lunes, abril 29, 2024

... MEDITACIÓN ANTE EL MILENARIO DE CASTILLA (IV)

 ... MEDITACIÓN ANTE EL MILENARIO DE CASTILLA (IV)


IV LA CREACIÓN LINGÜÍSTICA


Cuando Castilla nació, balbucea ya una lengua. La fiesta milenaria de hoy es también conmemoración de aquel período feliz en que los hombres empezaron a hablar el español. Si una lengua es lo más humano que hay en el hombre, el mejor instrumento de expresión de su alma, el espejo de todo su interior, el cauce de su fuerza espiritual, la lengua de Castilla representa la creación más humana de aquella raza: es el retrato más fiel de su mundo psicológico y vital. Tan cierto es ello, que hoy, al cabo de mil años, la misma historia vacila y se confunde y no acierta a descubrir ni a señalar tales rasgos políticos o hechos heroicos, y la arqueología falla porque existen ruinas o se han perdido restos venerables. Pero ahí está en pie en toda su fuerza inmortal, ese idioma, que de castellano ha pasado a ser español, esto es, de dialecto se ha impuesto como lengua común.



El castellano, habla popular


El castellano nace, como habla popular, al compás de los castillos y de los monasterios. Va evolucionando el viejo latín, hecho ya lengua del vulgo, y adquiere a la par que la característica general romance el sello particularista y local de la nueva raza castellana. Diríamos así, sin pretender un minucioso análisis evolutivo impropio de este lugar, que el nuevo dialecto pasa a ser, por el prestigio de la unificación, la lengua del condado. En las postrimerías del siglo X, se percibe nacida la lengua, ya se acusa su ritmo, ya se presiente su morfología, ya se la escucha en los labios monacales, ya se le ve estampada en los pergaminos y cartularios. Y esta lengua ya formada, instrumento fiel de expresión de la raza que nace, se lanza también a una lucha de dominio sobre los demás hablares del solar patrio, a los que sobrepuja con fuerza indestructible.



El castellano, lengua nacional


Cuando un dialecto se impone como lengua común en un amplio grupo social, la lingüística demuestra que es siempre por una poderosa razón de índole religiosa, política, económica o literaria. En Castilla se dió el mismo fenómeno, por el que tuvo supremacía el latín sobre los demás hablares itálicos o por el que el ático dominó a los demás dialectos griegos. Fué una razón de hegemonía, de predominio político. Cuando Castilla pasó de condado a reino y fue fundiendo y soldando las nacionalidades peninsulares hasta crear la unidad hispánica, impuso otra vez su idioma como lengua común de toda la nación. Como Castilla estaba predestinada a ser España, su lengua había de ser el español. Y hubo aún más. Porque el destino del español fue uncido ya a toda la grandeza expansiva del genio castellano y le siguió inseparablemente cuando sobre la nación supo crear el Imperio. Entonces la razón política hizo imperial a la lengua castellana que luego se trasplantó a los mundos más lejanos y a los más apartados horizontes donde Castilla hizo brillar la espada y la cruz.



La lengua del Imperio


Escuchemos las palabras iniciales con las que el más ilustre de los humanistas españoles comenzó la primera gramática que se ha escrito del idioma de Castilla al dedicarla a la más excelsa de las reinas castellanas. «Cuando bien pienso conmigo—decía—muy esclarescida Reina e pongo delante los ojos al antigüedad de todas las cosas, que para nuestra recordación e memoria quedaron escriptas, una cosa hallo e saco por conclusión mui cierta; que siempre la lengua fue compañera del imperio o de tal manera lo siguió que juntamente comenzaron, crescieron e florescieron e depués junta la caída de entrambos».


Fijaos bien que esta gramática se escribe en 1492, el año en que Castilla ha consumado la unidad nacional y ya no hacen falta castillos en la linde porque se linda con el mar. Y se edita el 8 de agosto, cuando aún navegan las carabelas de la ilusión, para construir castillos más allá del océano tenebroso. La escribe el genio literario de Antonio de Nebrija y la dedica a la majestad católica de Isabel de Castilla. Subrayo así el feliz acontecimiento porque, por coincidencia curiosa, cuando terminemos de conmemorar este milenario de España comenzara el quinto centenario del nacimiento de Antonio de Nebrija, el gramático, el perfeccionador de aquel idioma que, al morir, balbucía Fernán González, y es justo que pensemos por lo uno y por lo otro en celebrar la fiesta secular del idioma español.


Fue una lengua de imperio. Los que la crearon sintieron el ansia imperialista de dominar el mundo para ofrendarlo a Dios. Y cuando Castilla estuvo madura y consolidó los reinos de la nación en una unidad, como en el siglo X había soldado los condados dispersos en un solo Estado, el Imperio fue un regalo del Cielo. Pero fue un imperio del signo espiritual, de destino tan por encima de las cosas de la tierra, que aun hoy día (1943), a los mil años de nacer rumorosa y niña la lengua, la hablan más de veinte pueblos y naciones y más de ciento cincuenta millones de hombres. La lengua fue compañera del Imperio. Nuestro imperio lingüístico vive porque vive y alienta toda nuestra fuerza espiritual, toda nuestra tradición histórica, toda nuestra unidad de destino. América sentirá siempre la solidaridad hispánica, porque habla el español, porque nos entiende y la entendemos, porque tenemos el mismo instrumento de expresión humana y espiritual.


Castilla, la eterna Castilla, nos dio un idioma que llegó a ser ya para siempre en nosotros el sello inconfundible de su grandeza y de su espíritu. Porque fue como el torrente cristalino por donde fluyó la voz de España, por donde hablaron sus sabios, por donde cantaron sus poetas, por donde en un siglo se expresó el mundo de la civilización y de la cultura. La lengua secular de Castilla fue en fin, por sus condiciones fonéticas, por su ritmo feliz, viril y robusto por su gracia y flexibilidad, la que en el sentir de nuestro magnánimo César, Carlos V, era de todas las lenguas cultas universales, el mejor instrumento «para hablar con Dios».

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