lunes, noviembre 13, 2006

CULTURA E HISTORIA 1 ( LA supuesta hegemonía de CAstilla, A. Carretero; Castilla, orígenes...)

LA SUPUESTA HEGEMONÍA DE CASTILLA Y EL OCULTAMIENTO HISTÓRICO DE LEÓN

La época del Imperio español de los Austrias es generalmente considerada como la de mayor hegemonía castellana. Se dice que la expansión de lo español por el mundo es una expansión castellana; que la monarquía imperial y el imperio español son una monarquía y un imperio castellanos; que Castilla fue el corazón y el centro de este im­perio; que ella impuso su lengua, lengua imperial que los conquistadores castellanos llevaron a todos los continentes; que de Castilla proviene el absolutismo unitario y centralista; que Castilla soñó con señorear el mundo mediante una gran monarquía que concibió como.

Una grey y un pastor solo en el suelo,
un monarca, un imperio y una espada.

Todo esto constituye hoy un gigantesco lugar común aceptado como verdad in­discutible.

Un ejemplo muy concreto de tales ideas son las siguientes palabras de un texto que a la vista tenemos: "Castellanos fueron, con contadas excepciones, los soldados, los di­plomáticos, los misioneros, los teólogos, los hombres de Estado... que llevaron por el mundo unos valores y una civilización con pretensiones universales, pero, de hecho castellana". Por otra parte, el mismo historiador, en la misma página, escribe dos veces los reinos castellanos -en plural- refiriéndose sin duda a los que integraron lo que él, y la mayoría de los autores, llaman corona de Castilla. Estamos pues, una vez más, ante la gran confusión que tiene su origen en llamar abreviadamente corona de Castilla a lo que era corona de Castilla y de León, y de Toledo, y de otros muchos reinos v países diferentes; en identificar a Castilla con el conjunto de entidades histórico-geo­gráficas que ella nominalmente encabezaba; en confundir el todo con la primera de la larga lista de sus partes. Por otro lado, si es verdad que el nombre castellano, por un azar circunstancial, encabezaba este conjunto desde 1230, no lo es menos que antes, desde 1037, lo encabezó León, y no por casualidad, sino por la sólida razón de que León fue antes que Castilla y por ello núcleo histórico de la nación que todos estos es­tados, países y pueblos contribuyeron a formar. Todo este monumental embrollo que­daría en grandísima parte resuelto si en lugar de la corona de Castilla se dijera siempre corona de Castilla y de León, y aún mejor corona de León y de Castilla, o reinos de León y de Castilla, como acertadamente escribían en el siglo pasado muy conocidos autores (incluso la Real Academia de la Historia)(27).

Poco después, en las mismas páginas, el aludido autor afirma que la corona de Cas­tilla estaba constituida por diversos reinos. Patente y manifiesta es la incoherencia no­minal. Si la corona de Castilla estaba constituida por muchos reinos diferentes, cuya extensión territorial y número de pobladores eran muy superiores a los de la sola Casti­lla, claro está que la mayoría de los súbditos de la corona llamada castellana no eran propiamente castellanos, sino andaluces, extremeños, leoneses, toledanos, etc.; y que los famosos soldados, misioneros, diplomáticos, teólogos... castellanos, en su gran ma­yoría no eran castellanos.

En las guerras de Italia y Flandes los soldados procedían de todos los estados y paí­ses del imperio (italianos, borgoñones, alemanes, flamencos y españoles, éstos de todos los reinos de España, así es que los castellanos eran, por doble razón, manifiestamente minoritarios). El Gran Capitán por antonomasia era andaluz, el duque de Alba de Tor­mes ostentaba un título nobiliario leonés. En la batalla de Pavía, eran muchos los lans­quenetes alemanes del ejército imperial, el centro de este ejército lo mandaba un francés, el condestable de Borbón; los otros principales jefes eran: el marqués de Pes­cara, napolitano; el marqués de Vasto, también napolitano; y el navarro Antonio de Leiva. Los tres soldados españoles que hicieron prisionero al rey de Francia eran un vasco, un gallego y un andaluz. En la batalla de San Quintín fue principal instrumento de la victoria la caballería flamenca que mandaba el conde de Egmont (cuando intervi­no el jefe Filiberto de Saboya, italiano, la batalla ya estaba prácticamente decidida). Don Juan de Austria, el gran jefe vencedor de Lepanto, era hijo natural del emperador Carlos V y de una señora alemana; y el famoso almirante don Álvaro de Bazán, que tan importante actuación tuvo en este y otros combates navales, era andaluz.

El unitarismo y el centralismo español, que los naturales de los países de la antigua corona catalano-aragonesa identifican con Castilla, no es de origen castellano. La mo­narquía absolutista y el Imperio español poco, salvo la lengua, tienen de castellano. Y esta lengua -espontáneamente hablada en Castilla, el País Vasco, Navarra y el Bajo Aragón- no fue impuesta por Castilla, sino por unos reyes de las coronas unidas que poco tenían de castellanos. Castilla, contra lo que generalmente se dice no forjó el Es­tado español, ni hizo a España; contribuyó a hacerla, junto con los demás españoles, y no precisamente en sus estructuras políticas y sociales. Hemos visto en capítulos ante­riores cómo, después de la unión de las coronas de León y de Castilla, la herencia so­cial y política de la vieja Castilla (oposición al Fuero Juzgo; juicios de albedrío; comunidades igualitarias; concejos de elección popular; propiedad colectiva de los bos­ques, pastos, aguas, molinos...; comunidades de ciudad y tierra integradas por munici­pios con concejos autónomos, milicias concejiles con enseña propia y capitanes nombrados por el concejo; funciones limitadas del rey y de sus representantes en los concejos...) desaparece en lento proceso de aniquilamiento. Y sabemos que a .partir de la unión de las coronas la evolución del nuevo Estado hacia formas más modernas se hace de acuerdo con la herencia de la monarquía leonesa (Fuero Juzgo actualizado con las Leyes Leonesas o Fuero de León de 1020, municipio leonés, Cortes leonesas de 1188 ...). Las grandes creaciones de la corona de León y de Castilla, que territorialmen­te se expande por la España meridional hasta la conquista de Granada, desde el Fuero Real y las Partidas son de estirpe leonesa, y constituyen las bases jurídicas de un nue­vo Estado y una nueva sociedad en formación. En ellas están los principales orígenes medioevales del Estado español que llega al siglo XX. Todo esto queda expuesto es­quemáticamente -el proceso real no es tan sencillo- en páginas anteriores.

Un lugar común que constantemente se asocia al de la Castilla imperial es el de la alta nobleza y la aristocracia castellana. A los Grandes de España y a los Títulos de la monarquía española se les menciona frecuentemente como la gran nobleza y aristocra­cia de Castilla. Sabido es que una de las características de la vieja Castilla, dentro del conjunto de los reinos peninsulares, era la ausencia de una poderosa nobleza, que en realidad no comienza a surgir hasta después de la unión de las coronas y nunca llegó a ser tan poderosa como en otras partes de España. Repetidamente hemos podido com­probar que los más ricos y poderosos señoríos de la monarquía imperial tenían su asiento en tierras de Extremadura, Andalucía y Murcia, y que los más antiguos linajes tuvieron sus orígenes en los países de la corona de León.

Sabemos que los mejores cartógrafos de aquella época eran en gran parte mallorqui­nes; y hemos visto que los protagonistas de la gran hazaña del descubrimiento de América fueron principalmente navegantes andaluces. Repasando rápidamente los nom­bres y el lugar de origen de los personajes más famosos de la exploración y la conquis­ta de las Indias Occidentales y el Océano Pacífico anotamos la siguiente lista: Cristóbal Colón, Martín Alonso Pinzón (andaluz), Francisco Martín Pinzón (andaluz); Vicente Yáñez Pinzón (andaluz), Álvar Núñez Cabeza de Vaca (andaluz), Vasco Núñez de Bal­boa (andaluz), Juan Ponce de León (leonés), Francisco Hernández de Córdoba (anda­luz), Hernán Cortés (extremeño), Juan de Grijalva (castellano), Juan de Garay (vasco), Alonso de Ojeda (castellano), Pedro de Mendoza (andaluz), Juan Sebastián Elcano (vasco), Hernando Magallanes (portugués), Hernando de Soto (extremeño), Francisco Pizarro (extremeño), Diego de Almagro (extremeño), Francisco de Orellana (extreme­ño), Diego de Ordás (leonés), Gonzalo Jiménez de Quesada (andaluz), Francisco Váz­quez de Coronado (leonés), Gonzalo Pizarro (extremeño), Hernando Pizarro (extremeño), Miguel López de Legazpi (vasco), Andrés de Urdaneta (vasco), Juan de la Cosa (castellano) Américo Vespucio (Amérigo Vespucci, italiano), Pedro Alonso Niño (andaluz).

Difícil es encontrar datos numéricos o estadísticas sobre la procedencia regional de la inmigración española en América en el siglo XVI; y cuando se hallan no dan con precisión los límites que atribuyen a cada región, por lo que no es posible averiguar con ellos cuántos de esos inmigrantes procedían del País Leonés, cuántos de Castilla, cuántos del reino de Toledo y cuántos de otros reinos o países de España. Quien deján­dose guiar por el tópico literario creyera que la mayoría eran castellanos se alejaría mucho -muchísimo- de la nuda realidad.

En un interesantísimo trabajo de Guillermo Céspedes sobre la emigración española a América en el siglo xvi (25) encontramos los siguientes datos correspondientes al lapso 1509-1534 y a cada una de las actuales provincias españolas. Este autor nos ha sido más útil en media página, con un mapa y cuarenta y ocho números, que volúme­nes enteros de disquisiciones patrióticas, literarias y sociológicas pseudocientíficas so­bre la gigantesca obra llevada a cabo por los "castellanos" en el Nuevo Mundo.

Estos datos incluyen hombres y mujeres. Los varones fueron grandísima mayoría, sobre todo en los primeros anos. Un diez por ciento de las licencias de embarque se otorgaron a mujeres, la tercera parte de las cuales eran casadas que iban a reunirse con sus maridos. Después la distribución de la población entre hombres y mujeres se equi­libró mucho por el nacimiento en América de hijas de familia y la llegada de las que habían quedado en España. La inmigración clandestina no fue entonces muy grande.

CUADRO

GALICIA
La Coruña 50 Lugo 35 Orense 27 Pontevedra 27
Total 139 1,8%

ASTURIAS Total 181 2,3%

REINO DE LEÓN

León 103 Zamora 166 Salamanca 652 Valladolid 424

Palencia 156
Total 1682 21,5%

CASTILLA

Santander. 103 Burgos 316 La Rioja 71 Soria 78 Segovia 153

Ávila 175 Madrid 192 Guadalajara 91 Cuenca 45
Total 1224 15,7%

PAÍS VASCO

Vizcaya 72 Guipúzcoa 85 Álava 59
Total 216 2,7%

REINO DE TOLEDO

Toledo 425 Ciudad Real 127 Albacete 45

Total 583 7,5%

EXTREMADURA

Cáceres 499 Badajoz 890
Total 1389 17,8%

MURCIA
Total 17 0,2%

ANDALUCÍA

Huelva 223 Sevilla 1365 Cádiz 146 Córdoba 231 Jaén 151 Málaga 45
Granada 78 Almería 6
Total 2245 28.7%


NAVARRA
Total 23 0.3%

ARAGÓN

Huesca 2 Zaragoza 34 Teruel 10
Total 46 0,6%

CATALUÑA

Gerona 15 Lérida 1 Barcelona 17 Tarragona 5
Total 38 0,5%


PAÍS VALENCIANO

Castellón 2 Valencia 20 Alicante 4
Total 26 0,3%

ISLAS BALEARES
Total 0,1%

ESPAÑA:
Total: 7820 100,0%


De los datos aquí recogidos, bastante significativos porque abarcan cerca de ocho mil individuos podemos decir que:

a) Los inmigrantes procedentes de los países de la corona de León y Castilla fue­ron abrumadora mayoría.
b) La emigración a América de los países de la corona catalano-aragonesa fue in­significante.
c) Los leoneses fueron más que los castellanos.
d) La inmigración castellana en el Nuevo Mundo fue proporcionalmente pequeña.
e) La región que aportó mayor contingente fue Andalucía (casi la cuarta parte). Andalucía juntamente con Extremadura enviaron casi tanta gente como todo el resto de España.
K) La sola provincia leonesa de Salamanca envió a América más colonizadores que las castellanas de Santander, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Guadalajara y Cuenca juntas.

Claro está que eso de "castellanos fueron, con contadas excepciones, los soldados, misioneros... que llevaron por el mundo unos valores y una civilización con pretensio­nes universales", tiene mucho más de fantasía literaria -o de deformación política - ­que de realidad histórica.

Conviene anotar que en esta clase de estudios suele no tenerse en cuenta la partici­pación de Portugal.

Los conquistadores castellanos llevaron a América la lengua de Castilla, se dice. La verdad es que siendo, entre los conquistadores de América, pocos, relativamente, los castellanos, la lengua de Castilla la llevaron principalmente andaluces, extremeños y leoneses. Ni en la misma España el desarrollo en perfección de la lengua castellana era ya obra de los castellanos. La primera Gramática Castellana la escribió el sevillano Ne­brija. De los más famosos escritores en lengua castellana de la Edad de Oro no eran castellanos: Garcilaso de la Vega (toledano). Ercilla (sevillano), Gil Vicente (su idioma familiar era el portugués), Lope de Rueda (sevillano), el cronista de Indias López de Gómara (sevillano), Mariana (toledano), Arias Montano (extremeño), el cronista de In­dias Bernal Díaz del Castillo (de la Tierra de Campos), Luis de Granada (andaluz), Ruiz de Alarcón (mejicano), Góngora (andaluz), Juana Inés de la Cruz (mejicana), los hermanos Argensola (aragoneses), Juan Luis Vives (valenciano), Gracián (aragonés), Francisco Suárez (andaluz)...

La época de Gonzalo de Berceo, el Poema de Fernán González, el Cantar de Alio Cid y el arcipreste de Hita, cuando la literatura en lengua castellana se escribía en Cas­tilla, hacía mucho tiempo que había pasado. A la vez que el castellano se extendía por tierras leonesas y toledanas, en la Tierra de Campos y en Toledo aparecían los nuevos focos literarios; después brotaron ricos manantiales en Andalucía, y en el Nuevo Mun­do de habla castellana.

Como los errores se suelen suceder en cadena, se admite también, como verdad evi­dente, que los conquistadores llevaron también a América las leyes, las instituciones y las costumbres de Castilla. Nada más falso. En el siglo XVI apenas quedaban en algu­nos lugares de España restos vivos de las leyes, las instituciones y las costumbres en verdad castellanas: el rechazo del Fuero Juzgo, los concejos y los jueces de elección popular, la sociedad igualitaria que se refleja en el Fuero de Sepúlveda, los poderes li­mitados del rey y de sus representantes en las merindades de la Castilla cantábrica y las comunidades de ciudad y tierra de la Castilla celtibérica. Mal podrían llevarlos a tierras americanas los castellanos que hacía mucho tiempo las habían perdido en la suya.

Las leyes y las instituciones que los conquistadores andaluces, extremeños y leone­ses pudieron llevar a América eran las entonces vigentes en los países de la corona de León y Castilla (mucho más modernas y más acordes con la monarquía imperial que las viejas castellanas): las que, con raíces en el Fuero Juzgo romano-visigodo del reino de León, estableció Alfonso el Sabio por medio del Fuero Real y las Partidas y fueron después continuadas en favor del absolutismo real por los monarcas de las casas de Trastámara y de Austria.

Y aquí, otra vez, el doble juego: atribución a Castilla de una obra que, en general, le es ajena; y ocultación del gran legado histórico de la corona leonesa.

En 1572 Luis Vaz de Camoens publicó en Lisboa Os Lusíadus, epopeya que canta las hazañas de los portugueses que llegaron por primera vez a las Indias Orientales. Es en gran parte un relato del viaje de Vasco de Gama, quien, doblando el cabo de Buena Esperanza, llegó a Calicut en 1498. Os Lusíadas es la obra cumbre de la literatura por­tuguesa y una de las rnás importantes de la literatura universal. Camoens, como Gil Vi­cente y como otros portugueses de la Edad de Oro de la literatura española, fue un autor bilingüe que también escribió poemas en castellanos.

A pesar de la amplia expansión del castellano como lengua oficial por la mayor par­te de la Península, de la concentración del poder en el trono de un solo monarca, de la burocratización centralista y de las tendencias unificadoras del gobierno central, los españoles, además de tales, seguían siendo catalanes, vascos, leoneses, castellanos, andalu­ces... No sólo en la múltiple titulación de los reyes, también en la conciencia de los súbdi­tos pervivían las diversas Españas de origen medioeval y raíces aún más profundas.

Esto se manifiesta espontáneamente y con toda claridad en la conquista y la coloni­zación americanas. Cuando algún notable conquistador (o un grupo de ellos en que ge­neralmente predominan los de alguna región de España) hace escala en un lugar hasta entonces desconocido o funda un nuevo centro de población, se acuerda de su patria regional o local y le pone su nombre. Surgen así por toda la vasta superficie del Nuevo Mundo los nombres de las regiones históricas y las viejas ciudades-de España, princi­palmente andaluzas, extremeñas y leonesas.

Nueva España fue el nombre que se dio a Méjico y dentro de ella estaban: Nuevo León (actual estado del mismo nombre), Nueva Galicia (hoy estados de Jalisco y Aguascal¡entes), Nueva Vizcaya (estados de Chihuahua y Durango). Nueva Andalucía se llamó a lo que hoy es Venezuela; Nueva Granada, a Colombia; Nueva Castilla, a Ecuador; Nuevo Toledo, a Perú; Nueva Extremadura, a Chile. También llamaron los conquistadores Nueva Castilla a la Isla de Luzón, en Filipinas.
Muchos son los lugares de las Indias Occidentales y del Pacífico a los que los con­quistadores pusieron nombres andaluces, extremeños y leoneses.

En Méjico (nuestra segunda patria, donde escribimos estas páginas) las huellas que dejaron los colonizadores del antiguo reino de León son muy notables. Un estado de la federación (Estados Unidos Mejicanos, es el nombre oficial de la república) se llama Nuevo León (como llamaron los conquistadores al territorio que hoy ocupa); una ciudad, León (en el estado de Guanajuato); otra Zamora (estado de Michoacán); otra Sala­manca (estado de Guanajuato), y dos se llamaban Valladolid (una en el estado de Yucatán, que conserva su nombre, y otra en el estado de Michoacán, que hoy se llama Morelia).

En resumen: toda la literatura sobre la hegemonía imperial de Castilla es pura fantasía o pereza mental de quienes repiten a troche y moche falsos tópicos sin molestarse en averiguar qué puede haber de cierto en ellos.

La mentira, dice Caro Baroja, es el protagonista principal de la historia al que no se quiere reconocer su superioridad sobre todos los demás (26). En el caso de la llamada "hegemonía imperial de Castilla" en el pasado histórico de España, estas palabras de don Julio nos parecen muy ajustadas a la realidad.

NOTAS
25) Guillermo Céspedes, en la Historia Social y Económica de España y América. T. 111. p. 395.
26) Julio Caro Baroja: El mito del carácter nacional. Madrid, 1970. p. 46.
27) Joseph Pérez: Historia de España 16. T. 6.


(Anselmo Carretero Jiménez. Castilla, orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Ed. Porrua, México 1996. Pp 585-592)

No hay comentarios: