lunes, diciembre 01, 2008

Consideraciones sobre el nacionalismo castellano.Olegario Heras (Oppidum nº 3)

No es la primera vez que se publican textos de Olegario de las Heras en este breviario ( “La presencia germánica en Castilla”, Tierra y Pueblo nº 1 valencia 2003, “Un apunte sobre nacionalismo castellano” , Tierra y Pueblo nº 1, Valencia 2003) procedente de la revista Tierra y Pueblo de los llamados identitarios, que también continúan su actividad en http://www.asambleaidentitaria.com/, , con una revista internética denominada Oppidum, en que básicamente se continúan con los puntos de vista y tópicos de este grupo.

Como en otras ocasiones Olegario de las Heras aborda de manera fragmentaria, rápida, como en una especie de flash el tema del regionalismo, nacionalismo castellano o como demonios se le quiera denominar. Como en otras ocasiones da la impresión de que el autor lo sabe todo, pero en realidad se limita a señalar la indigencia intelectual de los grupos y asociaciones denominados castellanistas; su posición verdadera es relativamente enigmática, aunque deja demasiadas pistas para intuir su postura. Sería de desear que algún día pasara del breve artículo a un libro extenso donde nos comunicara todo el caudal de su sabiduría.

Intenta de una manera lógica examinar las posibles ideas encerradas en los partidos y grupos políticos que se reclaman de castellanismo de manera más o menos explícita; pero ¡ay! los partidos se caracterizan mucho más por programas, consignas y eslóganes que no por ideas verdaderas y profundas, y el militante es más hombre de fidelidades y obediencias que no intelectual, por amplias facilidades que se den para la pertenencia a ese conjunto. De una manera general acusa a las agrupaciones políticas castellanistas de historicistas; lo que hace sospechar que o bien no valora mucho la historia auténticamente castellana, o desconoce en profundidad el confuso potaje de lo que llaman Castilla los grupos políticos que menciona, que además poseen en efecto una ignorancia enciclopédica sobre lo que con cierto rigor se podría denominar castellano. Concluye que estos partidos o son una variante indistinguible de los partidos sucursalistas – ¿que diferencia existe hoy entre izquierda y derecha?-, o una repetición mimética de la logorrea progresista -¿qué partido no acude a ella cuando interesa?-, amen de las acusaciones de utopía - ¿que programa político no es una utopía o más sencillamente una trola?-; además de la clásica denuncia del apego romanticón e infantiloide a los buenos tiempos del pasado: fueros, consejos, mandato imperativo, juicios de residencia y demás antiguallas que al parecer hay que superar.

¿Cual es la alternativa sugerida frente a tanto desmán político nostálgico?: nación, pueblo, poder, biología, genes, sustancia étnica, instintos de pertenencia, destino, etc., etc. Es inevitable acordarse del doctor Rosemberg, pero no basta con aplicar un adjetivo bastante adecuado al contexto, es preferible, aunque sea someramente, mencionar los desvíos incursos en tales posiciones, desde un punto de vista de la Tradición.

1. La noción de pueblo en sentido radical solo la capta la palabra sánscrita “Jana” cuya posible traducción es pueblo unánime donde castas altas y bajas participan de una cultura unánime basad en una concepción metafísica de carácter sagrado, que es la que verdaderamente da lugar a los pueblos y a las culturas . Muy diferente de la noción biológica que pretende que lo alto viene de lo bajo, o sea el espíritu de la materia (ver el artículo “Cultura popular castellana” de este Breviario).

2. La Nación moderna está exenta de principios fundamentales metapolíticos, su fundamento es el conjunto de población con caracteres de pertenencia externos; lengua, espacio, organización política ciudadana, sistema legal, predominancia de fenotipos o genotipos según algunos y otros etc.; básicamente organizado en forma coercitiva de estado como manera de superar el caos. Las naciones modernas dieron buena muestra de lo que pueden dar de si con las millonarias matanzas del siglo XX (véase en este Breviario: “Más allá de la política” y “Unidad y diversidad”).

3. El poder temporal cuando no emana de la autoridad espiritual da lugar al fenómeno de la coerción y la violencia tan características del mundo moderno. Eso hace cuanto menos dudosas las acumulaciones de poder temporal como fundamento de cualquier despliegue de la libertad humana (véase en este Breviario: ”Miscelanea abulénsica 4…y libertad”).

4. El nombre originario de Castilla como condado y luego reino, posteriormente ampliado a los territorios de una corona y posteriormente –siglo XVI- confundido con la misma España, hacen difícil que el castellano tenga algo más que una vaga noción de español. Históricamente verdadera adscripción castellana no fue a una región sino a comunidades libres, imposible inventar ahora nacionalidades a la periférica (ver en este Breviario: “Fijando principios, en torno al federalismo castellano, Luis Carretero Nieva”, “Comunidades castellanas, Joaquim Pedro Oliveira Martins”, “Entrevista a Alfredo Hernández Sánchez”, “La concepción castellana de España. Manuel González Herrero”).

5. La liquidación progresiva de fueros y libertades castellanas ha llevado al actual estado de vaciamiento de lo que en otro tiempo fueron características peculiares castellanas, con la tentación de identificar a Castilla con grandes extensiones –igualmente vaciadas de de sus libertades históricas- en modernas y amplias entidades abstractas, artificialmente unidas en torno a criterios tecnocráticos que no históricos -Cuenca del Duero- o incluso una numerosa cantidad de provincias mesetarias. Caso justamente del articulista aquí comentado, con su característica castellanidad de Zamora, o sus amigas manchegas que claman por su castellanidad prístina, en definitiva la extensión vacía de caracteres diferenciadores como característica de Castilla, eso si con pretensiones de acumulación de poder, gran número de escaños parlamentarios y cosas de ese jaez (ver en este Breviario: “El engendro de Castilla y León. Manuel González Herrero”. “La personalidad de Castilla. Manual González Herrero”, “Reunificaciones temibles”, “La extensión”).

6. El caso particular del actual resurgir del regionalismo o nacionalismo leonés, mucho más pujante que el correspondiente castellano –por razones no resumibles en unas líneas-, lo despacha Olegario en unas palabras descalificadoras, diciendo que no buscan más que una mera táctica de aritmética parlamentaria; juicio bastante contradictorio con la proclamada exaltación de la búsqueda de poder, una de cuyas tácticas es justamente la aritmética parlamentaria. (Ver en este Breviario: “El Reino de León tras el año 1230. Ramón Chao Prieto”, “El regionalismo en tierras de León, Castilla y Toledo. Anselmo Carretero Jiménez).

7. Sorprende finalmente la creencia de Olegario en las virtudes del micronacionalismo -bien conocidas en España por su estilo preferente por la discordia- como fundamento de una futura Europa poderosa, al parecer con fundamentos biológicos y no metapolíticos. De su eficacia identitaria nos da muestra la predominantemente nacionalista Cataluña con la mayor tasa de inmigrantes islámicos, o ¿es que la futura Europa tendrá identidad islámica? (Ver en este Breviario: “Sacrilegios ante el altar del nacionalismo”).

8. Probablemente ante las crisis de todo tipo que se avecinan parece llegada la hora de la micropolítica, mucho más que de las peligrosas acumulaciones de poder, no parece haber otra fórmula para la “restitución” –como llamanen la tercera vía- de los poderes que asumió el estado nacional. Sin duda la más identitaria de las políticas actuales es la de una Suiza con ancestrales y medievales instituciones políticas –tan parecidas a las de la Castilla medieval- que ha afirmado claramente la preferencia nacional y no lo Francia de Gillaume Fayé (ver en este Breviario: “Las leyes sobre inmigración en Suiza. Gaudencio Hernández”. “La hora de la micropolítica de Robert de Herte”, “Miscelanea abulénsica 1. Ávila gallega”, “Manifestaciones evidentes e inconvenientes”).

9 El destino al que está llamado todo hombre es alcanzar el estado de perfecta iluminación – que diría un budista-, la divinización o theosis –que diría un cristiano ortodoxo-, la liberación –que diría un hindú-, u otras expresiones análogas de otras Tradiciones; pero no parece que en ninguna de ellas se proponga la conquista del poder .



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CONSIDERACIONES SOBRE EL NACIONALISMO
CASTELLANO

Volumen I, nº 3
El e-zine identitario de
Asambleaidentitaria.com
Noviembre-Diciembre ’08



Abordar la cuestión del «castellanismo político»,término ambiguo y seguramente poco acertado, pero con el que quisiéramos abarcar el conjunto de movimientos, grupos, autores, e iniciativas de todo tipo que plantean o defienden propuestas o proyectos nacionalistas o regionalistas para Castilla en cualquiera de las concepciones que se tenga de ésta, es en los tiempos actuales una labor ingrata. Pero necesaria. Ingrata por lo infecundo de tantos esfuerzos de definición del llamado «hecho castellano». Necesaria porque la realidad castellana (de cualquiera de las Castillas que se tenga en mente) no es precisamente halagüeña. Hace algunos años, comenzábamos un muy modesto artículo sobre esta misma cuestión, constatando el enorme grado de indefinición del propio concepto de Castilla y llamando la atención con algo de ironía sobre lo estéril de los enfrentamientos que esta situación provoca entre los castellanos (pocos) conscientes de serlo. Todo sigue igual. Y seguiría probablemente igual durante largo tiempo si es que a este pedazo de Europa que todavía responde al nombre de Castilla (y cuya extensión y definición dejo al gusto del lector) le quedase mucho tiempo. La sentencia de Drieu La Rochelle sobre una Europa que acabará siendo devorada con la que finalizaba el artículo comienza a prefigurarse en el horizonte de nuestros pueblos.

Nacionalistas sin nación

«Nacionalistas sin nación y tradicionalistas sin tradición». Con esta certera fórmula definía un intelectual italiano a varias generaciones de militantes políticos cuyo discurso había girado alrededor del mito nacional pero que sentían insuficiente bajo todo punto de vista el marco nacional en el seno del que desarrollaron su acción política. Un sentimiento difuso de pertenencia, una voluntad de arraigo, un ansia de preservación en la historia que se siente como un oscuro mandato interior ha empujado a generaciones de europeos a luchar más por la «nación ideal» por la «nación mito» que por las naciones «reales» a la que cada uno pertenecía. En cierto sentido, y salvadas las distancias, sería el caso de Castilla. Basta leer la literatura regionalista o nacionalista, basta conversar con cualquiera que se identifique con un ideario castellanista para constatarlo. El «castellanismo político» posee una concepción de Castilla que se podría calificar de historicista. Su esencia se entiende como una secuencia. Las más de las veces en retro-proyección. Las menos como utopía a (re-)construir. Inacabables (y casi siempre muy escasamente documentados) debates sobre el Medioevo y la Modernidad, especialmente entre el castellanismo moderado, se alternan con proyecciones hacia el futuro de una sociedad sin clases (y casi sin géneros) entre el más radical. Es éste un planteamiento propio de nuestros tiempos: fascinados por el devenir, ignoramos lo estable. Y una nación, efectivamente, deviene. Pero sobre todo, es. Y éste es el primer pecado capital del nacionalismo castellano. Se ha debatido hasta la saciedad sobre qué era (es) y qué no era (es) Castilla, quién era (es) y no era (es) castellano, dónde da comienzo Castilla y hasta dónde alcanza, sin haber perdido un solo instante en intentar entender la categoría del objeto de ese debate, a saber, entender qué son un pueblo y una nación, entender cómo se formula la ecuación biología-cultura para dar a luz un ethnos productor de una firme autoconciencia y capaz de perdurar en la historia como sujeto (o objeto algunas veces) de lo Político. Mucho Fernán González, mucho Pacto Federal, mucha María Pacheco, (o mucho «todos y todas») pero apenas intentos de elaboración de un discurso teórico sobre los conceptos claves sobre los que se debe cimentar un proyecto político nacionalista: los conceptos de nación, de pueblo, de comunidad étnica. Una clarificación de esta naturaleza allanaría el camino de una alternativa política verdaderamente castellana. En realidad estos conceptos son molestos. Desazonan. Ahondar en su realidad aboca a horizontes» que la mayoría de «castellanistas» desconocen y algunos quisieran que continuasen «perdidos». Horizontes biológicos, etológicos, que dan razón de los instintos de pertenencia, de diferenciación, estructuración y cooperación social, que dan cuenta de la necesidad biológica de de estructuras familiares y clánicas sobre las que descansa la renovación y preservación del grupo, que explican los instintos territoriales que hacen connaturales al hombre realidades como el territorio propio y la frontera. Pero horizontes biológicos sobre los que descansa en última instancia el particular e irrepetible modo de manifestarse de un grupo humano dado. En el detalle, en el matiz está la peculiaridad. La diferencia. Pertenecer a un pueblo, a un grupo humano biológica y culturalmente homogéneo (independientemente de las condiciones de su formación, de los componentes sobre los que se ha construido en su proceso de etnogénesis), supone para un individuo actuar en el mundo a partir de unos parámetros determinados que en última instancia descansan sobre lo que el hombre en verdad es. Y el hombre es una realidad biológica, un ser que sólo puede aparecer en el seno de un pueblo determinado. El hombre en sí sólo es una entelequia. Comprender y situar en el centro del discurso ideológico y de la acción política la preservación de la sustancia étnica, es decir la coherencia y la cohesión genética, antropológica si se quiere, de un pueblo debe ser el primer de todo nacionalista. Y establecer, como insiste la antropóloga I. Schwidetzky, qué grupos humanos están en condiciones de integrarse, sin alterarlo, en su círculo reproductivo. Si cualquier nacionalismo cierra los ojos ante esta realidad sólo caben dos opciones. O es suicida o, simplemente, no es nacionalismo. Plantearse el problema étnico implica mirar a la Biología y a la Antropología. Y a la Psicología. Y a la Geopolítica. No sólo a la Historia. Que también. Para hablar del sexo de los ángeles es preciso saber qué son los ángeles por lo que es preciso dominar las Teologías cristiana, hebrea y mazdea. Y para hablar de sexo es preciso saber qué diablos es el sexo, para lo que es conveniente tener conocimientos de Biología, e incluso resultaría conveniente haber practicado un poco. Lo demás es, literalmente, construir castillos en el aire.

Nacionalismo como regeneración

Es una paradoja grotesca que un fenómeno tan extendido a nivel europeo como el nacionalismo se desarrolle dando la espalda a la realidad de la comunidad étnica, y a veces, incluso, contra ella. Si no se conoce en realidad qué es una nación, qué es un pueblo ¿Por qué (¿Por quién?) luchan los nacionalistas? A veces parece misterio un insondable. En realidad, no lo es tanto. Lo cierto es que se están utilizando algunos recursos vinculados al campo de lo instintivo para actuar más allá (o en contra) de la realidad biológica sobre la que descansa la realidad que conforma el pueblo. En efecto, los nacionalismos, y en esto el caso de «castellanismo político» sería paradigmático. En la actualidad, y en consonancia con el discurso de valores dominante, los dos grupos políticos «castellanistas» de mayor implantación (que, reconozcámoslo, no es demasiada), Tierra Comunera e Izquierda Castellana, que han hecho un mínimo intento de elaborar un planteamiento ideológico, están lastrados en su imposible acción nacionalista por la enorme dificultad (imposibilidad en verdad) de conjugar ideologías políticas centradas en el eje Individuo-Humanidad con la realidad del ethnos. Por un lado, Tierra Comunera, ha descendido prácticamente al ámbito de la reivindicación local o regional, ofreciendo unas alternativas, de apariencia más o menos socialdemócrata, intercambiables según la coyuntura con las de cualquier grupo de izquierda o derecha. Practica un discurso que oscila entre un sector regeneracionista bienintencionado (centrado en conseguir que el pueblo castellano tome conciencia de sí mismo y, dentro del marco sociopolítico vigente, se logre una mayor tasa de bienestar y desarrollo) y otro, más joven, pero más alejado de las posibilidades municipales de acción, y más radical en su modo de expresarse y, en realidad, más cercana al mundo de los anhelos que al de la política real. A nuestro juicio, y dejando aparte las reformulaciones ideológicas que consideramos esenciales y que hoy por hoy no vemos posibles en esta formación, Tierra Comunera precisa de una renovación táctica y estratégica que implique destacarse nítidamente de las sucursales locales de los partidos estatales si no quiere seguir languideciendo.

Nacionalismo como coartada

Por su parte, las propuestas de Izquierda Castellana, son, simplemente, propuestas de Izquierda. Muy respetables, loables en algún (escaso) caso, pero radicalmente ajenas a la reconstrucción, defensa y al desarrollo en términos globales del pueblo y la nación castellanos: multiculturalismo, denuncia del capitalismo, del sexismo, de la xenofobia, del racismo, del fascismo... constatar que el discurso político que se levanta a partir de todos estos «contras» difícilmente puede basarse en una idea tan diferencialista, tan orgánica, tan supra-individual y ajena al concepto abstracto de humanidad como la de «pueblo» sería algo evidente si, como se ha dicho arriba, en Izquierda Castellana se hubiese meditado en serio sobre ella. En realidad, el nacionalismo castellano se utiliza como bandera de enganche, más o menos atractiva para la gente joven (¡Ay! ¡Ese melancólico apegarse al terruño oprimido, olvidado e injustamente calumniado como opresor!), encuadrada para una acción política cuyos objetivos trascienden varias galaxias el hecho nacional castellano. De hecho, no es más que una propuesta política mimética a la izquierda radical nacionalista vasca y catalana. Con sus mismos planteamientos contradictorios, sus mismos defectos y sus mismos problemas incapacitantes (¿Pero alguien en su sano juicio puede creer que el «antifascismo» es una prioridad hoy para la reconstrucción nacional castellana?) constituye una alternativa política que sigue de lejos a la realidad y que, incapaz de entenderla, asume nuevas posiciones a medida que los procesos y fenómenos sociales se van produciendo, fenómeno incomprensibles e inesperados desde sus planteamientos doctrinarios (como, sin ir más lejos, el propio nacionalismo, ese último refugio de los canallas, instrumento de alienación del capitalismo). Aun no entrando en absoluto en la categoría «nacionalista», cabría mencionar aquí a Unión del Pueblo Leonés. Bajo la coartada de la recuperación de la identidad leonesa (un fin, por lo demás absolutamente necesario para todo proyecto castellanista, tanto los que incluyen las tierras del viejo reino como los que las excluyen en sus propuestas) se ha levantado una aventura política análoga a cualquiera de los grupos regionalistas cuya relevancia política no va más allá de la aritmética del parlamento correspondiente. La incapacidad (en realidad la falta de voluntad) de UPL de poner las bases para una reconstrucción étnica (ni siquiera regional) leonesa, con las armas que le proporciona su representación política es la mejor prueba de los horizontes «políticos» de dicha formación. El victimismo anti-vallisoletano es suficiente para que vivan de él unos cuantos políticos y otros cuantos leoneses se acuesten todas las noches con una sonrisa en los labios.

Nacionalismo como fósil

Quizás el mejor ejemplo de la inadecuación a la política real de los planteamientos castellanistas lo ofrezcan los grupos que promueven el renacimiento de la Castilla condal (o real, que para eso se reunifica con León como reino). Más allá de la justicia de la argumentación histórica, más allá de constituir el mejor marco para el empleo de la táctica del victimismo anti-estatal y más allá de la vehemencia de don Anselmo Carretero y sus epígonos, lo que a priori supondría la gran baza (supuestamente) de esta propuesta, a saber, su clara definición de la esencia de lo castellano y de sus límites humanos y geográficos constituye a la vez su mayor hándicap antipolítico. Repartir credenciales de castellanía en virtud de un argumento geográfico-arqueo-institucional (usted es castellano porque vive en una comarca donde hace de medio siglo funcionaba una Comunidad de Villa y Tierra), puede ser romántico y dar argumentos para darle a la húmeda o a la tecla. Pero en absoluto político. Aparte de remitir a las consideraciones del inicio del artículo sobre la naturaleza de un pueblo, bastaría mirar al hoy de Castilla. Alguien con quien me une una relación muy especial, Teresa Inmaculada Cuenca Cabañas, lo decía hace años en un artículo: a día de hoy considerar que un señor deTarancón es castellano pero no lo es uno de Utiel, no es serio.

Qué hacer

A pesar de lo que pueda sugerir el encabezamiento del parágrafo, no voy a remedar a Lenin. Es imposible saber qué hacer si no se tiene absolutamente claro quien lo tiene que hacer. Éste es el primer paso. El nacionalismo castellano debe repensar los conceptos claves: el pueblo y la nación. Sin complejos y sin prejuicios. Sin esta clarificación sólo cabe irse a casa a ver pasar la Historia. Pero una vez establecido, cada nacionalista castellano deberá ser consciente de que elegir su nación es, precisamente eso: una elección, y por tanto una discriminación. Para un nacionalista su pueblo debe estar por encima de todo. No caben «solidaridades» que enturbien su acción. Ni compromisos con estructuras ajenas, y por tanto dañinas, para la nación. Ni monsergas sobre la humanidad. Si no se es capaz de asumir esto hasta las últimas consecuencias, no se es nacionalista. En política, como en la vida, la esquizofrenia es una patología devastadora. Tras clarificar el quién, es necesario definir lo más claramente posible el cómo. Las armas de la reconstrucción nacional. Y lo primero construir un discurso de la «no-escisión»: un pueblo es un ente biológico, es decir, orgánico. Una estructura compleja polifuncional y jerarquizada. El marxismo es inútil como andamiaje ideológico para la cohesión de un pueblo. Un marxista inteligente es consciente de ello. Un nacionalista debería serlo también.

Pero la lucha por la existencia de un pueblo, del pueblo castellano, exige que las construcciones ideológicas deriven en hechos políticos, y la política es poder. El discurso ideológico debe verse acompañado de un planteamiento estratégico encaminado alcanzar las mayores cuotas de poder y cuanto antes. El discurso ideológico debe haber identificado los enemigos del pueblo. Schmitt lo dejó claro hace ya largo tiempo: la política es la identificación del enemigo. Y si esto es muy criticable hacia el interior, es una realidad inapelable hacia el exterior. Y el pueblo implica frontera. Y la frontera, exterior. Hemos dicho arriba que no caben solidaridades. En política, sencillamente, no existen. Sólo existen alianzas. Y Castilla en la hora de la geopolítica global sólo puede aliarse con los pueblos con los que lo comparte todo: los Pueblos de Europa. Pero lo fundamental sigue siendo mirarse a sí mismo. Contemplarse con la mirada clara y comprender que es en la energía latente es en su propia composición étnica donde se encuentra la raíz de la voluntad mediante la que un pueblo puede conquistarse un destino. Y en la hora presente, conquistarse un destino equivale a sobrevivir.

Olegario de las Eras

http://www.asambleaidentitaria.com/,

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Hola! Os invito a votar en la siguiente encuesta: ¿Qué provincias comprende el pueblo castellano?

Un saludo y gracias.