martes, junio 13, 2006

20 años de autonomía (Alfredo Hernández El Mundo 23 -2-2003)

De nuevo se trae a este Breviario un artículo del zamorano Alfredo Hernández - el preferiría autodenominarse castellano- buen exponente del pensamiento pucelano que pretende la región una, grande y sometida a su capital. Añora una región centralista y jacobina -fuera León y su memoria-, lejos de las viejas herencias locales que en tiempo fueron las comunidades castellanas y los foros leoneses; la vieja historia del pseudoprogresismo antihistoricista, hace tiempo denunciada por Anselmo Carretero y expuesta en este breviario, tiene uno de sus más típicos exponentes exponentes en este periodista y sociólogo, que manifiesta todos los tics afranchutados del centralismo, el jacobinismo y la absurda reducción de la historia a ese moderno pseudocastellanismo que tiene su sede en la leonesaValladolid , que por lo visto hoy es el no va más de lo castellano y lo imperial.

Nos advierte en sus artículos que fuera de la reducción uniforme al moderno y uniforme pseudocastellanismo, a la partitocracia afincada en Pucela - constituida en clase-y a sus pompas y sus obras no hay salvación para la región. Expresa a la perfección, acaso sin sin quererlo, el ideario de algunos partidos políticos que se denominan castellanistas, nacionalistas y no se que otros calificativos que curiosamente coincide con el de las fuerzas vivas vallisoletanas, acaso justamente por estar alentada por ellas.

Acabemos de una vez con los caciquimos locales en pro de la moderna dictadura capitalina pucelana, más eficaz e implacablemente depredadora -en nombre de Castilla eso si-

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2O años de autonomía

Alfredo Hernández

El Mundo (Castilla y León, 23 febrero 2003)

Tras veinte años de autonomía, todavía no nos hemos acostumbrado a definirnos como castellanos y leo­neses. Nuestra identificación so­ciológica, hoy por hoy, sigue sien­do la provincia, aunque nuestro marco administrativo-político sea la comunidad autónoma. Castilla y León más que una región con entidad sociológica es una región política. Los sentimientos provin­cialistas siguen siendo muy fuer­tes. La carencia de una conciencia autonómica es uno de nuestros graves problemas. Lo consuetudi­nario es uno de los factores que explican nuestra mentalidad so­cial. Nos falta pulso social porque nuestra sociedad civil no está es­tructurada. Lo político y los políti­cos tienen un gran peso en la di­námica social de esta comunidad, y ello es un estorbo para su mo­dernización social. El regionalis­mo castellano y leonés es un re­gionalismo integrador con Espa­ña. Nosotros no sabemos diferen­ciar que defender lo nuestro no significa tener una actitud anta­gónica; no tener claro esto es ro­zar el quijotismo.

También es posible que la esca­sa conciencia regional se deba al mal trato a que ha sido sometida esta comunidad en relación a otras regiones españolas. Lo cier­to es que nuestra conciencia re­gional emerge en oposición a las regiones históricas, también de­nominadas nacionalidades, como son el País Vasco y Cataluña. En esta tierra argumentamos que si existe una región histórica en el Estado ésa es Castilla y León; en este caso sí somos nacionalistas. En cierta forma, esta actitud deja entrever un cierto complejo de in­ferioridad en relación a otros pue­blos que con más personalidad so­cial que nosotros, con más senti­mientos regionalistas, no tuvieran derecho a explicitar sus deman­das sociales y políticas, porque son menos históricas que Castilla y León. Nuestro escaso regiona­lismo también surge cuando exis­te un agravio comparativo con otras regiones. Castilla y León ra­ra vez critica al Gobierno de la Nación, independientemente del partido que esté en el Gobierno, pero sí criticamos a las comunida­des que saben sacar beneficio del Gobierno Central. A mi juicio, la ausencia de una clase dirigente regional y no provincialista, es una de las variables que explican lo anteriormente expuesto. Eso sí, tenemos una clase política, tene­mos una administración autóno­ma que cuenta con capacidad po­lítica, medios económicos, mate­riales y personales suficientes pa­ra modificar nuestra estructura social, pero carecemos de una cla­se dirigente en la sociedad civil que es el déficit para nuestra modernización.

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