miércoles, octubre 09, 2024

Castilla, lecho de Procusto. Jesús Fuentetaja

 

Castilla, lecho de Procusto

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Castilla, lecho de Procrusto

JESÚS FUENTETAJA

En el Diccionario de Mitología Griega y Romana de Pierre Grimal, se narra el mito del bandido Procrusto o Procrustes, también conocido como Damastes y Polipemón. Este vivía en el camino de Mégara a Atenas. Se trataba de un posadero del Ática, que disponía de dos lechos, uno corto y otro más largo, y obligaba a los viajeros a tenderse en uno de ellos: a los de alta talla, en el corto y a los de baja estatura en el largo. Para adaptarlos a la cama, a los primeros les cortaba los pies que sobresalían y a los segundos les estiraba las piernas a golpe de martillo. Según el mito, fue muerto por el héroe griego Teseo (el vencedor del minotauro de Creta), administrándole a él la misma medicina que recetaba a los demás. Este mito se ha convertido en un símbolo del conformismo y uniformización, que puede ser aplicable a toda falacia en la que se tratan de deformar los datos de la realidad para que se adapten a la hipótesis previamente establecida. Incluso, da nombre a un síndrome en psiquiatría, cuando alguien se muestra intolerante con todos los demás que no son capaces de ajustarse a lo que aquel dice y piensa. Si, ya me imagino en que enfermo actual pueden ahora estar pensando. En nuestro rico refranero español tenemos un dicho que lo define también perfectamente: que te obliguen a comulgar con ruedas de molino.

Ruedas de molino son las que llevamos tragando y no desde hace poco tiempo en esta parte del llamado Estado español que genéricamente se ha venido conociendo como Castilla. Los castellanos hemos soportado que se nos estiren hasta la extenuación la carga fiscal que históricamente venimos padeciendo, a la vez que nos han venido recortando nuestro patrimonio geográfico y humano, para adaptarnos a las sucesivas organizaciones territoriales que han concluido en el actual Estado de las Autonomías, en el que quedaron aventados, no a los cuatro sino a los cinco vientos, los pedazos de la antigua y otrora poderosa Castilla. No, no es de ahora. Ya el jesuita Baltasar Gracián, autor de El Criticón, una de las novelas de referencia de la literatura española, afirmaba en pleno siglo XVII, que: “no se veía un real de a ocho en toda Castilla”. El lecho establecido por los Austrias para estirar los impuestos a los castellanos tenía su destino en la financiación de las guerras europeas exigidas para mantener las sucesivas políticas imperialistas de sus monarcas. Impuestos que al parecer no se exigían en la misma medida en otros lugares de España.

En el otro lecho, en la cama más corta, se fue colocando a las instituciones más genuinamente populares de Castilla como eran las Comunidades de Villa y Tierra, a las que fueron cercenando extremidades de sus dominios territoriales. Desde los Reyes Católicos, con la expropiación del sexmo de Valdemoro de la de Segovia, hasta la política económica de Felipe II, que para conseguir los fondos necesarios para hacer frente a los empréstitos concertados, principalmente con los banqueros genoveses, implantó la venta de jurisdicciones y de baldíos de estas corporaciones. Ello, sin contar el recorte de libertades tras Villalar, protagonizado por el padre de este último y nieto de los primeros. No solo fueron las monarquías absolutistas las cercenadoras de bienes y derechos, la expropiación de los pinares de Valsaín por Carlos III fue otro ejemplo, sino que la persecución a las Comunidades la completaron los liberales, los progresistas del siglo XIX, que a través de sendos procesos desamortizadores fueron enajenando sus bienes, al mismo tiempo que disponían su disolución cuasi definitiva.

Así llegamos al pasado siglo XX, en donde un régimen dictatorial surgido de un enfrentamiento civil, pero salvaje entre españoles, se quiso apoderar de los valores universales de Castilla, a la vez que sus políticas económicas vinieron a vaciarla de población, para facilitar la mano de obra barata al crecimiento industrial de la periferia, potenciado desde aquel régimen, entre otras medidas, con un protector sistema arancelario que impedía la competencia exterior de sus productos, destinados mayormente al consumo interior.

En la actualidad, Castilla, al igual que puede haber sucedido con otras regiones, después de haber sido históricamente esquilmados sus habitantes a impuestos y estirados hasta la saciedad; y de haber visto recortadas sus libertades, derechos y población; divididos sus antaño límites territoriales, y cuando esperaba que al menos se cumpla la solidaridad interterritorial que históricamente la deben y que además aparece contenida en los artículos 2 y 138 de la Constitución de 1978, estamos viendo que aquel principio solidario puede quedar seriamente amenazado si finalmente llegan a cumplirse los pactos alcanzados para formar gobierno en una de aquellas regiones periféricas más favorecidas por la política económica franquista. Lo triste es que esto lo pueda permitir un gobierno de izquierdas que, como no puede ser de otra manera, lleva en su ideología y en su razón de ser el reparto equitativo de la riqueza nacional, con el objetivo último de acercarse al concepto de igualdad que, implícito en su propia naturaleza, llevan siglos persiguiendo.

En “Castilla Canto de Esperanza”, que al narrar la epopeya comunera nos ha venido cantando magistralmente el Mester, se añora a una Junta y se espera a un capitán. La primera parece ser que ya existe, al menos eso dicen, pero no sé si aún nos pueda faltar el Teseo del mito, que como buen capitán acabe con la existencia de la doble vara de medir y con las camas de dos usos, en las que nos echamos a descansar pero no sabemos si nos vamos a levantar más estirados o más recortados, o incluso si vamos a ser capaces de levantarnos.

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