miércoles, junio 09, 2010

La anulación de la región (Luis Carretero Nieva 1917)

La anulación de la región

Cualesquiera que sean las ideas del lector acerca de le organización de las nacionalidades; cualquiera que sea su credo político, centralista o federal, demócrata o absolutista, monárquico o republicano, reconocerá seguramente que dentro de nuestra España, a pesar de la larga convivencia bajo un mismo régimen de los antiguos Estados, no se ha llegado a imprimir al conjunto del territorio la unidad nece­saria para dar valimiento a un carácter típico, nacional, como lo ha conseguido Francia, uniformando la Gascuña con la Bretaña, o la Provenza con la Borgoña; como lo ha logrado la nación portuguesa, hasta el extremo de que alguien definió al portugués diciendo que es un hombre que piensa en andaluz y habla en gallego. De los españoles, no puede decirse otro tanto, ya que es innegable que, si sola­mente son unos cuantos los que hablan en su vieja lengua regional, en cambio, son todos, con la única excepción de los castellanos viejos, los que piensan al modo particular de su país.

Solamente tratamos en estos primeros párrafos de ex­poner hechos, debiendo de fijarnos en uno que bien merece nuestra atención, y es. las comarcas que más conserven sus caracteres peculiares, las que más estrecha relación guardan con sus coterráneas, aquellas en que con mayor vigor alienta el espíritu regional, son las que más comercio de ideas sostienen con el mundo moderno, son las más aventajadas, son las más ricas, son las más prósperas, como Asturias y Cataluña, Valencia y las Vascongadas; prueba todo ello de que no se opone al progreso resucitar ciertas relaciones, si se cuida al mismo tiempo de que el viento de fuera penetre hasta el último rincón de nuestra casa. En contra de lo que acabamos de decir, debemos de consignar que en las provincias del interior desaparecieron los lazos que unían las comarcas; no hay defensa de co­munes intereses; cada aldea, cada pueblo, vive aislado de su vecino; no hay apoyo mutuo, y los de una villa sólo se acuerdan de la cercana, cuando en tiempo de fiestas se renuevan odios y se avivan rencores.

Quiere esto decir que no hay que buscar la razón de las regiones en la división en partes de la nación; en lugar de ser resultado de disgregación, es todo formado por la unión de municipios o provincias, es producto de suma agregación o integración. En Castilla la Vieja no hay esa unión, no existe mutuo auxilio entre municipios y provin­cias y hasta se ignoran cuáles sean aquellos intereses que, por afectar a unos y otros, pudieran defenderse en común. Solamente al considerar ese afán de aislamiento, al pensar que en Castilla la Vieja cada individuo y cada pueblo quiere vivir por sí y ante sí, se explica por qué ninguna de sus seis capitales está unida directamente por ferrocarril con sus colegas de la región. Es que unas y otras, por falta de trato, han llegado a olvidarse, y del mismo modo todo el mundo se ha olvidado de Castilla la Vieja.

La verdad es que no existe en Espada nada tan desco­nocido como Castilla la Vieja, que confunden unos con Castilla la Llueva, su región hermana y otros con León, su vecina, sin que se explique por qué confunden con Castilla a León y no hacen lo mismo con Extremadura, Galicia, Asturias, etc., que históricamente están con Castilla en la misina relación que León, como países componentes de la antigua agregación castellano-leonesa. La palabra Castilla tiene, además, en España, una acepción por particular: Castilla es para el gallego lo que no es Galicia y llama Castilla no sólo a las provincias castellanas, sino a las leonesas, extremeñas, etc. Castilla es para el catalán lo que no es Cataluña y llama Castilla, no tan sólo a la Nueva y la Vigila, sino a Aragón, a Murcia, a Extremadura, a León, etc. Lo que decimos de gallegos y catalanes, lo po­demos decir de los valencianos y ésta es la explicación de que haya cundido tanto el error de llamar castellanas a pro­vincias corno Valladolid, Palencia y demás leonesas, error que ha causado gravísimos, extraordinarios perjuicios a los castellanos, como demostraremos más adelante y ha contri­buido a la desorganización de la región de Castilla la Vieja.

Dejamos hasta ahora apuntadas dos causas de la des­organización de Castilla la Vieja, que son: La primera, la más importante, la inercia y falta de hábito de asociación de sus naturales; y la otra, el afán de las gentes del litoral de llamar castellanas a las tierras todas del interior y atri­buir a Castilla usos, costumbres, intereses y aspiracio­nes, etc., que son aragoneses, extremeños, leoneses, etc. Vamos a esbozar otra causa que, acompañando a las dos ya citadas, contribuye en la tarea de anular la personalidad de Castilla la Vieja, refiriéndonos a la intervención que en sus provincias ejercen las regiones limítrofes, actuando por brazo sus más populosas ciudades: Zaragoza, Madrid y Valladolid, cabezas, respectivamente, de Aragón, Castilla la Nueva y León.

Aragón es una región admirablemente definida, con cos­tumbres, usos y caracteres de suma originalidad; es país en desarrollo que progresa rápidamente y Zaragoza una gran ciudad, foco de su civilización, que forzosamente ha de seducir y atraer a cuantos perciban sus destellos; así es que su influjo sobre Castilla la Vieja es muy intenso, tanto que hay que confesar que están sujetas a su acción toda la provincia de Logroño, la mayor parte de la de Soria y la zona de Burgos ribereña del Ebro; con lo cual ocurre que en una muy importante porción de Castilla la Vieja, las orientaciones son aragonesas. Castilla la Nueva, por me­diación de Madrid, actúa del mismo modo con casi la tota­lidad de las provincias de Ávila y Segovia, que rnarchan a compás distinto de las influidas por Aragón. Santander, por su parte, se dirige en otro sentido.

Queda por analizar otra influencia de región extraña, que obra sobre otra porción de Castilla la Vieja: sobre Aréva­lo, Santa María de Nieva, Cuellar, Roa, algo sobre Aran­da, Lerma, Castrogeriz y Villadiego; es decir, sobre ocho de los cuarenta y ocho partidos judiciales de la región, causa que es la que influye sobre menos extensión del territorio, pero es la que obra, ya que no más intensamente, de más notable y original manera. Nos referimos a Valladolid, donde bajo el impropio nombre de castellano viejo, vive cada vez más pujante, más viril cada día, el espíritu regio­nal leonés, terrible amenaza para Castilla la Vieja, pues a consecuencia de la confusión de nombres, los intereses castellanos se confunden también y están postergados y sometidos a los de Valladolid, la tierra de Campos y el resto de la región leonesa. Es decir, que Castilla la Vieja no sólo ha desaparecido como región, sino que las provin­cias leonesas están haciendo de testamentarias.

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano.
Segovia 1917

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