martes, enero 02, 2007

Historia de Castilla durante las décadas del franquismo (A. carretero)

Historia de Castilla durante las décadas del franquismo

Uno de los más graves problemas que al final del franquismo brotaron de manera incontenible, tras cuarenta años de represión, fue el de los nacionalismos internos, los regionalismos y las autonomías, que José Luis Abellán, en su análisis intelectual de la transición (1975-1980), denomina genéricamente el problema de la identidad nacional (107).

Durante los años de la dictadura franquista los regionalistas leoneses, como los de otras muchas partes de España, no realizaron actividades notables, aunque durante este tiempo se publicaron muchos y muy interesantes trabajos sobre la historia del antiguo reino de León que serán de gran valía para una recuperación, sobre bases firmes, de la conciencia colectiva de los leoneses.

Regionalismo «castellano-leonés» o, abreviadamente, regionalismo «castellano», con la significación equívoca de estas denominaciones, no existió realmente durante el franquismo, como no existió durante la monarquía de Alfonso XIII.

Hemos visto, y no está de más recordarlo, que los llamados «agrarios castellanos» constituían una oligarquía caciquil, con mucha fuerza política en los gobiernos de la monarquía, que desde mediados del siglo xix dominaba la cuenca media del Duero. Enfrentados a la burguesía industrial catalana por intereses encontrados Especialmente en cuestiones de aranceles-, estos grupos de terratenientes y financiadores del comercio de cereales, con base principal en Valladolid, defendían sus intereses de grupo firmemente asidos al poder central. Encarnaban el centralismo político más intransigente de su época; y, presentándose como portavoces de los agricultores castellanos, se oponían tenazmente a cualquier clase de autonomías, especialmente a la que entonces propugnaba para su región la burguesía industrial catalana, el sector más moderno de la burguesía española. Como bandera en defensa de sus intereses (coincidentes con los de los latifundistas andaluces) alzaban la de la unidad de la patria frente al separatismo, que así llamaban al regionalismo catalán. Usaban el nombre de Castilla con absoluta impropiedad, puesto que la híbrida zona que decían representar no corresponde al viejo reino de Castilla (ni al de León, ni al conjunto de ambas entidades históricas).

Cuando durante la II República, a pesar de la tenaz oposición de este grupo, la regionalización de España -basada en la concesión de estatutos de autonomía- estaba en marcha, los agrarios castellanos presentaron un Estatuto de Autonomía rápidamente preparado, siempre con el propósito de defender sus intereses económicos. Tal fue el origen de este regionalismo castellano-leonés de conciencia con base en la economía, como acertadamente dice de él uno de sus historiadores (108) (basado concretamente en la defensa de los intereses de la oligarquía que lo creó).

Nada tiene, pues, de extraño que tales regionalistas se esfumaran en 1936 al producirse la sublevación militar y no fueran víctimas señaladas de la cruel represión que enlutó a Valladolid aquel trágico verano. Aquellos regionalistas castellano-leoneses dejaron de serlo porque la ideología unitaria, centralista y reaccionaria de los sublevados y los falangistas vallisoletanos no se diferenciaba mucho de la suya; y la Gran Castilla Imperial de Onésimo Redondo, asentada sobre la planicie del Duero y con capital en la ciudad del Pisuerga, coincidía exactamente, en sus límites geográficos, con su feudo político. En realidad, era Onésimo Redondo el que había heredado esta visión geográfica de «Castilla» de los caciques trigueros del siglo xix, y de los literatos de la generación del 98 que la habían idealizado.

La oligarquía agraria se incorporó al régimen del general Franco, que respetó sus intereses, y no dio señales de actividades regionalistas hasta que en 1976 resurgió con mayor vigor la cuestión de las autonomías. Pero entonces, tras cuarenta años de enseñanza de una historia nacional falseada, la Castilla de Onésimo Redondo era la Castilla que tenían en mente la mayoría de los españoles. Una Castilla sin la Montaña cantábrica, ni La Rioja, ni las tierras de Madrid, Guadalajara y Cuenca, pero con todas las provincias leonesas y la Tierra de Campos como su cogollo geográfico y su corazón histórico; y un País Leonés que, como el viejo reino de León del cual fue asiento, quedaba oculto en la oscuridad del olvido.

El regionalismo propiamente castellano, a semejanza del leonés y a diferencia del castellano-leonés, surgió de manera natural en el país como sentimiento colectivo ajeno a todo interés económico de grupo o clase social y sin vinculaciones políticas de partido. Careció de recursos financieros, de prensa influyente y de apoyos gubernamentales (no tuvo diputados, ni senadores, ni gobernadores ... ); y se mantuvo con el desinteresado apoyo de pequeños grupos de castellanos con viva conciencia colectiva en varios lugares de Castilla. Ya queda dicho algo sobre sus actividades desde comienzos de siglo hasta el estallido de la guerra civil en 1936. Como todos los regionalismos y todas las ideas de variedad nacional, tuvo que refugiarse en la inactividad y el silencio durante la dictadura franquista, y solamente pudo mantenerse en la memoria y la conciencia de algunos castellanos.

Pocos supieron de su existencia por el adoctrinamiento político oficialmente impuesto y por la enseñanza de una historia adulterada en torno a la idea de la nación una y el Estado centralista.

Si, por un lado, los jóvenes fueron mantenidos durante las cuatro décadas del franquismo al margen de toda idea regionalista, por otro, la labor realizada por algunos estudiosos de la historia general de España y de las particulares de León y de Castilla fue en estos años muy valiosa; tanto que ha dejado un caudal de conocimientos sobre el pasado histórico que, bien utilizado, puede ser firme cimiento de un brillante y vigoroso renacimiento en estas dos entidades históricas.

Sobre el antiguo reino de León y su territorio (el País Leonés) o en forma muy estrechamente relacionada con él se han publicado entre 1939 y 1976 trabajos de diversos autores que contienen datos e informaciones de gran interés.

Esclarecer la personalidad específica del País Leonés en la confusa mezcla de lo leonés con lo castellano es esclarecer a la vez, en la misma medida, la de Castilla. Y a la inversa.

En estas condiciones los trabajos de Menéndez Pidal sobre la historia de Castilla, publicados en España y en el extranjero, son de sumo interés.

En 1942, don Ramón publicó en Buenos Aires el volumen titulado El idioma español en sus primeros tiempos. Escrito con el rigor propio de toda su obra, este libro de fácil lectura, abreviación de los Orígenes del español -«obra sin par de la filología románica>, es de un valor inapreciable para quien quiera iniciarse en el conocimiento de los orígenes de Castilla y de la lengua castellana, así como de la personalidad histórica de esta vieja nacionalidad. Enseña mucho, a la vez, sobre los orígenes del reino de León y sus características, y lo que fue el viejo romance leonés, parecido al gallego, que -con variantes dialectales - se habló en tierras de Asturias, León y Extremadura.

En 1943, con motivo del Milenario de Castilla, Menéndez Pidal dio en Burgos una conferencia que, con el título de Carácter originario de Castilla, fue editada en Buenos Aires en 1945. La riqueza de estas enjundiosas páginas en enseñanzas y datos de interés sobre la primitiva Castilla es extraordinaria.

Otro libro de Menéndez Pidal cargado de buena información sobre los orígenes asturianos del reino de León, lo que León y Castilla fueron en los siglos x, xi y xii, y la trascendental significación del imperio hispano-leonés en el conjunto histórico de las Españas medioevales, es El imperio hispánico y los cinco reinos, publicado en Madrid en 1950.

También en 1950 se imprimió, en Buenos Aires, El Cid Campeador-, un estudio histórico de este personaje castellano -muy deformado en su imagen legendaria- que contiene interesantes noticias sobre los ambientes políticos de León y de Castilla en el largo reinado de Alfonso VI, las luchas políticas y armadas entre leoneses y castellanos, y la familia de los Beni Gómez.

Historiador español que realizó gran obra en el exilio fue don Claudio Sánchez-Albomoz. Entre su más notable producción están los volúmenes dedicados al estudio de los reinos de Asturias, León y Castilla en los siglos medioevales. Lo más importante de estos trabajos está recogido en el Tomo VI, Volumen 1, de la Historia de España fundada por Menéndez Pidal (La España cristiana de los siglos viii al xi. El reino astur-leonés, 722-1037), Madrid, 1980; el libro ya citado Estampas de la vida en León en el siglo x, Madrid, 1926; los dos tomos de España. Un enigma histórico (editados en plena polémica con Américo Castro), Buenos Aires, 1956; y multitud de artículos monográficos, entre ellos Sensibilidad política del pueblo castellano en la Edad Media, separata de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, 1948.

En la obra de Sánchez-Albomoz hay dos aspectos muy diferentes. En el primero, don Claudio es el erudito investigador en busca del dato exacto, que calibra con rigor. Aquí su aportación al saber histórico es muy valiosa y justifica el esfuerzo del autor. En el segundo, es el exégeta influido por sus sentimientos religiosos y patrióticos, o por sus ideas políticas. En esto don Claudio se apasiona, y llega a lanzar tronantes maldiciones contra los que no comparten sus puntos de vista ni aceptan sus conclusiones. Aspecto que puede dejarse a un lado para retener solamente lo mucho valioso de su extensa obra.

En sus escritos políticos más polémicas (que publica como historiador), don Claudio se contradice más de una vez palmariamente.

Para don Claudio, somos malos españoles, dignos de maldición, los que pedimos estatutos singulares para Castilla y para León porque lo considera incitar a la separación de hermanos; pero en otra carta dirigida a sus amigos navarros (29-II-1980) les dice que desea para Navarra que conserve su personalidad dentro de España, como las otras regiones españolas. «Deseo que Navarra viva libre de toda sumisión a ninguna otra región española. Ella lo merece» (109),

En un breve y agudo ensayo sobre la mentira en la historia, Caro Baroja viene a decir que una cosa es la erudición y harina de otro costal su buen empleo (110).

Como recuerdo de las fiestas celebradas en Burgos en 1943 «para conmemorar la constitución de Castilla como estado libre e independiente», Luciano Serrano, abad de Silos, dirigió una nueva edición del Poema de Fernán González con un estudio preliminar suyo (111). La parte de este poema vinculada a la historia y la tradición primigenio de Castilla es de grandísimo interés para el conocimiento de la vida social y la conciencia colectiva de los primeros castellanos, gentes oriundas de la Montaña santanderina y burgalesa, en unión de los vascos.

Importantes estudios sobre la historia de Castilla propiamente dicha, que también contienen valiosa información sobre el reino de León y las historias comparadas de ambos países, son los que en esta época publicó Justo Pérez de Urbel, historiador y abad mitrado del Valle de los Caídos, entre ellos: los tres tomos de la Historia del Condado de Castilla, Madrid, 1945 (edición refundida con el título El Condado de Castilla, Madrid, 1969); Fernán González, Madrid, 1943 (edición renovada y editada con el título Fernán González. El héroe que hizo a Castilla, Buenos Aires, 1952); Sancho el Mayor de Navarra, Madrid, 1950; Historia de España dirigida por Menéndez Pidal, Tomo VI: España cristiana. Comienzo de la Reconquista (711-1038), por Justo Pérez de Urbel y Ricardo del Arco Garay, Madrid, 1956; Los vascos en el nacimiento de Castilla, Bilbao, 1946. Como es el caso de no pocos autores, en Justo Pérez de Urbel -«profeta del pasado», él mismo se dice- es valiosa la erudición (los hechos y los datos concretos); pero es preciso no confundir ésta con lo mucho que en la obra de este monje hay de pasión patriótica y política, y de prejuicio religioso.

Coincidiendo con los historiadores de la primitiva Castilla cantábrica, los estudiosos de la filología histórica también sitúan los orígenes de la lengua castellana en un «pequeño rincón» del norte peninsular, en los límites de la Montaña santanderina con Vizcaya (la vieja raya entre los autrigones y los cántabros). En 1942, Rafael Lapesa da a luz - con un prólogo de Menéndez Pidal- la primera edición de su Historia de la lengua española (112), una de las obras más conocidas de los discípulos de don Ramón que afirman y continúan la obra de su maestro.



(107) JoséLuisAbellán,La función del pensamiento en la transición política
(108) EnriqueOrduña,El regionalismo en Castilla y León,p.72.
(109) C. Sánchez-Albornoz, Orígenes y destino de Navarra. Trayectoria histórica de Vasconia, Barcelona, 1984, p. 161.
(110) Julio Caro Baroja,El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo,Madrid, 1970, pp. 43 y ss.
(111) Poema de Fernán González, edición de Luciano Serrano, Madrid, 1943.
(1 12) Rafael Lapesa, Historia de la Lengua Española, 8.l ed., 1980, pp. 39-43, 53, 130, 164, 174-175, 179, 184-191 y mapa de la expansión del castellano.

(Anselmo Carretero y Jiménez. .El Antiguo Reino de León (País Leonés).Sus raíces históricas, su presente, su porvenir nacional. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1994, pp 794-798)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quien es:
Licenciado en derecho.Durante la guerra civilcolaboro con el gobierno de franco, desempeñandose como cronistade su cuartel General.Terminada la guerra fundo la oficina de informacion diplomática.En 2962 ingreso a la orden benedictina, y en 1969 fue elevado a la dignidad de abad Mitrado???