viernes, junio 11, 2010

El "castellanismo" leonés (Luis Carretero Nieva 1917)

El '”castellanismo” leonés


Nos vemos obligados en el curso de nuestro el curso de nuestro estudio sobre la cuestión regional en nuestra tierra castellana, a analizar ese regionalismo que con tantos pujos se desarrolla fuera del solar de Castilla la vieja. Nos referimos al regionalismo del antiguo reino de León, incubado en Valladolid al calor de los intereses de aquella ciudad, capital intelectual de la región que Castilla la Vieja tiene por vecina, y vamos a decir dos palabras sobre el carácter de ese movimiento, pues aunque como castellanos reconozcamos y proclamemos que no tenemos con Palencia, Zamora y demás provincias leonesas ninguna relación más íntima que la que podamos tener con cualquier otra de las de España, debemos de fijarnos, sin embargo, en una condición especialíslma de ese regionalisrno de que hablamos, condición que es lo único que de él puede interesarnos.

Nos referimos al desprecio que los leoneses en general, y muy especialmente entre ellos los valllaoletanos, hacen del nombre de su región, a la que jamás llaman León, sino Castilla la Vieja y más frecuentemente Castilla. Tan general es emplear la palabra Castilla para referirse impropia. y exclusivamente a la región de León, que muy pocas horas antes de escribir estas cuartillas, me decía con sorpresa, un gallego en Montefurado: «Es usted castellano y no conoce el vino de Toro», Y en otra ocasión, en un paseo a un pueblecito Inmediato a Valladolid, que si mal no recuerdo se llama Renedo, uno de mis acompañantes, que era palentino, residente en Valladolid, conocedor de mi condición de segoviano y sabedor de que venía de visitar parte de la provincia de Burgos, me preguntaba: «¿No había estado usted nunca en un pueblo de Castilla?» Los valiisoletanos, palentinos, zamoranos, los leoneses, en una palabra, cuando dicen Castilla, se refieren siempre al reino de León, y en fuerza de tanto repetirlo, han conseguido que así lo en­tienda el vulgo en España.

En Valladolid domina un verdadero afán por alardear de castellanos y un prurito desmesurado por demostrar que es dicha ciudad el heraldo de las aspiraciones de Castilla. No hay un periódico que no se. precie de castellano, ni se hace una empresa industrial, agrícola, bancaria, que no ponga en su razón social el nombre de Castilla. Se diría, al contemplar este espectáculo, que Valladolid se ha separado de su región leonesa y se ha sumado a la de Castilla la Vieja Nada más lejos de la verdad que esta afirmación, la hermosa ciudad de la orilla del Pisuerga, es lo que lo que no tiene más remedio que ser; el cerebro de la región leonesa, el paladín de sus deseos, el asiento de su progreso. Del mismo modo que Valladolid no tiene nada de común con Castilla la Vieja, el regionalismo que allí se fragua carece del menor ápice de «castellanismo», es «leonesismo y no puede ser otra cosa. Nadie puede desear el provecho de la casa ajena más que el de la propia y es sagrado empeño. en cada cual ocuparse de lo que le interesa.

Loa leoneses han arrinconado el nombre de su región para usar el de Castilla, pero esto no significa que se hayan olvidado de aquélla, ni que hayan perdido su con concepto, ni que las dos regiones se hayan sumado, lo que equivaldría para Castilla la Vieja entregarse a su mayor enemigo. A pesar del mal uso de la palabra Castilla, no hay en el reino de León ese desconocimiento de la región que existe en la nuestra de Castilla la Vieja. Por el contrario, en el país ele León persiste un espíritu de unión regio­nal, una preterición de cuanto no es leonés, un afán de exclusivismo (sobre todo en Valladolid) tan desarrollado como lo sea el que más de las regiones españolas.

Un vallisoletano, cuando habla de su región, aunque ponga en sus labios la palabra Castilla, tiene su pensamiento fijo en la tierra de Campos, en Salamanca o en Zamora, en Saldaña, Sahagún, Benavente o Ledesma; en una palabra, en las comarcas que componen lo que fue reino de León, considerando como paisanos suyos a los nacidos en ellas y pensando en su interior que la región de León es una realidad del presente, aun cuando por una impropiedad en el empleo de las palabras exprese otra cosa. El leonés sabe muy bien que su país es la tierra de las in­mensas llanuras y se cree que Castilla la Vieja debe de ser algo semejante, ignorando que en esta última región ocupan los terrenos quebrados las tres cuartas partes de su super­ficie. El vallisoletano desconoce tanto a Castilla la Vieja como estima a su región leonesa, que lleva siempre grabada en su cerebro, que siente profundamente.

Pero hay más. León, Palencia, Valladolid, Zamora y Salamanca, son provincias. hermanas que se las entienden a las mil maravillas. Situadas unas cerca de otras, están en constante comercio de ideas e intereses; análogas en su carácter, en su topografía, en sus producciones y en sus costumbres, tiene la unidad suficiente y sobrada para ser consideradas corno un país único, y como ese país ocupa el territorio que llevaba el nombre de reino de León y co­mo sus pobladores son los nietos de los viejos leoneses, hay que, reconocer que la región de León subsiste dentro de España, a pesar de toda clase de nuevas divisiones que se pretendan implantar y de todo género de confusiones geográficas que se trate de propagar.

Pero hay más todavía. En la región de León hay un pensamiento que podemos llamar regional, por ser general y propio de ella, pensamiento que se ha manifestado repe­tidos veces. constituyendo una fuerza de gran poder en la dirección de los asuntos nacionales, intereses trigueros, por ejemplo. Ese pensamiento es consecuencia del conoci­miento exactísimo que los leoneses tienen de cómo debe desarrollarse su región, porque la tienen estudiada a fon­do, porque han constituido en Valladolid un núcleo intelectual que ha sabido darla una orientación con tal arte, que los propios catalanes, tan aptos para estas lides, no tienen más remedio que reconocer su pericia. Gracias a esta habilidad han llegado a ser los árbitros en varias cuestiones y ejercen sobre las provincias del interior de España un pre­dominio igual al que atribuyen a Cataluña sobre toda la Nación. Es indiscutible que tales ventajas las han logrado, merced a la inteligente labor hecha para despertar el espíritu de regional en el reino de León, o sea el espíritu de colectividad en sus provincias.

Los ideales de región llevan siempre aparejados sentimientos del pasado y aspiraciones del presente; intereses actuales, imposiciones de la lucha por la vida y la necesidad de asociarse con los que corren la misma suerte, son circunstancias que, unidas a una comunidad en el recuerdo de pasadas vicisitudes, cuyas consecuencias se sufren por igual, determinan ese cambio de afectos entre los coterráneos. No hemos de negar que hay en las regiones históri­cas algo arcaico, incompatible con el espíritu moderno que ni se puede ni hay por qué conservar, y que el culto a la tradición por la tradición misma, la soberbia del nombre, el orgullo de los blasones y el odio al terruño ajeno, perte­necen a este orden de cosas; y por esto nos extraña más, que siendo el nombre de una región elemento de su historia y su amor exacerbado quimera que satisface a la propia vanidad, haya quien busque estímulos a estas pasiones en fastos ajenos, teniendo en los propios fuego sobrado para caldearlas.

Por lo que se refiere a los vallisoletanos y a otros de los leoneses, la cosa queda reducida a una cuestión de amor propio y otra de ambición. Si la región de León en vez de llevar el nombre de una ciudad de brillante pasado, pero de más modestos recursos que Valladolid, se llamase de otro distinto a él, se acogerían, sin duda alguna, los vallisoletanos, porque entonces no sufrirían en su amor propio. La cuestión de ambición estriba en que Valladolid, por su importancia, que no discutimos, quiere desempeñar el mismo papel que Zaragoza, Valencia, Sevilla y otra ciudades españolas, capitaneando un grupo de provincias, disponiendo de ellas para engrandecerse, y con objeto de que el grupo sea mayor, para beneficiarse más, pretende reunir a León con Castilla la Vieja, sin tener en cuenta ni preocuparse de las aspiraciones de esta última, pero procurando falsear su carácter e impidiendo se desconozca su verdadera naturaleza.

El regionalismo viviente de las llanuras del Duero, del que Valladolid ha sido heraldo, tiene por objeto el engran­decimiento del pueblo que los vallisoletanos llaman castellano y que definen por una red de afectos, de simpatías, de Intereses y de aspiraciones que unen entre sí a un con junto de hombres, enlazando a la vez los territorios que esos hombres habitan, demostrando que hay una simpatía fundada en afinidades de temperamento o de raza y que ­hay una comunidad de territorio basada en semejanzas, o mejor todavía, en identidades geográficas. Hemos seguido con interés, durante algún tiempo esas relaciones, y hemos observado que la atención de Valladolid estaba en todo mo­mento pendiente de la vida de Palencia, León, Salamanca y Zamora; hemos visto que esa red de relaciones de que ha­blábamos cubría todo el territorio del antiguo reino de León, y que para nada sé extendía al territorio de las provincias de Castilla la Vieja, demostrando que los vallisoletanos, tan deseosos de organizar un grupo regional, no se preocu­pan de saber cuáles puedan ser las ideas, aspiraciones, necesidades, etc, las tierras de Soria, Segovia, Logro­ño, Ávila, etc., es decir, que sus actos demuestran de modo indudable que los vallisoletanos están intima y profunda­mente convencidos de que las provincias de su grupo son Salamanca, Zamora, León y Palencia, y saben también que Segovia, Soria, Logroño, Ávila, etc., forman grupo aparte; para los vallisoletanos estas provincias ya no son caste­llanas, para ellos las provincias castellanas son las que formaron el antiguo reino de León, es decir, que llaman Castilla a lo que es León y castellano a lo que es leonés.

Hay en Valladolid un periódico magistralmente hecho, pero que con una grandísima impropiedad se llama El Norte de Castilla. A pesar de su titulo, el periódico de que habla­mos, nada tiene de castellano, ni podría tenerlo, siendo co­mo es vallisoletano; en cambio, nadie puede negar al notabilísimo periódico de Valladolid que sea la más fiel expresión del pensamiento leonés, porque interpreta admirablemente los ideales de la región leonesa, porque circula precisamente por toda esa región de León, porque presta extraordinario interés a todos los asuntos de Valladolid y de
las otras cuatro provincias leonesas, y hemos podido con­vencernos de que su gran perspicacia y su acendrarlo patriotismo leonés, le hacen incurrir en el defecto de conside­rar a Castilla la Vieja como país asimilable a León; pero nos hemos convencido también de que todos sus entusiasmos son para la región leonesa y que el país de Castilla la Vieja no le interesa en lo más mínimo, y que la genuina manera de ser de la región castellana vieja, es cosa que ni conoce ni cree merecedora de su estudio y atención, es decir, que en el fondo considera a Castilla la Vieja cono cosa desdeñable y completamente extraña a León.

Hemos prestado, durante una larga temporada, atención diaria al gran periódico de la ciudad del guerrero leonés conde Ansúrez, hemos visitado su casa, en la que hemos sido recibidos con esa delicada amabilidad que tanto honra a la gente de la vecina región leonesa y a sus afines los gallegos y asturianos y que tanto debernos de envidiar los castellanos; hemos recogido de labios de sus redactores juicios acertadísimos acerca de problemas leoneses; hemos escuchado de ellos mismos la afirmación de que las provincias del alto valle del Duero son ya cosa distinta a su tierra. Hemos visto diariamente cómo desde Valladolid se­guían paso a pasa la vida de Salamanca, de Zamora, de León y de Palencia, con el interés que despiertan las cosas de uno mismo; hemos visto que consideran a esas provin­cias como parte integrante del país a que ellos pertenecen y hemos visto también que de las seis provincias de Casti­lla la Vieja, sólo a una dedican atención diaria; a la de Burgos. Quien quiera convencerse de que la región de León existe actualmente, quien quiera ver cuáles son sus grandísimas energías vitales, quien quiera persuadirse del gran conocimiento que los leoneses han adquirido de su carácter, sus intereses y de la norma que han de seguir para engrandecerse, no tiene más que visitar la redacción del diario vallisoletano, que es el más autorizado órgano de la opinión regional leonesa, diga lo que quiera su titulo. Por­que eso de que sólo una provincia castellana vieja merezca su diaria atención y de que esa provincia sea precisamente la de la capital de nuestra región, la cámara de condes y reyes ¿no puede ser una estratagema? Porque absorbiendo y anulando la capital de nuestra región, sometiéndola a ser feudataria en ideas de la tierra leonesa ¿no se tiene mucho adelantado para destruir las ansias vitales de Castilla la Vieja y consumar su asimilación a León?

¿Existe o no existe la región leonesa corno entidad del presente? ¿Pertenece o no a ella Valladolid en cuerpo y en espíritu? ¿No es, por ventura, Valladolid el cerebro y el corazón, la capital efectiva de la actual región leonesa?

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp. 177-183

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se hasta qué punto este artículo es aplicable hoy en día. Lo que sí le puedo decir es que en Asturias llamamos Castilla y castellanos a TODO LO QUE HAY DEL PUERTO DE PAJARES HACIA ABAJO. REPITO - TODO. Esto que le acabo de decir, es absolutamente cierto para un asturiano (-para un asturiano, ojo, y desde ese punto de vista asturiano-) y causa un sufrimiento tremendo a los leoneses. Le confesaré algo que puede serle de interés en los temás del leonesismo y sus guerras con el castellanismo: en Asturias hay un completo pasotismo de todo lo que ocurra del cordal hacia el sur (hablamos de León), sin embargo, el leonés tiene una obsesión con "hermanamientos" con Asturias, QUE DESDE ASTURIAS NO SE SIENTEN. Desde Asturias sólo llueve indiferencia hacia lo leonés (no es mi caso, prueba de ello es que soy de los pocos asturianos que conocemos de la existencia de leonesismo y castellanismo, etc, y además participo en este blog) Y ESTO, ESTE NO-DESPRECIO, PERO SI INDIFERENCIA, HACE SUFRIR INCREIBLEMENTE AL LEONÉS. Esto se llama "amor no correspondido". Se lo resumiré de una forma zafia, como a veces somos los asturianos, pero facil de entender, que es lo importante: como sabemos todos, los leoneses son apodados "cazurros": ahora viene lo bueno, en Asturias ese apodo no sólo se aplica a León, sino a todos los oriundos hasta la provincia de Madrid. Esto a un leones le sienta como un tiro porque "quiere ser único" en su trato con el asturiano. Pero es así. Otra cosa y para finalizar: sospecho de mi trato con gente gallega que para ellos 3/4 de lo mismo. Un saludo afectuoso de un "babayo" asturiano (así nos llaman los leoneses, aunque para nosotros unos castellanos más)(repito, para nosotros, no que eso sea correcto)

Anónimo dijo...

(De Zurraquín)

Los textos traídos a este blog son del primer ensayista que trató el tema del regionalismo castellano y se remontan nada menos que a 1917, ciertamente muy tardía con relación a un Prat de la Riba, a un Murguía o a un Sabino Arana. Pero tienen la particularidad de señalar cosas que hoy día siguen teniendo consecuencias, la más importante de las cuales es como la particularidad de lo que podríamos denominar castellano viejo, se fue disolviendo paulatinamente en un concepto vago y general que empezó con la denominación usual de castellano para todo lo relativo a los antiguos reinos de la corona de Castilla, y desembocó en la vaga concepción de castellano de todo lo mesetario o incluso de lo que se podría denominar interior de España; de ahí la denominación genérica de Castilla a las tierras más allá de Pajares por los asturianos, o las tierras al este de Piedrahita do Cebreiro por los gallegos –con la consideración aparte del Bierzo-, o a las tierras al occidente del Ebro por los catalanes, y otras cosas de ese tipo.

Hablando de sociología primaria decía Elías Caneti, aquel judío sefardí nacido en Bulgaria que llegó a ser premio Nobel de literatura, que la estructura primaria de asociación es la muta, y uno de los pueblos que constituye una rara asociación primaria o muta condicionada por la geografía – Alpes - es Suiza, que supera barreras de idioma , religión y cultura. Pues bien creo que Asturias es también una muta condicionada por las montañas cantábricas, en especial la Asturias central; la Asturias occidental tiene algunas características diferenciales –restos de lengua gallega- que no necesariamente están contrapuestas a la muta asturiana, sino más bien son parte del mosaico que es toda muta. Obviamente las consideraciones del moderno nacionalismo al basarse en una igualdad de características choca con la realidad asociativa de la muta.

Pues bien lo que ocurre con Castilla la Vieja es exactamente lo contrario de Asturias; es un conjunto de pequeñas mutas poco condicionada por la geografía, sino más bien por avatares históricos, antaño generadores de fueros, de pactos populares insertos en la jerarquía de una monarquía carismática del ámbito de la cristiandad medieval. De todo ello no quedan hoy más que vestigios; de una manera más matizada se podría decir que la vieja Castilla desapareció prácticamente en el siglo XVI. Hoy naturalmente queda la palabra Castilla, incluso queda una lengua denominada castellano, denominación impuesta más por el uso que no por la particularidad de ser propia de Castilla la Vieja, puesto que, mal que le pese a algunos, el castellano en sus orígenes se hablaba en tierras de Aragón y de Navarra.

Eso no obsta para que con los restos de palabras de dudosa interpretación extensiva, tales como Castilla; con la existencia de una lengua moderna llamada castellano – muy apartada de la lengua originaria de la vieja Castilla - , con los restos de un folklore lleno de influencias abundantemente cruzadas, y sobre todo, con la aparición de un nacionalismo uniformizador e igualitario basado fundamentalmente en la lengua, básicamente reflejo imitativo de otros nacionalismos periféricos, exista un ínfimo número de denominados castellanistas que tal vez merecerían más el nombre de pancastellanistas - para más inri divididos en derechas, izquierdas, adelante y atrás-, que pretenden que existe no una región sino nada menos que una nación; consistente en una agrupación más o menos numerosa de provincias de distinto pelaje –pues ni en eso se ponen de acuerdo - , a la cual rinden homenaje de adoración, tanto en sus enseñas como en sus pompas y consignas; con la fatal consecuencia de la existencia automática de enemigos y traidores a esa nación adorada, a los cuales se debe combatir; momentáneamente el combate se limita a reprobaciones, exclamaciones e insultos por escrito; pero todo se andará tal vez el nivel de violencia aumente, como abundantemente a mostrado la historia en la trayectoria de todo nacionalismo habido y por haber.