martes, junio 15, 2010

La cadena de agravios (Luis Carretero Nieva 1917)

La cadena de agravios


Cada una de las circunstancias de que Valladolid se sirvió para desalojar de nuestra tierra el espíritu castellano e implantar en su lugar el leonés, haciendo así posible la anexión de la región de Castilla la Vieja a la que, llamándose con el nombre de Castilla, continuaba siendo por todos conceptos. región de León, dio lugar a que Castilla la Vieja recibiese de.Valladolid otros tantos agravios. Tal vez la Intención de Valladolid no fuese la de ofender ni mortificar a Castilla la Vieja, pues su propósito se limitaba acaso a someterla a su dirección, suponiendo quizás que Castlla la Vieja podría amoldarse a la norma leonesa; pero lo cierto es que en cada uno de esos agravios ha habido un perjuicio para nuestra región de Castilla la Vieja, que se ha despertado revuelta por el dolor de las heridas. Es oportu­no recordar que todos los dominadores invocan siempre para justificarse el provecho de los dominados, y que alegan que el pesar de verse conquistado queda resarcido con los beneficios aportados por la dirección de los dominadores argumentos que los sometidos aceptan por imposición de la fuerza o por ignorancia de la astucia en las llamadas conquistas pacíficas, pero que rechazan siempre que se dan cuenta de la estratagema de los intrusos y no vienen obli­gados a acatarlos por fuerza.

Todos esos agravios que nuestra región de Castilla la Vieja ha recibido de Valladolid, no pueden ser pasados en silencio por nosotros, pues los principios de la cortesía no bastan para que prescindamos del deber de atender a los intereses de nuestra tierra castellana vieja, cosa que consideramos superior en mucho a las consideraciones corteses debidas a Valladolid. Además, en todo esto hay que hablar clarísimamente y es una candidez ocultar que Valladolid con sus actos y las restantes provincias leonesas por su solidaridad con ella, han suscitado el resentimiento de Castilla la Vieja, si bien es cierto que el enojo que indudablemente ha causa­do la conducta de Valladolid, cesará tan pronto como las pro­vincias de la región leonesa dejen de inmiscuirse en asun­tos de Castilla la Vieja. El enfado de Castilla la Vieja, es debida a que la conducta de la región leonesa constituye un ataque a la Integridad de la personalidad de nuestra región, pero cesará tan pronto como los castellanos estemos segu­ros de que los leoneses no han de ser un peligro para la emancipación de Castilla la Vieja, ni un obstáculo para que los castellanos poseamos el dominio de nuestra voluntad co­lectiva regional. Cuando cesen los ataques, las pretensiones de dominio o intrusión, cesarán los rencores. La cordiali­dad de mañana está más en las manos de los leoneses que en las nuestras.

La concentración de los ferrocarriles en Valladolid ha constituido un despojo a Castilla la Vieja; la anulación de nuestro espíritu regional es una humillación; la suposi­ción de la igualdad de pueblo constituye un acto de desfi­guración; la afirmación de homogeneidad de territorio es una falsedad; la aplicación del. nombre de Castilla una ficción, y finalmente, el hecho de tomar el silencio de Castilla fa Vieja como asentimiento a la labor vallisoletana, es apro­vecharse de un estado de postración.

La concentración de ferrocarriles en Valladolid es un despojo, porque desviando todas sus líneas para que pasa­sen por Valladolid, se ha privado de ellas a todas las zonas centrales de Castilla la Vieja y por hacer que Valladolid. tuviese acceso fácil a las ciudades de Castilla la Vieja, se ha sacrificado en provecho de Valladolid la comunicación de las ciudades de Castilla la Vieja entre si y dentro de región, hasta el punto que ninguna de nuestras seis capitales tiene línea directa a otra de ellas, resultando además que entre las líneas actuales quedan extensiones enormes de terreno sin vías férreas. Lo más notable del caso es que Valladolid pretende todavía mayores privilegios, deman­dando que las energías necesarias para dotar de ferroca­rriles a regiones como la nuestra de Castilla la Vieja, huér­fanas de ellos,-se empleen en construir el pretendido ferrocarril Valladolid-Vigo, lo que ha dado motivo para que al fijarse nuestra región en las aspiraciones de Valladolid, se haya percatado de las ambiciones de esta ciudad en otro de orden de ideas y se haya convencido de su incompatibilidad con Castilla la Vieja. Castilla la Vieja no puede tolerar se hable de ferrocarriles en España, sin que se estatablezcan primero las comunicaciones necesarias de Santan­der con Segovia y Soria, por Burgos; de Santander con Logroño y de Logroño con Soria y Burgos; es decir, sin que se construya la red de comunicaciones interiores de Castilla la Vieja, que por consecuencia de la distribución de sus líneas actuales, no está ni aun comenzada.

La anulación de nuestro espíritu regional, aprovechán­dose de las circunstancias por las que pasaba nuestra re­gión, ha sido hecha por Valladolid, porque en Valladolid se ha forjado toda esa leyenda de la igualdad de carácter entre León y Castilla la Vieja; porque desde Valladolid se ha hecho la inoculación de la manera de ser leonesa en Casti­lla la Vieja; porque desde Valladolid se ha procurado que los castellanos acepten los gustos, las costumbres, las aficiones de tos leoneses, del modo como el esclavo tiene que aceptar las costumbres, las aficiones y los usos del amo; par eso la anulación del espíritu regional castellano pura aceptar el de León, es una humillación para Castilla la Vieja.

Al hablar del pueblo castellano, los vallisoletanos le han desfigurado para asemejarle al leonés y con ello han inferido una ofensa a los castellanos viejos, pues todo el que se ve disfrazado se siente ofendido. La afirmación de que en toda la cuenca del Duero hay un pueblo único es completa­mente arbitraria y arbitrario es también afirmar que las cumbres de la cordillera ibérica separen la habitación de dos gentes distintas. El pueblo que vive en las cabeceras del valle del Duero tiene un ascendiente étnico diferente del de las llanuras del bajo de dicho río, pero procede en cam­bio del mismo tronco que los pobladores de las riberas de­rechas del Ebro. El pueblo leonés se porta siempre con una delicada sagacidad que, asemejándole a sus vecinos los gallegos y asturianos, dota a sus actos de gran valor y eficacia; el pueblo que vive en las tierras altas del valle del Duero, obra con el mismo ingenuo desenfado que las gen­tes de Aragón. El pueblo de las llanuras leonesas pronun­cia con elegante suavidad un castellano de puro abolengo latino, mientras que en las tierras de Castilla la Vieja el lenguaje, con un léxico mucho más rico, se halla nutrido de palabras procedentes tal vez de los idiomas autóctonas de España y la pronunciación carece de la llana dulzura de los leoneses, asomando en ella el tono dejoso y enérgico que llega a confundirse casi con la manera aragonesa en las riberas riojanas y en las tierras orientales de Soria. El pueblo del alto Duero, por origen, por temperamento y cos­tumbres, por gustos, es claramente baturro, si bien su ba­turrismo no alcance el vigor de Aragón y las riberas rio­janas y navarras, consignando también que va atenuándose a medida que marchamos hacia el poniente.

La afirmación de que Castilla la Vieja y León tienen un mismo territorio, es una falsedad.. No puede admitirse esa afirmación, ni aun siquiera refiriéndola al reino de León y las tierras de Castilla la Vieja, en el valle del Duero, porque es una enormidad afirmar que todos los terrenos que cons­tituyen, una cuenca hidrográfica son uniformes, porque se­parándose las cuencas por montañas dentro de una misma cuenca, han de formar las grandes interminables llanuras y los terrenos escabrosos de las faldas de las sierras; den­tro de una misma cuenca, están las tierras bajas de las libe­ras, con sus climas templados y las tierras altas de las montañas con las nieves, las lluvias y los fríos; dentro de una misma cuenca se comprenden los montañeses de vida forestal o ganadera, generalmente industriosos y los ribereños comúnmente agricultores. Esto ocurre precisamente en Castilla la Vieja. Las tierras altas de Soria tienen una semejanza que casi es identidad con el país de Cameros y con las sierras segovianas, así como con los altos de Reinosa, pero se diferencian radicalmente del país de la pro­vincia de Zamora. El caso se repite a todas horas: Reinose y Tortosa son ambas de la cuenca del Ebro, pero no tienen el menor parecido; lo mismo ocurre con Soria y Oporto en el valle del Duero y con Molina de Aragón y Lisboa en la cuenca del Tajo.

El empleo que los vallisoletanos han dado a la palabra Castilla, ha sido una argucia que lea redundado también en perjuicio de nuestra región. Como esa palabra se ha tomar do en varias acepciones y como los catalanes la emplean para denominar a la España no catalana, resulta que Va­lladolid, valiéndose de tales equívocos, ha tomado varias veces la representación de Castilla y a titulo ilegítimo de provincia castellana, ha obtenido mercedes en compensa­ción a las conseguidas por otras regiones españolas, lle­vándose de ese modo lo que en una equitativa distribución hubiera correspondido a una provincia de Castilla la Vieja; esto, a más de constituir un usufructo indebido, implica una ofensa a la dignidad de una región tan poco respetada, que cualquier ciudad se sirve de ella tan arbitrariamente.

Y nos vemos obligados además a protestar de otro agravio que las provincias leonesas han inferido a la región de Castilla la Vieja y que ha consistido en abusar de la in­ferioridad de ésta, del estada de atonía en que se encontraba, de la disgregación de sus provincias, de la anulación de relaciones entre las comarcas de Castilla la Vieja y de la desaparición del concepto de la región para afirmar la unidad espiritual y efectiva de Castilla la Vieja y León, considerando el silencio de los castellanos como el sancio­namiento de esta unificación, a cuyo fin, si en Castilla la Vieja alentaba por casualidad algún resto de vida indepen­diente, pronto se ahogaba atrayendo hacia otra parte las energías necesarias para sostenerla. Las provincias leone­sas habían conseguido que toda España considerase como desaparecidas a las antiguas regiones de Castilla la Vieja y León y constituida en su lugar otra integrada por ambas que tenía su centro en la tierra de Campos. El poderío de los vallisoletanos consiguió que toda Espada y muy princi­palmente las opiniones de Madrid y Barcelona, considera­sen a Valladolid como verbo del pensamiento de Castilla, habiendo logrado también que despreciasen las aspiracio­nes de Castilla la Vieja, iniciadas y defendidas por la acción autónoma del país que fue el antiguo reino, considerando que sus seis provincias constituían parte de una región de­bidamente representada y no tenían autoridad para hablar en nombre de una agrupación ya desaparecida, creyendo tam­bién que nuestro silencio significaba aprobación de estos hechos.

Todos estos manejos tendían a presentar como una sola las dos regiones, persiguiendo en el fondo una cuestión económica de intereses, pretendiendo beneficiar a los de Valladolid en primer término y a los de la región de León en segundo lugar, sin preocuparse de los demás. No es de extrañar que todo el afán de los anexionistas vallisoletanos se concentrase en demostrar la coincidencia de los intere­ses de Castilla la Vieja con los de León, imponiendo los leoneses a los castellanos e infiriendo con ella otro agravio a nuestra región.

Todo el sistema económico de la región leonesa, se fundamenta en la producción agrícola, principalmente en la cerealista, habiendo sido esta producción cerealista el pre­texto que se ha tomado para proclamar la identidad de in­tereses entre Castilla la Vieja y León. Ciertamente que Castilla la Vieja cuenta actualmente con una no desprecia­ble cantidad de grano cosechado; pero hay que alegar que la producción de cereales ni es suficiente para atender a la creación de una positiva riqueza en la región de Castilla la Vieja, ni tiene la importancia que en las comarcas leonesas, ni se aviene a las condiciones agronómicas naturales de nuestra tierra. Valladolid sabe muy bien que en el orden de producción cereal posee una indiscutible supremacía sobre toda España, y piensa muy acertadamente que cuan­to mayor sea la importancia del circulo cerealista español, mayores serán también la autoridad que adquiera y los emolumentos que pueda disfrutar. No tenemos por qué estudiar, pues no nos importa el que la región de León sea, como parece, país e propósito para el cultivo preferente de ­los cereales, bastándonos con saber que hoy es una región eminentemente triguera; pera si debemos de insistir en que en Castilla la Vieja los intereses trigueros no tienen impor­tancia natural, sino que su desarrollo obedece a imposición de las circunstancias y que las condiciones en que se des­arrolla la producción de cereales, las que determinan las leyes de su economía, son distintas en Castilla la Vieja y en León, de tal modo, que aun considerando como atendi­ble en Castilla la Vieja lo que se refiere a cuestiones trigue­ras, ni alcanzan la superioridad que en León tienen sobre otras intereses regionales, ni admiten las mismas solucio­nes, ni requieren iguales atenciones y preferencias que en la región leonesa, porque tampoco tienen estas cuestiones en nuestro país las mismas necesidades que en el de León.

En tres formas principales se presenta la producción del campo: la ganadería, el cultivo, forestal y el llamado agri­cultura por antonomasia, que nuestros campesinos llaman ton mucho acierto labranza. La riqueza agraria de un país es el conjunto de la creada en estas tres formas, es decir, que no se reduce solamente al cultivo triguero, ni aun si­quiera lo que se llama la labranza, de la que los cereales son sólo una parte, siendo por consiguiente un error hacer sinónimas las palabras agricultura y cultivo de cereales, como alguien pretende en nuestra tierra, con tal fanatismo, con tal desprecio, que hay quienes sólo consideran regiones agrícolas a las que cultivan los cereales, considerando que las demás no merecen este título, lo que constituye una obcecación tanto más lamentable cuanto que es preciso confesar que es la agricultura cerealista la más mísera y pobre de todos las agriculturas, al menos dentro de España.

La agricultura cerealista tan mísera que sólo puede sub­sistir en las circunstancias que se dan en España al amparo un régimen protector, es en Castilla la Vieja una impósición, un destino que se ha dado al campo, obligado por una serie de desastres. administrativos, técnicos y sociales que han destruido las aptitudes ganaderas del país y destrozado su patrimonio forestal; pero las facultades natura les del territorio serán siempre las ganaderas y forestales y cuanto no sea restituirle a su apropiada situación, será ir contra la naturaleza. Consecuencia de ello es que a pesar de todos los esfuerzos y. en contra de todas las creencias venerables, de las seis provincias de Castilla la Vieja, tan sólo una, la de Burgos, puede ponerse al lado de las trigue­ras de España; es decir, que las cuestiones trigueras, a más de ser creación artificiosa en nuestra región, son de interés particular de varias comarcas, pero no de carácter general.

Por añadidura, el proceso de la producción triguera en Castilla la Vieja, es diferente que en el reino de León, dentro del cual puede considerarse uniforme. Las regiones de Casulla la Vieja y León tienen diferente carácter agrario por ser distintos la naturaleza del suelo, la altura sobre el nivel del mar, la topografía, las temperaturas y el régimen de las lluvias; las regiones de Castilla la Vieja- y l León se encuentran en distinto grado de adelanto y cultura agrario; el problema de los riegos tan esencial en agricultura requie­re soluciones diferentes en Castilla la Vieja, y en León tanto por ser distintas las necesidades de la vegetación, como por ser otras las fuentes abastecedoras del agua, como por tratarse de una topografía distinta que ha de originar obras también distintas, como que en Castilla la Vieja los grandes canales no son posibles, pues ni hay grandes ríos con que alimentarles, ni amplias extensiones de terreno despejado y apto para la producción agrícola.,Las cosechas de trigo, la mismo en cuantía que en calidad no siguen en Castilla la Vieja las mismas normas que en León, y esto hace que sus consecuencias en el orden económico tampoco. coincidan.

Valladolid no solo ha perjudicado a Castilla la Vieja al inducirla a anteponer los intereses de la labranza sobre otros más adaptables al país castellano, sino que le ha per­judicado también, porque quiere además someter a la agri­cultura castellana a la misma dirección que la leonesa, siendo el resultado de que, cuanto se hace en agricultura, beneficia a los labradores leoneses y es ineficaz cuando no perjudicial para los castellanos. Entre otras consecuencias perniciosas para Castilla la Vieja, figuran dos: el despojo que Valladolid nos ha hecho de la que debiera ser institu­ción para el fomento de la agricultura de Castilla la Vieja, la Granja regional y el obligar a que la economía agraria, la que pudiéramos llamar política, economía agraria de la región, esté sometida a una dirección inadecuada.

No es de este lugar decir si a la región le conviene tener una Granja agrícola para toda ella, o al corno parece más lógico, dadas las diversidades comarcales, sería preferible la creación de pequeños establecimientos a propósito para cada comarca. Lo que sí tenemos que afirmar, es que la Granja de Valladolid, situada en un país idéntico al de la de Palencia, será tal vez utilísima para la agricultura leo­nesa, pero es ineficaz para la de Castillo la Vieja, La Gran­ja de Valladolid, situada en las zonas de los cereales y de la vid, podrá servir sí acaso para ciertas partes de Castilla la Vieja, linderas por occidente con la región de León; pero no pueden ser eficaces para el país que constituye el núcleo central de la región de Castilla la Vieja, tan distinguida por sus condiciones forestales y ganaderas. Una institución de experiencia agrícola, a. propósito para las necesidades de nuestro país, de no fraccionarse en otras dispersas por nuestras comarcas, debe situarse en las estribaciones de loa cordilleras, tipo dominante del terreno regional, en puntos donde pudiéndose sembrar cereales sea factible, sin embargo sostener prados, criar ganadas y cultivar raíces y tubérculos en las condiciones que caracterizan a la mayoría de nuestro territorio, en el que apenas existe la zona agro­nómica de la vid, y en cambio, aparece la de los prados por todos lados.

La dirección de las provincias leonesas no conviene a las necesidades agrícolas de Castilla la Vieja. Esto es una consecuencia de la heterogeneidad ya demostrada en la materia, que ha hecho que todo cuanto se ha trabajado con­juntamente en ambas regiones haya beneficiado a León, pero no a Castilla la Vieja.

Estas regiones han de sustentar Ideales agrarios dife­rentes, adecuados a sus respectivas condiciones. El ideal leonés está ya determinado; consiste en el incremento de su producción triguera, supeditando a ella todos los demás cultivos en cuanto permita la alternativa de cosecha acon­sejada por la ciencia moderna. El ideal castellano no está tan bien conocido como el leonés. Desde luego, puede afir­marse que en este ideal que se busca, ha de tomar una parte muy principal la producción ganadera, basada en la mejora de las razas locales. Afortunadamente, la atención de Castilla la Vieja se va fijando en este punto, y la labor meritísima de la provincia de Santander, maestra que debe ser de Castilla en ganadería, va teniendo imitadores. La provincia de Santander dio el ejemplo con sus razas vacu­nas paniega, tudanca y campurriana, y la de Ávila la se­cunda tratando de mejorar la raza barqueña, con lo que El Barco de Ávila demuestra conocer la verdadera orientación que ha de darse al país castellano. Por lo que hace a Se­govia, ya ha comenzado su trabajo de mejorar la raza bo­vina serrana, haciendo de ella una especialidad para el país.
Desde Santander a Ávila, con excepción de las riberas vlticolas de la Rioja y de algunas zonas cerealistas de nuestras fronteras occidentales, el país de Castilla la Vieja tiene un ideal agrícola caracterizado por la siguiente común condición: la agricultura exige una asociación a la ganade­ría mas íntima que en otros países, con predominio de esta última, compenetración que ha de llegar en muchos puntos de la región, hasta el extremo de consumir los productos del cultivo en la alimentación del ganado.

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp. 193-203

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