lunes, agosto 13, 2007

In memoriam . Gaudencio Hernández (Diario de Ávila domingo 12 de agosto 2007)

Falleció en Ginebra el miércoles 8 de agosto de 2007 Gaudencio Hernández, colaborador habitual en el espacio Tribuna Libre del Diario de Ávila - algunos de los cuales se han reproducido en este blog - abrió una ventana a los abulenses para dar a conocer las singularidades de la política suiza, esa gran desconocida en el ámbito mundial.

Gaudencio Hernández fue licenciado en Letras, residió en Ginebra, Suiza, donde ejerció como Asistente Social y Profesor de Español. Prolífero escritor que en todos sus libros nos deja la huella de algunos retazos de su vida, deleitándonos con su lectura y reflexionando sobre los problemas acuciantes de nuestro tiempo. Entre sus libros están: Tormenta en Gredos -Premio Platero del Club del libro español de las Naciones Unidad de Ginebra-: Ávila, pícaros y santos y Mis cuatro gracias.

Otros títulos publicados:

El otro.
Silvia. Una española en Ginebra.
Diálogos con el Sr. Ibarretxe.
Los judíos y nosotros.
El otro. El reverso del ser. Una nueva filosofía.
Historias de amor


"La Revista, para leer en verano" ofrece, a modo de homenaje, un relato inédito del escritor abulense Gaudencio Hernández –San Juan del Olmo-, fallecido el pasado miércoles en Ginebra, y colabora­dor habitual de Diario de Ávila'. En la foto, con unas flores en la mano, acompañado de un amigo en visita reciente ala Sierra de Ávila, su paisaje natal.

Cecilia , melodía callada

por Gaudencio.Hemández


Diario de Ávila domingo 12 de agosto de 2007


Cecilia pasó ligera por mi vida como una sonata de Mozart. Todo en ella es musica, melodía, viento que silba en la tarde. La ópera La Flauta Mágica, tam­bién de Mozart, se encarna en ella y en­tonces- corre, vuela, se me escapa de las manos. Es melodía inmaterial, celeste; a veces quiero cogerla en mis brazos y se va, se va por los aires tocando su flauta. ¡Qué poder el de su músícá! No sólo la que sale de su piano, sino la que vibra en el fondo de su alma. Cecilia, cuando toca, cuando cuando oye, cuando siente Mozart en el fondo de su alma, es tal la transformación que se opera en ella que uno no sabe si es real, de carne y hueso, si es mú­sica sonora, sueño, encantado o espíritu celeste. Pero, eso sí, entonces es deseo; el más puro deseo que sale de su corazón, que sale del mío.

Otras veces tocando, escuchando los Dichterliebe (Amores del Poeta) de Schumann, la veo venir hacia mí, tomarme de la mano, llevarme al campo y perdernos entre flores y árboles, entre s torrentes y rocas de granito. El amor sube, sube ama encendida, nos envuelve a los dos , nos quema, nos abrasa. Todo en ella se hace fuego, deseo, pasión. La tarde, el crepúsculo nos
cubre con su manto rojo y el viento, la brisa nos lleva abrazados, fundidos en uno, por caminos de ensueño. Volvemos a desandar el camino. Las estrellas de la noche cantan a coro un Dichterliebe. Nosotros las escuchamos embelesados.

A veces, Cecilia se pone a tocar al piano los 24 Preludios de Chopin. Son veinticuatro ninfas, beldades que pasan en procesión ante mis ojos, Vive, se encarna en cada uno de ellos y como en
En un caleidoscopio voy viendo pasar ante mí a Ce­cilia transformada en veinticuatro beldades diferentes: alegre, graciosa, sonriente, rubia, morena, pálida, rosa temprana, manzana reineta, tizón encendido, nieve pálida, agua que sacia mí sed.,. ¡Qué misterio! ¡Qué placer poder gustar, experimentar, amar y desear 24 mujeres en una sola!

Pero Cecilia ama, adora a Beethoven. Su mú­sica levanta torbellinos, torrentes dé lava, dul­zura infinita de mar en calma, gritos de rebelión salvaje, temblores y angustias de muerte, ansias de eternidad, de vivir y pervivir, El Quatuor op. ­131, me dice, «es música más sublime.', más profunda, más filosófica que jamás se ha escrito; es una de las últimas obras que escribió , su testamento. Para mí es una pieza dura, apenas pene­tro en ella». Al escucharla, yo la veo entrar en su interior, temblar con espasmos de muerte, ex­plotar en encanto de vida y esperanza. Cuando escucha a Beethoven, Cecilia deja este mundo, se adentra en ella misma, y como sí entrara en tránsito, en un sueño, se va transformando en poesía, en drama, en coro de ángeles, en grito de revolucionarios, en vida y muerte, en fuego, so­bre todo en fuego. Jamás con música alguna la siento tan radicalmente transformada: la música la llega, le arrebata las entrañas.

Ella es entonces para mí deseo absoluto.. fuego qué me devora vendaval que me, lleva, al horizonte de la vida y la muerte, instante sublime, música callada del amor, del orgasmo que funde dos almas en una.

«Ven», me dice en la noche callada, con el cielo cargado de estrellas, «ven que escuchemos a Falla. La magia del amor sólo se siente en la no­che escuchando, bailando, la Canción del fuego fatuo de El amor brujo. Siento sus ojos brillar corno centellas; se clavan en mí, me llegan al alma. Sus brazos dan vueltas como. palomas en la Plaza de San Marcos. Sus piernas saltan en torno al fuego, como sátiros en noche de San Juan. Todo en ella tiembla, arde, corre y gira . En la noche estrellada se duerme en mis brazos, es­cuchando el último acordé, del último zapateado de la "Danza del Fuego».

Cecilia es, como dice Juan de Yepes, « música callada, soledad sonora»..

No hay comentarios: