viernes, octubre 06, 2006

HACIA UN FUTURO CASTELLANO (A. Carretero, Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996, pp 875 –890)

HACIA UN FUTURO CASTELLANO

Vistos el territorio, los orígenes y el desarrollo histórico del antiguo reino de Castilla y el estado actual del país, es llegado el momento de reflexionar sobre su futuro como miembro del conjunto nacional español.

Comenzaremos por examinar algunas condiciones y actitudes que consideramos necesarias para que Castilla no desaparezca del mapa de España desvanecida su personalidad en una artificioso entidad político-administratíva castellano-leonesa.

Ante todo es preciso devolver al nombre de Castilla y al gentilicio castellano la carta de naturaleza que en el conjunto de los pueblos y países de España les corresponde, tanto por el solar que en el territorio de la Península el país ocupa como por el relevante papel que en la historia de la nación española ha desempeñado.

Condición propia de un trabajo intelectual riguroso es el uso de una terminología clara y precisa. Un texto de matemáticas o de ciencias físicas cuyas definiciones, símbolos o fórmulas carecieran de precisión constituiría un galimatías ininteligible. Con excesiva frecuencia hemos encontrado libros y artículos sobre temas históricos -autocalificados de científicos- en los que el atento lector tropieza con una nomenclatura anfibológico que permite deducir diversas y aun contradictorias conclusiones. En varios lugares de la presente obra hemos visto como autores del mayor prestigio usan el nombre de Castilla con muy diferentes significaciones históricas y geográficas. Tanto se ha abusado de él que ha llegado a perder toda significación concreta; y en su desvanecimiento ha arrastrado al de León a desaparecer en el vacío.

Lo primero que el renacimiento regional de Castilla requiere es una nomenclatura inequívoca y una precisa delimitación territorial. Los castellanos deben conocer claramente, sin confusiones ni dudas, cuales son el asiento territorial, el contorno y los límites geográficos de su región. Es preciso devolver al nombre de Castilla la significación geográfica que le es propia. Debe quedar claro que este nombre asume una precisa delimitación territorial que comprende las diversas tierras que constituyeron el antiguo reino de Castilla surgido de la Reconquista como entidad histórica con propia personalidad.

Se conoce bien lo que en la historia de España fue el territorio propiamente castellano y cuales fueron sus límites con el reino de León y de esto hemos tratado con detalle en capítulos anteriores. Lo repetimos brevemente aquí porque es base fundamental de todo verdadero regionalismo castellano. En líneas generales, los límites entre la vieja Castilla y el antiguo reino de León corresponden a los occidentales de las actuales provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila. La Liébana fue siempre leonesa, mientras las montañas del Alto Pisuerga fueron castellanas. También fueron castellanos algunos pueblos de los confines orientales de la provincia de Valladolid.

La confusión de Castilla con León comenzó después de la unión definitiva de ambas coronas, ha crecido continuamente y se ha convertido en un completo embrollo desde que las tierras leonesas de la planicie del Duero comenzaron a ser presentadas como de Castilla la Vieja por la burguesía agraria de esta gran comarca a mediados del siglo xix (96). Después se forjaron los mitos literarios de la inmensa llanura castellana y la Castilla universal y sin límites que vinieron a parar en la artificioso región castellano-leonesa de tan absurdo contorno geográfico que queda fuera de él la mayor parte del país castellano, incluida toda la Castilla originaria.

Desde que en 1976 se planteó la cuestión de la descentralización del Estado español y de las autonomías, comenzó a hablarse de la necesidad de que Castilla recuperara la 'identidad perdida' de una manera que ya en sí implicaba mayor confusión en tomo a lo castellano y grave desconocimiento de lo leonés, pues se consideraba a León como parte de Castilla y se reducía el país castellano a la sola porción minoritaria situada en la cuenca del río Duero; es decir, se iniciaba la cuestión partiendo de las dos grandes falsedades en que se asienta el embrollo castellano-leonés: a) la identificación de León con Castilla, y b) la eliminación en ésta de la mayor parte del territorio castellano.

La reiterada mención de la índole fundamentalmente leonesa de la Tierra de Campos no es una obsesión personal de quien esto escribe (97). Está basada en una realidad geográfica que no se puede pasar por alto sin dificultar el entendimiento de los orígenes y la historia del reino de León.

En la rápida ocupación de la vasta y poco poblada planicie existente entre Galicia y Asturias y los ríos Duero y Pisuerga y su repoblación con asturíanos, gallegos y gentes de las montañas de León, de norte a sur, y con mozárabes procedentes del Ándalus, de sur a norte, están la cuna y el nacimiento de lo que a la muerte de Alfonso III de Oviedo se llamó reino de León. Bien lo dijeron hace más de un siglo primero el gallego Colmeiro: la Tierra de Campos, "de donde salió el reino de León"; y después el portugués Oliveira Martins: la Tierra de Campos, "base geográfica del reino de León". Asiento geográfico que, ampliado con tierras vallisoletanas, zamoranas y salmantinas, formó con Galicia, Asturias y Extremadura el gran conjunto geopolítico de la corona leonesa.

Con indignación se enfrenta J. P. Aparício a los autores que no consideran a León sino como apéndice de la cuenca del Duero o de una Castilla-León acorde con los criterios utilizados durante los años del franquismo por las publicaciones de los bancos y las empresas hidroeléctricas (98). Es de lamentar que en su labor reivindicadora de la personalidad de León Aparicío comience por abandonar de antemano parte fundamental del país. Eliminar del antiguo reino de León su solar originario en la meseta del Duero medio es meterse de lleno, a oscuras y con los pies atados, en el embrollo histórico-geográfico castellano-leonés. No es posible comprender el fenómeno histórico de la independencia de Castilla ni el cultural del romance castellano si se ocultan sus orígenes cántabros. Ni se puede explicar el nacimiento del reino de León si del mapa peninsular se suprime la meseta leonesa del valle del Duero (99) (100).

"La ocultación que padece León -dice rotundamente Juan P. Aparicio- es tan ínmensurable que ya forma parte de su misma esencia. León y su ocultación pueden considerarse términos sinónimos. Desde la historia a la política y a la meteorología, todo contribuye a la ocultación de León" (101).

La ocultación de las respectivas personalidades históricas de León y de Castilla para suplantarlas por una confusa mezcla castellano-leonesa es un falseamiento (102) del pasado nacional de España que requiere inequívoca corrección.

El enredo castellano-leonés ha causado mucho daño entre quienes defienden las respectivas autonomías en ambas regiones. Así entre los intelectuales que activamente reivindican la personalidad leonesa es perceptible a veces la tendencia a derivar en sus nobles propósitos hacia un vago e infundado anticastellanismo; y no faltan tampoco castellanos que, recíprocamente, tiñen su defensa de la causa castellana con injustíficados matices antileoneses.

La lucha contra el confusionismo castellano-leonés es tan propia de los leoneses como de los castellanos. La autonomía del País Leonés no puede desligarse de la autonomía de Castilla: una y otra son parte de una misma causa nacional: el derecho de todos los pueblos de España a mantener sus propias tradiciones, culturas e instituciones dentro del conjunto español, según proclama en su preámbulo la Constitución de 1978.

La historia de España hemos de verla, sobre todo, con ánimo vital, como la epopeya de todos los españoles en un multisecular, duro y difícil empeño de creación nacional (aún no concluido decía Bosch-Gimpera en 1937) (103).

En la evaluación que el presidente de la Junta de Castilla y León hacía de los cien primeros días de gobierno de la nueva entidad autónoma destacaba la necesidad de aumentar la 'conciencia regional' (104). Claro está que no podía existir una conciencia regional donde no había una memoria regional; y mal podía haber memoria regional alguna de una región hasta entonces inexistentes. Por lecturas cultas o por transmisión de padres a hijos pueden quedar recuerdos hisióricos del antiguo reino de León: de Ordoño II restaurador de la capital; de las grandes batallas contra los moros en tierras leonesas (Zamora, Simancas y otros lugares del país); del famoso sitio de Zamora y del muy mentado caballero Vellido Dolfos, injustamente tildado de traidor; de las estrechas vinculaciones históricas de los leoneses con los gallegos y los asturianos; de la conquista de Extremadura por los ejércitos leoneses; de las famosas Leyes Leonesas o Fueros de León de 1020; de las Cortes leonesas que no castellanas- de 1188, primeras de toda Europa; y de otras muchas memorables efemérides leonesas... pero no de una región carente de historia e instaurada oficialmente en 1983. Lo que el declarante realmente sentía era la necesidad de crear una conciencia regional para una región recién creada.

Lo que los leoneses (al igual que los castellanos) necesitan no es improvisar una conciencia regional adecuada a la inventada nueva región castellano-leonesa, sino recupera su conciencia colectiva de leoneses.

En el pensamiento de cuantos de la cuestión nacional se ocupan está la idea de que la conciencia colectiva es el motor humano de todo desarrollo nacional o regional y de que esta conciencia comunitaria se nutre principalmente de la memoria histórica. Así venimos manifestándolo desde hace muchos años, cuando esto había que transmitirlo clandestinamente a España*. Reconstruir las historias regionales de toda España -la historia conjunta de todas las Españas- es una necesidad generalmente reconocida. Reconstruir las historias de León y de Castilla -hoy intrincadamente confundidas- es condición ineludible para que los respectivos pueblos puedan recobrar la conciencia comunitaria y continuar, con los demás españoles, la magna empresa por todos juntos protagonizada.

Para recupera la memoria histórica de Castilla es preciso recordar la realidad de un pasado colectivo sepultado bajo un montón de ocultaciones y mistificaciones acumuladas durante largos años de oscurantismo y confusión.

¿Qué fue Castilla en el pasado histórico español? ¿Qué es actualmente? ¿Qué puede ser en la España del mañana? se preguntan los castellanos que anhelan un desarrollo de su país en el reconocimiento de su personalidad regional al amparo de la Constitución vigente. Preguntas estas que requieren respuestas claras, porque nada firme se puede levantar si se asienta en la ignorancia y la confusión.

La conciencia colectiva de los pueblos con historia -la de Castilla es mucho más interesante que conocida- no se apaga fácilmente. Rescoldos vivos de ella suelen permanecer latentes mucho tiempo en las peores circunstancias, principalmente en el seno de grupos minoritarios que la conservan con fervor, y el fuego revive una y otra vez cuando la ocasión le es propicia.

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Es idea ampliamente aceptada que en los siglos medioevales están la razón y los principales cimientos históricos de la nación española. El atento examen de aquellos lejanos siglos puede aclaramos mucho el confuso panorama histórico español, uno y singular en su conjunto y plural y vario en su constitución interior.

Muchos son los falsos tópicos que en un confuso conjunto castellano-leonés embrollan hoy las respectivas historias de León y de Castilla; porque unos fueron los orígenes y el desarrollo histórico del reino de León y otros -muy diferentes- los de] condado independiente que, juntamente con los vascos, fundaron "los pueblos castellanos". Los orígenes del reino de León llegan hasta Covadonga a través de la monarquía neogótica asturiana. Los de Castilla remontan a las luchas de los pueblos vasco-cántabros contra los reyes ovetenses y los ejércitos musulmanes.

En las historias de "Castilla y León" que con motivo de la creación de la entidad autónoma así denominada se han publicado, se suele afirmar que en los siglos medioevales se gestaron las señas de identidad castellano-leonesas y se pusieron los cimientos de esta nueva región (105). Pero con relación a los siglos ix al xiii no es posible hablar de una historia conjunta castellano-leonesa, sino -al contrario- de un persistente antagonismo entre la monarquía astur-galaico-leonesa, por un lado, y los pueblos vascocastellanos, por el otro. Claro está que los pueblos de la corona de León (Asturias, Galicia y León) tuvieron orígenes y raíces medioevales muy diferentes a los del condado de Castilla y Álava. En capítulos anteriores hemos visto con mayor detalle que las luchas de los castellanos y los vascos contra los reyes de Oviedo aparecen en el panorama histórico español como continuación de las que los montañeses cántabro-pirenaícos mantuvieron tenazmente contra los visigodos de Toledo (106)(107). No hubo, pues, en los lejanos siglos ix al xiii historias ni raíces históricas conjuntas castellano-leonesas. Sí tuvieron entonces un desarrollo histórico común, dentro de una misma monarquía de estirpe goda, los tres países de la corona leonesa, frente a la cual actuaron unidos los condados vasco-castellanos. Recordemos que todavía en la época de Alfonso VI y el Cid tanto los cronistas árabes como los castellanos llamaban genéricamente gallegos a todos los súbditos de la corona de León (108)(109)(110).

Las historias de León y de Castílla no se limitan a la Edad Media, pero si puede afirmarse que durante la Edad Media -y más acentuadamente hasta el siglo xiv ambas historias tienen en estos siglos significación especial y muy diferente en cada uno de los conjuntos de países a que León y Caltilla respectivamente están ligados: Asturias, León, Galicia, Portugal -hasta su separación- y Extremadura en tomo al trono leonés; Castilla y las comunidades vascongadas en tomo al condado -después reino- castellano,

Estudiar aspectos monográficos de la historia de Castilla a partir del siglo XVI, cuando el nombre de Castilla se confunda con el amplio conjunto de los países de las coronas unidas de León y Castilla -y aun con España entera-, llamar a esto singularidades castellanas y extrapolar los resultados a los siglos X al XIII es producir una mezcolanza histórica buena para derivar de ella el conglomerado castellano-leonés y la descuartizado Castilla que el actual mapa de las entidades autónomas nos muestra.

"Desde la Baja Edad Media escribe Carlos Estepa- el antiguo reino de León formó pareja indisoluble con Castilla, y esta realidad se trasmitió a la Edad Moderna". Tan breves, sencillas y en apariencia inocuas palabras -leídas en solemne ocasión (111) lejos de expresar una sabida verdad envuelven un cúmulo de confusiones que mucho dificultan el entendimiento de la historia conjunta de la nación española. El antiguo reino de León no formó en la Edad Media con Castilla una pareja indisoluble. Muy al contrario: durante mucho tiempo hubo entre ambos estados medioevales enconadas diferencías y antagonismos de los que tanto en la historia como en la tradición y la literatura quedan abundantes trazas. Tales antagonismos se manifiestan con especial intensidad en el reinado de Alfonso VI de León y I de Castílla.

Por inesperados azares de la historia el joven leonés Fernando III (hijo de Alfonso IX de León y nieto por parte materna- de Alfonso VIII en la nomenclatura general y III de este nombre en Castilla) reunió en su cabeza, en 1230, las coronas de León y de Castilla, la primera anterior y de mucho mayor legado que la segunda. La corona leonesa abarcaba -no sobra repetirlo- Asturias, Galicia, León y Extremadura. La castellana, Castilla propiamente dicha y las comunidades vascongadas, con el agregado del reino de Toledo de estructuras sociopolíticas de estirpe godo-leonesas- que, aunque conquistado por Alfonso VI de León, en el reparto herencial de Alfonso VII había pasado a la corona de Castilla. A esta corona leonés-castellana se sumaron después de las respectivas conquistas los reinos moros de Murcia y Andalucía (Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada).

No, pues, una pareja indisoluble de León y Castilla, sino dos múltiples coronas unidas o una gran corona abarcadora de muchos y muy diferentes países. Por herencia histórica, estructuras sociales, leyes y cultura había muchas más afinidades entre León, Asturias, Extremadura y Toledo que entre León y la auténtica Castilla. Basta recordar que hasta tiempos relativamente recientes Oviedo perteneció a la provincia de León mientras la Montaña santanderina y la Rioja eran parte de la provincia de Burgos; que en el País Vasco y el Bajo Aragón ya se hablaba el castellano cuando en la Tierra de Campos aún no se había extinguido el bable; que a comienzos del presente siglo xx los filólogos todavía podían estudiar el leonés como lengua popular de las zonas occidentales de las provincias de Oviedo, León, Zamora y Salamanca. A partir de la unión definitiva de las coronas de León y de Castilla la legislación y las estructuras sociales leonesas - con el Fuero Juzgo traducido al castellano- se extendieron por toda la España meridional, mientras los castellanos y los vascos continuaron rechazando tal Fuero.

Siglos de la historia de España y países enteros del mapa peninsular habría que suprimir -y mucho que inventar- para poder presentar en nuestro complejo panorama nacional español una singular e indisoluble entidad histórica específicamente castellano-leonesa encajada en la cuenca del Duero.

En la exposición de un supuesto proceso absorbente de León por Castilla se silencia por completo la condición puramente nominal, titular y protocolaria de la precedencia del nombre castellano. Lo demás salvo la lengua (originaria y propia de los núcleos reconquistadores norteños de substrato lingüístico eusquérico): la tradición unitaria, las estructuras sociales, las leyes, las instituciones eclesiásticas, civiles y militares y la monarquía imperial, todo es fundamentalmente de origen godo-romano y pasa al Estado español a través de la corona asturleonesa y las dinastías de los Trastámaras, Austrias y Borbones.

Uno de los más destacados casos de ocultación del papel histórico desempeñado por el antiguo reino de León para presentar una obra como castellana es el de las primeras Cortes, "En el siglo XII dice Julio Valdeón- el núcleo político meseteño protagonizó un acontecimiento excepcional al anticiparse a las restantes naciones europeas en la creación de instituciones representativas. Tal fue el caso de las Cortes de León del año 1188" (112). A partir de aquella fecha se dice que funcionó en León y en Castilla una monarquía de perfiles democráticos. Pasada la Edad Media, "desde el siglo XVI Castilla se confundía con demasiada frecuencia con España. Así la singularidad castellanoleonesa se disolvía en el crisol de lo español" (112). La reunión de las primeras Cortes de España fue un hecho singular de la corona leonesa, se llevó a cabo en la ciudad de León, convocada por un rey leonés que no lo era de Castilla. Acudieron a ellas prelados y nobles gallegos, asturianos y leoneses y representantes de los principales concejos municipales leoneses. Destacada fue la presencia del arzobispo de Compostela cabeza oficial de la Iglesia de la corona de León. Los decretos reales que de estas cortes salieron no rigieron en Castilla sino en tierras de Galicia, Asturias, León y Extremadura. No puede, en modo alguno, hablarse en este caso de una singularidad castellano-leonesa, sino de una conjunción o unión astur-galaico-leonesa con total ausencia o apartamiento de Castilla. (Recuérdese que el reinado de Alfonso IX de León fue una época de enconadas luchas entre Castilla y León).

Ya hemos visto que Castílla no tuvo Cortes hasta años después de la unión de las coronas, y que en realidad a los viejos castellanos -como a los vascos- más que acudir a Cortes que decretaran nuevas leyes lo que entonces les interesaba era la defensa de sus viejos fueros, usos y costumbre, Cuando después, ya en tiempos del ernperador Carlos V y de Felipe lI, las Cortes lo eran de los reinos unidos de León, Castilla, Toledo, Andalucía y Murcia, el número de los procuradores castellanos no llegaba ni a la mitad del total. Las impropias expresiones de Cortes de Castilla, Cortes castellanas, Cortes de tipo castellano, frecuentemente utilizadas en el lenguaje de los historiadores con olvido de las raíces y los orígenes leoneses de tan importante institución, han contribuido mucho a mantener el confusionismo y distorsionar la realidad en aspectos fundamentales de la muy compleja historia de la nación española.

Los historiadores gallegos acusan a veces a Castilla de haber aplastado las viejas libertades de Galicia con su centralismo político y su espíritu imperialista. El pueblo gallego dice Sánchez-Albornoz comentando el caso- "no tenla libertades que perder, porque desde siempre había vivido sometido al señorío de obispos, abades y nobles". El pueblo de Galicia no estuvo representado en las Cortes de León y Castilla porque sólo acudían a ellas los concejos urbanos libres, y ninguno lo era en Galicia). Y ha continuado hasta ayer dominado por sus nuevos señores los caciques; caciques de su tierra, no caciques castellanos, importa recordarlo (1 13).

Como ejemplo concreto de subyugación del pueblo gallego por el 'centralismo castellano' suele citarse el caso de la usurpación que la 'ciudad castellana' de Zamora realizó durante mucho tiempo del derecho de representación en las Cortes de las ciudades gallegas. La verdad dice Colmeiro- es que los antiguos reinos de Asturias y Galicia llegaron a forma un solo cuerpo con el de León (... ). La perfecta asimilación de los tres reinos unidos ofrece la seguridad de que las entidades y villas de Asturias y Galicía, aunque no enviasen procuradores, estaban representadas en las Cortes por la ciudad de León. Por razones no conocidas la ciudad leonesa de Zamora se apropió el privilegio de hablar en las Cortes por el reino de Galicia. Contra esta usurpación reclamaron en las Cortes de Santiago de 1520 el arzobispo de Santiago y los condes de Víllalba y Benavente alegando que en tiempos pasados el reino de Galicia había tenido voto en Cortes por su antigüedad y nobleza, y pidieron ser reconocidos como procuradores del reino de Galicia. El emperador no se cuidó de dirimir la contienda y las cosas siguieron igual hasta que en 1623 Felipe IV dio voto en Cortes a Galicia(114)(115).

En este caso es manifiesta la existencia de tres errores: a) Confundir a Castilla con León y presentar como castellana una ciudad -Zamora- totalmente leonesa; b) No tener en cuenta la estrecha vinculación de León con Galicia, países ambos pertenecientes durante la Edad Media a la misma corona y a igual ámbito político, social y cultural como bien señala Colmeiro. c) Considerar disparatadamente que Galicia se hallaba bajo el dominio de Castilla, país del que incluso geográficamente se hallaba muy alejada.

Rescatar las historias de León y de Castilla, libres de las confusiones que las adulteran, es urgente necesidad para devolver a estos pueblos la conciencia comunitaria cuando las restantes nacionalidades de España se fortalecen y desarrollan al amparo de la nueva Constitución. Tarea que requiere paciencia, tenacidad y vigor y debe comenzar por definir sin equívocos los que en la geografía y la historia conjunta de la nación española significan los nombres de Castilla y de León que generalmente aparecen confundidos y revueltos con múltiples contradicciones.

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Rescatar las historias de León y de Castilla, libres de las confusiones que las adulteran, es urgente necesidad para devolver a estos pueblos la conciencia comunitaria cuando las restantes nacionalidades de España se fortalecen y desarrollan al amparo de la nueva Constitución. Tarea que requiere paciencia, tenacidad y vigor y debe comenzar por definir sin equívocos los que en la geografía y la historia conjunta de la nación española significan los nombres de Castilla y de León que generalmente aparecen confundidos y revueltos con múltiples contradicciones.

Cuando de acuerdo con la Constitución se procedió a estructurar España conforme a las nacionalidades o regiones históricas que la componen con el fin de proteger a todos sus pueblos en el ejercicio de sus culturas, tradiciones e instituciones, después de reconocer la personalidad de doce de ellas (Andalucía, Aragón, Asturias, Cataluña, Extremadura, Galicia, Islas Baleares, Islas Canarias, Murcia, Navarra, País Vasco y Valencia) se decidió sin mayores consideraciones- suprimir del mapa nacional las tres restantes: el antiguo reino de León, Castílla y el antiguo reino de Toledo (o Castilla la Nueva); y establecer en su lugar cinco regiones político-administrativas de nueva creación; cosa increíble que asombra a quien, con algún respeto, mira al pasado y contempla el panorama histórico de la nación española.

Suprimir, sin más ni más, como se aparta un estorboso tropiezo, el antiguo reino de León, la entidad geopolítica más importante de la España medioeval, el núcleo que de los siglos x al xiii realizó los esfuerzos guerreros más duros de la Reconquista y soportó las cargas más pesadas, el continuador de la civilización hispano-godo-romana, el milenario estado que el año 1188 convocó las primeras Cortes de Europa; eliminar a Castilla como tal del conjunto de los pueblos o nacionalidades de España y destazar el país castellano en cinco porciones pasando del mito de una Castilla dominadora que era todo (lo real y lo imaginable: madre paridora, alma, cabeza, brazo armado y capitana de España) a la negación de la existencia de una nacionalidad castellana con derecho a propio solar en el conjunto de las Españas; borrar del mapa de las regiones históricas de la Península Ibérica el antiguo reino de Toledo centro de la Hispania vísígoda y núcleo cultural, después, de la España de las tres religiones; todo ello constituye una acumulación de gravísimos errores nacionales, políticos y culturales. Y todo ello llevado a cabo por acuerdos tomados precipitadamente sin previo conocimiento ni ulterior aprobación expresa de los pueblos afectados y aún (casos de las provincias de León y Segovia) contra su manifiesta voluntad mayoritaria.

Se dice que a partir de 1230 Castilla y León formaron una sola monarquía -generalmente llamada castellana- y una sola entidad nacional en el conjunto peninsular. Los leoneses, más que ninguna otra nacionalidad histórica porque son los más inmediatamente afectados, deben rechazar rotundamente tal concepción porque en esta 'Castilla' quedan incluidas León, Asturias y Galicia -tres reinos y regiones históricas anteriores a Castilla-, Extremadura, el País Vasco, Toledo, Andalucía Y Murcia. Dede entonces, entre 1230 y 1474, esta gran corona impropiamente denominada castellana estuvo dividida en cinco grandes circunscripciones: 1. León; 2. Galicia; 3. Castilla; 4.Murcia; y 5. Andalucía o Frontera (116).

Uno de los falsos tópicos más extendidos en los ensayos históricos en tomo a España es que a partir de la unión de las coronas de León y Castilla, y más aún a partir de Alfonso X el Sabio la idea imperial leonesa es sustituida por la concepción castellana del imperio que finalmente cuajará en el reinado de¡ emperador Carlos I de España y V de Alemania. Reiteradamente hemos visto que la idea imperial y unitaria del Estado es ajena a la tradición castellana y que el origen de esta grave confusión está en que el nombre de Castilla -por razones fortuitas- ha venido encabezando la larga titulación real de un gran conjunto de estados y países en que lo propiamente castellano salvo la lengua- siempre ha sido minoritario.

La clara definición histórica y geográfica de León y de Castilla es, pues, ineludible si estas dos entidades, relevantes en la formación de la nación española, han de ocupar en el mapa el lugar que les corresponde entre los pueblos de España. Entre las características generales del antiguo reino de León que requieren ser ampliamente conocidas destacan tres fundamentales: a) un país que tiene por principal base geográfica la cuenca media del río Duero, incluida toda la Tierra de Campos, hasta la raya tradicional con Castilla; b) unas estructuras sociales y políticas de estirpe godo-asturiana que tienen su expresión jurídica en el Fuero Juzgo romanovisigótico; c) un grupo lingüístico oriundo del romance visigodo de Toledo heredado a través de la monarquía asturiana y de los repobladores mozárabes. Estas son las características principales que, con otras muchas, distinguen al País Leonés, su historia y su herencia cultural de su vecina Castilla.

Si desde la fundación del reino de León en el siglo x y durante la Edad Media las ciudades de León y Zamora -después también la de Salamanca- fueron las más importantes del País Leonés, después de la última unión con Castilla, y más aún a partir de los Trastámara, Valladolid fue adquiriendo rápidamente una importancia mayor. Valladolid no es una ciudad leonesa solamente por el mero hecho de que su fundador fuera el famoso conde Ansúrez, principal personaje de la corte del rey de León. El lugar fue repoblado por gentes de los señoríos de los Ansúrez, que hablaban leonés y se regían por las leyes leonesas. La fundó de hecho el conde para trasladar a este bien situado lugar la capital de sus vastos dominios leoneses (en la Liébana, Monzón, Carrión, Toro ... ) que hasta entonces había estado en Santa María de Carrión, en plena Tierra de Campos; y se celebró su fundación con la asistencia del propio monarca y los grandes magnates y prelados del reino (obispos de Santiago de Compostela, Oviedo, Lugo, León, abad de Sahagún...). Tuvo un municipio al modo leonés, no un concejo comunero como los de Cuéllar, Coca, Sepúlveda y Arévalo de la vecina Castilla. Fue, pues, una población completamente leonesa en todos sus aspectos. Cuando el señorío feudal de Valladolid pasó, por matrimonio de la hija de Pedro Ansúrez, a un magnate catalán (conde de Urgel y de Valladolid) las tierras del Pisuerga fueron repobladas en parte por catalanes.

En un reciente estudio (muy interesante en cuanto el autor ha sabido eludir el embrollo castellano-leonés) observa Diez Llamas que Valladolid situado en ángulo sureste del reino de León, debe su gran desarrollo después de la unión de las coronas de León y Castilla, precisamente a esta unión y esta situación geográfica y a su condición de centro político. Desde Valladolid -añade este autor- se ha venido propugnando la fusión de las tierras castellanas y leonesas del Duero en una región castellano-leonesa con capital en la ciudad del Pisuerga que ha ejercido así una función despersonalizadora tanto de lo castellano como de lo leonés (117).

Claro estaba desde mediados del siglo xix el proyector de la oligarquía llamada agraria de la planicie del Duero de crear una nueva entidad político administrativa "castellano-leonesa" regida desde Valladolid, y así lo advirtieron los más despiertos regionalistas propiamente castellanos desde finales de dicha centuria, lo que por fin se llevó a cabo en 1983 con resultados desastrosos para la personalidad de Castilla porque la nueva confusa y confundidora región ha surgido tras la división del territorio castellano en cinco trozos y la incorporación de uno de ellos al nuevo ente castellano-leonés. En este atropellado proceso la región leonesa ha salvado su integridad territorial, pero ha perdido su identidad histórica y su tradición cultural en un revuelto conglomerado de provincias leonesas y castellanas. Desde el punto de vista del desarrollo material la ciudad de Valladolid ha crecido desde entonces desorbitadamente a costa de frenar el progreso de Burgos como tradicional cabeza de Castilla y de restar atribuciones y succionar energías a las provincias castellanas de Soria, Segovia y Ávila. Los datos estadísticos comparativos al respecto son harto elocuentes.

Aunque en algunos casos excepcionales sucede lo contrario, los hombres no escriben la historia para inventar o justificar naciones, sino que encuentran en ella las raíces y la explicación de las comunidades nacionales a las cuales tienen la conciencia de pertenecer.

Se dice que la historia es evolución y cambio con arreglo a las necesidades del presente (118), no intento de mantener el pasado. Pero hay pueblos y naciones que evolucionan, cambian y avanzan desarrollando su herencia histórica y enriqueciendo su cultura a la vez que participan activamente en el progreso universal; mientras otros, olvidados de su pasado y perdida su conciencia comunitaria, se dejan llevar pasivamente por el acontecer de la época, adaptándose sumisos a las circunstancias predominantes, Cataluña, por ejemplo, mantiene hoy su personalidad y su cultura más vivas que nunca contribuyendo con ellas al desarrollo del conjunto español, mientras gran parte de los castellanos pierden su conciencia comunitaria a la vez que olvidan su pasado nacional.

Las naciones, como todas las sociedades humanas, cambian constantemente. Conflictos nacionales siempre los ha habido; y los hay actualmente en diferentes partes del mundo; algunos de ellos muy graves y horrendos en sus manifestaciones. Suelen gestarse lentamente y con el tiempo pueden enconarse y aun llegar a estallar cuando parecían extinguidos. A comienzos del presente siglo, en Bélgica parecía que al flamenco le quedaban pocos años de vida ante la superioridad idiomática del francés; y nadie podía imaginarse que a finales de la centuria el flamenco iba a tener en el país más vigor que su poderoso rival. También parecía entonces inevitable la lenta extinción de los múltiples idiomas minoritarios que pervivían en el centro de Europa y en los Balcanes. ¿Quiénes consideraban en 1930 que la explosión de los nacionalismos reprimidos pudiera poner en peligro la existencia de la entonces poderosa U.R.S.S.? ¿Quiénes temían en 1945 el furor de los nacionalismos en una Yugoslavia donde miles de ciudadanos de sus diversos pueblos habían luchado heroicamente unidos contra el invasor alemán?

Hace noventa años ningún político o sociólogo consideraba en España como grave amenaza el estallido de conflictos nacionalistas. En 1932 quien esto escribe oyó a Unamuno palabras sobre los nacionalismos catalán y vasco que distaban mucho de manifestar honda preocupación por el asunto. Don Miguel, al parecer, no tomaba entonces muy en serio las actividades de los nacionalistas a los que calificaba de pequeños grupos de orates. ¿Quién en aquellos días podía predecir la locura criminal de una ETA?.

Hoy apenas es advertida la existencia en tierras de León y de Castilla de miles de ciudadanos descontentos y moralmente doloridos por la eliminación de sus respectivas regiones del mapa nacional de España sin consideración alguna hacía estas dos viejas y otrora eminentes nacionalidades históricas. ¿Puede alguien estar seguro de que este descontento no será origen de futuros conflictos? Confiamos en que, llegado el caso, serán resueltos pacífica y democráticamente sin mayores males.

Desde la constitución del gobierno de la nueva entidad castellano-leonesa el embrollo y las tergiversaciones históricas en tomo a ambos países han aumentado aceleradamente. Se han recordado y celebrado como efemérides castellanas hechos notables mucho más leoneses, andaluces o toledanos que propios de Castilla, mientras que sucesos sobresalientes de la historia de ésta, dignos de amplia celebración, han sido reducidos a hechos de mera significación comarcal ajena a Castilla.

En 1994, con ocasión del quinto centenario del Tratado de Tordesillas que dividía el Nuevo Mundo en dos hemisferios, el gobierno regional de Castilla y León conmemoró la fecha como si se tratara de un convenío internacional entre Castilla y Portugal cuando en realidad lo fue entre el rey Juan II de Portugal y los Reyes Católicos como gobernantes de las coronas unidas de Castílla y de León (reyes, pues, de Castilla, de León, de Toledo, de Asturias, de Galicia, de Extremadura, de Córdoba, de Sevilla, de Jaén, de Granada, de Murcia y señores de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa). Fue, pues, un acontecimiento en realidad muy minoritariamente castellano. Es de recordar además que política y económicamente los países meridionales predominaban entonces en el conjunto peninsular, y que Castilla propiamente dicha siempre ha estado separada de Portugal por el amplio espacio leonés.

En contraste con casos como este de mal uso del nombre de Castilla, acontecimientos como el nacer de la lengua castellana en la Montaña cantábrica, la escritura de las Glosas Emilianenses, o de la Vida de San Millán de la Cogolla por Gonzalo de Berceo, o el noveno centenario del Fuero de Logroño en 1995, que debieron haber tenido amplia repercusión en toda Castilla, apenas fueron objeto de conmemoraciones locales. Lo inequívocamente castellano se está relegando a un plano secundario o es reemplazado por lo confusamente castellano-leonés.

El olvido es un elemento de significación negativa que también -ya lo sabía Renán (119)- interviene activamente en la formación de las nacionalidades. En España la creación de una nueva embrollada entidad castellano-leonesa tras la eliminación de ambas viejas nacionalidades está basada en el simultáneo olvido de muchas cosas cuyo conocimiento es esencial para la viva permanencia de cada una de ellas.

El olvido voluntario es grave atentado contra la historia. El recuerdo histórico, se ha dicho, además de un atributo de la libertad es una ineludible obligación cívica.

Por otra parte dice Caro Baroja- en la historia de todo ciclo social hay que contar de modo constante con múltiples factores individuales y con el azar que hace que los hechos sucedan de una u otra manera (120). Y, en otro lugar, el mismo autor manifiesta el deber que todo historiador tiene de mirar con ojos críticos cómo fueron las cosas en su tiempo y no con ojos apasionados de épocas posteriores (12 1).

Reconstruir en la memoria colectiva sin confusionismos cada una de las tres regiones que son los antiguos reinos de León, Castilla y Toledo; utilizar en ello las mejores técnicas, no olvidar un venerable pasado histórico, ni destruir el legado de la tradición, sino revitalizarlo y mejorarlo en lo que tenga de valioso e imperecedero, tal es la solución del confuso embrollo que la ignorancia, la politiquería e intereses oligárquicos han creado en torno a estas tres regiones. El primer paso efectivo hacia ella es por lo tanto acabar con la ignorancia y la confusión imperantes mediante una labor de esclarecimiento e información. Tarea que requiere perseverancia y tiempo, por lo que sólo puede dar frutos a largo y mediano plazo.

*
La autonomía de Castilla no puede ser un asunto de elites, sino que debe asentarse sobre amplia base mayoritaria para evitar que la conciencia nacional sea mal utilizada y sirva de instrumento para enfrentar a los pueblos de unas nacionalidades o regiones con los de otras. En todo caso hay que respetar la conciencia colectiva que sólo puede ganarse democráticamente conquistando convencimientos y voluntades, lo que también requiere tiempo y constancia.

A continuación recordamos algunos de los aspectos del gran embrollo con que topa el renacer castellano.

A) La creación del conglomerado castellano-leonés se ha llevado a cabo sin la previa consulta a los pueblos afectados que ni siquiera fueron debidamente informados.

B) La integración de las entidades autónomas llamadas Castilla y León y CastillaLa Mancha comenzó por desintegrar a la propia Castilla que ha sido dividida en cinco pedazos: 1) la Montaña cantábrica, cuna de Castilla y de la lengua castellana; 2) la Rioja, principal foco cultural de la primitiva Castilla; 3) la provincia de Madrid; 4) las provincias de Burgos, Soria, Segovia y Ávila; 5) las provincias de Guadalajara y Cuenca.

C) Desde el punto de vista de una historia nacional, una Castilla sin la Montaña cantábrica y la Rioja es tan inconcebible como lo sería una Cataluña sin Lérida y Gerona o una Andalucía sin Córdoba y Granada.

D) La unión de cuatro de las nueve provincias castellanas al reino de León y dos al de Toledo (o Castilla la Nueva) para formar nuevas entidades autónomas carentes de raíces y de tradición histórica no es arbitrariedad menor que lo sería añadir a Cataluña medio Aragón o agregar a Extremadura gran parte de Andalucía.

E) La creación de una gran región con las provincias leonesas y parte de las castellanas lejos de acabar con el viejo centralismo ejercido desde Madrid- lo ha sustituido por otro nuevo, más agobiante, de menor radio, dependiente de Valladolid.

F) La inclusión forzosa de la provincia de Segovia en una región que no es ni siente suya contra la manifiesta voluntad de la gran mayoría de sus ayuntamientos constituye un malísimo comienzo de una entidad constitucionalmente democrática.

Entre las muchas maneras de definir erróneamente a Castilla recordamos ahora dos de las principales.

La primera es identificarla con la llanura leonesa de la Tierra de Campos. Entre dos fotografías, en dos páginas enfrentadas de un bello libro sobre el Camino de Santiago, se halla el siguiente texto explicativo: "Un paisaje leonés. Las tierras de Castilla, nobles y serenas, nos hacen recordar las palabras de Miguel de Unamuno...... Una vez más la llanura leonesa tierra sin curvas- se presenta como paisaje típicamente castellano (122).

Otra manera de definir a Castilla -la Castilla sin límites-, de hecho muy empleada después de las entelequias castellanistas de la generación del 98, es por eliminación: Castilla es lo que queda de España (ya mutilada de Portugal) después de sustraerle Galicia, Asturias, el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, Valencia y todas las Islas y a veces Andalucía (puesto que los gallegos, vascos, catalanes, etc. no son castellanos). Queda así una Castilla que al decir de Madariaga- tiene tanto que ver con Castilla como las coplas de Calaínos (123). Estamos hoy en España decía hace unos años Julio Caro- ante el intrincado problema político de aplicar unas leyes autonómicas en "regiones históricas" que a la par resulten favorables a la marcha general del país. Se ha llegado a implantar unos importantes estatutos de autonomía y se proyectan otros: unos tienen fuertes razones históricas de existir; otros no parece que se deban más que a elucubraciones oportunistas (124). Se confunde el castellanismo con el centralismo y no se distingue entre Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y el reino de Castilla. La realidad es que a menudo se confunden tierras y coronas con una falta" absoluta de criterio (1 2 5).

Si España es una comunidad de pueblos, nacionalidades o regiones históricas entre los que Castilla cuenta con su propia entidad, ésta, a su vez, fue un conjunto de comarcas o provincias -los pueblos castellanos del Poema de Fernán González- unidos o federados en un conjunto con una autoridad común conde independiente primero, rey después- en el curso de su vieja historia. De aquí el comentario del historiador gallego Manuel Colmeiro. "Parecía Castilla una confederación de repúblicas trabadas por un superior común, pero regidas con suma libertad, donde el señorío feudal no mantenía los pueblos en penosa servidumbre" (126). El número de estas comunidades históricas fue reduciéndose con el tiempo y los avances del centralismo político en torno a las que en 1833 formaban las nueve provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Madrid, Guadalajara y Cuenca (estas tres últimas incluidas en la llamada Castilla la Nueva). Este conjunto territorial tuvo en los siglos medioevales una cabeza o capital política (más simbólica que otra cosa, pues la corte castellana era en realidad itinerante) que durante mucho tiempo fue la ciudad de Burgos, Caput Castellae.

A pesar de su escasa extensión territorial y su falta de tradición de autogobiemo (carecían incluso de enseñas medioevales propias) las en 1982 provincias de Santander y Logroño obtuvieron fácilmente los respectivos estatutos de autonomía como entidades regionales con los nombres de Cantabria y la Rioja. En manifiesto contraste con esto las provincias de León y de Segovia herederas directas de relevantes historias (la capital leonesa fue asiento del trono más eminente de la España medioeval; y Segovia cabeza de la más famosa de las comunidades de Castilla) no pudieron obtener las correspondientes autonomías que sus habitantes deseaban. Fracasaron así dos proyectos de autonomías uniprovinciales que hubieran podido ser respectivamente focos de irradiación de las aspiraciones regionalistas leonesas y castellanas y núcleos del renacimiento de dos de las más viejas nacionalidades de Europa.

Cantabria y la Rioja son dos comarcas castellanas que sin mencionar siquiera el nombre de Castilla han salvado su personalidad comarcal, es decir, su particular castellanía. Ahí están -en el nuevo mapa de España- en condiciones de contribuir algún día a la reintegración de Castilla, si sus restantes comarcas despiertan del actual letargo. Esto es lo que, con elevada conciencia, se proponía Segovia cuando, forzosamente y contra toda consideración democrática, fue incorporada al conglomerado castellano-leonés.

Hoy, la Montaña cantábrica y la Rioja aunque muchos de sus ciudadanos no sean conscientes de ello- constituyen dos baluartes de un posible renacer castellano; mientras Burgos, Soria, Segovia y Ávila pierden su vieja personalidad y adulteran su historia en el conjunto castellano-leonés; a Guadalajara y Cuenca les ocurre lo mismo en el castellano-manchego; y los pueblos de la provincia de Madrid se reducen más y más a impersonales satélites de la gran capital. Por otra parte es de recordar que la actual entidad autónoma de Cantabria incluye la pequeña comarca de la Liébana, radicalmente leonesa, que tanta importancia tuvo desde los tiempos del famoso Beato en la conformación cultural y política de la corona asturleonesa y siempre tierra de romance bable. La incorporación de esta comarca a la provincia de Santander fue uno de los errores políticos de la división provincial de 1833. Ya el Manifiesto de Covarrubias declaraba que la Montaña cantábrica y la Rioja son dos trozos de Castilla que mantienen su propia personalidad y cuyas respectivas autonomías uniprovinciales deben ser decisivos baluartes en la lucha por la reconstrucción de la nacionalidad castellana. Ambos fueron partes fundamentales de la Castilla histórica y están llamadas a serio en la del porvenir. Una Castilla sin las tierras de la Montaña santanderina y sin la Ríoja, es tan inconcebible como una Cataluña sin Gerona un Aragón sin Huesca o una Andalucía sin Córdoba o Granada. Cuando los santanderinos y los riojanos se dieron cuenta de que no se trataba de crear una comunidad autónoma castellana sino de incorporar la Montaña y la Rioja a un inventado complejo castellano-leonés con centro en Valladolid, decidieron acogerse al derecho a las respectivas autonomías uniprovinciales que la Constitución les otorgaba. Decisión que, a nuestro parecer, fue muy acertada y provechosa tanto para estas dos comarcas castellanas como para el porvenir regional de Castilla entera: las comunidades de Cantabria y la Rioja pueden ser algún día sólidos cimientos de una nueva castellanidad. Cantabria es el solar originario de Castilla. En él nació también el romance castellano; y de sus verdes montañas salieron los conquistadores que, juntamente con sus vecinos los vascos, avanzaron de norte a sur extendiendo su lengua y sus costumbres por las sierras de la Celtiberia castellana. Cántabros fueron los abuelos del conde Fernán González. La llamada Merindad de Castilla Vieja se extendía desde las sierras nororientales de la actual provincia de Burgos hasta la costa de Laredo y Castro Urdiales, La Rioja es zona de conjunción de las tres estirpes prerromanas que componen el substrato étnico de Castilla: cántabros, vascos y celtíberos. Es además una comarca muy rica en símbolos tradicionales de la nacionalidad castellana: cuna de San Millán de la Cogolla, evangelizador de los cántabros y patrón de Castilla; de las Glosas Emilianenses, primeras líneas escritas en romance castellano; de Gonzalo de Berceo, primer poeta de nombre conocido de la literatura castellana; y de Santo Domingo de Silos, figura relevante de la cultura castellana altomedioeval.


Se oye a veces: "Yo no tengo patria: me siento ciudadano del mundo", palabras que expresan un sentimiento respetable. Quienes así hablan se presentan como individuos cosmopolitas entre millones de seres que los rodean, personas sin raíces en tierra alguna, ni concreta inserción en el conjunto de la humanidad. El ser humano se vincula normalmente a la madre tierra a través del país o de los países donde vive o ha vivido, y a la humanidad mediante su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo y sus compatriotas. En este aspecto quien esto escribe considera muy rica su experiencia personal. Nacido en Segovía y con muchos años de residencia en León, se siente castellano en Castilla y leonés en León (y en ningún sitio eso que llaman castellano-leonés). En días aciagos para España tuvo que huir de ella -¡tremenda paradoja!- por haberle sido leal. Encontró en Méjico una segunda patria, hoy para él entrañable como la de nacimiento, y nuevos amigos y nuevos compatriotas, sin olvidar los de la primera.

A propósito de la identidad nacional, y después de advertir que es preciso no confundir lo que es con lo que se desea que sea y no tergiversar todo, empezando por la historia, dice Caro Baroja que si hay una "identidad" hay que buscarla en el amor. Amor al país en que hemos nacido o vivido. amor a su paisaje, a su idioma v a sus costumbres, sin exclusivismos; amor a sus grandes hombres, amor también a los vecinos y a los que "no son como nosotros". Lo demás, es decir. la coacción, el ordenancisino, la agresividad, cierto mesianismo amenazador... ni es signo de "identidad" ni es vía para construir o reconstruir un país que está muy desintegrado desde todos los puntos de vista (127). En el interés por lo nacional hay mucho de interés por la historia colectiva. Todo pasado es en cierto modo presente pero cuando el pasado es una falsificación la historia y el presente se convierten en leyenda irreal.

El sentimiento de amor al país y a su historia es el que hoy leoneses como Luis Herrero Rubinat llaman "sentimiento de región" (128); el mismo que ha llevado a los segovianos a oponerse a la incorporación forzosa de Segovia a la nueva entidad castellano-leonesa.

A través de luchas convulsiones históricas no acabadas todavía -decía Bosch Gimpera en 1944- asistirnos al revivir de los pueblos españoles; cuya evolución interrumpieron el imperio romano y el visigodo, como luego el de los Austrias, impotente, lo mismo que el absolutismo moderno o la uniformidad administrativa y centralista, para unificar violenta o artificialmente lo que fue y sigue siendo abigarrado y diverso (129).

Castilla atraviesa una etapa de su milenaria,,historia que puede ser decisiva para su supervivencia como entidad con personalidad propia en el conjunto de los pueblos de España. 0 se produce en el país un renacimiento regional que lo levanta con vigor o la nacionalidad castellana o se extingue como tal en el seno de ese confuso ente político-administrativo oficialmente denominado Castilla y León. Tal es el dilema que aprisiona su futuro.

Mantener la castellanía no es aferrarse al pasado ni defender el presente es mantener viva una conciencia colectiva y sus raíces, crecer y crear el futuro. Como tantas otras cosas en la vida de los pueblos, la autonomía de Castilla es una cuestión de conciencia y de voluntad colectivas: depende de que los castellanos crean en sí mismos y en su colectividad regional, y de que quieran el autogobierno de su país como los gallegos, los asturianos. los vascos, los navarros, los aragoneses, los catalanes, los extremeños, los valencianos, los murcianos, tos andaluces, los baleares y los canarios han querido y obtenido el suyo. Eso es todo.

Nadie hará por Castilla lo que no hagan sus hijos. Esta es una realidad evidente sobre la cual debe asentarse todo proyecto de renacimiento regional. La región habrá de atenerse a su propio esfuerzo; lo demás le vendrá por añadidura en función de lo que éste valga. Castilla será lo que los castellanos logren hacer de ella.

El nuevo florecer de España, al que con personalidad y cultura propia han de contribuir sus diversos pueblos, necesita que los castellanos todos desde la Montaña cantábrica hasta las serranías de Cuenca- recuperen la memoria histórica y la conciencia comunitarias perdidas. Castilla debe ocupar, junto a los pueblos hermanos, el lugar que por su historia y sus posibilidades le corresponde.

Ciudad de Méjico, agosto de 1996.




96 Julio Valdeón: Castillo y León: la identidad perdida. Hlistoria 16. Madrid. Abril. 1978.

97 Juan Pedro Aparicio: Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del viejo reino de León. En el que se apunta la reivindicación leonesa de León. León, 198 1. p. 24.

98 íd., ibídem. p. 22.

99 Manuel Colmeiro: De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castillo. Madrid.1855. T.1, p. 16 1.

100 J. P. Oliveira Martins: Historia de la Civilización Ibérica. Libro 111 - 1.

101 Juan Pedro Aparicio: Ensayo sobre las purgas... p. 23

102 íd., ibídem. p. 12.

103 P. Bosch-Gimpera: España. Universidad de Valencia. 1937. p. 46

104 .Declaraciones de Demetrio Madrid López: El Socialista. Madrid. 1420. IX. 1982.

105 Julio Valdeón: Aproximación a la Historia de Castillo y León. Valladolid. 1982, p. 7.

106 R. Menéndez Pidal: La España del Cid. Vol. 1. p. 102. Vol. 1 1. p. 64 1.

107 A. Barbero y M. Vigil: Sobre los orígenes sociales de la Reconquista. Barcelona. 1974. p. 97.

108 R. Menéndez Pida¡: La España del Cid. Vol. 1. pp. 174-175.

109 ídem. El Cid Campeador. Buenos Aires. 1950. p. 38.

110 C. Sánchez-Albornoz: Estudios sobre Galicia en la temprana Edad Media. La Coruña. 1981. p, 414.

111 Carlos Estepa Díaz: Castillo y León. Consideraciones sobre su historia. Universidad de León.
1987, pp, 32-33.

112 Julio Valdeón:Aproximación a la Historia de Caslílla y León.pp.21-22.

113 C. Sánchez-Alt>ornoz: España. Un enigma histórico. Buenos Aires. 1956. T. ti. p. 417.

114 Manuel Colmeiro Cortes de los antiguos- Reinos de León y de Castilla. Real Academia de la Historia. Madrid. 1883. Introducción. Primera parte. pp, 24-25.
115 íd, ibídern. pp. 105-106.
116 R. Pérez Bustamanto: Elgobiernoy taadministración ¿erritoríalde Castillo. (1230-1474). Univelsidad Autónoma de Madrid. 1976.

117 Davida Diez Llamas: La identidad leonesa. León. 1992. pp. 91-9, 96, 120-121.
118 Carlos Estepa Díaz: Castillay León... p. 41.
119 Ernesto Renán: ¿Qiíé es una nación? Madrid. 1957. p. 84.
120 J. Caro Baroja: El laberinto vasco. madríd, 1986. p. 44.
121 ídem, Introducción a la historia social y económica de¡ pueblo vasco. San Sebastián. 1974. pp. 2 1, 36-3 7.
122 El Camino de Santiago. Confederación española de Cajas de Ahorro. Barcelona. 1971. pp. 166- 167.
123 Salvador de Madariaga: De la angustia a la libertad. p. 238.
124 J. Caro Baroja: El laberinto vasco. p. 70,
125 ídem, El mito del carácter nacional, p. 98
126 Manuel Colmeiro: De la Constitución y del Gobierno de los Reinos de León y Castillo. T. sí. p. 153.
127 J. Caro Baroja: El laberinto vasco, pp. ¡OS- 1 07.
128 Luis tierrero Rubinat: Sentimiento de región. León. 1994.
129 P. Bosch-Gimpera: El poblamiento antiguo... pp. 171-178.

* A exponer la necesidad de un renacimiento de la España plural, patria común de todos sus pueblos y todas sus culturas, dedicó gran parte de sus esfuerzos el grupo de refugiados políticos españoles que entre 1948 y 1963 editó en Méjico la revista Las Españas.

(Anselmo Carretero Jimenez. Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996, pp 875 –890)

TEORÍA DE CASTILLA (Ramón Peralta, Madrid 2005)

Es difícil encontrar un alegato más decidido en pro de una idea bastante confusa de lo que es Castilla que el libro aquí comentado: Teoría de Castilla. Para una comprensión nacional de España, Ramón Peralta. Editorial Actas. Madrid 2005.

La sorpresa tras un título aparentemente atractivo es tanto más insólita cuanto que el autor doctor y profesor universitario parece al menos en teoría, a juzgar por la bibliografía que maneja, que debería estar bastante bien informado sobre ciertos hechos históricos generales, incluso tal vez conocedor de muchas lecturas críticas del tópico de Castilla como origen y esencia de España . Pero igualmente parece el autor firme partidario de ciertos tópicos acerca de algunas concepciones imaginarias de Castilla, no tanto sobre el origen y peculiaridades de la Castilla originaria, bastante bien perfilado, sino sobre lo que entiende por Castilla a partir del siglo XIII, esto es cuando de manera rigurosa desaparece Castilla como entidad independiente y queda subsumida en la corona de León y Castilla. Se decide entonces el autor por ditirambos elogiosos pero más bien dudosos sobre una Castilla Imperial base de lo que luego se denominó España. Se trata naturalmente de una interpretación particular y un tanto reiterativa y cansina –latiguillos incluidos- que difícilmente convencerá a quien tenga una información suficiente y una mediana imparcialidad sobre el tema.

Sobre las decisiones emocionales particulares no cabe demasiada argumentación: se coincide o se discrepa.

Es instructivo en cualquier caso un repaso por una selección de textos del libro en cuestión, o más bien unos a la manera flashes instantáneos.

1. Castilla.

Comienza el autor casi desde el principio del libro a endosar una visión de una Castilla llana compuesta por León, Zamora y Tierra de Campos, para no dejar muchas dudas acerca de sus muy particulares concepciones de lo castellano. Habla de concejos castellano-leoneses que jamás existieron, había eso si concejos castellanos y municipios leoneses distintos y diversos en su ordenación jurídica. Nos cuenta además que en efecto las comunidades castellanas tenían como característica un fuero único, muy diferentes en esto de las comunidades toledanas que desde el comienzo quebraron la unidad de fuero, hasta la pronta desaparición de la legislación peculiar castellana.

Las milicias concejiles castellanas – y durante brevísimo tiempo las toledanas- gozaron de un papel auxiliar en el plano militar, como bien reconoce el autor, en absoluto comparable a las órdenes militares ni al ejército leonés. Basta consultar los mapas de la reconquista y comprobar que León conquistó en un principio mucho más terreno hacia el sur y hacia el oeste (Portugal) que Castilla en tanto fue entidad independiente.

La sociedad verdaderamente castellana no “aceptó” las relaciones feudales, se las impusieron las luchas dinásticas fratricidas, las sucesivas mercedes reales la guerra de las Comunidades del siglo XVI, y el despojo desamortizador del siglo XIX; a la fuerza ahorcan.

***
……Refiriéndonos a Castilla la Vieja propiamente dicha tal y como la conocemos en la actualidad, que ocupa un espacio geográfico de elevada altitud y en su mayor parte llano y que comprende gran parte de la submeseta norte o, lo que es lo mismo, el alto y medio Duero. Castilla se afirma como condado independiente y luego como reino en su mesetario solar del Duero.

(Ramón Peralta. Teoría de Castilla. Ed Actas. Madrid 2005,pp 19-20)


Los concejos castellano-leoneses gozaban de una amplísima autonomía respecto de la gestión de sus asuntos hasta, incluso, administrar justicia.

(Op. Cit, p120)

Las Comunidades gozaban de fuero y jurisdicción únicos para todo su territorio. Esencialmente todos los ciudadanos tenían los mismos derechos y una sola jurisdicción para todos sus habitantes.

Las Comunidades de Ciudad o Villa y Tierra, que ocupan grandes espacios entre el río Duero y Sierra Morena y cuyo suelo es propiedad de la misma.

(Op. Cit, p122)

Consolidada la frontera de Sierra Morena con la fundamental ayuda de las órdenes militares.
(Op. Cit, p100)

Las milicias concejiles se convierten en una de las principales fuerzas auxiliares del ejército del rey y las huestes señoriales en las luchas contra el poder musulmán.
(Op. Cit, p124)


La efectividad demostrada en el occidente europeo por los ejércitos mercenarios había demostrado la decadencia de las mesnadas feudales que poco a poco iban siendo sustituidas por soldados profesionales al servicio del rey
(Op. Cit, p109)

Al mismo tiempo se organiza un colosal poder nobiliario y eclesiástico resultado de la expansión militar a costa del Islam peninsular que pronto empujaría a la sociedad castellana a aceptar el conjunto de las relaciones feudales

(Op. Cit, p58)

***

2. Castellanización.

Castellanización es una palabra comodín muy convencional al parecer grata al autor pero de significado muy poco concreto. La reconquista de las tierras del sur es obra de la corona de León y Castilla, ya que Castilla como tal no es independiente políticamente sino una arte de un conjunto. La estructura socio-política castellana se transfiere únicamente al Reino de Toledo y eso solamente de una manera muy parcial y reducida, y aún así su duración fue mínima, las estructuras socio-políticas que prevalecieron definitivamente fueron las leonesas. Es decir es mucho más cierto hablar de una profunda leonesización de Toledo, Extremadura, Andalucía y Murcia.


***
Debido a este proceso político-lingüístico (“castellanización”)

(Op. Cit, p166)

Transcurridas unas pocas décadas quedará definitivamente “castellanizado “ el territorio entre el Duero y el Tajo . La “castellanización“ es el concepto que mejor nos sirve para definir con precisión la profunda transformación étnico-lingüística y socio-política acaecida en tal territorio, una transformación acorde con su plena incorporación al reino castellano-leonés. Entre el Duero y el Tajo se verificó un proceso que servirá de modelo a las futuras incorporaciones castellanas, esto es, la posterior incorporación a Castilla de las tierras de Extremadura, Andalucía y Murcia a lo largo del siglo XIII.

(Op. Cit, p 94)

La estructura socio-política castellana se trasplanta sucesiva, progresivamente conforme se van conquistando territorios meridionales.

(Op. Cit, p95)

La profunda castellanización de todas las tierras incorporadas a Castilla a lo largo de los siglos XI, XII, XIII

(Op. Cit, p102)

4. León.

No es demasiado original ni docto el autor al considerar León como una región desaparecida al fundirse a partir del siglo XIII con Castilla, a veces usando el eufemismo de integración, de significado más bien vago. Desde luego el habla leonesa tardó varios siglos en perderse por lo que no es muy correcto decir que “pronto” se difundió el habla de los castellanos.

Lo que de una manera rigurosa se denominó reino de Castilla, se integró políticamente como una parte a partir del siglo XIII en el conjunto de la corona de León y Castilla y no volvió tener existencia independiente a menos de usar la dudosa convención de que toda el conjunto de la corona de León y Castilla era Castilla.

La corona de León y Castilla recae en un rey leonés de la dinastía leonesa –Fernando III el Santo-, que hereda lógicamente la idea imperial leonesa sin que la verdadera Castilla tenga nada que ver en esos ideales, opuestos totalmente a su verdadera idiosincrasia.

***
En buena medida lo leonés y lo aragonés acabarán finalmente integrándose con lo castellano por lo que este tenía de integrador, convertido ya en “español” en la Edad Moderna”

(Op. Cit, p 96)

El habla de los castellanos,…….pronto acabaría por difundirse en el Reino de León , arrinconando en este proceso al dialecto leonés

(Op. Cit, p 66)

El reino de Castilla-León se convierte en el heredero formal del reino astur-leonés , pero ahora (siglo XIII) es Castilla la que dirige el proceso histórico de la restauración de España.

(Op. Cit, p 77)

Castilla hace suya la idea imperial leonesa, idea que hasta ese momento (1230) había sido exclusivamente leonesa.

(Op. Cit, p138)
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5. Lengua

No se sabe muy bien que quiere decir el autor cuando utiliza el término alquímico de quintaesencia para referirse al espíritu de Castilla; una lengua puede en cierta medida manifestar un espíritu, pero no es el espíritu. En cualquier caso recordar que el habla que se expandió con la expansión de la corona de León y Castilla, que no de Castilla, antecedente de lo que hoy día hablamos es más el “habla de Toledo” que no el habla de Burgos; que por cierto tiene diferencias muy notables; y este habla de Toledo es la que luego fue fundamento de la literatura española. Es decir al conquistar el Reino de Toledo – ciudad culturalmente muy superior a los reinos de Castilla y León- desapareció poco a poco el habla de Burgos; el conquistador conquistado en su habla. Por cierto Toledo lo conquistó la corona de León y Castilla (Alfonso VI), no el reino de Castilla, y fundamentalmente lo conquistó u ocupó un ejército leonés

***

El idioma de Castilla quintaesencia de su espíritu

(Op. Cit, p16)

Todo ello destacadas innovaciones del idioma español como rasgos propios del dialecto de Cantabria adoptados definitivamente por el habla de Burgos

(Op. Cit, p 62)

La supremacía lingüística de Burgos apenas sería contestada a pesar de la incorporación a Castilla de nuevos y extensos territorios, convirtiéndose, entonces, en el centro unificado de irradiación del castellano (concretamente la lengua de Castilla la Vieja) como lengua que acompañaría al proceso de expansión territorial. Así la supremacía lingüística de Castilla acompañará de forma natural su supremacía política en el conjunto peninsular. La conquista de Toledo ……. y su incorporación definitiva a la nación castellana que no a León …. Así tras sustituir el castellano al latín en la cancillería de Toledo , el rústico dialecto…….se muestra victorioso…….., convirtiéndose en la lengua de la literatura española.

(Op. Cit, p 68)
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6. Español

En el asunto de la lengua habría que dar la razón algunas veces al autor, en el sentido de que se atreve a afirmar que a partir del castellano original surge una lengua – con enormes diferencias- que será lo que hoy denominamos español, con perdón. Es decir lo que hoy denominamos el español no es la lengua de Burgos.

***
Efectivamente esa lengua (castellano)……..hasta convertirse ya en la Edad Moderna , en la “lengua nacional” de España toda

(Op. Cit, p 68-69)

A partir del siglo XVI el castellano será ya “el español”

(Op. Cit, p 85)
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7. Germanización

Las querencias germanísticas del autor son manifiestas; nos viene a decir que el origen de la práctica jurídica originaria castellana es de origen godo, una mera hipótesis que autoridades en la materia como Alfonso María Guilarte han puesto en duda; es más que probable que el origen de esa concepción jurídica originaria castellana es ancestralmente autóctona, muy anterior a cualquier supuesta aportación goda.

Más chocante es suponer, a partir de una lengua totalmente desaparecida que no dejado testimonios escritos, que el castellano es “un dialecto gótico”; si el libro no fuera una sucesión de extravagancias insólitas, sería cuestión de enviarlo a una revista de humor.

No deja el autor de llevarse de su ramalazo germánico y llega a titular la reconquista de “empuje hacia el sur”, evidentemente inspirado en el “drang nach Osten” alemán. No sabemos si el autor tiene otras querencias alemanas más turbadoras y peligrosas.

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Menéndez Pidal se sirve de todos estos datos para circunscribir la épica castellana en el ámbito del nuevo Occidente de impronta germánica.

Porque sobre un fondo cantábrico-celtibérico actuó, como ya hemos destacado, un decisivo componente germánico de estirpe gótica. Este peculiar carácter étnico de los castellanos será fuente esencial de sus peculiaridades, sean estas socio-políticas, jurídicas o lingüístico-literarias.

(Op. Cit, p 71)

El copista estaba poniendo de relieve la discordante y relevante peculiaridad étnico-lingüística de los castellanos, los hablantes de tal romance “gótico-celtibérico”

(Op. Cit, p 63)

Entre el Tajo y las aguas del Estrecho de Gibraltar esperan nuevas tierras para crear “nuevas Castillas” en lo que será un incontenible “empuje hacia el sur”, frase que expresa perfectamente la ambición de un nuevo y gran espacio cuya conquista y posesión determinará , así mismo, el fin del proceso reconquistador coincidente con la restauración final de España como concepto geopolítico peninsular.

(Op. Cit, p 97)
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8. Toledo

La civilización mozárabe toledana era bastante superior a la civilización castellana o leonesa, solo pensar que gracias fundamentalmente a los toledanos se ha transmitido el ancestral rito mozárabe desde hace 20 siglos, hace difícil aceptar que halla desaparecido su peculiar etnia diferenciada. En cuanto a la lengua mozárabe, es justamente esa lengua la que transformó de tal manera el “habla de Burgos”, convirtiéndolo en la actual lengua española, que hoy un español de a pie no puede comprender casi el Códice Silense o a Gonzalo de Berceo.

Por cierto la denominación de reino de Reino de Toledo fue la tradicional en la monarquía española hasta 1812. La tardía e impropia denominación de Castilla la Nueva es una generalización confusa. Las “ otras Castillas” ni por su organización jurídica, ni social , ni cultural , ni incluso lingüística se parecen a la Castilla originaria , a menos de hacer la convención –grata al autor- que donde se expandió el “habla de Toledo”, que no el Burgos, es Castilla .

Otro si mencionar que el aluvión migratorio de que habla al autor, ha sido puesto en duda por historiadores y medievalistas; ni el Reino de León, ni el Reino de Castilla tenían suficiente población para repoblar unos territorios que a diferencia del Duero estaban ya ocupados por una población culturalmente superior a los conquistadores. Los repobladores no castellanos no eran tan minoritarios como supone el auto, que por otra parte se contradice al decir que eran “abundantes”

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No sucederá lo mismo con la población mozárabe del reino de Toledo, cristianos de origen hispano-godo que permanecieron bajo dominio musulmán tras la invasión del siglo VIII, pues en apenas dos generaciones quedarán integrados, asimilados en el conjunto poblacional cristiano-castellano hasta la práctica desaparición de su peculiar identidad como etnia diferenciada.

(Op. Cit, p 93)



La estructura socio-política castellana se trasplanta sucesiva, progresivamente conforme se van conquistando los nuevos territorios meridionales.
A la segunda Castilla entre Duero y Tajo suceden otras Castillas ya sea extremeña, andaluza o murciana, regiones en las que se desarrollará otras particularidades en cuento a su organización socio-política como es el mayor peso del poder nobiliario y eclesiástico al tiempo que una menor relevancia de la autoría local, o la importante presencia de las órdenes militares fundamentalmente en las dos primeras.

El aluvión migratorio llegado desde el norte

(Op. Cit, p 93)

Grandes ciudades …. Que se convierten en receptoras de numerosos inmigrantes llegados en su mayoría de las tierra castellanas del norte del Duero.

(Op. Cit, p94)

La repoblación y reorganización del espacio entre Duero y Tajo , verdadero centro de la España peninsular, muestran a su vez , la participación, si bien minoritaria , de gentes galaico- leonesas del oeste y de gentes navarro-aragonesas del este . Precisamente las primeras abundan en las zonas más occidentales y las segundas lo harán en las zonas más orientales

(Op. Cit, p 96)
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9. Protagonismo, hegemonía, supremacía, dirección, asimilación, homogenización.

Propiamente hablando los castellanos apenas protagonizaron, asimilaron y menos aún dirigieron, impusieron o superaron nada. A partir del siglo XIII, el rey
de la Corona de León y Castilla por tanto de los castellanos es un rey leonés y los siguientes de una dinastía leonesa, que haba leonés, cultiva el galaico-portugués en la corte, el latín en las universidades y monasterios, liquida paulatinamente la peculiar jurisdicción castellana y las organizaciones políticas castellanas a favor de las leonesas, y en la nueva corte toledana y luego en la sevillana surge una nueva lengua que poco a poco desplaza el habla de Burgos. Extrañamente un pueblo cada vez más disminuido en todos sus aspectos es el protagonista y director indiscutible. A no ser que lo que se quiera decir es que el despojamiento de libertades y de diferencias de demasiados pueblos peninsulares es precisamente la castellanización, y todo despojado es un castellano a su pesar, y cuanto más despojado más castellano. Esta mentalidad está en realidad más extendida de lo que parece, y así no es raro encontrar algún zamorano, algún albaceteño y algún cacereño que no obstante ignorar todo acerca de lo que es León, el Reino de Toledo, Extremadura o Castilla, se atreve a decir que es castellano puesto que el adjetivo en cuestión no significa demasiado - por no decir nada- para él ; incluso, dada su total ignorancia y nula comprensión, puede aducir argumentos viscerales y añadir que él “se siente castellano”; probablemente con unas copas no tendría inconveniente en decir que se siente marciano.

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Los castellanos …… muy pronto comenzarán a ocupar un lugar protagónico en la historia medieval peninsular.

(Op. Cit, p 34)

Entre León y Navarra se ha consolidado ya una comunidad política que terminará a final del Medievo, por asimilar nacional , culturalmente a los dos antiguos reinos y que dirigirá con firmeza el proceso reconquistador de todo el suelo peninsular.

(Op. Cit, p 433

Será la sociedad castellana con sus milicias, sus concejos , sus magnates, sus asambleas, su rey,… la que dirigirá preferentemente el proceso reconquistador.

(Op. Cit, p 47)


La supremacía lingüística de Castilla acompañará de forma a su supremacía política en el conjunto peninsular.

(Op. Cit, p 68)

Castilla y León se unen definitivamente pero, ahora, la primera prevalecerá inequívocamente sobre el segundo.

(Op. Cit, p 102)

Aquel proceso de reconstitución de España protagonizado indiscutiblemente, como hemos visto, por Castilla a partir de su firme y tenaz resistencia frente a la casi incontenible marea árabe-islámica llegada del sur.

(Op. Cit, p149)

La sociedad castellano-leonesa……..se conforma como un espacio “nacional “homogéneo” con el claro predominio de Castilla.

(Op. Cit, p150)
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10. España

Repite el autor hasta la saciedad que los elementos de la identidad castellana son los que básicamente han constituido España. Muy en el estilo de Ortega y Gasset, y más aun en el Onésimo Redondo y otros muchos. Pasa muy rápidamente sobre los elementos de la identidad castellana: idioma, derecho, estructura socio-política, ideales socio-culturales. Obviamente no los analiza con el rigor y la penetración que cabría esperar de un profesor universitario.

Para resumir la cuestión en la época renacentista apenas quedaba ya ni derecho castellano, ni estructura socio-política castellana, ni ideales socio-culturales castellanos, ni el habla de Burgos. A menos que la legislación leonesa y su herencia romanista propia de la corona de León y Castilla se considere derecho castellano, que el orden feudal leonés, extendido al Reino de Toledo, Andalucía y Murcia se considere típicamente castellano, que el ideal leonés de imperio se considere castellano y que la lengua renacentista toledana o español se considere el habla de Burgos, es decir considerando castellano a todo lo que no es original y auténticamente castellano, es decir mediante una convención lingüística falaz , engañosa y confundidora, a la que este libro contribuye en no escasa medida.



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Ese fundamental proceso histórico-político que se resolverá con la plena restauración de España desde la identidad castellana

(Op. Cit, p 44)

Una España restaurada a partir, pues, de los elementos propios de la identidad castellana

(Op. Cit, p 64)

Ese pueblo, conformado ya estatalmente, iba a dirigir y protagonizar el proceso de “restauración“ de España, una España restaurada a partir, pues, de los elementos propios de la identidad castellana.

(Op. Cit, p 64)

Castilla rehace España desde su realidad socio-política , a partir de sus propias características nacionales….que……. terminan por identificarse no caprichosamente con las españolas.

Progresiva “nacionalización” general a partir fundamentalmente de los elementos propios de la identidad castellana: idioma, derecho, estructura socio-política, ideales socio-culturales.

(Op. Cit, p147)

La primacía de Castilla en el ámbito de la nueva Monarquía Hispánica determinará la progresiva identificación entre lo castellano y lo español

(Op. Cit, p148)


La Nación Española como realidad contemporánea, es el resultado principal de la acción histórica de Castilla

(Op. Cit, p154)
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Este libro será recibido con alborozo por pancastellanistas y otra fauna exótica proclive en su imaginario a una Castilla extensísima de no menos de 83 provincias


La noción de una España castellana con su uniformización, homogenización, centralismo, absolutismo, germanización, y expansión conquistadora acaso es la ideal para que dicha España desaparezca para siempre en brevísimo plazo; obviamente no es extraño que con opiniones como estas –más extendidas de lo que parece- ni catalanes, ni vascos, ni gallegos, ni otros muchos pueblos querrán saber nada de España – para ellos probablemente identificada con una Castilla imaginaria y convencional que jamás existió-

martes, octubre 03, 2006

La población. La cultura.El idioma 4 (A. Carretero, El Antiguo Reino de León)

LA POBLACIÓN. LA CULTURA Y EL IDIOMA 4

En el siglo XIII la mayor parte de las ciudades de la España cristiana albergaban núcleos de población judía organizados, como los mudéjares, en comunidades llamadas aljamas, que estaban regidas por sus propias autoridades de acuerdo con sus normas jurídicas y religiosas. Estas aljamas tenían ante el correspondiente reino cristiano cierta autonomía en su gobierno interior. Barcelona, Toledo, Sevilla, Burgos, Segovia y otras ciudades alojaban en barrios especiales -juderías- prósperas aljamas cuyos moradores se dedicaban al tráfico mercantil, el préstamo con interés, el abastecimiento de los ejércitos, la recaudación de impuestos, así como a diversas actividades artesanales e intelectuales.

Los monarcas hispano-cristianos utilizaron ampliamente los servicios de los judíos en la administración de sus estados, en los que desempeñaron eficazmente funciones públicas tales como tesoreros y administradores de las haciendas reales e incluso oficios en las regias cancillerías, a pesar de los preceptos pontificios y conciliares de la Santa Sede que trataban de impedir toda clase de relaciones entre cristianos y judíos. A la vez, selectos grupos de judíos españoles desarrollaron en la Baja Edad Media brillantes actividades científicas. Famosos fueron los médicos, astrónomos, matemáticos y filósofos que trabajaron entonces en Toledo y grande fue la contribución de los judíos peninsulares al pensamiento español de los siglos medioevales (46).

Las aljamas judías tuvieron su época de esplendor en los países de la corona de León y Castilla en los siglos XIII y XIV, durante los reinados de Alfonso X y Pedro 1º. Famoso fue en la época de este último su tesorero, en realidad ministro de finanzas, Sarnuel Ha-Leví. Sumamente hábil y astuto, sirvió hasta el último momento a su rey cristiano con eficacia y lealtad. Protegió a sus hermanos hebreos y construyó varias sinagogas, entre ellas la de Toledo, no obstante la oposición de la Santa Sede a que en tierras cristianas se construyeran nuevas sinagogas. Calumniado por los muchos enemigos que su actuación en la corte real le había creado, fue preso y asesinado cruelmente al triunfo de las huestes de Enrique de Trastámara.

La tolerancia y la protección que los reyes hispano-cristianos otorgaban con frecuencia a los judíos chocaba con los sentimientos populares incitados por el fanatismo religioso, que en diversas ocasiones provocó sañudas persecuciones y matanzas de los moradores de las aljamas.

Se estima que la población de los reinos de León y Castilla a comienzos del siglo XIV era en total de unos 4,5 millones de habitantes, sin que sepamos cuántos de ellos corresponden al País Leonés propiamente dicho dada la costumbre, cada vez más generalizada, de mezclar los datos de los diversos reinos y países. La zona entonces más poblada al norte del Duero era la Tierra de Campos y, en general, el valle de este río en su parte media. Mucho menos poblados estaban entonces los países de la corona catalano-aragonesa.

Conocidas son las devastadoras epidemias que asolaron España en los siglos XIV y XV, especialmente la llamada peste negra, que causó gran mortandad en los años 1348-1351, singularmente en los países de la corona de Aragón, adonde al parecer llegó el morbo por los puertos del Mediterráneo (47). Aunque menores que en los países del noreste y el levante peninsular, los estragos de la peste también fueron grandes en los de los reinos de León y de Castilla (el propio Alfonso XI murió víctima de ella). Graves fueron las consecuencias de estas epidemias, que se reflejaron en los datos demográficos y en la despoblación de muchos lugares.

Los intercambios comerciales y culturales de la España cristiana con Europa, que hasta entonces se habían efectuado a través de los puertos norteños y del camino de Santiago - ruta de peregrinaciones religiosas, vía mercantil y vínculo cultura l-, se hacen también por los puertos del Atlántico meridional y del Mediterráneo desde la conquista de las plazas marítimas andaluzas y levantinas; además de que aumentan los que siempre se efectuaron por Cataluña.

Las sociedades del País Leonés y de Castilla se desarrollan culturalmente con características propias y en ellas el latín, reducido al ámbito eclesiástico, es sustituido gradualmente por las nuevas lenguas romances en desarrollo. En Galicia y Portugal el gallego continúa su ininterrumpida evolución; y en Asturias, León y Extremadura el idioma común es el leonés (en sus diversos dialectos comarcales).

El primer documento en romance primitivo de tierras de León es una lista de quesos consumidos en un convento. Se considera escrita hacia el año 980 (48). El romance autóctono fue la lengua general en Asturias, el País Leonés y Extremadura, y comenzó a retroceder lentamente cuando el castellano fue declarado idioma oficial de la cancillería regia, después de la unión de las coronas. En el reinado de Alfonso X se tradujo el Fuero Juzgo al romance en una versión fuertemente leonesa. También el códice más antiguo del Libro de Alexandre, atribuido a Juan Lorenzo de Astorga, contiene una prosa acentuadamente leonesa (49). Después de un análisis histórico y filológico de una versión del Poema de Alfonso XI, coetánea de los hechos narrados, Diego Catalán llega a la conclusión de que este poema es una de las últimas obras de la vieja literatura leonesa (50).

El Rey Sabio, a la vez que cuidó el desarrollo del castellano en sus obras históricas y legislativas, cultivó el gallego como idioma de la literatura lírica. La creación de la Universidad de Salamanca por Alfonso IX de León fue un acontecimiento de gran trascendencia cultural, no sólo para los países de la corona leonesa, sino para todos los de ambas coronas, conjunto que ya incluía también los reinos cristianos de Toledo, Andalucía y Murcia. La Universidad salmanticense recibió fuerte y definitivo impulso en el reinado de Alfonso X, que incorporó a ella los estudios antes establecidos en Palencia por Alfonso VIII.

El nacimiento de las Cortes leonesas en 1188 fue un hecho que, al mismo tiempo que reforzó la estructura de la monarquía, contribuyó a afirmar la personalidad nacional del País Leonés. Tuvo amplias repercusiones políticas en toda la España cristiana y aun allende Pirineos.

Unidas después las coronas, a pesar de la precedencia del nombre castellano en el múltiple conjunto de los países de la gran monarquía, la legislación que se produce en el ámbito general no es castellana. Los nuevos ordenamientos obedecen más a la tradición unitaria del Fuero Juzgo que a la de la vieja Castilla, «país sin leyes», al decir de Galo Sánchez (51).

En este variado panorama, político y geográfico, el País Leonés, por sus estructuras sociales así como por sus raíces históricas y su cultura, tenía muchas más semejanzas y vinculaciones con Asturias, Galicia y, por supuesto, Extremadura (y aun con Toledo, Andalucía y Murcia, hecha en estos casos la salvedad lingüística) que con Castilla, más afín al País Vasco y al Bajo Aragón, aunque, hoy más que nunca, haya gran empeño en presentar otra cosa.

Las divisiones administrativas (tanto políticas como eclesiásticas) de aquella época no determinaban los límites lingüísticos. Éstos eran a veces de épocas diferentes o se habían formado en diferentes condiciones. Las divisiones políticas pueden explicar algunos límites lingüísticos, pero no el conjunto de la división idiomática de la Península Ibérica. Los límites primeros de un fenómeno lingüístico pudieron haber sido alterados por fenómenos posteriores, dice Menéndez Pidal al concluir su monumental estudio filológico Los orígenes del español. Así, el lento avance hacia occidente del romance castellano por la llanura leonesa no coincidió con la brusca división de la Tierra de Campos, entre Castilla y León, a la muerte de Alfonso VII el Emperador. Menos aún coincidían ambos países en el aspecto político y social. Esta comarca, natural e histórica, fue siempre política y socialmente leonesa. Desde sus orígenes como parte de la monarquía asturiana nunca dejaron de regir en ella las leyes del Fuero Juzgo, modificadas después a partir del reinado de Fernando III y más aún tras la obra legislativa de Alfonso el Sabio y sus continuadores; y nunca se asentaron en el suelo de Campos las instituciones forales castellanas.

Ya hemos visto que a comienzos del reinado de Enrique II, muchos años después de la unión de las coronas en la cabeza de un mismo monarca y a pesar de los progresos de la legislación unitaria, el País Leonés seguía con estructuras, normas legales, costumbres y funcionarios propios. Mencionemos como ejemplo entre muchos semejantes que, de acuerdo con el ordenamiento de las cortes de 1368, los alcaldes en las tierras de León debían ser leoneses y en las tierras de Castilla castellanos.

(45) Marqués de Lozoya, Historia de España, T. 2, p. 189.
(46) José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español, T. 1, pp. 197-208.
(47) Historia Social y Económica de España y América, dirigida por J. Vicens Vives,T. 11, pp. 53-54.
(48) R. Menéndez Pidal, Orígenes del Español, p. 24.
(49) R.Lapesa,HistoriadelaLenguaEspañola,pp.204,245-246.
(50) Diego Catalán y Menéndez Pidal, Poema de Alfonso XI (Fuentes, dialecto, estilo),
Madrid, 1953. Reseña en Cuadernos de Historia de España, XXIII-XXIV, Buenos Aires, 1955, pp. 378-380.
(51) E. Gacto y otros, El Derecho Histórico.... pp. 219-220.

(Anselmo Carretero y Jiménez. .El Antiguo Reino de León (País Leonés).Sus raíces históricas, su presente, su porvenir nacional. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1994, pp 487-491)

La cultura .el Idioma 3 (A. Carretero, El Antiguo Reino de León)

LA CULTURA. EL IDIOMA 3

Ya hemos visto que, cuando la Tierra de Campos estuvo dividida entre Castilla y León y Alfonso VIII ocupaba la parte oriental, este rey castellano estableció en Palencia un estudio, lo que impulsó a su primo Alfonso IX de León a crear la Universidad de Salamanca para que sus súbditos no tuvieran que salir a estudiar fuera del reino. En el año 1240, Fernando III ordenó el traslado de los estudios de Palencia a Salamanca, «para agradar a los leoneses» (10).

La Universidad de Salamanca, en sus orígenes señaladamente leonesa, se convirtió así desde el reinado de Fernando III en leonés-castellana. Hoy, eso de «la gloriosa Universidad Castellana de Salamanca» es un tópico tan arraigado, y tan falaz, como el «de la inmensa llanura de Castilla la Vieja».

Alfonso X obtuvo del Papa en 1255 que Salamanca fuera uno de los cuatro estudios generales de la cristiandad, al lado de los de Oxford, París y Bolonia. Del Papa Martín V recibió en 1422 las constituciones definitivas. De acuerdo con ellas, la elección del rector se hizo durante siglos alternativamente: un año de León y otro año de Castilla (pero nunca vecino de Salamanca) (1 1).

Fernando III, por lo menos desde que tomó posesión del gobierno de Galicia en el año 1232 (de jubileo compostelano), se había aficionado a la poesía gallega. Es sabido que pasó parte de su niñez en Galicia, pero no se sabe si entonces aprendió el gallego. Fernando no volvió a vivir en Galicia, pero en su corte se cultivó la lírica gallega. Poetas gallegos y portugueses escribieron para ella cantigas de amigo. Solía llevar poetas en su séquito, incluso en sus campañas militares, alguno de los cuales fue también guerrero y recibió heredades en tierras de Sevilla. Su hijo Alfonso el Docto dice que Fernando apreciaba a los «omes cantadores et sabiéndolo él facer», y que le gustaba oír a juglares que supiesen tocar instrumentos y entendía quiénes lo hacían bien y quiénes no.

En el reinado de Fernando III se desarrolló el cultivo de la música, y adquirió importancia el organista y maestro de música de las grandes iglesias.
El crecimiento de las ciudades de la corona de León, que ya había sido grande en la época de su padre, Alfonso IX, continuó en el reinado de Fernando III; y con él, el cultivo de las artes y el desarrollo de la cultura en general, favorecido por el abundante comercio e intercambio de objetos y saberes en el camino de Santiago, frecuentado por peregrinos y mercaderes ultrapirenaicos.

La influencia cultural y política de Galicia en el País Leonés había sido muy grande, hasta el punto de que en el Andalus y en Castilla se solía llamar gallegos a todos los súbditos de la corona leonesa. Los reyes leoneses tenían la costumbre de educar a sus hijos en casa de algún magnate gallego muy cercano al trono. Recordemos que el mismo Fernando pasó en Galicia los primeros años de su infancia.

A pesar de los gastos apremiantes originados por las campañas militares de la Reconquista y la posterior repoblación en los países de la corona leonesa y de la castellana, se hicieron muchas obras durante el reinado de Fernando III. En tierras de León, aunque con menos actividad que en Castilla, se continuaron las obras catedralicias. En la de León se trabajaba asiduamente, la de Santiago estaba terminada y la de Ciudad Rodrigo alcanzaba la parte más alta. Se buscaba en las grandes iglesias mayor amplitud y más luz mediante vitrales. Al mediar el siglo XIII está en su apogeo el estilo gótico.

Continúan también las construcciones menos costosas de ladrillo en tierras como las de Sahagún, donde falta la piedra y ésta es muy cara, lo que dio origen a la arquitectura morisca, de que son destacados ejemplos las iglesias sahagunesas de San Tirso y San Lorenzo.

Los eclesiásticos seguían escribiendo en latín sus documentos y sus libros; pero al comienzo del reinado de Fernando III el romance castellano ya había avanzado hacia el País Vasco y Navarra y mucho más por el sur, al compás de la Reconquista militar, por toda la Castilla meridional hasta Toledo y Cuenca y más al sur por tierras del reino toledano. Por el occidente había entrado en la Tierra de Campos, favorecido por la ocupación de su parte oriental por Alfonso VIII. Al final del reinado de Fernando III aún no había llegado a las actuales provincias de León, Zamora y Salamanca. El leonés se seguía hablando desde Gijón hasta la raya de Andalucía y desde la movediza frontera idiomática entre Castilla y León hasta la leonesa con Galicia y Portugal. El castellano se empezaba a utilizar en la corte real, en las familias de la nobleza que hasta entonces habían hablado leonés, y entre las personas cultas para obras literarias.

El castellano comenzó a tener carácter oficial cuando Fernando III ordenó que se tradujera el Fuero Juzgo al romance para que fuera ley común de Andalucía, orden que corroboró su hijo Alfonso al mandar que el canciller del rey supiera «leer e escribir tan bien en latín como en romance».

Sobre los límites geográficos entre el castellano y el leonés encontramos datos muy interesantes en el estudio lingüístico que del Fuero romanceado de Sepúlveda hizo Manuel Alvar (12), a cuyo parecer la lengua de este fuero representa el estado lingüístico de Sepúlveda en la segunda mitad del siglo XIII. Los elementos no castellanos en ella más abundantes son los leonesismos, lo que puede explicarse por una penetración cultural del leonés, ya que la literatura leonesa era en ese siglo prestigiosa y abundante y León había tenido hasta entonces la hegemonía política. Si en un lugar tan castellano como Sepúlveda penetraban así los leonesismos, puede colegirse, coincidiendo con lo que la filología histórica muestra, que en la época de la tercera unión de las coronas de León y de Castilla la lengua de la Tierra de Campos era el leonés oriental.




(10) Diego de Colmenares, Historia de la Insigne Ciudad de Segovia..., T. 1, Cap. XXI -
(11) RafaelGibert, HistoriaGeneraldelDerechoEspañol,Granada,1968,pp.55-56.
(12) Manuel Alvar, Estudio lingüístico y vocabulario del Fuero romanceado de Sepúlveda, Segovia, 1979, p. 659.


(Anselmo Carretero y Jiménez. .El Antiguo Reino de León (País Leonés).Sus raíces históricas, su presente, su porvenir nacional. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid 1994, pp 426-428)