sábado, diciembre 30, 2006

NUESTRA CASTILLA

NUESTRA CASTILLA

Palabras en San Pedro de Arlanza


Castellanas y castellanos:

En 1970, con motivo de la conmemoración del Milenario de la muerte de Fernán González, muchos de los que hoy estamos aquí, porque creemos en Castilla nos reuníamos también en este recinto venerable, cuando los actuales oficiantes de las llamadas comunidades autónomas que han descuartizado a Castilla se ocupaban en otros menesteres y ni siquiera pensaban en nuestro pueblo y en la recuperación de su identidad. Nosotros, entonces como hoy, evocábamos en este mismo sitio aquel pasado y decíamos desde la hondura de nuestro sentimiento castellano y con palabras nacidas del alma:

« Retrocedamos en el tiempo mil años atrás: al mes de junio del año 970. Fernán González, Conde de Castilla y de Alava, paladín de los castellanos, ha muerto y va a ser sepultado aquí mismo, en este monasterio que él y toda su familia amaron tanto, en esta tierra sagrada de San Pedro de Arlanza donde los castellanos tenemos hincada una de nuestras más hondas raíces.

Callan las alondras en los bosques y en las viñas que rodean el cenobio. Las aguas del Arlanza, que lamen sus viejos muros, dejan de susurrar el alegre murmullo de todos los días. El héroe castellano, este hombre que al pelear -como canta el Poema- parescía entre todos un fermoso castiello, está aquí, de cuerpo presente, y sólo se oye el tañido lúgubre de las campanas, el toque de difuntos sobre el silencio dolorido del pueblo y de los campos, y la salmodia funeral de los monjes».

Aquí radican, en definitiva, nuestras razones para querer que se salve San Pedro de Arlanza, como uno de los más preciados símbolos y señas de identidad de nuestro pueblo; como un sagrado relicario de¡ alma castellana.

Porque -óiganlo aquéllos que, por la codicia del poder, ignoran y tratan de destruir la realidad e identidad del pueblo castellano Castilla, a pesar de todo, existe.

Castilla es una personalidad colectiva, una identidad histórica y cultural. El pueblo castellano aparece en la historia a partir del siglo IX como un ente nuevo y diferenciado, como una nación original, crisol de cántabros, vascos y celtíberos, radicada en el cuadrante noreste de la Península. Este pueblo desarrolla una cultura de rasgos peculiares que trae el sello de su espíritu progresivo y renovador: la lengua castellana y un conjunto de instituciones económicas, sociales, jurídicas y políticas de signo popular y democrático, asentadas en la concepción fundamental castellana de que «nadie es más que nadie».

Cuando este pueblo consigue realizarse conforme a su propio temperamento y condiciones de vida, durante varios siglos, en el marco incluso de un propio Estado castellano, Castilla da nacimiento a la primera democracia que hay en Europa. Con la absorción de Castilla por la Corona llamada castellano-leonesa, germen del Estado español, Castilla pasa a ser sólo una de las partes sujetas a una estructura global de poder. Este poder no responde a los tradicionales esquemas populares y democráticos castellanos sino que acusa una vocación imperial y señorializante.

Durante varios siglos Castilla se ha visto desnaturalizada: por el régimen señorial, por la monarquía moderna, por el centralismo y el absolutismo de unos y de otros. Se ha inventado una falsa imagen de Castilla como pueblo dominante e imperialista que ha sojuzgado a los demás de España, imponiéndoles por la fuerza su idioma, su cultura y sus leyes. Tópica e injusta imagen castellana que tanto daño nos ha hecho a todos, al hacer más difícil todavía la gran empresa de¡ entendimiento y vertebración de España.

Como hemos predicado tantas veces, Castilla no es eso. No ha habido una hegemonía castellana ni un centralismo de Castilla. Los ideales e instituciones genuinos de Castilla nada tienen que ver con el absolutismo ni el imperialismo. La tradición castellana es popular, democrática y foral: respeto de la dignidad humana, libertad e igualdad ante la ley, estado de derecho consagrado en los fueros, pactos y acuerdos de unos Concejos con otros, con el rey y con otros Estados. Castilla no ha sometido a los demás pueblos peninsulares ni les ha hipotecado su personalidad histórica. Castilla no ha sido culpable sino víctima: la primera y más perjudicada víctima del centralismo español.

En nuestros días, por las agresiones sistemáticas del centralismo político y cultural y del desarrollísmo económico, ese perjuicio ha llegado a extremos dramáticos. El pueblo castellano, campesino en su mayor parte, ha sido expoliado, forzado a emigrar de una tierra empobrecida de la que las estructuras dominantes se han ocupado sólo para succionarle todos sus recursos; y así Castílla ha devenido dramáticamente una tierra subdesarrollada, despoblada, desangrado, casi destruida por un inícuo proceso provocado de degradación vital.

Pero el pueblo castellano, ciudades y villas empobrecidas, campesinos marginados, gentes expoliadas -como dice el Manifesto de Covarrubias, de Comunidad Castellana- no ha sucumbido a pesar de todo. Y en este crítico momento de su historia, en que ve comprometida su propia supervivencia como tal pueblo, se levanta, necesita levantarse, para afirmar su derecho y su voluntad de sobrevivir.

Es la hora del regionalismo y de la autonomía, de que tanto se habla en estos tiempos. Castilla necesita, en efecto, del regionalismo y de la autonomía para recobrarse y sobrevivir; pero con tal que ese regionalismo y esa autonomía no sean engañosos y ficticios, sino auténticos.

Nosotros estamos aquí y clamamos por la salvación del monasterio de San Pedro de Aríanza, y de todos los valores, intereses, símbolos y tradiciones de Castilla en los que se expresa la identidad de nuestro pueblo, porque creemos en un regionalismo popular.

Porque la región no ha de ser un hecho político, administrativo o económico, al servicio de las ambiciones de poder de las oligarquías dominantes en cada circunstancia; sino que para nosotros la región es una realidad mucho más compleja y profunda, hecha de factores geográficos, históricos, antropológicos y culturales, y también económicos. Pero nunca la región puede ser una división tecnocrática del territorio, al servicio de nuevos centralismos políticos y administrativos, y que nada tienen que ver con una concepción humanista y progresista del hecho regional, entendido como ámbito de vida humana comunitaria, como entorno ecológico y cultural del hombre y vía más efectiva para su liberación.

La región es básicamente un hecho cultural: una comunidad entrañada por la tierra, la historia, los antepasados, las tradiciones, las costumbres, las formas de vida, el entorno biocultural y social, el medio en que se nace. Es lo que nosotros llamamos un pueblo: una comunidad de hombres que viven juntos y que, por la conjuncion de una serie de factores comunes, se reconocen como una identidad.

Hombres y mujeres que viven en una tierra, a la que aman como, su tierra. Nosotros amamos profundamente a nuestra tierra, este país castellano, del que hemos sido hechos y al que seremos devueltos; y amamos todo lo que constituye el país: el pueblo, el paisaje,, los robles, las encinas, los enebros, los fresnos, las praderas, las viñas y los álamos del río en la ribera. Esta tierra a la que queremos preservar de la destrucción.

Este regionalismo popular concibe la región a partir del pueblo; la región no puede ser inventada o fabricada; no es un simple espacio territorial; es un espacio geográfico, cultural y popular; es la casa, geográfica e institucional, de un pueblo.

Para nosotros, en el marco de este regionalismo popular y cultural, la tarea que se nos impone es la de recuperar la conciencia de pueblo y sus señas de identidad y rescatar la genuina tradición cultural castellana, como condiciones de supervivencia colectiva y libertad.

El reencuentro de Castilla con su propia identidad, la recuperación de la conciencia de su personalidad histórica y cultural, son las cuestiones en que radica el ser o no ser del pueblo castellano. Si resurge en nosotros la conciencia de pueblo -ni más ni menos que el pueblo catalán o el pueblo vasco-, y con ella, consecuentemente, por la misma naturaleza de las cosas, la voluntad colectiva de continuar existiendo como tal y de reclamar para ello los medios necesarios, Castilla se habrá salvado.

Y podrá contribuir, en condiciones homogéneas y equivalentes a las de los otros pueblos de España, y concretamente las llamadas nacionalidades históricas -y conste que Castilla no lo es menos que ninguna- a una construcción armónica, solidaria y fecunda de España.

Desgraciadamente, la clase política ha ignorado a Castilla, la ha utilizado poniéndola al servicio de sus particulares conveniencias en la lucha por el poder y la ha eliminado del mapa autonómico de España. La creación de la híbrida y artificioso entidad regional de Castilla-León, así como la de Castilla-La Mancha, son decisiones políticas gravemente erróneas, que han herido profundamente a nuestro pueblo, y que dejan escrita en la historia de nuestros días la gravísima responsabilidad que tienen contraída los autores de este desafuero.

La sola enunciación de los nombres de estas dos nuevas entidades, Castilla-León y Castilla-La Mancha, extraños conglomerados promovidos de mala manera y sin el previo consentimiento de los pueblos afectados, pone de manifiesto que Castilla ha sido mutilada y que importantes porciones de esta región, pueblo o nacionalidad han sido anexionados a sus vecinos, los antiguos reinos de León y Toledo. Hecho inexplicable, y que no puede justificarse, dada la destacada personalidad de Castilla en la historia, la cultura y el conjunto todo de la nación española.

El engendro que llaman “Castilla y León” es obviamente una mera invención tecnocrática, que no responde más que a motivaciones e intereses políticos.

«Castilla y León. es un híbrido extraño en el que «Castilla. es lo que cuenta y León queda reducido a un papel subalterno y residual. Se entiende la falsa Castilla, la «grande e imperial., que subyace en esta concepción -teorizada en la elucubración totalitaria de Onésimo Redondo-, y que implica la anulación de la identidad leonesa.

Los partidarios de este artificio, para nombrar a la pretendida región hablan indistintamente de Castilla y León o de Castilla, nunca de León. Para ellos se trata de una hipóstasis «castellana»; usan, increíblemente, la dualidad «Castilla y León» como sujeto singular, y han llegado a inventar la entelequia de «lo castellano-leonés-: el pueblo castellano-leonés, la cultura castellano-leonesa. Para ellos ya no hay castellanos o leoneses, netos y claros, cada uno en su propia identidad, sino sólo esa miscelánea de «castellano-leoneses.. Nos preguntamos: ¿es posible para un hombre de León o Zamora, de Burgos o Soria, ser y sentirse castellano-leonés?

Su argumento consiste en que, desde el siglo XIII, Castilla y León están unidos, mezclados y confundidos en una sola entidad histórica, ya homogénea, y que no hay dos regiones diferentes sino una sola, que coincide con la cuenca del Duero. (No tienen empacho alguno en excluir de Castilla, sin contemplaciones, a tierras o provincias tan esencialmente castellanas como las de Santander y Logroño, hoy llamadas Cantabria y Rioja).

Parece claro que no es así. Tradicionalmente, a efectos administrativos, oficiales, culturales, etc., se ha reconocido siempre como un hecho natural la existencia de las dos regiones, hasta que arbitrariamente, en nuestros días, las han fusionado los partidarios de esta «duerolandia». (Territorio, por otra parte, desde el punto de vista práctico o político, demasiado extenso y heterogéneo para permitir una administración autónoma eficaz).

Castilla, nuestra verdadera región, no es susceptible de reducción a la «cuenca del Duero., siendo así que, por ejemplo, la tercera parte del territorio de la provincia castellana más extensa, la de Burgos, vierte sus aguas al Ebro, que la recorre a lo largo de 145 kilómetros, y en el que radica precisamente, en el alto Ebro, la cuna de Castilla.

León y Castilla no pueden tampoco confundirse o identificarse con la Corona o Estado de ese nombre. Solamente son partes, regiones, países o reinos de esa Corona; juntamente con otros: Galicia, Asturias, Extremadura, Toledo-La Mancha, Andalucía, Murcia, etc. Lo mismo que Aragón, Cataluña, Valencia y las islas Baleares eran entidades diferenciadas dentro de la llamada Corona de Aragón.

Además, León y Castilla no son tampoco identificables entre sí, sino que, aun formando parte integrante y destacada de un mismo Estado o Corona, conservaron su propia y respectiva individualidad.

Como señaló el maestro Bosch-Gimpera, la unión definitiva de las coronas de León y Castilla, operada en 1230 bajo Fernando III, no implicó la fusión de sus diversos pueblos ni la uniformación de sus leyes e instituciones. El Fuero Juzgo, profundamente romanizado, continuó siendo la legislación fundamental en los países de la corona de León, mientras que Castilla preservó largo tiempo sus derechos forales, usos y costumbres, es decir, la tradición jurídica de la tierra, de honda raíz germánica. Las Cortes de ambos reinos se reunieron y legislaron por separado para cada uno de ellos; en todo caso hasta comienzos del siglo XIV, y frecuentemente después. Entonces, cuando se convocaron Cortes generales, éstas no eran ya las de los prístinos reinos de León y Castilla, sino conjuntamente las de todos los territorios pertenecientes a la Corona. Al mismo tiempo, siglos XIII y XIV, las Hermandades de los pueblos funcionaron también por separado: Hermandad de los concejos del reino de León (con sede en la ciudad de León) y Hermandad de los concejos del reino de Castilla (con cabeza y sello en Burgos).

El reconocimiento oficial de la existencia de las dos regiones de León y de Castilla -ésta subdividida en Castilla la Vieja y Castilla la Nueva- es una constante de la tradición legal española, hasta la caprichosa invención del «ente castellano-leonés» en nuestros días.

Por citar un ejemplo significativo, recordemos la composición del Tribunal de Garantías Constitucionales de la segunda República española. Como es sabido, los artículos 121 a 124 de la Constitución de 1931 establecieron ese Tribunal con jurisdicción en todo el territorio nacional, para conocer, entre otras materias de su competencia, del recurso de inconstitucionalidad de las leyes; y del que formaría parte «un representante por cada una de las Regiones españolas, elegido en la forma que determine la ley».

La ley de 14 de junio de 1933, que vino a regular la estructura y funcionamiento del Tribunal, determina en su artículo 10 que cada región autónoma, una vez aprobado su estatuto, tendrá derecho a nombrar un Vocal que la represente en el Tribunal de Garantías; y en su artículo 11 establece que para la representación de las regiones no autónomas se considerarán como regiones las siguientes: Andalucía, Aragón, Asturias, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Extremadura, Galicia, León, Murcia, Navarra, Vascongadas y Valencia. Cada una de estas regiones designará un representante, elegido por los concejales de sus Ayuntamientos.

Como se advierte, para los legisladores de los años 30, conforme al derecho constitucional de España, León y Castilla sí que eran dos regiones diferentes, cada una con su propia personalidad político-administrativa.

Pero, a pesar de los engendros fraguados en nuestros días por las oligarquías políticas, la realidad es que León y Castilla existen en efecto como pueblos diferenciados, como dos regiones definidas, bien presentes en sendos cuarteles del Escudo Nacional. Y, como queda dicho, así han sido siempre reconocidos, hasta que en los últimos tiempos ciertos políticos han venido a confundirlos en este amasijo «castellano-leonés», arbitraria invención con la que a leoneses y castellanos se nos quiere hacer comulgar con ruedas de molino.

Los pueblos de León y de Castilla tienen perfecto derecho a verse respetados como identidades diferenciadas; a la protección - conforme garantiza el preámbulo de la Constitución Española de 1978 de sus culturas, tradiciones e instituciones peculiares, y a que se reconozca su derecho constitucional a integrarse en comunidades autónomas propias - la leonesa y la castellana- como los demás pueblos de España.

En este día saludamos fraternalmente, y con especial afecto, a nuestros queridos amigos leoneses presentes en este acto y que nos honran con su asistencia, y hacia los que sentimos y expresamos el más sincero sentimiento de solidaridad.

Frente a la incomprensión de¡ poder centralista y la imposición de la camisa de fuerza -castellano-leonesa», yo estoy seguro de que los pueblos de León y de Castilla -ténganlo presente los que nos atropellan- no se resignarán.

Queridos amigos, estamos aquí, una vez más, bajo la sombra sagrada del buen conde Fernán González, en esta tierra y en este monasterio que él amó tanto, y que es preciso salvar, para ayudarnos unos a otros a encontrar y revitalizar nuestras raíces.

Sólo reconociendo nuestro ser más profundo como comunidad humana, teniendo conciencia de lo que somos y proclamando nuestra existencia colectiva, afirmando y reivindicando la personalidad genuina de Castilla, y amando decidida e irrevocablemente esta tierra castellana de la que hemos salido y a la que seremos devueltos, tendremos un puesto en el futuro.

He dicho.

¡Viva Burgos!

¡Viva Castilla!

¡Viva España!

Manuel Gonzalez Herrero

San Pedro de Arlanza 12 junio 1983

5 comentarios:

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