viernes, febrero 22, 2008

La personalidad actual de Castilla. Ignacio Carral (Diario de Burgos 1931)

LA PERSONALIDAD ACTUAL DE CASTILLA.

Ignacio Carral



Así, pues, aunque parezca absurdo decirlo, es completamente cierto que España necesita reanudar su historia, rota y desviada por varios siglos de monarquía centralista. Esto no quiere decir, natu­ralmente, que vayamos ahora a dar un salto atrás para colocarnos en plena Edad Media. Pero sí expresa la obligación de ligar el momen­to actual con los múltiples momentos en que nuestra nación fue perdiendo sus instituciones peculiares, procurando situar éstas en el punto hipotético de evolución que las habría correspondido, de no haber sido rotas o falseadas por los reyes.

A nosotros, los castellanos, la primera tarea que se nos presenta es la de restituir nuestra región, que ha perdido hasta el nombre. Hay un libro que todos los castellanos deberían leer y meditar des­pacio; se llama "La Cuestión Regional de Castilla la Vieja", que fue publicado en 1918 por un ilustre segoviano, don Luis Carretero. En este libro hay capítulos que de buena gana copiaría enteros si el carácter periodístico de estos trabajos no me pusiera inexorables límites de extensión. (5)

Insiste especialmente el señor Carretero en la suplantación que las provincias leonesas, con Valladolid a la cabeza, hacen del nom­bre de Castilla; "a consecuencia de la confusión de nombres -dice­- los intereses castellanos confunden también y están postergados y sometidos a los de Valladolid, Tierra de Campos y el resto de la región leonesa". "Pidiendo siempre para Castilla la Vieja, los leo­neses obtuvieron siempre cuanto querían para su región; así cuand­o a Castilla la Vieja no la quedaba ni siquiera el nombre, que tení­an secuestrado los leoneses, Valladolid conseguía hacerse núcleo de concentración de la cuenca del Duero y lograba que las líneas férre­as de media España concurriesen en su provincia con grave perjui­cio de todo el Norte y Noroeste de la nación, que se vieron obliga­dos a prescindir de los caminos directos, ya que todos rodean para pasar por Valladolid". "En Valladolid reina un verdadero afán por alardear de castellanos y un prurito desmesurado por demostrar que dicha ciudad es el heraldo de las aspiraciones de Castilla. No hay un periódico que no se precie de castellano, ni se hace una empre­sa industrial, agrícola o agraria que no ponga en su razón social el nombre de Castilla. Se dirá al contemplar este espectáculo que Valladolid se ha separado de su región leonesa y se ha sumado a la de Castilla la Vieja. Nada más lejos de la verdad que esta afirma­ción, pues la hermosa ciudad de la orilla del Pisuerga es lo que no tiene más remedio que ser: el cerebro de la región leonesa, el pala­dín de sus deseos, el asiento de su progreso".

Creo que con los párrafos copiados basta para ver con cuánta cla­rividencia el señor Carretero denuncia la injusticia de que Castilla ha sido víctima en el régimen centralista. Lo que sorprende es que el señor Carretero, después de descubrir tan certeramente el daño, caiga, en otro concepto no menos peligroso: el de hablar de "Casti­lla la Vieja" como unidad regional. Esto es bastante grave porque implica el concepto de limitar nuestra región a la barrera de la cor­dillera central, lo cual ha sido precisamente la causa de que Casti­lla y León se hayan mirado como regiones situadas entre dos mis­mas cordilleras, como siendo prolongación una de otra.

Pero una cordillera puede ser una magnífica muralla guerrera, como fue contra los invasores moros, y ésta es la única razón de que la cordillera central fuera el límite primitivo del territorio castella­no, no es nunca una muralla racial. Los pueblos cuando se estable­cen en una vertiente montañosa sienten irresistiblemente el deseo de establecerse también en la vertiente opuesta, sobre todo -como hace notar Reparaz- cuando estas cordilleras están trazadas en el sentido de los paralelos terrestres, y al otro lado se ha de encontrar una producción distinta.

En el caso de Castilla la Vieja sólo se llamó tal a la antigua Bar­dulia, en donde los reyes de León fundaron sus castillos contra los moros en los primeros tiempos de la conquista. El territorio de más allá del Duero, que llegó a extenderse hasta el Tajo a un lado y otro de la sierra, se llamó la Extremadura castellana, distinta de la Extre­madura leonesa, que se extendió después desde Salamanca por el territorio de la Extremadura actual.

Pero tampoco creo que el señor Carretero pretendiera hacer demasiado hincapié en lo que pueda significar estrictamente esta denominación de Castilla la Vieja. Más bien parece que lo que ha querido delimitar con ese nombre ha sido la confusión habitual entre Castilla y la Mancha. (6)

Porque el nombre de Castilla la Nueva no quiere decir más que los territorios de la meseta que se habían ido añadiendo por sucesi­vas conquistas al reino de Castilla y debió referirse a los llanos' manchegos. En la Mancha comienza la llanura al igual que en la región leonesa, y varían, por tanto, la producción, los cultivos, la vida, los intereses y el espíritu de los castellanos, que viven en terreno francamente serrano en las tres cuartas partes de su superfi­cie, e interrumpido constantemente por lomas, colinas y valles en las comarcas que más se aproximan a la llanura.

¡Es curioso el destino de Castilla de haber sido constantemente falsificada por la boca de los demás españoles! Se ha acusado de imperialismo a la región de España que menos sintió nunca este anhelo, como lo demuestra su maravillosa democracia interna y su ningún afecto hacia los reyes imperialistas; se ha acusado de cen­tralista a la región que aun dentro de sus límites se negaba en el siglo XI -cuando ya León y Cataluña empezaban a territorializar su derecho- a generalizar sus costumbres jurídicas y se resiste a ello hasta el Fuero Real del siglo XIII; se ha acusado de tradicionalista y conservadora a una región que precisamente representó, frente al principio de autoridad leonés, la atención a las innovaciones de los tiempos y a las necesidades de los pueblos, creadas por el medio y las circunstancias, y precisamente el triunfo del idioma castellano consiste en haber sido francamente renovador frente a la tendencia conservadora y arcaizante de los demás idiomas peninsulares; se ha tachado de pobre a una región que - sin ser una maravilla de rique­zas- posee excelentísimos recursos naturales: se ha juzgado como sombría una región de cielo despejado la mayor parte del año y de una diáfana luminosidad que despiertan el fervor de los pintores que cruzan por ella y a ella vienen constantemente.

Y, por último, se ha abusado hasta la saciedad del tópico de la "llanura monótona y uniforme" al hablar de una región de terreno quebrado, ocupado casi en su totalidad por ingentes montañas que a veces alcanzan 2.500 metros sobre el nivel del mar y 1.500 sobre el nivel de ciudades situadas a pocos kilómetros, una región que preci­samente acaba en el lugar mismo en que la llanura comienza a defi­nirse de modo franco; en la región leonesa y en la región manchega.

No debemos, sin embargo, culpar a los demás de esta última apreciación, porque hemos sido muchas veces los castellanos mis­mos los que hemos contribuido a propagarla, debido seguramente a una ilusión un poco infantil, pero muy natural; y es la de que al con­templar nuestro paisaje lo hacemos lógicamente con preferencia hacia su parte más abierta. Y entonces vemos la llanura o la inicia­ción de la llanura en las tierras próximas a ella. En este sentido nuestro paisaje es un paisaje de llanura; pero esto no quiere decir, como puede suponerse, que habitemos por ello la llanura.

Otra cosa muy importante es preciso hacer constar sobre Casti­lla, que contribuye a impedir con todas las otras que pueda ser con­templada su verdadera realidad actual: la división en provincias. Si a todas las regiones españolas causó daños esta absurda y arbitraria acotación del mapa de España, que debió dejar muy contento al lite­rato Martínez de la Rosa, a ninguna la ha hecho tanto daño como a Castilla. Porque dejó trituradas sus comarcas, algunas de las cuales llegaron a perder la noción de su propia personalidad. A esta tritu­ración contribuyó, no poco, la manía de que ya he hablado de tomar por frontera la cordillera central, como si fuera la tapia de una finca, y romper así todo el sentido de las comarcas que estaban acaballa­das en ellas.

Por eso, la primera cosa que debe hacer Castilla es pedir la desar­ticulación de sus provincias, reconstituir cuidadosamente sus comarcas, y luego...
Esto es precisamente, este luego, del que quiero tratar en mi pró­ximo y último artículo.

Ignacio Carral

("Diario de Burgos", 24 mayo 193 1.)



(5) ¡Qué conveniente sería que algún mecenas castellano o algún organismo regio­nal acometiera el gesto de reconocer el nombre de Castilla y el de su autor que puso tan noble empeño en defenderle!

(6) Hay sobre todo dos nombres idénticos y dos significaciones diferentes y con­tradictorias: La "Castilla Política Estado" y la "Castilla Gentil". Cada una se ads­cribe al concepto que representa.

jueves, febrero 21, 2008

El derecho de nacer. Isidoro Tejero Cobos (Segovia 1995)

EL DERECHO DE NACER

El Regionalismo es un fenómeno de individualización colectiva. (1)

Se es de la tierra en que se vive. (2)

La geografía de la verdad es más importante que la geografía de las ideo­logías. (3)

El amor a la tierra va unido a la cultura y a la historia; si se desprecia la cultura y la historia se desprecia el amor a ella; y si se desconoce la cultu­ra y la historia que ha tenido esa Comunidad no se tendrá memoria de la misma y se carecerá de raíces para crecer. (4)

El Regionalismo es la expresión políticamente coherente de amor a la tie­rra. (5)

En la naturaleza funciona tanto el filtro regionalista como el filtro nacio­nalista; son dos actividades esenciales de la vida. (6)

El Regionalismo está a favor de la autoridad entendida de otra manera a como se ha llevado en la Historia de España. (7)

El Regionalismo no es un problema de la vida, es un aspecto esencial de la vida. (8)

Que nosotros no entendamos, en un momento dado, lo que el Regionalis­mo es, no quiere decir que no sea un aspecto básico de la realidad. (9)

El Regionalismo como fenómeno de vida ha existido siempre, en todo tiempo y lugar; cuando se ha pretendido destruirle existía, y cuando ha sido perseguido existía también. (10)

El nacionalismo, en la razón de su negación, reside la afirmación de la evi­dencia que niega. (11)

El nacionalismo absolutista es una forma de regionalismo cerrado a su propio fanatismo (12)

El Regionalismo es un hecho de vida, no se le puede extirpar, no se le puede destruir, porque es parte entrañable de la Naturaleza y es una carac­terística fundamental adscrita a su dinamismo. (13)

El pluralismo político es una manifestación regionalista. (14)

El espectáculo más deprimente de un pueblo es asistir a la quema de su propia lengua. (15)

El Regionalismo empieza por uno mismo. (16)

El primer escalón del Regionalismo es la propia persona. (17)

El Regionalismo es una fórmula universal. (18)

El Regionalismo es un sentimiento cultural y patriótico que activa la soli­daridad entre sus gentes. (19)

La parte no debe apropiarse del todo porque pertenece a todas y cada una de las partes. (20)

Despreciar el Regionalismo ha sido, después de olvidarse de sí mismo, una de los mayores disparates que pueden vivirse. (21)

Se puede negar y hasta ignorarse que se pertenece a una región o pueblo pero no puede dejarse de pertenecer. (22)

El Regionalismo sabe mucho de solidaridad porque forma parte de las entrañas de su ideal de vida. (23)

Cuanto más catalanes sois más me gusta Cataluña. (24)
El Regionalismo está más cerca del individuo, de la libertad y de la cultu­ra que el Estado Suprarregional que está más interesado en el control del poder de los individuos a través de las instituciones políticas. (25)

El Regionalismo es un señorío del espíritu, una gala, un poder, un atribu­to, es una función, es una peculiaridad, es una personalidad colectiva, es una individualización cultural, es como una religión, es una fe, es un entu­siasmo, es una dicha, es una gracia común, es un valor de pueblo, es una mística, es un amor colectivo, es una patria, es una fuerza regeneradora, es un punto de encuentro, es una solidaridad, es una vivencia colectiva que nace, vive, crece, sufre y disfruta con conciencia de sí y se expresa para seguir viviendo. (26)

La lengua es el valor más significado de la identidad de un pueblo. (27)

El ataque más directo a un pueblo es cuando se destruye su identidad. (28)

Respeta la individualidad en todo lo que haces. (29)

El bien mío es una cosa, el bien de todos son muchas cosas. (30)

El logro colectivo es suma de logros individuales. (31)

El sentido de la convivencia lo da el calor sagrado de la raza. (32)

Ver a los vascos sentir la alegría de su comunicación solidaria, es una ale­gre experiencia. (33)

El sentimiento colectivo y el sentimiento individual son dos cualidades del corazón del individuo. (34)

Los seres colectivos no existen; lo que hay son seres colectivos en seres individuales. (35)

El territorio común está fraccionado en propiedades individuales . (36)

El Regionalismo es la expresión política de un sentimiento de solidaridad social. (37)

El sentimiento regional es un antídoto natural que actúa neutralizando la acidez de la envidia y el resentimiento. (38)

La mayor riqueza de un pueblo siempre es su propia cultura decantada en el bien común de su libertad. (39)

El Regionalismo es el signo de opulencia de los pueblos. (40)

¿Dónde está Castilla? ¡Si no existe! (41)

El inconveniente mayor del Regionalismo Castellano, más que la situa­ción en que vive, es el estado de cultura en que se haya. (42)

Castilla necesita movilizar sus recursos humanos y políticos en orden a lograr su afirmación como pueblo. (43)

Si Castilla desde dentro promoviera su separación de León y Toledo, no tendría mayor importancia el problema. Daría de ganar a quienes como nosotros emprenden esa nueva andadura. (44)

La unión de León y Castilla está alimentada de un sentimiento residual que queda en la conciencia de los territorios afectados y en el resto de España. (45)

A corto plazo puede consentirse una situación que tiene fuerza política para seguir, pues parece no está madurado el momento como para empren­der la cirugía de una separación. Sin embargo, a largo plazo, puede tener unos costes graves para España, porque rehacer un pueblo como el caste­llano, tan castigado por la historia y la cultura, no es fácil hasta que no transcurra el tiempo suficiente. Mientras tanto eso genera situaciones de insuficiencia que no se pueden cubrir tan fácilmente. (46)
A pesar del ambiente de modernidad, España aún carece de la suficiente energía para parir la libertad de Castilla Gentil. (47)

León y Castilla no han sido un complemento político pluralista sino una unidad forzada desde la más estricta política centralizadora (48)


ISIDORO TEJERO

Regionalismo castellano (1)

Información y servicio de libros. Segovia 1995

lunes, febrero 18, 2008

Ser y Razón de lo Castellano (6 de 7): Falseamiento y anulación del ser y la personalidad de Castilla

Nos vamos a referir, seguidamente, al proceso histórico de falseamiento y anulación del ser y la personalidad del pueblo castellano.

La Castilla original y auténtica fue desnaturalizada. A mediados del siglo XIII, concretamente en la unión definitiva de las coronas de Castilla y de León que se produce en 1230 en la persona de Fernando III, se inicia un largo proceso de falseamiento y anulación de la personalidad castellana.

En esa unión de las dos coronas se ha querido ver una afirmación de la primacía de Castilla en la historia de España, una consolidación definitiva del poder castellano frente a los demás pueblos españoles.

La realidad es muy distinta. La nueva monarquía no es ya castellana, aunque comprenda el territorio de Castilla. En la larga relación de reinos que la componen en aquel momento histórico – Castilla (con los Señoríos de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, y Molina de Aragón) León, Galicia, Asturias, Extremadura, Toledo, Córdoba, Jaén, Sevilla, Granada y Murcia – ciertamente Castilla figura en primer lugar, sin duda porque fue la primera corona que heredó Fernando III, pero no hay un predominio de Castilla sino que, por el contrario, son los ideales, instituciones, esquemas sociales y espíritu señorial de la monarquía de León los que imprimen su carácter a todo el conjunto del Estado. Ya lo dijo certeramente el ilustre historiador catalán Bosch-Gimpera: “Aquella monarquía, a pesar de llamarse castellana, era propiamente ajena a Castilla, representaba la tradición visigoda a través de la monarquía leonesa y polarizaba a menudo en torno a empresas extrañas al verdadero espíritu castellano, fuerzas que lo desviaban de la trayectoria de sus raíces”.

La acción de los reyes de la nueva monarquía global se orienta a la descalificación del régimen popular castellano – la primera democracia que se había dado en Europa - , y a su paulatina suplantación por un régimen unitarista y señorial.

El Estado no es castellano ni se castellaniza. Simplemente secuestra el nombre de Castilla, pero su actuación es claramente opuesta al genio castellano. Rebasada la línea del Tajo, las grandes conquistas de Fernando III, la expansión por la Mancha, Extremadura, Andalucía y Murcia y los conflictos sucesorios, determinan la creación de enormes señoríos territoriales concedidos por los reyes en propiedad y jurisdicción a las grandes familias y a las Órdenes Militares, unas veces por vía de recompensa de servicios y otras como precio de su parcialidad en las discordias intestinas. Es decir, justamente el esquema contrario al planteamiento popular de la colonización castellana. La nueva monarquía exporta a esas fronteras – más tarde a América – el sistema feudal propio de las estructuras del reino leonés, e incluso, lo que fue más grave para los castellanos, en el mismo solar y corazón de Castilla – como ha denunciado el maestro Sánchez-Albornoz – llega a otorgar a los nobles sistemáticamente villas, tierras y jurisdicciones, cercenando las comunidades populares, expropiando los poderes concejiles, absorbiendo las propiedades libres y, en suma, destruyendo la sustancia democrática del país.

La política de los reyes de León-Castilla, apoyada en grandes señores, se orienta concienzudamente a restringir los derechos forales y la autonomía tradicional de las comunidades castellanas. Es un largo proceso que concluirá a fines del siglo XV con la destrucción de los concejos y la anulación del estado castellano pluralista, sustituido por la monarquía unitaria y centralizadora. La revolución comunera yugulada en 1521 es, en uno de sus aspectos, el último y desesperado esfuerzo de los castellanos para recuperar los derechos y libertades de la antigua tradición democrática de Castilla.

Un momento clave en este proceso va a ser la entrada de la Casa de Trastámara. En la guerra civil que lleva al trono a Enrique II, el rey Pedro, llamado el Cruel por los vencedores, estuvo apoyado por las Comunidades, mientras que la nobleza apoyó a Enrique, el bastardo. Pues bien, Enrique, que ha pasado a la historia con el título de “el de las Mercedes” repartió las Comunidades de Villa y Tierra entre la Nobleza que le había apoyado. Golpe decisivo contra las Comunidades y las libertades de los Concejos.

Así, Enrique II “el de las Mercedes” entregará Soria, Almazán, Monteagudo, Deza y Atienza, como recompensa, al hombre decisivo que le llevó al trono, Beltrán du Guesclin. La Comunidades de Soria conseguirá pronto liberarse y volver a ser de realengo; pero la mayoría de las Comunidades caerán definitivamente en manos de la Nobleza.

Aunque las Comunidades lucharon por no salir de la jurisdicción real, poco a poco, la Nobleza va imponiéndose a contrafuero sobre la mayoría de los Concejos comuneros. Esto se efectúa en detrimento del señorío de la Corona y daño de las Comunidades que pierden libertades y patrimonio colectivo. En las Cortes celebradas en Burgos el año 1367, el rey otorga algunas peticiones de los representantes que “pedían por merced que diésemos los dichos oficios a hombres buenos de las ciudades e Villa e lugares a pedimento de los Concejos que los pidiesen, y que no las diésemos a hombres poderosos ni que fuesen nuestros privados...”

A ello se acogió el Concejo de Madrid, al año siguiente, logrando que le fuera restituida la dehesa de Tejada y algunas aldeas usurpadas. Dicha dehesa había sido dada por el rey a “Ximén López”, nuestro Montero”. Sin embargo, al año siguiente, el mismo rey Enrique expide carta de donación de los pueblos de Alcobendas, Barajas y Cobeña a favor de Pedro González de Mendoza, mayordomo mayor del infante Don Juan, su hijo.

Como prueba del interés de las Comunidades por conservar su integridad territorial y su libertad bajo la jurisdicción realenga, son especialmente significativas las manifestaciones del Concejo de Madrid en el ayuntamiento celebrado en 1470. Donde afirman que:
“nos serán ni consentirán en que en esta Villa ni en sus términos e lugares e jurisdicción e propios, ni parte de ellos, sea enajenado en ninguna persona que sea por título de donación o merced...” añadiendo que, si por imposición así fuera, prefieren el exilio: “En el caso que tanta fuerza del Rey o de armas les viniere a que no lo puedan resistir, que ellos e cada uno de ellos, dejará la dicha Villa e se saldrá della e de sus arrabales a vivir e morar como hombres que desean vivir en libertad”... ¡He aquí el viejo espíritu castellano que prefiere el destierro a la sumisión desde los lejanos días de Mío Cid!

La imposición de la Nobleza, y posteriormente de los Corregidores, funcionarios que cada vez más van abandonando los fueros propios de las Comunidades para imponer el fuero real, contribuirán decisivamente al proceso centralizador y uniformador. La oposición popular a este extraño órgano de poder, se manifestará en muchas ocasiones, y especialmente con ocasión de la Guerra de los Comuneros. En los capítulos que la Junta Santa de la Comunidad ordena en 1520 y remite a Flandes para que sean confirmados por el rey, reinserta, en el cuadro de derechos y libertades que las comunidades reivindican, la petición de que “de aquí adelante no se provea de Corregidores a las ciudades y villas destos reinos, salvo cuando las ciudades e villas e comunidades de ellos lo pidieren; pues es conforme a lo que disponen las leyes del reino”

La derrota de los Comuneros marca, ciertamente, otro momento muy grave en el declinar del ser de Castilla. Pero, ante todo conviene observar que el nombre con que este acontecimiento político y social ha pasado a la historia es inapropiado y muy confundidor, porque el alzamiento no se limitó a Castilla y a sus tradicionales comunidades de ciudad o villa y tierra, sino que se extendió también por los reinos de León y de Toledo, así como por Extremadura y Murcia, aunque con muy distinto significado e intereses. También en Valencia y en Mallorca, se produjeron profundas conmociones políticas y sociales.

Las consecuencias de la llamada Guerra de las Comunidades fueron especialmente catastróficas para los vencidos de todos los lugares de los reinos de León y de Castilla, donde hubo fuerte oposición al emperador, y especialmente para las auténticas comunidades castellanas de ciudad o villa y tierra.

El movimiento de las “comunidades” se ha interpretado de muy diversas maneras según la época y el pensamiento político de los opinantes. Para unos esta rebelión fue una protesta nacionalista por la entrega del país a intereses extranjeros; para otros, una manifestación del descontento porque el nuevo rey otorgaba los principales cargos y las más jugosas prebendas a los forasteros de su séquito de flamencos; para los de más allá, un estallido de contiendas entre nobles por el predominio de su casa en la respectiva comarca; para la pequeña nobleza, los caballeros y el bajo clero, una reclamación frente a la prepotencia abusiva de los grandes magnates y prelados; para los países de auténtica tradición comunera, un intento de recobrar los viejos derechos y libertades perdidas; para los obreros de los diferentes oficios y las clases oprimidas, una revolución que los libraría de su miserable condición. Y de todo hubo en aquellos complicados acontecimientos políticos y sociales que hoy parecen aún más enredados por la confusión indiscriminada con que se presentan como una sola entidad reinos, países, pueblos e instituciones diferentes.

Para algunos autores el fracaso de los “comuneros” supuso la ruina de las Cortes y de los concejos democráticos; pero ya hemos visto que la consolidación del absolutismo real y la decadencia de las Cortes y de los Concejos ya se había iniciado mucho antes, fue acelerada por los gobernantes de las dinastía de los Trastámara y de hecho consumada por los Reyes Católicos.

El gran triunfador de aquel 23 de abril de 1521, dice Joseph Pérez, no fue tanto el poder real como la aristocracia, amenazada en su función política y desafiada como potencia económica y social.

Villalar, por todo lo dicho, tiene una significación histórica supranacional, pues afectó a varios reinos o pueblos de España. Por tanto, es una gran manipulación histórica la pretensión de identificar la celebración de Villalar como día de la región del Duero, lo que ahora se llama “Castilla y León”, que si bien incluye todo el antiguo reino de León, no incluye sin embargo toda Castilla.

Continuará, sin embargo, la vida de las Comunidades de Villa y Tierra, sobre todo en el aspecto económico. En la mitad del siglo XVIII, y en un pleito entablado en el lugar de Tarancueña (Soria), donde yo nací, se demuestra que seguía vigente en la Tierra de Caracena a la que pertenecía, el Fuero de Sepúlveda o de Extremadura, aunque, finalmente, se impuso la ley general uniformadora en la Cancillería de Valladolid.

Las leyes desamortizadoras del siglo XIX no alcanzarán solamente a los bienes de la Iglesia, sino también a los bienes comunales (de comunidades y de aldeas), perdiendo las Comunidades de Ciudad o Villa y Tierra , además del poder político y los fueros, el rico patrimonio que aún poseían.

Poco se salvó de aquel general expolio, yendo a parar el patrimonio comunitario a manos de una burguesía extraña al territorio, o al cacique, y siendo en otras ocasiones comprado en fuerte sumas de dinero por la propia Comunidad o la aldea. En ambos casos, el resultado es la ruina de las Comunidades y sus Aldeas.

La división provincial de 1833 y la supresión subsiguiente de las Comunidades de Villa y Tierra acabaron, definitivamente, con esta institución esencial que define el ser y la personalidad del pueblo castellano: Las Comunidades de Ciudad o de Villa y Tierra.

Las aldeas quedaron, así, recluidas en su individualidad, sin defensa ninguna ante el centralismo estatal y provincial, y a merced del cacique más fuerte. Faltas de comunicaciones y perdidos todos los servicios, mal pagados los productos del campo y faltas de unidad para la defensa de sus intereses, las aldeas se han ido muriendo en su soledad.

Inocente García de Andrés
Socio fundador de tierra CASTELLANA
Miembro fundador de Comunidad Castellana.