UNA L UZ
Un grupo abigarrado de hombres, mujeres y níños, en asamblea en torno a un árbol, la vieja olma del lugar. Es la plaza Mayor de un pueblo de Castilla. El tema, los cotidianos problemas que a todos atañen. Se proponen soluciones, cualquiera es muy dueño de exponer la suya, en mutuo respeto aprovecha cada vecino su oportunidad de hablar. De aquí, mejores o peores salen las decisiones previamente discutidas y acatadas, representativas de una mayoría que ha elegido sin distinción de edades ni sexos, convertidas en ley, asumidas sin más trámites, sin necesidad de especial vigilancia ni probable trasgresión.
Mucho tiempo atrás, cuenta la historia que antes del siglo X nuestros mayores inmersos en los poderes autocráticos al uso potenciados sucesivamente en épocas anteriores por las invasiones de suevos, alanos y vándalos, soltaron en la primera ocasión propicia sus ataduras e impusieron entre ellos su diferente concepción del hombre, normas de conducta y convivencia. Hacen valer, su actitud, que es hondo sentimiento de que nadie es más que nadie, haciéndose responsablemente iguales. De siempre, desde el principio tuvieron iluminado concepto en especial de la dignidad del hombre, intuyendo, y practicando diáfanas nociones humanistas que las religiones codifican en sus libros sagrados. Eran los miembros de esta grey semejantes en su hacer colectivo y diferenciados en su individualidad, como sus comarcas definidas por sus particularidades en las cuales, suscitados los problemas de cada día, arbitraban las soluciones adecuadas, válidas en grado óptimo sólo para su concreto entorno. Les unía como corresponde a la tradición castellana los grandes ideales que impregnan al común, primado como nación que eran el de su independencia. Solidarios en las grandes empresas, personalistas en la adecuación a su circunstancia, sus propios amos dentro del perímetro de las fronteras de sus pueblos, donde en muchos aspectos terminaba su mundo. Cada hombre una posible solución. Mágico marco para el progreso. Sabían como el que más de hidalguía, generosidad, se vertían en el duro trabaío. Les tocó en suerte un medio riguroso, áspero, en el que se forjaron, que afloró lo mejor de ellos mismos.
Hoy, en este día contemplamos a este pueblo, castigado, manipulado, expoliado, sacado a empujones del curso de su historia, confundido, sobre el que visten ropajes imperiales, que siempre rechazó, que nunca quiso, cuya vocación fue muy otra y de signo contrario al proyecto leonés, que resultó triunfador y cuyos modelos semejantes, están de moda por desgracia en este mundo que grita por un alto en el camino y una mirada atrás que aliente su vocación de avance.
Esta nación, Castílla, que pródigamente se desprendió de sus patrimonios y a la que, exprimida ya, se arrancó por último su mejor capital, la exportación inicua de sus gentes, fecunda y original en sus instituciones, que no copió de nadie, que hizo compatible la propiedad privada con la colectiva de la tierra. Armonía entre lo precariamente suficiente para vivir y lo complementario de los bienes comunales, pertenecientes al colectivo de uno, varios o muchos pueblos con cuyo efecto se garantiza la subsistencia, la empresa común social y solidaria que impregna el carácter castellano, es copiada ignorándolo por otras naciones que elevan a la categoría de gran experímento en las enormes extensiones de China el éxito que hace muchos siglos dejó aquí de ser experimental como pueden dar fe nuestros castellanos que serían catedráticos de los nuevos apóstoles de un invento tan viejo como el nuestro.
Si estimamos que en la Evolución, así, con mayúscula, estamos descifrando el capítulo de la sociología, podemos interpretar que nuestro pueblo se adelantó con las fórmulas adecuadas para sus necesidades a este hallazgo que empiezan a atisbar pueblos en renacer, que buscan dentro de sus coordenadas soluciones eficaces. Creemos que este pueblo nuestro alumbró hace mucho tiempo una solución en la mejor línea evolutiva. Claro que a nosotros la inspiración nos vino de un imperativo interior, consustancial con nuestra manera de entender la vida, motivada por necesidades más profundas y entrañables que unas meras exigencias económicas, nos llegó de una visceral comprensión del sentimiento de igualdad, de tener donde caernos muertos sin lesionar derechos ni mendigar del vecino, fraternos ante nuestra digna pobreza y afanosos en las cosas que siendo patrimonio básico e indeclinable nos hacen razonablemente felices.
Es lógico pensar que las, corrientes socio-económicas que andan por el mundo y en especial las extremas del abanico, no han satisfecho sus utopías y ponen de actualidad las creaciones de estos hombres rudos, nobles, sobrios, curtidos de intemperies y llenos de sentido común que humildemente silencian sus logros.
Por estos testimonios, algunos mudos como las olmas que hacen centinela en nuestras plazas y otros redivivos como el que hoy es noticia, aún brota la esperanza en un renacer que tiene que ver con el compás de estos tiempos. Un propósito de potenciar ésta y otras originalidades cuyo rescoldo anida en el espíritu castellano y que los demás cogiendo el testigo alientan. Lo nuestro no fue errar ni fue tiempo perdido.
A. de Mateo Remacha
Castilla nº 4 julio 1979
miércoles, enero 10, 2007
Una luz ( A. de Mateo Remacha. Comunidad Castellana. 1979)
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