lunes, julio 12, 2010

La carga de los tres reyes (Arturo Pérez Reverte)

XLSEMANAL 11 DE JULIO DE 2010


Patente de corso

Por Arturo Pérez Reverte

LA CARGA DE LOS TRES REYES


La carga de los tres reyes ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aque­llo, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle. Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes espa­ñoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la his­toria de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estre­cho de Gibraltar, resuelto a reconquis­tar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.

Los paró un rey castellano, Alfon­so VIII. Consciente de que en Espa­ña al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla con­siguió reunir en el campo de batalla a unos 27.ooo hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extran­jeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes milita­res españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas
populares, para entendernos- y 8.5oo catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gen­til caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora,
a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jine­tes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 6o.ooo guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraísode las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.

La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena,los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana,mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada, en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueroncasi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes :militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfon­so VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó sali­va y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabal­gando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.

¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norte­americanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.


www.xlsemanal.com/perezreverte

3 comentarios:

Anónimo dijo...

creo que este rey era el cuarto Alfonso en Castilla, ¿ por que le llaman VIII ?
a final del articulo, Reverte le llama "Alfonso VII"... ¿ en que quedamos ?

Anónimo dijo...

¿ aqui no contesta nadie ?

Anónimo dijo...

El número VIII corresponde si se incluyen los reyes de León y Galicia y Asturias.