lunes, julio 22, 2024

¿Por qué se identifica erróneamente a León como Castilla? Javier Miguélez Rodríguez

 


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¿Por qué se identifica erróneamente a León como Castilla?

El año 1230

Después de los distintos avatares de la historia, llegamos al tan aclamado año 1230. En esta fecha, ambos reinos, León y Castilla, tras la muerte del rey leonés Alfonso IX se unen dinásticamente bajo la figura de Fernando III, conocido como el Santo. Este hecho no supuso la desaparición inmediata del reino de León. En realidad, el reino de León consiguió mantener sus símbolos y buena parte de las estructuras administrativas, sociales y económicas de los tiempos medievales como: el Adelantamiento del Reino de León, la Hermandad del Reino de León, la Merindad Mayor del Reino de León, el sistema concejil, etcétera. Un ejemplo de ello fue la celebración de Cortes por separado, incluso aunque se convocaran en la misma ciudad, como así sucedió en las Cortes de Valladolid en 1293, donde leoneses y castellanos parlamentaron sus asuntos de manera independiente. En consecuencia, la famosa unión de 1230 no supuso el fin del reino de León como entidad.

¿Es la fecha de 1230 el origen de esta confusión? Para responder a esta pregunta, hay que tener en cuenta que este hecho histórico afecta por igual a extremeños, asturianos y gallegos, por lo que un leonés es tan castellano como pueda serlo cualquiera de ellos. Parece ser que las identidades de estos pueblos no se ven afectadas por esta circunstancia, pues hoy en día resulta muy difícil encontrar un ejemplo donde a alguien de Orense o de Oviedo se les llame castellanos. De este modo, podríamos concluir que, en principio, no está en Fernando III, rey de Castilla y de León, el origen de esta confusión.

El Reino de León en la Edad Moderna

Durante la Edad Modernael Reino de León, como parte de la Corona de Castilla (y de León), mantuvo una identidad histórica y territorial reconocible, aunque su administración estuviera integrada en una estructura más amplia como era la de la Monarquía Hispánica. Muestra de ello son los ejemplos cartográficos de aquella época, donde el Reino de León suele aparecer claramente delimitado dentro de la Corona de Castilla y de León.

Entre los ejemplos más destacados encontramos el Atlas Nacional de España de Tomás López (siglo XVIII), con las provincias de León, Zamora y Salamanca, con unas fronteras claramente delineadas, incluidas dentro del Reino de León. ¿Hubo confusión durante la Edad Moderna? Tenemos ejemplos para comprobar que la reminiscencia del Viejo Reino seguía vigente y, aunque inmerso en una estructura superior, diferentes cartógrafos reflejaron esta identidad territorial en sus mapas.

Edad Contemporánea

Avanzando en el tiempo, llegamos a la Edad Contemporánea y encontramos una división territorial de España que supuso una transformación significativa para el antiguo Reino de León, el decreto de Javier de Burgos de 1833. Esta división territorial fragmentó el Estado en provincias bajo una estructura centralizada. Esta reforma fue parte de un esfuerzo más amplio para modernizar y racionalizar la administración en España, promoviendo una mayor uniformidad y centralización del poder estatal. A pesar de ello, la identidad territorial leonesa no se diluyó en la nueva configuración territorial pues, aunque las regiones aparecerían de manera prácticamente testimonial, las actuales provincias de León, Salamanca y Zamora se incluyeron dentro de la región histórica de León.

Por lo tanto, la transcendental división territorial de Javier de Burgos —con una división provincial todavía vigente— tampoco parece indicar que supusiera el origen de la confusión actual entre lo leonés y lo castellano. Al menos, no parece recoger este fenómeno en la cartografía o el desarrollo legislativo del Estado. Y algo que tampoco parece cambiara ya en pleno siglo XX, con el Tribunal de Garantías Constitucionales de la Segunda República, donde la elección de los vocales es por regiones, siendo León una de ellas, incluyendo las provincias de Salamanca, Zamora y León.

La Generación del 98

Tratando la época de finales del siglo XIX y principios XX, cabe hacer un inciso. Hubo una generación de escritores e intelectuales que, ante el Desastre del 98, tuvo una respuesta a la crisis moral, política y social que se abrió en España tras la pérdida de las últimas colonias en 1898. A estas personalidades se las conoció como la Generación del 98 y, a través de su literatura y filosofía, redefinieron y exaltaron a Castilla como el núcleo de la identidad española, usando su paisaje y cultura para simbolizar la esencia de la nación. Autores como Miguel de Unamuno, Azorín y Antonio Machado exaltaron los paisajes castellanos en sus obras, describiendo la Meseta con sus amplias llanuras y horizontes abiertos como el reflejo del alma española.

Para ellos, el paisaje castellano simbolizaba la sobriedad, la resistencia y la reflexión, cualidades que consideraban inherentes al carácter español. De esta forma, las descripciones del paisaje castellano en la literatura de la Generación del 98 ayudaron a consolidar la asimilación entre Castilla y la Meseta. Una concepción errónea, a mi modo de entender, pues Castilla es mucho más que la Meseta, y la Meseta es mucho más que Castilla, pues también es León. Algo que se puede ver reflejado en la toponimia, sistema de poblamiento, lengua y costumbres.

La Transición de 1978

Una vez llegada la etapa de la Transición, después de casi 40 años de dictadura, se abrió en España un nuevo proceso democrático que implicó profundos cambios territoriales, la creación de las autonomías. Para el caso leonés, después de verse truncado su propio proceso autonómico, supuso la creación de la comunidad autónoma de Castilla y León en 1983, uniendo administrativamente estas dos regiones, León y parte de Castilla la Vieja. ¿Puede estar aquí el origen de la actual confusión entre León y Castilla? Es más... ¿Puede significar este hecho la invisibilización de León en muchos casos?

Esta fusión se realizó en un contexto donde se buscaba una reorganización territorial que favoreciera la descentralización y la autonomía regional. Sin embargo, este proceso no siempre reflejó las identidades, voluntades y sensibilidades de los territorios, como es el caso de León. En la creación de Castilla y León no primó una voluntad democrática, sino que se adujeron unas supuestas “razones de Estado”, creando una gran administración territorial en el centro para contrarrestar a los nacionalismos periféricos. Esta fue la principal justificación que se vertió en su día y podía haberse quedado ahí; pero no, una vez constituida la autonomía, esto no pareció suficiente.

Así, fue preciso inventar una historia que lo hiciese –había que convencer a la población de que en la razón de ser de la autonomía de Castilla y León tenía una justificación histórica– ello permitiría utilizar términos como 'castellano', 'castellanoleonés', 'castellano-leonés', 'Castilla-León', 'Las dos Castillas', u otros similares, pretendidamente “sin incurrir en ninguna aberración”.

En lo que respecta al trato de la identidad leonesa, aquí está el error gravísimo que se cometió, porque en este proceso primó el imaginario de Castilla, invisibilizando a León y su historia, cultura e idiosincrasia, porque ello podía suponer una fisura irreparable en el futuro del ente territorial. ¿Por qué León es la única región histórica que se quedó sin su comunidad autónoma propia?

El presentismo de las autonomías

Llegados a este punto, cabe señalar que las comunidades autónomas, medios de comunicación y el nivel de conocimiento histórico en general de la población, están movidos por el presentismo: entendiendo por esto la costumbre de trasladar al pasado los marcos administrativos del presente. De esta manera, cada autonomía fue creando una historia a su conveniencia, interpretando el pasado, distorsionando la realidad histórica y creando una narrativa que sirviera a los intereses contemporáneos. Cada una de ellas buscaba justificarse.

Por ello, la forzosa unión de Castilla y León –a partir de dos realidades distintas, la leonesa y la castellana– ha tenido entre sus cometidos crear una nueva identidad que, en la mayoría de los casos, ha ido encaminada a invisibilizar lo leonés y, cuando no, a negarlo directamente. Muestra de ello es que, en la enseñanza de la Historia, a pesar de la importancia que tuvo el Reino de León, apenas se enseña en las escuelas. O lo poco que se explica su herencia en costumbres, toponimia, cultura o lengua.

La situación actual de confusión entre León y Castilla, a pesar de tener matices históricos, parece ser el resultado de decisiones administrativas y reinterpretaciones políticas actuales derivadas de la creación de la autonomía de Castilla y León en 1983. Esto, junto al presentismo que reina en la actualidad –trasladando al pasado los marcos actuales– supone un lastre para que el País Leonés sea una identidad regional reconocida, respetada y conocida por el conjunto de la ciudadanía española. Prueba de ello, es que las identidades gallegas, asturianas o extremeñas no sufren de esta confusión a pesar de compartir una historia en común con León.

Y podemos ir más allá en la actualidad. ¿Cómo se les conoce a los habitantes de Cantabria o a La Rioja? ¿Se les llama castellanos en los medios de comunicación?

Preguntas que se contestan solas.

Conclusión

En conclusión, la diversidad cultural en España es uno de sus tesoros más valiosos, reflejo de su rica historia y de la confluencia de múltiples tradiciones y lenguas. Lejos de ser un obstáculo, estas diferencias regionales enriquecen el tejido social y cultural del país. Cada territorio aporta su propio legado de festividades, gastronomía, lenguas, dialectos y costumbres, siendo una herencia para promocionar y conservar.

Por ello, reconocer y valorar las identidades regionales, como la leonesa, es fundamental para fomentar un sentido de pertenencia y cohesión. Una circunstancia que no se ha respetado dentro de la autonomía de Castilla y León. Un motivo más para que el País Leonés reclame su propio encaje dentro de España, siendo la comunidad autónoma número 18.

viernes, julio 12, 2024

El mapa de León, ¿una nueva comunidad autónoma en España? Por Álvaro Merino

 


El mapa de León, ¿una nueva comunidad autónoma en España?

La reivindicación autonomista de la región leonesa hunde sus raíces en el reino surgido en el siglo X, clave en la integración de la península ibérica


León nunca ha sido castellana, pero Castilla sí fue leonesa. Esa frase, simple a primera vista, esconde un significado político y social con siglos de historia que tiene en pie a decenas de miles de personas y amenaza con cambiar el Estado de las autonomías. La región leonesa, cuyas raíces se extienden hasta el Reino Asturleonés y el traslado de su capital a León en el año 910, quedó desdibujada tras el rediseño territorial posterior a la Constitución de 1978 y hoy muchos exigen formar una nueva comunidad autónoma al margen de Castilla y León que abarque las provincias de León, Zamora y Salamanca.

A pesar de su ausencia en el mapa político español actual, el Reino de León dominó el noroeste de la península ibérica durante tres siglos y jugó un papel fundamental en la Reconquista. Su control se extendió también por las actuales Galicia y Extremadura, y de su seno surgieron los reinos de Portugal y Castilla, independizados en el siglo XII. Hasta ese momento, los reyes leoneses se hacían llamar emperadores, aunque no al estilo romano o napoleónico, sino en el sentido de primus inter pares, es decir, como reyes superiores al resto de monarcas cristianos bajo cuya autoridad se concentraba la soberanía hispana, tal y como explica el periodista Jesús María López de Uribe de ILeón.com.

En 1230, sin embargo, el Reino de León fue absorbido por la emergente corona de Castilla, aunque el rey Fernando III tardó dos años en hacerse con su control efectivo ante el rechazo de los leoneses y sus nobles, que cerraron las murallas de su capital para impedir el paso del nuevo monarca.

La integración en Castilla no supuso la desaparición inmediata del aparato administrativo leonés, al contrario: las Cortes de León siguieron reuniéndose por separado hasta 1345 y sus legislaciones no se unificaron hasta 1348, de la misma forma que el idioma leonés o asturleonés ha sido capaz de sobrevivir hasta nuestros días. Entre 1296 y 1301, además, el Reino de León recuperó su independencia durante un breve enfrentamiento sucesorio.

En la Edad Moderna los reinos se difuminan, pero siguen existiendo en forma de adelantamiento —instituciones encargadas de acometer tareas judiciales, militares y de gobierno en nombre del rey— hasta el siglo XIX. Es entonces cuando Javier de Burgos, secretario de Estado de Fomento durante la regencia de María Cristina de Borbón, decreta una nueva división territorial de España en provincias en 1833, las cuales agrupa en regiones —sin competencias administrativas— en base a los antiguos reinos. Ese sistema, sobre el cual descansa la organización administrativa actual, recupera la región de León formada por las provincias de León, Zamora y Salamanca.

A pesar de ello, durante la construcción del Estado de las autonomías que siguió a la Constitución de 1978 Madrid descartó dotar a León de comunidad autónoma propia y decidió unir Castilla y León. Dos fueron los motivos: la intención de crear un contrapeso a Cataluña y País Vasco, ya constituidas como autonomías y para el centroderecha español las grandes beneficiadas del nuevo sistema, y al mismo tiempo el rechazo a crear una comunidad que uniera Asturias y León, dos regiones donde la industria minera tenía un peso fundamental y se corría el riesgo de que surgiera un feudo electoral de la izquierda.

La Diputación de León se opuso a la integración con Castilla y más de 90.000 leoneses se echaron a la calle para defender su autonomía, pero finalmente el Estatuto de Autonomía de Castilla y León fue aprobado en 1983. Sin embargo, el sentimiento regionalista sigue vivo en la antigua región leonesa, y en junio de este mismo año el pleno de la Diputación de León aprobó una moción de la Unión del Pueblo Leonés que reclama la constitución de una autonomía propia y que sigue el ejemplo de más de sesenta ayuntamientos de la provincia en los últimos años.


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Autonomías a la fuga: a propósito de lo de León Por Jesús Fuentetaja

 

Autonomías a la fuga

Por  Jesús Fuentetaja

https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/autonomias-a-la-fuga-a-proposito-de-lo-de-leon/



Autonomías a la fuga: a propósito de lo de León

En el inicio del proceso de implantación del Estado de las Autonomías contenido en el Título VIII del texto constitucional, cobró fortuna el eslogan que definía a la percepción los principios inspiradores de su desarrollo. La fórmula de café para todos extendía la obligación de convertir, sin excepción alguna, el rico mosaico regional en territorios autonómicos y para aquellos que pretendieran salirse de la linde ya estaba ahí el artículo 144 con el cierre del sistema. A nadie se le escapa que la principal justificación de este modelo fue la de intentar diluir las reivindicaciones de las llamadas nacionalidades históricas, en el puzle conjunto de la nueva ordenación territorial del Estado.

Transcurridas más de cuatro décadas venimos observando no sin preocupación, que aquella fórmula plagada de buenas intenciones y zurcida a toda la prisa por la necesidad de cerrar el mapa autonómico impuesta por el intento de golpe de estado del 23F, dejó alguna costura sin cerrar que luego empezaría a deshilacharse. Los que reivindicaban con mayor virulencia su derecho a ser diferentes, pronto pudimos observar que no se conformaban con lo que habían conseguido, cuatro veces más que con lo que se hubieran contentado al principio de la transición. Porque no se han cansado de restregarnos por la cara, que no podemos ser todos iguales y como ya no tienen cabida sus exigencias en la Constitución, esta ya no les sirve y están llevando al límite al pusilánime gobierno de la nación, con sus presiones y chantajes para conseguir la ansiada finalidad de ser diferentes a los demás, como paso previo a justificar su independencia de un Estado que ya no precisan.

Tampoco pudo evitarse en aquellos inicios, que surgiera algún imprevisto con el que no se contaba, como fueron los casos excepcionales de las provincias de Segovia y de Almería. Una y otra no se plegaron a lo que de ellas se esperaba y forzaron dos medidas legislativas “ad hoc” para reconducirlas por el carril autonómico del que nunca debían haberse apartado. La historia de lo que sucedió en Segovia, ya debiera ser debidamente conocida por estos lares y no pretendo volver a marear a nadie con ella, para tranquilidad de mis detractores.

Algo similar sucedió también con la provincia de León, anestesiada entonces por el cloroformo institucional de Martín Villa, pero pasados aquellos efectos parece que ha vuelto ahora a despertar con una mayor virulencia. El acuerdo adoptado hace unos días por el pleno de la Diputación leonesa, no ha sido más que la crónica de una decisión anunciada. Porque nunca ha estado León cómoda formando comunidad con el resto de las provincias castellanas. Su incorporación al proceso autonómico iniciado el 26 de octubre de 1979 por el Consejo General de Castilla y León, fue forzada por la intervención ya aludida del leonés Rodolfo Martín Villa, a la sazón ministro en los gobiernos de UCD y principal responsable de que León entrara con fórceps en aquel proceso y casi ya con el control cerrado, puesto que la Diputación no adoptó el acuerdo de adhesión hasta unos pocos días antes a que concluyera el plazo de los seis meses previsto en el artículo 143. Conviene recordar a este respecto, que el régimen preautonómico y preconstitucional de Castilla y León, fue establecido por el Real Decreto Ley 20/1978, de 13 de junio de 1978, que incluía inicialmente en su ámbito territorial, a las once provincias que venían formando parte de las regiones de León y de Castilla la Vieja, esto es: León, Zamora, Salamanca, Valladolid, Palencia, Santander, Burgos Logroño, Soria, Segovia y Avila. Sin embargo, en el momento de configurarse el Consejo General previsto en aquella disposición y que fue llevado a cabo el día 22 de julio de 1978 en la localidad palentina de Monzón de Campos, ya no hacen acto de presencia los representantes de las provincias de Santander, Logroño y León, constituyéndose entonces, el órgano preautonómico con las ausencias de estas tres díscolas provincias que ya tenían pensados otros planes diferentes para sus respectivos territorios.

Que León no se ha sentido a gusto uniendo sus destinos a Castilla no es de ahora. Cuando con ocasión de proclamarse la I República en 1873, se trazaron las líneas de lo que sería la conversión del Estado unitario de los Borbones en otro de configuración federal, en agosto de ese mismo año los republicanos leoneses remitieron un escrito a las Cortes constituyentes en el que se oponían a la inclusión de la provincia en el Estatuto de Castilla la Vieja, cosa que parecía lógica puesto que ni siquiera se había respetado el nombre de León en el título de aquel proyecto, por otra parte abocado al fracaso. Más recientemente, hay otro intento de abandonar el barco autonómico que de mala gana compartía con Castilla, cual fue el acuerdo de la Diputación Leonesa del día 13 de enero de 1983, por el que se revocaba el inicial de integración en Castilla y León de 16 de abril de 1980. A este seguiría la multitudinaria manifestación del día 4 de mayo de 1984, a favor de la segregación de la provincia y puede que como medida de presión al Tribunal Constitucional, que tenía que resolver el recurso interpuesto por 53 senadores del Grupo Popular contra la Ley Orgánica 4/1983, de 25 de febrero, por la que fue aprobado el Estatuto de Castilla y León y en cuyo ámbito territorial figuraba incluida. Como ya es conocido, dicho recurso fue desestimado por la sentencia de 23 de septiembre de 1984.

Estos son, a grandes rasgos, los antecedentes históricos del reciente acuerdo de la Diputación de León, coyunturalmente adoptado en un tiempo turbio en donde la confusión se ha acabado por adueñar de toda actividad política, más pendientes de dirimir sus diferencias ideológicas y de mantenerse en las instituciones a viento y marea, que de solucionar los problemas diarios de los ciudadanos. En estas aguas revueltas son los pescadores más osados los que suelen obtener mayores beneficios y no es descabellado pensar que la cuestión leonesa se haya planteado en estos momentos jugando con esa posibilidad y contando con la utilización partidista que puedan ejercer cada fuerza política en su propio interés, más que en el fortalecimiento del Estado del que las Comunidades Autónomas, no olvidemos, son partes constituyentes.

Es difícil aventurar qué pueda pasar con esta reivindicación leonesa, porque aunque la iniciativa autonómica corresponde a los entes locales: diputaciones y ayuntamientos, son las Cortes Generales quienes tienen reservada la última palabra constitucional y con la actual composición de estas cualquier cosa podría ser ahora mismo posible; y aunque no consiguieran sus legítimas aspiraciones de lograr la segregación autonómica que pretenden, sí que podrían forzar una situación alternativa negociable, con un reparto de las cuotas de poder entre Valladolid y León. Si esta última circunstancia llegara a producirse, casi seguro que provocaría a su vez, una reacción identitaria y en cascada en las siete provincias restantes, lo que nos devolvería a la casilla de salida con la vieja pretensión de Segovia de formar una mancomunidad de provincias, ya intuida en las Bases firmadas en nuestra ciudad en 1919 y cuya negativa, fue el motivo principal para que Segovia decidiera no integrarse en un principio en Castilla y León, cuando en 1979 se inició aquel proceso autonómico. Estaremos expectantes.

León no es Castilla Javier Vizcaíno

 

Leon no es Castilla


https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/opinion/la-vuelta-de-javier-vizcaino/2024/06/30/leon-castilla-8421527.html


León no es Castilla

Pleno de la Diputación de León.

Pleno de la Diputación de León. EP

No soy del plan antiquísimo pero sí del antiguo. En mis mapas escolares, convivían Castilla la Vieja y la Región de León. La primera estaba compuesta por ocho provincias, entre las que se incluían Santander (hoy, Cantabria) y Logroño (hoy, La Rioja). La segunda la formaban la propia León junto a Zamora y Salamanca. Aclaro que no se trataba de una división franquista, puesto que esa forma de organización venía del primer tercio del siglo XIX y atendía, siquiera grosso modo, a razones históricas y sociológicas. Luego llegó, de la mano de la Constitución de 1978, el Estado de las Autonomías, artefacto creado para diluir a las nacionalidades históricas como la vasca rodeándolas de comunidades creadas, casi como el mapa de África, con escuadra y cartabón, atendiendo a no se sabe qué criterios ni qué intereses. No les digo más que por el pelo de un calvo Segovia no llegó a ser comunidad uniprovincial, como Murcia, las citadas La Rioja y Cantabria o, sin saber nadie por qué, Madrid, a la que hubo de inventársele a toda prisa una bandera y un himno.

Los despropósitos en la invención de unas demarcaciones ampliamente arbitrarias tuvieron su culmen con la creación de un engendro llamado Castilla y León (fue objeto de discusión si poner la conjunción copulativa o una barra como en Castilla-La Mancha), que tomaba seis de las provincias de Castilla la Vieja e incorporaba a las tres de la antigua demarcación leonesa. Aquello fue un acto expansionista sin matices que tuvo una gran contestación por parte de la ciudadanía de León, Zamora y -en menor medida- Salamanca, que sentía que había sido incorporada por las bravas a una realidad administrativa con la que no se identificaba ni se sentía representada. Las protestas fueron ahogadas, pero el sentimiento no ha dejado de estar ahí. Cuarenta y algunos años después, la Diputación de León, con los votos del PSOE, pide la segregación. Ojalá.