Joaquín González
"Segovia debe mirar a Madrid, que representa para nosotros lo cotidiano, la continuación natural de nuestra historia, el gran mercado para la economía de nuestra provincia y el potencial cultural y universitario, tan cercano, del que tenemos la tangible posibilidad de beneficiarnos y con el que es preciso conectar cada día más estrechamente". Con estas palabras afirmaba en 1983 Manuel González Herrero la natural vocación madrileña de Segovia. Apenas un cuarto de siglo más tarde, Félix Ortiz, en un interesante artículo publicado en estas páginas, viene a proponer la creación de una región centro; una federación, diría yo, con los territorios allende sierra, hoy en la provincia de Madrid.
Tiene razón Ortiz, Segovia mira al Sur, busca la luz del mediodía, y recuerda los tiempos en que aquellas tierras fueron segovianas. Y Madrid debe mucho a Segovia, desde su conquista en 1083 por los capitanes Día Sanz de Quesada y Fernán García de la Torre, reinando Alfonso VI, para incorporarla de manera definitiva al reino de Castilla. Fue un 9 de noviembre, festividad de nuestra Señora de la Almudena, cuando las milicias segovianas escalaron la muralla por la puerta de Guadalajara, que los árabes decían de Alberga; y resistiendo el empuje de los moros, forzaron la puerta para dar entrada al ejército cristiano. Y el estandarte rojo carmesí, con el escudo de Segovia, acueducto de plata en campo azul celeste, ondeó en lo alto de la fortaleza.
En los dos siglos que siguieron a la proeza, haciendo gala de su energía y espíritu indómito, se derramaron los segovianos por la vertiente meridional de la sierra. Consumaron así el sentido histórico del pueblo de Segovia, la culminación de la epopeya que nació con la repoblación de la Extremadura de Castilla, y que se prolongará por las cuencas del Lozoya y Guadarrama, el Tajo y el Jarama, hasta llegar a la cabecera del Júcar y las serranías ibéricas. Es la aventura de transierra o allendesierra, esplendor y gloria de un grupo de hombres y mujeres en verdad extraordinario.
De esta manera Segovia contribuyó destacadamente a forjar la Castilla del Sur, a transmitir al otro lado de la sierra las formas de vida, las instituciones y el derecho, la lengua, las tradiciones culturales y la manera de ser de Castilla. Segovia se convierte en la transición entre ambas mesetas, puente o bisagra entre Castilla de la Vieja y la nueva Castilla del Sur.
Madrid es en gran medida segoviana, como lo atestiguan los escudos de los pueblos que un día fueron de nuestra comunidad, de donde le fueron arrebatados en nombre de la razón y un mal entendido progresismo, tan dañino para nuestra tierra. Hoy llevan esos pueblos con toda justicia el título de fidelidad a la tierra, al que da su nombre Manuel González Herrero. Los homenajea nuestro Centro en Madrid, que sabiamente preside ese gran segoviano que es Antonio Horcajo.
Nos une a Madrid la sierra, nuestra sierra, imponente macizo de roca gneis cubierto de formidables bosques de pino silvestre, escoltados por los robledales y las matas que lo ciñen. Es la sierra de Guadarrama, cuya vertiente norte da vida a Segovia, mientras su faz templada alimenta los valles del mediodía. La sierra, con su elegante y serena belleza, no es frontera sino vínculo, centro de un universo armónico y lleno de sentido. Nos separa el llano de lo que no somos, los "campus gothorum", las tierras de León, región vecina tan distinta de nosotros, como nos enseña Anselmo Carretero. El Guadarrama, la vieja dama carpetana, nos acerca a lo que sí somos, a nosotros mismos; es el verdadero corazón de Segovia.
Imagina Félix Ortiz una región centro y su propuesta tiene tanto de futuro cuanto que seamos capaces de recuperar, superando falaces e interesados planteamientos economocistas, el sentido de la historia, lo que fuimos y seguimos siendo. Nos permite rememorar la antigua provincia de Segovia, integrada por los territorios de las comunidades de Aza, Fuentidueña, Fresno de Cantespino, Riaza, Peñaranda, Maderuelo, Ayllón, Sepúlveda, Cuéllar, Íscar, Coca, Pedraza y Segovia. Y esta última, desbordando la sierra -como lo hacía la comunidad de Ayllón- en sus sexmos de Valdelozoya, Manzanares, Casarrubios, Valdemoro y Tajuña, se llegaba en su territorio histórico hasta el mismo Tajo. Un importante territorio de 8.949 kilómetros cuadrados, con tres enclaves: el condado de Chinchón, entre Madrid y Toledo; el partido de Peñaranda, entre Burgos y Soria; y la villa de Castrejón y su término, en Valladolid.
Esta realidad territorial segoviana quedó deshecha como consecuencia de malhadadas decisiones, obra de la nueva planta provincial decretada el 17 de abril de 1810 por el gobierno del impuesto José Bonaparte. Inspirada en el Estado jacobino, la República "única e indivisible", arrasó con las divisiones producto de la historia y la realidad social. España pasó a dividirse en 38 prefecturas y 111 subprefecturas. Y Segovia fue desmembrada, arrojados sus pedazos ya a Valladolid ya a Soria.
En 1833 se implantó la actual división administrativa, en plena regencia de María Cristina, siendo ministro de Fomento Cea Bermúdez. Es su autor el afrancesado Javier de Burgos, que consumó en gran parte, en lo que afecta a Segovia, el atentado bonapartiano, tanto en su extensión como en el trazado de sus fronteras. Pierde nuestra provincia dos mil kilómetros cuadrados, es decir el 18 por ciento de su anterior superficie; y en particular, todos los territorios situados allende sierra.
Segovia mira al Sur y se ve en Madrid, como su gran logro, su natural prolongación, su referencia cultural y económica. Diáspora de nuestra tierra, Madrid es la otra Segovia, a la que volvemos una y otra vez. Tiene razón Félix Ortiz, el futuro de Segovia comporta el liberarnos del híbrido de Castilla y León, horizontal y douriforme, contrario al espíritu vertical castellano, que busca el Sur, con el ariete de los segovianos.
El proyecto de Ortiz se alimenta de no pocos elementos del movimiento regionalista segoviano, que vislumbra el resurgir de nuestra identidad, frente a la imposición y el desafuero, sin incurrir en los extremos tan perniciosos del nacionalismo, de radical incompatibilidad con la ideología liberal.
Algo se remueve en el interior de la conciencia segoviana, que parece resuelta a sacudirse el yugo partitocrático, a dejar de ser el disputado voto del Señor Cayo, para reclamar el derecho a decidir y construir su futuro. Y así, del hartazgo de la clase política se llega al resurgir de la conciencia regional segoviana, impulsado por el amor a la tierra y el sentido de la dignidad, que nos hace rebelarnos frente a la injusticia que se cometió con Segovia. No podemos olvidar que se nos incorporó a Castilla y León de manera profundamente injusta y antidemocrática, por imposición estatal, en contra de nuestra voluntad. Esto es a lo que llamo, en recuerdo a la gesta de nuestra fallida autonomía provincial, el espíritu del 31 de julio. Quizás haya llegado el momento de comenzar a dar forma a la protesta.
sábado, mayo 26, 2007
Madrid, el sur de Segovia (En torno a la región centro propuesta por Félix Ortiz)
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