lunes, septiembre 18, 2006

LA "COMUNIDAD CASTELLANA" (Memorial de Castilla, Manuel González Herrero, Segovia 1983)

LA “COMUNIDAD CASTELLANA”


En la villa, de Covarrubias (Burgos), delante de las tumbas del buen -conde Fernán González -primer con­de independiente de Castilla- y de su mujer, doña San­cha, un grupo de castellanos de todas las tierras de la región =desde la Montaña de Santander y la Rioja hasta las Sierras celtibéricas- han constituido, el 27 de febrero de 1977, la «Comunidad Castellana».

En el coro de la iglesia colegiata, ante los huesos sagrados y venerables del conde castellano, se ha redac­tado el documento por el que se proclama la Comunidad y se llama a todos los castellanos a trabajar por la recu­peración de Castilla: el "Manifiesto de Covarrubias». ¡Que Castilla despierte! «En medio de tanto desconcierto sobre todo 'lo que a Castilla se refiere, es sobremanera prometedor -ha escrito Anselmo Carretero y Jiménez­que hombres y mujeres de todas las tierras castellanas, con clara conciencia de lo que Castilla en el pasado fue y hoy es, y decididos propósitos sobre su futuro, se agrupen en torno a un llamamiento tan clarividente como el que en Covarrubias ha convocado a un renacer castellano.»

El objetivo esencial de la Comunidad -como pro­clama el Manifiesto de Covarrubias- es la restauración cultural, cívica y material del pueblo castellano; el re­conocimiento, afirmación y desarrollo de la personalidad de Castilla como entidad colectiva en el conjunto de los pueblos y países españoles; y la promoción de los intereses y valores de Castilla y de todos los pueblos, comarcas y tierras que la integran.

La Comunidad Castellana es un movimiento cultural y ciudadano, que, par definición de sus estatutos, se de­clara independiente de toda organización política. La integración de sus miembros se realiza por el ánimo co­mún de afección a la tierra castellana y la conciencia de que para levantar a Castilla, de su postración es precisa la colaboración solidaria de todos los castellanos.

Ante la dramática gravedad de la decadencia en que se encuentra sumida Castilla, la Comunidad estima que necesitamos, en esta crítica coyuntura histórica., no un regionalismo partidista o de facción, sino una moviliza­ción del conjunto del pueblo. Su concepción del regio­nalismo castellano -justamente en la fase histórica que estamos viviendo, y en función de esa muy grave situación en que se encuentra la región- es la de una empresa popular, ciudadana y comunitaria (la recu­peración del pueblo castellano) a la que son llamados todos los que sientan el espíritu castellano y aspiren a la renovación y resurgimiento cultural, económico y vital de nuestro pueblo. De esta tarea común -cual­quiera que sea la opción política concreta que cada uno acepte-- nadie puede ser excluido en principio, ni debe ser tratado -en forma peyorativa por motivaciones ideo­lógicas, de derechas o izquierdas, que no guardan rela­ción alguna con el sentido de la Comunidad. Sólo los hechos podrán señalar y excluir a aquéllos que con sus actos demuestren que únicamente representan a las explotadores, y también a los manipuladores, del pueblo de Castilla. Pero, como punto de partida, necesitamos un compromiso regional castellano, un lugar de encuen­tro y trabajo comunitario al servicio de la restauración de Castilla.

La Comunidad, que viene a trabajar por el renacer de la personalidad colectiva de Castilla y por las inte­reses, de todas clases, del pueblo castellano, para ase­gurarle unas condiciones ;dignas de vida, en pie de igual­dad con los demás de España, se declara también y por eso mismo- enraizarla en la genuina tradición his­tórica de Castilla.

Y así, establece que la enseña, colores y emblema de la Comunidad serán los tradicionales del reino castellano -castillo de oro en campo de guíes y pendón rojo car­mesí--, y reconoce el valor histórico y cultural de San Millán de la Cogolla, patrón de los castellanos. La Co­munidad considera como 'una evidencia histórica que racionalmente no se puede negar, que la enseña de Castilla, como pueblo, como nacionalidad. que desarrolló una lengua, una cultura y unas instituciones sociales, ,económicas, jurídicas y políticas peculiares, incluso a nivel de realización -cívica en un Estado castellano, es el pendón rojocarmesí con el castillo dorado, signo na­cional de Castilla,

Comunidad Castellana -entiende que para el desper­tar de la conciencia colectiva de los castellanos y el reencuentro con nuestra identidad de pueblo, es, fun­damental que sepamos enraizar en la tradición caste­llana, en la auténtica, y utilizar todos sus elementos. vá­lidos, como sustancia del progreso, que diría Unamuno. Afortunadamente, nuestra tradición genuina es popular,
democrática, comunera y foral: en una palabra, progre­sista. Toda ruptura con una tradición de esta clase cons­tituiría un imperdonable error.

Es, precisamente, el error y torpeza que amplios sec­tores de la izquierda española cometieron en el pasado al ignorar el potencial renovador de la tradición nacio­nal y abandonarlo en manos de las fuerzas reaccionarias. Se lo señaló Menéndez Pida-l: «A pesar de Costa, Gani­vet o Unamuno, las izquierdas siempre se mostraron muy poco inclinadas á estudiar y afirmar en las tradi­ciones históricas aspectos coincidentes con la propia ideología. Tal pesimismo histórico constituía una ma­nifiesta inferioridad de las izquierdas en el antagonismo de las dos Españas. Con extremismo partidista abando­nan íntegra a los contrarios la fuerza, de la tradición.»

Esto es 1o que no debe hacerse. Puesto que tratamos de encontrarnos como pueblo, es preciso que volvamos a nuestras fuentes y que, en todo lo que sea posible, po­sitivo y valedero, permanezcamos unidos a la tradición del propio pueblo.

Nosotros
que entre los recuerdos de ayer
buscamos cada mañana
renacer,

canta la Comunidad en la voz limpia de Amparo Gar­cía Otero.

Comunidad Castellana reivindica una Castilla libre de la confusión, una Castilla auténtica e íntegra, sin amalgamas ni mutilaciones. La región es Castilla la Vieja, con las comarcas castellanas comprendidas en el territorio de las actuales provincias de Valladolid y Palencia, y las tierras comuneras de la llamada Castilla la Nueva, en sus provincias de Madrid, Guadalajara y Cuen­ca. Frente a la gravedad de la decadencia castellana, la Comunidad estima que la única opción operativa y vá­lida, por larga y dificil que sea la tarea, es la afirmación radical y diamantina de la Castilla auténtica.

Especialmente la Comunidad sostiene la castellanía indiscutible de la Montaña de Santander y de la Rioja, donde nació Castilla y se forjaran muchos de los ele­mentos esenciales del temperamento castellano. Para la Comunidad es absolutamente inadmisible todo intento de desgajar las ramas cántabra y riojana del tronco co­mún castellano. La Comunidad entiende que Cantabria y la Rioja pueden realizarse plenamente con el respeto a su personalidad y autonomía, dentro de una Castilla, verdadera, concebida no como un ente uniforme, sino como lo que Castilla,es en realidad: una unión o con­federación de tierras y comarcas diversas, con rasgos de identidad propios y que por ello deben ser autónomas. En Castilla es preciso representarse el autogobierno no sólo como un sistema hacia afuera, sino también, con­forme a la propia contextura de la región, hacia dentro.

De modo singular también -conforme resulta cons­tantemente de los documentos emitidos por la entidad-, la Comunidad es contraria a la amalgama "castellano­leonesa», que considera errónea y sumamente perjudi­cial para ambos pueblos. Ahora es el momento de ir estableciendo las identidades y, por supuesto, parece in­dudable que no existe una colectividad, un pueblo «cas­tellano-leonés». Ante la regionalización del país Castilla no puede ser confundida con León, ni León con Castilla, sino que ambas regiones, León y Castilla, deben afir­marse separadamente, cada una con su propia entidad, y -desde luego, sin perjuicio de la solidaridad fraternalentre leoneses y castellanos y de su mutua colaboración en todas las empresas que sean comunes.

Los promotores de la confusión «castellano-leonesa» no tienen reparo en hablar unas veces de Castilla la Vieja y, a renglón seguido, de "Castilla-León», apoyando la justificación de este híbrido castellano-leonés en argu­mentos economicistas, en definitiva de corte tecnocrá­tico, y en invocaciones geográficas --cuenca del Duero, las nueve provincias (Santander y Logroño no les inte­resan), meseta, etc.-; es decir, responden a los mismos esquemas mentales que los inventores de los departa­mentos franceses, de nuestras provincias, de los conse­jos económicos sindicales o de la «región Centro». En suma, contemplamos un nuevo efecto del espíritu cen­tralista. Que, ahora, para configurar las nuevas regio­nes -sin dejar de invocar, falsamente, los hechos his­tóricos, culturales y populares- apelan a motivaciones económicas o, incluso, simplemente comerciales.

Por otra parte, es palmario el papel subalterno, re­sidual y a extinguir que se adjudica a León en ese com­puesto castellano-leonés. Es como si se tratara, de modo más o menos discreto y paternalista, de mencionar a León para salvar las formas, pero tendiendo a la liquida­ción de su entidad regional en una abrumadora prepo­tencia del factor supuestamente castellano. Esta actitud hegemónica ~es radicalmente contraria al verdadero es­,píritu castellano. Por ello es rechazada ~de plano por la Comunidad, que reconoce y afirma la gran personalidad del pueblo leonés, uno de los más viejos e importantes de España, y no puede colaboraren ninguna invención que tienda a desconocerla o que -de hecho la desconozca y menoscabe.

Por estas raes, y en suma porque hay leoneses y hay castellanos conscientes de su respectiva identidad,la Comunidad Castellana y el Grupo Autonómico Leonés (G. A. L.) han establecido el Acuerdo de Benavente sus­crito el 30 de octubre de 1977, en el que se sientan afir­maciones tan claras y concluyentes como las que siguen:

«1. Proclaman que León y Castilla son dos entida­des históricas y culturales, dos regionalidades diferen­ciadas y cada una de ellas con personalidad propia.

2. En consecuencia, rechazan todo intento de con­figurar una supuesta región "castellano-leonesa», por estimar que se trataría de una región inventada y falsa, contradictoria :de las realidades populares y culturales de León y de Castilla y perjudicial para los intereses de ambas regionalidades.

3. Consideran que la región es y ha de reconocerse como una comunidad humana, definida por un conjunto de factores geográficos, históricos, culturales y económi­cos, y no puede delimitarse artificialmente por decisio­nes de grupos o imposiciones del Estadio, y menos par­tiendo como base de las actuales provincias, es decir de una división administrativa artificial y que desconoce y oprime las realidades populares de las comarcas de León y de Castilla. Por consiguiente, estiman que corresponde a los pueblos castellano y leonés, y solamente a ellos, decidir sobre su identidad y sobre las mutuas relaciones de cooperación que deseen establecer, en un marco de libertad y determinación autónoma que ha de fundarse en el reconocimiento y respeto de la diferente persona­lidad colectiva de León y de Castilla, sin perjuicio de la solidaridad entre sus pueblos.»

Por otra parte Comunidad Castellana acude a la des­mitificación de Castilla y de su supuesta historia: cons­ciente de que es absolutamente necesario «recomponer la certera memoria de sus días primigenios» y dejar a Castilla «desnuda de artificio», como rezan los versos de Ignacio Samz.

Así, también con los autonomistas leoneses y con mo­tivo de la conmemoración de la derrota de Villalar, la Comunidad de Segovia ha establecido la llamada "Decla­ración de Arévalo», de 1 de abril de 1978, en la que se formulan las siguientes precisiones desmitificadoras:

«Primera.-Para contribuir a clarificar la confusión reinante en torno al significado del alzamiento llamado de los Comuneros de Castilla -confusión que proviene de una falsa identificación de todas las regiones y pueblos comprendidos en la corona titulada de Castilla y León, con el nombre de Castilla- es preciso señalar que el movi­miento comunero no es exclusivo de estas dos regiones, sino que en el mismo participaron en mayor o menor me­dida todos los países de los reinos de León y Castilla (Ga­licia, Asturias, León, Extremadura, Castilla, País Vasco, Madrid, Toledo -o Castilla la Nueva-, Andalucía y Murcia).

Segunda.-Este movimiento no tuvo el mismo carácter en los diferentes lugares en que se produjo, pero valorado en su conjunto puede considerarse básicamente como una rebelión popular y patriótica contra el cesarismo del em­perador Carlos V, los agravios de los ministros extranje­ros, y la dominación de las clases sociales más podero­sas, así como un intento de limitación del poder real y recuperación de ciertas libertades democráticas.

Tercera.-En, este sentido, reafirmamos nuestra plena y profunda identificación con el alzamiento comunero, que forma parte indisoluble de la historia de nuestros pueblos en su lucha por las libertades, y proclamamosnuestra solidaridad con la conmemoración de la derrota de Villalar y con el perenne recuerdo de los líderes comu­neros, Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldo­nado, y demás víctimas sacrificadas por la represión im­perial.

Cuarta.-Pero Villalar no puede reducirse a un exclu­sivo símbolo de los pueblos de León y de Castilla --ni de su actual regionalismos---, ni debe atribuirse sólo y parti­cularmente a Castilla la gloria de la revolución comunera; sino que pertenece a todas las regiones y países de los antiguos reinos que se alzaron contra el cesarismo im­perial.

Quinta.-En especial, rechazamos el propósito que por algunos se persigue de secuestrar el significado, de Villa­lar y vincularlo a la afirmación de la supuesta región «castellano-leonesa», de un pretendido e inexistente «pue­blo castellano.leonés» y de una preautonomía de «Casti­lla-León», que no es !auténtica, carece de contenido real y no tiene otro valor que el de la simple configuración de una nueva división administrativa, centralista, arbi­traria y falsa.

Contrariamente, y en base a. la realidad de nuestros dos pueblos, sostenemos que hay dos regiones, la leonesa y la castellana, cuya amalgama implica la disolución de la identidad de ambas.
Para esto no puede utilizarse el nombre de Villalar; y por ello instamos a los pueblos de León y de Castilla a reivindicar su verdadera significación.»

La Comunidad se representa la realidad actual, deso­ladora, de la colectividad castellana. Sin conciencia de pueblo, reducidos a la condición de gentes amorfas, sin historia conocida y querida, sin personalidad cultural, y es más, confundidos por unos y otros con lo que no son, los castellanos se han visto impotentes para resistir las agresiones sistemáticas del centralismo político y cultural y :del desarrollismo económico.

El resultado está a la vista de todos. El pueblo cas­tellano, campesino en su mayor parte, ha sido expoliado, forzado a emigrar de una tierra empobrecida de la que las estructuras dominantes se han ocupado sólo para succionarle todos sus recursos. Varias provincias caste­llanas han perdido en veinte años la mitad de su po­blación; comarcas enteras se están desertizando, con den­sidades residuales de diez o doce habitantes por kiló­metro cuadrado, y sobre -centenares de pueblos pesa la amenaza de convertirse a corto plazo en montones de escombros.

Así Castilla, ha devenido dramáticamente una tierra subdesarrollada, casi destruida por un inicuo proceso provocado de degradación vital. Sólo si los castellanos acertamos a sentirnos pueblo, entidad colectiva definida por ;la historia, la cultura y la realidad misma, podre­mos asegurar nuestra supervivencia como comunidad humana.

El reencuentro de Castilla con su propia. identidad, la recuperación de la conciencia de su personalidad his­tórica y cultural, son las cuestiones en que radica el ser o no ser del pueblo castellano. Si resurge la concien­cia de «pueblo», y con ella, consecuentemente, por la misma naturaleza -de las cosas, la voluntad colectiva de continuar existiendo como tal, y de reclamar para ello los medios necesarios, Castilla se habrá salvado.

Esta es la tarea del regionalismo castellano y, natu­ralmente -y con esa vocación ha nacido-, de la Co­munidad Castellana.

Este regionalismo de Castilla -a pesar del supuesto y falso centralismo castellano- no es cosa de hoy ni pertenece al género, ahora cotidiano, de los oportunis­mos. Es justo recordar aquí, con reconocimiento a la lucidez y trascendencia de su labor, al padre del regio­nálismo castellano, al hombre que con una constancia y fidelidad admirables consagró toda su vida al estudio y defensa de los ideales castellanos: el segoviano Luis Carretero y Nieva, de quien hemos hablado ampliamen­te en páginas anteriores.

El regionalismo castellano ha de proponerse como misión esencial la recuperación de la Castilla auténtica, la vuelta a las raíces genuinas del pueblo castellano que dieron savia a la cultura, instituciones y vida fe­cunda de este pueblo.

La Castilla original, siglos ix al XIII, fue popular, de­mocrática y foral. Pueblo penetrado de un profundo sen­tido igualitario del que es expresión su aforismo esencial de que "nadie es más que nadie». Fuerza histórica reno­vadora frente al conservadurismo de la monarquía de León, este pueblo es el creador de la lengua castellana y de instituciones como las sentencias de los jueces po­pulares, el aprovechamiento colectivo de las grandes propiedades territoriales, la caballería democrática y el concejo: asamblea de todos los vecinos, hombres y mu­jeres, ricos y pobres, altos y bajos, que gobiernan libre­mente los asuntos de la comunidad.

Como ya hemos dicho, esa Castilla original y autén­tica fue desnaturalizada. Identificada y confundida fal­samente con el Estado español, se ha hecho responsable a -Castilla de todos los errores y excesos del Estado: del centralismo, del absolutismo, del imperialismo, de la opresión de los pueblos españoles; de todo cuanto han hecho, con desconocimiento de la rica variedad de los pueblos y países hispanos, la monarquía de los Austrias, la de los Borbones o el jacobinismo unitarista del si­glo XIX.

La realidad es que Castilla no ha oprimido a ningún pueblo, sino que ha sido la primera víctima del centra­lismo del Estado español, y -como declara el Manifiesto de Covarrubias,-- no sólo del centralismo político, sino de un centralismo cultural: el centralismo -de la cultura establecida en Madrid que ha desfigurado en todos sus aspectos --geográfico, histórico, político y cultural- el verdadero rostro de Castilla.

Los castellanos hemos de denunciar y rechazar la mitología falsificadora de Castilla. Una literatura cen­tralista, ignorante de las realidades de nuestro pueblo, ha sembrado la confusión y nos ha enfrentado, injusta y gratuitamente, con los otros pueblos españoles. Castilla no puede identificarse con el Estado español. Castilla no es la que ha hecho a España (que ¡es obra de todos). No es verdad --contra lo que dijera tantas veces y con tan dañoso error Ortega y Gasset- que sólo cabezas castellanas tengan órganos adecuados para !percibir el gran problema de la España integral, ni que Castilla sepa mandar y haya tenido voluntad de imperio.

A los castellanos -sigue el Manifiesto de Covarru­bias- no nos ha interesado nunca ni el mando ni el imperio. No es lo nuestro. La vocación castellana es hu­manista y el sentido de la vida de este pueblo, profunda­mente igualitario y ajeno a todo -propósito de imposición de unos sobre otros.

Castilla ha sido y es un pueblo modesto, recogido en sí mismo, sin ninguna pretensión hegemónica, que se ha visto absorbido y vaciado de su cultura y de sus ins­tituciones tradicionales, por un Estado global que le ha secuestrado hasta su propio nombre. El regionalismo de la Comunidad Castellana quiere rescatar la Castilla auténtica -popular, democrática, comunera y foral­ para que ocupe sencillamente un puesto igual y digno en el conjunto fraterno de los pueblos españoles: en una palabra, en la España de todos.

(Memorial de Castilla, Manuel González Herrero, Segovia 1983.pp 191-203)

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