martes, mayo 29, 2007

Miscelanea abulensica 5. Psicomaquia. RES

Psicomaquia


La idea prometeica del conocimiento se pretende a su vez fuente de poder y de seguridad psíquica; no hay más que ver como el intelectual moderno pretende con fruición verdaderamente luciferina una acumulación de saberes, libros raros, bibliografías exclusivas, revistas de circulación restringida y otras mercancías que colecciona con verdadera pulsión anal. No contentos con las exterioridades ordinarias más o menos verificables se intenta a veces bucear al fondo de los repliegues escondidos del alma con el ánimo ilusorio de pretender una apropiación de las claves a que responde el ser humano. Esto da lugar a un intento de ilustración en el mundo inestable e inasible de la psique donde las nociones pretendidamente racionales se convierten por causas de fuerza mayor en nociones ficticias y análisis estructurales deslizantes y engañosos, que curiosamente no evitan que vivamos en un mundo con neurosis y psicosis en aumento imparable y cosas aún más graves, que poco tienen que ver con la seguridad psíquica.

Así recordamos como en los comienzas de la actual andadura autonómica se intentaron unas caracterizaciones apresuradas de Castilla y lo castellano que fundamentalmente eran un reflejo pasivo de unas supuestas caracterizaciones étnicas y nacionales bastante más perfiladas, surgidas en la periferia peninsular. Era la hora urgente del reparto del poder, la hora del asesinato del padre, condición indispensable de la liberación de los hijos castrados por su poder ancestral y tiránico, la hora de la liberación, que no de la libertad.

Desconociendo probablemente la noción del verdadero fondo humano, que por otro nombre podría denominarse “el hombre interior” a la manera del maestro Eckhardt y la mística renana, una psicología de pacotilla anunciaba que tenía la clave del comportamiento interior del hombre castellano, una constante por así decir, que era fundamento además de unas reivindicaciones territoriales extensas pero ciertamente dudosas para cualquier mediano conocedor de la historia castellana.

Traemos a colación un texto catequístico pedestre de unos de los animadores del pancastellanismo, guías y mentores lamentables de nacionalistas posteriores, con pretensiones de profundidad psicológica.

“Castilla es, igualmente, un HECHO POPULAR, antropológica­mente comprobable.

Existe no sólo una lengua y una cultura de Castilla, sino también un carácter propio, una psicología específica, un temperamento popu­lar, una idiosincrasia diferente, una forma de analizar, interpretar y valorar la realidad..., existe un PUEBLO, en definitiva, que posee todas estas notas características que lo definen y singularizan en el campo de la etnología, entre otras colectividades humanas.

De este modo, ya nos es posible determinar con mayor exacti­tud lo castellano; si lo lingüístico-cultural dejaba áreas indecisas (con tener la importancia primordial y especialísima que todos debe­mos conceder a este aspecto), lo temperamental, lo psicológico, lo popular..., nos sitúa y realza a Castilla ante zonas como Andalucía, Murcia, Extremadura, Canarias, etc., (o como pueblos de otros con­tinentes) que, compartiendo nuestra lengua y participando de esta nuestra primera característica, no son Castilla en un sentido riguro­so de Pueblo.

Cultura y Carácter o Temperamento son los dos pilares básicos en la arraigada definición de lo castellano primigenio, sin perjuicio de que existan en torno a este circulo inicial, otros círculos concéntri­cos, que participan también de la identidad primera de Castilla, si bien no ya de un modo tan homogéneo.

Ciertamente, tierras son todas ellas que, cuando menos, com­parten con las castellanas algunas cosas, empezando por su lengua y en muchas ocasiones no poca de su sangre, pero que no son Castilla rigurosamente hablando.

Tarea de ésta y de sucesivas generaciones es encontrar la vía de engarce del núcleo más íntimo de la castellanidad, del Pueblo mis­mo de Castilla, culturalmente homogéneo, pero además etnológicamente idéntico”.

(Angeles Morueco y Juan Pablo Mañueco. Diez castellanos y Castilla. Editorial Riodelaire. Madrid 1982, p. 9)

Sorprende a primera vista un analfabetismo psicológico abismal que confunde las nociones de temperamento y carácter, no menos que la ignorante y zafia pretensión de que esto sea el pilar básico de lo castellano primigenio. Nada claro se explicita de esta supuesta psicología uniforme, etnología idéntica y cultura homogénea, extendida por los cuatro puntos cardinales de una Castilla más bien delirante y cuartelesca, lo que o bien hace referencia a un saber arcano y esotérico solo al alcance de unos cuantos iniciados o sencillamente es el producto de unos tópicos fantasiosos, infantiloides y aptos solo para un turismo de masas de la más baja calidad, o para un nacionalista a la moderna. Sin más aclaración se expone la tesis desbarrante y fantasmal y a continuación se concluye: “como queríamos demostar”. Así que “ queda antropológicamente comprobado”.

El libro citado contiene unas entrevistas planteadas de manera dispersa y poco sistemática a cuatro leoneses y cuatro castellanos, partiendo de la absurda mayor de que los leoneses son castellanos claro está, y en que la única sensatez psicológica se encuentre en una apostilla de Amando de Miguel.

Lo del «temperamento» y no digamos la «idiosincrasia» singular son sólo piadosas leyendas. Lo del «castellano austero», como broma, puede pasar. La frase ya hecha de «las señas de identidad diferenciales» está bien para discursos electore­ros y justas poéticas locales.

(Op. Cit. P.162)

A manera de curiosidad quisiéramos reunir aquí una antología o florilegio de caracterizaciones de la apariencia psíquica del castellano que cuando menos nos pueden sumergir en ciertas perplejidades. No estaría mal comenzar por un poeta que vio truncada demasiado pronto su vida, y que lejanamente nos recuerda a Rubén Darío, pero sin la magia de su rima ática y armoniosa.

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría y
castellanos de alma,
labrados como la tierra y
airosos como las alas;
andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras y
forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;
extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,
vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:
yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

(Vientos del pueblo me llevan. Miguel Hernández).

Distinguía Miguel castellanos de leoneses, lo que para los tiempos que corren no está mal. La caracterización de los castellanos es la más etérea, inasible y vagamente universal que pueda concebirse; lo mismo podría haber escrito: castellanos bípedos racionales que respiran y sudan, o castellanos fábricas ambulantes de caca y pis. Total que nos quedamos “in albis”. Además convence bastante poco las caracterizaciones de los otros pueblos peninsulares; ¿ quien no ha conocido asturianos encogidos, catalanes bohemios y veletas, gallegos nerviosos e histéricos, andaluces saboríos, murcianos de pachorra, valencianos melancólicos, vascos blandengues y comodones, leoneses y navarros urbanitas de garaje y efluvios gasolineros ?. Lo dicho,¡ a otro perro con ese hueso!.


Algunas otras joyas literarias de penetración psicológica: la primera es de un catalán de Reus, hombre bohemio de talante liberal y epicúreo, en su momento considerado afín a la gauche divine barcelonesa de los años 60 y 70

" España es como un sombrero, con una meseta elevada en el centro, y el ala que la rodea al nivel del mar. La Meseta es pobre y de clima duro, continental. Los hombres que viven y han vivido en ella se han acostumbrado a las duras condiciones de existencia, desarrollando un espíritu independiente, así como un sentido integrador de toda la Península. Por el contrario, los bordes son ricos y de climas benéficos. Sus gentes tienden a la dispersión, a los contactos con el exterior, y su espíritu es comunicativo y viajero. La periferia es materialista y centrífuga; la Meseta, espiritualista y cohesionadora. La historia de España, en sus líneas generales, muestra este juego entre el casquete que sostiene y el ala imaginativa
que quiere volar.”


José María Carandell.

El texto evidentemente no tiene desperdicio, para empezar ni siquiera menciona Castilla, obviamente subsumida en el vago concepto de Meseta de imprecisos límites, por otra parte muy de acuerdo con el moderno concepto de Castilla que no es otro que el expresado por este periodista de ocasión. Por lo demás y a pesar de que la ideología del autor no es sospechosa de moralismo bienpensante y piadoso, no deja de coincidir casi al cien por cien con los tópicos del pasado régimen franquista. Asoma el viejo lugar común del mesetario como sustento de la unidad nacional, afín a las ideas de Ortega y Gasset y Onésimo Redondo y algunas cosas un poco más confusas como la de espiritualista. No se sabe muy bien lo que quiere decir este calificativo; acaso que el mesetario invoca a los espíritus, en el estilo espiritista de Allen Kardec, o como las brujas populares de Cernégula o Barahona, o bien como las hermanitas de Mcbeth.

Lo de muy acostumbrado a las duras condiciones de existencia, usted me dirá: “a la fuerza ahorcan”. Claro que a lo mejor lo que quiere decir es que todo mesetario es un asceta en potencia dispuesto a emular los extremos de penitencia y piedad de los antiguos eremitas de los desiertos egipcios como San Pablo de la Tebaida o San Antonio el Grande. Pero todo eso son apariencias engañosas, hay mucho camaleón vestido de lagarterana; en cuanto se ha llegado a un cierto nivel de renta han aparecido mesetarios pantagrueles, petronios, sibaritas y epicúreos.

Finalmente lo de independiente, es cuanto menos dudoso; el pueblo que gritaba “vivan las cadenas” en la época ominosa de Fernando VII era justamente el mesetario; sin duda los genes rebeldes de las rebeliones comuneras del XVI llegaron a perder todas sus virtualidades. Las movidas revolucionarias anarquistas de los siglos XIX y XX estuvieron mucho más afincadas en las costas mediterráneas que no en la Meseta y también los movimientos independentistas y secesionistas. Tal vez se halla confundido lo de independiente con lo insolidario que eso si abunda en la meseta y mucho.

Otra joya de la fisiognómica anímica castellana es la siguiente:

"El verdadero castellano es indomable, no le reduce ni el frío ni el calor ni el hambre ni la tortura, ni la paz ni la guerra, es altivo y libre bajo una apariencia humilde y sencilla; y desde remotas épocas, mientras otros pueblos y razas de la historia vivían en la servidumbre, él sólo impera por la generosidad y el heroismo.

Antes morir que entregarse. Fue aventurero e independiente, con orgullo y dignidad de su pobreza llega a mendigante, pero no a esclavo.

En cambio se rindió siempre al que le llamó amigo."

Luis Pérez Rubín "Flor de la vida"

No puede uno menos que quedarse perplejo ante tal avalancha de epítetos y ditirambos, claro que tratándose de “el verdadero castellano” cualquier cosa es posible; para empezar parece que nadie sabe lo que es un verdadero castellano; el castellano menos verdadero usa, si puede, calefacción cuando tiene frío; aire acondicionado cuando tiene calor; echa mano de alguna cosa de la nevera cuando tiene hambre; no frecuenta las torturas a menos que sea de la variante sadomasoquista; sale a protestar cuando se declara una guerra, y si no la paz le gusta por lo menos que le dejen en paz. Rendiciones ha padecido muchas pero justamente a los amigos les ha dado algún sablazo que otro cuando la necesidad apretaba. Ha padecido domas y servidumbres sin par en la Europa occidental: inquisición, absolutismos, despotismos, y franquismos sin cuento; despojado de fueros, de autonomías, de privilegios, de libertades hasta llegar a una condición poco menos que la de mujik del antiguo imperio zarista. No sería justo olvidar que en ocasiones ha levantado la cabeza contra esta situación, pero con el resultado desafortunado de que se la han rebanado, lo han chamuscado en la hoguera , lo han fusilado contra un paredón o lo han metido en una mazmorra. El castellano de mentirijillas, o sea el real, las ha pasado bastante canutas, las virtualidades gloriosas quedaron para el verdadero castellano, género de ficción que algunos cultivan con veneración idolátrica.

¿Altivez y orgullo? ¿ Por que extraña sinrazón fueron castellanos José Gutierrez Solana, Enrique Jardiel Poncela, Chumy Chumez , Gila, Coll o Serafín el de las marquesonas de tintorro y muslamen?.

Para traer un contrapunto a tanta falacia Antonio Machado nos dejó unas impresiones de sus correrías sorianas:

“Abunda le hombre malo del campo y de la aldea
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales”

Si hubiera que hacer caso de las primeras descripciones no sería fácil aceptar que este texto machadiano tenga nada que ver con castellanos; a lo mejor se trata de extraterrestres, de habitantes del planeta Ufo, o de domingueros marcianos de picnic por los páramos sorianos.

Así pues al intentar caracterizar psíquicamente a los castellanos resulta que parecen lo que no son, son verdaderos cuando son de mentirijillas, y falsos y esperpénticos cuando son verdaderos. Cada intento de captar un rayo anímico aparece reflejado y refractado de manera insólita y esperpéntica donde menos se espera, creando imágenes estrambóticas y fantasmales en un tablado onírico. La psique no es otra cosa, la mayor parte de las veces, que un espejo mágico que se burla del que se contempla en él. Los soplos anímicos como se dice en el lenguaje vedántico, y también fuegos, facultades, tormentas, las pulsiones instintivas que dirían los freudianos, conforman un reino del revés o invertido, el reino del engaño, el imperio ilusorio de Satán, cuyo significado en hebreo no hace referencia a ningún ser particular sino al sentido de enemigo. El hombre moderno encerrado en la esfera privada y aislada de su psique es súbdito nato de este reino, en la mayoría de los casos sin saberlo, en el que figuran como derechos primigenios liberaciones varias que cubren un amplio espectro satisfacciones egóicas materiales y psíquicas, o sucedáneos de tales, que van desde la acumulación de riquezas y poderes hasta cualquier tipo de satisfacción instintual y libidinosa así sea perversa y polimorfa en grado supino. De contenido semántico deslizante, la libertad en sentido moderno apenas rebasa el contenido oscuro de unas liberaciones confusas, a veces presentadas como ejecutoria intachable de la mucha libertad del mundo moderno .

El Soplo fuente de la que surge cualquiera de los soplos anímicos, tiene una correspondencia simbólica con el Sol como fuente de vida y energía del sistema solar, y los soplos particulares tienen su correspondencia con los planetas a los que gobierna y que giran a su alrededor, en órbitas celestes determinadas pero siempre en distintas posiciones y con influencias siempre cambiantes. Los soplos, las puertas de los sentidos que los admiten y los planetas forman todo entramado simbólico y cósmico con un sorprendente homomorfismo en las diferentes tradiciones; quizá más clara la correspondencia de planetas con la puertas de los sentidos, con los elementos y con las emociones positivas y negativas en el caso de la cosmología taoista:

Mercurio el mensajero de los dioses . Oídos. Elemento agua. Dulzura o miedo.

Venus diosa del amor. Nariz. Elemento metal. Ánimo o tristeza

Marte dios de la guerra. Lengua. Elemento Fuego. Amor u odio

Júpiter o Zeus tonante. Ojos. Elemento madera .Generosidad o ira

Saturno hijo de Cronos y devorador de sus hijos. Elemento tierra. Boca y labios . Justicia o ansiedad.

El acento de las emociones positivas o negativas varía un poco según las diferentes tradiciones. Así los círculos del infierno de Dante son mucho más detallados que las esferas planetarias del paraíso, y no resulta sencilla la correspondencia entre círculos infernales y esferas planetarias, tanto menos cuanto introduce la clasificación expuesta por Aristóteles en su Ética.

¿ Acaso han escapado a tu recuerdo
las frases con que tu Ética se toca
la tríada a la que Dios riega su acuerdo:
la incontinencia, la malicia y la loca
bestialidad ?

(Dante. La Divina Comedia. Infierno XI v. 80)

Según esa correspondencia cósmica cada planeta ejerce una influencia sobre el hombre mediante un daimon o regente de los destinos, que el ámbito occidental coincide con los nombres del panteón greco-romano o germánico. La denominación de demonio ha restringido en el ámbito cristiano su significado originario a una interpretación puramente, peyorativa, negativa y maniquea en buena parte originada por los primeros apologetas cristianos que consideraron demonios a los dioses paganos. El daimon puede ser obediente o desobediente según obedezca o no las órdenes del conductor del carro.

El transcurso de los tiempos y la pérdida de transparencia metafísica del hombre occidental ha llevado a considerar al destino como un fatum inexorable que todo lo empuja, un decreto arbitrario de tirano. El moderno paganismo lo venera en sus distintas versiones de determinación económica, evolución biológica-genética, oscuros encadenamientos inconscientes e imperativos de una voluntad de poder sin freno. Nada peor entendido hoy día que el libre albedrío, que o bien se supone como el valor en la antigua mili, o bien se lo cree producto de una evolución más bien fantaseada y nunca rigurosamente demostrada.

Cuesta entender que el destino no se nos impone sino que lo creamos mediante causas y condiciones enlazadas; es un legado a repartir, una herencia con fundamentos causales (karma); el destino no es una imposición sino la ley de nuestra propia naturaleza . El símbolo platónico y oriental del triple de conductor , carro y caballos, ayuda a clarificar eventos: es muy distinto un carro conducido por un conductor delirante y sin reflejos tirado por caballos desbocados que otro llevado por un conductor aleta con caballos bien domados y mandados, solo de este último se puede decir que tiene libre albedrío, del primero tan solo que sigue la órbita del desastre aunque se adorne con epítetos liberacionistas. La voluntad tiene siempre una inexcusable responsabilidad de elegir entre lo que debe y lo que no debe hacer, inútil argüir determinaciones económicas infraestructurales, fatalismos genéticos evolutivos o procesos inconscientes neuróticos o arquetípicos, todos ellos modernas negaciones de la libertad y el libre albedrío en un mundo que se autotitula libre; es bien distinto dejar que nos atrape el destino que saber contemplarlo desde el origen providencial divino que lo dirige. En medio del huracán desatado es el ojo del huracán el que no se mueve; es mediante la voluntad como puede liberase uno del atropello del destino unificado con la providencia sin origen .

Así pues se tiene la alternativa de elegir una voluntad libre o una voluntad egoísta; la primera permitirá ser tanto más libre del destino cuanto más cerca esté del eje y centro de la providencia divina, la segunda es apta para hacer del hombre un sujeto pasivo de las pasiones; cada caballo, cada daimón dejado a su aire se convierte en ángel caído, en el dragón interior que amenaza con devorar. Reto, antagonismo , lucha- psicomaquia- entre esfuerzos virtuosos y vicios acechantes para conseguir el raro galardón de la libertad. Confundida hoy día la libertad con la satisfacción material, se cree que una suficiente renta monetaria, unas garantías legales y procedimentales de atenuación de las coerciones externas más o menos eficaces, o el diván del psicoanalista - ese factor de conformidad con la regresión-, configuran una libertad como nunca gozó jamás el hombre en la historia. Como de tantos otros términos -paz, justicia, autoridad, ser, belleza, beatitud - también desconoce el hombre moderno el significado profundo de libertad, confundiéndolo con una mera ausencia de coerciones externas, sentido negativo que ni lejos atisba el sentido de su plenitud; pero con pragmatismo cínico siempre se puede argüir: ¿ cuando tuvo el hombre tantos medios para satisfacer caprichos, antojos, apetencias, ramalazos, tentaciones, adiciones, apegos, perezas, vanidades, vicios privados y públicos, pasiones bajas y altas? ; ya se sabe que al hombre moderno o incluso al castellano viejo no le vaya usted con filosofías ni sublimaciones; al pan pan y al vino vino, que me quiten lo bailado, a vivir que son dos días y en cien años todos calvos como dice la jota de Sotosalbos.

La volunta es libre en la medida en que obedezca a la razón no cuando hacemos ‘ lo que nos gusta’ “
(Santo Tomás de aquina . Suma Theologica I.26.1)

“ Donde está el espíritu del Señor está la libertad”
(2 Corintios 3,17)

“ Todo lo que se aparte de esa Vida simple y que todo lo incluye es una vida oscura, mezquina , turbia y pobre”
( Plotino Eneadas VI 7.15)

“ ¿ Por qué pues se aventuran los hombres miserables a vanagloriarse de su ‘libre albedrío’ antes de ser libres?”
(San Agustín. De spiritu et litera 52)

Progresivamente perdida la noción de providencia, base de la ordenación en la sociedad tradicional, se vino a dar por una parte un una razón rígida y por otra parte en la emoción anímica como fundamento del orden social, que en otro aspecto son la base del poder material y de la preservación del sufrimiento; al final ambos con características de fatum o de destino en sentido moderno precisamente coincidente con el del mundo clásico decadente: las leyes conocidas de la materia fueron en sus comienzos rígidas como el mármol y luego inestables y meramente azarosas y probabilistas y desde luego la preservación del sufrimiento no previene de la muerte; es decir finalmente el homo faber moderno a pesar su conocimiento y actividad pragmática pletórica de detalles está sometido a un destino fatal del que es imposible salir con una doble característica de inexorabilidad y capricho que lo hace doblemente temible y fascinante, y su producción más característica : la máquina, confirma ese entorno de lo fatal. Inútil al final la experiencia secular cristiana, cuya vocación última no fue ni el sustento de un orden social humano, ni una pura extensión doctrinal externa, extremos ambos a los que en el transcurso de los siglos quedó reducido el cristianismo occidental.

Liquidado el orden tradicional retornó con fatalidad inevitable el viejo destino; en su forma social lo enunciaron de forma parecida dos personas tan distintas como Ortega y Gasset y José Antonio Primo de Rivera; aquello que los que estudiamos formación del espíritu nacional recordamos: “España es una unidad de destino en lo universal”; nada fácil de entender puesto que el destino acaece más allá de los silogismos de la razón, de las emociones y de las lágrimas. Liberal o fascista son cosas irrelevantes ante la condición fundamental de las mentalidades modernas: resurgimiento pagano del destino. Cualquier nacionalismo actual confirma la órbita necesaria y distinta que ha de recorrer su pueblo, evitando usar la palabra destino para no ser motejado con el horrible dicterio de fascista, adjetivo polisémico donde las haya, pero salvo el eslogan todo es lo mismo, la misma fascinación por el entramado demoníaco. Naturalmente que para ello es un inestimable auxiliar la bruma engañosa de un carácter singular que puede consistir en laboriosidad medierranea extraña a perezas mesetarias; características prerromanas ajenas a civilización del Lacio; saudades presuntamente céticas o estoicismo heroico, guerrero y conquistador presto al sacrificio. Todo ello con la ingenua meta de una liberación más de las muchas que propone el mundo moderno.

Ya nadie entiende en que consiste el dominio del destino, ni la trascendencia de la necesidad, a pesar de horóscopos, videntes, Yi Ching, Feng Shui y Tarot; curiosamente aquellos atrasados medievales, sin habeas corpus ni enmiendas constitucionales de garantía, entendían bastante del asunto cuando esculpían en tantas iglesias románicas – Vezelais, San Isidoro de León, Santiago de Compostela-, al Cristo Pantocrátor rompiendo el encadenamiento del zodíaco.

Y por retomar un poco el tema del principio, para ilustrar un poco acerca del desconcertante, titiritero y caleidoscopio del mundo psíquico , que desafía los clasificaciones beatas y filisteas, traemos a colación las interesantes apreciaciones de toda una vida de observación mundana de un lector del Diario de Ávila. El exiguo tiempo de una partida de cartas remueve vicios y virtudes de los contendientes, anhelos, gestos cómplices, señas falsas, faroles fanfarrones, caras de poker, exultaciones triunfantes, deseperaciones lacrimosas, acusaciones a la suerte traidora; toda un acervo de trucos y maneras para esa batalla psíquica o psicomaquia en miniatura que son los juegos de baraja, y todo ello en el reducido universo de la pequeña provincia abulica:

Cartas al director

"La amistad en el mus"


A don Luis Alvarez Rosa:

No hace mucho, querido Luis, nos deleitabas con sabios, a la vez que humanos y chispeantes, co­mentarios sobre las fiestas popu­lares de la Cofradía de Nuestra Señora. La Virgen de Las Vacas, publicados en este Diario; ahora nos recreas con tu "cuento-rela­to" sobre LA LEGITIMIDAD DEL MUS, recogido en las pági­nas de el "Diario de León".

Las hemerotecas y aficionados reconocerán tu valiosa aporta­ción porque, hasta donde llegan mis conocimientos, en el MUS superabundan "libros" y "manua­les" sobre normativa, estrategias y casuística pero se carece de tra­tados sobre conductas y compor­tamientos.

Confieso que como al protago­nista de tu "cuento" también a mí me atormentan el ánimo las si­mulaciones, los engaños, los fal­sos retrueques que, día tras día, comento en mis partidas de mus: "escopeta y perro" ofrezco, cuan­do en realidad son "dos reyes"; "jugada extraña, suelo decir, y luego es "la tonta"; a veces practi­co corridas inocentes y otras la ju­oada de “El Chapi” . Gracias" Luis, porque me descubres que todas ellas son armas legítimas, son "pcccata minuta" que no lle­gan a constituir conducta punible.

No obstante, muchas veces, me pregunto qué influencia, como la tuvo en tu personaje, puede tener en mi proyección so­cial un grupo avieso, de cabezas calvas, que se mueven por la astu­cia, la violencia, el agazapamien­to, el deseo de matar (la jugada), dónde se valora más la mentira que la verdad, dónde el engaño es un triunfo y el lenguaje desafiante e hiriente. En el que la resigna­ción de perder y el reconocimien­to del error es una gracia que po­cos alcanzan y el condolor y el compadecer se desconocen.

En un estudio-ensayo sobre los genes de estas inclinaciones descubrí que tienen no pocas . concomitancias, con el lugar de origen y crianza del sujeto (hablo, claro es, de los integrantes de nuestras partidas):

-Los oriundos del Valle Am­blés, del Corneja, del Tormes y allende el Macizo de Gredos, (leasé Guisando y otras hermosas villas) usan el juego del "gazapo", del "pase a la espera", "a las que nos dejan", juegan a lo pobre, pero siempre al acecho para aba­lanzarse sobre el farolero. Son llorones de gota contagiosa: De Badajoz llegó un impertérrito conquistador y ahora llora como un niño.

-Los nacidos en las tierras lla­nas son "astutos", tratan de equi­vocar, pierden tres para trincar cinco, farolean, corredores de ju­gada. Ligan menos que los agaza­pados pero su ligada es más opor­tuna: su llanto es seco, introverti­do, pero prolongado.

-Los que vieron la luz en la Capital, en las serranías y tierras de cantos están marcados por la dureza, la violencia, se las juegan todas sin venir a cuento, usan, in­distintamente, el "órdago" para la "chica" y para la `grande", son carne de cañón para los anterio­res. Tardan, mas cuando rompen a llorar su torrente es incontrola­ble.

Estas cosas te las cuento a tí, musista respetuoso y honesto, para que te atrincheres y tomes tus puntos de mira.

Aparte estas frívolas alucina­ciones, producto únicamente de mi desviada imaginación, lo cier­to es que el mundillo del MUS y sus circunstancias es algo vivo y apasionante, a modo de comedia de "enredo" en la que, en su pues­ta en escena, los actores inter­cambian disfraces y papeles que en nada se parecen, como tu bien dices, a los que toca representar en la vida ordinaria.

Por ello renuncio a "lanzar el último órdago", a retirarme a ha­cer solitarios como tu desespe­ranzado jugador y quiero seguir compartiendo el mus, cultivando su rico y atractivo ritual: basta un guiño de complicidad, un suave e insinuante abrir de ojos, una con­trolada articulación del morro o el pronunciamiento de la puntita de la lengua para proceder a un ordenado y ceremonioso diálogo de PASES y ENVITES cuyos for­mularios y formalidades inician y progresivamente consolidan las más gratificantes relaciones hu­manas, favorecen la mutua ayuda, permiten cultivar virtudes y valores como la prudencia, la for­taleza, la audacia y el riesgo y abren puertas a la convivencia, el afecto personal y a la amistad.

Nuevamente enhorabuena por tu trabajo, felices Pascuas extensi­vas a los amigos musistas del Ca­sino y un fuerte abrazo.

Lucas Jiménez

(El Diario de Ávila Viernes 24 de diciembre de 1993).



Con otra perspectiva menos lúdica se podría atestiguar por ejemplo acerca de ciertas diferencias temperamentales entre morañegos y ribereños del Tietar, muy notorias antes de la progresiva uniformización de estilos de vida: acento, pequeña propiedad en unos, abundancia de braceros proletarizados en los otros; mayor conformidad a la institución y jerarquía religiosa en unos que en otros. Acaso no fue del todo casual que norte y sur de la provincia estuvieran durante algún tiempo en bandos distintos en la última contienda civil .

Si solo en Ávila y provincia existe una pajarera tal de caracteres y temperamentos como nos describe Lucas Jiménez, no es preciso pronunciarse sobre la pretensión de analogías psicológicas esenciales desde El Bierzo a la Sierra de Alcaraz, desde las Merindades a los Campos de Montiel y desde el Valle del Pas a los Campos Charros que algunos como los citados al principio, poco viajeros o pésimos psicólogos, pretenden nada menos que piedra fundamental de una Castilla Una, Grande y Libre. Santa Lucía les conserve la vista.

A veces se suscitan comparaciones sobre la supuesta dotación genético-psicológica de los individuos o de los pueblos ; comparaciones ociosas para un nacionalista que se precie, en el sentido de que no hay nada comparable a su amado y en la mayor parte de los casos fantaseado pueblo. ¿Alguna recomendación o guía de usuarios para el mundo caótico de la psique?, ¿ Las hay buenas, regulares o malas?

“ no puede haber mayor tristeza que la del hombre verdaderamente sabio que experimenta que él todavía es alguien.”
( La nube del no saber. Cap 44)

La palabra ‘yo’ no es adecuada para nadie sino para Dios en su mismidad”
( Maestro Eckhart. Ed Pfeiffer pag 261)

Una reflexión sobre estas sentencias es una buena disposición para leer finalmente un poema a manera de colofón :

¿EXISTIRÁ CASTILLA?

¿Existirá Castilla en la mañana?
Quien afirme que existe se equivoca.
Aquí no hay mar ni tierra ni una roca
que se oponga a esa luz con ansia vana.

de ser rnás que ella. Aquí, lo humilde mana
de esta tierra que, de ella ausente, invoca
con fe a la luz y en ella se trastoca
por no ser y, perdiéndose, se gana.

Se gana. Y ahí está: luz confundida
con luz. ¡Oh, suavidad casi sin vida
por hallar otra vida en fe lograda!

Dios unos suaves suaves nos ofrece.
Quietud-¿fin de matiz?-pero que mece
el alma. No hay Castilla. Es Dios y nada
.

Francisco Pino.

Miscelanea abulensica 4. ..y libertad. RES

...y libertad


Ávila, tierra fronteriza, no tuvo el carácter fundacionalmente castellano de Burgos, más bien fue de alguna manera la clausura de la vieja Castilla por el sudoeste, al margen de otros intentos no cuajados de mayores extensiones.

El recuerdo de los tiempos de la repoblación primera, de los hombres de frontera que acudían a la aventura de una nueva vida, es la que ha dejado más nítida la imagen de aquella sociedad castellana de hombres agrupados en concilium, con la camaradería elemental ante el peligro, cuya diferenciación se basaba en la función y no en la herencia, donde el guerrero era la condición sine que non, de la propia subsistencia de la sociedad a la que espontáneamente se le reconocía la preeminencia de la urgencia existencial. Vidas al momento con pocas expectativas de seguridad terrenal, y en el que sentido de lo transcendente se exponía sin tapujos. Poder no aquilatable de la esperanza y de la fe, que interpretada desde el tiempo presente se puede confundir rápidamente con una pura y virgiliana democracia igualitaria; en otras términos el mito de los orígenes fraternales, perfectos y heroicos de Castilla.

La mirada escrutadora de lo externo, corolario fatal de la civilización burguesa contemporánea, es incapaz de concebir siquiera la existencia de un ojo del corazón susceptible de contemplar el ámbito de los sagrado. Esfuerzo baldío intentar exponer que la Edad Media románica, lapso de la Castilla originaria, era un tiempo en que el conjunto de las actividades humanas tenían una dimensión sacral hoy desconocida; estaba centrada, que no centralizada, en el dominio o centro trascendente de lo increado, no como actualmente en la periferia de lo creado. Por tanto más ausentes las coerciones periféricas fue la época más libre, o en sentido etimológico más libertaria en la historia de Occidente. La autoridad espiritual de la que todo dimana era interna, invisible al ojo terreno y expresable fundamentalmente en forma simbólica.

El apogeo de la civilización cristiana medieval se produjo debido a que fue posible una unidad en medio de la diversidad de formas de organización y de figuras supraindividuales, no debidas a coerciones y ligaduras exteriores basadas en último término en la fuerza, sino debido al espíritu cristiano que se manifestaba más allá de los intereses materiales y terrestre. La unidad no residía ni en el sistema de pactos feudales, ni en ninguna forma particular de vida comunitaria: comunidades de villa y tierra, concejos de ciudad, gremios, corporaciones y cofradías de profesiones, hermandades de villas, iglesias, claustros u órdenes de caballería. Fue sencillamente el espíritu cristiano el que armonizó todas estas formas diferenciadas y las reunión en la dirección de una unidad superior , en una especie de Sociedad de sociedades de la que la nación y el Estado moderno no es más que una caricatura grotesca. Este espíritu cristiano configuró la constelación de las Españas medievales sin ninguna autoridad visible ni centros terrestres de ubicación de un poder coercitivo; más aún configuró la constelación europea del Sacro Imperio Romano Germánico de Occidente. En este sentido se puede decir que la Castilla de los orígenes era en cierta medida una acracia, un espacio de libertad no invadido por poderes terrenales ajenos a la autoridad espiritual, que no hay que confundir con el moderno anarquismo. Era entonces clara y aplicable la distinción de teología medieval entre autoritas y potestas; entonces clara la supremacía del centro espiritual o autoritas sobre la periferia terrestre, plano operativo de la potestas. Sociedad bien ordenada y jerarquizada tanto en funciones como en grados, puesto que arkhé en griego significa a la vez orden y comienzo, en este caso precisamente en los principios primeros, en los arquetipos. Por el contrario el anarquismo moderno al prescindir y cortar con la arkhé es perfectamente incapaz de superar el sistema burgués, girando en noria perpetua en su negación y por tanto dependiente de él y por tanto burgués, sin otra salida que un indefinido nihilismo. Bakunín doctrinario anarquista, con un pensamiento tan burgués como su antagonista Marx, creyó que Dios era la fuente del poder del estado y en su ingenuidad creyó que, progre el, suprimiendo a Dios suprimía el estado; muy al contrario el espíritu tradicional supo de siempre que es el estado lo que ha suprimido a Dios, entronizándose en su lugar cual Zeus tonante, celoso de su poder sin límites ; la actual sociedad pagana y descreída ha relegado a Dios a lejano recuerdo, pero el monstruoso Leviatán del estado sigue dando coletazos espantosos, preludio acaso de un término apocalíptico. Nada más diferente que acracia medieval y anarquía moderna.

El transcurso fatal del tiempo que todo lo gasta fue poco a poco descolocando las referencias y trastocando el orden ; de esta forma la sociedad sacral medieval fue desapareciendo. En realidad duró bastante menos de lo que se cree, en su propio comienzo carolingio estuvo ya lastrada por mixturas ideológicas que acabaron por trastocar la doctrina cristiana en occidente y en un asunto de no pequeña trascendencia que condicionó el destino espiritual de todo un continente; el polo inmutable que en una sociedad tradicional simboliza el sacerdocio se movió, las consecuencias no tardaron en aparecer. La suprema jerarquía sacerdotal sucumbió poco a poco a la tentación de la potestas periférica, al poder terrenal, en clara usurpación del centro metafísico, pecado desastroso de la Iglesia occidental. Los guerreros, consecuencia nefasta de la acumulación material, devenidos aristócratas de espada y de toga con el tiempo comenzaron a apartarse del centro en beneficio de la periferia, acontecimiento cuyo máximo exponente fue la prolongada discordia entre el Papa y el Emperador, entre la mitra y la espada. Trastocado el orden de sacerdotes y guerreros, pronto sucedieron otras subversiones y revoluciones más destructivas que presentaron como protagonistas al burgués y al moderno proletario. Así el orden tradicional degeneró en privilegios de nacimiento y de fortuna, e incluso en el lenguaje actual el contenido semántico convencional de la palabra tradicional apenas hace referencia más que a estos últimos aspectos.

En la medida que perdió vigor el espíritu cristiano, también la persona - “imago Dei”- sufrió la consecuencia de una invasión de lo exterior y periférico: el espíritu asfixiado progresivamente por el ego; el estado emergente usurpando el centro metafísico y creando el centralismo periférico y exterior; la autoridad menguante dejando paso al poder creciente; la Universitas Cristiana al estado nacional; el sentido iniciático del cristianismo a la religión ritual. El descenso imparable pasó por abuso condottiero, absolutismo real, ilustraciones despóticas y universalismos igualitarios para desembocar en el estado profano moderno, ese lugar geométrico de poderes externos avasallantes ( plutocracia, burocracia, tecnocracia..), usurpador absoluto.

Para ilustrar estos eventos de alejamiento de los orígenes no viene mal un recorrido por la historia de la comunidad de villa y tierra de Ávila:

“A finales del siglo XIII la caballería urbana de Ávila va a intensificar el dominio sobre la Tierra a través del control que ejercerán sus miembros en las magistraturas del concejo abulense, cuyas atri­buciones abarcarán todas las actividades: distribuirán la población, crearán los nuevos núcleos aldea­nos, organizarán el aprovechamiento de los baldíos y terrenos comunales y hasta se convertirán en receptores de parte de las rentas reales. Todo ello va a producir lo que también hemos definido como "intenso proceso de señorialización del alfoz abulense en los siglos XIII al XV". En este cadencioso dis­currir hacia la señorialización de buena parte del espacio abulense medieval, también hemos señala­do cuatro formas diferentes de señorialización.

La primera, es la señorialización concejil en el propio término: es decir, la concesión a un par­ticular, bien por el concejo de Ávila o por la Corona, de un lugar en señorío con fines repobladores. Aunque estas concesiones no deben ser interpretadas exclusivamente por objetivos repobladores o colonizadores. No debe olvidarse que las magistraturas del concejo abulense estaban controladas por esa oligarquía a cuyos miembros se van a conceder los señoríos. Son ellos los más interesados en que se les conceda. Y el que lo sea en zonas despobladas del sur del alfoz les beneficiará más, ya que conse­guirán importantes y extensos patrimonios que les permitirán llevar sus ganados trashumantes a terri­torios propios y conseguirán riqueza y prestigio social que, unido al poder político que ejercen en el concejo y el servicio que prestan a la Corona, les posibilitará ascender a la más alta clase privilegia­da: a la nobleza. De esta forma caerá en el régimen señorial casi todo el Campo de Arañuelo: Navamorcuende, San Román, El Torrico y Velada.

La segunda se realiza cuando los principales miembros de la oligarquía urbana ocupan de hecho espacios y núcleos de población pertenecientes al concejo ante la desidia, el desinterés , la complacencia y la complicidad de las autoridades concejiles abulenses, esperando finalmente que el concejo legalice la situación mediante el reconocimiento de la realidad señorial apropiada, o que el rey conceda en pago de favores o servicios el diploma acreditativo o el correspondiente privilegio. Conocemos bien el sistema de apropiación y usurpación. En un primer momento, partiendo de pose­siones que tenían en el alfoz abulense, o bien de un señorío ya consolidado, se apoderaban de terri­torios cercanos que incluían núcleos de población e incluso concejos de aldea. Despoblaban a la fuerza los territorios y llevaban a ellos habitantes de sus dominios, habituados a tributación señorial, o sometían directamente a los vecinos pecheros del concejo que usurpaban a tributación y cargas seño­riales de todo tipo. De esta manera se formaron muchos señoríos territoriales ubicados en las zonas central y septentrional del alfoz, aunque sólo conocemos los casos en que no prosperaron los inten­tos por los pleitos sostenidos a lo largo del siglo xv y fallados a favor del concejo abulense a finales de siglo por sentencias de restitución de términos de jueces nombrados por los Reyes Católicos. Los documentos que conservamos en el Archivo del Asocio de Ávila sólo se refieren a los pleitos gana­dos por la Tierra de la Ciudad y se guardaban como garantía, para evitar nuevos intentos de señoria­lización en los términos señalados y adjudicados a la Tierra en las correspondientes sentencias.

La tercera forma es el otorgamiento de grandes zonas del término concejil abulense por la Corona a miembros destacados de la nobleza o de la familia real. Son enclaves de especial riqueza agropecuaria o mercantil, entrando el señorío en el juego de premios de la Corona a sus partidarios
o favoritos, sobre todo en la época comprendida desde forales del siglo xin a mediados del siglo xv: Valdecorneja (Piedrahíta, El Barco de Ávila, El Mirón y La Horcajada), Oropesa y los señoríos del valle del Tiétar y Campo de Arañuelo (Mombeltrán, Arenas de San Pedro, La Adrada, Candeleda, Puebla de Naciados y Castillo de Bayuela). Esta segregación es la más importante de todas por su extensión.

La cuarta, y última, es la concesión de señoríos realizada por el concejo de Ávila, y sobre todo por la Corona, a favor de monasterios, cabildos o al obispado de Ávila. Ya en la Consignación de Rentas del Cardenal Gil Torres a la Iglesia y Obispado de Ávila, en el año 1250, se especifica y diferencia entre las propiedades del obispado y del cabildo con la expresión de cum pertinencüs suis, y los señoríos con la referencia de dominio vasallorum. Aunque en la creación y consolidación de estos señoríos hemos de distinguir entre aquellos que se forman por concesión real o concejil, bien de territorios en los que ya tenían las instituciones eclesiásticas algún tipo de dominio o de propiedades agrarias, o bien de territo­rios que estaban bajo la autoridad directa del concedente, sin que las instituciones eclesiásticas tuvieran con anterioridad ninguna propiedad o posesión. Este sistema se utiliza preferentemente desde el inicio de la repoblación del alfoz abulense hasta mediados del siglo xiu. A partir de esta fecha y hasta el final de la Edad Media se forman mediante reconocimiento de derechos dudosos, ampliaciones del derecho jurisdiccional de las instituciones a terrenos colindantes o incluidos en los dominios eclesiásticos, por compra o por otras formas, realizadas con el beneplácito de los poderes que debían impedirlo, por tener como obligación y principal misión la defensa del término concejil (concejo de Ávila: magistraturas, jus­ticias, alcaldes, regidores, etc.) o del poder real, que muchas veces no hacía cumplir las numerosas dis­posiciones emanadas de su propio poder o concedidas a petición de las Cortes, para impedir el paso de territorios de realengo a señorío eclesiástico, e incluso con olvido de las disposiciones y ordenanzas que prohibían la venta de propiedades de los pecheros a monasterios, iglesias y otras instituciones eclesiás­ticas. Así se van formando de una u otra manera importantes señoríos: Bonilla de la Sierra, Villanueva, Guijo de Ávila, San Bartolomé de Corneja, Aldea del Obispo, Miriellos, señorío del monasterio de Gómez Román, señorío de Santa María del Fondo en Burgohondo, el señorío cisterciense de Higuera de las Dueñas, los señoríos del obispo Sancho Blázquez, etc.

En total, la sangría señorial en la Edad Media había supuesto una pérdida al territorio del concejo abulense de 5.300 km2 aproximadamente, casi el 58% del territorio que tenía a mediados del siglo XIII, quedando reducido el mismo a 3.844 km2, extensión ésta sensiblemente inferior a la actual de la provincia de Ávila (8.044 km2), aproximadamente en unos 4.200 km2.

(Historia de Ávila Tomo II, Institución Gran Duque de Alba de la Excma . Diputación de Ávila. Ávila 2000 pp 30-32)

Estas enseñanzas de la historia son instructivas tanto para el desconocedor de su pasado cuanto para el exaltado que presume con elogios y ditirambos de no se que pasado glorioso, comunal e incontaminado. Sabemos que entre estos últimos algunos pretenden nada menos que edificar una nación de cuño moderno con poderoso estado ad hoc, dueño y señor al que entregarse postrado, sumiso y sin reservas de ningún tipo. En la mayoría de los casos desconocen cual fue la razón profunda que permitió esa unidad de diferencias caleidoscópicas que fue la Castilla medieval y que ninguna institución profana moderna sería capaz de hacer revivir. El poder externo o periférico carente de verdadera autoridad, que no suministra el moderno derecho formal, tiende por naturaleza a la confrontación con la multitud de poderes que representan otros poderes análogos, bien sean estados, sociedades transnacionales u organizaciones de otro tipo. Cualquier tiempo pasado fue mejor que diría Jorge el de Paredes de Nava.

La nación, el estado y en general la política moderna ha chupado rueda de un orden tradicional finalmente agotado, muy anterior a las actuales organizaciones humanas y cuyos fundamentos eran totalmente diferentes a las actuales concepciones formales democráticas, jurídicas y estatales. Desde un punto de vista profano el estado, usurpador absoluto de la verdadera autoridad espiritual, llega un momento que solo dispone de la pura coerción y violencia para mantener su soberanía luciferina; ejemplos paradigmáticos de la desnuda reducción a estos extremos fueron los diversos fascismos y los estados marxista-leninistas del siglo XX – estos últimos en realidad una variante de fascismo violento-, más o menos encubiertos a veces con coartadas ideológicas frágiles e ilusorias de paraísos al alcance de la mano, pero con un palmarés de crímenes millonario, sin comparación posible con nada del pasado. En los casos menos desastrosos el estado demo-liberal mantuvo apariencias más pasables y más disfrazables sus canalladas. La vieja Europa, antigua Cristiandad en la Edad Media, ha sufrido horriblemente en sus carnes los resultados implacables de la exterioridad y la periferia y su cortejo de discordias; actualmente las uniones aparentes por el comercio y la economía, campos de confrontación y polémica, no son más que ridículas caricaturas de la unión espiritual de antaño.

El caso de España como apartado extremo de Europa, liquidada su herencia tradicional en el siglo XIX, que permitió subsistir cierta unidad, agotó relativamente pronto la gama destructiva del estado moderno; experimentado todo el repertorio de escapes de la política actual queda hoy día solo un estado formal con acumulación de poderes puramente externos y carente de otras legitimaciones que no sean igualmente externas y de pura forma, inane y a merced de los resultados finalmente disgregadores de lo externo. Aunque sea un tema que puede provocar ronchones y crispaciones, ninguna autoridad metafísica y ética puede aducir el actual estado-nación cuando una parte de los ciudadanos pretenden, fascinados por la idea mendaz y satánica del estado moderno, erigirse igualmente a su vez en estado-nación, ídolo supremo al que adorar sin apostasía, al parecer ya la única expresión actual concebible de plasmación y representación de lo va quedando de los pueblos; demasiadas veces partiendo de violencia, roca desnuda que queda cuando se han eliminado los principios, o peor cuando el único principio es el estado; agotados los formalismos y las convenciones que no principios tradicionales, inexistentes en el estado moderno, solamente queda la coerción y la estaca; la sociedad moderna carece cada vez más de los motivos últimos capaces de suscitar unión.

La expansión del desencuentro, las separatividades, las hostilidades, la inflación del ordenancismo y de reglamentos aptos para infundir temor y desasosiego – delicias de un universo judicializado- aumenta en cadencia acelerada, manifestación del aumento fatal de la desorganización o entropía de que nos habla el 3º principio de la termodinámica. En otras palabras cada vez más obstáculos al fluir de la armonía, cada vez más coerciones periféricas y más lejano el entorno de paz y libertad, que no se adquiere con legislaciones obligatorias ni incrementando la renta per cápita y el producto nacional bruto; la libertad se trata de sustituir astutamente por un sucedáneo fraudulento: la felicidad y bienestar procurada por el progreso económico y material, con la ayuda del estado providencia, al final menos providente que voraz. Solo para restringirse a Europa existen actualmente más de 40 micronacionalidades en potencia y con partidarios más o menos capaces, según los casos, de erigirlas en nacioncitas fieramente independientes en no demasiado tiempo. Entre ellos no faltan algunos que anhelan una Castilla de estrafalarios contornos celosamente independiente, o sea más separación, más disgregación y un estadito más; otra oferta más mimética y fotocopiada de un paraíso salvífico. La concentración exclusiva en lo periférico, el centralismo, típico del mundo moderno, trae como reacción inevitable la dispersión babélica.

Las federaciones y ligas, los cementos provisionales soñados para sostener tal puzzle, posibles en tiempos pasados en virtud de otras circunstancias muy distintas de las actuales, son hoy totalmente engañosos, lejos estos tiempos de la armonía. “Reunir lo disperso “ es una operación del Espíritu no una praxis del hombre; claro que el hombre actual escéptico y agnóstico llega a pensar que para estos menesteres el tecnócrata, el negociador y el líder político puede sustituirlo con ventaja.

“Si Yavé no edifica la casa, en vano se afanan quienes la construyen ” (Salmo 127,1)

Miscelanea abulensica 3. Tierra. RES

Tierra


La tierra es el elemento inferior del ternario extremo-oriental: Tien, Ti, Jen ( cielo, tierra, hombre) ; el hombre es el intermediario ente el cielo y la tierra, el suelo que pisa no es solo lo sólido concreto sino también símbolo de toda la tierra. Modesta y sufrida apenas se la tiene en cuenta ante futuristas proyectos astronaúticos de conquista de Marte o toma de posesión de no se que planeta de Júpiter ( acaso Ganímedes). De cuando en cuando se oye de alguna intervención de ecologistas en defensa de la desvencijada tierra, normalmente condenada a un desesperante fracaso.

Un poco mayor que la superficie de los zapatos, por una vez merece la pena hablar de la Tierra de Ávila, como realidad y símbolo a la vez de Castilla y del ancho mundo.

La tierra es un receptáculo de influencias, superiores o celestes, siendo esto particularmente cierto por estas tierras desde antiguo como ponen misteriosamente de manifiesto el monumento paleolítico de Bernuy Salinero, pequeño Stonehenge que se despliega en todas las direcciones espaciales. Los abundantes berracos, hoy día parcialmente aclarados como símbolos de una civilización protocéltica, muy anterior a las civilizaciones célticas occidentales, pero que sugieren al jabalí solitario símbolo druídico de la sabiduría, a expensas no obstante de que se trate de una figura de toro, lo que nos alejaría sin duda del simbolismo propiamente celta . El fascinante altar del castro de Ulaca situado en lo alto, en directa comunicación con el cielo. Las iglesias medievales orientadas, cual athanor alquímico, con el presbiterio hacia oriente, trasmutando los rosetones y vidrieras la luz celeste en un espectro espiritualizado íntimo y reconcentrado. El valle del Tormes que inspiró la vocación de Santa Teresa cuando en Becedas leía el Tercer Abecedario Espiritual de Francisco de Osuna. La tierra pone en esta parte también una especie de ábside natural, como es el caso del circo del macizo central de Gredos cuya soledad y grandiosidad ya inspiró a Unamuno y también a cualquiera que acuda un día no muy abarrotado de excursionistas, las cabritillas y vacas negras avileñas ponen el contrapunto virgiliano de fondo. En los tiempos actuales aún se escucha a los abulicas apabullar a turistas y visitantes contándoles que los primeros satélites tripulados advirtieron un carácter muy especial en la atmósfera que rodea a Ávila, es decir una especie de aura especial que hace de Ávila y su tierra algo más que una ciudad con duende.

La tierra acoge y hace germinar, al menos esa es la convención; las sucesiones de sierras y sierrones –sierra de Ávila, sierra de Malagón, la Serrota. la sierra de Villafranca, sierra de Ojosalbos, sierra de la Paramera, sierra de Gredos y varias más- unidos a la proliferación de piedra berroqueña por toda la tierra, reflejada en los nombres de pueblos y localidades –Alamedilla del Berrocal, Berrocalejo de Aragona y otros- hace un poco dudoso considerar acogedora esta tierra; el contrapunto a tanta sierra son los valles, estos si muchos más acogedores y amables: Alberche, Amblés, Tormes, Tietar, Aravalle, Corneja, las Cinco Villas donde la tierra hace germinar sus frutos: patatas de las Berlanas, Ajos de Amavida, judías de la Horcajada y del Barco, melocotones de Navaluenga, uvas y vinos de Cuevas del Valle y Cebreros, manzanas del Tormes, pimientos y tabaco en Candeleda, granos y harinas derivadas de Muñogalindo y Mingorría, naranjos y olivos en el valle del Tietar y tantas otras. Sin olvidar agua y electricidad para Madrid y Salamanca.

La tierra protege y abriga; en el caso considerado de la tierra abulense protege mucho más al sur –la Andalucía de Ávila – con menos de 400 metros de altura que la llanura del norte - Moraña , Campo de Pajares y Tierra de Arévalo- o a esa extraña encrucijada de valles y cañadas –Adaja, Voltoya, altos de Lancho, Campo Azálvaro- en que se encuentra la capital provincial. La tierra de Ávila no responde al arquetipo de tierra llana, que precipitadamente la hermanaría con la capataza y furriela Valladolid , provincia por cierto que tiene algunos pueblos como Honquilana, Honcalada, San Pablo de la Moraleja, o Muriel de Zapardiel que antaño pertenecieron a la Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo. Las llanuras del norte solo ocupan un séptimo de la superficie provincial, es decir más cumbres y valles que llanuras, más montaña helvética que llanura eurosiberiana; no llega a la cuarta parte el terreno con posibilidades de explotación agrícola, en la mayoría de los casos mediocre.

La tierra es madre vigilante llena de particulares atenciones para sus hijos y seres que la viven y pueblan. Es difícil adaptar lo florido y oriental de la anterior descripción a la tierra de Ávila, que en razón de su clima y atormentada orografía es la más pobre de las tres tierras de la Extremadura Castellana; a lo largo de su historia nunca tuvo la relativa plétora ganadera de Soria, ni la industrial de Segovia, ni la comercial de Burgos ; los pastores sorianos durante la guerra civil del 36 quedaron totalmente horrorizados al tener que abandonar temporalmente sus cañadas habituales y tener que arrear las ovejas en tiempo frío por Campo Azálvaro para ir a Extremadura. Hay que ser especialmente sensible para apreciar los pequeños regalos particulares que la madre tierra ha dejado por Ávila y andurriales; acaso el pintoresco puerto de Chía, la Ermita de la Virgen de las Fuentes, el soto idílico del Voltoya en Maello y Blascoeles, el soto de boscosos fresnos del Adaja en Ávila, el circo de Navalguijo o las riberas del Tormes por el Barco y Becedas y sobre todo la tenue primavera de las tierras altas delicada, fugaz y silvestre con un toque tierno difícil de encontrar en tierras más fértiles. La tierra regaló por aquí belleza sin tasa, pero como dijo D. Ridruejo la tierra de Ávila es un ejemplo de unas condiciones paradójicas necesarias para que se cumpla la ecuación belleza igual a pobreza. Antes los mendigos vagabundos eran invitados a comer por los campesinos lugareños sin más problemas de protocolo, así el molinero de Sanchidrián invitaba a Luisito de Pozaldez que se había marcado unos bailes al son de la gaitilla en la Ermita del Cubillo cuando la fiesta; ya apenas nos podemos hacer una idea de aquellas atenciones particulares del mundo campesino a través de las comedias bárbaras de Valle Inclán. Minerales regaló pocos la madre tierra por los parajes avileños, sería fastidioso enumerar los yacimientos abandonados por falta de rentabilidad; por encima de todo suministró granito con la radiactividad a él asociada; hoy lo más que queda son estaciones de áridos, que por cierto están destrozando el entorno de Aldeavieja y la Ermita del Cubillo.. Tuvo baraka esta tierra con Ximena Blázquez capitana de las mujeres abulicas que salvaron la ciudad del asalto sarraceno con la estratagema de los sombreros; con la Santa Junta de los Comuneros que se inauguró con éxito esta tierra aunque en otras extrañas fracasara; con el obispo de Ávila Manuel Gómez de Salazar que evitó la total destrucción de Ávila a manos del general napoleónico Fr. Joseph Léfebre duque de Dantzick, y luego del general Joseph Leopold Hugo, padre del novelista Víctor Hugo que vivió en Ávila en su infancia, aunque no se evitaron destrozos parciales por parte de la francesada chacalesca. Podríamos hablar de los pantanos como regalo de la naturaleza pero, productos de la mano del hombre, los disfrutan más los turistas y los veraneantes madrileños que los propios abulicas.

La tierra vientre fecundo , caverna, gruta, entraña, humus, arcilla, y laberinto. Vayamos por partes, en efecto la tierra fue fecunda en cardos, setas de idem y también en abulicas, algunos de ellos ilustres: Prisciliano, San Pedro del Barco, Alonso de Madrigal el Tostado, Alfonso Díaz de Montalvo, Luis de Vitoria, Teresa de Cepeda, Juan de Yepes, la reina Isabel Primera de Castilla, María de Santo Domingo o la beata de Piedrahita, el gran Duque de Alba, María Vela y Cueto, Mari Díaz, Duperier, Portillo, José Luis Lopez Aranguren, José Jiménez Lozano, Daniel Hidalgo y tantos otros de imposible enumeración. Si caverna buen ejemplo son las Cuevas del Águila en Arenas, tan impresionantes o más que cualquier homóloga balear o peninsular. Si gruta y entraña, sinónimos de oscuridad y tinieblas, espacio santo de revelación, lugar de muerte y sepultura pero también de resurrección, centro espiritual de presencia divina, que buen ejemplo la cripta de la Iglesia Basílica Juradera de los Santos Mártires Vicente, Cristeta y Sabino en donde se encuentra la Virgen de la Soterraña, preciosa talla prerománica , simbólica representación de la madre de Cristo el Theoantropos, la Theotokos o Madre de Dios proclamada en el 2º concilio universal de Constantinopla; en la cripta se puede leer el poema:

Si a la Soterraña vas
ve que la Virgen te espera
que por esta escalera
quien más baja más sube
pon del silencio el compás
a lo que vayas pensando
baja y subirás volando
al cielo de tu consuelo
que para subir al cielo
se sube siempre bajando
.

O aquella otra oquedad invisible a los ojos de la morisma agarena donde el pastor de la leyenda encontró la talla de la Virgen que brillaba como dos soles: ¡Sonsoles!, patrona divina del Valle Amblés. Si humus y arcilla, la de Tiñosillo negra como la oscuridad de la tierra, y puestos a algo más duro la piedra la de Cardeñosa que Daniel Hidalgo talla y esculpe como un nuevo Berruguete redivivo. Y ya como laberinto oscuro el interior del ábside de la catedral del Salvador circundado por el Cimorro y rodeado de absidiolos, laberinto , hilo conductor y caverna de misterio a la vez, no podría haber mejor sitio para dar sepultura al sabio obispo de Ávila Alonso de Madrigal “El Tostado”.

Siguiendo con la tierra, conviene recordar la correspondencia entre el ternario macrocósmico Cielo, hombre, tierra y el ternario microcósmico espíritu, alma, cuerpo; el hombre actual, y el abulica no es una excepción, es cada día más un “homo urbanus”; más de un tercio de la población de la provincia de Ávila se concentra en la capital, en su mayor parte inmigrantes de pueblos y con edades lejanas ya a la juventud, que en otro sentido ayudaría a comprender determinados comportamientos sociales. La urbe, Urbesacra en nuestro caso, aísla cada día más de las benéficas influencias de la tierra, con su asfalto, cemento, adoquines; perturba la pureza del aire con efluvios gasolineros e industriales, óxidos y dióxidos venenosos; suplanta la luz natural con focos eléctricos, utiliza agua de cañería oxidada, ensucia con aguas residuales, contamina y perturba la armonía de las esferas celestes con ruidos de motor o música heavy pedorrera. Cada vez más aislado de la tierra y la naturaleza, el moderno urbanita va a buscar píldoras de naturaleza en la excursión montañera finsemanera, en la estancia en la casa rural de pega, o un poco más depredador en jornada de pesca o caza, pagando eso si el duro tributo de la caravana automovilística cuando se trata de un indígena de megápolis.

La antigua sabiduría alimentaria taoísta conservada por la macrobiótica, sabedora de la correspondencia tierra-cuerpo, aconseja alimentar al cuerpo en lo posible con los productos de la tierra circundante, cosa casi imposible actualmente: ajos de China, berberechos de Chile, aguacates de Colombia, mangos del Brasil, castañas de California, cordero de Australia o quesos de Holanda es algo perfectamente disponible y a mano en cualquier mercado de ciudad grande o pequeña; la mayor parte de lo que comemos viene de sitios remotos. Lejos hoy día de la relativa suficiencia de la economía campesina de autoconsumo, que apenas adquiría algo más que aceite, azúcar, un poco de café, chocolate terroso, alguna vez frutas de temporada, sal y unas pocas especies, y eso cuando había algo de dinero; que también la madre tierra se enojaba de cuando en cuando y sacudía zurriagazos inmisericordes en forma de sequía, de helada destructora de cosecha, de epidemias y enfermedades que mataban la ternera o los corderitos destinados a vender en la feria.

De las influencias celestes más vale no hablar siquiera en los tiempos que corren, con la renuncia a los beneficios que ello supone, en buena parte transmitida en forma refleja y benéfica por la madre tierra. El hombre individualista moderno está en correspondencia con el mundo psíquico, campo de fuerzas potentísimo que actúa sobre un cuerpo mal y escasamente arraigado a la tierra. Una imagen útil del comportamiento humano la suministra la tríada auriga, carro, caballo, usada tanto en India como en China, y que se corresponde con espíritu, cuerpo y alma. Tenemos así servida la imagen del desastre contemporáneo, negada con rotundidad ,por supuesto, por cualquier progre que se precie: un auriga que tiene la más pobre conciencia imaginable de su misión (espíritu), conduce un carro escasamente afirmado a la tierra (cuerpo), tirado por brioso y poco dócil corcel desbocado (alma, o menos aún psique anegada en torpe y brumosa emoción). El aumento acelerado de enfermedades como el Alzheimer, demencia senil, Parkinson, sida y cánceres varios probablemente nunca llegue a explicarse satisfactoriamente y menos aún curarse con puras técnicas de patología médica, ni de psiquiatría clínica. La civilización está enferma, ¡ cúrela doctor!.

En otras tríadas en que entra a formar parte la tierra, no va esta mucho mejor parada; así nos habla la ciencia económica de los tres factores de producción: trabajo, tierra, capital; aquí también se aprecia una especie de cuadriga desbocada; un bullir caótico de pulsiones psíquicas: expectativas, corazonadas, ambiciones desatadas, locas apuestas, avaricias desmesuradas, usuras escandalosas, todo ello claro a costa de patadas catódicas a la madre tierra y sin jerarquía alguna de valores y ninguna consideración de la mera instrumentalidad de la economía, entronizada como reina absoluta de nuestros destinos fatales; una economía financiera y especulativa desatada, sin correspondencia alguna con bienes que respalden una burbuja financiera siempre en aumento, mientras se agotan las materias primas, se altera la atmósfera, se contamina y envenena tierra, mar y aire, se oculta la desaparición de las reservas de petróleo en no más de veinte años (así lo reitera en repetidas ocasiones J. Rifkin en su obra “La economía del hidrógeno” citando a los mejores especialistas en petróleo). Así, para no desentonar, en la tierra abulense se construye un pantano cloaca con aguas fecales (Las Cogotas), con el ánimo de contaminar, mejor dicho regar, la Moraña y el Campo de Arévalo, sin capacidad de rematar el proyecto después de más de diez años. La tierra se envenena sin escrúpulos con pesticidas, plagicidas o fertilizantes peligrosos, cuestión de esquivar un poco a las autoridades y a la benemérita (Niharra, Sotalbos, valle Amblés.....), se acumula arsénico en cantidades no tolerables (Arévalo, Madrigal,....), las autoridades no son rigurosas, no es cuestión de asustar al personal, total solo es cuestión de unos cuantos cánceres de más y no va a cambiar mucho las cosas; esto lo hacen los actuales agricultores (el campesino es otra cosa distinta y además ya apenas existe), los que teóricamente deberían cuidar con más mimo a la madre tierra. Se estropea el paisaje con el pretexto del negocio de los molinos eólicos, de las estaciones de esquí o de las colonias de veraneantes. Dejaremos para otra ocasión la rigurosa sentencia que condena a la tierra abulense como cementerio de residuos nucleares.

Cuando la tierra es poco amable sus hijos huyen o ponen tierra por medio; así contaba Hegel que los pueblos de las estepas han sido pueblos migrantes y conquistadores, caso claro de los mongoles de Gengis Kahn y a saber si también leoneses y extremeños y en mucho menor medida castellanos. La migración de abulicas después de las expediciones concejiles medievales a tierras moras fue mayormente a Madrid y al País Vasco; hoy viven bastantes más abulicas en la provincia de Madrid que en la provincia de Ávila. Claro que no todo es cuestión de apariencias terrenas, nada más seductor que el aspecto de la verde Erín, sin embargo la emigración irlandesa tuvo características de éxodo gigantesco. Pero el caos moderno apenas permite ya ninguna explicación coherente de nada; la antigua economía campesina creaba empleo con facilidad, una hoz , un azadón o una horquita siempre esperaban la mano que los moviera; el hierro a quien lo forjara; la madera a quien la cortara y puliera, la arcilla quien la modelara; la tierra era generosa suministrando trabajo, la retribución de los esfuerzos feroces era ya otro percal. El esfuerzo luciferino, fáustico y prometéico dominó el fuego, creó las máquinas que suavizaron la condena bíblica, disminuyó el sudor de la frente pero de paso, ¡ ay!, se pusieron todas las premisas de un trabajo escaso a redistribuir en lotería; se substituyó el oficio por el empleo, la dedicación por el horario, la subsistencia simple y agradecida por la acumulación competitiva, la vocación creadora por la esclavitud de la tarea asignada y la renta salarial retributiva por cuenta ajena o cada vez más el subsidio compesador ocasional del desempleo; ¡triunfen las máquinas y la usura y perezca el hombre!, sobre todo si es abulica. Modernamente Ávila dispone de una universidad privada y otra pública, jamás habían estudiado y titulado tantos jóvenes abulenses como hoy día; no confundir el condicionamiento y entrenamiento que suministran con más o menos eficiencia las instituciones académicas en el mejor de los casos, con el aprendizaje de un oficio definitivamente devaluado en la época del reciclaje, con la satisfacción vocacional de los afortunados que la encuentren en el especialismo estrecho, con el estímulo verdadero del intelecto, y menos aún con la sabiduría. El resultado de la masiva promoción universitaria es una inmensa masa de jóvenes parados, frecuentemente desmotivados cuando encuentran un trabajo basura y con la idea in mente de escaparse de la tierra, a cualquier jauja donde aten los perros con longanizas, acaso un Madrid o una Europa un tanto delirados, como se escucha con asombrosa frecuencia. Habría que matizar que el número de jóvenes parados es directamente proporcional al número de litronas consumidas, de sustancias estupefacientes y de ciertos residuos de composición non santa. Algo enseña bien el aparato universitario europeo en general: a ser un hidalgüelo con ínfulas, con su corolario fatal: el trabajo manual es deshonroso, indigno de cualquier poseedor de títulos y pergaminos que acrediten cualquier nadería. Efecto perverso de lo que se llama educación superior: confundir la acumulación cultura con maneras y estilos de subsistencia. Si supieran que Spinoza discurrió su Ética mientras pulía lentes, que Churchill se construyó una casa con sus propias manos, que San Serafín de Sarov era un buen carpintero o que Hui Neng el sexto patriarca del budismo zen era ayudante de cocinero, tal vez aprendieran a situar las preparaciones académicas y sus fastos verbeneros un su perspectiva justa.

El tiempo y el espacio no son homogéneos e isótropos como pensaban Galileo y Newton, la carrera desbocada y desastrosa que siguen tanto los individuos como la entera civilización que vivimos, sugieren todo lo contrario a constancia e inmutabilidad, al menos para los que sean capaces de advertir mínimamente el hipódromo alocado en que vivimos. Ávila ¿ quien te ha visto y quien te ve?, de la más grande Comunidad de Villa y Tierra a provincia benjamina de la vieja Castilla.

La repoblación de Ávila viene determinada por la conquista de Toledo por Alfonso VI, en el año 1085, y la necesidad de consolidar y proteger el reino toledano, sobre todo después de la invasión almorávide y de la derrota cristiana en la batalla de Sagrajas. Para ello va a encomendar a su yerno el conde don Raimundo de Borgoña la repoblación de la Extremadura castellanoleonesa. En dicha repoblación se va a introducir un nuevo concepto de población. Se van a crear grandes concejos a los que se les encomienda la tarea de controlar, defender, poblar y organizar su territorio. Para ello se con­cederá a estos concejos numerosos e importantes privilegios, que caracterizan el llamado "Derecho de Frontera", con el objeto de facilitar su poblamiento, desarrollo y fortalecimiento. Estos concejos serán los de Ávila, Segovia y Salamanca, a los que se concederán grandes espacios, siendo el más extenso de todos, y por consiguiente de la Corona de Castilla, el del concejo abulense.

Este territorio que tenía que repoblar el concejo abulense, ya en el siglo XII podemos afirmar que estaba bien delimitado al norte de la Cordillera, porque no hubo grandes problemas por diferencias de términos o límites con los concejos de Segovia, Salamanca, Alba de Tormes ... Sin embargo, esta delimitación contrastaba con una gran indeterminación respecto a los límites con los concejos de la Tras-sierra, siendo frecuentes las diferencias y discusiones con los de Escalona, Toledo y Talavera de la Reina, no teniendo límite por el sur, en que la frontera dependía del valor de las mili­cias abulenses y de la posible expansión por los territorios de la España musulmana, aunque de fácto el límite podía quedar establecido en la primera mitad del siglo XII en la frontera con el territorio del reino taifa musulmán de Trujillo.
Estos límites eran los indicados por Alfonso VII el Emperador en el año 1152, cuando concedía al concejo abulense las tierras entre los ríos Tiétar y Tajo, e incluso al sur de este último río una gran extensión territorial que llegaba hasta las estribaciones de San Vicente.

La indeterminación de lo concedido por Alfonso VII se eliminará cuando en el año 1181 el monar­ca castellano Alfonso VIII conceda el primer diploma deslindador en el que establece los límites del concejo abulense. Partiendo del establecimiento en el norte de una comunidad de gentes para el apro­vechamiento en común del llamado Campo Azálvaro, una importante zona en la confluencia con el término de Segovia, se puede considerar casi definitivamente establecido el término concejil al norte, en las condiciones establecidas en el reinado de su padre, Sancho , y de su abuelo, Alfonso vIII el Emperador, condiciones que habían sido comprobadas mediante la oportuna pesquisa, por lo que el monarca no realiza una delimitación pormenorizada y detallada de los límites de este tramo del terri­torio. Sin embargo, en el sur se realiza con minuciosidad. Se iniciaba en el valle Transverso, llegando a la Cabeza de Almenara, es decir, en la Fuente del Descargadero, en Las Navas del Marqués, hasta el río Cofio, entre Valdemaqueda y Robledo de Chavela, llegando a la confluencia del río Perales con el río Alberche, y desde allí a Cadalso de los Vidrios, pasando por el Espinazo del Can y por la Cabeza de Buena. De allí se dirigía la mojonera por El Pedroso (en la zona de Cardiel de los Montes) por el arroyo Fresnedoso (hoy de San Benito) en su desembocadura en el Alberche hasta la confluencia con el arroyo de la Salina (hoy arroyo de la Sal), y aguas arriba de éste a donde el camino de Ávila a Talavera lo cruza. Seguía por la Cabeza Carrascosa, el valle de Lenguas (hoy Valdelenguas) y El Berrocal hasta el sendero que seguían las milicias abulenses cuando iban al fonsado o a la guerra, para cruzar el Tajo por el vado de Azután. Desde este sendero, el término abulense bajaba directamente a la Vega, y luego por la Vera alcanzaba el río Tajo en la confluencia con el Gévalo, siguiendo el lími­te por el río Tajo hasta la desembocadura del Alagón, en un recorrido cercano a los 160 km. A conti­nuación rebasaba la Calzada de la Plata en una amplia zona, cerrando cualquier expansión del reino de León hacia el sur. Continuaba la mojonera por el río Alagón hasta encontrar al río Gata, llegando hasta el llamado Puerto de Muñoz, que es el actual Puerto de Béjar. Además, se concede al concejo abu­lense el castillo de Castro y un amplio territorio desde el camino que iba de Talavera al puerto de Carvajal o de San Vicente hasta el portillo de Albalate, en las actuales provincias de Toledo y de Cáceres.

En estos límites, el concejo de Ávila, lindando con los de Arévalo, Segovia, Alamín, Escalona, Talavera de la Reina, Trujillo (ya desde el año 1169 en poder de Fernando Rodríguez de Castro), las plazas musulmanas de Alcántara y Cáceres, y los concejos leoneses de Salvatierra, Alba de Tormes y Salamanca, tenía un territorio de 16.400 krn, aproximadamente. El espacio del obispado de Ávila com­prendería además los 1.120 km2 del concejo arevalense y los 560 km2 del de Olmedo, por lo que el total del territorio que podríamos llamar abulense hasta el año 1181 comprendía unos 18.000 km2.

Sin embargo, este territorio será reducido drásticamente en un espacio de tiempo no superior a veinte años. La primera segregación se inicia cuando en el año 1186 Alfonso vIII funda la ciudad de Plasencia, y finalizará cuando la dote territorialmente en el año 1189. Posiblemente, el peligro de la presión almohade sobre el reino de Castilla decidió al rey a recortar el extenso alfoz abulense, al mismo tiempo que reforzaba la frontera contra el reino leonés, ya que no puede ser considerada la reducción del territorio abulense como un castigo a un concejo cuyas milicias habían servido a sus antecesores y a él y le seguían ayudando con dedicación y valor en la lucha que mantenía el Reino contra los almohades y contra los leoneses. El 12 de junio de 1186 el monarca castellano crea en el lugar que se llamaba Ambroz la ciudad de Plasencia a costa de los territorios abulenses y le concede un amplio término en un diploma expedido el 8 de marzo de 1189: desde el vado de Alarza hasta la Cabeza de Pedernalosa por la Piedra Hincada a las Cabezas de Terraza a dar en el río Tiétar. Seguía la mojonera el curso del Tiétar llegando adonde se le junta la Garganta de Chilla. Desde esta garganta se dirigía al río Tormes, pasando por Valvellido y por la Cabeza de don Pedrolo; algunos de estos topónimos son de difícil identificación. Seguía el curso de este río hasta el arroyo de la Mula, cerca de Guijo de Ávila; de allí al nacimiento del río Sangusín, siguiendo las aguas de este río hasta donde cruzaba la Calzada de la Plata. Por el sur del Tajo los primeros kilómetros de divisoria eran comu­nes entre los concejos de Plasencia y Ávila: desde el vado de Alarza hasta el Puerto de Ibor, pasan­do por las fuentes del río Almonte a la Zafra de Montánchez, finalizando la mojonera en la sierra de San Pedro, aunque desde los últimos mojones ya era límite con Trujillo y no con Ávila. Además, incluía esta concesión la fortaleza y castillo de Monfragüe. No obstante, el concejo de Ávila no aceptó estos límites, siendo frecuentes las disputas por la fijación definitiva de estos mojones.
La segunda segregación no se hizo esperar. Alfonso VIII en el año 1209 crea otro nuevo conce­jo a costa del territorio abulense: el de Béjar, al que concede también un extenso alfoz: desde el río Toretes al castillo de Palio; desde allí la mojonera se dirigía al Villar sobre San Juan y llegaba hasta la confluencia del Turedal en el río Fresnedoso. Seguía las aguas del Turedal hasta el castillo de Pardo, que estaría en uno de los cerros que rodean Medinilla. Desde allí al río Becedas por Palacios de Becedas hasta un mojón situado entre las cuencas de los ríos Becedas y Aravalle. Desde esta líneay hasta el concejo de Salamanca quedaba por territorio del concejo de la villa de Béjar. Los tres tér­minos venían a coincidir topográficamente, junto a las fuentes del río Cuerpo de Hombre, en el vér­tice Calvitero.

También se reduce el territorio del obispado en el Campo de Arañuelo y en casi toda la Vera, que se entrega a Plasencia; y en la comarca de la Jara y en los alrededores de Cadalso de los Vidrios que se incluyeron dentro del dominio del arzobispado toledano.
Con todas estas segregaciones podemos afirmar que, a mediados del siglo xui, el territorio del concejo abulense, después de las disputas y determinaciones de términos posteriores, tenía una exten­sión aproximada de 9.144 km', repartidos en las actuales provincias de Cáceres, Madrid, Salamanca, Toledo y Ávila. Asimismo, el del obispado tendría, incluidos los territorios de los arcedianatos de Arévalo y de Olmedo, aproximadamente, 10.824 km'.

Aunque la extensión del territorio del obispado de Ávila ya se mantendrá invariable a lo largo de la Edad Media, salvo ligeras modificaciones, no sucederá así con la del concejo abulense que se verá alterado y disminuido profundamente.

Las segregaciones territoriales citadas van a suponer lo que hemos calificado como el aleja­miento definitivo del concejo abulense de la línea de frontera. La caballería popular o villana no va a tener ya como misión fundamental la defensa de los territorios de frontera, dedicándose preferen­temente a la defensa de su espacio, a la protección de sus límites, al control de los pasos de ganados y de los pasos naturales del Sistema Central que comunicaban la Meseta con los territorios del sur para controlar el intercambio comercial con al-Andalus y a garantizar pastos suficientes para sus numerosos ganados, sobre todo de la ganadería lanar trashumante que se convertirá en uno de los sectores claves de la economía castellanoleonesa.”

(Historia de Ávila Tomo II, Institución Gran Duque de Alba de la Excma . Diputación de Ávila. Ávila 2000 pp 28-30).

Evidentemente todo el discurso anterior se ve mejor en un plano, aquí cobra plena realidad el dicho de que una imagen vale más que mil palabras, pero si los discursos no salen a la calle quedan convertidos en huesos de cementerio bibliotecario. La Comunidad de Ávila dio lugar por segregación a la Comunidad de Plasencia y a la Comunidad de Béjar, esta última fue arrebatada por carga de dudosa legalidad al Reino de León, asunto que los leonesistas puntillosos recuerdan cuando se trata de este asunto.

Hubo más Comunidades de Villa y Tierra al sur de la tierra de Ávila, pero mucho más efímeras; así en la actual provincia de Toledo existieron las Comunidades de Talavera de la Reina, de Montes de Toledo y de Maqueda y en la actual provincia de Cáceres la Comunidad de Trujillo y Medellín. Todas estas comunidades más la de Plasencia fueron vueltas a conquistar por los moros almohades, y en su reconquista definitiva la mayor parte dejaron de ser al poco tiempo territorios de realengo, en los casos de mayor duración apenas superaron los cien años, no se consolidaron como Comunidades de Villa y Tierra; algunas como la de Trujillo fue directamente donadas por Alfonso VIII, rey menos celosamente castellano de lo que algunos pretenden, a las ordenes militares leonesas de Calatrava y San Julián, filiales ambas de la orden del Cister; la de Montes de Toledo al Arzobispo de Toledo; la de Maqueda a la orden militar de Alcántara.

Un poco lo anterior roza el tema nunca cerrado de la supuesta y problemática castellanidad de las tierras del reino de Toledo o de la actual Extremadura; las opiniones en este terreno son para todos los gustos y disgustos; conste no obstante que Oropesa y Navalcán deberían ser considerados como territorios abulicas irredentos, con todas sus almenas, torres y castillos. En cualquier caso la más extrema de las grandes Comunidades de Villa y Tierra, con duración multisecular y además la más grande durante algún tiempo, fue precisamente la Comunidad de Ávila, que fue algo así como el lejano oeste de Castilla, el “far west” o tal vez el lejano suroeste; aún quedan nombres como Zorita de la Frontera y Aldea seca de la Frontera, para recordar que la frontera entre el Reino de León y el Reino de Castilla estaba entre las tierras de Salamanca y Ávila. Ávila City ciudad fronteriza en muchos más aspectos de lo que se puede pensar a primera vista, no siempre con orden y con ley, frontera con el reino de León, frontera con el Reino de Toledo, frontera con Extremadura y más tarde frontera con la Corte vampírica y absorbente.

Como se dice en el lenguaje de las diligencias procedimentales jurídicas, se exponen a continuación los pueblos que se segregaron cuando allá en 1833 se fijaron los límites provinciales de Ávila a los efectos oportunos que procedan. No excluyendo entre los tales, algún rapto agresivo e histérico, a la par que victimista y lacrimeante de nacionalismo abulica ( ¡ lagarteranas abulenses!).

Pueblos que se han segregado de la antigua provincia de Avila y que han pasado a otras, según la actual división territorial que rige desde el año de 1833.


A la de Cáceres.

Bohonal.
Gordo. (El)
Talavera la Vieja.
Puebla de Naciados.

A la de Madrid.

Pelayos.
Valdemaqueda.

A la de Salamanca.

Armenteros.
Bereimuelle.
Bóveda.
Cantaracillo.
Cespedosa.
Guijo. (El)
Peñaranda de Bracamonte.
Puente del Congosto.
Rágama.

A la de Segovia.

Aldeanueva del Codonal.
Botaelhorno.
Codorniz.
Donyerro.
Martin Muñoz de la Dehesa
Montejo de Arévalo.
Montuenga.
Rapariegos.
San Cristóbal.
Tolocirio.

A la de Toledo.

Alcañizo
Almendral.
Buenaventura.
Calzada.
Cardiel.
Celeruela.
Corchuela.
Guadiervas.
Herreruela.
Iglesuela.
Lagartera.
Navalcan.
Navamorqüende.
Oropesa.
Parrillas.
San Roman.
Sartajada.
Sotillo de las Palomas.
Torralva.
Torrico.
Valverdeja.
Ventas de San Julian.

A la de Valladolid.

Fuente el Sol.
Honcalada.
Honquilana.
Lomoviejo.
Muriel.
Olmedillas.
Salvador.
San Llorente.
San Pablo de la Moraleja

Total 56”

(Juan Martín Carramolino. Historia de Ávila su provincia y obispado, Madrid 1872, p 237)

Miscelanea abulensica 2. Guerras abulenses y paz, RES

Recuerdo aún la primera vez que allá en la adolescencia me contaron que la ciudad de Ávila había sido conquistada y reconquistada nada menos que 14 veces, lo que me dejó bizco pues uno lo que escuchaba en la escuela era que la reconquista hizo retroceder a los moros de manera constante y providencial hacia su África originaria, sin driblings, regates ni burreos, al fin y al cabo eran los malos y les tocaba perder. También eran ganas de trepar murallas con opción a descalabro, y nada menos que 14 veces, aunque las murallas de entonces eran probablemente más bajas y menos impresionantes que las actuales. Aquella noticia era parte del acervo histórico transmitido por los historiadores locales de Ávila, testigos de una memoria intemporal de las gestas gloriosas abulicas.
Veamos como nos cuenta el asunto un historiador local entusiasta;
“Casi tres siglos transcurrieron desde que el des­venturado D. Rodrigo perdió con la mayor parte de España la Ciudad de Ávila, en el año, según los da­ tos más ó menos probables, de 714, hasta que la re­cobró definitivamente el rey D. Alonso v, hacia los años 1005 ó 1006; si bien de resultas de tantas pér­didas reconquistas como en este largo tiempo se verificaron, se hallaba casi yerma; porque en penoso y largo período, siete veces la ocupó el Moro y siete veces la recuperó el Cristiano.

(Primera)

Sucedió al glorioso Pelayo, instaurador de la naciente monarquía y á su indolente y descuidado hijo Favila, su yerno D. Alfonso I el Católico, y a los treinta años, poco más ó menos, de vivir bajo la cimitarra musulmana, vio Ávila ondear triunfante en sus viejas primitivas murallas el estandarte de la Cruz porque en los del 740 al 712 la reconquistó este valeroso Príncipe, que fue el tercero de los reyes Asturias. Lástima grande es que las crónicas de España refieran tan en conjunto la serie de las quistas del esforzado Alfonso I. Cuentannos en globo que después de haber obtenido grandes victoria; Galicia y Portugal, recobrando á Lugo, Oren; Tuy, á Braga, Flavia, Viséo y Chaves, vino á Castilla y libertó á Ledesma, Salamanca, Zamora, Astorga, León, Simancas, Ávila, Segovia, Sepúlveda Osma, Saldaña y otras muchas poblaciones de Cantabria, Vizcaya y Álava, llegando vencedor hasta Bidasoa y los confines de Aragón; es decir, que llevó sus armas victoriosas desde el mar Océano occidental hasta los Pirineos, y desde el Cantábrico hasta las cumbres del Guadarrama.

(Segunda)

Pero al cumplirse los veintisiete años ó veintinueve siguientes , esto es, en el de 767, Abderraman el Beni-Omeya, fundador de un poderoso imperio muslímico en España, independiente del de los califas de Damasco, condujo sus vencedoras armas hasta León; y Ávila sucumbió segunda vez bajo tan formidable poder. Y cincuenta más se pasaron en los reinados del virtuoso Fruela I, y de los débiles é in­activos Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo, el Diá­cono, hasta que, triunfador el rey D. Alfonso II, el Casto, pudo recuperar nuestra Ciudad (1) por los años 818, cuando extendió sus conquistas á Sala­manca, Alva y otros pueblos de la tierra llana de Castilla.

(Tercera)
Mas la raza de los Abassidas, que habia usurpado á la de los Omniadas el califato de Damasco, no pudo llevar con paciencia la proclamacion de Abderrah­man, último vástago de su familia proscripta, para jefe del Islamismo en España, y levantóse contra su poder Yussuf Abderrahman, el Ferhí, que dominaba gran parte de la Península central, negándole la obe­diencia. Sucédele en el mando de las huestes insur­reccionadas, muerto él y dos (lo sus hijos, el tercero, llamado Cassim-bem.-Yussuf (2), y á éste es á quien las crónicas abulenses llaman Muza-Abemcacim. Al llevar á esta época, y para entender á los historia­dores de Ávila, que durante la dominación de Ab­derrahman I y de sus sucesores Hixem, Alakem i y Abderrahman if, nos hablan de un rey moro de To­ledo y Ávila declarado enemigo y súbdito rebelde de la dinastía Beni-Omeya, es necesario recordar que desde el año 766, en que comenzó la insurrección de Cassim-bem-Yussuf, hasta el 838, en que queda ron vencidas todas las insurrecciones do la España árabe central, Mérida y Toledo tuvieron siempre en alarma al Emir de Córdoba; y como la pos¡ topográfica de Toledo era un obstáculo para la extensión hacia Castilla del mando musulmán cordobés, por eso Ávila obedecía frecuentemente á los intrusos y rebeldes jefes de Toledo, los cuales, como les convenía mucho conservar por amigos á los indolentes reyes de Asturias para tener guardada! espaldas, y dedicar toda su resistencia con mayor seguridad contra el Emir de Córdoba, hacian suave su yugo á los avileses. Y la misma cond hubo de seguir aquel Hixem, el Aliki (2), rico joven toledano, á quien las crónicas avilesas llaman Habemtacin, el cual, por el sólo deseo de vengarse de vazzir Abem-Alafot-bem-Ibrahitn, logró que estallase en Toledo, en 828, una conspiración, en que perecieron arrastrados por las calles sus ministros. Y así transcurrieron tres años, sin que los generales o jefes del cordobés Abderrahman lograran ventaja en el campo, ni en la ciudad, sobre los rebeldes hasta que en 832 pudo el Omeya hacerlos caer en celada (3) en el territorio de la antigua tierra de Ávila, á orillas del Alberche, causándoles gran pérdida; pero ni aun con eso se rindió la ciudad. Renovose la insurrección de Mérida; las fuerzas corbesas hubieron de acudir allá para apagarla, como lo consiguieron; pero entre tanto duró seis años toda­vía el asedio y sitio de Toledo, hasta que en 838, reducidos ya á lo alto de la ciudad y acosados por el hambre, tuvieron que rendirse los insurrectos, ca­yendo su jefe Hixem, el Alilii, herido en manos del jefe cordobés, que le hizo cortar instantáneamente la cabeza, y colgarla de un garfio sobre la puerta de Bab-Sagra; que despues, por corrupcion del lengua­je, se llamó Visagra. Por esta causa y de esta ma­nera cesó Ávila de obedecer al reyezuelo de Toledo, recuperándola el Emir de Córdoba.

Los Avileses, pues, al abrigo de aquellas luchas árabes intestinas, disfrutaban de una tolerancia, ya que no política, al menos religiosa, y que pronto volvieron á perder, porque los oprimió fuertemente el soberbio cordobés en el año 856, en que paseó sus armas triunfantes por las tierras de Toledo y Ávila, y cuya invasión causó, ó más bien prolongó, la du­ración de la tercera (1) pérdida de nuestra Ciudad.

(Cuarta)
Mas había sucedido al buen Ordoño I su ilustre hijo Alfonso, á quien su padre, desde muy joven, asoció á su mando para el mejor gobierno del reino. Fue el tercero de este nombre, que mereció el alto título del Magno, y en el principio mismo de su rei­nado, llegando victorioso á las cumbres que parten términos entre Toledo y Castilla, tercera vez recon­quistó á Ávila. Las crónicas del país fijan este suce­so en el año 864 (2), pero debió de ser por lo menos dos años después, si es que no mandaba el ejército como jefe, pero ni aun como rey, en la opinión de que creen con más acierto, que su padre Ordoño murió hasta en el de 866. En el espacio de tres décadas volvió á respirar la Ciudad libre de la opresión de las armas agarenas, mas cayó de nuevo bajo el alfanje (1) musulmán en 896.

Pero no debía de ser bajo el del franco .y noble Abdallah, que sucesor de Almondhir desde 888 gobernó al pueblo mahometano en el emirato de Córdoba hasta el año 912, porque tenia celebrado tratado de paz con Alfonso el Magno, que hasta muerte del rey cristiano recíprocamente guarda por muchos años, conservándose en amistosas relaciones. Por consiguiente, esta nueva ocupación Ávila por fuerzas agarenas ocurrió, á no dudarlo rigor de las armas vencedoras del rebelde Caleb-k Hafsun (2), que, hijo de un pobre artesano de Ronda, después capitán de bandidos en Extremadura, heredó los odios de su padre contra la sangre de los emires cordobeses, viniendo triunfador con la toma Zaragoza y Huesca á la cabeza de diez mil cabal cargó sobre Toledo, penetró en la ciudad, hízose aclamar rey, y tomó y guarneció los castillos de la ribera del Tajo, extendiendo su intrusa dominación hasta Ávila y otras poblaciones y comarcas colindantes con Toledo.
Más de esta cuarta catástrofe salvó á nuestra Ciudad, recobrándola triunfante por años 918, D. Ordoño IIi, hijo de Alfonso el Magno hermano de D. García (que apenas ocupó el trono), por lo que ya se pudo llamar rey de Galicia y de León. Verificóse, pues, la cuarta reconquista al paso este monarca recobró á Talavera, y poco antes de la gloriosa batalla de San Estéban de Gormaz en el siguiente año de 919.
(Quinta)
Perdióse de nuevo Ávila en el año 968, cayendo bajo el formidable poder de Alhakem II, sucesor del magnífico Abderrhaman III de Córdoba, al cual las leyendas avilesas llaman Alllagib ; pero á los trece años siguientes tornó á ganarla en el reinado de Don Ramiro 111 en 981 (y ya es la quinta reconquista), el bravo (1) conde Garcí-Fernandez, hijo de Fernan­ Gonzalez.

(Sexta)

Escaso tiempo respiró tranquila la Ciudad; que á los pocos años se apoderó de ella, destruyén­dola en gran manera, y es la sexta dominación sar­racénica, el terrible Almanzor, primer ministro y re­gente del califato del joven Hixem II en el afilo 985, según unos cronistas, y según otros en el de 989.

Aún se conserva un testimonio eterno de la pre­sencia en nuestro país del gallardo, del impetuoso y constante invasor del territorio de los cristianos, del poderoso y siempre temido Almanzor. En una de las muchas incursiones, con que por espacio de 25 años devastó los campos de Castilla y de León, y quizá en la misma época en que por sexta vez pasó Ávila á poder de los Agarenos, hizo su entrada por los ás­peros montes que sirven de fortísimos estribos á la escarpada y fantástica sierra de Gredos, de cuya pin­toresca situación ya hemos hablado en el tomo pri­mero. La tradición popular refiere que excitada viva­mente su curiosidad con la vista de tan enorme pro­montorio, y queriendo halagar á su ardiente imagi­nación meridional, exaltada con los cuentos y conse­jas que se referían de la fabulosa laguna de aquella ataña, se propuso verla, y acaso contemplar desde es­ta inmensa altura los dilatados campos de Casti­lla y de León que bajo sus pies se aparecían, ya que le fuese dado tenerlos sujetos á su dominio á pesar de las poderosas falanges que acaudillaba. Lo cierto es que subió, y que con su subida legó para siempre su nombre á un pequeño rellano, que en lo alto de la cumbre y ya a la vista de la laguna se muestra, y que desde tan remota antigüedad es conocido con el título de Plaza de Almanzor
(Séptima)

A su vez poseyó muy escaso tiempo la morisma nuestra Ciudad, porque la adquirió de nuevo para armas cristianas en 992 D. Sancho, conde de Cas­a (1), en el reinado de D. Bermudo II de Leon, llamado el Gotoso, adoptando la dura precaución de internar en el país ya conquistado los niños, mujeres y ancianos, y llevando consigo cuantos hombres útiles halló para la guerra, acaeciendo tal suceso poco antes de que tan brioso y fuerte conde se rebela ­contra su padre Garci-Fernandez, que falleció en 995. Este funesto estado de completa orfandad que yaciera la población por carecer de toda defens­a, hacíala frecuentemente presa de las incursiones ­que provenían de los Moros que habitaban las sierras de Piedrahita, Talavera y Toledo. Tampoco estos podían conservarla por la debilidad de sus ar­mas y escasez de recursos: y dando noticia del des­amparo en que la Ciudad se hallaba á los de Anda­lucía, acaeció que con «su venida (1) y entrada que hicieron, la Ciudad de Ávila, que poco á poco se iba reparando, por séptima vez sucumbió y de nuevo fue des­truida.


Y así continuó por algunos años todavía has­ta que para no volverla á perder la recobró por últi­ma vez y para siempre el cristianismo bajo las armas victoriosas del gran D. Alfonso V (2), hacia los años de 1005 ó 1006; pero aun así permaneció sufriendo todavía las bruscas acometidas de continuas algaras hasta que en 1083 la puso á salvo de todo insulto D. Alonso VI, el que dos años después acabó con el reino moro toledano , porque meditando con gran acierto, que la defensa de Ávila había de ser de la mayor importancia para los sucesivos triunfos de las tres coronas ya reunidas en sus sienes, de Asturias, de León y de Castilla, decretó su provisional forti­ficación.”

(Juan Martín Carramolino. Historia de Ávila su provincia y su obispado, Madrid 1872. Tomo II, pp 140-151)

Los actuales especialistas de historia están prestos a criticar a los denominados con cierto tono de suficiencia y ninguneo “historiadores locales”, aportando más comentarios, sospechas, modelos elucubrativos o hipótesis discutibles que documentos fidedignos y serios propiamente dichos, el caso es practicar una irreverente, demoledora e iconoclasta crítica de las hazañas locales, ganas de amolar para epatar de moderno, y fastidiar un buen guión de cine al estilo de “El señor de los anillos” de R. Tolkien pero en abulica, para no hablar del peligro que supone para el fomento del turismo.

Comprobemos el tono frío, aburrido y escéptico de un historiador contemporáneo:

“CAPÍTULO IV
1. INTRODUCCIÓN

La historia de las comarcas que a partir del siglo XII integraron la diócesis abulense está por hacer en relación con el periodo altomedieval. Las vicisitudes por las que atravesaron Ávila y las gentes que habitaban en ella y en sus alrededores durante esta dilatada etapa son prácti­camente desconocidas y nos resultan todavía hoy muy difíciles de comprender. Este largo tiempo histórico, que abarca cuando menos desde las décadas iniciales del siglo VIII, en que como resultado de la invasión y de la ocupación musulmanas de la Península Ibérica desapareció el reino visigodo de Toledo, hasta los últimos años del siglo XI, momento en el cual el avance cristiano hacia el sur provocó la incorporación definitiva de nuestro territorio al reino cristiano y feudal castellano-leonés, ha sido rellenado, a falta de un número suficiente de fuentes escritas o de otras pruebas documenta­les, de modos muy diversos por los historiadores. Distintas opiniones de muchos estudiosos, reali­zadas desde ángulos teóricos y con intenciones sociales diferentes, han contribuido a echar leña al fuego, ofreciendo descripciones, a menudo disparatadas y sin fundamento y a veces contradictorias entre sí, que aclaran pocas cosas y que hoy no nos sirven para intentar una aproximación al conoci­miento de cuál sería la realidad de ese pasado.
El problema parte de la carencia de información. La ausencia de evidencias documentales es casi absoluta. Para una fase histórica tan prolongada, que dura en la práctica cuatro centurias y que se corresponde con el periodo de predominio político, militar, económico y cultural de los musulmanes dentro del solar peninsular, sólo contamos en las crónicas y en otros textos similares, incluyendo tanto los de procedencia cristiana como los de origen islámico, con menos de media docena de men­ciones, y alguna de ellas no muy fiable o de dudosa interpretación, relacionadas directamente con la ciudad de Ávila o con cualquier otro espacio que pudiera depender de ella.

En principio, por lo tanto, podría decirse que es como si todo lo abulense que existía y bullía en torno al año 700, según lo acreditan varios documentos, hubiera de pronto desaparecido del mapa o, en una hipótesis más favorable, como si todo ello hubiese perdido a la vez y de golpe cualquier tipo de interés para unos y para otros. Con relativa lógica, se ha supuesto en consecuencia que o bien el territorio se despobló completamente o bien, al difuminarse el poblamiento anterior, perdió su impor­tancia, hasta el punto de desaparecer de todas las clases de registros escritos. Por este motivo inclu­so su nombre dejaría de figurar durante varios siglos sucesivos en los relatos cronísticos.

En definitiva, el periodo altomedieval se presenta, al igual que sucede para las zonas mas pró­ximas, salmantinas y segovianas, como una etapa de silencio y llena de brumas para la investigación. Por otra parte, se trata de una fase y un escenario que se han terminado por convertir en campo abonado para las elucubraciones de los estudiosos, cuando no en terreno propicio para el dislate y la fan­tasía. Desde antiguo, las diversas visiones ofrecidas sobre todo por la erudición local, a menudo inventando o manipulando datos y con frecuencia extrapolándolos de forma indebida, han venido a diseñar una imagen distorsionada y falsa, haciendo hincapié casi siempre en acontecimientos y situa­ciones heroicas, que de acuerdo con lo que nos dejan entrever hoy algunos testimonios se aleja bas­tante de la realidad. Pero lo mejor es repasar el proceso de elaboración de tales fantasías y tópicos por parte de la historiografia y de la erudición locales.

2. MITOS Y TOPICOS EN LA ERUDICION LOCAL

En los primeros años del siglo xvi, momento en que Ávila, como algunas otras ciudades de su empaque, comienza a recuperar y construir su memoria histórica, ni la llamada Crónica de la pobla­ción de Ávila (texto medieval que se conservaba manuscrito y que como tal se mantuvo hasta su pri­mera publicación a principios de este siglo) ni el librito de Ayora se refieren a este periodo. No hay en ellos menciones sobre la etapa altomedieval, sin duda porque se carecía de datos. Pero ya en las últimas décadas de la misma centuria la situación cambió de manera radical. Era necesario llenar los huecos documentales mediante el recurso a las tradiciones orales, cuando no a las circunstancias ima­ginadas por cada autor. Y, manos a la obra, a ello se pusieron con denuedo casi todos los eruditos que pretendían entonces historiar el pasado abulense.

Me referiré sólo a los ejemplos más significativos o que después han tenido más repercusión, hasta el punto de acabar por convertirse algunas de sus afirmaciones en auténticos lugares comunes de la historiografia local. Todas las copias conocidas del manuscrito denominado Segunda leyenda de Ávila resuelven el problema de un modo escueto y sensato. Se lee en una de sus versiones: "e otrosí se pendoló cómo este Pelayo fue el primero que comentó a converrir las Spañas, e otrosí los grandes tranzes, cuytas e menguas que los christianos, por la mala Caba, y más los que fincaron en Ávila habitándola, hasta que el rey don Alfonso el Sesto conquirió y ganó a Toledo". No hay más citas. Sin embargo, casi a la vez y con una diferencia de sólo unos cuantos años aparecieron las obras, ya clásicas, de Cianea y Ariz, donde todo se amplía, el relato cobra vida con gran lujo de detalles y donde la falta de pruebas documentales se suple con una extraordinaria imaginación, aunque sin fun­damento, por parte de ambos autores.

El primero de los citados supone a la ciudad del Adaja, no obstante las sucesivas alternativas de dominio cristiano o islámico sobre ella, que relata, y a las múltiples adversidades por las que atrave­saría durante siglos, con un poblamiento continuado con cristianos pagando tributos a los musulma­nes y con centros de culto religioso permanente en las iglesias de Santa María la Vieja y de San Segundo; incluso sostiene una cierta continuidad de la sede episcopal, datando con precisión la exis­tencia de un obispo abulense de nombre Pedro que participaría en el 825 en la supuesta batalla de Clavijo y de otro, llamado Vicencio, que firmaría el año 934 el famoso privilegio de los votos conce­didos por el conde castellano Fernán González al monasterio riojano de San Millán. Poco cabe comen­tar sobre tales fabulaciones. Sólo baste con decir que el documento de los votos, hoy muy bien cono­cido y varias veces publicado, fue falsificado dos siglos después de su datación, entre 1140 y 1143 para ser más exactos, y además que ni siquiera en su falsificación figura tal prelado. Y su afirmación de que el mismo conde castellano, en acción de gracias por la victoria cristiana en la batalla de Simancas, mandó construir una primitiva iglesia dedicada a San Salvador, donde luego y con la misma advoca­ción se levantaría la catedral abulense, no sólo es atrevida y de su propia cosecha sino indemostrable.

Pero para fabulador el benedictino Ariz. Si su monografía tiene ya el título sintomático de Historia de las grandezas de la ciudad de Ávila, no cabe duda de que su contenido supera, y con mucho, las inten­ciones proclamadas en su cabecera. Las dos primeras partes de su libro, según el propio autor declara, son una copia muy libre de la susodicha Segunda leyenda de Ávila, que él suele denominar "leyenda antigua" y atribuir su autoría, quizás para dar más crédito a su narración, al archiconocido falsario Pelayo, obispo de Oviedo en la primera mitad del siglo xii. Pero es tan libre la utilización que hace de la fuente básica que maneja que cambia su texto cuando le viene en gana, normalmente para introducir detalles que amplíen el relato y sirvan mejor para loar el glorioso pasado abu­lense. Por eso nada tiene de extraño que ponga fin a su libro con una página titulada "calamidades de Ávila", donde de manera breve, pero jugosa, cuenta los por­menores de las alternativas situaciones de dominio polí­tico por las que, a su entender, atravesó la zona abu­lense antes de su definitiva conquista cristiana.

Lo mejor será reproducir su texto: "Esta famosa ciudad de Ávila fue perdida como las demás de España, y en poder de moros el año de 714 en la bata­lla de Guadalete, desde quatro de setiembre hasta los onze, que duró la última batalla. Fue tornada a cobrar de poder de los moros por el rey don Alonso el Católico en el año de 735, y según otros en el año 740. Fue tornada a perder, y en poder de moros, ganándola el rey Abderramén de Córdova el año de 767 y en el año de 832 la poseya Mura Abentazín, que se alió con el reyno de Toledo, y con Ávila. Fue ganada a los moros por el rey don Alonso el Magno el año 864, y otros sienten averla ganado el rey don Ordoño Segundo de León, quando ganó a Talavera año 898. Fue perdida, y en poder del moro Abderramén el año 896. Fue tornada a ganar por el rey Ramiro Segundo de León año 910. Fue perdida por el rey don Bermudo, que la ganó Albagil Alman~or de Córdova el año 968. Fue ganada por el conde Garci Fernández de poder de Abdemelich en el año 981. Fue perdida, y en poder del moro Abigail Alman~or, el qual la des­truyó y assoló, que se tornava a poblar y reedificar el año 985. Fue ganada por el conde don Sancho, hijo del conde Garci Fernández, en el año 992, y no la pudien­do poblar, se quedó desierta y, quando el rey don Fernando el Santo visitó su reyno, llegando a Ávila, la vio despoblada, hasta que su hijo el rey don Alonso el Sexto la mandó poblar a su yerno el conde don Ramón, el qual entró en ella con los pobla­dores, que la historia ha dicho, en el año 1083. Por manera que estuvo desierta desde el año de 992 hasta el de 1081 ".

Como se verá, sus precisiones de nombres y fechas apabullan. Ojalá pudieran comprobarse. Lástima que, con el fin constante de ensalzar las gloriosas hazañas abulenses, embutiera sin la menor crítica lo que se sabía de la historia general en su historia local. Sin embargo, al margen de los deta­lles, existen dos ideas centrales y con interés en su monografía: la del cambio de manos entre cris­tianos y musulmanes durante los tres primeros siglos y la de la despoblación absoluta en el siguien­te. El propio autor benedictino precisó la cronología, añadiendo al margen y en letras de molde estas tres puntualizaciones: "Ávila de christianos 130 años, Ávila de moros 118, Ávila desierta 89 años".
Pero no paró ahí la cosa, ya que las opiniones de Ariz se difundieron y traspasaron los siglos y las fronteras, hasta ser repetidas, a veces añadiendo florituras todavía más legendarias, hasta la sacie­dad. Los testimonios son numerosos. En su catálogo de 1665 sobre los obispos abulenses, todavía inédito, Tamayo y Salazar repitió y aumentó lo referido, insistiendo además en la persistencia de la sede episcopal. Y en la misma línea se situó Méndez Silva, quien en su libro, confeccionado a modo de enciclopedia sobre muchas localidades españolas, en el breve capítulo dedicado a Ávila escribe: "Era colonia en tiempos de romanos y, estando desierta, la mandó habitar el rey Alonso Sexto al conde don Ramón año 1083 ó 1089, acabándose 1093, a cuia sazón avía 6000 vezmos, mayor parte asturianos nobles, cercándola de muros permanentes [...], cinco vezes se ganó de moros, primera Alonso el Católico año 748, segunda Alonso Tercero 864, tercera Ramiro Segundo, quarta el conde Garci Fernández 981, quinta el conde don Sancho 992".
Ya en tiempos más recientes, a mediados del siglo pasado y casi a la vez, el abate Rebours difun­dió tales datos incontrastados e improbables en francés y Martín Carramolino, no obstante su esta­tus académico, en varios de sus trabajos prohijó, siguiendo a pie juntillas, y amplió, hasta extremos insospechados, el relato de los acontecimientos inventado por el benedictino. Incluso un crítico de la talla del catedrático Vicente de la Fuente, en la serie que publicó sobre ciudades españolas, se apuntó, aunque con matices, al mismo carro, llegando a afirmar que Ávila "tuvo que sufrir todas las alterna­tivas de la guerra, viéndose a cada paso perdida y reconquistada, según el valor de los condes caste­llanos o de los caudillos moros que mandaban los ejércitos; sería demasiado molesto seguir paso a paso la historia de sus vicisitudes, hasta que en 985 la mandó arrasar el terrible Almanzor; en tal esta­do permaneció hasta que don Alfonso el vi encargó al conde don Ramón de Provenza, el año 1083, que la poblase, como lo hizo". Los mismos tópicos pasaron de unos a otros autores, siendo repeti­dos, por ejemplo, por Garcés González y por Fulgosio.

Por fin, será ya a finales del siglo xix cuando un escritor riguroso, como Ballesteros, quien conocía bien las leyendas que venían transmitiéndose desde antiguo, se atreverá a poner las cosas en su sitio (aunque sus palabras cayeron en saco roto y fueron ignoradas completamente por muchos de los eruditos locales posteriores). Este autor declaró: "si por inducción hemos tenido que ir supo­niendo, mejor que averiguando, los más importantes acontecimientos de Ávila en la Edad Antigua, no son mucho más fáciles de investigar los de esta otra edad, al menos en los comienzos de ella, a pesar de haber ya crónicas y documentos de donde pudiéramos deducirlos, si no fuesen éstos tan escasos e incompletos y, al mismo tiempo, tan poco merecedores de confianza, como escritos por los mismos interesados que intervinieron en los sucesos de aquella época".

(Historia de Ávila, Tomo II, Edad Media siglos VIII-XIII, coordinador Angel Barrios García. Institución Gran Duque de Alba, Diputación Provincial de Ávila. Ávila 2000. Cap IV, pp 195-198)


Bien documentadas o no, pero al fin y al cabo batallas sin fin que en más de una ocasión suscitaron pensamientos y comentarios en el Grande de Ávila acerca de la cuantos mandobles, hostias , descalabros y muertes se habrían producido en esa explanada, ante la Torre del Homenaje y la Puerta del Alcázar, recordado habitualmente con una cerveza o vermut en la mano. No es nada fácil entender hoy día las razones profundas del interminable batallar de entonces; al decir razones profundas se quiere decir que no lo son las explicaciones reduccionistas modernas de tipo económico, militar o geopolítico.

Las sociedades tradicionales, adjetivo nada fácil de explicitar en unas líneas, consideraban la guerra como una lucha contra el desorden, como una vía para el restablecimiento de la paz, la unidad y la armonía de los contrarios, algo bastante diferente de las modernas metas de predominio de poder político, económico y militar. Pero claro el orden en sentido tradicional emanaba de lo alto, muy distinto del capricho de un dictador tiránico, conducente a una represión brutal, o de la deliberación de un consejo humano con arreglo a unos criterios formales. La unidad no era la actual uniformidad global y borreguil sino el uno de la totalidad divina. El equilibrio no eran los contrapesos de influencias, las compensaciones frágiles o los compromisos más o menos fiables; el equilibrio se entendía como superación de los contrarios en el uno divino, principio y final , alfa y omega, manifestación y absorción a la vez.

Un moderno ciudadano agnóstico de nuestros días con incurable optimismo progresista estaría más o menos de acuerdo con aquellas estrofas de la Internacional:
“ ni en dioses , reyes , ni tribunos está el supremo salvador. Nosotros mismo mismos realizamos el esfuerzo redentor”.
Hoy día ya se tiene una ligera idea del balance cadavérico del intento de redención de la humanidad por parte del llamado socialismo real, pero parece que aún se insiste, por obcecación o por estupidez pura y simple. A tal moderno quizá le chocaría escuchar que en una sociedad tradicional se considera que fuera del Reino de Dios, se está fuera del orden , fuera de la justicia, fuera del equilibrio, fuera de la armonía o en síntesis fuera de la paz verdadera. De esta forma, se quiera o no, en este mundo se está permanentemente sumido en guerras exteriores e interiores, silenciosas en la mayor parte de las ocasiones y declaradas a veces ( sin olvidar la más reciente modalidad de preventivas), a todo tipo de niveles y de ámbitos, y desgraciadamente se desconoce cada vez más el arte de convertir esa guerra en vía para alcanzar le Reino de los Cielos, la alquimia que transforme la guerra en la paz. En un sentido tradicional la guerra es un proceso cósmico de reintegración de lo manifestado en la unidad original, y correlativo a ella la paz es la absorción de la multiplicidad en la unidad del principio divino; es decir que en un sentido tradicional la guerra persigue lo mismo que la paz aunque esto escandalice fuertemente a los oídos actuales.
Para ilustrar el sentido tradicional de la paz vienen a cuento unas palabras de Daniel Cologne:
‘La paz en el sentido cristiano y tradicional del término no es el efímero y frágil concepto de coexistencia de intereses y de apetitos diversos a que se limita que la legalización del triunfo del más fuerte. Es al contrario sinónimo de unidad primordial reencontrada y ninguna aristocracia aparte de la del espíritu podría ser su ratificación política. tal es el sentido de la palabra de Jesús: "Mi Paz os dejo, mi Paz os doy " (Juan 14,27)’.
Es decir la paz es el reino o ámbito del orden de arriba o celeste, del equilibrio, justicia o armonía de los contrarios, ámbito que en terminología taoísta se denomina Tai-Chi y en torno la cual gira toda la existencia manifestada. De acuerdo con esto la sabiduría evangélica no previene acerca de legalidades y justificaciones suficientes, sino que a manera de reto misterioso aconseja.: “ Buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura” (Mat VII,33, Luc XII,31). Es dudoso que esa búsqueda colme su anhelo de encuentro en la ONU, en la Casa Blanca, en la UE o en las multitudes callejeras vociferantes.
Muy al contrario de dichas nociones tradicionales, el sentido coloquial en que modernamente se utiliza la palabra paz carece de connotaciones positivas, basta examinar el DRAE (Diccionario de la Real Academia), María Moliner o Seco y veremos como es una referencia siempre negativa y carente de contenido positivo:
- Pública tranquilidad y quietud de los estados en contraposición a la guerra.
- Sosiego y buena correspondencia de unos contra otros , en contraposición a disensiones riñas y pleitos.
- Ajuste o convenio que se concuerda entre los príncipes para dar la quietud a sus pueblos especialmente después de las guerras..
- Dejar en paz. No inquietar ni molestar.
- Hacer las paces. Acabar con una riña.
La lista de contextos en que se usa la palabra paz sería interminable, pero jamás se encontrará ni restos, ni el más ligero atisbo del sentido positivo y supremo de la paz en sentido tradicional. Nada raro pues que en estos días, incapaz el lenguaje actual de hacer referencia al contenido positivo de la paz, se esgrima una consigna exclusivamente negativa de disconformidad: “No a la guerra”; pero desafortunadamente eso solo no es equivalente a la paz sino que tan solo es algo que de una manera remota tiene que ver con la verdadera paz. El asunto no solo tiene que ver con las multitudes, también afecta a la prensa y a los medios; pocos entreven lo que hay más allá de las emociones elementales y su expresión directa, y los que lo intuyen parecen acometidos de un miedo cerval a explicitar y profundizar en la cuestión.
La guerra en una sociedad tradicional era un deber sagrado, como bien le recordaba Krisna a Arjuna en el Bhagavad-Gitâ; es un desorden que trata de reestablecer el orden (Dahrma), la paz, la armonía de los contrarios. La noción taoísta de acciones y reacciones concordantes nos recuerda que fuera del Tao originario no hay más que un conjunto de desórdenes parciales que contribuyen al orden total; así cada conquista de Ávila por los sarracenos implicaba un destino de reconquista por los cristianos cuyo fin era alcanzar el orden de la Universitas Cristiana ámbito a su vez para conquistar el Reino de los Cielos. La sociedad medieval cristiana por su parte sabía bien que “vita est militia super terram”, o el “ militia est vita homini” (Job VII,1),fragilidad recordada en el cántico “metia vita in morte summus” que nos ha llegado a través del canto gregoriano, conservado entre otros por los monjes del Monasterio de Silos, cántico que entonaban también los guerreros antes de entrar en batalla, en las batallas de antes se entiende porque los modernos misiles y bombas inteligentes ya no dan tiempo ni a entrar. Probablemente el moderno partidario profano de la paz piense que para que se va a luchar por nada si total son dos días, o, con inconsecuencia notoria aunque con pretensión piadosa, que en vez de luchar lo que había que hacer es repartir más los supuestos beneficios de la fabulosa máquina de la civilización moderna, máquina satánica que es la que produce en cadencia cada vez más acelerada los desórdenes y las guerras actuales; recuerda esta situación las secuencias de la película de los hermanos Marx en el oeste, cuando Groucho Marx desmelenado mientras echaba la madera arrancada de los vagones a la locomotora , gritaba desaforado:¡Es la guerra!.
Es por lo menos interesante meterse en el pellejo de aquellos guerreros que lucharon en las conquistas y reconquistas abulicas y escrutar los resortes últimos que los exponía al riesgo y a la muerte, dejando de lado las explicaciones académicas de que la caballería villana conseguía nuevas tierras y exención de impuestos; sería algo así como si a los rudos guerreros medievales les prometieran un caramelito: si te apuestas la vida a morir destrozado por una maza con pinchos, aplastado por un proyectil de catapulta o frito por una caldera de pez hirviente, te ofrezco a cambio una finquita y además te rebajo diez puntos del IRPF. Siendo la profundidad de este razonamiento la llave maestra de la moderna interpretación histórica, la dialéctica pedestre que pretende desvelar los arcanos del alma humana.
Si se investiga la actitud de los antiguos celtas –remotos antepasados de esos guerreros- frente a la guerra, una máxima nos da luz suficiente sobre su ánimo guerrero:

“Combatid por vuestra tierra y aceptad la muerte si es preciso: pues la muerte es una victoria y una liberación del alma".

Esto da constancia de un sentido heroico del combate, que de alguna manera deja constancia también en contrapartida de una inflación egoica y de un deslizamiento hacia la soberbia propia del guerrero de épocas tardías.

En cuanto a los godos, otra herencia ancestral a asumir, eran portadores de la tradición nórdica germánica, pletórica de componentes guerreras o de la segunda función en la terminología de G. Dumezil:

“Según esta tradición, ningún sacrificio, ningún culto eran tan gratos a Dios, ni más ricos en recompensa en el otro mundo, como aquel realizado por el guerrero que combate y muere luchando. Aún hay más: el ejército de los héroes muertos en combate debe reforzar la falange de los "héroes celestes" que luchan contra el Ragna-rök, es decir, contra el destino del "obscurecimiento de lo divino" que, según las enseñanzas, como en el caso de las clásicas (Hesíodo) pesa sobre el mundo desde las edades más remotas.

Algunos se sorprenderán al saber que las famosas Walkirias no son quienes recogen las almas de los guerreros destinados al Walhalla, sino la personificación de la parte trascendente de estos guerreros cuyo equivalente exacto son las fravashi que en la tradición irano-persa están representadas como mujeres de luz y vírgenes arrebatadas de las batallas. Personifican más o menos a fuerzas sobrenaturales en que las fuerzas humanas de los guerreros "fieles al Dios de la Luz" pueden transfigurarse y producir un efecto terrible y turbulento en las acciones sangrientas. “(J.Evola)
Hay otra componente medieval y cristiana a añadir a estos antecedentes, que frecuentemente se ha ocultado, un aspecto por así decir yang o duro del cristianismo, que no responde a la retórica de una homilía dominical contemporánea. Expongamos una pequeña antología:

"No olvidéis jamás este oráculo -decía San Bernardo- ya vivamos, ya muramos, del Señor somos. Qué gloria para vosotros salir de la confrontación cubiertos de laureles. Pero qué alegría más grande la de ganar sobre el campo de batalla una corona inmortal... ¡Oh!, condición afortunada, en la que se puede afrontar la muerte sin temor, incluso desearla con impaciencia y recibirla con el corazón firme".
"Que mayor gloria que no salir del combate, sino cubierto de laureles. Que gloria mayor que ganar, sobre el campo de batalla, una corona inmortal".(San Bernardo «De laude novae militiae»).
"Dispuestos a partir hacia donde estallara una guerra, a fin de llevar el terror de sus armas para defender el honor y la justicia"...(El Papa Urbano II dirigiéndose a la comunidad supranacional de la caballería cruzada).
Pobre Juan Pablo II si se le recordase lo que sus infalibles antecesores pensaban sobre la guerra contra el infiel en oriente medio. Parece que la última y declinante tradición indoeuropea persistió en atribuir a la guerra un carácter tan heroico como brutal, oscurecida y tergiversada la jerarquía de fines y medios, destino inevitable de las civilizaciones con predominio guerrero con el paso disolvente del tiempo. Este carácter bélico desviado condicionó el estilo del catolicismo occidental medieval, castrense y belicoso, del que dan buena prueba aquellos obispos cubiertos con cota de malla y armados de hierros ofensivos abundantes; aquellos papas de familias aristocráticas guerreras, prontos a la conspiración, a la violencia, a la instigación de guerras ofensivas, a tribunales inicuos y al asesinato, aquellos cruzados homicidas – entre los que destacaron los almogávares hispanos- que sembraron el pillaje, la profanación y la muerte de monjes y cristianos ortodoxos de Bizancio, el incendio de monasterios y como culminación la masacre, el robo, y despojo sacrílego de Santa Sofía de Constantinopla entre ríos de sangre humana y excrementos de mulas. Aún se conserva en Ávila una herencia siniestra de aquel resplandor espantoso: la Cofradía del Cristo de las Batallas, que siempre nos trae a la mente aquel dicho de : “le sienta tan bien como a un Cristo dos pistolas”, ideal estético plenamente cumplido por el catolicismo occidental. muy distinto en esto del cristianismo ortodoxo bizantino que rechazó sin contemplaciones el ideal extraviado de monje soldado de un San Bernardo.
En cualquier caso y al margen de los lances guerreros y pendencieros no faltan sin embargo textos que cuando menos son poco cómodos y amigables, desde la palabra del Apocalipsis según la cual "El Señor aborrece a los tibios" hasta el Evangelio de San Mateo donde estás escrito: "Yo no he venido a traer la paz sobre la tierra, sino la espada", “quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por amor a mi la salvará” (Mat 16,25); de San Lucas. ¿ Pensais que he venido a traer la paz a la tierra?.Os digo que no sino la disensión (Luc 12,50), pasando por la imprecación de Jeremías: "Maldito quien hace débilmente la obra del señor. Maldito quien rechaza la sangre para su espada". Siempre a expensas de una interpretación tranquilizadora apta para burgueses civilizados, asustados de la tragedia abismal que encierran esas palabras.
Sin embargo acaso la más temible y amorosa de las sentencias evangélicas es precisamente la que figura en el Evangelio de San Juan , el discípulo amado de Jesús: “ nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13). Ninguna gloria ni honor a conquistar y ningún laurel o corona a poseer, aquí se refiere a la entrega absoluta o kenosis, actitud suprema de amor y de perfección que va más allá del honor, la gloria y del triunfo guerrero. Este sentido sacrificial supera el sentido heroico del combate, siempre acompañado de un tinte egoísta rígido y soberbio, y que salvo en rarísimas excepciones deriva hacia la fuerza bruta, la audacia temeraria, la cólera súbita y la desesperación, tanto más notorio cuanto más en su ocaso se encuentran las civilizaciones. Si alguna interpretación - siempre reductora y castrante- cupiera de esta sentencia en el ámbito del polemos o guerra parece que sería a la preservación, a la custodia, a la defensa de lo esencial sagrado y no a la conquista de lo condicional y transitorio.
Todas estas componentes dieron un carácter guerrero con tintes heroicos a la Edad Media, rápidamente desvanecido antes ya del renacimiento. Así a ya en siglo XVI la visión lejana, irónica, lastimera, con toque emocional, tierno y exento de toda sacralidad produce un Don Quijote, último espectro onírico de la caballería medieval. Por un lado Don Quijote en el relato novelesco y por otro mercenarios, levas forzosas, corsarios y lansquenetes en la realidad de las guerras de religión, en las conquistas terrenales nuevas y las expansiones de poderío de siempre. Menguante la idea de orden, y de justicia, en último extremo divinas, quedó libre el campo al desorden de la tierra, del oro, de las especias, del comercio, de la piratería, de los monopolios, del absolutismo, de los imperios terrenales. La desaparición de la conquista del místico Graal llevó consigo la conquista de la carnal América, beatamente ocultado por una convencional expansión cuantitativa y sin profundidad de unos elementos doctrinales ya entonces espectrales y casi totalmente carentes de auténtico contenido espiritual en occidente.
El progreso imparable de la modernidad se encargó del resto: conversión del guerrero en funcionario militar, liquidación del último resto del sentido heroico o por lo menos romántico del combatiente y su transformación en el servicio militar obligatorio, hijo de la Revolución Francesa, aunque muchos creyeron que se trataba del no va más de la esencia patria. El cuartel escuela de virtudes militares: machismo animalesco, sadismo reglamentario y ordenancista, brutalidad soldadesca, obediencia degradante de esclavo o de cadáver, consignas sentimentales delirantes y vacuas, alcoholismo y ahora parece que en el colmo de la liberación las mujeres también se apuntan al fregado; triste degeneración del heroísmo caballeresco sacral de antaño. Ya por último y para más avance imparable, reconversión de la delincuencia y la hez social en tropas de elite (Legión Extranjera, Paracas, Marines, fuerzas especiales, voluntarios de atrocidades varias...), cuyas gestas han saturado los fastos históricos del mundo moderno bien en su versión capitalista bien en su periclitada versión socialista, y últimamente puestas a disposición del ciudadano en la pequeña pantalla doméstica.
No menos interesante es indagar que se pensaba en el otro bando de las antiguas batallas abulicas, a saber en el bando agareno de la morisma. Aquí además de las herencias ancestrales guerreras, análogas si no iguales a las del otro bando, las características de la religión islámica añadían un suplemento de violencia muy respetable. Religión airada, religión de guerra llamaba Vicente Risco al Islam, y Cansinos Asens llamaba al Corán libro guerrero. La jihâd o acción armada ofensiva, que puede comprender todo tipo de violencia, y a veces traducida con el nombre honorificiente de Guerra Santa se considera por algunos ulemas, a veces con kalashnikov en mano, el sexto pilar del Islam. No solo las suras coránicas sino también los hadiths o sentencisa de la tradición oral son muy elocuentes a este respecto, solo a manera de ejemplo se ponen algunas: “el paraíso reposa a la sombra de las espadas”, "La sangre de los Héroes está más cerca del Señor que la tinta de los sabios y las oraciones de los devotos".
Muy distinto del cristianismo occidental que tardó siglos hasta sus desvíos violentos, el Islam comenzó desde del principio con violencia desatada y a punta de sable, con una pretensión de universalismo absoluto y proselitista y con vocación imperativa de conquista de la tierra entera, y con los inevitables extravíos que el paso fatal de los tiempos acaba por conferir a las sociedades con ideología guerrera. Las etapas de conquista se concretan en tres estados a la vez espaciales y temporales: 1º Dar al-Sulh o paz momentánea propia donde los musulmanes están en minoría y lógicamente no pueden pretender imponer la sariah o ley coránica como fundamento y principio social; 2º Dar al- Harb , zona de guerra o tierra de la violencia, en donde se considera lícito prácticamente todo tipo violencia para la imposición de un poder musulmán; 3º Dar al-Islam reino del Islam o espacio donde está en vigor la sariah o ley coránica.
Desconocidas ampliamente hoy día estas etapas de dominio musulmán, no lo eran en absoluto en la Edad Media peninsular, lo que pone en tela de juicio las modernas interpretaciones ingenuas y seráficas de armoniosa y angelical convivencia de culturas en aquellos tiempos, al estilo de un José Jiménez Lozano, evidentemente ajeno a las sorpresas y desconciertos que proporciona un conocimiento un poco detallado de la islamología. Las otras religiones del Libro –cristianismo y judaísmo- no son de libre práctica en el Islam, ni ahora ni nunca, están simplemente toleradas que es algo bastante distinto, y los límites de la banda de tolerancia lejos de tener ningún tipo de garantía de mínimos, han sido muy variables y fluctuantes a lo largo de la historia y desde luego siempre bajo una pesada discriminación tributaria; no cabe aducir a este respecto progresos históricos tranquilizantes en el ámbito de la libertad religiosa en el Islam, piénsese en la actual Arabia wahabita para no ir más lejos. Los reyes cristianos medievales de las Españas conocedores de estos asuntos se constituyeron en protectores de los moros en tanto entendían perfectamente la distinción entre la práctica privada de la religión musulmana, y las pretensiones irrenunciables de dominio y de poder del Islam que naturalmente no estaban dispuestos a tolerar, clave esta última para entender un poco el sentido de la reconquista y sus interminables batallas.
Existen diversas lecturas e interpretaciones del Corán y de la tradición oral en cuanto enunciados de una lengua sagrada capaz de transmitir la revelación divina; una de las más célebres se refiere a la Pequeña Guerra Santa o guerra exterior y la Gran Guerra Santa o guerra interior; en cualquier caso la interpretación espiritual profunda pertenece al ámbito minoritario y restringido del sufismo en principio ajeno a las escuelas teológicas y jurídicas que son las que marcan la pauta de la vida social y externa del Islam. Estas últimas son las que deciden y ratifican en los tiempos decadentes que nos está tocando vivir que un suicida, con pretensiones asesinas y carniceras, es un mártir, algo perfectamente ajeno al sentido de mártir en el cristianismo; tal vez sea que a Allah cual Moloch cartaginés sediento de sangre le sea grato no solo la sangre del suicida sino también la sangre, las vísceras, sesos y huesos destrozados de las víctimas. Por el terror hacia Dios, esta podría ser la máxima de un sector creciente del moderno islamismo, o si se quiere también por el imperio del terror hacia Dios , más parecida a alguna máxima en vigor por nuestros pagos hace no mucho tiempo.
Solo a manera de curiosidad inquietante conviene saber que la inmensa mayoría de los inmigrantes islámicos en Europa consideran que este continente es Dar Al-Harb, es decir zona de violencia o de guerra donde se debe imponer el Islam. En el caso de España no solamente se considera Dar el-Harb sino que en virtud del antiguo dominio musulmán se considera Dar al-Islam y por tanto tierra a reconquistar imperativamente. Por si parecieran solo simples tipismos históricos para resaltar un cierto misterio moruno romántico y orientalizante de la península, conviene recordar que muy recientemente el gran Jeque Mohamed Sayyed Tantawi, de la Mezquita del Al Azhar en El Cairo ha declarado la guerra Santa a España (La Razón 27 de marzo 2003). Es decir que a partir de ahora cualquier españolito de a pie puede tener el inmenso honor de acabar despedazado en cualquier momento por un fedayín terrorista o suicida para mayor gloria de Allah.
Guerras y batallas de ayer y de hoy, no solo las del Grande de Ávila. El caos infernal, el desorden y las guerras, que no la sola guerra que los medios intentan pasar como la única guerra actual, aumentan cual cáncer incontrolado. La simple protesta por un episodio concreto es absolutamente insuficiente, mucho más si su único fin es la mera expresión de un estado emocional transitorio; en muchos casos no va más allá de expresar la intranquilidad para la digestión que suponen noticias e imágenes. Hoy día ya es difícil de entender que incluso el más instantáneo y bien intencionado de los armisticios en un conflicto deliberadamente seleccionado por los medios, acaso el más grave pero en modo alguno el único, si acaso puede traer una momentánea tranquilidad aparente pero en absoluto la verdadera paz. En un orden social cuya meta prioritaria es el confort económico y social, sería ingenuo exigir esfuerzos que vayan más allá de una manifestación de opinión; sería interesante a este respecto saber que parte de las multitudes manifestativas estaría dispuesta a prescindir como medida urgente de un 30%, un 40% o un 60% del consumo de productos petrolíferos en los vehículos particulares, disminuir al máximo el consumo de plásticos y derivados del petróleo, restringir la iluminación superflua tanto privada como pública y en general todo consumo energético derivado del petróleo, todo ello con el fin de hacer caer la demanda, por tanto el precio del petróleo, por tanto la financiación de la guerra, y esto no como una campaña de ahorro energético sino como un esfuerzo y un sacrificio consciente para evitar males mayores. Y también además exigir la limitación de la soberanía representativa actual de los modernos partidos políticos, e introducir el tradicional y antiguo mandato imperativo, que garantice compromisos, que controle el exceso de poder de los estados, responsables últimos de las peores confrontaciones bélicas, y no lamentar después lastimeramente que el clamor la calle no se escuche en el parlamento; hoy por hoy de las masas consumistas y políticamente correctas malgré tout, difícilmente cabe esperar sacrificios para aliviar la catástrofes; en este sentido todos somos culpables no solo los políticos encumbrados por las máquinas partidarias. Es dudoso que los líderes políticos, las multitudes, los partidos en la oposición o los extraparlamentarios de diverso pelaje traigan la verdadera paz, ni siquiera que se sacrifiquen a fondo y de verdad por aproximarse un poco a ella, esa paz tradicional está más allá de los acontecimientos y componendas mundanas exteriores, acaso algo de eso se quería decir en aquellas palabras antes mencionadas de manera incompleta:
Mi paz os dejo mi paz os doy, no como la da el mundo la da os la doy yo” (Juan 14,27)

RES