domingo, marzo 24, 2024

Las “nacionalidades”: término gramatical y explosivo (1980) (José María Codón)

 La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España



Las “nacionalidades”: término gramatical y explosivo (1980)


J. M. Codón


Cuando se disminuye la fuerza de explosión o implosión de las llamadas “nacionalidades”, reduciéndolas a una simple cuestión gramatical o semántica, se obra temerariamente. Las “nacionalidades” son mucho más que un problema de lexicografía. Detrás de cada palabra siempre hay una idea, un concepto y en este caso una Institución de derecho político, un programa separatista, que ha intentado minar el ser nacional y reducir a pedazos la historia común. Es el lema letal de los separatismos y secesionismos que en España han sido desde 1868.


Prescindiendo de su conocida acepción en derecho internacional privado, equivalente a ciudadanía, en el actual lenguaje de las Naciones Unidas, nacionalidad es una colonia pendiente de liberación. Pero no es éste el caso de ninguna región interna dentro de nuestra Patria.


En la realidad hispana no hay más que una nacionalidad o Nación: ESPAÑA, que culminó su unión con los Reyes Católicos, pero que es mucho más antigua, ya que data del siglo I de nuestra era con la unidad hispanorromana, y desde entonces, lo mismo los reyes y pensadores godos, que los monarcas y tratadistas de la Reconquista, concibieron y exaltaron solamente a Iberia, Hispania y España.


El mito de las “nacionalidades” se debatió sin éxito en las Cortes desde 1886 a 1936. En el hemiciclo y en el programa de los nacionalismos catalán y vascongado ofrecía un abanico de grados de separatismo, que van desde el concepto de que “España es una nación de naciones”, de Maciá, Prat de la Riba, el doctor Robert y Nicolau d’Olver, hasta la doctrina de Pi y Margall, de que España es una “federación de Estados”, como expuso en su libro “Las Nacionalidades” y “La acción revolucionaria”, donde postula que la unidad de España está en el pensamiento y en el corazón de los españoles. Las “nacionalidades”, de las cuales fue el más decidido campeón Pi y Margall, suponen la autodeterminación, ya que como la materia apetece la forma, la nacionalidad o nación apetece el Estado.


Nación y Estado son cosas distintas. El Estado, lo mismo en nuestra tradición que en la escuela krausista, es la personificación jurídica de la nación. El Estado es un concepto jurídico conformado por la soberanía política, y la nación, en cambio, es una comunidad vital, moral y espiritual, caracterizada por su soberanía social y su independencia. La nación es el río de las generaciones, el producto de la cultura, y el Estado es el cauce.


¿Qué “nacionalidades”, aparte de la Patria común hay en España? Ninguna.


Distinguir alguna sería tanto como ignorar la Historia. Regiones históricas en España son todas. Forales son todas, pero naciones, ninguna.


Cataluña, tierra maravillosa, salvo períodos que suman menos de un siglo, siempre fue un Principado de la Corona de Aragón. La hija y nieta castellanas del Cid fueron Condesas de Barcelona, y muchas princesas catalanas, reinas de Castilla, y los castellanos, reyes de Aragón. Cataluña, que nunca fue nación soberana, ni tuvo independencia ni fronteras, y que colaboró siempre en la obra común española no es “nacionalidad”.


Las españolísimas provincias vascongadas, integradas en Castilla desde el año 943 hasta el año 1833 -un milenio casi-y hasta el día de hoy ínsitas en el territorio español, nunca tuvieron unión entre sí, pues fueron tres provincias, no una región; sin independencia o soberanía, notas peculiares de toda nación; ni otros señores ni reyes que los nobles y los reyes de Castilla. Las Vascongadas han sido durante un milenio tres provincias de Castilla, y después, durante un siglo tres provincias de España. La ficción de “Euzkadi”, de Sabino Arana, no merece ni la pena de tratarse.


Galicia: Jamás fue un territorio independiente, ni tuvo reyes (con excepción de García, príncipe castellano, después del reparto que Fernando I, hizo de su reinado -siglo XI- sólo unos meses), ni independencia ni soberanía. Primero se integró en el Reino asturiano-leonés y luego al Castilla, hasta el punto que el literato gallego Rodríguez de Padrón (s. XV), bautizó a Galicia como “el cuarto reino de Castilla”.


Esperamos que sea retirado en el futuro el término “nacionalidad”, que aunque se le atenúe con la fórmula “España es una e indivisible”, de marcado sabor jacobino, es un explosivo.


El regionalismo es de derecho natural. Lo amamos. Pero su hipertrofia, el separatismo, encerrado en el término “nacionalidad”, destrozaría a España. Más que un término sería un fin: el fin de España (…)

lunes, marzo 11, 2024

Re: "Santander (Cantabria) es y será Castilla" 2 (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

 

Re: "Santander (Cantabria) es y será Castilla" (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

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Texto referente a "Cantabria" del sr. Codón de su obra "La Rioja es Castilla" ( http://hispanismo.org/castilla/29276-la-rioja-es-castilla-por-jose-maria-codon-de-la-r-h.html )

 

Burgos, Santander y Logroño, unidas por la Cantabria

 

¡Atiende Cantabria, cuna de Castilla, embrión y motor de su gesta, “la voz de un hijo que te habla” en la lengua vernácula nacida de madre latina y padre cántabro, en la vieja “Area Paternina”, después Montaña de Burgos (vehículo oral irrompible porque, como decían los estoicos de Hispania, el idioma es “una propiedad difícilmente cambiable”), y este español que usamos es un mensaje alado que acerca tres mundos y hoy lo hablan la mitad de los bautizados del Universo.

 

¡Tú has sido y serás, Cantabria, el manantial de Castilla, nacido en Fontibre (Fuente del Ebro) el río que da nombre a toda Iberia, sinónimo de España. Nadie podrá poner diques al Ebro en la alta montaña. Fue creado para enlazar las tierras del mar de los cántabros con las de los latinos. Las charcas estancadas mueren y matan; las arterias naturales fecundan.

 

Del mismo modo, el río de sangre que desbordó las montañas de la primitiva Castilla, causado por la irradiación de los foramontanos que hizo posible la Reconquista, no se puede remontar transformándonos ahora en “intramontanos”, cántabros “recoletos”, que no veamos más allá de los rocosos horizontes de una provincia genuinamente conquistadora, argonauta y andariega, cuyos símbolos no son un rincón doméstico ni un claustro impenetrable, sino una cruz, un barco de vela, un caballo de sangre o de energía.

 

¡Tú, Castilla Cantabrana, siempre te has preciado de ser el solar de la raza! ¿Cómo puede alguien ahora querer encerrarte en tu concha al modo aldeano, inerte, introvertido, en los límites artificiales trazados por el centralismo en 1833?

 

¡La Cantabria que se enfrentó a romanos y godos comprendía lo que hoy es provincia de Santander, gran parte de la de Burgos y áreas extensas de Logroño y Palencia; pero Santander es una sola de las cuatro!

 

Te dejaste de llamar, en el siglo XIX, Montaña de Burgos, pero aún sigues hoy (1979) encabezando, conforme a las leyes vigentes, el racimo fecundo de Castilla la Vieja: Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila, y continúas ostentando tu dignidad de “Cantabriarius” o abanderada de Castilla, como las lides del ayer, en las ocasiones regionalistas de 1918 y 1932 y en los Milenarios de Castilla de 1943 y 1978.

 

¡Cantabria, solar, cuna, adelantada, montaña, puerta y proa de Castilla! Si algunos afectados de tentación taifista y cantonalista quisieran cortar tus amarras con las provincias hermanas, renegarían hasta del propio nombre de Cantabria, que ya no sería “Canta-Ber” (“Cabe el Ebro”). Habría que (…) dar la razón a Jean d’Escola que traduce así tu supuesto nombre: “Kanta-Eber” (“el rincón de la ola”). Inconcebible, porque tú no te arrinconaste jamás en olas ni en espumas, ni en prados ni en rocas: fuiste y eres universal como toda Castilla, amplia como el horizonte de las montañas. Precisamente “Canta” en su etimología más firme quiere decir “Gentes de Sierra”, montañeses.

 

¿Secesionismo hoy (1979)? Ni ese es el camino ni esta es la hora. Cuando el mundo tiende a las uniones continentales y aun universales, no podemos volver al provincianismo. Sería una regresión nefasta. Una subregión no puede dar lugar en lo económico, en lo social o en lo político más que a un subdesarrollo, y esta hiper-autonomía llevaría a ser Santander a ser la casi única provincia española inmersa en el centralismo decimonónico, ejemplo del absolutismo más opresor.

 

¿Quién puede poner fronteras a la Montaña, soñando con aduanas imposibles y puertos vacíos, cuando en la misma línea verde se abren los de la noble Asturias y la opulenta y fraternal Vizcaya?

 

¡”Ay del que esté solo!”. Divinas palabras: “La unión hace la fuerza”. Conclusión del sentido común. La separación de Santander de la madre Castilla, causaría tal dolor popular que sólo podría expresarse con la metáfora más bella de la literatura castellana: “Así se separan unos de otros, como la uña de la carne”.

 

Sólo el proyectarlo es una infracción de lesa patria, un acto contra natura, que nos creó unidos. La región, como toda empresa de convivencia, es un hacer cotidiano que sufre la amenaza de rompimiento y del no ser, cuando la unidad moral o física flaquea.

 

¡Que nadie ose provocar la ira del Dios de los cántabros, siempre monoteístas, que morían alabándole en la cruz, aun antes de nacer Jesucristo! ¡Que nadie olvide que la destrucción de las unidades histórico-políticas atrae la cólera celeste y que Isabel la Católica invocó para las regiones de España el apotegma de la unión conyugal: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

 

Hay que salir al paso del mito de la insolidaridad y rebeldía de los cántabros: desde la primera historia, los cántabros se aliaron, contra sus invasores romanos, con los vacceos, los astures, los várdulos, los francos y hasta con Aníbal. Y desde el Duque Pedro de Cantabria a Fernán González, tan vinculado a Laredo, del burgalés Almirante Bonifaz y los Fernández de Velasco al heroico Velarde, la Castilla Cantabrana está unida al resto de la región por el amor y la sangre.

 

Y lo mismo en la historia del pensamiento y de la literatura. Los cuatro grandes de las letras montañesas por juro de sangre, Lope, Calderón, Quevedo y Menéndez Pelayo, éste también por juro de suelo, se preciaban de su Montaña de Burgos y de la castellanía de Cantabria; Lope dijo que era ésta “la verde alfombra de Castilla”.

 

La peculiaridad de las merindades, valles y comarcas de Santander debe potenciarse sin necesidad de que se produzca un secesionismo regional. Al contrario, sin autonomía municipal no hay libertades regionales, a las que cantó como nadie Menéndez Pelayo.

 

¿Qué razones invoca la tesis aislacionista para desintegrarse de Castilla y de sus precedentes cántabros después de 2.000 años?

 

Cantabria íntegra tiene tierras de Burgos, Santander y Palencia, pero en Logroño estuvo el Ducado de Cantabria.

"Santander (Cantabria) es y será Castilla" 1 (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

 

"Santander (Cantabria) es y será Castilla" (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

Escrito cuando estaba en sus inicios la polémica sobre la inexorable división de España en autonomías y el futuro de la provincia de Santander.


Revista 
FUERZA NUEVA, nº 559, 24-Sep-1977

SANTANDER (CANTABRIA) ES Y SERÁ CASTILLA (I)

Por José María Codón (de la Real Academia de la Historia)

Existe una corriente minoritaria, pero sentimental, y por lo tanto importante, que viene defendiendo la sustitución del nombre de Santander por el de “Cantabria”, y solicitando la autonomía de la provincia.

Recuérdese, en cuanto al cambio de nombre únicamente, la moción de don Pedro Escalante y el informe académico de don Tomás de Maza Solano, hace pocos años. La propuesta no cuajó. Ahora se pretende por un reducido sector la autonomía de Cantabria.

El nombre no hace la cosa, pero la identifica. Lo importante es la esencia del problema. Ante esto, el diario de raigambre santanderina “Informaciones” acaba de publicar un artículo en última y preferente planta, titulado “Minirregionalismos castellanos”, en que hace una valiosa crítica de los casos de Santander, La Rioja y Tierra de Campos, recomendando, no sólo por razones culturales e históricas, sino por argumentos económicos y de desarrollo, como la única alternativa de supervivencia de Santander el que ésta continúe integrada en Castilla.

***
Yo amo intensamente a la Montaña de Burgos, como se llamó Santander durante casi un milenio, hasta 1805. Por eso, con devoción y poniendo la sinceridad en el borde del alma, creo insostenible la invocada autonomía de Cantabria.

Es éste un nombre entrañable y famoso que significa, según algunos, “Canta Iber”, “Cabe el Ebro”; según el ilustre hispanista Jean Descolá, “Cantaber”, “el rincón de la ola”. Es el territorio que se fue poblando por los cántabros, desde Fontibre y los Obarenes hasta Miranda y las Conchas de Haro.

Al comenzar la romanización del Norte, no estaba realizada la unidad territorial. Las cántabras eran unas tribus indomables, que requirieron para ser dominadas nada menos que la presencia de Augusto. En el siglo I de nuestra era, los cántabros habitaban, pero en continuo movimiento, la actual provincia de Santander, gran parte de la provincia de Burgos, incluida Amaya, Sedano, todo el actual territorio de Castilla la Vieja (Merindades de Villarcayo), Medina de Pomar, Cantabrana (como su nombre indica) y parte de las provincias de Logroño y Palencia.

El erudito Martínez de Mazas, en 1777, ya había establecido que la Cantabria se extendía por Aguilar de Campoo, Amaya, Villadiego, hasta llegar a los Montes de Oca, la sede episcopal de Burgos.

Arnaldo Oinheto afirma que el nombre de Cantabria se atribuyó, bajo los godos, a La Rioja, pero no debe ser incluida originariamente dicha región.

Adueñados los bárbaros de España, los cántabros resistieron casi dos siglos, hasta la conquista de Leovigildo, en 564, creando dicho rey godo, para organizar administrativamente el territorio, el ducado de Cantabria, que comprendía la provincia de Santander, gran parte de la provincia de Burgos y buena parte de las de Logroño y Palencia; en ésta los territorios de Campoo y otros.

Pero esta demarcación desaparece con la fecha de la invasión árabe, al iniciarse la Reconquista, a partir del 718. Un brillante papel desempeñan los cántabros en la Reconquista, con Alfonso I de Asturias y Pedro de Cantabria, en tierras de Burgos, pero ya incorporados al Reino de Asturias. Ha desaparecido, pues, el distrito godo de Cantabria, ha nacido Castilla, como se prueba por el fuero de Brañosera, el primero de España, año 824.

La parte sur de los valles de Santander y las tierras del norte de Burgos, en el año 800, son ya Castella Vetula, o sea, Castilla la Vieja. La Cantabria era una semilla o germen que al brotar y fructificar forjó Castilla y el lenguaje castellano, que penetró los cinco continentes y que hablan hoy (1977) 250.000, 000 de seres. ¿Es que este supremo lazo cultural no ata a Cantabria con Castilla, de la que forma parte? El vínculo que une a Cantabria con Castilla es entrañable, y si quisiera un sector desintegrarse de la región matriz de España, ese lazo sería un nudo corredizo suicida, porque esa Cantabria, madre de Castilla, no podría vivir en estos tiempos (y nunca vivió) separada de su región.

***
Queda demostrado con el testimonio irrecusable de la Historia que jamás existió Cantabria como unidad autónoma, ni menos independiente. Dejemos para otro artículo el examen de incontestables razones de índole geográfica, socioeconómica y cultural.

domingo, marzo 10, 2024

) 14. La Rioja y Burgos, unidos por la lengua de la Castilla milenaria (por José María Codón, de la R. A. H.)

 

Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

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(...) 14. La Rioja y Burgos, unidos por la lengua de la Castilla milenaria

 

En el itinerario del homenaje de la lengua Castellana, pasamos de la castellanísima etapa de San Millán de la Cogolla, el santuario del Patrono de Castilla, tan frecuentado y amado por Fernán González, y en el que se hallan los sepulcros acéfalos de los Infantes de Lara, al Monasterio de Silos, condal y real, es decir: de las Glosas Emilianenses a las Silenses.

 

Ambas Glosas son, aproximadamente, contemporáneas. Las Silenses fueron declaradas auténticas en 1895, y las Emilianenses, en 1927.

 

La conmemoración en Silos fue provincial. Llegarían, en el curso de 1978, los actos extrarregionales. El Patronato programó los actos de tipo nacional y aun internacional, con dignidad y altura. Se retrasó la declaración del Año Mundial del Castellano. Por eso hubo que acudir a Silos y participar en la celebración, y entonar los cánticos mozárabes y la bella palabra de J. M. Alfaro.

 

El eco que el Milenario logró lo demuestran los actos recientemente (1979) organizados en Buenos Aires por la Academia Argentina de Letras, sobre “Los primeros documentos en la Historia de nuestro idioma”, con el concurso de nuestro embajador, del decano de la Facultad de Letras bonaerense, de la Biblioteca Nacional Argentina y del director del Instituto de Filología y Literatura Hispánicas de la facultad de Buenos Aires, don Ángel Baltistena.

 

En España, los filólogos y literatos recibieron bien el Milenario con una sola excepción. (Los archiveros se han movilizado por rastrear posibles textos anteriores a las dos glosas castellanas. Se dice que, en León, ha aparecido un documento más antiguo que ellos, con dos o tres palabras escritas en castellano. Debe examinarse el hallazgo, aunque nos extraña que el P. García Villoslada, estudioso del tema y juez importantísimo de las glosas, no reparase en dicho texto. También ha dicho Manuel Criado del Val que, en una documentación en lengua semita hallada en Toledo, aparecen palabras romances).

 

Cuanto más se estudie el problema, más permanecerá en pie la verdad proclamada por Menéndez Pidal: El castellano nació en Cantabria, es decir, en el sur de Santander y en el norte de Burgos y en la Rioja. Ese fue el castellano oral, de formación muy lenta. Por ello no debe extrañar que los testimonios escritos: documentos, glosarios y diplomas, se encuentran en la Vieja Castilla. Así podemos poner en ficha la declaración documental de derechos que el Conde de Castilla tenía en Espeja (año 1003). Dechado de castellano es el documento notarial de Frandovínez o Buniel del año 1100, precedido de su congénere riojano de 1044. La escritura de Sobrarbe, del año 1090 (nueve años antes de la muerte del Cid) es otra valiosa muestra. ¡Qué gran exposición de textos primitivos podría organizarse con tales documentos!

 

Ahora bien, más importante que un pergamino es la vida que refleja. Más que el documento escrito, es la lengua misma. Entre ambas cosas existe la misma diferencia que entre el alumbramiento de un nuevo ser y la partida de nacimiento.

 

No olvidamos el castellano oral, porque es cimiento. Desde el siglo I, en la prehistoria de nuestra lengua, se aprecian gérmenes de las lenguas romances. El triángulo Burgos-Santander-Logroño, donde nació y se desarrolló la lengua hablada, vio la transformación del latín vulgar, que resultaba incómodo para el comercio, el intercambio y la cultura. Los romanos no aceptaban nunca el bilingüismo, imponían rápidamente su latín y hacían olvidar a las razas autóctonas su idioma nativo. Pero en aquel triángulo, con sede en el “Área Paternina”, Mena-Castilla la Vieja, en el partido de Villarcayo, había una resistencia permanente a Roma. Incluso gramatical. Y en la romanización de España gobernaban palabras ibéricas como “cerro, cazurro, pizarra, izquierdo, Araduey y Aradoy (tierras de llanuras) e Iliberris (Ciudad Nevada)”.

 

En el siglo VII, en la corte goda del rey Rodrigo, en Toledo, se hablaría pronto con acento gallego (sobrinu, muller): en Cantabria, sin embargo los bárbaros habían dejado voces germanas, en el romance en gestación. Vegecio registra trescientas voces germanas, entre ellas una que es muy cara a Burgos: “Castellum parvulum quem Burgus vocant”. (…)

 

¡Milenario del Castellano! Las efemérides siempre son fructíferas. Propongámonos que quede huella en una facultad burgalesa o riojana de la lengua castellana. Como soñaron Viñas y Menéndez Pidal, que ya es decir.

Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla? José María Codón (RAH)

Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla? José María Codón (RAH)


Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla?

A finales de los años 70 se estaba configurando, sobre todo en las regiones del interior, el mapa autonómico, reflejado en la Constitución de 1978, aunque finiquitado algo después, a principios de los años 80.


Aquella hubiera sido la oportunidad para que la provincia de Burgos, a la vista de que decididamente sus limítrofes provincias de Santander (alias “Cantabria”) y de Logroño (alias “La Rioja”) rechazaban de plano integrarse en Castilla y León, hubiera recapacitado y seguido un camino propio y similar, al margen de la amalgama castellano-leonesa-(vallisoletana).


Es aventurado decirlo ahora, pero en tal caso, con un Burgos individualizado al modo de Santander y Logroño, muy probablemente las Cortes hubieran reagrupado a las tres provincias en una sola comunidad (por ser Burgos puente y nexo entre “Rioja” y Cantabria”), y así, aunque de rebote, se hubiera constituido la Comunidad de Castilla la Vieja (o como se hubiera querido llamar y con su capitalidad pactada). A la cual se hubiera añadido Soria por motivos geográficos evidentes. (Nunca hubieran sido concebibles como tres distintas comunidades autónomas limítrofes, artificiales y ridículas).


Desde este punto de vista, no tanto habría habido un problema de "peculiaridad" cántabra y riojana, como de obcecación burgalesa a difuminarse en Castilla y León.


En definitiva, si el Burgos tradicional que tanto poderío y abolengo histórico tuvo, ha venido perdiendo significación, a nadie ha de culpar más que a sí mismo, por empecinarse en esa artificial “Castilla y León” tanto más extensa cuanto más castradora de sus provincias.


 

Artículo del señor J. M. Codón cuando hasta llegaba a rumorearse que el pueblo de Tordesillas (Valladolid) cercano a la simbólica aldea de Villalar de los Comuneros, era una buena opción para la capitalidad castellano-leonesa...



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Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla? (José María Codón)


TRANSFORMAR a Tordesillas en capital de Castilla y León, no sólo es un error histórico sino un imposible jurídico y práctico, es el germen atípico de la descomposición de las regiones leonesa y castellana, que integraron la Corona de Castilla. Volveremos sobre las razones de esta sinrazón. Si se consuma tal absurdo ser el «FinisCastellae» y por lo tanto el «Finis Hispaniae».


«¿Callaremos ahora para llorar después?» No luchemos, para que no asistamos a otro solsticio de verano tan amargo como el que se presenta, yendo a hincar los hinojos «y el corazón rogando» ante el cadáver o la piltrafa de Castilla a la luz de dos cirios góticos, rompeolas de eternidades que son las agujas de la catedral. La decadencia es la penitencia bíblica de los sumisos. Recordemos la imprecación de Jeremías en el Salmo 22 «Super flumina Babilonis», sobre las ciudades, culpables «desventurada ciudad de Burgos»... si seguimos como hasta ahora.


Pero no. Arriba el ánimo. «Burgos y Castilla en pie.»


Es hora de que no vuelva a repetirse lo sucedido en el penoso rosario de desmembraciones, logradas o fallidas y frustraciones burgalesas: La Audiencia Territorial, Treviño, Arzobispado, Universidad, Santander, Logroño y Segovia.


Burgos ha estado en tales ocasiones sola, indefensa y desasistida por las estructuras competentes (salvo honrosas excepciones) y sólo defendida por el clamor popular encauzado por algunas entidades culturales y profesionales y una guerrilla de periodistas y escritores. Y así nos ha ido: nos quitan todo y no nos dan nada.


No se trata ahora de perder una institución o un servicio. Castilla se juega la cabeza, la testa rectora, «el Caput», derecho adquirido a través de once siglos de haberes cumplidos. Y no solamente es el fuero. Irían desfilando todas las instituciones regionales que tienen su razón de estar en la cabeza.


¡Por Dios,... corporaciones, instituciones y parlamentarios! Esperamos una declaración enérgica y una acción rápida. Ya hace cuatro años que las vecinas oligarquías de la C. del Duero, en libros y medios audiovisuales, recabaron la capitalidad. Lo refleja el Atlas Geográfico de Aguilar, 1979: «Burgos, Cabeza y Corte de Castilla, la primera en la Voz y en la Fe, todavía en 1979, sin Universidad. Bella Ciudad, Cabeza de Castilla hoy controvertida, a pesar de la actividad de su Colegio de Abogados. »


En ninguna época de toda la historia de España se le ha ocurrido a nadie cercenar la cabeza de Castilla: Ni en las monarquías, ni en las repúblicas, ni en las regencias, ni en los regímenes autoritarios.


Coordenadas de tiempo, esa Historia y de espacio revelan el absurdo: Ninguna de las demás regiones españolas se han decapitado ni ha perdido una sola provincia.


Y es que la organización natural e histórica de Castilla no puede pactarse ni negociarse. Es inalienable y no está en el comercio de los hombres.


¿Qué quiere decir la «Primera en la Voz y en la Fe»? Que durante siete siglos hasta 1830, Burgos llevaba el papel decisivo en la función legislativa: «Fable Burgos primero» y podía convocar Cortes extraordinarias. ¿Qué significa «Cámara Regia»? Que era corte gubernativa y sede del poder judicial.


Cuando vino el centralismo traído por los mismos ideólogos que ahora están haciendo el «descentrismo», conservando Burgos la primacía de Castilla, en todos los decretos y leyes decimonónicos, y de 1900 para acá, en la práctica se le reconoció en la Asamblea de 1918 y en los Milenarios de 1943 y en el de 1970.


Incluso en el Decreto Ley de Preautonomías de 1978 siguen agrupadas las seis provincias de Castilla la Vieja y las cinco de León.


Lo que se hizo es, estructural mal, como han dicho Segovia y Guadalajara y ahora se ve diáfanamente claro.


No se siguió el modelo de la Castilla histórica utilizado con la desastrosa desamortización política de 1833: Entonces tenía la Corona de Castilla y treinta y seis provincias, agrupadas en dos reinos: El reino de Castilla y el reino de León. Era bicéfala en principio, y con tal eficacia que la bandera cuartelada de los castillos y leones, puede verse aún en toda América y en buena parte de Europa.


En la declaración de Sepúlveda, de hace poco más de un mes acordamos los juristas castellanos que Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila, constituyan una jurisdicción territorial, con capitalidad en Burgos. Es lo sencillo. Es lo geográfico. Es lo histórico, y León por otra parte, formando una estructura distinta, aunque unida por lazos familiares, y con Castilla, amigables, identificadas en la unidad de España.


Desde antes del año 884, cuando la ciudad de Burgos (Brigo), se asentaba en parte en la Nuez de Abajo, en el siglo I ya tenía rango capitalino.


Este es un tema sugerente. Vamos hacia el XI Centenario de la ciudad. ¿Lo celebraremos de luto, mientras nuestros nietos recitan de carrerilla «España, su capital Madrid», «Burgos, su capital Tordesillas»? Algún satírico amargo puede decir: «¡Qué tomadura de pelo, al Conde Diego Porcelo!»


Hablando más en serio, no nos dejemos seducir por las dos musas de la derrota: La inmovilista de la comodidad y la temblorosa musa de la cobardía.


José María CODON


(“El Alcázar, 9-VII-1981)


lunes, marzo 04, 2024

La Rioja es Castilla 11 (por José María Codón, de la R. A. H.)La bandera de la Rioja

 La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

 


(...) 13 La bandera de la Rioja


La bandera de Castilla ondeó en Nájera al nacer la riojana doña Berenguela, la genial reina realizadora de la unidad definitiva de Castilla y León en la persona de Fernando III. Y entonces, como ya había ocurrido en tiempo de Alfonso VII, se unieron los cuarteles de gules con castillo gualda de nuestro reino y el de León, que es la efigie de este animal noble en rojo sobre fondo de plata, enseña que duró hasta la época de los Reyes Católicos.


Los grandes capitanes riojanos, Lope Díaz de Haro, en el cerco de Jerez; los Ávalos, en Túnez; el Marqués de Pescara, oriundo de la Rioja, en Pavía; Cristóbal de Lechuga, el mejor artillero de España; Antonio de Leyva, brazo derecho del Gran Capitán; Sancho de Londoño y los propios comuneros de Castilla lucharon por la bandera roja carmesí con el escudo de oro de Castilla.


Los riojanos también la llevaron cuando penetraron en el corazón del Perú y del Anahuac, murieron en la Noche Triste o triunfaron en Otumba, o en tantos puntos de la hispana América, como Acevedo, Virrey del Perú; Ladrón de Guevara, explorador del Orinoco; Ramírez de Arellano, en la conquista de Colombia; el Conde de Nieva, fundador de Nueva Arnedo, con el valle de Chancay, y Lizán, Arzobispo y Virrey de Nueva España.


Los colores de Castilla y León fueron mantenidos por los Reyes Católicos y los de las Casas de Austria y de Borbón hasta nuestros días, en escudos, diplomas, artesonados y pendones.


Dejamos para otro momento exponer interesantísimos puntos de alta heráldica. Basta decir que ningún color como el rojo carmesí representa no sólo la Historia, como acabamos de ver, sino la geografía y la entraña telúrica de la Rioja. Simboliza la sangre de los riojanos también, y como dice la copla, refleja el vino, “fruto de la vid y del trabajo del hombre”. (“Como el vino de Jerez y el vinillo de Rioja -son los colores que tiene -la banderita española”. El rojo es el color de la voluntad, del querer; el oro, del resultado, del lograr). En suma: yo me permito opinar, salvo mejor parecer, que la bandera de la Rioja es y debe seguir siendo roja carmesí con un castillo en el centro.


¿Qué castillo? Todos los partidos judiciales logroñeses, menos dos, tienen un castillo en el escudo, y tres, un castillo y un puente. (“Por debajo pasa el Ebro”). Con disponer como característica de la Rioja, en el campo rojo del blasón, el castillo sobre el puente y debajo el agua del Ebro, está sintetizado el espíritu riojano, trasunto de Castilla.


Cuando una colectividad quiere adoptar un signo esencial, como es la bandera, hay que hacer un referéndum de siglos, escuchar la opinión de las treinta y tres generaciones de riojanos que un milenio usaron y defendieron el pendón rojo y el castillo de oro. Hay que contar con el voto de los muertos. “No se compran, se heredan elegancia y blasón”, que dijo Machado.


Honremos a la bandera que los riojanos conservaron. Es la que acaban de exaltar, dándonos una lección, los Estados Unidos, en San Agustín de Florida, como todos los años, poniéndola a la misma altura que la estrellada de la Unión: la bandera roja carmesí con un castillo de oro y un león.


Los burgaleses estamos más interesados que ningunos otros españoles en las cosas de la hermana Logroño. Esta tierra perteneció a Burgos hasta muy entrado el siglo XIX. Santo Domingo de la Calzada, Ezcaray, Briones, Treviana, gran parte de la comarca de Logroño eran provincia de Burgos y diócesis de Burgos. San Millán de la Cogolla estaba bajo la jurisdicción del Jefe Político de Burgos y por eso, las Glosas Emilianenses vinieron aquí, a consecuencia de la “Desamortización” de 1820, y hasta 1870. Como compensación a la perdida de las tierras riojanas, se nos ratificó el establecimiento de la Capitanía General.



II


Al socaire de los vientos “regionalistas” reinantes, un sector minúsculo de la provincia de Logroño está creando ambiente (1979) para conseguir la desintegración de la castellanísima Rioja


Y alguien desea improvisar una bandera de nuevo cuño sin los trámites legales, el expediente, el dictamen de la Real Academia y la autorización ministerial que son necesarios para modificar el escudo de cualquier aldea.


Gracias a la Diputación se ha ordenado el procedimiento y se han confeccionado varios modelos de bandera, una verde, con la esquematización de los siete ríos, otra tricolor, roja, amarilla y verde, y casi todas con retazos rojos carmesíes, y otra cuatricolor.


Con todos los respetos, dichas banderas contienen alusiones geográficas, pero no reflejan la historia, el vitalismo ni la personalidad de la Rioja.


La bandera no es un simple trozo de tela coloreado que ondea al viento. Es el máximo exponente del patriotismo popular, el punto en que convergen los sentimientos nobles, las esencias de la tierra, las creencias, los anhelos y las aspiraciones de toda comunidad histórica.


La idea de escudriñar cuál sea la bandera de la Rioja, gallardete de gesta, es muy acertada, pero el secreto de un hallazgo feliz no radica en un esfuerzo de la imaginación para encontrar una enseña que sirva al capricho o al gusto del momento.


La Rioja no necesita inventar una bandera, crearla de la nada. Remontado el caudal de su historia, reencontramos la bandera perdida. La Rioja no necesita plagiar, ni parodiar, ni fantasear un símbolo. Le posee nobilísimo. La gloriosa bandera de la Rioja es impar y tiene más de un milenio. Cuando recorro la tierra de Logroño en mis andanzas profesionales o repaso sus fuentes escritas, se reafirma mi convicción de que esta tierra matriz, es, con Burgos y Santander lo más castellano de Castilla y siempre fue solera y portaestandarte fronterizo del Reino.


Logroño es el alférez de Castilla, en todas las gestas y ocasiones, así cuando ganó, en la muralla, las lises de su escudo en 1521 contra los franceses, y cuando Ruiz de Gaona la defendió sobre el puente del Ebro contra el conde Foix.


Y el portaestandarte es quien tiene el derecho y el deber de mantener enhiesta la bandera y velar porque ésta sea la auténtica, la verídica, la legítima.


El emblema riojano, sea en forma de bandera, de pendón o gallardete, es rojo carmesí, con un castillo de oro de tres torres, la más levantada en el centro. En suma, es el pendón de Castilla, conservado en Haro (1979).


El color rojo flotó en las banderas de la Rioja, sobre los castros y los puentes de la paganidad, en los lábaros y “vexilli” cristianos. Fue probablemente usado por los berones, y ciertamente por los visigodos, hasta tal punto que se transmitió a los reinos cristianos de la Reconquista con generalidad. El especialista catalán Seix y lo mismo Anselmo Carretero y Vázquez de Mella afirman que el color rojo constituye, por sí, el símbolo nacional español.


No solo las tierras de Castilla, y entre ellas la Rioja, y las tres provincias vascongadas, en las que sólo variaban los escudos, sino Navarra, reino fundamental, usa el color rojo con las cadenas de las Navas (quizá anteriores a las Navas), lo mismo que todos los reinos de la Corona de Aragón, o sea, Cataluña, Valencia, Mallorca, Nápoles, etc. llevan heráldicamente las antiquísimas “quatre Barres”, -o “senyera”- rojas en campo de oro.


La bandera carmesí con escudo castellano gualda, fue enarbolada por Fernán González en la Rioja, cuando “apellidaba” a San Millán patrono de Castilla. El mismo pendón portaba el Cid en la toma de Alfaro (llave de Castilla) contra los moros. Este pendón, junto con el de León, forma el pedestal de la Virgen de Valbanera (1979). Y fue portado en las Navas de Tolosa por el gran vencedor riojano Alfonso VIII, cuya enorme bandera de guerra se guarda en el Real Monasterio de las Huelgas y lo saca en procesión todos los años el capitán general de Burgos.


La misma insignia se reproduce (1979) en las pinturas del trascoro del Monasterio en que yace el Rey Najerense y el púlpito del crucero.