martes, mayo 29, 2007

Miscelanea abulensica 4. ..y libertad. RES

...y libertad


Ávila, tierra fronteriza, no tuvo el carácter fundacionalmente castellano de Burgos, más bien fue de alguna manera la clausura de la vieja Castilla por el sudoeste, al margen de otros intentos no cuajados de mayores extensiones.

El recuerdo de los tiempos de la repoblación primera, de los hombres de frontera que acudían a la aventura de una nueva vida, es la que ha dejado más nítida la imagen de aquella sociedad castellana de hombres agrupados en concilium, con la camaradería elemental ante el peligro, cuya diferenciación se basaba en la función y no en la herencia, donde el guerrero era la condición sine que non, de la propia subsistencia de la sociedad a la que espontáneamente se le reconocía la preeminencia de la urgencia existencial. Vidas al momento con pocas expectativas de seguridad terrenal, y en el que sentido de lo transcendente se exponía sin tapujos. Poder no aquilatable de la esperanza y de la fe, que interpretada desde el tiempo presente se puede confundir rápidamente con una pura y virgiliana democracia igualitaria; en otras términos el mito de los orígenes fraternales, perfectos y heroicos de Castilla.

La mirada escrutadora de lo externo, corolario fatal de la civilización burguesa contemporánea, es incapaz de concebir siquiera la existencia de un ojo del corazón susceptible de contemplar el ámbito de los sagrado. Esfuerzo baldío intentar exponer que la Edad Media románica, lapso de la Castilla originaria, era un tiempo en que el conjunto de las actividades humanas tenían una dimensión sacral hoy desconocida; estaba centrada, que no centralizada, en el dominio o centro trascendente de lo increado, no como actualmente en la periferia de lo creado. Por tanto más ausentes las coerciones periféricas fue la época más libre, o en sentido etimológico más libertaria en la historia de Occidente. La autoridad espiritual de la que todo dimana era interna, invisible al ojo terreno y expresable fundamentalmente en forma simbólica.

El apogeo de la civilización cristiana medieval se produjo debido a que fue posible una unidad en medio de la diversidad de formas de organización y de figuras supraindividuales, no debidas a coerciones y ligaduras exteriores basadas en último término en la fuerza, sino debido al espíritu cristiano que se manifestaba más allá de los intereses materiales y terrestre. La unidad no residía ni en el sistema de pactos feudales, ni en ninguna forma particular de vida comunitaria: comunidades de villa y tierra, concejos de ciudad, gremios, corporaciones y cofradías de profesiones, hermandades de villas, iglesias, claustros u órdenes de caballería. Fue sencillamente el espíritu cristiano el que armonizó todas estas formas diferenciadas y las reunión en la dirección de una unidad superior , en una especie de Sociedad de sociedades de la que la nación y el Estado moderno no es más que una caricatura grotesca. Este espíritu cristiano configuró la constelación de las Españas medievales sin ninguna autoridad visible ni centros terrestres de ubicación de un poder coercitivo; más aún configuró la constelación europea del Sacro Imperio Romano Germánico de Occidente. En este sentido se puede decir que la Castilla de los orígenes era en cierta medida una acracia, un espacio de libertad no invadido por poderes terrenales ajenos a la autoridad espiritual, que no hay que confundir con el moderno anarquismo. Era entonces clara y aplicable la distinción de teología medieval entre autoritas y potestas; entonces clara la supremacía del centro espiritual o autoritas sobre la periferia terrestre, plano operativo de la potestas. Sociedad bien ordenada y jerarquizada tanto en funciones como en grados, puesto que arkhé en griego significa a la vez orden y comienzo, en este caso precisamente en los principios primeros, en los arquetipos. Por el contrario el anarquismo moderno al prescindir y cortar con la arkhé es perfectamente incapaz de superar el sistema burgués, girando en noria perpetua en su negación y por tanto dependiente de él y por tanto burgués, sin otra salida que un indefinido nihilismo. Bakunín doctrinario anarquista, con un pensamiento tan burgués como su antagonista Marx, creyó que Dios era la fuente del poder del estado y en su ingenuidad creyó que, progre el, suprimiendo a Dios suprimía el estado; muy al contrario el espíritu tradicional supo de siempre que es el estado lo que ha suprimido a Dios, entronizándose en su lugar cual Zeus tonante, celoso de su poder sin límites ; la actual sociedad pagana y descreída ha relegado a Dios a lejano recuerdo, pero el monstruoso Leviatán del estado sigue dando coletazos espantosos, preludio acaso de un término apocalíptico. Nada más diferente que acracia medieval y anarquía moderna.

El transcurso fatal del tiempo que todo lo gasta fue poco a poco descolocando las referencias y trastocando el orden ; de esta forma la sociedad sacral medieval fue desapareciendo. En realidad duró bastante menos de lo que se cree, en su propio comienzo carolingio estuvo ya lastrada por mixturas ideológicas que acabaron por trastocar la doctrina cristiana en occidente y en un asunto de no pequeña trascendencia que condicionó el destino espiritual de todo un continente; el polo inmutable que en una sociedad tradicional simboliza el sacerdocio se movió, las consecuencias no tardaron en aparecer. La suprema jerarquía sacerdotal sucumbió poco a poco a la tentación de la potestas periférica, al poder terrenal, en clara usurpación del centro metafísico, pecado desastroso de la Iglesia occidental. Los guerreros, consecuencia nefasta de la acumulación material, devenidos aristócratas de espada y de toga con el tiempo comenzaron a apartarse del centro en beneficio de la periferia, acontecimiento cuyo máximo exponente fue la prolongada discordia entre el Papa y el Emperador, entre la mitra y la espada. Trastocado el orden de sacerdotes y guerreros, pronto sucedieron otras subversiones y revoluciones más destructivas que presentaron como protagonistas al burgués y al moderno proletario. Así el orden tradicional degeneró en privilegios de nacimiento y de fortuna, e incluso en el lenguaje actual el contenido semántico convencional de la palabra tradicional apenas hace referencia más que a estos últimos aspectos.

En la medida que perdió vigor el espíritu cristiano, también la persona - “imago Dei”- sufrió la consecuencia de una invasión de lo exterior y periférico: el espíritu asfixiado progresivamente por el ego; el estado emergente usurpando el centro metafísico y creando el centralismo periférico y exterior; la autoridad menguante dejando paso al poder creciente; la Universitas Cristiana al estado nacional; el sentido iniciático del cristianismo a la religión ritual. El descenso imparable pasó por abuso condottiero, absolutismo real, ilustraciones despóticas y universalismos igualitarios para desembocar en el estado profano moderno, ese lugar geométrico de poderes externos avasallantes ( plutocracia, burocracia, tecnocracia..), usurpador absoluto.

Para ilustrar estos eventos de alejamiento de los orígenes no viene mal un recorrido por la historia de la comunidad de villa y tierra de Ávila:

“A finales del siglo XIII la caballería urbana de Ávila va a intensificar el dominio sobre la Tierra a través del control que ejercerán sus miembros en las magistraturas del concejo abulense, cuyas atri­buciones abarcarán todas las actividades: distribuirán la población, crearán los nuevos núcleos aldea­nos, organizarán el aprovechamiento de los baldíos y terrenos comunales y hasta se convertirán en receptores de parte de las rentas reales. Todo ello va a producir lo que también hemos definido como "intenso proceso de señorialización del alfoz abulense en los siglos XIII al XV". En este cadencioso dis­currir hacia la señorialización de buena parte del espacio abulense medieval, también hemos señala­do cuatro formas diferentes de señorialización.

La primera, es la señorialización concejil en el propio término: es decir, la concesión a un par­ticular, bien por el concejo de Ávila o por la Corona, de un lugar en señorío con fines repobladores. Aunque estas concesiones no deben ser interpretadas exclusivamente por objetivos repobladores o colonizadores. No debe olvidarse que las magistraturas del concejo abulense estaban controladas por esa oligarquía a cuyos miembros se van a conceder los señoríos. Son ellos los más interesados en que se les conceda. Y el que lo sea en zonas despobladas del sur del alfoz les beneficiará más, ya que conse­guirán importantes y extensos patrimonios que les permitirán llevar sus ganados trashumantes a terri­torios propios y conseguirán riqueza y prestigio social que, unido al poder político que ejercen en el concejo y el servicio que prestan a la Corona, les posibilitará ascender a la más alta clase privilegia­da: a la nobleza. De esta forma caerá en el régimen señorial casi todo el Campo de Arañuelo: Navamorcuende, San Román, El Torrico y Velada.

La segunda se realiza cuando los principales miembros de la oligarquía urbana ocupan de hecho espacios y núcleos de población pertenecientes al concejo ante la desidia, el desinterés , la complacencia y la complicidad de las autoridades concejiles abulenses, esperando finalmente que el concejo legalice la situación mediante el reconocimiento de la realidad señorial apropiada, o que el rey conceda en pago de favores o servicios el diploma acreditativo o el correspondiente privilegio. Conocemos bien el sistema de apropiación y usurpación. En un primer momento, partiendo de pose­siones que tenían en el alfoz abulense, o bien de un señorío ya consolidado, se apoderaban de terri­torios cercanos que incluían núcleos de población e incluso concejos de aldea. Despoblaban a la fuerza los territorios y llevaban a ellos habitantes de sus dominios, habituados a tributación señorial, o sometían directamente a los vecinos pecheros del concejo que usurpaban a tributación y cargas seño­riales de todo tipo. De esta manera se formaron muchos señoríos territoriales ubicados en las zonas central y septentrional del alfoz, aunque sólo conocemos los casos en que no prosperaron los inten­tos por los pleitos sostenidos a lo largo del siglo xv y fallados a favor del concejo abulense a finales de siglo por sentencias de restitución de términos de jueces nombrados por los Reyes Católicos. Los documentos que conservamos en el Archivo del Asocio de Ávila sólo se refieren a los pleitos gana­dos por la Tierra de la Ciudad y se guardaban como garantía, para evitar nuevos intentos de señoria­lización en los términos señalados y adjudicados a la Tierra en las correspondientes sentencias.

La tercera forma es el otorgamiento de grandes zonas del término concejil abulense por la Corona a miembros destacados de la nobleza o de la familia real. Son enclaves de especial riqueza agropecuaria o mercantil, entrando el señorío en el juego de premios de la Corona a sus partidarios
o favoritos, sobre todo en la época comprendida desde forales del siglo xin a mediados del siglo xv: Valdecorneja (Piedrahíta, El Barco de Ávila, El Mirón y La Horcajada), Oropesa y los señoríos del valle del Tiétar y Campo de Arañuelo (Mombeltrán, Arenas de San Pedro, La Adrada, Candeleda, Puebla de Naciados y Castillo de Bayuela). Esta segregación es la más importante de todas por su extensión.

La cuarta, y última, es la concesión de señoríos realizada por el concejo de Ávila, y sobre todo por la Corona, a favor de monasterios, cabildos o al obispado de Ávila. Ya en la Consignación de Rentas del Cardenal Gil Torres a la Iglesia y Obispado de Ávila, en el año 1250, se especifica y diferencia entre las propiedades del obispado y del cabildo con la expresión de cum pertinencüs suis, y los señoríos con la referencia de dominio vasallorum. Aunque en la creación y consolidación de estos señoríos hemos de distinguir entre aquellos que se forman por concesión real o concejil, bien de territorios en los que ya tenían las instituciones eclesiásticas algún tipo de dominio o de propiedades agrarias, o bien de territo­rios que estaban bajo la autoridad directa del concedente, sin que las instituciones eclesiásticas tuvieran con anterioridad ninguna propiedad o posesión. Este sistema se utiliza preferentemente desde el inicio de la repoblación del alfoz abulense hasta mediados del siglo xiu. A partir de esta fecha y hasta el final de la Edad Media se forman mediante reconocimiento de derechos dudosos, ampliaciones del derecho jurisdiccional de las instituciones a terrenos colindantes o incluidos en los dominios eclesiásticos, por compra o por otras formas, realizadas con el beneplácito de los poderes que debían impedirlo, por tener como obligación y principal misión la defensa del término concejil (concejo de Ávila: magistraturas, jus­ticias, alcaldes, regidores, etc.) o del poder real, que muchas veces no hacía cumplir las numerosas dis­posiciones emanadas de su propio poder o concedidas a petición de las Cortes, para impedir el paso de territorios de realengo a señorío eclesiástico, e incluso con olvido de las disposiciones y ordenanzas que prohibían la venta de propiedades de los pecheros a monasterios, iglesias y otras instituciones eclesiás­ticas. Así se van formando de una u otra manera importantes señoríos: Bonilla de la Sierra, Villanueva, Guijo de Ávila, San Bartolomé de Corneja, Aldea del Obispo, Miriellos, señorío del monasterio de Gómez Román, señorío de Santa María del Fondo en Burgohondo, el señorío cisterciense de Higuera de las Dueñas, los señoríos del obispo Sancho Blázquez, etc.

En total, la sangría señorial en la Edad Media había supuesto una pérdida al territorio del concejo abulense de 5.300 km2 aproximadamente, casi el 58% del territorio que tenía a mediados del siglo XIII, quedando reducido el mismo a 3.844 km2, extensión ésta sensiblemente inferior a la actual de la provincia de Ávila (8.044 km2), aproximadamente en unos 4.200 km2.

(Historia de Ávila Tomo II, Institución Gran Duque de Alba de la Excma . Diputación de Ávila. Ávila 2000 pp 30-32)

Estas enseñanzas de la historia son instructivas tanto para el desconocedor de su pasado cuanto para el exaltado que presume con elogios y ditirambos de no se que pasado glorioso, comunal e incontaminado. Sabemos que entre estos últimos algunos pretenden nada menos que edificar una nación de cuño moderno con poderoso estado ad hoc, dueño y señor al que entregarse postrado, sumiso y sin reservas de ningún tipo. En la mayoría de los casos desconocen cual fue la razón profunda que permitió esa unidad de diferencias caleidoscópicas que fue la Castilla medieval y que ninguna institución profana moderna sería capaz de hacer revivir. El poder externo o periférico carente de verdadera autoridad, que no suministra el moderno derecho formal, tiende por naturaleza a la confrontación con la multitud de poderes que representan otros poderes análogos, bien sean estados, sociedades transnacionales u organizaciones de otro tipo. Cualquier tiempo pasado fue mejor que diría Jorge el de Paredes de Nava.

La nación, el estado y en general la política moderna ha chupado rueda de un orden tradicional finalmente agotado, muy anterior a las actuales organizaciones humanas y cuyos fundamentos eran totalmente diferentes a las actuales concepciones formales democráticas, jurídicas y estatales. Desde un punto de vista profano el estado, usurpador absoluto de la verdadera autoridad espiritual, llega un momento que solo dispone de la pura coerción y violencia para mantener su soberanía luciferina; ejemplos paradigmáticos de la desnuda reducción a estos extremos fueron los diversos fascismos y los estados marxista-leninistas del siglo XX – estos últimos en realidad una variante de fascismo violento-, más o menos encubiertos a veces con coartadas ideológicas frágiles e ilusorias de paraísos al alcance de la mano, pero con un palmarés de crímenes millonario, sin comparación posible con nada del pasado. En los casos menos desastrosos el estado demo-liberal mantuvo apariencias más pasables y más disfrazables sus canalladas. La vieja Europa, antigua Cristiandad en la Edad Media, ha sufrido horriblemente en sus carnes los resultados implacables de la exterioridad y la periferia y su cortejo de discordias; actualmente las uniones aparentes por el comercio y la economía, campos de confrontación y polémica, no son más que ridículas caricaturas de la unión espiritual de antaño.

El caso de España como apartado extremo de Europa, liquidada su herencia tradicional en el siglo XIX, que permitió subsistir cierta unidad, agotó relativamente pronto la gama destructiva del estado moderno; experimentado todo el repertorio de escapes de la política actual queda hoy día solo un estado formal con acumulación de poderes puramente externos y carente de otras legitimaciones que no sean igualmente externas y de pura forma, inane y a merced de los resultados finalmente disgregadores de lo externo. Aunque sea un tema que puede provocar ronchones y crispaciones, ninguna autoridad metafísica y ética puede aducir el actual estado-nación cuando una parte de los ciudadanos pretenden, fascinados por la idea mendaz y satánica del estado moderno, erigirse igualmente a su vez en estado-nación, ídolo supremo al que adorar sin apostasía, al parecer ya la única expresión actual concebible de plasmación y representación de lo va quedando de los pueblos; demasiadas veces partiendo de violencia, roca desnuda que queda cuando se han eliminado los principios, o peor cuando el único principio es el estado; agotados los formalismos y las convenciones que no principios tradicionales, inexistentes en el estado moderno, solamente queda la coerción y la estaca; la sociedad moderna carece cada vez más de los motivos últimos capaces de suscitar unión.

La expansión del desencuentro, las separatividades, las hostilidades, la inflación del ordenancismo y de reglamentos aptos para infundir temor y desasosiego – delicias de un universo judicializado- aumenta en cadencia acelerada, manifestación del aumento fatal de la desorganización o entropía de que nos habla el 3º principio de la termodinámica. En otras palabras cada vez más obstáculos al fluir de la armonía, cada vez más coerciones periféricas y más lejano el entorno de paz y libertad, que no se adquiere con legislaciones obligatorias ni incrementando la renta per cápita y el producto nacional bruto; la libertad se trata de sustituir astutamente por un sucedáneo fraudulento: la felicidad y bienestar procurada por el progreso económico y material, con la ayuda del estado providencia, al final menos providente que voraz. Solo para restringirse a Europa existen actualmente más de 40 micronacionalidades en potencia y con partidarios más o menos capaces, según los casos, de erigirlas en nacioncitas fieramente independientes en no demasiado tiempo. Entre ellos no faltan algunos que anhelan una Castilla de estrafalarios contornos celosamente independiente, o sea más separación, más disgregación y un estadito más; otra oferta más mimética y fotocopiada de un paraíso salvífico. La concentración exclusiva en lo periférico, el centralismo, típico del mundo moderno, trae como reacción inevitable la dispersión babélica.

Las federaciones y ligas, los cementos provisionales soñados para sostener tal puzzle, posibles en tiempos pasados en virtud de otras circunstancias muy distintas de las actuales, son hoy totalmente engañosos, lejos estos tiempos de la armonía. “Reunir lo disperso “ es una operación del Espíritu no una praxis del hombre; claro que el hombre actual escéptico y agnóstico llega a pensar que para estos menesteres el tecnócrata, el negociador y el líder político puede sustituirlo con ventaja.

“Si Yavé no edifica la casa, en vano se afanan quienes la construyen ” (Salmo 127,1)

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