viernes, enero 12, 2007

Resurrección congoja y muerte de Francisco de Medina (Pedro de Coca. Comunidad Castellana, 1980)

Resurrección congoja y muerte de Francisco de Medina

Un comunero abogado

Francisco de Medina fue un viejo comunero de Guadalajara. Concretamente, y por hacer gracia de otras interesantes parcelas de su biografía, debe saberse que fue abogado, escritor, humanista: que con la juventud de 1519 se alzó en cabeza de la rebelión comunera en la ciudad del Henares. Conocía bien la historia de su tierra; se sabía castellano; había leído los originales documentos que daban fe de la existencia, hasta ese día, del Común de Ciudad y Tierra de Guadalajara. Recordaba las solemnes y animadas sesiones del Concejo, las luchas por la elección de alcaldes, de alguaciles, de aportellados. Sabía de la justicia que él, como todos los castellanos, daban conforme a su propio Fuero, a su tradición jurídica ciudadana. Varios miles de personas como él en el Común de Guadalajara, que abarcaba Alcarria y Campiña, y varios millones de gentes de los Comunes de Villas y Tierras de Castilla, desde el Santander cántabro hasta el Huete alcarreño, desde el serrano Sepúlveda hasta el campiñero Alcalá de Henares, quedaron asombrados cuando el nuevo rey -extranjero recién llegado- pedía dinero para ser coronado Emperador de Alemania. ¿Qué se les había perdido a ellos en Alemania? Y aún más asombrados cuando supieron que los agentes del nuevo monarca, de Carlos de Hasburgo, pensaba hacer valer su única opinión (Corregidores se les llamaba) en todos los territorios -Castilla, León, Aragón, Galicia- de España. Cavilaron esas afrentas y recordaron su antigua, su rica y transparente historia de pueblo dueño de sí mismo: Las Comunidades de Castilla se alzaron, haciendo guerra al Emperador, durante 2 años. Finalmente, sus capitanes caerían degollados, sus dirigentes encarcelados, sus gentes todas destinadas a formar el pueblo de "una sola nación", la más poderosa del mundo durante siglos.

Resurrección del viejo comunero

Pero los nombres de Juan Bravo, Juan de Padilla y Francisco Maldonado -como el de Francisco de Medina por Guadalajara- resonarían sobre los campos y las villas castellanas durante siglos. Su lucha por mantener el recio y humano sentido de la vida que desde siglos antes usaban sus antepasados, había fracasado. Otros países limítrofes, hermanos en gran modo, habitantes de España (Galicia, Vascongadas, Cataluña, Valencia) siguieron su línea de resistencia al poder absoluto del extranjero monarca y de sus sucesores. Al fin, un poder centralista ajeno a todos, extraño a la piel de toro en todos sus conceptos, iba a utilizar el nombre de Castilla para erigir un Estado fuerte pero anulador de los caracteres peculiares de cada una de sus tierras. Siglos después, hoy mismo, los españoles han llegado a entender, en parte, que la unidad de la Península, necesaria hoy más que nunca, es compatible con el respeto y el estímulo de esos países de antigua y riquísima historia a los que ahora se entrega nueva vía de expresión propia. Así lo dice la Constitución que los españoles, en 1978, han elaborado y aprobado mayoritariamente.

En este momento, Francisco de Medina, el viejo comunero de Guadalajara; resucita:

«Estoy de nuevo en Guadalajara. Año de 1980. La ciudad es cinco veces más grande que 'entonces. Las murallas han caído. Ni el recuerdo queda de los palacios de Pecha, de Caniego, de Castillo, de Nuñez... Los poderosos conventos de las Clarisas, de las Bernardas, de los Francíscos, han venido a nada, La Plaza del Concejo ha visto crecer, allá donde la iglesia de San Gil daba cobijo a una genuina democracia de mi pueblo, un mastodonte horrible de cristal oscuro, vacío, frío, terrible. Pero las calles están llenas, más que nunca, de gentes alegres, trabajadoras, honradas, magníficas. Casi cinco siglos después, la vieja familia arriacense, aunque menos humana, sigue existiendo, y algunos hasta preocupándose por ella, por hacerla mejor.

¿Y en Castilla ? ¿y en los comunes que bordean el Henares, que pasan la Sierra y van a Segovia, a Medinaceli, a Burgos, a la Alcarria? ¿Qué pasa en ellos? Un nuevo modo de ley rige a los españoles lodos. Por fin, se han puesto de acuerdo para, sin desunir España, reconocer que cada pueblo tiene un puesto propio en la historia. Los catalanes y los vascos ya se han organizado, representantes de sus ' ¡un tas concejales, de sus vallas, de su sus comarcas, han constituido una especie de Cortes donde se tratan asuntos a ellos solo concernientes. Usan sus lenguas, practican sus costumbres, celebran sus fiestas sin ser molestados. Trabajan por engrandecer sus tierras y hacer honor a su historia secular y digna.

Castilla la marginada

¿Pero en Castilla? ¿Qué pasa aquí, qué es lo que cuentan? ¿Que están haciendo varias? ¿Cuántas Castillas? Al norte de la sierra, una que dicen va a estar unida con León ¿Y la Montaña por otro lado, llamándola Cantabria? ¿Y la Rioía donde nació el idioma, donde en gran parte se fraguó el parto primigenio de Castilla, hasta los llanos de Albacete y las sierras de Alcaraz? ¿Pero qué es ésto? ¿A quién se le ha ocurrido tamaño despropósito? ¿Es que los castellanos de hoy se han vuelto locos? ¿Es que han perecido todos los documentos, todos los libros de historia, todos los testimonios que nuestro pueblo alzó, en su caminar seguro, desde Fernán González hasta la orilla de América? Castilla, que es una sola palabra, una sola cose ¿dividida en cuatro? Los castellanos, si es que aún queda alguno, ¿se dejan insultar con el apelativo de «castellanoleoneses», cuando durante siglos tuvieron que esforzar su ánimo para imponer su personalidad maravillosa frente al imperialismo del reino de León? Y las gentes de Alcalá, de Brihuega, de Uceda, de Talamanca, de Almoguera y Zorita, de Jadraque y Molina, de Guadalajara misma, ¿Se sienten ajenos a la Castilla primigenio de donde heredaron sus instituciones y sus formas de gobierno? ¿No van a levantar de nuevo su pueblo juntos con segovianos y burgaleses, con montañeses y rio¡anos? ¿Se van a dejar meter en ese absurdo apelativo de castellano-manchegos que suena a chufla y a chascarrillo òrovocón?

De verdad, a cualquiera que la Cuesta de San Miguel o el Alamín pregunto: Guadalajara está en su sitio, pero ¿quién vive en ella? ¿son castellanos todavía, o proceden de remota galaxia sus habitantes? ¿Quién ha podido intentar romper un pueblo de esta manera? ¿El propio pueblo? ¿Las gentes de Cestilla han dicho que quieren vivir en cuatro trozos, de espaldas unos a otros? Aunque llevo poco tiempo resucitado, creo que voy entendiendo algo: son otros césares los que, sentados en el cómodo sillón de los votos, hacen y deshacen a su antojo. Tras mil años de historia, ahora, en 1980, resulta que hay cuatro Castillas. Y todos tan tranquilos. Mejor morirse».

Y, efectivamente, Francisco de Medina, sin dar crédito a lo que veía, paró su vida y se entregó a la muerte.

PEDRO DE COCA

Catilla nº 9 julio- agosto 1980

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