domingo, marzo 22, 2009

La rebelión de las provincias

El descuartizamiento de Castilla -eliminada del mapa autonómico de España- ha sido obra y responsabilidad de la clase política, caracterizada en gran parte por su ignorancia, su voracidad y su alejamiento de las realidades populares de la nación española.

A pesar de su pretendida vocación autonómica y de su proclamado respaldo al Estado de las autonomías, los partidos políticos de ámbito nacional se nos muestran realmente como aparatos o cuadros de mando para la conquista del poder, dispuestos en estructuras centralizadas, burocratizadas, con una mécanica que procede de arriba a abajo e impone en todo caso las decisiones oligárquicas de la cúspide.

Las elecciones últimamente celebradas han puesto de manifiesto ese centralismo de la
tecnocracia política, incapaz de sentir el latido de los pueblos, provincias y regiones, y atenta sólo a asegurarse el poder y sus ventajas; y han revelado la marrullerías de que para ello son capaces.

Por ejemplo, en el escándaloso suceso del Ayuntamiento de León, en el que un pacto contra natura de los representantes de tres partidos estatales -aparentemente contrarios y aún inconciliables- ha sido concertado, con manifiesto fraude de la voluntad popular, para desbancar a un candidato independiente a quien el pueblo de León había otorgado la votación mayoritaria: 26.500 sufragios.

Ese candidato había concurrido a las elecciones alzando la bandera del leonesismo, el lema de , y encabezando el movimiento para su separación del artificioso ente castellano-leonés.

El odio africano del centralismo contra todo intento de afirmación y liberación de las provincias y de las regiones -es decir, de las identidades históricas, culturales y populares de España- se ha manifestado una vez más, y en esta ocasión en términos alarmantemente irracionales.

Pero en las propias elecciones municipales y autonómicas se ha encendido una cierta luz que empieza a alumbrar un posible camino de esperanza para un porvenir más democrático, participativo y libre de los pueblos de España: el auge creciente de las órganizaciones nacionalistas y regionalistas, con su filosofía de respuesta a la ortopedia esterilizada del centralismo.

Las organizaciones que se motivan por el espíritu territorial, la conciencia de identidad popular, el sentimiento de la tierra y del pueblo a que se pertenece, y la voluntad de defensa y promoción de los valores e intereses que le señalan como comunidad humana.

En este sentido, y por lo que concierne a Castilla, los nuevos gobernantes de los entes de Castilla-León y Castilla-La Mancha convendría, a nuestro juicio, que tuvieran presente la estructura tradicional interna de Castilla: un país vario y diverso, constituido por un conjunto de comunidades y entidades cada una con su propia personalidad, y que en su devenir histórico han venido a confluir en las actuales provincias.

En el caso de Castilla la división provincial de 1.833 vino a reconocer y respetar, en términos generales, los antiguos territorios históricos. Estas provincias y sus Diputaciones no deben ser anuladas y absorbidas por nuevos centralismos, sino desarrolladas y potenciadas.

Toda política realmente autonómica, progresista y eficaz debe trasladar a las provincias y a sus municipios el máximo posible de competencia, funciones y recursos, acercando el poder a quien verdaderamente debe tenerlo: el pueblo y, en una palabra, los ciudadanos de cada territorio.


Informativo Castilla nº31. Julio 1987

No hay comentarios: