TRIBUNA
Juan Antonio Folgado Pascual
Tenía que ser un 14 de febrero, día de San Valentín, patrón de los enamorados. Desde que falleció su amada Julia, don Manuel ya no era el mismo, parecía que los años le pesaban más… Tal vez fue la flecha de Cupido la que le ha traspasado para volverse a reencontrar con su anhelada esposa, allá en el Cielo.
Tristes nos deja su ausencia a los segovianos, de pila y adoptivos, pues acabamos de quedar huérfanos de una de las figuras más señeras de la intelectualidad patria. Probablemente, uno de los nacidos en Segovia de mayor talento a lo largo de la historia, comparable a los Juan Arias Dávila, Domingo de Soto, Andrés Fernández de Laguna, Diego de Colmenares o Juan de Contreras.
Probablemente, se le conozca más como el “abogado de todos los segovianos”, pues, aparte de haber defendido numerosísimas causas privadas, entre otras las de mi familia desde hace muchísimos años, ha amparado bastantes otras relacionadas con el acervo colectivo, como la devolución de los montes de Balsaín (su última conferencia en la Academia de San Quirce), oposición al pantano de Bernardos, defensa de la Noble Junta del Cambrones, etcétera. También será recordado por los muchos años que ejerció dignamente, con equilibrio y sabiduría, como Decano del Colegio de Abogados de Segovia. Pero en su faceta de humanista destaca su gusto por el folklore segoviano, personalizado en su amigo Agapito Marazuela, y por las poesías de San Juan de la Cruz y Antonio Machado, seguramente los mejores poetas que han vivido en nuestra ciudad.
No obstante, sin duda, su faceta fundamental ha sido la de intelectual preclaro, al servicio de Segovia y de Castilla, sin perder la cercanía con ese pueblo del que siempre gustaba decir: “En Castilla nadie es más que nadie”. Precisamente, destaca por sus obras dedicadas a dicha misión, como “Segovia, pueblo, ciudad y tierra” (1970), “Historia jurídica y social de Segovia” (1974) y “La entidad histórica de Segovia” (1981). En ellas don Manuel se descubre como enamorado y defensor de Segovia y de Castilla, rememorando la tradición histórica en sus inicios, donde reinaba una democracia casi perfecta, que él traducía en ideal.
Discípulo de don Anselmo Carretero, pero bebiendo en las fuentes de Unamuno, Ortega, Machado y otos, don Manuel encarnaba la defensa de los valores e intereses del territorio de la “Extremadura de Castilla”; incluso llegó casi al activismo a través de la asociación por él creada, “Comunidad Castellana”, para defender la autonomía uniprovincial de Segovia en los años de la transición democrática. Pero su obra literaria no se limita a esta temática, sino que penetra en terrenos mucho más próximos a sus conciudadanos. “Vida y muerte del río Clamor”, “Biografía del río Marijabe”, “Segovia y la reina Isabel I” o “Segovia en la vida y la obra de Miguel de Cervantes” son otros títulos de don Manuel, sin ánimo de agotar un inventario bibliográfico bastante más amplio, que muestran su perfil polifacético.
Cabe añadir las numerosas aportaciones como publicista y certero creador de opinión en la prensa local o regional, cuya mejor síntesis se condensa en una de sus últimas publicaciones: “Breviario segoviano” (2002). El reconocimiento de su obra jurídica, histórica y humanística se resume en el excelente nivel de aceptación de sus publicaciones y el éxito de público en sus conferencias, así como por su condición de académico de la Real Academia de Historia y Arte de San Quince, de la que fue director en un dilatado período de tiempo.
Otra faceta, poco conocida, fue la de militante comprometido en pro de la democracia. Don Manuel, hijo de padres humildes y brillante abogado por su inteligencia y esfuerzo, apostó siempre por una España democrática y constitucional. Esta idea, que se ha mantenido incólume por amplios años en su ideario, le costó la cárcel en el penal del Dueso, en Santoña (Cantabria), por su “execrable” -en aquella época de posguerra- delito de opinión adverso al régimen del general Franco. Tuvieron la culpa unos folletos por él ideados e impresos en una imprenta bastante conocida en la ciudad, en defensa de la libertad y de la democracia. Me consta, por testimonios que fueron para mí muy cercanos, que don Manuel ejerció en la mencionada prisión una labor cultural y educativa con sus compañeros de fatigas, entre los que se encontraba mi padre, hasta el punto de que consiguió que muchos salieran de semejante “hotel” bastante más ilustrados de lo que entraron o, al menos, habiendo leído “El Quijote”.
A mí, particularmente, me emocionó, en una de las últimas conversaciones que tuve con don Manuel, aparte de sus consejos de humanista y sus consideraciones sobre mis libros y algunos de mis artículos recientemente aparecidos en la prensa local, su actitud de apertura y de perdón hacia sus adversarios políticos, su afán de superación de los odios de la guerra civil y su clarividencia en querer evitar que renazcan las “dos Españas”…
Sin embargo, no deseo finalizar esta breve nota sobre don Manuel sin mencionar su profundo sentido religioso, su adhesión a Cristo y a sus Evangelios. Aparte de su pertenencia perenne a la Cofradía de la Esclavitud del Santo Entierro -que procesiona en Viernes Santo al Cristo de los Gascones-, don Manuel mantenía unas sólidas y bien fundadas creencias religiosas, de las que derivaba una ética incólume, conocida y admirada por todos en nuestro ámbito.
Considero que Segovia no puede permanecer impasible ante la pérdida de uno de sus hijos más preclaros de todos los tiempos. Algo tendrá que hacer la ciudad para honrar a un hijo que tanto ha dado por ella, por su provincia, por Castilla y por España, como don Manuel González Herrero.
Como citó don Manuel del conocido poema de Jorge Manrique, cuando dedicó una de sus últimas obras a su esposa, “aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo su memoria”.
sábado, marzo 11, 2006
In memoriam: Don Manuel González Herrero
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