La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)
5. Logroño, castillo de Castilla contra Navarra y Francia
La historia de Burgos y la de Logroño se pueden condensar en
una misma divisa: La lealtad al Rey y al Reino. Cuando comenzaron los excesos
en el movimiento comunero, Burgos, antiguo motor del mismo, impugnó la
demagogia de la Junta de Tordesillas y volvió al campo realista.
Pero Logroño había intuido que, tras las legítimas
aspiraciones de las Comunidades en su fase inicial, se ocultaba la ambición y
el maquiavelismo del rey de Francia, Francisco I, que no sólo se aprovechó de
la guerra civil para atacar a Castilla, sino que conspiró para que el
levantamiento comunero se produjera, llegando a hacer proposiciones deshonestas
de traición al propio Condestable y a altos dignatarios eclesiásticos, como han
descubierto las investigaciones más recientes.
El Duque de Nájera, virrey de Navarra, dio la alarma.
Ocupado el Condestable de Castilla en el restablecimiento de la paz frente a la
revuelta comunera, se aprovecharon los franceses de la situación y con la
complicidad de los agramonteses navarros, comenzaron la invasión en abril de
1520, con el fin de derrocar el poder del Emperador Carlos y anular la anexión
de Navarra a Castilla, sosteniendo los derechos de la familia Albret sobre
Navarra, y entrando por el paso de Roncesvalles para atacar Logroño.
Es magnífico y ejemplar el gesto de las ciudades comuneras
de enviar a la Rioja, contra los franceses, contingentes numerosos, e incluso
caudillos comuneros como el valeroso don Pedro Girón. La aportación de Burgos
fue de cerca de mil hombres. La orilla castellana del Ebro formó la línea
defensiva. Aún rebrillaba en los ojos de los comuneros de Castilla aquel rayo
de justicias vengadoras y “aún movían con más brío las espadas que las hoces
labradoras”.
Ante la avalancha de franceses y navarros, el gobernador de
la capital riojana, intimado a la rendición dijo “que no abría las puertas de
Logroño en tanto dentro hubiera un habitante vivo”. Escaseban las municiones y
los logroñeses se defendían con piedras y tiros de arcabuz. No había víveres,
más que panes y peces, alimentos evangélicos. (Aún se conmemora en la capital
la “fiesta del pez”, en recuerdo de aquella gesta). El 11 de junio de 1520,
Esperre, jefe de los invasores, hubo de levantar el sitio y rehechos los
castellanos, en tres semanas de lucha, invadieron Navarra, y unidos el Duque de
Nájera y el Condestable de Castilla, persiguieron a los franceses. Trabada
batalla, tan de veras, que nuestro ejército causó a los aliados invasores más
de seis mil muertos. Esta fue una batalla de verdad: la de Noaín.
Algunos comuneros recalcitrantes entraron en Francia con el
ejército galo: “Mala la hubisteis, franceses”…
También Logroño dio pruebas de su temple castellano cuando
el conde Gastón de Foix, partidario de su pariente Felipe de Evreux, intentó
entrar en Logroño al frente de sus navarros. Apurados los logroñeses, hubieron
de refugiarse en el puente del Ebro. Había que dar lugar a que nuestros
soldados se fortificaran en la ciudad dando tiempo para que una guerrilla
luchase fuera del puente levadizo, para subir éste.
Quedó encargado de tal cometido Ruy de Gaona, con tres de
sus escuderos. Lucharon hasta la muerte de éstos y continuó solo el capitán
indicado, que logrado el objetivo y no pudiendo entrar al recinto, se tiró de
cabeza con armadura y todo, para no caer prisionero, al agua. Se ahogó en el
Ebro y desde entonces se llama el paraje “pozo de Ruy de Gaona”.
Por sus méritos y castellanía, Carlos V concedió a Logroño
un escudo de armas formado por un puente un castillo (el mismo que tuvo
siempre) y una corona ducal en memoria del Ducado de Cantabria, y en recuerdo
de levantamiento del sitio en que colaboraron contra el Rey, los franceses y
los comuneros.
Hombre en su siglo. Los sujetos eminentemente raros dependen
de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos aunque lo tuvieron,
no acertaron a lograrlo. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo
bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al
uso, pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno, y si éste no es su siglo,
muchos otros lo serán. (Gracián)
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