salida del resto de la región es hacia donde
fué su expansión territorial, hacia Burgos. Así, en el
momento de la independencia de Castilla, la Liéba-
na seguirá fiel al reino leonés. Al pensar en las cau-
sas de este hecho, con ser poderosa la natural apun-
tada, surge el recuerdo de aquel foco de cultura le-
baniego, personificado en el Beato y Eterio, que for-
zosamente alimentaría estrechas relaciones cortesanas.
La Liébana formará parte de la diócesis eclesiástica
de .León; en los documentos lebaniegos se invocará
la Lex Gótica, mientras en el resto de la Montaña
el castellanismo ius y el forum terrae, y aun hoy
dialectalmente la Liébana forma parte de aquel reino.
Este divorcio de ambas partes de la Montaña quedó
consagrado en el reparto del reino que hizo Fer-
nando 1 entre sus hijos: la Liébana obedecerá a Al-
fonso VI (de León), el resto de la Montaña a
Sancho II (de Castilla)".
(Fernando G. Camino y Aguirre: "Quince siglos
de historia montañesa").
89. Son castellanos algunos pueblos del noreste de la
provincia de Palencia, como Aguilar de Campóo y
Brañosera (la patria de Nuño Rasura), que pertene-
cen a la diócesis de Burgos,
Una parte del oriente de la provincia de Valla-
dolid, en los partidos judiciales de Peñafiel y Olme-
do, fué castellana. Hay en ella pueblos que pertene-
cieron a la Comunidad de Roa o a la de Cuéllar o
que tuvieron concejo independiente y que todavía
pertenecen a las diócesis de Segovia o Avila.
90. En el tomo
"España" de la Enciclopedia Espasa viene
un estudio resumido de! idioma leonés; probablemen-
te hecho -o por lo menos revisado- por don Ra-
món Menéndez Pidal, colaborador en la obra.
91. El primer
canto conocido referente al Cid, el Carmen
Campidoctoris, no es de origen castellano, sino ca-
talán; y el primer texto histórico cidiano, la Historia
Roderici, tampoco proviene de la antigua Castilla,
sino de las fronteras de Zaragoza y Lérida (24).
En el lenguaje de Segovia del siglo XIII encontra-
mos palabras y formas lingüísticas catalanas, como
pelaire, el Alpedret, Ambit y e! uso de la partícula
locativa hi o y.
Antes de que en Cataluña se escribiera en caste-
llano cabe registrar las aportaciones de escritores de
habla castellana a la literatura catalana (98). El gran
juglar burgalés del siglo XIV Alfonso Alvarez de
Villasandino escribió a veces en catalán; y en cata-
lán -110 recordamos donde hemos leído esto- se di.
rigía afectuosamente a sus guerrilleros catalanes Juan
Martín Díaz, el Empecinado, el patriota liberal de
Castrillo de Duero, pueblo de la Comunidad de la
Villa y Tierra de Roa, provincia entonces de Bur-
gos y diócesis de Segovia.
92. Julio
Cejador: "Estudios dialectales" (La Lectura".
Año 10. Tomo III).
93. En la
Historia de los reyes de Castilla y de León
de fray Prudencio de Sandoval, al reseñar la muerte
del infante don Sancho, hijo de Alfonso VI, se repro-
ducen las palabras de dolor que, "en la lengua que
se usaba", decía el rey llorando la muerte de su
único hijo: "Ay meu HIlo (repitiéndolo muchas ve-
ces ), ay meu Iillo,
alegría de mi corazón, l ume dos
meus ollos, solaz de miña vellez; ay meu espello, en
que yo me soya ver, con que tomaba moy gran pra-
cero Ay meu heredero mayor. Caballeros hu me lo
lexastes; dadme meu fillo condes". Y repetía:
"Dad-
me meu fillo condes".
94. Ramón Menéndez Pidal: "Cuestiones de método his-
tórico (La crítica cidiana y la. historia medieval)".
95. Julio Puyol y Alonso: "El abadengo de
Sahagún".
96. En la versión leonesa de la batalla entre castellanos
y leoneses dada en Golpejera -en tierras de! con-
dado leonés de Carrión, regido por los famosos Beni-
Gómez-, Lucas de Tuy atribuye al Cid las siguien-
tes palabras dirigidas a Sancho II, el rey de Casti-
lla: "He aquí los gallegos con tu hermano el rey
Alfonso, que después de la victoria duermen tranqui-
los en nuestras mismas tiendas; caigamos sobre ellos
al amanecer, Y los venceremos" (24) (97).
97. Ramón Menéndez Pidal: "El Cid Campeador".
98. F. Soldevilla y P. Bosch-Girnpera: "Hish'>ria de
Ca-
talunya" .
99. "Memorial histórico español". Tomo 1 (XX). Ma-
drid, 1851.
100. "Memorial histórico español". Tomo II (CCIV).
Ma-
drid.
101. Ramón Menéndez Pidal: "El lenguaje del siglo
XVI".
102. Miguel de Unamuno: "Por tierras de España y Por-
tugal" .
103. Julio Caro Baroja: "Los pueblos de España".
104. En el examen panorámico que acabamos de hacer de
las distintas nacionalidades españolas hemos dedi-
cado mayor espacio a las de León y Castilla que a
otras de señalada personalidad ampliamente conocida.
Nos han movido a ello varias razones de las que ya
se habrá percatado el lector: León y Castilla desem-
peñan, con signo diverso, papeles relevantes en la
historia de España; ambas pueden tomarse como ex-
presión de procesos nacionales característicos, distin-
tos y en muchos aspectos antagónicos; a pesar de
lo cual son ignorados por el común de los españo-
les; hasta el punto de que para la inmensa mayoría
de éstos ambos pueblos son y han sido, en esencia,
uno solo. Confusionismo éste fomentado intencional-
mente en muchos casos y que, por considerarlo fun-
damental para la comprensión del problema nacional
de España, nos hemos esforzado en desvanecer.
105. Hans Heinrich Schaeder: "La expansión y los esta-
dos del Islam desde el siglo VII hasta el siglo XV"
(Tomo III de la "Historia Universal" dirigida por
W al ter Goetz). .
106. Rafael Altamira: "Los elementos del carácter y de
la civilización españoles".
107. "Nuestra patria" llaman los antiguos escritores
sego-
vianos a su Ciudad y Tierra; y "extranjeros" son
llamados en viejos documentos de la Comunidad los
no ciudadanos de ella.
108. Pedro Bosch-Gimpera: "España, un mundo en forma-
ción ("Mundo Libre". Números 19-21. Méjico,
1943) .
109. "Oliveira Martins no me parece, como a Menéndez
y Pelayo, el historiador más artístico que dió en el
pasado siglo la Península Ibérica, sino el único his-
riador de ella que merece tal nombre... Este hom-
bre es una de mis debilidades" (Miguel de Una-
rnuno: "Por .ierras de España y Portugal").
110. Se alude aquí a unas reuniones de estudio que en
1945 organizó la Agrupación de Universitarios Espa-
ñoles en Méjico, en las cuales tomamos parte. Se
llegó, después de discusiones, a una definición de
España que no recordamos completa pero que comen-
zaba así: "España es una comunidad de pueblos ...
".
Intervinieron en ellas, entre otros compatriotas, nues-
tro viejo amigo y compañero Antonio María Sbert
y don Mariano Granados.
111. De un discurso de don Luis Nicolau D'Olwer pro-
nunciado en Barcelona en noviembre de 1938. Copia-
mos el párrafo del ensayo del señor Bosch-Gimpera
antes citado (108).
112. Miguel de Unamuno: "Recuerdos de niñez y mo-
cedad" .
113. Nuevo Reino de León llamaron los españoles al ac-
tual Estado de Nuevo León de la República federal
mejicana. Fueron sus primeros exploradores fray Die-
go de León y el capitán Diego de Montemayor, quie-
nes fundaron una misión donde habría de levantarse
después la ciudad de Monterrey. Montemayor dió a
la misión el nombre de Nueva Extramadura, que se
cambió por el de Monterrey en honor del conde de
este título, virrey a la sazón de la Nueva España,
quien ordenó que aquellas tierras se llamaran Nuevo
Reino de León, ya en memoria del citado fray Diego,
ya en honor de la región española de este nombre.
Nueva Galicia fué el nombre de una de las pro-
vincias de la Nueva España que comprendía los ac-
tuales Estados mejicanos de Jalisco y Aguas Calien-
tes y partes de los de Zacatecas, Durango y San Luis
Potosí.
Nueva Vizcaya fué el nombre que los españoles
dieron a la parte de Méjico que en la actualidad ocu-
pan los Estados de Chihuahua y Durango y parte
del de Coahuila.
Nueva Extrernadura llamó a Chile el conquistador
Pedro de Valdivia, en recuerdo de su patria. For-
maba parte del Gobierno de Nueva Toledo, al sur
del Perú.
Nueva Andalucía fué el nombre que llevó al co-
mienzo de la colonización española una parte de Ve-
nezuela. También se llamó Nueva Andalucía a una
parte de Centroamérica.
Nueva Castilla fué el nombre con que se confió
a Pizarro el Gobierno del Perú. Nueva Castilla lla-
mó también Miguel López de Legazpi a la Isla de
Luzón.
El mapa de Iberoamérica está sembrado de nom-
bres de ciudades y comarcas españolas dados por los
exploradores, conquistadores y colonizadores en ho-
nor de sus tierras natales.
114. Como
ejemplo, copiamos a continuación algunas fra-
ses, sacadas de entre otras muchas análogas, de la
"Historia verdadera de la conquista de la Nueva Es-
paña", de Bernal Díaz del Castillo:
"dijeron que ocho jornadas de alli había muchos
hombres con barbas y mujeres de Castilla";
"y eran hasta cuarenta hombres, cuatro mujeres de
Castilla y dos mulatas";
"el factor procuró por todas vías enviar oro a Cas-
tilla a su Majestad";
"y llevó otros cien soldados de los nuevamente ve-
nidos de Castilla";
"Cómo entre tanto que Cortés estaba en Castilla
vino la Real Audiencia a México";
"y mandó dar pregones que cualesquier personas que
quisieran ir a CastilJa les dará pasaje y comida de
balde";
"otro capitán que fué por la parte de Oaxaca, que
se decía Figueroa, natural de Cáceres, que también
dijeron que había sido muy esforzado capitán en
Castilla' ;
"y de aquel viaje que volvió, entre Castilla y las
islas de Canaria dió con tres o cuatro navíos";
"y quiso Nuestro Señor Dios darle tal viaje, que en
cuarenta y dos días llegó a Castilla, sin parar en la
Habana ni en isla ninguna, y fué a desembarcar cerca
de la villa de Palos".
115. La
leonesización de Fernando 1 ha sido estudiada
por don Ramón Menéndez Pidal. A tal grado in-
fluye sobre este rey de Castilla -hijo de navarro y
castellana- el prestigio imperial de León que dis-
pone su enterramiento en el panteón de los reyes
leoneses y hace trasladar allí los restos de su padre,
Sancho el Mayor, desde el monasterio de Oña, se-
pultura de los condes castellanos.
En esta époea traspasa la frontera leonesa del Pi-
suerga el patrocinio militar de Santiago, y comienza
a extenderse a Castilla, para abarcar más tarde a
toda España. Con anterioridad los castellanos habían
tenido como patrono únicamente al riojano San Mi-
Ilán de la Cogolla.
116. Recordemos,
entre los más conocidos, que: Cortés,
los Pizarro, Pedro de Valdivia, Vasco Núñez de Bal-
boa, Hernando de Soto, Francisco de Orellana, eran
extremeños; el Gran Capitán por antonomasia, los
hermanos Pinzón, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Pe-
dro de Alvarado, Antón de Alaminos, Gonzalo Ji-
ménez de Quesada, Pedro de Mendoza, andaluces;
Juan Ponce de León, Diego de Ordás, Francisco Váz-
quez de Coronado, leoneses; Almagre, manchego ...
117. En las
historias de Cataluña, por ejemplo, se suele
hablar de las tropas, las instituciones y los funcio-
narios "castellanos", refiriéndose a todos los
espa-
ñoles no catalanes,
118. Los estudios
de Menéndez Pidal, fray Luciano Serrano,
fray Justo Pérez de Urbel, Sánchez-Albornoz y otros
investigadores contemporáneos han de contribuir, en
cambio, al conocimiento de su verdadera personali-
dad.
119. Leonesa es
la "Castilla" de Gabriel y Galán, y leo-
nesa y manchega la de Azorín. A este último no se
le escapa el contraste entre las "pardas llanuras"
de
su Castilla literaria y la realidad del paisaje castella-
no, cuando dice: "A Castilla, nuestra Castilla, la ha
hecho la literatura. La Castilla literaria es distinta
-acaso mucho más lata- que la expresión geográ-
fica de Castilla". y en efecto" estas llanuras
-"pardillas" y manchegas- las ha hecho castella-
nas la literatura; la literatura moderna, que la de la
vieja Castilla -la de Berceo, el Arcipreste y el mar-
qués de Santillana- nos habla de prados y arroyos,
de montes y sierras. Esta primitiva literatura, ver-
daderamente castellana y no sólo por la lengua en
que está escrita, no canta nunca la "inmensa
llanura";
cultiva, en cambio, un género muy acorde con el pai-
saje de la Castilla celtibérica: las serranillas o cántí-
cas de serranas. Celtibérico es también el paisaje de
la Castilla de Antonio Machado, la de las sierras azu-
les y los pinares.
La visión leonesa de Castilla es muy corriente en-
tre los asturianos y gallegos, que cuando viajan de
sus regiones a Madrid, al atravesar las provincias de
León, Palencía y Valladolid por la llanura de Carn-
pos, creen pasar por "Castilla la Vieja", cuando
en
puridad lo hacen después, precisamente al salir de
esa llanura y entrar en la provincia de Segovia por
los pinares de Coca para cruzar en seguida el ma-
cizo montañoso de Guadarrama.
• Azorín: "El paisaje de España visto por los
españoles".
120. Quienes así
hablan olvidan no sólo esto, sino tamo
bién la espléndida tradición de la marina castellana
y de las "Cuatro Villas de la Mar" (Santander,
Cas-
tro Urdiales, Laredo y San Vicente de la Barquera} ;
y la famosa "Hermandat de las Villas de la Marina
de Castilla con Vitoria", formada en el siglo XIII
por Santander, Laredo, Castro, Vitoria, Bermeo, Gue-
taria, San Sebastián y Fuenterrabia, cuyas armas eran
un castillo sobre ondas. Verdadera "hansa" vasco-
castellana, que legislaba para sí, establecía tribunales
de justicia, negociaba con las potencias extranjeras e
incluso hacía la guerra y concertaba la paz, En la
toma de Sevilla se consagró definitivamente la mari-
na castellana o burgalesa -no olvidemos que la ac-
tual provincia de Santander, antigua Montaña de
Burgos o Montañas de Castilla, ha sido burgalesa
hasta el siglo pasado-o al crear los Reyes Católicos
el Consulado de Burgos quedaron dentro de su juris-
dicción los puertos del litoral vasco-castellano, hasta
que posteriormente se estableció el Consulado de Bil-
bao. En la ciudad de Burgos se conserva, con el an-
cla simbólica en la fachada, el edificio de su antiguo
Consulado del Mar.
Otras son, en realidad, las regiones de España que
no ven el mar: León, Extremadura, La Mancha, Na-
varra y Aragón.
121. El color morado parece que se lo dió Felipe IV a una
guardia real que se creó en su reinado (Tercio de
los morados) lo adoptó, pues, pasados siglos de que
Castilla dejara de existir como Estado independiente,
la casa real española, que lo ha usado hasta su de-
rrocamiento, y tiene de castellano tanto como de ca-
talán o andaluz.
Ya entrado el siglo XIX se divulgó bastante la
creencia en la tradición del "pendón morado de Cas-
tilla", y como tal y por considerado históricamente
ligado a la democracia castellana fué adoptado este
color por la Milicia Nacional y por la sociedad se-
creta de "Los Comuneros" -no poco grotesca y muy
ignorante de lo que fueron las comunidades castella-
nas-. A pesar de que serios trabajos de eruditos de-
mostraron lo infundado de tal tradición, es un hecho
que se ha extendido ampliamente, siendo hoy para
muchos firme creencia.
Así como el color de la ciudad de Burgos ha sido
siempre el rojo de Castilla y rojas son -o por lo
menos lo eran hasta 1936- las cintas con que los
dulzaineros y tamborileros del ayuntamiento adornan
sus negros sombreros en las ceremonias y fiestas lo-
cales; el color tradicional de la Ciudad y Tierra de
Segovia es el azul celeste, del fondo de su escudo,
que junto con los colores reales (rojo de CastilIa y
blanco de León) se encuentra ya en los hilos de seda
de que cuelga el sello de su concejo en documentos
del siglo XIV. Azul celeste es la bandera segoviana,
azules eran los tambores de la Ciudad y azules las
medias del traje típico de los segovianos. A fines del
siglo pasado o principios del que corre, un alcalde,
con dos títulos universitarios y más autosuficiencia
que saber, decidió, por las buenas, que los vivos azu-
les tradicionales de la gente uniformada del ayunta-
miento de Segovia "estaban mal" y ordenó que se
cambiaran por otros morados, "por ser éste el color
de Castilla"; y así quedaron desde entonces. Es una
anécdota trivial, oída a un viejo segoviano, pero que
nos parece oportuno anotar en este punto.
El escudo de Castilla es un castilIo de oro sobre
gules. Por un capricho de la historia el color de Cas-
tilla -como el de Navarra -es el rojo; y por tan
poderosa razón el morado, que distingue la bandera
republicana de la monárquica, tiene un origen real.
Si queremos Jar una significación -cosa por lo de-
más innecesaria- a ese color de nuestra bandera,
puede bien representar la unión de los pueblos his-
pánicos; centralista y tiránico hoy, respetuosa de la
personalidad de todos ellos y democrática en el ma-
ñana que fervorosamente soñamos. La bandera tri-
color de España tiene, al parecer, su origen en el
propósito de los republicanos federales de reunir en
la enseña nacional todos los colores de los antiguos
Estados peninsulares. En tal caso debió haber sido
blanca, roja y amarilla (blanco era el color de León,
rojo el de Castilla y el de Navarra, rojo y oro los
de Aragón). Afortunadamente para la vistosidad de
nuestra enseña, los autores de la idea siguieron una
falsa tradición.
122. Miguel de Unamuno: "En torno al casticismo (La
casta histórica de Castilla)".
123. No debemos olvidar que Unamuno forma su entra-
ñable visión de "Castilla" en la tierra leonesa de
Salamanca.
124. José Ortega y Gasset: "España invertebrada".
125. Véanse los trabajos de nuestros amigos y compañe-
ros de exilio Mariano Granados, soriano, y Jesús
Ruiz del Río, riojano, titulados respectivamente: "Es-
paña y las Españas" (Méjico, 1950) Y "La Rioja
en el reinado de Alfonso VI" (Méjico, 1950).
126. J. B.
Trend: "The civilization of Spain".
127. El Fuero de Daroca manda que si el señor hace daño
a cualquier vecino de la villa, el concejo ayude a
éste contra el señor. ¡Véase por este rasgo -excla-
ma de la Fuente (32)- cuán. lejos estaban las seño-
rías de honor de ser ni parecer feudos ni sombra de
éstos!
128. Pedro Bosch-Gimpera: "La lección del pasado"
("Las
Españas". Méjico, abril de 1948).
129. La enorme
influencia espiritual de la tradición en el
desarrollo de las sociedades humanas fué ya señala-
do por el propio fundador de la doctrina materia-
lista de la historia -que sostiene la preponderancia
decisiva de los factores económicos-, de quien es
el siguiente párrafo: "Los hombres hacen su propia
historia; pero no según su propio acuerdo y bajo las
condiciones por ellos mismos elegidas, sino según
aquéllas que les han sido dadas y transmitidas. La
tradición de las generaciones muertas pesa como una
montaña sobre el cerebro de los vivos" (130).
Toca al político, y más si es revolucionario y crea-
dor, reconocer la fuerza de la tradición, combatirla
en cuanto resulte nociva, orientada y utilizarla en
lo posible como factor de progreso cuando sea apro-
vechable como tal.
La ceguera o torpeza de nuestros políticos de iz-
quierda al no ver o despreciar las posibilidades de
nuestra tradición como fuerza de progreso, la apunta
ya acertadamente un hombre de temperamento tan
conservador como don Ramón Menéndez Pídal cuan-
do, bajo el epígrafe de "Las dos Españas"
-"As
duas Espanhas" del portugués Fidelino de Figueire-
do-, dice: "A pesar de Costa, Ganivet o Unamuno,
las izquierdas siempre se mostraron muy poco incli-
nadas a estudiar y afirmar en las tradiciones histó-
ricas aspectos coincidentes con la propia ideología ...
Tal pesimismo histórico constituía una manifiesta in-
ferioridad de las izquierdas en el antagonismo de las
dos Españas. Con extremismo partidista abandonan
íntegra. a los contrarios la fuerza de! la tradición ...
"
(2) .
130. Carlos Marx:
"El Dieciocho de Brurnario",
131. Ramón
Menéndez Pidal: "Historia de España". In-
troducción al Tomo Il.
132. Algunos de
los ciudadanos de la Comunidad de Se-
govia que Isabel la Católica había declarado vas a-
llos de los marqueses de Moya, queriendo volver a
a la jurisdicción concecjil, se agruparon años después
y pidieron licencia al Concejo de Segovia para hacer
una nueva población. Concedióla el concejo, que
nombró como primer alcalde a un Juan el Sevilla-
no -natural de Sevilla- por quien el nuevo pue-
blo -hoy de la provincia de Madrid- se llamó
Sevilla la Nueva (45).
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